viernes, 31 de diciembre de 2021

MADRE DE DIOS, DINOS CÓMO SER Y QUÉ HACER

 


Solemnidad de María Santísima, Madre de Dios

Num 6, 22-27; Sal 66, 2-3. 5. 6. 8; Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21

 

«Somos madres de Cristo cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo por medio del divino amor y de la conciencia pura y sincera; lo generamos a través de las obras santas, ¡que deben brillar ante los demás para ejemplo!»

San Francisco de Asís

 

1

Aquí, queremos proponerles una mirada atenta a lo expresado por el Concilio Vaticano II en el numeral 67 de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, la Lumen Gentium: El Sacrosanto Sínodo… exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la divina palabra que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración, como también de una excesiva estrechez de espíritu, al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios. Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y Doctores y de las liturgias de la Iglesia bajo la dirección del Magisterio, ilustren rectamente los dones y privilegios de la Santísima Virgen, que siempre están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad, y, con diligencia, aparten todo aquello que sea de palabra, sea de obra, pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otros acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia. Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes.

 

Las Virtudes excelentes de la Virgen Santísima, se refieren siempre a Cristo Jesús, Nuestro Señor:

a)    Desde el primer momento fue preparada para que fuera digna morada de Jesús.

b)    Lo concibió virginalmente y conservando esa virginidad durante toda su vida, lo gestó y lo dio a la luz.

c)    Lo siguió de Galilea a Jerusalén y no lo abandonó cuando cargando una cruz ascendió al Calvario, acompañándolo durante su agonía y hasta su muerte.

d)    Al final de su existencia terrena, fue llevada al Cielo haciéndose coparticipe y disfrutando los frutos de la Redención, Victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte.

En este cuadro de fidelidad no se puede ignorar que acompañó al Colegio Apostólico en la gestación de la Iglesia primitiva y al Apóstol San Juan, a través de quien la hemos recibido en maternidad divina porque a él mismo le fue entregada al pie de la cruz en esa calidad.

 


De aquí vamos directamente al número 103 de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosantum Concilium: «En la celebración de este círculo anual (el año Litúrgico) de los misterios de Cristo la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en Ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más esplendido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser.»

 

Esta veneración se asienta sobre los cuatro dogmas Marianos:

i)              La Inmaculada Concepción

ii)             La Virginidad real y perpetua de María.

iii)           La Divina Maternidad de La Santísima Virgen

iv)           La Asunción en cuerpo y alma de la Bienaventurada Virgen María y su coronación como reina Universal.

Así -habiéndola preparado con exquisito cuidado desde el mismísimo momento de la Concepción Inmaculada- recibió -por medio del Arcángel- la Anunciación; ella estuvo y vivió unida íntimamente a su Hijo en la gestación y nacimiento. Lo acompañó durante sus años de vida oculta y después, durante su ministerio publico se constituyó en discípula, su discipulado la llevó hasta la misma cruz devolviéndoselo al Padre y continuando su fidelidad en su asistencia orante al nacimiento de la Iglesia. Jesús, premió su fiel maternidad asumiéndola en el Cielo a la Derecha del Padre.

 

Ese cariño especial de la Iglesia por María Santísima se expresa en toda una serie de solemnidades de las que tenemos que mencionar (donde queremos, hacer ver cómo están emparentadas las fechas con aquellas correspondientes a Jesucristo):

 


El 15 de agosto la Asunción de la Bienaventurada Virgen María; el 22 de agosto, Santa María Virgen Reina, fiesta que antiguamente estaba calendarizada el 31 de mayo.  El 14 de septiembre la Iglesia celebra la exaltación de la Santa Cruz, y, al otro día, la memoria de la Virgen de los Dolores que antes, con el nombre de los 7 dolores de la Virgen, se celebraba el Viernes de Pasión, previo al Domingo de Ramos. El Sagrado Corazón de Jesús tiene por fecha el 2do viernes después de Pentecostés, mientras que el Inmaculado Corazón de María se celebra al día siguiente, el sábado de la 2da semana después de Pentecostés. Antiguamente el ultimo Domingo de Octubre se celebraba la Solemnidad de Cristo Rey, ahora se celebra en noviembre, en el Domingo 34to Ordinario; La Divina Maternidad de María se celebraba antes el 11 de octubre y ha pasado ahora al 1º de enero, en la octava de Navidad, como Solemnidad de Santa María Madre de Dios.

