sábado, 26 de enero de 2019

LA PALABRA VOCACIONA A LA DIACONÍA EN LA KOINONÍA


Ne 8,2-4a.5-6.8-10; Sal 19(18),8.9.10.15; 1 Co 12,12-30; Lc 1,1-4;4,14-21

Si lo que pretende la comunidad es la edificación de sus miembros como cuerpo del resucitado, ello quiere decir que los carismas son las personas mismas con sus valores salvadores y no sencillamente cualidades de las personas, no discernidas con los criterios del Evangelio.
Gustavo Baena s.j.

Sin pretender ser especialista en este asunto, y solo como referencia metafórica, hablaremos de los organismos. El constituyente fundamental de los organismos son -precisamente- los órganos; los órganos se forman por tejidos y, estos a su vez, se constituyen por células. Luego en la base de un organismo están las células.  Confiamos en no estar diciendo imprecisiones.  De esto surge, evidentemente, el interrogante de ¿cómo se unen, se comunican y trabajan en equipo esas células? ¿Cómo se conforman los tejidos y a su vez, cómo estos conforman órganos? Tomo como ejemplo las diversas células que componen la sangre a las cuales nos referimos como glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas sanguíneas que al ser originadas, por las células madre, no están maduras y, en la medida en que se subdividen van alcanzando progresivamente su madures y especialización. Circulan por todo el organismo, lo nutren y le dan su dinamismo. El tema de hoy es la Palabra de Dios como sangre que sustenta el Cuerpo Místico de Cristo.


Nosotros, cada uno, somos células de ese Cuerpo Místico; ¿cómo nos unimos? ¿Cómo superamos nuestra discrecionalidad? ¿Cómo trascendemos nuestra individualidad? Nuestros “conectores” no son físico-mecánicos, lo que a nosotros nos “conecta” es otra cosa, pero también conformamos tejidos, y esos tejidos configuran órganos, los órganos interactúan en un ensamble orgánico y ¿cómo alcanzamos el status de organismo?, que no el de organización. «Uno salva en la medida en que participa lo divino que uno posee al otro. La comunidad está participando divinidad al otro. ¿Cuál es la función de la divinidad en nosotros? ¿Qué hace lo divino en cada persona?... Dios crea a los seres humanos participándoles la divinidad. La gran verdad del cristianismo consiste en que Dios crea a los seres humanos trascendiéndose en ellos… Si nosotros somos mansos y abiertos a la divinidad que vive en nosotros, resultamos obrando divinamente.»[1]

Para adentrarnos un poco en esta comparación, vayamos el #33 de la Lumen Gentium, donde leemos: «Por designio divino, la santa Iglesia está organizada y se gobierna sobre la base de una admirable variedad. «Pues a la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, y todos los miembros no tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros» (Rm 12,4-5).


Por tanto, el Pueblo de Dios, por Él elegido, es uno: “un Señor, una fe, un bautismo” (Ef 4,5). Es común la dignidad de los miembros, que deriva de su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección: una sola salvación, única la esperanza e indivisa la caridad. No hay, por consiguiente, en Cristo y en la Iglesia ninguna desigualdad por razón de la raza o de la nacionalidad, de la condición social o del sexo, porque «no hay judío ni griego, no hay siervo o libre, no hay varón ni mujer. Pues todos vosotros sois "uno" en Cristo Jesús» (Ga 3,28 gr.; cf. Col 3,11).

Si bien en la Iglesia no todos van por el mismo camino, sin embargo, todos están llamados a la santidad y han alcanzado idéntica fe por la justicia de Dios (cf. 2 P 1,1). Aun cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo. Pues la distinción que el Señor estableció entre los sagrados ministros y el resto del Pueblo de Dios lleva consigo la solidaridad, ya que los Pastores y los demás fieles están vinculados entre sí por recíproca necesidad. Los Pastores de la Iglesia, siguiendo el ejemplo del Señor, pónganse al servicio los unos de los otros y al de los restantes fieles; éstos, a su vez, asocien gozosamente su trabajo al de los Pastores y doctores. De esta manera, todos rendirán un múltiple testimonio de admirable unidad en el Cuerpo de Cristo. Pues la misma diversidad de gracias, servicio y funciones congrega en la unidad a los hijos de Dios, porque «todas... estas cosas son obra del único e idéntico Espíritu» (1 Co 12,11).


Los laicos, del mismo modo que por la benevolencia divina tienen como hermano a Cristo, quien, siendo Señor de todo, no vino a ser servido, sino a servir (cf. Mt 20,28), también tienen por hermanos a los que, constituidos en el sagrado ministerio, enseñando, santificando y gobernando con la autoridad de Cristo, apacientan a la familia de Dios, de tal suerte que sea cumplido por todos el nuevo mandamiento de la caridad. A cuyo propósito dice bellamente San Agustín: «Si me asusta lo que soy para vosotros, también me consuela lo que soy con vosotros. Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano. Aquel nombre expresa un deber, éste una gracia; aquél indica un peligro, éste la salvación»[2]

En el Libro de Nehemías –Libro muy interesante que se ocupa del regreso de Babilonia para encontrar todo en ruinas e iniciar el proceso de reconstrucción de la Comunidad- en la perícopa que se lee este Domingo como Primera Lectura, dice que les presentó el Libro de la Ley (la Torah, la instrucción, más o menos “la catequesis”), a “todo el pueblo congregado, hombres y mujeres, todos los que tenían uso de razón”, se está refiriendo a la parte de la Sagrada Escritura que nosotros llamamos Pentateuco, valga decir, los Cinco Primeros Libros de la Biblia. En la versión, en lengua hebrea, que consultamos, se refiere al pueblo congregado que “como un solo hombre” reciben la lectura del Libro, allí, con esa expresión se nos habla de un sentido de  unidad alcanzada.

