sábado, 27 de agosto de 2022

HUMILDAD



Eclo 3, 17-18. 20. 28-29; Sal 68(67), 4-5ac. 6-7ab. 10-11; Heb 12, 18-19. 22-24a; Lc 14, 1. 7-14

 

“Cuando la imagen Divina, Dios Hijo, vio como el ángel y el hombre, que fueron creados conforme a Él, es decir, a imagen de Dios (sin ser la imagen de Dios) se perdían por una apropiación indebida de la imagen, dijo ¡Ay! Sólo la miseria no despierta envidia… Quiero ofrecerme a los humanos como el hombre despreciado y el último de todos… para que ellos por celos, ardan en deseos de imitar en mí la humildad, mediante ella alcanzarán la gloria…”

Guillermo de St. Thierry

 

Entendamos -antes de empezar a entender lo demás- a qué Banquete de Bodas solemos ser invitados, mínimo una vez a la semana. Hoy, se vale recordar que la palabra humildad hace alusión a la palabra latina humus, que significa tierra, para hablarnos y destacar a quienes están a nivel del suelo, virtud que fuera ensalzada ya por los Santos Padres Cipriano de Cartago y Ambrosio de Milán, inicios del siglo III y finales del IV, respectivamente; pero no se puede seguir de largo sin observar que el humus es aquella capa orgánica del suelo que es rica en nutrientes y -dada su permeabilidad- contribuye a la aireación de la tierra y la hace fértil. Para entender la esencia de la humildad, y la lógica hacia la que nos convierte- debemos examinar con rigurosidad el Salmo 67, que al finalizar la perícopa que leemos hoy, subraya:

Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,

aliviaste la tierra extenuada;

Y tu rebaño habitó en la tierra

que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.

 

Hay cosas pequeñas, como el pan, las uvas, los peces, el cajón del heno de un pesebre, una modesta barcarola, o una burda cruz que casi desde cualquier perspectiva están en el abismo de la insignificancia. Estamos tan acostumbrados a nuestra “lógica” con la que juzgamos todo, discernimos y optamos. Pero, es tan supremamente importante para nuestra salvación tratar de aprender de la Lógica de Dios. Porque Dios no piensa como nosotros (Cfr. Is 55,8) y en realidad la Liturgia de este Domingo es un verdadero curso de Lógica Divina. Esa lógica, desde nuestro punto de vista, es por lo menos paradojal. Nos parece que está patas arriba y eso se debe a que la nuestra se apiló sobre el poder, la arrogancia y el egoísmo: Cicatrices imborrables que quedaron en Adán-Caído.

 

Sin embargo, la Redención no es otra cosa que el Sacrificio de Dios Humanado para que pudiéramos reconocer las descompuestas bases que soportan nuestro estilo de pensamiento. ¿Cómo y qué podemos hacer para enderezar nuestro entendimiento? ¡No es fácil, no es fácil! Decir humildad es fácil, pero la frontera entre la sincera humildad y la humildad fingida-la humildad actuada, es muy tenue. Por otra parta la humildad no puede vulnerar la dignidad; por muy humilde que se sea, jamás se puede olvidar que somos “hijos de Dios”, y tampoco que somos –en virtud del bautismo- “Sacerdotes, Profetas y Reyes”. Por un lado está el abismo de la humildad falaz y –del otro lado- el precipicio donde la persona es denigrada, negada en su dignidad, envilecida. La humildad, por eso, es en la verdad: La humildad está entre las virtudes cristianas y está entre las herramientas perentorias para la construcción del Reino.

 

Así como el albañil requiere la espátula para su obra, a los obreros del Reino les urge la humildad. Para ver cómo se la uso en las fases fundamentales de la Redención, nos gustará disfrutar del siguiente relato intitulado “Tres árboles sueñan”[1] que parece ilustrar la famosa frase de Marcel Aymé, “La humildad es la antecámara de todas las perfecciones”. (Perfección que se busca como meta propuesta por Jesús: Sed perfectos como mi Padre es perfecto (Mt 5, 48); y no como arrogancia comparativa con nuestros hermanos a quienes nos aconseja San Pablo, “en humildad, tened a los demás por superiores a vosotros,” (Flp 2, 3b)) Vale la pena –a medida que leemos- ir teniendo en cuenta que la humildad de los tres árboles jamás les impidió mirar hacia arriba, y tener aspiraciones; porque mientras la soberbia entorpece el Camino, las aspiraciones legítimas nos ennoblecen, nos alzan, nos levantan, acercándonos a los Ojos y a la Sonrisa del Paternal Orgullo de Dios.


 

«Érase una vez, en la cumbre de una montaña, tres pequeños árboles amigos que soñaban en grande sobre lo que el futuro deparaba para ellos.

 

El primer arbolito miró hacia las estrellas y dijo: "Yo quiero guardar tesoros. Quiero estar repleto de oro y de piedras preciosas. Yo seré el cofre de tesoros más hermoso del mundo".

 

El segundo arbolito observó el pequeño arroyo en su camino hacia el mar y dijo: "Yo quiero viajar a través de mares inmensos y llevar conmigo a reyes poderosos. Yo seré el barco más importante del mundo".

 

El tercer arbolito miró hacia el valle y vio a hombres agobiados de tantos infortunios, fruto de sus pecados y dijo: "Yo no quiero jamás dejar la cima de la montaña. Quiero crecer tan alto que cuando la gente del pueblo se detenga a mirarme, levanten su mirada al cielo y piensen en Dios. Yo seré el árbol más alto del mundo".