 

2

En 1968 el Papa Paulo VI instituyó la Jornada Mundial de la Paz, proponiendo para tal efecto el primer día del año civil. Este año 2022 celebramos su Quincuagésima Quinta edición, que tiene como tema “Educación, trabajo, diálogo entre generaciones: instrumentos para construir una paz duradera". Queremos resaltar que esta temática abarca tres contextos diferentes y tres caminos distintos -diríamos tres herramientas- para la reflexión y la acción actualizándola a fin de construir una paz duradera. Para este año 2022 Papa Francisco propone una lectura innovadora que responda a las necesidades de los tiempos actuales y futuros.

 


En el Documento propositivo aparece su voz profética denunciando los males que perviven y/o se agudizan; Retoma ideas de su Fratelli Tutti para reenfocar la importancia del trabajo por la paz: “En cada época, la paz es tanto un don de lo alto como el fruto de un compromiso compartido. Existe, en efecto, una “arquitectura” de la paz, en la que intervienen las distintas instituciones de la sociedad, y existe un “artesanado” de la paz que nos involucra a cada uno de nosotros personalmente.”: A pesar de los numerosos esfuerzos encaminados a un diálogo constructivo entre las naciones:

a)    Pervive el ruido ensordecedor de las guerras y los conflictos se amplifica, mientras

b)    se propagan enfermedades de proporciones pandémicas,

c)    se agravan los efectos del cambio climático y de la degradación del medioambiente, lo que empeora la tragedia del hambre y la sed,

d)    y sigue dominando un modelo económico que se basa más en el individualismo que en el compartir solidario.

 

Aquí -bajo el acápite del dialogo intergeneracional” se nos presenta un reto crucial referido a una de las formas más graves de la indiferencia, que es el mutismo y el cierre al dialogo entre las diversas generaciones llamadas a trabajar -de manera solidaria-en la construcción del Reino: Plantea tres caminos para construir una paz duradera. 

 


El diálogo entre las generaciones, como base para la realización de proyectos compartidos: por una parte los jóvenes necesitan la experiencia existencial, sapiencial y espiritual de los mayores; por el otro, los mayores necesitan el apoyo, el afecto, la creatividad y el dinamismo de los jóvenes. Los grandes retos sociales y los procesos de construcción de la paz no pueden prescindir del diálogo entre los depositarios de la memoria ―los mayores― y los continuadores de la historia ―los jóvenes―; tampoco pueden prescindir de la voluntad de cada uno de nosotros de dar cabida al otro, de no pretender ocupar todo el escenario persiguiendo los propios intereses inmediatos como si no hubiera pasado ni futuro. Tenemos que apreciar y alentar a los numerosos jóvenes que se esfuerzan por un mundo más justo y atento a la salvaguarda de la creación, confiada a nuestro cuidado.

 

Luego presenta la educación, como factor de libertad, responsabilidad y desarrollo: Es la educación la que proporciona la gramática para el diálogo entre las generaciones, y es en la experiencia del trabajo donde hombres y mujeres de diferentes generaciones se encuentran ayudándose mutuamente, intercambiando conocimientos, experiencias y habilidades para el bien común. Hace una denuncia, haciéndose eco del Mensaje a los participantes en el 4º Foro de París sobre la paz, de noviembre de 2021: Los gastos militares han aumentado, superando el nivel registrado al final de la “guerra fría”, y parecen destinados a crecer de modo exorbitante, frente a lo que propone la búsqueda de un proceso real de desarme internacional no puede sino causar grandes beneficios al desarrollo de pueblos y naciones, liberando recursos financieros que se empleen de manera más apropiada para la salud, la escuela, las infraestructuras y el cuidado del territorio, entre otros; frente a lo que -siempre en el hilo de su Fratelli Tutti- añade que la instrucción a distancia ha provocado en muchos casos una regresión en el aprendizaje y en los programas educativos. 