Se enumera una serie de actos sucesivos que constituyen el “ritual de lectura”, es decir se está definiendo una “liturgia de la Palabra”:

Esdras les presentó el Libro (procesión con el Leccionario en alto)
Abrió el Libro a la vista de todos
Todo el pueblo se puso de pie (lo que nosotros hacemos al leer el Evangelio)
Bendijo al Señor Dios altísimo
El pueblo levantando los brazos  contestó Amén, amén
Se postraron inclinando la cabeza
Los levitas les estuvieron leyendo
Lo iban traduciendo al araméo y explicando (Targum)
Todo el pueblo empezó a llorar
Luego viene “el envío”: irse, celebrar un banquete y beber y compartirle a los que no tengan
Fortalecerse (porque es un lugar de seguridad, de protección), en la alegría.

Si seguimos leyendo en Nehemías –en el resto del capítulo 8- encontramos que se inicia la fiesta de las “enramadas” o de las “chozas” que se había dejado de celebrar por la deportación, y que siguieron leyendo toda la semana, no sólo el primer día al que se refiere la perícopa. Pensemos ahora en la primera parte de la Eucaristía en la Liturgia de la Palabra, después de los ritos iniciales, y ubiquemos las similitudes; también tratemos de vislumbrar –con mirada histórica- cómo la “Palabra de Dios unifica corazones y voluntades e inspira unidad al Pueblo.


«Esa costumbre de leer en la oración la Palabra de Dios se “institucionalizó en el judaísmo por el uso sinagogal de la Palabra. De hecho, la Escritura leída en alta voz y escuchada en la sinagoga, luego es interpretada por el Tárgum y la predicación. El Tárgum, tan querido por los judíos, es precisamente una re-lectura meditada.»[3] Lo cual nos lleva a la perícopa del Evangelio. Esta perícopa está organizada por dos partes, la primera, va en el capítulo 1 los versos 1-4, se refiere, al origen del Evangelio según San Lucas, el que nos ocupa en este año del ciclo C. La segunda –del capítulo 4, toma los versos del 14 al 21, está relacionada con el Libro del profeta Isaías, que es –según lo narra San Lucas- el que lee Jesús en la sinagoga. Allí hay un signo muy especial, podrían haberle “presentado” cualquier otro Libro, y Él podría haber leído en cualquier otra parte, pero –y ahí está lo cristofánico del hecho- precisamente leyó el texto del Año Jubilar: el Año Jubilar es el Año de εὐαγγελίζω [euangelitzo], de la predicación de la Buena Noticia (al españolizarlo daría “evangelización”), de la liberación de los cautivos, de darle vista a los ciegos, y libertad (envio) a los que habían caído en la esclavitud por deudas (la expresión –que sólo usa Lucas- significa “los quebrados”, los “declarados en quiebra”- la expresión no es Año de Gracia, sino época o ciclo “bienvenido porque viene de Dios”, porque es don del Señor. Aquí Jesús es manifestado, revelado, designado “el que tiene el Espíritu del Señor sobre Él”.

Cuando en el verso 20, Él cierra (enrolla) el Libro, termina un ciclo, la edad de las promesas y se da comienzo a esta Nueva Era, la Edad de la Nueva Alianza, cuando todo lo que fue vaticinado empieza su realización y se comienza la construcción del Reino: Se trata de la Época del πεπλήρωται “Cumplimiento”. (No vayamos a olvidar el tema del Domingo anterior: ¡El Novio cumple-la Novia es fiel! Es acometida de la Alianza donde ha de cumplirse la reciprocidad).

Para hablarnos de esta reciprocidad y refrendarla tenemos el Salmo. Se trata del Salmo 19(18), que es un salmo de la categoría de los salmos hímnicos. Esta clase de salmos están integrados por tres partes, la propuesta que hacen los levitas sobre lo oportuno que es entonar un himno, el cuerpo hímnico, propiamente dicho y un cierre o conclusión. En el caso de este salmo no hay convocatoria para entonar el himno, se entra directamente al cuerpo hímnico, que está integrado por dos fragmentos: Himno a la Creación en lo cósmico (el cielo, la tierra, el sol); e himno a la perfección de las Enseñanzas del Señor (la Ley), aquí en el Salmo recibe diversos nombres: Mandamientos, mandatos, enseñanzas, la Voluntad del Señor. La perícopa elegida para este Domingo sólo toma de la  conclusión la última estrofa, el verso 15; se centra –con las otras tres estrofas- en el himno que alaba las Enseñanzas del Señor, sus mandatos, para guardar coherencia con el propósito de referirse al Don Escriturístico, la Palabra dada por Dios al ser humano.

La misma Palabra de Dios, en 1Cor 12, 12-30, Segunda Lectura de este Tercer Domingo Ordinario (C), nos muestra como miembros todos del Único Cristo, de su Cuerpo Místico, señalando el bautismo como sacramento de incorporación. Señalando la mutua interdependencia, especifica nuestra unidad en el Único Espíritu, donde cada uno tiene su rol, y sus atributos propios, donde algunos requieren mayor cuidado –con vistas a su debilidad, siendo todos necesarios y complementándose los unos a los otros. Como Dios lo ha dispuesto así no debe haber división entre nosotros y –nos encarga- ser solidarios en la dicha tanto como en el sufrimiento. No todos han sido adornados con los mismos carismas y el reparto de esos dones lo ha hecho Dios: “Si el oído dijera: «No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como Él quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No los necesito»” (1 Cor 12, 16-21).

Veamos algunas precisiones que son urgentes:

«…el modo de proceder de Dios al crear el hombre, tal como se nos revela en la Encarnación, (G.S. n. 22) consiste en trascenderse a sí mismo en el hombre, dándose gratuitamente a él, habitando en él por su Espíritu y haciendo comunidad con él, al compartir la vida divina con él. De allí que el hombre sea tanto más hombre, como especial criatura de Dios, en cuanto sea una imagen, cada vez más clara, de Dios; es decir, en cuanto que el mismo hombre se trascienda en sus hermanos, dándose gratuitamente a ellos y haciendo comunidad con ellos. Esto es fundamentalmente hacer comunidad o koinonía.