 

Los años pasaron. Llovió, brilló el sol y los pequeños árboles se convirtieron en majestuosos cedros. Un día, tres leñadores subieron a la cumbre de la montaña. El primer leñador miró al primer árbol y dijo: "¡Qué árbol tan hermoso!", y con la arremetida de su hacha el primer árbol cayó. "Ahora me deberán convertir en un cofre hermoso, voy a contener tesoros maravillosos", dijo el primer árbol.

 

Otro leñador miró al segundo árbol y dijo: "¡Este árbol es muy fuerte, es perfecto para mí!". Y con la arremetida de su hacha, el segundo árbol cayó. "Ahora deberé navegar mares inmensos", pensó el segundo árbol, "Deberé ser el barco más importante para los reyes más poderosos de la tierra".

 

El tercer árbol sintió su corazón hundirse de pena cuando el último leñador se fijó en él. El árbol se paró derecho y alto, apuntando al cielo. Pero el leñador ni siquiera miró hacia arriba, y dijo: "¡Cualquier árbol me servirá para lo que busco!". Y con la arremetida de su hacha, el tercer árbol cayó.

 

El primer árbol se emocionó cuando el leñador lo llevó al taller, pero pronto vino la tristeza. El carpintero lo convirtió en un pobre pesebre para alimentar a las bestias. Aquel árbol hermoso no fue cubierto con oro, ni contuvo piedras preciosas. Solo contenía pasto.

 


El segundo árbol sonrió cuando el leñador lo llevó cerca de un embarcadero. Pero pronto se entristeció porque no era el mar sino un lago. No había por allí reyes sino pobres pescadores. En lugar de convertirse en el gran barco de sus sueños, hicieron de él una simple barcaza de pesca, demasiado chica y débil para navegar en el océano. Allí quedó en el lago con los pobres pescadores que nada de importancia tienen para la historia.

 

Pasó el tiempo. Una noche, brilló sobre el primer árbol la luz de una estrella dorada. Una joven puso a su hijo recién nacido en aquel humilde pesebre. "Yo quisiera haberle construido una hermosa cuna", le dijo su esposo... La madre le apretó la mano y sonrió mientras la luz de la estrella alumbraba al niño que apaciblemente dormía sobre la paja y la tosca madera del pesebre. "El pesebre es hermoso" dijo ella y, de repente, el primer árbol comprendió que contenía el tesoro más grande del universo.

 


Pasaron los años y una tarde, un gentil maestro de un pueblo vecino subió con unos pocos seguidores a bordo de la vieja barca de pesca. El maestro, agotado, se quedó dormido mientras el segundo árbol navegaba tranquilamente sobre el lago. De repente, una impresionante y aterradora tormenta se abatió sobre ellos. El segundo árbol se llenó de temor pues las olas eran demasiado fuertes para la pobre barca en que se había convertido. A pesar de sus mejores esfuerzos, le faltaban las fuerzas para llevar a sus tripulantes seguros a la orilla. ¡Naufragaba!. ¡Qué gran pena, pues no servía ni para un lago! Se sentía un verdadero fracaso. Así pensaba cuando el maestro, sereno, se levanta y, alzando su mano dio una orden: "Calma". Al instante, la tormenta le obedece y da lugar a un remanso de paz. De repente el segundo árbol, convertido en la barca de Pedro, supo que llevaba a bordo al Rey del cielo, tierra y mares.

 

El tercer árbol fue convertido en sendos leños que por muchos años fueron olvidados como escombros en un oscuro almacén militar. ¡Qué triste yacía en aquella penuria inútil, qué lejos le parecía su sueño de juventud!

 

De repente un viernes en la mañana, unos hombres violentos tomaron bruscamente esos maderos. El tercer árbol se horrorizó al ser forzado sobre las espaldas de un inocente que había sido golpeado sin misericordia. Aquel pobre reo lo cargó, doloroso, por las calles ante la mirada de todos. Al fin llegaron a una loma fuera de la ciudad y allí le clavaron manos y pies. Quedo colgado sobre los maderos del tercer árbol y, sin quejarse, solo rezaba a su Padre mientras su sangre se derramaba sobre los maderos. El tercer árbol se sintió avergonzado pues, no solo se sentía un fracasado, se sentía además cómplice de aquél crimen ignominioso. Se sentía tan vil como aquellos blasfemos ante la víctima levantada.

 


Pero el domingo en la mañana, cuando al brillar el sol, la tierra se estremeció bajo sus maderas, el tercer árbol comprendió que algo muy grande había ocurrido. De repente todo había cambiado. Sus leños bañados en sangre ahora refulgían como el sol. ¡Se llenó de felicidad y supo que era el árbol más valioso que había existido o existirá jamás pues aquel hombre era el Rey de reyes y se valió de él para salvar al mundo!

 

La cruz era trono de gloria para el Rey victorioso. Cada vez que la gente piense en él recordarán que la vida tiene sentido, que son amados, que el amor triunfa sobre el mal. Por todo el mundo y por todos los tiempos millares de árboles lo imitarán, convirtiéndose en cruces que colgarán en el lugar más digno de iglesias y hogares. Así todos pensarán en el amor de Dios y, de una manera misteriosa, llegó a hacerse su sueño realidad. El tercer árbol se convirtió en el más alto del mundo, y al mirarlo todos pensarán en Dios.»

