sábado, 25 de enero de 2020

SIGANME Y LOS HARÉ PESCADORES DE HOMBRES



Is 8,23-9.3; Sal 26, 1. 4. 13-14; 1 Cor. 1,10-13.17;  Mt. 4,12-23

Y Dios, al concederles a los hombres su Palabra… les enseña la calidad divina de esta palabra: su infinitud, que impide que pueda expresarse enteramente con las palabras humanas….Si ni fuese así, la Palabra de Dios no sería más grande que la del hombre.
Hans Ur von Balthasar

… ya no decimos que somos “discípulos” y “misioneros”, sino que somos siempre “discípulos misioneros”
Papa Francisco. Evangelii Gaudium # 120

Domingo de la Palabra de Dios 2020
Podemos adentrarnos en el mensaje de este Domingo con el corazón lleno de sinceridad y repleto de amor, superando la insignificancia de oír unas anécdotas,  que no nos tocan, salvo porque nos permite estar informados de cómo conformó Jesús su grupo de “discípulos” y cuáles fueron sus primeros cuatro convocados. Y, en cambio articular en ensamble propio la Palabra de Dios, el discipulado, la koinonía, la evangelización y la Misión.


Siempre nos referimos en la Eucaristía a sus dos momentos constitutivos refiriéndonos a ellos como la Mesa de la Palabra y la Mesa del Pan. En el #51 de la Sacrosantum Concilium se nos brinda lo siguiente: “A fin de que la Mesa de la palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un periodo determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura.” «La celebración de la Eucaristía… se realiza en una conjunción de acto y habla…. La Palabra en la misa es, ante todo, de naturaleza reveladora. A través de ella Dios dice al hombre quién es Él… La Palabra de Dios es un gran misterio. En ella habla Él mismo, pero con la lengua de los hombres.... [A] esta palabra… No le haríamos justicia si simplemente atendiéramos a su contenido expresable conceptualmente;… la Palabra es algo más: contenido y forma, sentido y amos, espíritu y corazón, un todo entero y oscilante; no es una comunicación simple que uno piensa y entiende, sino un ser que proviene de ella y con el cual uno se encuentra… Donde quiera que encontremos esta Palabra, allí reina el poder creador de Dios. Escuchar su Palabra quiere decir entrar en el espacio de la posibilidad sagrada donde aparecerán el nuevo hombre, el nuevo cielo y la tierra nueva… el que celebra correctamente la Eucaristía es aquel que busca entender en ella a Cristo, comprender quién es, que quiere decir, que significa para nosotros, todo esto reunido en su amor redentor… Los textos sagrados contienen un aspecto de la verdad de Cristo, un rasgo de su personalidad, un acontecimiento de su vida que aparecen y deben ser comprendidos y entendidos para poder llevarnos a la plenitud de aquella verdad que durante la transustanciación se hace presente, no en la palabra sino en el ser.»[1]  Así, La idea es participar, enfrentando la situación: ¿Qué haríamos y cómo reaccionaríamos si, dentro de un momento Jesús se cruzara por nuestra vida, si nos llamara y nos pidiera seguirlo? ¡Aquí está la verdadera esencia de la liturgia de la Palabra para este Tercer Domingo Ordinario del ciclo A: El tema de nuestra Misión como miembros del Pueblo de Dios.

En el numeral 21 de la Constitución Dogmática Dei Verbum, leemos: «La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras... Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles.

Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual.»

«“El Domingo de la Palabra de Dios puede ser esa capacidad del pueblo de comprender la Sagrada Escritura, porque no es sólo un libro es una Palabra, es algo vivo, es algo que toca nuestra vida. Y por eso en la liturgia, en todo lo que expresa la vida de la comunidad cristiana, la Palabra de Dios es un momento de unidad, es un momento en el cual damos la fuerza necesaria para la evangelización”, lo dijo Monseñor Rino Fisichella, Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización durante la conferencia de presentación del Primer Domingo de la Palabra de Dios. .. el Domingo de la Palabra de Dios es una iniciativa que el Papa Francisco confía a toda la Iglesia, en el que, “la comunidad cristiana se centra en el gran valor que la Palabra de Dios ocupa en su existencia cotidiana” (Aperuit illis 2). …En la presentación del Primer Domingo de la Palabra de Dios, también participó Monseñor Octavio Ruiz Arenas, Secretario del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. En su intervención, explicó que se escogió esta fecha por dos motivos fundamentales: “en primer lugar, porque en la liturgia el III Domingo del Tiempo Ordinario todos los evangelios: Mateo, Lucas y Marcos nos hablan de la predicación del Señor, el comienzo del anuncio mismo por parte de Cristo de lo que era su mensaje. En segundo lugar, porque es un domingo en el que en cualquier año litúrgico podemos encontrar una referencia explícita a esa comunicación, a ese anuncio que hacia el Señor de la obra salvífica de Dios”.»[2]