Jesús llamó este acontecer el real Reino o soberanía de Dios en el hombre, al acogerse con todo su ser a su voluntad; mientras que Pablo lo llamó el acontecer de la muerte y resurrección de Cristo en el creyente, convirtiéndose éste en el cuerpo de Cristo paciente por la obediencia de la fe a la acción del Espíritu del resucitado.»[4]

Queremos resaltar, en esta cita del Padre Baena, que construir comunidad (koinonía) requiere trascender la mismidad –el cierre sobre uno- abriéndose a los hermanos, dándose con gratuidad y siendo comunidad con ellos. Ahora bien, de esos hermanos, la Primera de Corintios prioriza los más débiles, a los más necesitados. Se retoma el tema de la opción preferencial.


Por otra parte, en la dinámica de ser Cuerpo Místico de Cristo, aparece un horizonte, la apertura al acontecer del Reino. Este acontecer es la amorosa acogida de la soberanía de Dios en nuestro ser. Va más allá el Padre Baena al distinguir la Iglesia como segmento topológico del Pueblo de Dios la ecclesia y el concepto dinámico, el de koinonía que entraña una “praxis gratuita de caridad ordenada”.

La dificultad en la época del regreso del exilio se dio con la idolatrización de la Ley, de la revelación, que la enfocó como el todo de la justificación y de la inserción en el linaje de Abrahán. El salto en la Nueva Alianza, la superación de esa idolatría, es que ve la justificación y la incorporación en el pueblo de Dios como aceptación y apertura al acontecer salvífico de Jesucristo muerto y resucitado, precisamente en la voluntad de ser ecclesia y koinonía, es decir, de insertarse en la edificación del Reino con un compromiso de fraternidad en el Padre-Dios.

El cuerpo Místico no es una organización sino un organismo. El Concilio Vaticano II dio un enfoque decisivo para este asunto: «Ciertamente el Concilio asume,… la categoría "cuerpo de Cristo" tal como se revela en San Pablo, esto es, la comunidad no es una organización de individuos de antemano configurados en donde cada uno entrega a la organización lo que produce por sí mismo en beneficio de los objetivos o metas propias de la misma; muy al contrario, la Iglesia como comunidad es un organismo vivo y en cuanto tal su finalidad son sus miembros, esto es, su edificación como hijos de Dios; de allí que lo único que en ese organismo circula es la vida de Dios; todo otro elemento o interés sería extraño y contaminaría la unidad de vida del organismo.»[5]


Lo que circula es la vida de Dios. La Palabra de Dios es su vida misma –aun cuando no exclusivamente, porque está junto a esta, la vida sacramental-  comunicada, revelada, entregada como sustancia nutricia, como savia vital que alimenta el Cuerpo Místico. Pero el Cuerpo Místico es el conglomerado de las “células” que no alcanzan a ser tejido, y mucho menos órganos, a menos que se dé la dimensión dinámica de la koinonía. Células  independientes no son Cuerpo Místico, son -cuanto mucho- organismos unicelulares, creemos que los biólogos las tienen como manifestaciones primitivas, por muy numerosos que sean en la tierra…


Trascender, y poner nuestros carismas al servicio de la fraternidad. El Cuerpo Místico ya se vislumbraba el Domingo previo, cuando los Testigos (y colaboradores) del signo eran los “diáconos” (los que sirven), quienes ayudaron a llenar las seis hidrias de piedra; según el decir de la Lumen Gentium (ver supra) cada miembro está al servicio (diaconía) de los otros miembros: “si hemos recibido la capacidad para algún servicio, hay que servir” (Rm 12,7a). ¡Todos tenemos alguna, usemos bien de ella!





[1] Baena, Gustavo. s.j. LA VIDA SACRAMENTAL. Conferencias Colegio Berchmans. Cali – Colombia 1998.
[2] Concilio Vaticano II LUMEN GENTIUM. CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA SOBRE LA IGLESIA. Noviembre 21 de 1964 Las cursias son nuestras.
[3] Mercier F., Roberto, pss LECTIO DIVINA Y ESPIRITUALIDAD BÍBLICA Ed. CELAM Colección Iglesia en Misión #8 Santafé de Bogotá, 1997. p. 36
[4] Baena, Gustavo. EL PUEBLO DE DIOS EN LA REVELACIÓN. Curso al CURFOPAL. U. Javeriana Bogotá –Colombia p.73
[5] Ibid p. 82

sábado, 19 de enero de 2019

JESÚS, EL CORAZÓN DE LA FIESTA


Is 62, 1-5; Sal 96(95), 1–3. 7–10ac; 1 Co 12, 4-11; Jn 2, 1-11

Es maravilloso ver a Cristo presente en una fiesta con sus discípulos y con  María, su madre. Hay demasiada gente que, con la mejor intención, tienen la sensación de que el ser cristiano no es compatible con la alegría de la fiesta.
Helder Câmara

Al reflexionar sobre los textos de la Sagrada Escritura que leemos en la Eucaristía, requerimos un enfoque adecuado.  Estas reflexiones tienen que entenderse como un esfuerzo de acercamiento a Dios. No son recursos para polemizar, ni muchísimo menos enredos intelectuales para posar de erudición, no estamos ante la opción de los devaneos mentales sino ante un auténtico ejercicio de fe. Se trata –a eso aspiramos- de un sincero y humilde empeño de estar cerca de Jesús. Se trata de sentarse a sus pies para escucharlo, y, quizá interpelarlo sobre nuestras dudas, tratando de sacarle a cada una de sus palabras toda la sustancia que podamos.