 


Con la lógica falaz del mundo creemos ver tres árboles “arrogantes” que sobrepasaban en vanidad su verdadera estatura, y nos parece estar mirando al Monte Sion, sin ser capaces de reconocer en él a la Asamblea de los primogénitos inscritos en el Cielo, el Cuerpo Místico de Cristo. Al ser invitados al Banquete de Bodas del Cordero Mediador de la Nueva Alianza-, queremos compartirles la invitación a los vecinos ricos, amigos y familiares, y -en cambio- el Evangelio nos propone invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos. Nuestra senda de santidad está bordeada por la modestia y sencillez de la que nos habla Jesús en el Evangelio y, -por el otro lado- por la Misericordia del Creador que nos ofrece “crecer como cedro del Líbano plantado en la casa del Señor… para proclamar que el Señor es Justo, que en mi roca no existe maldad (Cfr. Sal 92(91)), para que no se pisotee al humilde con la jactancia del arrogante, que siempre lo mira por sobre su hombro. Volvamos, ahora al Salmo 68(67): Definitivamente, “se levanta Dios, que se dispersen sus enemigos”.

 

 

 



[1] Agudelo C. Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU 2. Ed Paulinas-CORESPAD. 3ª re-imp 2005 p. 229

sábado, 20 de agosto de 2022

¡Y MÁS ADELANTE SERÁ UNA VÍA ESPACIOSA!

 


Is 66,18-21; Sal 116,1.2; Heb 12,5-7.11-13; Lc 13,22-30

 

Y no es que la puerta de la misericordia de Dios sea estrecha; somos nosotros los que ensanchamos tanto la puerta del egocentrismo que no dejamos espacio al Evangelio ni al amor.

Vincenzo Paglia

 

Jesús, en su respuesta, traslada el centro de atención de cuántos se salvan a cómo salvarse, esto es, entrando «por la puerta estrecha».

Raniero Cantalamessa ofm. Cap.

 

Hay una tonada que persiste en el trasfondo de toda la celebración, es la voz que enmarca y resalta toda la partitura. La identificamos en la Oración Colecta: “Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor Jesucristo”. Notemos que son sólo dos cosas las que pedimos:

-       el amor a sus preceptos

-       la esperanza en sus promesas

sobre ese par de peticiones -que conducen a afianzarnos en la alegría, empecemos a construir una convergencia, la sinodalidad de un pueblo que “comulga” en una vía a recorrer.

 


Empecemos leyendo parsimoniosamente el Evangelio de este Domingo XXI del tiempo ordinario, ciclo C. Jesús, en el contexto de nuestra fe, se nos ofrece como paradigma para nuestra propia existencia. Sus actos nos brindan un δειγμα (ejemplo, modelo) para ser seguidores, para asumir el discipulado. Más aún, se nos propone como “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14, 6), y digamos que su validez paradigmática está fuera de toda discusión cuando hacemos consciencia que Jesús no es simplemente un hombre, sino que Él es el Hombre-Dios, que Él es el mismísimo Hijo de Dios.

 

Va camino de Jerusalén, y en su recorrido va pasando por pueblos y ciudades, destaquemos que no simplemente pasa, sino que pasa διδάσκων enseñando (el verbo διδάσκω literalmente traduce “causando aprendizaje”). Dos aspectos rescatamos de este versículo. Su desplazamiento, Él no simplemente llega y se queda ahí, en algún sitio, sino que se desplaza, se desacomoda, vive itinerante, dijéramos que vive en permanente “Éxodo”; nos propone una existencia dinámica. Esto es, nos enfoca en un estilo para vivir la fe, no y para nada muellemente apoltronados, sino vitales, que van en busca, que salen al encuentro. Él va buscando a “las ovejas perdidas”, y no las busca para castigarlas, para imponerles torturas, ni para venderlas por ser ovejas en diáspora. ¡Las busca para enseñarles! He aquí el Rostro salvífico de la enseñanza. Él las va a salvar de su dispersión, reuniéndolas, unificándolas en un solo rebaño. Para unirlas no se las llevará a un sitio específico, dado que su reino no es “geográfico”, su reino se edifica en el corazón de los llamados con esa enseñanza. Ese gesto de Dios-humanado está saturado de ternura, es equivalente –en la parábola de los dos hijos en Lc 15, 20 -a cuando el Padre, divisa a su hijo a lo lejos, “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.” Equivale a esa carrera del Padre, saliéndonos al encuentro. Nos estamos refiriendo a nuestra fe como un reinado pleno de Misericordia, de acogida misericordiosa.

 

Y del otro lado de ese versículo, tenemos hacia dónde avanza Jesús. Nos dice que se encaminaba hacia Ἱεροσόλυμα Jerusalén. ¿Qué es Jerusalén? La palabra traduce “morada de la paz” y nosotros lo entendemos como adjetivo que califica al “reino”, ¿cómo es el reino de Dios? El reino de Dios se define como una estancia de paz. Y, entendemos también que no solamente el reino lo es, sino que -el sólo hecho de caminar con ese rumbo- ya la implica.

 


No es caprichosa la interpretación, Jesús mismo la establece como vemos más adelante, en el evangelio de este Domingo, en Lc 13, 29 donde dice que llegados de los cuatro puntos cardinales vendrán a ἀνακλιθήσονται, yacer, recostarse, reclinarse, (era la posición en que se ponían para comer) ἐν τῇ βασιλείᾳ τοῦ Θεοῦ en el reino de Dios. Y es esa expresión aludiendo a los cuatro puntos cardinales la que nos lleva a entender que la “enseñanza de Jesús” ha de ser llevada al “oriente, al poniente, al norte y al sur”. Y que en todas esas direcciones habrá quienes den cabida y acepten oír y aprender de Él. Porque esta obra de expansión de sus enseñanzas (que nosotros, para decirlo en breves palabras, llamamos “evangelización”) se nos ha encargado a nosotros como parte de ese dinamismo de la fe, pero no es obra nuestra, es Él Quien la realiza. Digamos otra palabra que consideramos pertinente, y, que es –por lo mismo- en la jerarquía de nuestras labores, la obra principal. Esa es nuestra competencia.