La Liturgia Eucarística es, indudablemente un Banquete donde Jesús nos prodiga su doble alimento: «Gregorio (de Niza) parte de la consideración de la Palabra de Dios como manjar, y se permite trasferir las normas de la Cena Pascual al trato con la Biblia. Hay dos disposiciones que le parecen esencialmente significativas: el cordero debe comerse recién sacado del fuego; y no hay que romperle los huesos. El fuego es imagen del Espíritu Santo: ¿no significa esta norma que no debemos alejar el manjar divino de la esfera del fuego vivo, que no debemos dejarlo enfriar? ¿No significa que la lectura de la Biblia debe hacerse junto al fuego, es decir en comunión con el Espíritu Santo, en la fe viva que nos remite al origen del manjar? Y a la inversa: hay unos huesos que no podemos triturar: las grandes cuestiones que se nos plantean y que somos incapaces de resolver: “¿Cuál es la esencia de Dios? ¿Qué había antes de la Creación? ¿Qué hay fuera del mundo visible? ¿Qué necesidad preside todo el acontecer?...No rompas los huesos significa “saber que todo eso es competencia del Espíritu Santo…”… “No te preocupes por lo que te excede”. (Eclo 3,23)»[3]

En el territorio de Zabulón y Neftalí
Vamos a presentar el primer elemento: Primero estaba Juan el Bautista, cuando este fue encarcelado fue como la “señal” para que Jesús recogiendo el turno, pasara a asumir el vacío que quedaba, «El pasaje marca el paso entre la actividad del Precursor y la del Mesías… Juan había sido entregado. Juan no es “arrestado”… es entregado como Jesús. Esta palabra indica tanto la acción de los hombres, que entregan al Hijo del hombre, como la del Padre que lo entrega a nosotros… Juan no es destruido, sino que logra su finalidad: se convierte en testigo, con la vida, de lo que antes había dicho con la palabra.»[4]: San Juan bautista había apuntado hacia Jesús, lo hemos visto últimamente, «“el Bautista”… Ha puesto los ojos en Jesús que pasaba. Y a dos de sus discípulos les ha dicho: “Este es el Cordero de Dios”. No sé qué tendría Jesús: no se qué brisa suave dejó al pasar, no sé qué aroma derramó a su paso, que los dos discípulos de Juan se ponen en camino. Es el momento de seguir creciendo. Es el momento de dejar la comunidad de Juan e iniciar la del Hombre único y fascinante que se llama Jesús.»[5]

¿Desde dónde se inicia esta labor”? El evangelista nos lo informa: en “Cafarnaúm, cerca del lago, en los límites de Zabulón y Neftalí.” «En el territorio de Zabulón y Neftalí. Son los dos hijos de Jacob que se instalaron en esa región. Allí nació el movimiento de los zelotes, que en gran parte eran galileos. El término galileo había llegado a ser sinónimo de subversivo.»[6] Esta ubicación espacial es enriquecida aún con otro dato, que Mateo toma del primer Isaías, del Libro de Emmanuel: “Galilea, tierra de paganos” (Is 8, 23b). Esta tierra, que conectaba Siria con Egipto, educada en el sometimiento y víctima de la usura, tierra “impía”, al norte del reino de Israel, tomada por los asirios, allá por el 732 antes de nuestra era, experiencia que dejó marcados a sus habitantes y a su descendencia, que perdió por eso la nitidez de su identidad. Cómo los veían los judíos ortodoxos, los fariseos del momento, los tenían por una población que “vivía en tinieblas y sombras de muerte”, gente pecadora y despreciable. Es allí donde Jesús empieza a desempeñar su ministerio. No es asunto de poca monta esta contextualización que nos prodiga San Mateo.

¿A quién dirige Jesús su llamado? A pescadores, el pescador saca peces del agua para convertirlos en “pescados”, los discípulos son llamados para que saquen a los hombres del agua “del pecado” y mueran (a esa vida de pecado), pero para nacer a una nueva vida, es decir, para que se conviertan. «… una vida nueva, un proyecto nuevo, una misión nueva. Todo su mundo, desde ahora, sin cosas, sin casas, sin tierras, sin padre y madre, sin nada. Ahora su mundo es Jesús. Jesús y basta. Jesús y punto. Jesús y se acabó.»[7] Lo que más asombra de este seguimiento es su inmediatez, su generosidad desprendida, esa capacidad de dejarlo todo atrás, sin voltear a mirar, sin nostalgias, es la capacidad de desinstalarse, es la entrega retratada en el hermoso compromiso, del Salmo 40(39): “Aquí estoy Señor para hacer tu Voluntad”

Vocación y misión
Esta celebración Eucarística está enfocada sobre ese núcleo: la conversión, que es urgente porque “el Reino de Dios se ha acercado” (Mt 4, 17d). Para ser discípulo no basta reconocernos llamados, no basta tampoco saber dónde hemos de cumplir con ese “llamado”, además, urge saber el “para qué”. La conversión es un re-direccionamiento de la vida y el corazón. Para tal, el discípulo debe “seguir”, o sea continuar el accionar del Maestro que Enseñaba, Predicaba y Sanaba. «Cuando Jesús entra en una vida, quema. Su llama no puede ser guardada. Necesita ser extendida, llevada, comunicada a otros. La experiencia de Jesús llama luego a ser vivida en comunidad.»[8] No como individuos aislados sino como comunidad de discípulos, como asamblea de los convocados que es lo que precisamente significa Iglesia. «… la vocación no es un lujo de elegidos ni un sueño de quiméricos. Todos llevan dentro encendida una estrella. Pero a muchos les pasa lo que ocurrió en tiempos de Jesús: en el cielo apareció una estrella anunciando su llegada y sólo la vieron los tres Magos.