En esa adecuación de nuestra actitud, se incluye tener despierta la conciencia de la profundidad y extensión de la riqueza inabarcable de su Palabra, que no podemos pretender agotarla, como nos lo explica San Pablo, “en el momento presente vemos las cosas como en un mal espejo y hay que adivinarlas, pero entonces las veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como soy conocido.” (1Cor 13, 12)
lo que no puede conducirnos al derrotismo, sino, con mansedumbre y sencillez –hasta donde nos sea posible- tratar de ahondar y saborear todo cuanto seamos capaces de beber del agua de Vida que Él nos brinda: En ello nos va la enorme responsabilidad de poder dar razón de nuestra fe. «La Sagrada Escritura contiene, de manera explícita o implícita, una serie de elementos que permiten obtener una visión del hombre y del mundo de gran valor filosófico. Los cristianos han tomado conciencia progresivamente de la riqueza contenida en aquellas páginas sagradas. De ellas se deduce que la realidad que experimentamos no es el absoluto; no es increada ni se ha autoengendrado. Sólo Dios es el Absoluto. De las páginas de la Biblia se desprende, además, una visión del hombre como imago Dei, que contiene indicaciones precisas sobre su ser, su libertad y la inmortalidad de su espíritu. Puesto que el mundo creado no es autosuficiente, toda ilusión de autonomía que ignore la dependencia esencial de Dios de toda criatura —incluido el hombre— lleva a situaciones dramáticas que destruyen la búsqueda racional de la armonía y del sentido de la existencia humana. Incluso el problema del mal moral —la forma más trágica de mal— es afrontado en la Biblia, la cual nos enseña que éste no se puede reducir a una cierta deficiencia debida a la materia, sino que es una herida causada por una manifestación desordenada de la libertad humana. En fin, la palabra de Dios plantea el problema del sentido de la existencia y ofrece su respuesta orientando al hombre hacia Jesucristo, el Verbo de Dios, que realiza en plenitud la existencia humana. De la lectura del texto sagrado se podrían explicitar también otros aspectos; de todos modos, lo que sobresale es el rechazo de toda forma de relativismo, de materialismo y de panteísmo.»[1]

La Boda de Dios con Jerusalén
La unión esponsal es en la biblia el símbolo más elevado de la alianza entre Dios y su pueblo.
Silvano Fausti

¿De qué trata la Primera Lectura? De un amorío, se refiera a una “amada” que cambia su status como resultado de la dignificación que le concede el amor. ¿Y quién es la amada? ¡Jerusalén! Y, ¿Quién es el Amado? El Señor. ¿Cómo la dignifica el Señor? La convierte en Corona esplendida y en Diadema Real. La saca de una pobre y triste condición de Abandonada, de Desolada y la lleva a una nueva condición: la hace Preferida, Esposa, Predilecta. Esta historia tiene un dulce y sublime desenlace: Él, –Dios- se casa con ella, este Joven (y es que Dios siempre es Joven), alcanza la felicidad con ella. Se casó con בְּתוּלָה [betulah] “una Virgen”; aquí comienza la valoración de la virginidad. Se trata de una alegoría nupcial, se trata otra vez de la Alianza, una Alianza que para la mentalidad judía es más trascendental que las Alianzas políticas y militares y que las alianzas diplomáticas; se trata de la Alianza Marital, una Alianza como la de Dios con su Pueblo, que es el epítome de toda alianza.


No se callará, no descansará hasta lograr que tenga un Nombre nuevo. Un Nombre que la honre. Y eso conecta con el salmo, del cual se han tomado los versos que se refieren al Nombre del Señor. La Primera Lectura se ocupa del nombre que tendrá la Consorte (Consortes son aquellos quienes tienen sus bienes en común), el salmo nos convoca a la Alabanza del Santísimo Nombre del Señor.

Cantemos la Gloria de esta Alianza
El Domingo pasado teníamos un Salmo del grupo de los salmos de “YHWH reina”. También hoy, y al igual que el Domingo anterior, se trata de un salmo del cortejo procesional que se encamina hacia el Templo, entre aclamaciones y gritos de júbilo, festejando que se va a re-entronizar a YHWH en el Sancta Sanctorum.  

Aquí el jolgorio se manifiesta con los cantos. La invitación es a cantar y eso implementa el ambiente festivo y celebrativo. ¿Qué es lo que se celebra?: Pues, ya lo hemos dicho, la Entronización de Dios. Pero Dios no se mueve, siempre está en su Trono, ya hemos dicho en otra parte que los judíos copiaron la idea de “entronización” de los babilonios, cuando fueron deportados allí, pero, nunca creyeron que fuera necesario llevar al Trono a Dios, pues siempre hubo consciencia que su Reinado es eterno: "Decid entre las gentes: «¡Yahveh es Rey!»(Sal 96(95),10a,b), la ceremonia de entronización era meramente simbólica, como una fórmula de recordación de que su Dios era su Rey. Así, al celebrar la realeza de Dios, simétricamente se está celebrando que fueran ellos precisamente, su pueblo elegido. La alegría es básicamente, por ser sus “súbditos”. La festividad aclama la reciprocidad: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” (Jr 7,23). Podríamos decir que los Salmos de YHWH lo que celebran en el fondo, es la Alianza. El significado radiante de la Primera y el Salmo sólo se descifra a cabalidad cuando se remiten a la perícopa del Evangelio.


En el Salmo se festeja a Dios –Rey como Creador, sin embargo, a continuación se celebra el anuncio de su próxima, muy cercana venida como regente, que viene a gobernar, pero que no gobernará con despotismo, sino con rectitud. Él gobierna a los pueblos rectamente." (Sal 96(95), 10d); en este caso מֵישָׁר [meshar] “rectamente” (es adverbio que modifica a “gobernar”) se puede traducir correctamente como “equidad”, “justicia”. En el verso 12, usará el verbo שָׁפַט que es más propiamente gobernar. La dicha festiva se ve intensificada ante la perspectiva del Rey que “ya llega” a regentar con justicia y no con la dolorosa y temida tiranía. Nosotros, por ser sus discípulos, estamos convocados también a –conforme se pide en el capítulo 16 del Deuteronomio- “Actuar siempre con toda justicia” (Dt 16, 18-20), esta es la consigna para la celebración de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que se cumple este año entre el 18 y el 25 del mes de este enero, donde se ruega, en un sano ejercicio de ecumenismo, para lograr superar las separaciones que nos alejan. En el mismo Deuteronomio, en el verso 20a dice: “La justicia y sólo la justicia es lo que ustedes deben seguir…”. Es pues parte sustantiva de la Alianza el cumplimiento de la justicia, que sin dudar Dios nos trae.