 

Y, por último, el trabajo para una plena realización de la dignidad humana. Estos tres elementos son esenciales para «la gestación de un pacto social» dice -continuando su planteamiento de la Carta encíclica Fratelli tutti- sin el cual todo proyecto de paz es insustancial. Afirma que sólo un tercio de la población mundial en edad laboral goza de un sistema de seguridad social, o puede beneficiarse de él sólo de manera restringida. La violencia y la criminalidad organizada aumentan en muchos países, sofocando la libertad y la dignidad de las personas, envenenando la economía e impidiendo que se fomente el bien común. La respuesta a esta situación sólo puede venir a través de una mayor oferta de las oportunidades de trabajo digno. Tenemos que unir las ideas y los esfuerzos para crear las condiciones e inventar soluciones, para que todo ser humano en edad de trabajar tenga la oportunidad de contribuir con su propio trabajo a la vida de la familia y de la sociedad… hay que estimular, acoger y sostener las iniciativas que instan a las empresas al respeto de los derechos humanos fundamentales de las trabajadoras y los trabajadores, sensibilizando en ese sentido no sólo a las instituciones, sino también a los consumidores, a la sociedad civil y a las realidades empresariales. En este aspecto la política está llamada a desempeñar un rol activo, promoviendo un justo equilibrio entre la libertad económica y la justicia social. Y todos aquellos que actúan en este campo, comenzando por los trabajadores y los empresarios católicos, pueden encontrar orientaciones seguras en la doctrina social de la Iglesia.

 


Concluye pidiéndonos que sean cada vez más numerosos quienes, sin hacer ruido, con humildad y perseverancia, se convierten cada día en artesanos de paz. Y que siempre los preceda y acompañe la bendición del Dios de la paz.

 

3

¿A quién nos dirigiremos? ¿Quiénes son nuestros destinatarios privilegiados? Pues no nos toca dar la respuesta a nosotros. Vayamos al Evangelio y miremos ¿a quién se quiso dirigir Nuestro Señor?, ¿a dónde apuntó su opción preferencial?: «En la noche de la historia los testigos fueron una buena gente, los pastores. Gente despreciada, gente tenida por marginados. Fueron testigos de la Buena Nueva, de la Gran Noticia, los que vivían despojados de todo, -en eterno éxodo-, los que dormían al sereno de la noche. Fueron testigos del don de María al mundo los que tenían el corazón lleno de estrellas, como las que cubrían su cuerpo, los que estaban acostumbrados a ver la luz en la oscuridad de la noche.

 

En la noche escucharon la Gran Noticia. Y en la noche les llovió Paz. Porque eran buena gente. Paz porque ya la llevaban en su corazón sin poderes. Ellos descubrieron la nueva Estrella, el Mesías esperado… De su misma raza fueron los que descubrieron la señal. Pastores como Abrahán, como Moisés, como David… La señal del Mesías, Rey, Sacerdote y Profeta, es una mujer. Es una madre. Es una virgen.»[1]

 

¡Esta Virgen-Madre es la Madre de Dios! En su ejercicio maternal, su corazón vivió un doloroso éxodo que lo fue traspasando como espada, hasta llegar al pie de la cruz, donde nos recibió como sus hijos, desde ese momento, en adelante, para siempre. El Catecismo ha rescatado el esplendor de la Lumen Gentium para explicarnos que María es, en consecuencia de su maternidad de Jesús, también Madre Nuestra y Madre de la Iglesia: En el numeral 1655 del Catecismo de la Iglesia Católica leemos: “Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la "familia de Dios". Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, "con toda su casa", habían llegado a ser creyentes (cf Hch 18,8). Cuando se convertían deseaban también que se salvase "toda su casa" (cf Hch 16,31; 11,14). Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente”.


 

Avancemos otro paso, vayamos a los numerales 964 y 965:

964 El papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella. "Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte" (LG 57). Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión:

 

«La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26-27)» (LG 58).

 

965 Después de la Ascensión de su Hijo, María "estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones" (LG 69). Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, "María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra" (LG 59).

 

Bajo el acápite María icono escatológico de la Iglesia, en el numeral 972, encontramos este texto escatológico tan iluminador: “Después de haber hablado de la Iglesia, de su origen, de su misión y de su destino, no se puede concluir mejor que volviendo la mirada a María para contemplar en ella lo que es la Iglesia en su misterio, en su "peregrinación de la fe", y lo que será al final de su marcha, donde le espera, "para la gloria de la Santísima e indivisible Trinidad", "en comunión con todos los santos" (LG 69), aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de su Señor y como su propia Madre: «Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo» (LG 68).