Iglesia urgida de conversión permanente
Sólo tiene vocación el que no sería capaz de vivir sin realizarla… benditos los que saben adónde van, para qué viven y qué es lo que quieren, aunque lo que quieran sea pequeño. De ellos es el reino de estar vivos.»[9] Ser discípulo entraña un seguimiento, pero si ese seguimiento se da con fidelidad implica un compromiso. Ser pescadores de hombres define esa misión. “Misión” y “evangelización” son realidades prácticamente intercambiables. Conceptualmente “evangelización” remite al “qué” de una praxis eclesial: anunciar e iniciar una buena noticia. “Misión” implica que la evangelización se origina en un “envío”.»[10]


En el #15 de la Evangelii Nuntiandi, el Papa Paulo VI asume la Misión que la Iglesia ha recibido como heredad y está llamada a tomar: «—Nacida, por consiguiente, de la misión de Jesucristo, la Iglesia es a su vez enviada por El. La Iglesia permanece en el mundo hasta que el Señor de la gloria vuelva al Padre. Permanece como un signo, opaco y luminoso al mismo tiempo, de una nueva presencia de Jesucristo, de su partida y de su permanencia. Ella lo prolonga y lo continúa. Ahora bien, es ante todo su misión y su condición de evangelizadora lo que ella está llamada a continuar. Porque la comunidad de los cristianos no está nunca cerrada en sí misma….


… —Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar "las grandezas de Dios", que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por El. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio. El Concilio Vaticano II ha recordado, y el Sínodo de 1974 ha vuelto a tocar insistentemente este tema de la Iglesia que se evangeliza a través de una conversión y una renovación constante, para evangelizar al mundo de manera creíble.

—La Iglesia es depositaria de la Buena Nueva que debe ser anunciada. Las promesas de la Nueva Alianza en Cristo, las enseñanzas del Señor y de los Apóstoles, la Palabra de vida, las fuentes de la gracia y de la benignidad divina, el camino de salvación, todo esto le ha sido confiado. Es ni más ni menos que el contenido del Evangelio y, por consiguiente, de la evangelización que ella conserva como un depósito viviente y precioso, no para tenerlo escondido, sino para comunicarlo.

—Enviada y evangelizada, la Iglesia misma envía a los evangelizadores. Ella pone en su boca la Palabra que salva, les explica el mensaje del que ella misma es depositaria, les da el mandato que ella misma ha recibido y les envía a predicar. A predicar no a sí mismos o sus ideas personales, sino un Evangelio del que ni ellos ni ella son dueños y propietarios absolutos para disponer de él a su gusto, sino ministros para transmitirlo con suma fidelidad.


Para ensamblar y conjugar todo esto, miremos en la perícopa del Evangelio cómo está descrita la Misión de Jesús:

a)    recorría toda Galilea (desinstalada, en salida)
b)    enseñando en sus sinagogas y en todas las terrazas y en todos los areópagos
c)    proclamando (no a sí mismos o sus ideas personales), sino el evangelio del reino
d)    curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. (Ser “pescador de hombres” es ser terapeuta de cuerpos y almas).

¡Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor!












[1] Guardini, Romano. PREPAREMOPS LA EUCARISTÍA. Ed. San Pablo 2009 Bogotá–Colombia pp. 71-74.
[3] Gregorio de Nisa, VIDA DE MOISES. Salamanca. 1993, 89-90. Citado por Ratzinger, Joseph. UN CANTO NUEVO PARA EL SEÑOR Ed. Sígueme Salamanca 1999 pp. 64-65
[4] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo2011 2da re-imp. Bogotá-Colombia p.57
[5] Mazariegos, Emilio L. DE AMOR HERIDO. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 3ª Ed. 2001. p. 144
[6] Fausti, Silvano. Op. Cit. p. 58
[7] Mazariegos, Emilio L. Op. Cit. p. 148
[8] Ibid p. 149
[9] Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA LA ALEGRÍA. Ed. Planeta. Barcelona- España 1996.  pp. 181-183
[10] Sobrino, Jon. EL ESTILO DE JESÚS COMO PARADIGMA DE LA MISIÓN. En Amerindia. LA MISIÓN EN CUESTIÓN Aportes a la luz de Aparecida 2009 p.59

sábado, 18 de enero de 2020

HIJO Y CORDERO DE DIOS



Is 49, 3. 5-6; Sal 39, 2. 4ab. 7-8a. Sb-9. 10; 1Cor 1, 1-3; Jn 1, 29-34

El siervo es Jesús, pero es también el pueblo, este pueblo sufriente, que imita a Jesucristo resistiendo contra el dolor.
Carlos Mesters

(El bautismo)… hace también del neófito "una nueva creatura" (2 Co 5, 17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" (2 P 1,4), miembro de Cristo (cf 1 Co 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6,19).
CEC #1265

¿Cómo ha venido la liturgia en este Año Litúrgico del ciclo A? En primer término –después del Nacimiento- hemos celebrado la Epifanía, y con ella la universalidad del mensaje salvífico de Nuestro Señor Jesucristo. A continuación, hemos celebrado el Bautismo de Jesús. Para este Domingo 19 de Enero, dejando atrás el tiempo de Navidad y para entrar de lleno en el Tiempo Ordinario, celebramos el II Domingo Ordinario –tenemos, por tanto, ornamento Verde-.