 



¿Tendrán cabida todos? Entrar en el Reino no depende de vivir en tal o cual ciudad, no depende de haber ido a Roma o de haber visitado Tierra Santa, ¡No! Como nos lo explica el Padre Raniero Cantalamessa, es el fruto de una «decisión personal seguida de una coherente conducta de vida»[1]. Pues esta perícopa de Lucas nos habla como de un momento divisorio, un momento en el que el Padre (Dueño de Casa) se  levanta de la Mesa (porque el Reino es un “Banquete”) y cierra las Puertas. Pero sólo hasta ese entonces, todos, los de todas las direcciones, “hasta de los países más lejanos y las islas más remotas” (se nos dice en Is 66,19 que forma parte de la Primera Lectura de este Domingo XXI), están siendo convidados, y no es de nuestra competencia establecer discriminaciones, eso  sólo le compete al Dueño de Casa. Para nosotros el tema es que la Puerta, pese a su estreches y al esfuerzo tesonero que demanda, está abierta para todos. ¡Y eso nos basta!

 

Pero esos dos aspectos de la Puerta, ese par de rasgos, forma parte de la Enseñanza, enseñanza que se vigoriza con la expresión Ἀγωνίζεσθε “Esfuércense”. De ahí inferimos que el Reino no está ahí botado para que al pasar nos lo encontremos, sino que amerita un despliegue de “esfuerzos”, que es demandante, que exige vigilancia, que requiere empeño, tenacidad, perseverancia, ahínco y firmeza. La Primera Lectura, tomada del Trito Isaías, está escrita sobre un pentagrama de responsabilidad y compromiso: «No pienses que es un trabajo sólo de Dios, y tu quedarte cruzado de brazos esperando que todo cambie. Es una expresión directa para ti, para que comiences a construir los cielos nuevos y la tierra nueva de tu existencia, de tu comunidad y de tu país.»[2]

 


Ese empeño tesonero para alcanzarlo lo ha resguardado la Iglesia como uno de los rasgos característicos en la búsqueda y construcción del reinado de Dios. Completa nuestra mirada a las Lecturas de este Domingo, remitirnos a los numerales 781 y 782 del Catecismo de la Iglesia Católica donde se nos muestra cómo se hizo Dios un Pueblo para Sí y cuáles son las características que nos identifican:

 

781 "En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo [...], es decir, el Nuevo Testamento en su sangre, convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu" (LG 9).

 


782 El Pueblo de Dios tiene características que le distinguen claramente de todos los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de la historia:

— Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero Él ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes no eran un pueblo: "una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa" (1 P 2, 9).

— Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el "nacimiento de arriba", "del agua y del Espíritu" (Jn 3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.

— Este pueblo tiene por Cabeza a Jesús el Cristo [Ungido, Mesías]: porque la misma Unción, el Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es "el Pueblo mesiánico".

— "La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo" (LG 9).

— "Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó (cf. Jn 13, 34)". Esta es la ley "nueva" del Espíritu Santo (Rm 8,2; Ga 5, 25).

— Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16). "Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano" (LG 9).

— "Su destino es el Reino de Dios, que Él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que Él mismo lo lleve también a su perfección" (LG 9).

 

Nos dice el papa Francisco[3]: «En la actualidad pasamos ante muchas puertas que invitan a entrar prometiendo una felicidad que luego nos damos cuenta que dura sólo un instante, que se agota en sí misma y no tiene futuro. Pero yo les pregunto: nosotros, ¿por qué puerta queremos entrar? Y, ¿a quién queremos hacer entrar por la puerta de nuestra vida? Quisiera decir con fuerza: no tengamos miedo de cruzar la puerta de la fe en Jesús, de dejarle entrar cada vez más en nuestra vida, de salir de nuestros egoísmos, de nuestras tormentas, de nuestras indiferencias hacia los demás. Porque Jesús ilumina nuestra vida con una luz que no se apaga más. No es un fuego de artificio, no es un flash. No, es una luz serena que dura siempre y nos da paz. Así es la luz que encontramos si entramos por la puerta de Jesús. Cierto, la puerta de Jesús es una puerta estrecha, no por ser una sala de tortura. No, no es por eso. Sino porque nos pide abrir nuestro corazón a Él, reconocernos pecadores, necesitados de su salvación, de su perdón, de su amor, de tener la humildad de acoger su misericordia y dejarnos renovar por Él. Jesús en el Evangelio nos dice que ser cristianos no es tener una «etiqueta». Yo pregunto: ustedes, ¿son cristianos de etiqueta o de verdad? Y cada uno responda dentro de sí. No cristianos, nunca cristianos de etiqueta. Cristianos de verdad, de corazón. Ser cristianos es vivir y testimoniar la fe en la oración, en las obras de caridad, en la promoción de la justicia, en hacer el bien. Por la puerta estrecha que es Cristo debe pasar toda nuestra vida.».

 


«Jesús exhorta a cruzar la puerta del Evangelio: resulta estrecha para los egoístas; pero una vez atravesada, la misericordia ensancha, abriendo el corazón a todos los pueblos y a cuantos esperan la salvación.»[4] Concluimos nuestra reflexión con una voz positiva, con una voz de aliento tomada en préstamo del Padre Cantalamessa que cierra su homilía así: «El camino de los justos … es estrecho al comienzo, cuando se emprende, pero después se transforma en una vía espaciosa, porque en ella se encuentra esperanza, alegría y paz en el corazón»[5].

 

Como llave de cierre evoquemos una consigna que nos propone San Mateo en su Evangelio: «Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Alcemos nuestras banderas blancas y hagámoslas ondear. La paz no puede quedarse arrinconada en la alacena de nuestro corazón, en cambio, que la energía de nuestro pendón se expanda por todos los espacios del Mundo, por todas las direcciones de la rosa de los vientos, que sean sepultados los pretextos de los guerreristas, -en cambio- unidos en la unidad de la diversidad, alcancemos la convergencia para que nuestras semillas de fe, sean germen de una paz verdadera y de la justicia cristiana, hecha de fraternidad y amor.