La generosa alegría del Cielo: obra reveladora de Jesús
La alegoría puede también referirse a la Iglesia en cuanto misterio –Cuerpo y Esposa- del Cristo Total.
P. Roberto Mercier F. pss

Para este Segundo Domingo Ordinario tomamos -del Evangelio de San Juan- la perícopa de las Bodas de Caná. Revisemos el contexto: En estos capítulos 2-3 tenemos 4 cuadros o escenas diversas: empezando con el primer milagro en las Bodas de Caná, que se puede –junto con los episodios de los dos Domingos anteriores, de Los Reyes Magos y el Bautismo de Jesús- entender cómo (φανερόω) epifanía, o mejor, una cristofanía en tríptico, donde se manifiesta la Gloria de Jesús; seguida de la expulsión de los vendedores del Templo (la primera escena muestra donde está Dios y la segunda donde ya no está), que conforman el capítulo 2; seguidos del testimonio de Nicodemo: “Rabí, nosotros sabemos que has venido de parte de Dios como Maestro, porque nadie puede hacer señales milagrosas como las que Tú haces, a no ser que Dios esté con él.”(Jn 3, 2b-d); y cierra el capítulo el testimonio final de Juan el Bautista, donde declara: “El Padre ama al Hijo y pone todas las cosas en sus manos. El que cree al Hijo tiene la Vida, pero el que no quiere creerle no conocerá la vida, sino que pesa sobre él la cólera de Dios” (Jn 3, 35-36); con lo cual concluye el capítulo 3. Con todo lo dicho anteriormente se entiende de sobra porque escogió Dios esta ocasión para  hablarnos de la Alianza y obrar su primer signo. Signo que se anticipa –casi con datos de prematuridad- ante la solicitud de la Santísima Madre.


Después de esta aparición de la Santísima Virgen en este pasaje de la Vida de Jesús, no la volveremos a encontrar hasta llegar al Calvario. De todas maneras, si Jesús es nuestro Alfa y Omega; la Virgen es Alfa y Omega en la vida de Jesús. Nunca exageraremos la importancia de María Santísima en la historia de Salvación. Ella pronuncia una fórmula sumaria de la proclamación del Mesías: Ὅ τι ἂν λέγῃ ὑμῖν, ποιήσατε. “Hagan todo lo que Él les diga”. ¡Esta es la frase central que condensa todo la Evangelización! Ser atentos y obedientes a cada palabra que su Boca y su Vida pronuncien. «… Jesús se dirige a ella y la llama “mujer”. En la Biblia, ningún hijo llamaba de ese modo a su propia madre. Solamente el marido podía llamar a su esposa “mujer”. Eso muestra que la “madre de Jesús”, en el Evangelio de Juan, representa un grupo. Es el grupo de los que se mantuvieron fieles a Dios y, ahora, manifiestan esa fidelidad obedeciendo a Jesús… el verdadero esposo de la humanidad es Jesús, pues así fue como Juan bautista lo anunció (cf. 1, 15. 27. 30).»[2] «… Jesús se dirige aquí, NO a su madre María sino a su madre PUEBLO (el Pueblo es “MUJER” en el Antiguo Testamento). Aquí ella representaría la parte de ese pueblo que, por su fidelidad a Yavé y las esperanzas, ha hecho posible la venida del Mesías. Es la primera en darse cuenta de que el antiguo sistema religioso es frio, vacío… le falta vino. El vino del Evangelio ha sustituido el sistema vacío de antes. El agua de la LEY antigua (seis tinajas de piedra para las purificaciones”)… Ella fue la primera en darse cuenta de que en esas antiguas relaciones entre Dios y el pueblo ya faltaba calor, cariño, emoción, pasión.»[3]


El signo no es el milagro –que el Evangelio de Juan apenas si menciona-, el énfasis está puesto en la desmesura, en la prodigalidad, en la abundancia, en la derrochadora generosidad, algo como 150 galones del “mejor vino”. El vino aquí nos indica en la dirección de la gran dicha festiva, es la prodigalidad de la alegría. Por medio de este signo, se nos informa en el verso 11 que, los discípulos creyeron. El mayordomo, no se dio cuenta del signo, pensó que era simplemente otra reserva de vino, no sabía que era agua trasformada; la pareja de recién casados –que son, en el fondo, los beneficiarios del milagro- son anónimos en el relato, excepto cuando el mayordomo llama al esposo para felicitarlo por esta nueva tanda de vino. Los que se dieron cuenta porque llenaron las tinajas y fueron a llevarle la prueba al “maestre-sala” fueron los διακόνοις [diaconois] “sirvientes”.  A ellos se dirigió María para allegar el agua a trasformar.

«Cuando yo era niño, vivía cerca de nosotros una mujer muy buena, pero rígida y severa. Un día en que yo estaba armando algún jaleo, puesto que yo vivía normalmente, como cualquier niño sano, aquella vecina me agarró del brazo y me increpó: “¡Niño, no saltes de ese modo! El Niño Jesús no saltaba. No grites: el Niño Jesús no gritaba. En el cielo todo el mundo está sentado, tranquilamente, con los brazos cruzados, contemplando al Señor…”

Menos mal que para entonces ya sabía yo que semejante visión del cielo no era posible. ¡Ah, no, el cielo es tan diferente…!»[4]

Los Carismas son para el bien de todos
Vayamos directo a la médula de la Segunda Lectura, y nos parece que en esta perícopa de la Primera Carta a los corintios es: “… las diversas manifestaciones de la acción del Espíritu en cada uno se dan para el bien de todos”. En la Epístola se le dan diversos nombres: se les llama ministerios, diversidad de actividades, carismas; y se enumeran algunos:
·         Sabiduría para hablar
·         Conocimiento para enseñar
·         Poder de la fe
·         Curación de enfermos
·         Poderes milagrosos
·         Don de profecía
·         Glosolalia
·         Interpretación de lenguas
Y, el mismo Espíritu los distribuye como Él quiere.