 

¿Acaso María fue constituida en Madre de Dios, Madre nuestra y Madre de la Iglesia simplemente para que ella detentara estos honrosos títulos? ¿Para que nosotros viviéramos sujetos bajo su hiperdulía? ¡No, y mil veces no! «¿Dónde encontrar a Dios? ¿Qué rostro tiene Dios? ¿Cómo emprender un camino, un éxodo hacia el Dios verdadero? Desde la noche de Belén, desde las pajas y los pañales y el pesebre, desde la joven al lado del niño acompañada por otro joven, José, Dios se escapa a lo establecido, a lo viejo, a lo hecho, a lo ya encontrado. Dios, en Jesús, se ha hecho nuevo: Buena Nueva para el corazón joven, para el corazón en ritmo del Espíritu… María es lugar imprescindible para encontrar a Jesús. María es la nueva casa de Dios donde se encuentra al Emmanuel. María es el signo, la señal, la estrella que anuncia el día. Ella conduce a Jesús. Ella es Buena Noticia de la Gran Noticia. Ella es “gente sencilla y humilde”, a quien Dios ha revelado su gran secreto: Jesús»[2]

 


«Ella, la Madre, ha aglutinado a la comunidad dispersa, ella ha hecho unidad de la primera comunidad creyente, ella ha creado la armonía entre los hombres que su Hijo había escogido para ser sus testigos en el mundo… María sabe que el amor de Dios se da en la unidad, en el encuentro de los hombres… Es la comunidad orante con María quien va a dar origen  a la Iglesia. Es la comunidad orante con María quien va a atraer de nuevo la fuerza del Espíritu, pues donde está María se hace presente el Espíritu y donde está la comunidad se hace presente el Espíritu… Volver al origen de la comunidad de Jesús es ir a sus raíces. Volver a la pureza de la comunidad cristiana es encontrarse con Pentecostés. Es encontrarse con el fuego que purifica y el viento que remueve y renueva todo»[3]

 


Siguiendo la propuesta de San Francisco esta sería la misión: asumir, también nosotros los que nos sentimos discípulos de Jesús, el rol maternal; asumir con tal intensidad este “seguimiento” como si Jesús fuera, más que nuestro Hermano Mayor, nuestro propio hijo, «… recibir el Espíritu y la Palabra divina en nuestro corazón, hacerla crecer en nosotros por la oración y el amor, dar a luz a Cristo en el mundo mediante nuestras buenas obras y la atención maternal a nuestros hermanos»[4].



[1] Mazariegos, Emilio L. EN ÉXODO CON MARÍA. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1997. p. 38

[2] Ibid, p. 41

[3] Ibid, pp. 127-128

[4] K. Esser, TEMAS ESPIRITUALES (Col. Hermano Francisco 9), Oñate, Ed. Franciscana Aránzazu, 1980, p. 295

sábado, 25 de diciembre de 2021

ALEGRÍA DEL AMOR Y JUBILO DE LA IGLESIA



Eclo 3,3-7.14-17; Sal 127, Col 3,12-21; Lc 2,41-52

 

 

Todos estamos llamados a mantener viva la tensión hacía un más allá de nosotros mismos y de nuestros límites, y cada familia debe vivir en ese estímulo constante. Caminemos familias, sigamos caminando. Lo que se nos promete es siempre más. No desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la plenitud del amor y de comunión que se nos ha prometido.

Amoris Lætitia - Papa Francisco

 

1. La perícopa evangélica en sí

Vamos a ocuparnos de Lc 2, 41-52: «Nos dice que sus padres iban todos los años en peregrinación a Jerusalén para la Pascua. La familia de Jesús era piadosa, observaba la ley.»[1]

 


«Ha participado… en la “subida” a Jerusalén, la visita al templo, la peregrinación anual que marcaba con el sello del pueblo de Dios a todo israelita adulto en la fidelidad de su fe

Y en la compañía de todos los elegidos. La primera salida de Nazaret para el muchacho que se había criado en aquella remota aldea; la primera aventura lejos del entorno de la infancia; el primer viaje a la capital en compañía de sus amigos y de todas las personas mayores del pueblo, como excursión sagrada, como liturgia a pie, como parábola social de un destino común en el templo venerado, donde Dios es Padre.»[2]


 

«Israel sigue siendo, por así decirlo, un pueblo de Dios en marcha, un pueblo que está siempre en camino hacia Dios, y recibe su identidad y su unidad siempre nuevamente del encuentro con Dios en el único templo. La Sagrada Familia se inserta en esta gran comunidad en el camino hacia el templo y hacía Dios.»[3]

 

«Para un muchacho despierto de doce años, que iba creciendo en “sabiduría”, en experiencia, en conocimiento de sí mismo, en profundidad de su conciencia divina y en entrega a su trayectoria humana, aquella escena, llena de luz y color, de voces y alegría, de cánticos y preces, fue una sacudida existencial que avivó los fondos de su personalidad en el escenario de la celebración pascual.