La Primera Lectura nos viene del Deuteroisaías, se dio en el contexto del destierro, cuando el pueblo estaba desesperanzado, muchos habían claudicado y se habían entregado a los opresores, traicionando su fe se plegaron a las deidades babilónicas cayendo en el más abyecto politeísmo. Lo que nos brinda la historia consiste en que esta desazón no brotó de la noche a la mañana, sino que fue preparada durante un largo periodo en el cual los líderes corruptos entre los que se contaban falsos profetas, miembros de la casta sacerdotal y hasta el propio rey abrieron paso a estas ideas «la fe en Dios quedó abatida, el pueblo perdió la confianza en sí mismo, olvidó las cosas grandes de su propio pasado, quedó sin memoria, perdido en medio de la historia…¿Cuál fue la idea errada sobre Dios que desequilibró la vida del pueblo? Fue la idea de un Dios cuyo favor y protección pueden ser comprados por medio de promesas, ritos y sacrificios; un Dios que la gente sólo usa mientras sea útil y fácil. Una idea así es como un comején: va comiendo la fe por dentro. A la hora de la desgracia, lo que queda de ella en la cabeza del pueblo, es la imagen muerta y distorsionada de un Dios distante que se aparta del pueblo…»[1] Lo que nos propone el Deuteroisaías es la misión de liderar la recomposición y el retorno, no de la comunidad Israelita, sino “luz de las naciones… hasta el confín de la tierra”. «En la nueva situación en la que estaba el pueblo, allá en el cautiverio, el “Proyecto de Dios” ya no podía ser sólo para el pueblo de Israel. Tenía que alcanzar necesariamente a los otros pueblos.»[2] ¿Está dirigido este llamado a un gran personaje histórico? O, ¿está dirigido el llamado al pueblo? Observemos cómo inicia la perícopa para poder responder este cuestionamiento: “Tú eres mi siervo, Israel…” Esto se comprende mejor si tomamos en cuenta la fórmula para la Oración Colecta que se nos propone como alternativa: “… en Cristo, Cordero Pascual y Luz de las gentes, llamas a todos los hombres a conformar el pueblo de la Nueva Alianza….” «Este canto muestra la MISIÓN del Siervo, tuvo que pasar mucho tiempo para que el pueblo tomara consciencia del llamado de Dios…. La misión del siervo se aclara cada vez más en el llamado para establecer de nuevo la justicia, una llamada que sobre pasa a Israel como pueblo, ahora se entiende lo que significa ser luz de las naciones… en la que se tenga en cuenta la historia vital y la tradición de la comunidad.»[3]


La Segunda Lectura, nos viene de la Primera a los Corintios. La situación de Corinto no era menos grave, menos crítica que la de los israelitas en el exilio. Corinto era la cepa de la vida disoluta, la sexualidad desordenada y del politeísmo desenfrenado; con su templo principal consagrado a Afrodita, donde se practicaba la “prostitución sagrada” con un sinfín de mujeres dedicadas a este quehacer. «Los cristianos de Corinto eran pocos. Tal vez no pasaban de cien personas, y no tenían ni una misma raza, ni un mismo origen…desde el punto de vista social, la mayoría  de ellos estaban marginados: esclavos, mujeres, gente sin acceso al “saber” intelectual; como dice la misma Carta, gente considerada loca, débil, despreciable, vil y sin ningún valor (cf. 1, 27-28)… la comunidad de Corinto se vio luego rodeada de tensiones y conflictos. Fue ciertamente la comunidad que más problemas le trajo a Pablo»[4] En este caso, ¿A quién se refiera la Carta? ¿A quién está dirigida? ¿Se trata de un mensaje a un cierto personaje histórico? Vayamos directamente a la perícopa: “… escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados a Cristo Jesús, a los santos que Él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. ¡Una vez más, resalta el universalismo abarcador del enunciado! El vocativo se dirige al “pueblo de la Nueva Alianza”.

Hay en el Evangelio una triple mención del bautismo, a la vez que una contrastación entre el bautismo que prodiga Juan y el que dará el “Cordero de Dios”: 1) “he salido a bautizar”, 2)… “el que me envió a bautizar con agua”,  3) “Ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. Este “Cordero de Dios” recibe una designación clarificadora al cierre de la perícopa donde Juan lo testifica “Hijo de Dios”. El bautismo –cuya importancia y trascendentalidad en nuestra vida de fe estamos lejos de asumir- no solamente nos incorpora a la Iglesia, haciéndonos miembros de la Comunidad, sino que además nos in-corpora al Cuerpo Místico de Cristo, nos cristifica, nos hace co-corporeos con Jesús. «El bautismo que desde entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso en el bautismo de Jesús, el ingreso en la realidad que Él ha anticipado con su bautismo. Así se llega a ser cristiano.»[5]


Tratemos de examinar un poco más esta designación como “Cordero de Dios”: Joachim «Jeremias llama también la atención sobre el hecho de que la palabra hebrea talj significa tanto “cordero” como “mozo”, “siervo” (ThWNT I 343). Así, las palabras del Bautista pueden haber hecho referencia ante todo al siervo de Dios que, con sus penitencias vicarias, “carga” con los pecados del mundo; pero en ellas también se le podría reconocer como verdadero cordero pascual, que con su expiación borra los pecados del mundo»[6]. Así que en Jesús se suma su ser Hijo de Dios con la manera cómo va a realizar la Redención: ofreciéndose Él mismo como Cordero Sacrificial

«Mucha gente se pregunta: ¿quién es el siervo? ¿Es el pueblo? ¿Es Jesucristo? ¿Es alguno de los profetas? ¿Somos nosotros?... al hacer los canticos, la preocupación mayor de Isaías Junior… era… presentar al pueblo del cautiverio un modelo que lo ayudara a descubrir en la figura del Siervo, su misión como pueblo de Dios.»[7]


En la celebración del Bautismo de Jesús, el domingo anterior, hablamos de la identidad de Jesús, en este Domingo, empezando allí mismo, avanzamos hacia su Misión, para pasar a entender que su misión es la nuestra, que la incorporación en el Cuerpo Místico –por el Sacramento del Bautismo- nos convoca al seguimiento discipular, como sacerdotes, profetas y reyes: El llamado está activo hoy para nosotros, somos comunidad creyente, Iglesia de Dios, miembros del Cuerpo Místico. La Universalidad de la convocación nos incluye. En medio de la crisis de increencia –estamos llamados a resistir, a perseverar en el discipulado- la fe nos llama a asumir nuestro triple compromiso bautismal como Sacerdotes, Profetas y Reyes.

