Job
9, 1-12. 14-16
Los
amigos de Job (el nombre Job significa que “soporta penalidades”) lo acompañan con
un respetuoso silencia y no profieren palabra. Acabamos de ver que es el propio
Job quien rompe el silencio y reniega de haber sido traído a la vida, él
preferiría haber muerto el mismo día de su nacimiento, y reposar en un
cementerio cerca de reyes y héroes fallecidos y sepultados bajo monumentos
áureos.
Lo
que logra esta protesta de Job es detonar una reflexión sobre el tema de la
“retribución”, donde estos “teóricos” argumentan prolijamente que la Justicia
de Dios no habría permitido que a un “justo” le sucedieran calamidades, que
sólo se pueden explicar como producto de algún pecado, tal vez muy oculto, que
Dios castiga con estas penalidades tan adversas. El castigo proviene de los
“pecados” y el “premio” de la vida virtuosa, y esto es así, y no puede ser de
otra manera. He aquí el enunciado general de la “retribución”, y sobre su
basamento se funda todo el aparato moral del judaísmo hasta esa fecha.
Cuando
decimos que este tipo de pensamiento había llegado a un callejón sin salida,
pensamos que la crisis fue producto de encontrar en la vida muchos casos de
personas muy coherentes que sin embargo eran azotadas por el infortunio; así
como el súbito cambio en el curso de la vida de esas personas, otro tanto en la
situación inversa de “impíos” que muy a pesar de su conocida deshonestidad
gozaban de la sonrisa de la “buena fortuna”.
Se
ha dicho que hay tres ciclos de “debates”, donde se da vuelta y se trata de
encontrarle y hacerle confesar el o los pecados que llevaron a Job a estos
padecimientos. Sin embargo, entre más hunden en el pecho y en la consciencia de
Job su taladro-explorador, Job contesta demostrativamente que él es “inocente”
de todas las acusaciones que se puedan inventar para fabricarle una causa y
razón de ser a sus “castigos”.
La
perícopa de hoy pertenece al primer ciclo donde primero interviene אֱלִיפָז Elifaz, este nombre significa “es de oro
puro” (caps. 4 y 5), a quien le responde Job (caps 6-7), luego interviene
Bildad de Shua “el Señor amó” (cap. 8) y la riposta viene en los caps. 9-10;
luego intervendrá Zofar “el que se levanta temprano” (cap. 11). La perícopa de
hoy está tomada de la primera parte de la respuesta de Job a Bildad que procura
dejar establecido que, si Job es realmente inocente como dice, entonces sus
desgracias hunden su raíz en el comportamiento de alguien en las generaciones
pasadas o en su descendencia.
Hasta
este punto Job ha defendido a capa y espada su inocencia. Sin embargo, y ante
la insistencia acusatoria de sus amigos, el abre una compuerta de duda y, reconoce
que Dios siempre tiene la razón y que no hay manera de contradecirle porque Él
siempre tendrá la razón; así que germina una petición de Job a Dios, para que
sea directamente Él quien avale su “pureza”.
Job
constata que toda la realidad y la naturaleza está sometida el Poder Divino y
ni las montañas se le pueden resistir, como tampoco las estrellas,
constelaciones y galaxias. Y, su nivel de consciencia lo lleva a reconocer que
Dios puede actuar invisiblemente para sus ojos y que puede tomarlo todo, puesto
que todo le pertenece.
Pero
el enfoque que la da Job a esta circunstancia es que Dios, por la fuerza de sus
argumentos, puede apabullar sus alegatos de inocencia, no porque no sea
inocente, sino porque no se es capaz de probarle al Juez lo que él no quiera
admitir, y ante su inflexibilidad sólo se puede implorar compasión. Dijera lo
que dijera, Dios no le haría caso.
Remata
con una acusación dirigida a Dios: se enoja y no se desenfada. Si continuamos
más lejos de la perícopa encontramos acusaciones como las siguientes: “Si en un
desastre muere gente inocente, Dios se ríe de su desesperación” (v. 23) “Deja
al mundo en manos de los malvados y a los jueces les venda los ojos”. (v.24).
Por
esto hemos dicho que, para Job, Dios es Todopoderoso, pero no compasivo, el
dios de Job es un dios inmisericorde. Un dios que puede hacer cuanto le plazca,
cuando le plazca y contra el cual la criatura no tiene voz ni voto. Se trata de
una dictadura despótica.
Job
ha incurrido, cuando menos en la impaciencia.
Sal
88(87), 10bc-11. 12-13. 14-15
Tenemos
hoy otras tres estrofas del mismo salmo de súplica de ayer. Se toman casi seis
versos para componer esta perícopa.
Inicia
enunciando que el Señor aplastó a רָ֑הַב [rahab] el “monstruo marino” de Egipto.
Reconoce al Señor como Creador de todo cuanto existe.