 

 



[1] http://homiletica.org/RaineroCant/RanieroCantalamessa0153.htm

[2] Chigua, Milton Jordán. PINCELADAS BIBLICAS DE LOS PROFETAS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia. 2015 p. 165

[3] Papa Francisco. ÁNGELUS Plaza de San Pedro Domingo 25 de agosto de 2013.

[4] Paglia, Vincenzo. UNA CASA RICA EN MISERICORIDIA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2016 p. 84

[5] Cantalamessa, Raniero OFM Cap. Loc Cit.

sábado, 13 de agosto de 2022

¡CÓMO ME GUSTARÍA QUE YA ESTUVIERA ARDIENDO!

 


Jer 38,4-6.8-10; Sal 39,2.3;4.18; Heb12,1-4; Lc 1 2,49-53

 

En efecto, su amor a nosotros es un fuego que necesariamente quiere encender a aquellos a quienes ama: no hay amor que no desee ser correspondido.

Silvano Fausti

 

¿Cómo se explican, entonces, esas palabras suyas? ¿A qué se refiere el Señor cuando dice — según la redacción de san Lucas— que ha venido a traer la "división", o —según la redacción de san Mateo— la "espada"? (Mt 10, 34)

Benedicto XVI

 

La antífona de Entrada, cifrando una cita del Salmo 83, en los versos 10-11, dice: “Mejor es un día en tus Atrios, que mil fuera de ellos. Porque Sol y Escudo es el Señor. Gracia y Gloria Él nos concede”.  La Oración Colecta trabajará en torno a esta misma idea: “Oh Dios que has preparado bienes inefables para los que te aman, infunde tu amor en nuestros corazones para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo”. Cobrar consciencia del significado de nuestro Templo, de un lugar (topos donde darnos cita con el Señor), y del valor y significado sacramental de esa Edificación, que -guardadas las proporciones- nos permite figurarnos el Cielo, porque allí podemos conjeturar Su Presencia, donde lo experimentamos cuasi-físicamente, donde podemos disfrutar algo de su Sacra Intimidad. Así, durante la Eucaristía podemos -lo más que se puede en esta vida- ir a visitarlo y, a la vez- que Él venga a visitarme.


 

Luego, con las Lecturas, nos sumergimos en un mar borrascoso, una verdadera crisis de comprensión, Su Destello se cuela por en medio de la niebla de nuestra limitada razón y -únicamente- apoyados en el andamiaje de la fe- contemplamos la majestad de su Llamarada: ¿Cómo vamos a entender este fuego que Jesús ha venido a traer? Nos encontramos ante tres afirmaciones muy fuertes que hace Jesús en el Evangelio Lucano (12, 49-51):

·         Vine a traer el fuego a la tierra

·         Con un bautismo tengo que ser bautizado.

·       ¿Piensan que he venido a traer la paz a la tierra? No, sino la división.

 

¡Roguemos al Espíritu Santo que nos asista! Porque fácilmente puede pasar que esta sea una perícopa clave y (como el sacerdote y el levita pasemos de largo). Oh Espíritu Paráclito, haz que nos inclinemos ante estas frases de Jesús como el Samaritano se supo inclinar y supo atender a su “prójimo” con el máximo gesto de “hospitalidad misericordiosa”, para que guardemos tu Enseñanza siempre presente en nuestro pecho. Permítenos Señor, saborear tu mensaje y guardarlo en nuestro corazón, así como tu Santa Madre supo conservar cada aspecto de tu vida en su Corazón Inmaculado, como se atesora sólo aquello que tiene real valor. Lo pedimos, por Jesucristo, Nuestro Señor, que vive y reina en unidad con el Padre, en Infinito Amor. Amén.

 

¡Claro que si vino a traer fuego a la tierra! Bástenos mirar la imagen de su corazón inflamado que –no hace mucho- habitaba tantos hogares que reconocían la Llamarada de su Corazón como la potestad reinante en sus vidas familiares. Llamarada de vida, Sangre y Agua derramados de su Costado que nos “incendian” de Misericordia en la imagen del Sagrado Corazón Misericordioso, revelado a Sor Faustina Kowalska. El Señor de la Misericordia no es otro que el Sagrado Corazón que derrama en nosotros su sangre y agua.

 


Tomemos una sencillísima frase de Sor Faustina: “"El verdadero amor a Dios consiste en cumplir la voluntad de Dios. Para demostrar a Dios el amor en la práctica, es necesario que todas nuestras acciones, aún las más pequeñas, deriven del amor hacia Dios.” Esta humildísima aseveración nos permite intuir porque tal Llamarada de amor puede conducir a la división. Y es que aquellos que le han apostado el corazón al Rival,  no lo soportan. A esos el corazón les escose de ira, de rechazo; sus palabras y sus acciones les arden y les queman como ácido. Si algo repugna el impío es escuchar o ver a alguien cuya voz o cuyas acciones aluden al Señor. Con tal de alejarse de su voz, preferirían ser enviados a encarnar en cerdos y desbarrancarse en el mar, para así no seguir oyendo al que habla las palabras de Dios. Si están cerca del que apunta hacia Dios, aquel “poseído” se encabrita, (lo he visto con estos pobres ojitos que –como reza el dicho popular- “se han de comer la tierra”), escupen babaza gruesa y miran con ojos inyectos; se ponen agresivos y no vacilan en atacar.