«… los evangelistas no sólo vinculan a Jesús con el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, sino que subrayan la intención de vincular al Hijo con la figura del Siervo Sufriente, que será clave para entender todo el sentido de la muerte de Jesús. El Hijo en quien se complace Dios será el siervo, en completa identificación con los sufrientes y excluidos de la historia. Lo que aquí se descubre es el carácter kenótico de la venida del Hijo. Es decir, es tal el amor de Dios a los hombres que asume su condición para indicarles el camino de salvación. Dios se expresará, no en el tener fórmulas prefijadas y seguras de salvación, no en la consciencia tranquila ni en el camino asegurado, sino en el riesgo de vivir humanamente asumiendo la tarea que le corresponde al hombre en su historia concreta por llevar a cabo la Voluntad de Dios, expresada en el “Reino de Dios”: este es el bautismo con “Espíritu Santo y fuego.”»[8] «El evangelio de Juan nos quiere decir que está por realizarse un nuevo éxodo y un nuevo paso de la esclavitud a la tierra de la libertad y de la vida. En el pasado, el pueblo había atravesado el Jordán y había entrado en la Tierra Prometida guido por Josué; ahora, con su práctica de vida, Jesús guiará al pueblo, conduciéndolo a la vida en plenitud.»[9] «Es importante la indicación “al otro lado del Jordán”, el rio que marca el límite de la tierra prometida. El bautismo de juan se da todavía en las afueras: para entrar es preciso atravesar el Jordán, al que se compara con el Mar Rojo (Cf. Jos 4, 23), con un nuevo éxodo. Su bautismo conduce a las puertas de la tierra y predispone a entrar en ella.»[10]


«El que no admite su bautismo (el de Juan, bautismo de conversión), no puede conocer quién es Jesús (cf. Mc 11, 27-33p). El bautismo en el agua –reconocimiento de su condición limitada de creatura y del propio pecado, pero también del deseo de renacer a la vida nueva- es el lugar de la verdad de todo hombre, puesto como centinela entre lo finito y lo infinito. En este umbral toda carne encuentra la “Palabra” hecha carne.»[11]




[1] Mesters, Carlos O.C.D. LA MISIÓN DEL PUEBLO QUE SUFRE. LOS CANTICOS DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS.  Ed. Centro Bíblico “Verbo Divino” Quito-Ecuador 2ª ed. 1993 p. 39
[2] Ídem
[3] Arango Alzate, Oscar Albeiro. JESÚS DE NAZARETH LA VÍCTIMA.ONOCENTE-CRUCIFICADA-RESUCITADA QUE REVELA A DIOS-PADRE-MISERICORDIOSO. Ed. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Teología Bogotá 2007 p. 196-197
[4] Bortolini, José. CÓMO LEER LA PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS CONFLICTOS EN COMUNIDAD. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia. 1996. pp. 13-14
[5] Benedicto XVI. JESUS DE NAZARET. 1ª Parte. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia  2007 p. 46
[6] Idem. p. 44.
[7] Mesters, Carlos O.C.D. Op. Cit. p.13
[8] Arango Alzate, Oscar Albeiro. Op. Cit. p. 99
[9] Bortolini, José. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE JUAN. EL CAMINO DE VIDA. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia. 2002. p. 25
[10] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo. Bogotá Colombia 2008. Pp 33-34
[11] Ibid p. 35

sábado, 11 de enero de 2020

RAÍZ DEL SACRAMENTO DE INICIACIÓN



BAUTISMO DE JESÚS
Is 42, 1-4. 6-7; Sal 29(28), la-2. 3ac-4. 9b-10 (R.: 1b); He 10, 34-38; Mt 3, 13-17

…en contraste profundo con la predicación de Juan: Jesús enseñaba la cercanía de un año de gracia y de misericordia.
Virgilio Zea, s.j.

Jesucristo, punto culminante de la historia de la salvación, es llamado por excelencia sacramento primordial de Dios.
Leonardo Boff.

Conclusión del tiempo de Navidad
Estamos ante el Primer Misterio Luminoso: Esta Fiesta del Bautismo de Jesús que celebramos el Domingo siguiente a la Epifanía o Fiesta de los Reyes Magos, concluye el Tiempo de Navidad; teniendo en cuenta que toda la Octava de Navidad era “como un solo Día” -que celebraba la Natividad del Niño Jesús- entonces, quiere decir que anoche, sábado de vísperas del Bautismo de Jesús, era la 12ª y última Noche de Navidad; y se da inicio al Tiempo Ordinario. Correspondería hoy, pues, el Primer Domingo del Tiempo Ordinario, pero, tenemos esta Fiesta conclusiva del Ciclo de Navidad que tiene precedencia sobre el Primer Domingo Ordinario: El color propio de su Liturgia es el Blanco. A partir de esta semana que hoy inauguramos estaremos en el Tiempo Ordinario del ciclo A. Esta celebración “abisagra”, por así decirlo” estos tiempos litúrgicos: dejamos atrás a Jesús Niño y nos encontramos a Jesús adulto, que con treinta años ya, puede –según lo establecido por el  judaísmo- actuar en la vida pública, ser testigo, dar testimonio de otro o de sí mismo. Se trata de una Teofanía y a la vez una Epifanía. Como lo hemos comentado en otro lugar, en la Iglesia latina la epifanía se celebra en la Fiesta de Reyes, mientras en la Iglesia de Oriente la Epifanía corresponde al Bautismo de Jesús.