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Al referirnos a este episodio de la vida de Jesús, hablamos de “el Niño perdido y hallado en el Templo”. Pero Jesús ya no era un niño para entonces; y mucho menos “se perdió” en Jerusalén. Más bien habría que hablar del muchacho que “se encontró” a sí mismo en aquella experiencia súbita e intensa de hallarse, por primera vez en su vida consciente, en la Casa de su Padre.

 


Y entonces hizo lo más natural del mundo en su nueva pero radical circunstancia: se quedó en casa… Para María y para José, este fue un gesto duro e inesperado. Ni siquiera sospecharon el golpe. Anduvieron todo un día de camino, los hombres con los hombres, las mujeres con las mujeres, y los jóvenes con unos o con otros, de modo que nadie los iba a echar de menos, creyendo que irían con el otro grupo.»[4]

 

En el capítulo 2 de San Lucas, más exactamente en el versículo 44a leemos νομίσαντες δὲ αὐτὸν εἶναι ἐν τῇ συνοδίᾳ “Pensando que iba en la caravana”. Benedicto XVI glosa esta parte diciendo:  «Lucas llama a la comitiva synodía –“comunidad en camino”-, el término técnico para la caravana.»[5]


 

«Hubo desgarro al notar la falta del hijo, ansiedad en la rápida vuelta a Jerusalén, angustia durante tres días de búsqueda agitada…»[6] Sobre este particular el comentario del Papa nos dice: «… es preciso… dar la razón a René Laurentin cuando nota aquí una callada referencia a los tres días entre la cruz y la resurrección… Son jornadas de sufrimiento por la ausencia de Jesús, días sombríos cuya gravedad se percibe en las palabras de la madre: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc 2, 48)… En aquellos momentos se hace sentir en María algo del dolor de la espada que Simeón le había anunciado (cf. Lc 2, 35)»[7]

 

«“¿Por qué nos has hecho esto?”. Dolor de padres ante la conducta del hijo, a quien comienzan a no entender. Y comienzan a no entenderlo porque él ha comenzado a entenderse a sí mismo y ha obrado en consecuencia.

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Jesús disfrutó aquellos tres días como no lo había hecho hasta ahora en su vida: en aquellas pocas horas en el templo, “creció en sabiduría” mucho más de cuanto había crecido durante años en Nazaret. Se encontró a sí mismo con la fuerza sagrada de su origen divino y su nacimiento humano. El camino de vuelta a Nazaret fue muy distinto del camino de ida a Jerusalén. El muchacho de doce años había encontrado la Casa de su Padre. “¿No sabíais que aquí es donde debo estar?”.»[8]

 


«”Ellos no comprendieron lo que quería decir”, y “su madre conservaba todo esto en su corazón” (Lc 2, 50-51). La palabra de Jesús es demasiado grande por el momento. Incluso la fe de María es una fe “en camino”, una fe que se encuentra a menudo en la oscuridad, y debe madurar atravesando la oscuridad»

 

2. Obediencia o rebeldía

¿Cómo sería vivir con Jesús, tenerlo permanentemente en casa? Si así como nos lo ha dicho el Papa, la fe de María era una fe en camino, ¿quizá podía –por momentos- caer en la inconsciencia de olvidar quien era su Hijo? Muchas veces nos sucede que al estar continuamente cerca del Señor, por ejemplo con su Presencia Eucarística, hay momentos en que no caemos en la cuenta que Él está allí, totalmente presente en su Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad. Estando allí, cerca de nosotros, e inclusive en nuestro propio corazón, al Comulgar, nuestro corazón –inundado de indiferencia- no alcanza a percibir, no logra captar Su Majestuosa Presencia, Su Divino Amor. En ese momento, perdemos a Jesús, de la misma manera que María y José lo perdieron en Jerusalén al partir sin darse cuenta que se iban de regreso a Nazaret abandonando su Preciado Tesoro: el Mesías Encarnado.