Dios
Creó tanto el norte como el Sur y, los montes Tabor y Hermón son un coro que
alaba el Santo Nombre de Dios con júbilo. Desde el Tabor se contempla la
panorámica de la llanura de Esdrelón (Jezreel); el Hermón era la frontera hasta
donde llegaba la dominación de las tierras israelitas. El poder de su Diestra y
su Siniestra son victoria y fuerza, respectivamente.
El
Divino Trono reposa sólidamente apoyado en la Justicia y el Derecho. Salen a
recibir el Poder Divino y a agasajan su llegada el Amor y la Fidelidad.
En
síntesis, lo que dice todo el Salmo (bastante largo, con 53 versículos, que
cierra el Libro III de los salmos), es que Dios es todopoderosos, y se recalca
la enormidad de su poderío ilimitado.
Lc
9, 57-62
Todo afecto antes o fuera de Él, es adulterio
Ninguna comunidad debe
excusarse de entrar decididamente con todas sus fuerzas en los procesos
constantes de renovación misionera y de abandonar las estructuras caducas que
ya no favorecen la trasmisión de la fe.
(DAp 365)
Jesús,
llegada la hora, ha puesto todo su velamen para encaminarse a Jerusalén, a
llevar su Misión a cabal término. Es entonces cuando se le propone como primer
interrogante la temática del “discipulado”: ¿Cómo se le ha de seguir? Y la respuesta
se encuadra en el marco de la pertenencia familiar y los vínculos que con ella
se tienen, que parecen aferrarse como rémoras de freno al compromiso, al que
somos vocacionados en la vida de fe. Parece ser que la familia contrapesa y
compromete la fidelidad al discipulado y a la misión que le está concatenada.
El
primer freno que contrarresta la firmeza de la adhesión tiene que ver con la
garantía de un lecho cómodo y abrigado.
La
segunda: En muchas oportunidades -y suena, a primera vista, supremamente
legítimo- contestar primero por afanes fundamentales como el de dar cristiana
sepultura a los parientes cercanos.
La
tercera barrera son los apegos y las cargas de nostalgia que no nos dejan “arrancar”
y nos dejan ahí, entrabados en el enraizamiento. Hay, en el discipulado,
posicionamientos firmes de desacomodo, de descentramiento egoísta, de
des-arrinconamiento que, levantamos como pretextos para no comprometernos. Somos
como mariposas que se aferran a su condición de orugas y se niegan a salir. Sin
embargo, nuestra plenitud supone que seamos capaces de re-inventarnos hasta
superar el estado de “yo quisiera, pero…”. “La raíz común a todas las
tentaciones es el apego al propio yo”.
Cuando
uno empieza a arar y va mirando para atrás, no tarda en hacer tropezar la
cuchilla contra una piedra y se malogra completamente la herramienta, lo que
impide que se pueda avanzar y habrá que sustituir la cuchilla para poder
proceder. Casi cualquier labor está condicionada a mirar hacia adelante y no
quedarse con los ojos fijos en el retrovisor, pensamos, como ejemplo, en la
labor de quien va al volante y la mar de riesgos que entraña el quedarse viendo
para atrás.
Ya
en el Primer Testamento teníamos, como indicación paradigmática, lo que le
ocurrió a la esposa de Lot (Gn 19, 26), por voltearse a mirar hacia el pasado,
hacia los apegos, hacía los afectos pretéritos. “…es necesario no mirar lo que
está detrás, ni el propio yo, ni su historia, sino lo que está delante, Dios y
su Palabra”.
La
edificación del Reino requiere, muy particular y especialmente, esa capacidad
proyectiva de mirar hacia el mañana, y aún más, hacia el pasado-mañana, con una
perspectiva teleológica hacia el esjatón, porque el Reino no es como la
construcción de un museo para mirar hacia las “raíces”; sino como un poderoso
telescopio, o mejor todavía, como un cohete que nos deja propeler hacia la
Nueva Jerusalén, y nos evita el lloriqueo melancólico por un Edén del cual ya
fuimos expulsados.
“Más
que tres exigencias que el Maestro señala a quienes quieran seguirlo, son los
tres dones que Jesús entrega al discípulo, la libertad frente a las cosas, a
las personas y al yo, para amarlo a Él con todo el corazón. Al igual que todo
don, es sólo para el que lo desea”. (Silvano Fausti)
Nuestra
naturaleza de homo-viator
nos desafía y nos anima a concluir la travesía que empezó en un punto alfa -que
se requiere tener el valor de dejar atrás- y propulsarnos hacia un punto omega,
que ¡Bendito sea Dios! se nos ofrece como aero-puerto para aterrizar en el
futuro. Nosotros somos Discípulos-Misioneros que avanzamos fundamentados en la
Promesa y por eso repetimos siempre en la Eucaristía: ¡Ven Señor Jesús!
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