¿Por qué decimos que es teofanía y epifanía a la vez? La teofanía es la manifestación de Dios que nos habla, que se nos revela, y aquí estamos en esa situación: Dios nos habla, su Voz se oye directamente en el episodio bíblico que constituye el Evangelio de esta festividad: «… Según Mateo, la voz habla de Jesús a una(s) tercera(s) persona(s): “Este es mi Hijo el amado, en quien me he complacido”. ¿A quién o quiénes se dirigen estas palabras?... La voz como por otra parte toda la teofanía (vv. 16-17), se dirige a los lectores… es a la  Iglesia a la que corresponde revelar la identidad de Jesús.»[1]  Pero, es también epifanía, porque nos habla sobre Jesús, nos lo revela como Divino, como Hijo suyo: «El pasaje es una miniatura que contiene todo el Evangelio y revela el misterio más profundo de Dios: la Trinidad, como amor entre el Padre y el Hijo, ofrecido por este a todos los hermanos… El bautismo de Jesús es la puerta de ingreso a la revelación cristiana, que nos introduce en la casa de Dios. ¿No es acaso Él una puerta abierta de par en par al hombre?

El bautismo es la “vocación” de Jesús: recibe del Padre el nombre de Hijo. Pero es también su “misión”: su condición como Hijo lo lleva a hacerse hermano…. El Padre en todo el Evangelio habla sólo dos veces: aquí y en la trasfiguración (cf. Jn 12, 28). Aquí habla para confirmar al Hijo en su opción como siervo; allá para revelarnos a nosotros la gloria de ese Hijo, para que le escuchemos y lleguemos a ser también nosotros como Él.»[2]

Solidaridad total con su pueblo
«El retrato de Juan el Bautista que aparece en los evangelios prepara al lector para la venida de Jesús, Juan ocupa un lugar en la historia por su papel de “precursor” de la misión de Cristo, pero el Bautista desempeñaba un papel profético propio y la multitud podía esperar que Jesús continuase la misión que él había comenzado. El historiador judío Josefo testimonia que la creencia popular era que la derrota militar de Herodes se debía a la ira de Dios por haber ejecutado a Juan al Bautista:

“Algunos judíos pensaron que las tropas de Herodes habían sido destruidas por la acción divina y que él mismo había sufrido el justo castigo por haber dado muerte a Juan llamado el Bautista. Herodes condenó a muerte a este buen hombre que exhortaba a los judíos a llevar una vida virtuosa, a practicar la justicia unos con otros y a bautizarse. Incluso parece que Juan creía que el bautismo sería sólo una purificación corporal y no perdonaría los pecados a menos que el alma estuviera ya limpia por una conducta virtuosa. Cuando la multitud a su alrededor creció y se entusiasmaba con su palabra, Herodes empezó a temer que su influencia condujera a una revuelta, pues daba la impresión de que la multitud estaba dispuesta a hacer cualquier cosa que le dijera (Ant. Jud., XVIII, 5)


Josefo presenta al Bautista como un reformador de costumbres; el bautismo sólo purifica el cuerpo, mientras que el resto de la vida personal cambia únicamente con la fidelidad a Dios y la justicia para con el prójimo. Los evangelios señalan otra característica de la predicación del Bautista que pasó inadvertida a Josefo: la llamada al arrepentimiento se basaba en la proximidad del juicio final (cf. Lc 3, 7-9; Mt 3, 11-12).

Al igual que el Bautista, Jesús se dirigía a la multitud hablándole de cómo la Ley  de Dios interviene en la historia humana; pero, a diferencia de Juan, Jesús no acabó siendo conocido por predicar el bautismo de agua como símbolo de que una persona comenzaba una vida de santidad, aunque los primeros cristianos emplearon de nuevo el bautismo para expresar la nueva relación que unía al creyente con Jesús.»[3]