 


Este es un grave riesgo, es el peligro de cotidianizar a Jesús en nuestra existencia. Peligro no solo para los clérigos, para los Ministros Ordenados, sino peligro para todos nosotros, porque cualquiera puede caer en esa ceguera espiritual que le impide verlo allí donde Él está a nuestro lado. Así como la cercanía a los árboles nos impide ver el bosque, así la Presencia de Dios en nuestra vida puede caer en lo rutinario, en lo diario, en la monotonía; y puede, dejar de hablarnos, puede enmudecer, hacerse imperceptible.

 

¿Cuánta atención espiritual –o debo decir mejor “tensión espiritual”- hemos de poner para prevenir esta catástrofe? Y es fácil caer en ella: Pensar que, si no viene en el Grupo de las mujeres, vendrá en el Grupo de los hombres o viceversa. El hecho a constatar es que podemos “perder” a Jesús, que podemos vivir de espaldas a nuestra fe, como ocurre con no poca frecuencia, inclusive, fraccionando la existencia esquizofrénicamente, de tal manera que todo lo que el discipulado pide, queda relegado como un discurso del que se puede dar razón pero del que nuestra vida no participa con su testimonio existencial.

 


Ahora bien, al analizar esta situación cabe pensar ¿A Jesús le eran indiferentes sus padres y –con sólo doce años- se estaba “volando” de la casa? ¿Era Jesús un mucharejo rebelde queriendo deshacerse de toda autoridad paterna? He aquí la respuesta que nos da Benedicto XVI: «La libertad de Jesús no es la libertad del liberal. Es la libertad del Hijo, y por ese mismo motivo es también la libertad de quienes son verdaderamente piadosos. Como Hijo, Jesús trae una nueva libertad, pero no la de alguien que no tiene compromiso alguno, sino la libertad de quien está totalmente unido a la voluntad del Padre… Esta conjunción entre una novedad radical y una fidelidad igualmente radical que proviene del ser Hijo, aparece precisamente también en el breve pasaje sobre Jesús a los doce años; más aún, diría que es el verdadero contenido teológico al que apunta el pasaje.»[9]

 

Se podría, simplemente, entender como descuido, ¡qué padres tan despreocupados, tan irresponsables!, ¿Cómo es posible que hayan dejado descuidado y desatendido a un niño de tan sólo doce años? «Según nuestra imagen quizá demasiado cicatera de la Sagrada Familia, esto puede resultar sorprendente. Pero nos muestra de manera muy hermosa que en la Sagrada Familia la libertad y la obediencia estaban muy bien armonizadas una con otra. Se dejaba decidir libremente al niño de doce años el que fuera con los de su edad y sus amigos y estuviera en su compañía durante el camino. Por la noche, sin embargo, le esperaban sus padres.»[10]

 


Tratemos de entender, pues, la conducta de Jesús. «La persona se define en sus decisiones. Mi identidad se revela en las opciones que tomo… La suma de esas opciones, serias o ligeras, trascendentes o leves, rápidas o dilatadas, es la que va determinando, sumando a sumando, el resultado total de mi personalidad. Mis decisiones labran, golpe a golpe, el perfil de mi alma, y lo revelan al labrarlo… La primera información que tenemos acerca de una decisión tomada por Jesús es su conducta, con sólo doce años, en el templo de Jerusalén… Primera Pascua de su vida joven, que culminará en la última Pascua de su sacrificio final*… En la sinagoga de Nazaret había oído los sábados la explicación de las profecías, había vivido en la recitación de los salmos el anuncio de la redención cercana, había dejado resonar en todo su ser las urgentes plegarias de su pueblo por la venida esperada del Mesías… Pero los rabinos de Nazaret eran gente sencilla y de saber limitado, mientras que ahora en Jerusalén, se le brindaba la ocasión única de escuchar, en su propia cátedra del templo sagrado, a las autoridades, supremas en la interpretación de las escrituras… Por eso se puso a escuchar a los doctores de la ley y a hacerles preguntas. No eran preguntas de niño sabio para poner en apuros a los maestros ante los oyentes. No. Eran preguntas de adolescente interesado… y sentía surgir en las intimidades de su ser acerca de su propia misión, su vida, su relación con su Padre y su compromiso de establecer el Reino de Dios en la tierra. Escuchaba y preguntaba porque quería saber…»[11]