 

Pero ¡es muy sano que Jesús separe! La palabra griega que traducimos por división es la palabra διαμερισμός que se traduce con suficiente precisión como “hostilidad” y como “separación”. Mirémoslo en la Primera Lectura, contra Jeremías. Todo el veneno que destilan, como urden acusaciones y planes homicidas contra el profeta. ¡Que sevicia! No sólo quieren matarlo sino que quieren condimentar su crimen con crueldad sádica. Lo dejan en un pozo con el piso hecho un lodazal para que se hunda poco a poco. La idea es garantizar que sea una muerte lenta para hacerla más penosa.

 

Comprendamos que esta es una forma de división distinta a la que practica el “Patas”. El Malo divide para debilitar, para confundir, para poder reinar; en cambio, el Señor separa para preservar inmaculado al “Justo”. Jesús separa para cuidar, para proteger; el Señor separa porque no quiere permitir que su fiel “conozca” la corrupción. Separa oportunamente la paja de la mies.

 

La dialéctica de este análisis nos obliga a mirar la contra-cara. Ya, en ocasión anterior, descubríamos y enfatizábamos que Jesús no es “menso”; el dicho popular lo califica “Manso” pero precisa que “no menso”. El diccionario de americanismos nos traduce menso” por “tonto”, “bobo”. Y efectivamente que ¡el Rey de Reyes no lo es! El ama la paz, promueve la paz, nos conduce por caminos de paz y las semillas que siembra en nuestro ser son de serenidad y paz. Pero, a la vez, Él sabe que el “Malo es puerco” y –aunque Él nos propone la mansedumbre de las palomas- sabe perfectamente el Fuego que usará llegada la Hora. Y la astucia que tendremos que desplegar.

 

El amor de Dios no es de esterilidades, ni de tibiezas, el Amor de Dios es de este mismo Fuego que Jesús vino a traer y a sembrar en nuestro ser. También Él, al llegar la hora, trenzará un fuete con cuerdas y arrojará a los que venden monedas profanas en el Atrio del Templo.

 

El Camino de Redención, que caminó (¿o corrió?) Jesús fue desde el principio, conocido por sus seguidores y discípulos como “la Pasión”. Y, es que este Amor es una Amor apasionado. El amor de Jesús es un Amor distante de tibiezas (insistimos), es vehemente, entusiasta, ¡ardiente! Es un verdadero “Fuego”. El Fuego que Jesús vino a traernos.

 

Miremos ahora, bajo esta Luz, la perícopa de la Carta a los Hebreos que constituye la Segunda Lectura de esta fecha (XX Domingo ordinario, ciclo C). Las afirmaciones centrales y medulares en ella son:

·         Dejemos todo lo que nos estorba

·         Librémonos del pecado que nos ata

·         Corramos la carrera que tenemos por delante.

 

Es muy difícil correr con impedimentos encima, más difícil todavía si estamos maniatados. A nuestra carrera de la fe precede una etapa de “liberación”, de “desintoxicación”, un verdadero bautismo que nos lave. Luego, estaremos listos para desenvolvernos como atletas, y correremos desembarazados de toda clase de obstrucciones.

 

Esta Carta a los Hebreos nos indica también que poseemos una Brújula infalible: “fija la mirada en Jesús, autor y consumador de nuestra fe”. Permanecer vigilantes consiste en ni siquiera parpadear, los ojos muy fijos en el que “Traspasaron”.

 


Todo esto tiene un objetivo, objetivo que es nuestra “tarea” para el tiempo presente, para nuestro diario vivir; el Salmo nos lo señala: “Muchos se conmovieron al ver esto// y confiaron también en el Señor.” El propósito de todo esto es la pedagogía del contagio por medio del ejemplo, que muchos se conmuevan, se inquieten, queden entusiasmados. Consiste en mostrar coherencia para que otros puedan creer. El contagio es –recordemos que dijimos que podíamos compararnos con velas- que el Señor pasa encendiendo, con su tizón, con su Fuego Pentecostal. Ahora sabemos con qué clase de fuego nos va a inflamar: Será con el Fuego del Amor, porque ya lo dijo San Juan: “Dios es amor”. No es para algún futuro incierto, es para “ya”: «… la fe como historia: es memoria de un pasado y proyecto de un futuro que se realiza en el presente.»[1]



[1] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo, Bogotá -Colombia 2014. P. 472

sábado, 6 de agosto de 2022

PROMESA CONFIABLE

 


Sab 18, 6-9; Sal 33(32), 1.12.18-19.20.22; Heb 11, 1-2,8-19; Lc 12, 32-48

 

Buscar el Reino nos ayuda a no instalarnos en aquello que hemos conquistado, a no sentarnos sobre nuestros éxitos, sino a cultivar esa santa inquietud de quien desea antes de todo servir al Señor en los hermanos.

Papa Francisco

 

El hombre no es un poseedor. Es un ecónomo, que administra bienes que no son propios.

Silvano Fausti

 

Amarlo sin ceder. Su Amor sobre nosotros, nuestra esperanza en Él.

Existe una cierta continuidad entre un Domingo y el siguiente porque la Palabra de Dios no es un conjunto de discursos sueltos sino un verdadero y hermoso tapis; y, en gran parte, la misión que tenemos los discípulos consiste en entretejer los hilos y descubrir su trama. Descentrarnos a favor del prójimo, con especial atención a quien más lo necesita; usando la fórmula tan cara a nuestra fe: “atención preferencial”, porque no basta el amor, es necesaria la justicia, una justicia que pueda corregir tantos “entuertos”, cientos y miles de “entuertos” que ha ido fraguando nuestra parcialidad preferencial hacia el poderoso, en vez de nuestro cuidado hacia el frágil, la viuda, los huérfanos. El Domingo anterior, la Liturgia nos pone en guardia contra la avaricia, contra el egoísmo acaparador, contra la construcción de depósitos para almacenar tesoros materiales, sin cuidar los bienes realmente imperecederos, aquellos que quedan incólumes ante el orín y la polilla.