«…una página que personalmente me conmovió, donde el teólogo indio Samuel Rayan describe profundamente esta experiencia fundamental de Jesús al comienzo de su vida pública: “Sucedió en el Jordán. Fue para Jesús una experiencia que le llegó hasta lo más profundo de su alma. Allí, su vida ganó en fuerza y en sentido. Fue un abrirse al mundo por fuera, y a una nueva experiencia de oración por dentro. Todo comenzó cuando Jesús emprendió camino desde Galilea hasta Enón, cerca de Salín, en el Jordán. Jesús siempre había mantenido su espíritu abierto al Padre y atento a su Presencia y su acción en los sucesos de la historia humana de cada día. Allá abajo, cerca del mar de sal, Juan predicaba penitencia y bautizaba al pueblo. La gente se llegaba a él en gran número, procedente de todo el país: de Jerusalén y de toda la Judea, así como de las regiones cercanas al Jordán. Jesús vio en ello la obra del Padre y escuchó su voz, a la que siempre era obediente. Se unió a la multitud, se puso en la fila de los penitentes, con gran sencillez y claridad de espíritu, y fue bautizado por Juan. Y ahora el Padre sale al encuentro de esta decidida entrega, con una comunicación arrolladora de Sí mismo que se hace sentir en el centro más profundo del ser de Jesús. Los evangelios describen esta experiencia de Jesús con imágenes de perfección sublime. Jesús vio y sintió como los cielos se abrían, en toda su grandeza y belleza, ante sus propios ojos y le revelaban en su visión el plan divino para la salvación del género humano. Sintió cómo el espíritu de Dios invadía su alma y la elevaba con todo su poder, en un océano de paz que ningún medio humano puede dar ni comprender. Oyó la voz del Padre en el último silencio de sus entrañas, en cada fibra y célula de su cuerpo. Y la voz del Padre le habló directamente a Él, se dirigió personal y convergentemente a Él solo, y le dijo: ‘Tú eres mi Hijo, mi Siervo, mi Elegido y mi Amado; en Ti descansan mis complacencias’. Jesús descubrió en ese instante nuevas dimensiones en sí mismo, y vio extenderse los horizontes de su vida en todas direcciones. Se volvió a encontrar a sí mismo en la palabra que el Padre le había dirigido. El Padre había enfocado hacia Él líneas escogidas de la historia veterotestamentarias, palabras, imágenes, esperanzas, expectativas del Antiguo Testamento; y ahora Jesús sentía que esa herencia sagrada se hacía realidad en Sí mismo y urgía su manifestación y su fruto. A eso venía aquí esa consolación y esa confirmación intima del Espíritu Santo. Ese fue el momento expectante en que resonó en su alma la palabra que lo retaba, con toda la ternura del Padre, y que al darle su nombre de Hijo, lo consagraba en familia y le entregaba, en lo más profundo de su ser, el sentido último de su propia existencia. Esto era oración, esto era unión íntima, esto era experiencia clara y profunda de la divinidad, precedida por la humilde sumisión al Padre y continuada en la fidelidad práctica a su llamada. Fue para Jesús una hora inolvidable de encuentro vital con su Padre, en la que recibió explícitamente su consagración y quedó inaugurada su misión como Mesías”»[4]

Toda esta muchedumbre que se baña en el Jordán deja en el agua toda su maldad, todo su pecado, toda mancha; por su parte, Jesús entra en el agua absolutamente limpio –no tiene nada que lavar- y recoge sobre sí toda esta “suciedad”, la carga voluntariamente, voluntariamente acepta recoger toda la pecaminosidad de esa muchedumbre que nos representa a todos –óigase bien- toda la humanidad se ha bañado en el Jordán, absolutamente todos, los de ese tiempo, los de antes, los de ahora y los que vendrán luego: toda mancha, todo pecado quedó lavado en esa agua “sacramental”. En otra parte nos hemos referido a este “hacerse en todo como nosotros, menos en el pecado” como una parte de la kénosis de Jesús, y así es, pero esta vez queremos subrayar que esa kénosis es “solidaridad”: «¿Cómo, pues, podía en alguna manera recibir ese bautismo Jesús, que estaba esencial y radicalmente libre de toda mancha de pecado?


Jesús lo hacía según agradecidamente lo entendemos, para mostrar con gesto gráfico y sincero su pertenencia a nuestro género, a nuestro pueblo, a nuestra raza teñida de culpa, aunque Él era intrínsecamente Inmaculado en su mismo ser. Muestra de solidaridad hermana en la distancia de la inocencia»[5]. «Qué sentido le da Jesús a su bautismo? De parte de Jesús es la aceptación solidaria de su pueblo y de su historia... El gesto de Jesús es totalmente programático: el camino de su ministerio será el camino de la aceptación de la historia de su pueblo tal como es, sin discriminarlo,…»[6]

Jesús puede -porque es Dios- sacramentalizar toda el agua, revestirla de un poder “redentor” porque Él mismo es Sacramento, “sacramento Fontal” de Dios” lo llama Leonardo Boff.[7]. «… Jesús de Nazaret, por su vida, por sus gestos de bondad, por su muerte heroica, y por su resurrección, es llamado el Sacramento por excelencia. En Él, la historia de salvación, como realización de sentido, encontró su culminación. Él llegó primero al término del largo proceso de hominización, venció a la muerte, e irrumpió dentro del misterio de Dios. En cuanto encarna el plano salvífico de Dios, que es unión radical de la criatura con el Creador y anticipación del destino de todos los hombres redimidos, Jesús se presenta como el sacramento primero de Dios.

Si Dios es amor y perdón, servidor de toda criatura humana, y simpatía gratuita para con todos los hombres, entonces Jesucristo corporeizaba a Dios en medio de nosotros por su inagotable capacidad de amor, de renuncia a toda voluntad de poder y venganza, y de identificación con todos los marginados del orden de este mundo»[8]. «… Jesús no acude al bautismo como pecador, sino, como bellamente dirá más tarde un padre de la Iglesia, “para santificar con su bautismo el agua de todos nuestros bautismos”»[9] De esta manera, podemos afirmar que nuestro propio bautismo, no es bautismo en agua, sino en el Líquido (Agua y Espíritu) Redentor del Amor Divino de Nuestro Señor Jesucristo