«Los corintios valoraban los dones espectaculares, en especial, hablar en lenguas y profetizar. Quienes poseían tales dones se creían los dueños de la comunidad. Así pues tenemos más de un conflicto entre “fuertes” y “débiles”, ya que los primeros pretendían conservar sus privilegios y su posición social. Su afán de dominación pervertía el sentido de las celebraciones y de la vida comunitaria. Era una vuelta a los ídolos mudos (12,2)… Pablo muestra a los “fuertes” que el don de lenguas o el de profecía son menos importantes que otros. De hecho, en la lista de dones que presenta (12, 7-11), coloca la profecía en quinto lugar y el don de lenguas en el último, condicionándolo, además, al don de interpretación. Hablar en lenguas sin intérprete alguno es puro exhibicionismo y no representa ninguna ayuda para el crecimiento de la comunidad. Es pura exaltación, semejante a la idolatría de la sociedad establecida»[5]

Los verdaderos seguidores de Jesús conformamos el Cuerpo Místico de Cristo. En Él cada uno cumple cierta función, tiene cierto encargo. Nadie puede poseer todas las funciones. Uno es mano, otro es boca, otro es cabeza. Todos son dignos y todos se necesitan. Todos son importantes, cada uno desde su función. Para que todos sean del mismo cuerpo, todos deben estar animados por el mismo Espíritu: αὐτὸς θεὸς ὁ ἐνεργῶν τὰ πάντα ἐν πᾶσιν. “Dios que hace todo en todos es el mismo”1 Co 12, 6b. Esta distribución de dones se hace según los criterios del Espíritu que los reparte a su arbitrio. A nosotros nos corresponde gozar y alegrarnos en esta distribución y reconocernos mutuamente dependientes y mutuamente necesitados.


Pensemos y reflexionemos, hemos sido dotados con diversos carismas y todos los miembros de la comunidad tienen el suyo. El de María, en el relato evangélico, fue la sensibilidad para darse cuenta de la situación por la que atravesaba aquella pareja a quienes en su fiesta de bodas, se les había agotado el vino. También a nosotros nos corresponde estar atentos y, a partir de los carismas recibidos, esmerarnos por proveer la “solución” necesaria a cada coyuntura, tal que, la felicidad no falte, como no faltó el vino –antes bien- se gozó el de "mejor calidad” cuando la caridad misericordiosa de Jesús lo proveyó. ¡Son talentos para servir, no para lucirnos!



[1] San Juan Pablo II FIDES ET RATIO #80
[2] Bortolini, José. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE JUAN. EL CAMINO DE LA VIDA. Ed. San Pablo. Bogotá –Colombia 2002. p. 32-33
[3] Seubert, Augusto. CÓMO ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1999 pp. 30-32
[4] Câmara, Helder . EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae. Santander 1985 p. 51
[5] Bortolini, José. CÓMO LEER LA PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS CONFLICTOS EN COMUNIDAD. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá –Colombia 1996. pp. 54-55.

sábado, 12 de enero de 2019

SOBRE ÉL HE PUESTO MI ESPÍRITU


Is 42,1-4.6-7; Sal 28; 1a. 2. 3ac-4. 9b-10; Hch 10,34-38; Lc 3,15-16.21-22

Jesucristo, punto culminante de la historia de salvación, es llamado por excelencia el sacramento primordial de Dios.
Leonardo Boff

No te arredres, la ergástula es oscura,
la firme trama de incesante hierro
pero en cualquier recodo de tu encierro
puede haber una luz una hendidura.
El camino fatal como la flecha.
Pero en las grietas, está Dios que acecha.
Jorge Luis Borges

Alianza: Sacramento Primordial
El Año Litúrgico se inicia con el ciclo Navideño conformado por el Tiempo de Adviento (cuatro Domingos), la Navidad, la Noche del 24 para amanecer 25; la Navidad propiamente dicha es esa Noche, pero se celebra durante toda la Semana, como si se tratara de un Día prolongado durante  los 7 días; luego viene la celebración de la Sagrada Familia, el primer Domingo después de Navidad, la Fiesta de la Theotokos el Primero de enero, después Epifanía, el domingo comprendido entre el 2 y el 8 de enero y, el siguiente Domingo después de Epifanía, el Bautismo de Jesús. Así concluye el ciclo de Navidad y damos –automáticamente- inicio al Tiempo Ordinario.

En la Primera Lectura encontramos la contraposición entre oscuridad y Luz. La Luz proviene del “Derecho y la Justicia”. La oscuridad de la cárcel, de la mazmorra donde imperan las tinieblas. Si revisamos las Lamentaciones nos encontraremos las causas de esa impenetrable oscuridad: hambre, esclavitud y muerte.


El Espíritu Santo, cuya voz concluye la perícopa del Evangelio que se lee para esta Liturgia, declara sobre Jesús: “Tú eres mi Hijo, el Amado, el Predilecto”. La Profecía, de Isaías, abre así: Dios nos convoca y llama nuestra atención para que la dirijamos hacia su Elegido, su Preferido, a quien Él Sostiene. «Es decir, no aplasta ni ofende a los más débiles que él… él no usa ni propaganda ni demagogia, como hacían los grandes. Pero de frente, insistente y fiel, sin desanimarse ni desfallecer, hasta establecer el derecho sobre la tierra.»[1] Indubitablemente, estamos hablando de la misma Persona. Podemos pendular entre la Primera y el Evangelio… En el Evangelio el Espíritu Santo baja sobre Él en forma de Paloma, en la Primera se declara que “sobre Él he puesto mi Espíritu”. Según la Profecía el Elegido no usara de las vías de poder, ni de las rutas de hecho para hacerse notar, para revelar su Poderío: No clamará, no voceará en las calles, no quebrará la caña que fue fracturada, tampoco extinguirá la leve llama que sobrevive en el pábilo a punto de apagarse. Subyace la idea que las maneras de Dios no son las que imaginamos, ni las que emplearíamos nosotros, no son fuerza e imposición sino enamoramiento, seducción –como la llamará Jeremías.