 

Hoy somos invitados a la generosidad y el desprendimiento: ese descentramiento en pro de los desheredados de la tierra, redundará con creces: se trata de “mantener las lámparas encendidas. ¿En qué consiste? ¡De qué lámparas se trata? De administradores que no se aprovechen sino que practiquen con infatigable denuedo estar listos para abrirle a Jesús las puertas, llegue a la hora que llegue, en eso consiste la bravura de corazón, en estar siempre listos a servir. «Nuestra vigilancia no es un escrutar en la oscuridad. Es tener encendida -ante el mundo- la luz del Señor, para continuar su misión entre los hermanos. Cuando caminamos como caminó Él, prestamos los pies a su retorno.»[1]

 

Firmeza de las promesas de Dios

Para que nosotros podamos “leer los signos de los tiempos” el Señor nos entrega anticipos que obran como pistas de decodificación. Ha señalado puntos seguros, hitos en la historia humana donde la manifestación de su poder nos ratifica, nos reasegura, fortificando nuestra fe. En la Primera Lectura, que proviene del Libro de la Sabiduría (texto que se suele atribuir a Salomón, puesto que su sabiduría se tiene por proverbial y según la usanza de aquellos pueblos se nombraba autor a alguna figura de renombre para dar mayor credibilidad y fuerza a su mensaje. Fue compuesto en griego lo que le ha valido el rechazo en las Biblias de los judíos y de los protestantes), se menciona la “noche de la liberación pascual” como señal de reconocimiento de las firmes promesas en que ya nuestros padres habían creído. Pero la promesa encerraba dos elementos adicionales con los que “el pueblo elegido” contaba:

­   El exterminio de los enemigos.

­   La salvación de los justos.

 

Y se puede contar y confiar en ello, pero ¡sin ponerle fechas a Dios! Quien sin falta cumplirá lo ofrecido, en el debido momento, no en nuestro tiempo. Teniendo en cuenta que las promesas muchas veces cuentan con una primera etapa de cumplimiento parcial –por así decirlo- donde queda cumplida pero sin colmar las expectativas, quedando en suspenso su cabal cumplimiento, (esto hay que entenderlo claramente al leer la Sagrada Escritura). Los “cumplimientos parciales” marcan una inmadurez del pueblo de Dios para alcanzar la Gracia.

 

En alguna parte mencionábamos que la espera del “cabal cumplimiento” da plazo y otorga prorroga a muchos -que si el Señor diera por llegada la hora- sólo alcanzarían su perdición. Hay muchos que dependen del aplazamiento para recorrer su periplo y lograr darse cuenta y corregir sus yerros. Decimos con el salmista, en el salmo 33(32), versos 12-22, algunos de los cuales se leen en el Salmo responsorial de este Domingo:

 

¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,

el pueblo que ha escogido como suyo!

El Señor mira desde el cielo

y ve a todos los hombres;

desde el lugar donde vive

observa a los que habitan la tierra;

modela el corazón de cada uno

y Quien vigila todo lo que hacen.

El rey no vence por su gran ejército

ni se salvan los valientes por su mucha fuerza;

los caballos no sirven para salvar a nadie:

a pesar de su fuerza no pueden salvar.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,

sobre los que esperan en su Misericordia,

para librar sus vidas de la muerte

y sustentarlos en épocas de hambre.

Nosotros confiamos en el Señor:

Él es nuestra ayuda y nuestro escudo.

Nuestro corazón se alegra en Él:

confiamos plenamente en su Santo Nombre.

¡Que tu amor, Señor, nos acompañe,

tal como esperamos de ti!

Sal 33(32).

 

Seguridad en lo prometido

Muchos apocalípticos se dedican al anuncio de la hecatombe: Ya viene el fin, el fin es terrible, todos van a gritar de terror y dolor, la oscuridad será más negra que la más negra noche y patatín-patatá. En fin, ¡especialistas en anuncio y promoción de calamidades! ¿En qué clase de dios creen? Tiene que ser un dios vengativo, miserable, castigador, con un corazón sádico, de loco, un dios que creó para después aniquilar…

 

Ese no es el Dios al que llamamos Padre. Nuestro Dios es un Dios-Tierno, que se exagera en Piedad y se excede en Misericordia. ¿Para qué decir algo más cuando se puede resumir diciendo que “Dios es amor”?

 


«Los “planes de Dios”, y ese es el mayor consuelo del hombre que cree… (no conocemos esos planes, y -reconociendo nuestra pequeñez frente a Su Grandeza-ni pedimos que se nos revelen), simplemente nos fiamos de Aquel que los ha fraguado… Siendo los planes de Dios, han de ser favorables al hombre y han de ser llevados a cabo sin falta… Los planes de Dios son el comienzo sobre la tierra de una eternidad dichosa.»[2] Para nosotros que disipamos las tinieblas con la Luz poderosa de la fe, discernimos claramente la resplandeciente Luz de Cristo que desbarata cualquier oscuridad.

 

Revisando el Salmo integro encontramos una alabanza por la creación: “Por la Palabra del Señor fueron hechos los cielos, por el soplo de su boca, todos los astros” Sal 33(32), 6; ordena a todos los habitantes de la tierra elevar sus voces de honra y alabanza a Dios, un Dios que cuida, un Dios poderoso que da fuerzas y reparte las victorias; inclusive, se trata de un Dios que nutre a sus adoradores en los tiempos de sequedad y hambruna. Este Salmo se clasifica entre los “himnos” o sea, un canto de alabanza.