 


En Lucas 2, 49 se lee: καὶ εἶπεν πρὸς αὐτοὺς· τί ὅτι ἐζητεῖτε με; οὐκ ᾖδειτε ὅτι ἐν τοῖς τοῦ πατρός μου δεῖ εἶναι με; Él replicó: ¿Por qué me buscaban? ¿No saben que yo δεῖ tengo que estar en la casa de mi Padre?” La palabra clave en la explicación de la decisión que tomó Jesús de quedarse en el templo de Jerusalén es el verbo ‘δεῖ’ que significa lo adecuado, lo que se debe, lo natural, lo propio, lo necesario, lo inevitable; en este caso se traduce –nos parece muy adecuado, y que refleja de manera óptima el sentido que tiene en la frase que registra San Lucas- por “tengo que”. «La palabra griega deí usada aquí por Lucas retorna siempre en los Evangelios allí donde se presenta lo que se establece la voluntad de Dios, a la cual está sometido Jesús. Él “debe” sufrir mucho, ser rechazado, sufrir la ejecución y resucitar, como dice a sus discípulos después de la profesión de Pedro (cf. Mc 8, 31). Este “debe” vale también en este momento inicial. Él debe estar con el Padre, y así resulta claro que lo que puede parecer desobediencia o una libertad desconsiderada respecto a los padres, es en realidad precisamente una expresión de su obediencia filial. Él no está en el templo por rebelión a sus padres, sino justamente como quien obedece, con la misma obediencia que lo llevará a la cruz y a la resurrección.»[12]

 

3. La familia y su función

La vida de Jesús, cada aspecto, cada detalle son sorprendentes, ¿por qué eligió la cruz para morir?, ¿por qué eligió un pesebre a manera de cuna?, ¿por qué quiso tener una familia sí habría podido nacer en un hogar uni-parental, o aparecer en una cesta depositada en cualquier puerta, o –simplemente- haberse aparecido ya adulto sin pasar por ese referente tan, pero tan humano, que es la familia?

 


Dice el Padre Gustavo Baena que «la vida familiar es todavía un vientre en que se sumerge a la persona hasta que se acaba de construir»[13] El numeral 48 de la Gaudium et Spes el ser de la familia, según el designio divino está constituido como «íntima comunidad de vida y amor»[14] de lo cual parte Juan Pablo II para afirmar que: «la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor. Por esto la familia recibe la misión de custodiar revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa.»[15]

 

Al continuar desarrollando esta idea, señala Juan Pablo II: «cuatro cometidos generales de la familia

1)    formación de una comunidad de personas;

2)    servicio a la vida;

3)    participación en el desarrollo de la sociedad;

4)    participación en la vida y misión de la Iglesia»[16]

 

Su santidad Benedicto XVI de una manera muy sintética resume señalando las tareas fundamentales de la familia: «que consiste inseparablemente en la formación de la persona y la trasmisión de la fe»[17]


 

«El Hijo de Dios se hace presente en la sencillez de una familia humana. El nacimiento de Jesús engrandece al género humano y en especial a la familia. Este hogar, donde nace la vida, está enriquecido por las virtudes de un hombre y una mujer, que desde la fe en la promesa, reciben con alegría y esperanza al anunciado por los profetas. Esta pequeña familia recibe en su seno el gran misterio de Dios presente en la persona del Niño, y se convierte en el primer lugar de la solidaridad con el hombre. Así señala el Señor el compromiso de cada familia, de todas las familias de la humanidad: ser el lugar de acogida permanente del Hijo de Dios y el espacio de la solidaridad con todos los seres humanos.

 

¿Qué hace posible que se obre este gran milagro en una humilde familia? La luz de la fe. Creer en Dios y en su plan de salvación, acoger con toda confianza su propuesta y disponerse para vivir en esa dimensión… Esta familia de Nazaret se convierte en el espacio original para acoger, desde la fe más profunda, el misterio del Verbo encarnado.»[18]

 

Al concluir su exhortación apostólica dice Juan Pablo II: «…la Sagrada Familia de Nazaret. Por misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido largos años el hijo de Dios: es pues el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas… san José, “hombre justo”, trabajador incansable, custodio integérrimo de los tesoros a él confiados… la Virgen María… Madre de la “Iglesia doméstica”, y gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una “pequeña Iglesia”… cada familia sepa dar generosamente su aportación original para la venida de su Reino al mundo, “Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz”»[19]