Según nuestro leal modo de entender la palabra clave de la Primera Lectura es בְּרִית Alianza, porque Jesús ha sido puesto por el Padre-Celestial como לִבְרִ֥ית  עָ֖ם “Alianza de un pueblo”. Su Luz brota de su condición de ser realización de Su Alianza. Su Alianza se cumple abriendo los parpados de los que nacieron ciegos y sacando a los cautivos de la oscura prisión que los sume en חשֶׁךְ [chosec] “la obscuridad rotunda”, convirtiéndose así en Luz de las Naciones (de la gentilidad).  Observemos, Jesús es dado por Dios a la humanidad como “Alianza”, es Alianza viva, es la ¡Nueva Alianza! «En Jesús se nos ha comunicado de tal manera la presencia amorosa, perdonadora y regeneradora de Dios… Él hace visible a Dios a través de su inagotable capacidad de amor, su renuncia a toda voluntad de poder y de venganza, su identificación con todos los marginados del mundo… Cristo es… el sacramento primero de Dios, pues Él es Dios de una manera humana y es hombre de una manera divina.»[2]


En aquel momento histórico, cuando se escribe el Primer Canto del Siervo de YHWH, la Alianza consistía en la liberación del cautiverio en Babilonia.

Acabamos de –por así decirlo- presenciar la manifestación (en griego Epifanía) de la Alianza; la Alianza, y así lo hemos venido subrayando, es la unidad de Divino-humano y bien vale la pena remitirnos al Concilio de Calcedonia y ver cómo está personificada la Alianza en Jesucristo: «Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, `en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado' (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.

Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona.»[3]

Se oyó una voz del Cielo.
Nos gusta empezar el examen de un salmo mirando su clasificación, este salmo 29(28) cataloga en el grupo de los salmos de ¡YHWH reina! «Este salmo lo propone la Iglesia el domingo del “bautismo de Jesús”: “Se abrió el cielo… Se oyó una voz… Tú eres mi Hijo”»[4]

Los salmos del reinado de Dios pueden ser de cortejo de entronización o de entronización en el Palacio; este salmo pertenece a este segundo grupo: como es de entronización, el ámbito es el Palacio, o sea, en el caso de YHWH, el Templo, más exactamente, en la Sala Real, o sea, en el corazón del Templo, en el Santa Sanctorum (Kodesh haKodashim) donde Él tiene su sede y donde sólo podía ingresar –repitamoslo - el Sumo sacerdote, una vez al año, a quemar incienso, precisamente por Yom Kippur (Día de la Expiación).

Podemos examinar, en este salmo, una Voz y una contra voz. La Voz es la de YHWH –Voz de Trueno-, cabe anotar que en el salmo se siente el profundo respeto rayando en temor por la Voz atronadora de YHWH, allí llamada “potente” y “magnifica” –una Teofanía- más no se da traducción, si queremos saber lo que dice tenemos que remitirnos al Evangelio. La contra-voz es la del pueblo que aclama ¡Gloria! (Kavod) Que en este caso significa Magnificencia-Prodigalidad, saludando que YHWH esté sentado en su Trono, y no por un período, sino por toda la Eternidad.

Hay un detalle, del mayor relieve, al que concedemos escaza notoriedad, siendo de la mayor calidad: El vocativo. ¿Cómo se nos denomina en el Salmo? ¿Con qué palabra se nos convoca? Se nos llama –nada más ni nada menos- “¡Hijos de Dios!”.

El Bautismo es para todos
Podemos identificar dos núcleos en la Segunda Lectura:
a)    "Dios no hace distinciones.  Acepta al que lo teme y practica la justicia."
b)    "Jesús de Nazaret fue consagrado por Dios, que le dio Espíritu Santo y poder. Y como Dios estaba con él, pasó haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el diablo."
Dios está abierto a todos, pero «si pone una condición “el que le teme y practica la justicia le es grato”. Esto es precisamente lo que dispone a las personas para la vida cristiana: temer a Dios, es decir reconocer que Dios es Dios y que el hombre no es Dios, y practicar la justicia, es decir, poner en práctica el compartir y la fraternidad, de manera tal que todos puedan gozar de libertad y de vida.»[5]


Hay un puente entre a y b: La Misericordia de Dios fue entregada a los israelitas, su Epifanía. Es por este medio que Dios “desembarca en nuestras playas”, pero, no para su exclusividad, sino para todas las naciones. Aquí Jesús es llamado λόγος [logos] “Palabra”, “Manifestación de la Divinidad”, y explica que se está hablando de un “portador de Paz”. Más adelante, en el versículo 43 se dice que: “A Él se refieren todos los profetas al decir que quien cree en Él recibe por su Nombre el perdón de los pecados.” La paz –que como se ha dicho, para los judíos es plenitud, se identifica así con el perdón de los pecados. De ese estado de conversión dimana la dicha entera, no hay que irla a buscar en otra parte. Esta perícopa forma parte del Pentecostés a los paganos. Por esa indiscriminación de Dios es que no se puede negar a nadie el bautismo: "¿Podemos acaso negarles el agua y no bautizar a quienes han recibido el Espíritu Santo como nosotros?" (Hch 10, 47)

Antes de pasar adelante, reconozcamos el filamento que urde longitudinalmente el lienzo: Hay una arteria que conecta la Primera con la Segunda Lectura: La justicia, ¡Dios nos llama con ella y espera que nosotros la construyamos! Justicia es parte de la condición para ser acogidos en la Misericordia Divina.

Solidaridad o la acechanza perenne de Dios
¿Cómo actúa el infiltrado?, está adentro, pero su compromiso está con el otro, se hace el que es fiel, da todos los pasos tendientes a simular pero todo no es más que eso: simulación. Como el príncipe que se mezcla con los plebeyos, no come ni bebe su comida pobre, está allí con ellos, pero su corazón está en otra parte. Pensamos –por contraposición- en San Francisco, vestido con sus ricas galas, llevando su traje de lujosas y costosas telas. Pero, él no es un simulador, se arranca las ropas para hacerse verdaderamente “il poverello d'Assisi”.