Epifanía Trinitaria-Don a cuidar
Esta hermosa y sonora palabra proviene del griego “επιφανεια”, conformada por ἐπί- (por encima) y el verbo φαινεῖν (aparecer, verse o mostrarse); o sea, equivale a nuestra dicho “Manifestación”: Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi preferido»(Mt 3, 16-17). Esta “manifestación” se produce por el “ἔρχομαι” [posarse] del Espíritu Santo acompañado de la Voz que “declara”; declara “sobre”, por esto es epifanía. Explorando entre las citas bíblicas en los Hechos de los Apóstoles el Cardenal Martini encontraba que todos «Los verbos están en voz pasiva. Es decir, ninguno se puede bautizar a sí mismo:… debo pedir este Sacramento, debo ser sumergido en el agua por otro. La alteridad del ministerio, la necesidad de una persona que me lo confiera en representación de Jesús, quiere expresar que la vida divina otorgada en el bautismo no se puede adquirir ni siquiera en un centímetro o en un gramo: es puro don.»[10]

Lo cual nos conduce a nuestra misión, leamos cómo está puesto en el Catecismo de la Iglesia Católica «1223 Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por san Juan el Bautista en el Jordán (cf. Mt 3, 13) y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28, 19-20; cf Mc 16, 15-16).». Todavía más: «1265 El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creatura" (2 Co 5, 17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" (2 P 1, 4), miembro de Cristo (cf 1 Co 6, 15; 12, 27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6,19).

1266 La Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia de la justificación que:
— le hace capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo mediante las virtudes teologales;
— le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo;
— le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales.
Así todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo.»

«Puede nacer en nosotros una pregunta: ¿Es necesario el bautismo para vivir como cristianos y seguir a Jesús? ¿No es en el fondo un simple rito, un acto formal de la Iglesia para dar el nombre al niño o la niña?". Es una pregunta que puede surgir y al respecto es iluminante cuanto escribe el apóstol Pablo" sobre el ser bautizados "en Cristo y luego en su muerte y resurrección, para poder caminar con Él y llevar a una vida nueva. En consecuencia el bautismo no es una formalidad, es un acto que toca en profundidad nuestra existencia, no es lo mismo un niño bautizado y un niño no bautizado; ¡No!, con el bautismo somos inmersos en el más grande acto de amor de toda nuestra historia y gracias a este podemos vivir una vida nueva, no en manos del pecado y de la muerte, sino en la comunión con los hermanos»[11].


Al recibir el Bautismo, estos niños obtienen como don un sello espiritual indeleble, el «carácter», que marca interiormente para siempre su pertenencia al Señor y los convierte en miembros vivos de su Cuerpo místico, que es la Iglesia… un camino que debería ser un camino de santidad y de configuración con Jesús, una realidad que se deposita… como la semilla de un árbol espléndido, que es preciso ayudar a crecer… La colaboración entre la comunidad cristiana y la familia es más necesaria que nunca en el contexto social actual, en el que la institución familiar se ve amenazada desde varias partes y debe afrontar no pocas dificultades en su misión de educar en la fe. La pérdida de referencias culturales estables y la rápida transformación a la cual está continuamente sometida la sociedad, hacen que el compromiso educativo sea realmente arduo. Por eso, es necesario que las parroquias se esfuercen cada vez más por sostener a las familias, pequeñas iglesias domésticas, en su tarea de transmisión de la fe.»[12]

Todo esto nos lleva a la Oración Colecta de esta Fiesta: Dios todopoderoso y eterno, que en el bautismo de Cristo, en el Jordán, al enviar sobre él tu Espíritu Santo, quisiste revelar solemnemente a tu Hijo amado, concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, perseverar siempre en tu benevolencia. Por nuestro Señor Jesucristo.

Esta perseverancia no es una actitud egoísta y acaparadora; por el contrario, busquemos compartir la Gracia de este Sacramento, darlo a nuestros niños, ayudar a cultivar es “árbol espléndido del cual nos habla el Papa Emérito”, perseverar en las referencias culturales para hacer menos ardua la responsabilidad de velar por nuestra fe, que se representa con la Llama del Cirio Bautismal –Luz de Cristo- contra la cual el Malo enciende sus más potentes ventiladores.




[1] Baudoz, Jean-François. LECTURA SINÓPTICA DE LOS EVANGELIOS. Ed. Verbo Divino Navarra- España 2000. P. 31
[2] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo. Bogotá- Colombia.  2da.  re-impresión 2011. pp. 43. 46.
[3] Perkins, Pheme. JESÚS COMO MAESTRO. Ed. El Almendro. Córdoba-España. 2001. pp. 40-42.
[4] González Vallés, Carlos. CRECIA EN SABIDURÍA… Ed. Sal Terrae Santander – España 1995 3ª Edición. p. 31
[5] Ibid. pp. 32-33
[6] Zea, Virgilio. JESÚS, EL HIJO DE DIOS. Facultad de Filosofía Universidad Santo Tomás de Aquino Bogotá - Colombia 1989 p. 56
[7] Boff, Leonardo. LOS SACRAMENTOS DE LA VIDA Y LA VIDA DE LOS SACRAMENTOS. Ed. Indo American Press Service. Bogotá-Colombia 2003 18ª Edición. p. 44
[8] Ibid p. 41
[9] González Vallés, Carlos. Op. Cit. p. 32
[10] Martini. Carlo María. LOS SACRAMENTOS.ENCUENTRO CON CRISTO E INSTRUMENTO DE COMUNICACIÓN. Ed. San Pablo Bogotá D.C. –Colombia 2002. 3ª  re-impresión  p. 15
[11] Papa Francisco AUDIENCIA GENERAL Plaza de San Pedro 13 de noviembre de 2013.
[12] Benedicto XVI HOMILÍA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR Capilla Sixtina. 9 de enero de 2011