 

Esta aportación se vuelve un imposible si no se cumple con lo que nos señala Benedicto XVI: «Ciertamente, es precisamente la familia, formada por un hombre y una mujer, la ayuda más grande que se puede ofrecer a los niños. Estos quieren ser ambos por una madre y por un padre que se aman, y necesitan habitar, crecer y vivir junto a ambos padres, porque la figura materna y paterna son complementarias en la educación de los hijos y en la construcción de su personalidad y de su identidad. Es importante, por tanto, que se haga todo lo posible por hacerles crecer en una familia unida y estable.

Con este fin, es necesario exhortar a los cónyuges a no perder nunca de vista las razones profundas y la sacralidad de su pacto conyugal y reforzarlo con la Palabra de Dios y la oración, el diálogo constante, la acogida recíproca y el perdón mutuo. Un ambiente familiar no sereno, la división de la pareja, y en particular, la separación con el divorcio no dejan de tener consecuencias para los niños, mientras que apoyar a la familia y promover su bien, sus derechos, su unidad y estabilidad, es la mejor forma de tutelar los derechos y las auténticas exigencias de los menores.»[20]

 

En síntesis, «Dios pone ante nosotros a la Sagrada Familia de Nazaret como el modelo a seguir para todas las familias. La unidad familiar es la estructura básica sobre la que está construida la sociedad humana. Una buena familia cristiana es un poderoso testimonio del amor que Dios ha revelado para nosotros en el ejemplo de Jesús y de su relación con su Madre María y con José.»[21]


 

Papa Francisco ha querido concluir su Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Lætitia con una Oración a la Sagrada Familia que nosotros reproducimos aquí:

Jesús, María y José́
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.

Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,

auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas iglesias domésticas.

Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios

de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado

sea pronto consolado y curado.

Santa Familia de Nazaret,
haz tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,

de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José́,
escuchad, acoged nuestra súplica.

Amén.

 



[1] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta Bogotá Colombia 2012 p. 125

[2] González Vallés, Carlos. «CRECÍA EN SABIDURÍA…» Ed. Sal Terrae Santander-España pp. 11-12

[3] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. Op. Cit. p. 126-127

[4] González Vallés, Carlos. Op. Cit. pp. 13-14

[5] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. Op. Cit. p. 127

[6] González Vallés, Carlos. Loc. Cit.

[7] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. Op. Cit. p. 128

[8] González Vallés, Carlos. Op. Cit. pp. 14-16

[9] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI Op. Cit. p. 126

[10] Ibid p. 127

También Benedicto XVI se refiere a este aspecto pascual diciendo en la obra citada: “Así, desde la primera Pascua de Jesús se extiende un arco hasta su última Pascua, la de la cruz.” Op. Cit. p. 128

[11] González Vallés, Carlos. Op. Cit. pp. 11-15

[12] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. Op. Cit. p. 129

[13] Baena, Gustavo s.j. LA VIDA SACRAMENTAL Ciclo de Conferencias dictadas en el Colegio Berchmans Cali-Colombia 1998.

[14] CONSTITUCIÓN PASTORAL GAUDIUM ET SPES ed. Paulinas 3ª ed. 1967 p. 69

[15] Juan Pablo II FAMILIARIS CONSORTIO 22 DE Noviembre de 1981 p. 31

[16] Ibid.

[17] Benedicto XVI EL AMOR SE APRENDE. LAS ETAPAS DE LA FAMILIA. Romana Editorial Madrid – España 2012 p. 48

[18] Restrepo S, Jaime Pbro. NAVIDAD EN FAMILIA, UNA EXPERIENCIA DE FE. En Revista Iglesia SINFRONTERAS. #361 Misioneros Combonianos.

[19] Juan Pablo II FAMILIARIS CONSORTIO 22 DE Noviembre de 1981 pp. 156-157

[20] Benedicto XVI EL AMOR SE APRENDE. LAS ETAPAS DE LA FAMILIA. Romana Editorial Madrid – España 2012 pp.94-95

[21] Buckley, Michael Mnsr. ORACIONES PARA EL CATÓLIOCO DE HOY Ed. Martínez Roca Colombia 2002. pp. 20-21