Tenemos que cuidarnos del riesgo de entender esta Teofanía en la que Dios-Padre manifiesta (Epifanía) que: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto” como un evento a-histórico, donde la donación de Dios desde el Génesis, su Voluntad desde todos los tiempos, explicada por San Juan en el Evangelio, y toda la vida coherente de Jesús no representaran precisamente el asumir de lo cronológico en lo kairótico, el paso de lo trascendente a lo terrenal. Aquí nos será de mucho provecho retomar de la Carta a los Filipenses 2, 6-8: "Él, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz." Este hecho histórico lo denominamos solidaridad entendida como adhesión incondicional, y cuando decimos incondicional estamos pensando en amor ágape, el que no espera nada a cambio, lo que podemos traducir del griego como “Misericordioso”. Esa solidaridad entraña –como lo subraya San Pablo- humildad, desapego, desacomodo, despojo, obediencia.

El carácter histórico de esta solidaridad de Dios con el hombre no sólo conecta con el Principio, con el antes sino que además se conecta con un “después” el de la Resurrección y con una espera (escatológica) en la cual permanecemos.

Ser Padre-Hijo es una relación que se puede dar con muy diversas intensidades, puede ser una relación donde se engendra y luego… nada, o puede ser una relación de extrema cercanía; entre estos dos extremos están todas las variantes posibles. La de Jesús con Dios-Padre parece ser extremadamente cercana. El texto en el Evangelio de San Lucas nos dice que: “Y mientras estaba en oración, se abrieron los cielos” (Lc 3, 21b).

«Lucas anota puntualmente que Jesús, en las dos importantes teofanías, “estaba en oración” (Lc 3, 21; 9,29). Una voz se hace oír del cielo para revelar la identidad de Jesús, para manifestar su dignidad divina de Mesías-Salvador, y el origen de su misión en el mundo. En el bautismo va dirigida a Jesús: “Tú eres mi Hijo predilecto, en ti me complazco” (Lc 3,22). En la Transfiguración, en cambio, va dirigida a los discípulos: “Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle” (Lc 9, 35). Toda la narración de Lucas está construida sobre tres pilares, que constituyen otras tantas cristofanías: el Bautismo, la Transfiguración, la Resurrección-Pentecostés. Jesús se revela como quien está en continua comunión con la presencia del Padre y del Espíritu.»[6]

«Jesús recibió el bautismo mientras oraba (cf. 3, 21)… El significado pleno del bautismo de Jesús que comporta cumplir “toda justicia”, se manifiesta sólo en la cruz: el bautismo es la aceptación de la muerte por los pecados de la humanidad y la voz del cielo –este es mi Hijo amado” (Mc 3,17)- es una referencia anticipada a la Resurrección. Así se entiende también por qué en las palabras de Jesús el término bautismo designa su muerte (cf. Mc 10, 38; Lc 12, 50).»[7] De esta manera el Papa Emérito nos lleva a completar el círculo de la solidaridad. Ahora lo podemos entender, en el bautismo lo que está anticipando Jesús es su sacrificio vicario por nuestra salvación.


Podemos adentrarnos en este Sacramento de Jesucristo: «… la Iglesia oriental ha desarrollado y profundizado esta forma de entender el bautismo de Jesús. Ve una profunda relación entre el contenido de la fiesta de Epifanía (proclamación de la filiación divina por la voz del cielo; en Oriente, la Epifanía es el día del bautismo) y la Pascua… Juan Crisóstomo escribe: “La entrada y la salida del agua son representación del descenso al infierno y de la resurrección”… El bautismo de Jesús se entiende así como compendio de toda la historia, en el que se retoma el pasado y se anticipa el futuro: el ingreso en los pecados de los demás es el descenso al “infierno”, no sólo como espectador, como ocurre en Dante, sino con-padeciendo y, con un sufrimiento transformador, convirtiendo los infiernos, abriendo y derribando las puertas del abismo. Es el descenso a la casa del mal, la lucha con el poderoso que tiene prisionero al hombre (y, ¡como es cierto que todos somos prisioneros de los poderes sin nombre que nos manipulan!). Este poderoso, invencible con las meras fuerzas de la historia universal, es vencido y subyugado por el más poderoso que, siendo de la misma naturaleza que Dios, puede asumir toda la culpa del mundo sufriéndola hasta el fondo, sin dejar nada al descender en la identidad de quienes han caído.»[8]

El sacramento

El bautismo que desde entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso en el bautismo de Jesús, el ingreso en la realidad que Él ha anticipado con su bautismo. Así se llaga a ser cristiano… Jesús no aparece como un hombre genial con sus emociones, sus fracasos y sus éxitos, con lo que, como personaje de una época pasada, quedaría a una distancia insalvable de nosotros. Se presenta ante nosotros más bien como el “Hijo predilecto”, que si por un lado es totalmente Otro, precisamente por ello puede ser contemporáneo de todos nosotros, “más interior en cada uno de nosotros que lo más íntimo nuestro” (cf. San Agustín, Confesiones, III, 6, 11)»[9]






[1] Mesters. Carlos O.C.D. LA MISIÓN DEL PUEBLO QUE SUFRE. Ed. Centro bíblico “Verbo Divino” Quito-Ecuador. 1993 p. 27
[2] Caravias, José L. s.j. DE ABRAHÁN A JESÚS. Ed. Tierra Nueva Quito –Ecuador 2001. p. 175
[3] CEC. #467
[4] Quesson, Noël . 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. Tomo I. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1996 p. 69
[5] Storniolo, Ivo. CÓMO LEER LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES. EL CAMINO DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1998. p. 112 Las cursivas son nuestras.
[6] Masseroni, Enrico. ENSEÑANOS A ORAR. UN CAMINO EN LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1998 p. 82
[7] Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET I Parte Ed. Planeta Bogotá-Colombia 2007 p. 40
[8] Ibid. p. 42.
[9] Ibid pp. 46-47