 

Esta clase de Salmos inicia con una voz de parte de los Levitas que convidan al pueblo a entonar la alabanza: ¡Toquen con arte al aclamarlo! Sal 33(32), 3b. No se lee todo el Salmo en la Liturgia de este Domingo, los versos que se seleccionaron destacan los siguientes aspectos:

 

­       Los צַ֭דִּיקִים “justos” se complacen en alabar al Señor

­       Dichoso el pueblo que Dios escogió como suyo

­       El Señor cuida a sus fieles

­       El Señor es nuestra esperanza, en Él depositamos nuestra confianza.

 

En eso consiste nuestra tarea, nuestra disciplina, nuestro permanecer vigilantes: en depositar nuestra vida, una y mil veces, y no sólo por hoy, o por ahora, o por algún período; sino retornar a confiar y reincidir en confianza, cada día y todos los días; cuando nos asiste el entusiasmo o cuando la sequedad de nuestro espíritu se torna en aridez. Ría el día o se entristezca, claree o se oscurezca, salga el sol o campee la lluvia, haya riqueza y holgura o apretón, austeridad y restricciones sea como sea y fuere como fuese torne el corazón y el alma a fiarse, seguros y convencidos de que el Señor nos cuida y que no hay mejor puerto que aquel hacía donde el soplo de su Dulce Viento nos empuje (aun cuando a nuestro paladar vinagre sea).

 

La fe en nuestra historia personal

Para la Segunda Lectura abandonamos ya la Carta a los Colosenses y tomamos la Carta a los Hebreos, que nos ocupará cuatro Domingos consecutivos, se trata de los Domingos 19 al 22 del tiempo ordinario, ciclo C.

 

Esta carta –más bien sermón- presenta la pseudo-autoría de Pablo; hoy por hoy los estudiosos coinciden en atribuirla a algún discípulo suyo. Dos propósitos centrales la animan y son la espina dorsal de la carta

 

­       Jesucristo es nuestro redentor

­       Jesucristo es Sumo y eterno Sacerdote.

 

Dos núcleos pivotando en torno a un eje: Jesucristo es la Única mediación.

 

La perícopa que nos ocupa este Domingo arranca de una definición de la fe: Ἔστιν δὲ πίστις ἐλπιζομένων ὑπόστασις, πραγμάτων ἔλεγχος οὐ βλεπομένων. “La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera; el convencimiento respecto de lo que no vemos.” Por medio de la fe tenemos asido aquello que de otro modo sería pura promesa incierta. Inmediatamente dada la definición, se ocupa el autor de presentarnos una especie de exhibición de casos históricos entresacados de la Escritura. Resplandece como ejemplo Abraham.

 


- Abraham como extranjero errabundo por obediencia al Señor que lo manda abandonar y emprender el viaje.

- Sara quien pese a su vejez y su esterilidad concibe en su seno maternal fecundado en virtud de la fe

- Abraham –una vez más- quien no escatima a su propio hijo, fruto de su vejez pues Dios es Dueño de todo, hasta de la vida; pero si Dios lo había prometido, Dios puede resucitar –inclusive- a los muertos. Aparece aquí el concepto de resurrección anunciado sobre otros distintos de Jesús. Por eso, aquí Isaac es tenido por “símbolo profético”: Noticia temprana de otro Padre que tampoco escatimará su Hijo para cumplir con la Alianza entre Dios y los hombres a quienes Él ha ofrecido darles salvación y lo cumple dándoles Vida-Eterna.

 

Tres Parábolas

Dejamos atrás la parábola del rico que iba a construir graneros más grandes para seguir atesorando, exceptuamos la perícopa Lc 12, 22-31 y, continuamos trabajando el mismo tema. ¿Cuál era? Corregir la escala de valores, precisar lo verdaderamente valioso, vivir una metanoia que nos corrija los defectos visuales y nos deje ver las cosas con los Ojos de Dios y no con ojos humanos de pecador impenitente.

 


Para hablarnos de esto Jesús se vale hoy de tres parábolas:

1)    Estar alertas y pendientes esperando al Señor como quien espera al patrón que se fue a una fiesta pero que en cualquier momento regresará, y uno –siervo fiel- se desvela con las luces encendidas, para que al volver lo encuentre bien despierto.

2)    Un dueño de casa que –sabiendo que los ladrones pueden llegar en cualquier momento- está siempre alerta, siempre vigilante. No lo dice el texto, pero será tan precavido que contratará guardias de seguridad y organizará permanentes turnos de vigilancia con sus parientes de confianza para cerciorarse que el ladrón verá frustradas todas sus intentonas.

3)    El empleado fiel a quien el Señor le tiene tanta confianza que le encarga repartir las porciones de trigo a sus sirvientes pues reconoce en él a un mayordomo, diligente, inteligente y “fiel” y sabe que será justo, puntual y honesto, y repartirá con rectitud las raciones de trigo.

 


Así pues, ¡no nos podemos descuidar en ningún momento pues no sabemos el día ni la hora! La fe, la Alianza Dios-hombre es para cada segundo de la vida y para cada latido del corazón. Es una comunión de Amor de todas horas entre el Amado y sus amadores. Quede resonando en nuestro corazón –durante toda la semana- que la Luz que nos da Jesús, no es una velita, ni un pabilo tembloroso ¡es una candelada arrasadora! No temamos si amenazan descolgarnos –por medio de cuerdas- a la cisterna lodosa. Sólo asumamos que, allí donde tengamos nuestro tesoro, allí permanecerá fijo nuestro corazón.



[1] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2014 3ª ed. p.467

[2] Vallés, Carlos G. sj. BUSCO TU ROSTRO ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae Santander-España 1989 p. 66