sábado, 26 de julio de 2014

CONSTRUIR EL REINO ES HACER COMUNIDAD


1 R 3,5.7-12; Sal 119(118),57.72.76-77.127-130 Rm 8,28-30; Mt 13,44-52

… las parábolas son expresión del carácter oculto de Dios en este mundo y del hecho que el conocimiento de Dios requiere la implicación del hombre en su totalidad,…. Un conocimiento que no puede darse sin “conversión”.

Benedicto XVI

Hablar de lo que es, a partir de lo que se le parece

La liturgia de la palabra para este Domingo XVII Ordinario del ciclo A, son, por así decirlo de “lujo”, maravilla de maravillas, “pura revelación”. De ellas diremos que son un deleite (no pregunten sí hay algún texto bíblico que no lo sea, porque toda la Sagrada Escritura es lujo, maravilla, revelación, deleite) y reiteraremos que constituyen un milagro. Sí, un verdadero milagro porque –por medio de palabras humanas- se nos permite vislumbrar una realidad trascendente: ὁμοία ἐστὶν ἡ βασιλεία τῶν οὐρανῶν “Qué es el Reino de los Cielos”, a qué se le puede comparar; ὁμοία significa similar, comparable a, afín, semejante, parecido, análogo, cercano a, lindante con, equivalente, “como”, lo mismo que [la palabra ὁμοία/ ὅμοιος es clave en la perícopa del Santo Evangelio de este Domingo].


Como epígrafe hemos consignado una cita de Joseph Ratzinger, el Emérito Papa Benedicto XVI, a la que añadiremos aquí otra que aparece unos cuantos renglones más allá: «… el conocimiento de Dios no es posible sin el don de su amor hecho visible; pero también el don debe ser aceptado. Así pues, en las parábolas se manifiesta la esencia misma del mensaje de Jesús y en el interior de las parábolas está inscrito el misterio de la cruz.»[1]

Es una piscina, en la que invitamos a zambullirnos, pero en vez de agua, vamos a sumergirnos (baptisei) en el Amor de Dios. El trampolín para esta clavada, las dos citas previas de Benedicto XVI, un estudioso, pero más aún que eso, un discípulo, un sucesor de Pedro, que por eso mismo sabe de qué está hablando.

Ruta de la “revelación” del Reino

«Es indiscutible que el centro de la predicación de Jesús lo constituía el reinado de Dios (basileía tou theou). Jesús habló incesantemente de él y lo explicó a través de parábolas. "(J. Gnilka, Jesús de Nazaret, Mensaje e Historia, Barcelona 1993, p. 109) Esta es una afirmación que cuenta con la unanimidad de los exegetas.

Por lo tanto, si pretendemos saber, qué era lo que Jesús mismo entendía por reinado de Dios o soberanía de Dios, es del todo necesario recurrir a sus parábolas.»[2]


«Cristo hizo uso de las parábolas para describir el reino de Dios: las varias respuestas a sus primeras manifestaciones, el éxito y el fracaso en su aceptación (el sembrador, 13, 3-9, 18-23); la coexistencia del bien y del mal y el constante aviso de un juicio final (el trigo y la cizaña, 13, 24-30. 36-43); la certeza de su advenimiento y su desarrollo (13, 31-32); el gran poder y eficacia del reino (la levadura, 13, 33); su importancia capital para los hombres (el tesoro escondido, 13, 44, la peral de gran valor, 13, 45-46), y finalmente, el misterio escatológico, la consumación del reino (la red barredera, 13, 47-50).»[3]

Una plenitud y gozo incomparables.

Hay, también, una ruta interna que expresa una bienaventuranza para aquellos que están comprometidos en la construcción del Reino:

a)    En el versículo 9 dice Jesús: “Quien tenga oídos que escuche”.
b)    En el 11-17: “Porque a ustedes se les concede conocer los secretos del reinado de Dios, a ellos no se les concede. Al que tiene, le darán y le sobrará; al que no tiene le quitaran aun lo que tiene. Por eso les hablo contando parábolas: porque miran y no ven, escuchan y no oyen ni comprenden. Se cumplirá en ellos aquella profecía de Isaías: Por más que escuchen, no comprenderán; por más que miren no verán. Se ha embotado la mente de este pueblo; se han vuelto duros de oído, se han tapado los ojos. No vayan a ver con los ojos, a oír con los oídos, a entender con la mente, ἐπιστρέψωσιν (del verbo ἐπιστρέφω, regresar, retornar, pero para retornar hay que dar vuelta, girar sobre su propio eje 180º, “convertirse”) a convertirse para que yo los sane. Μακάριοι Dichosos (bienaventurados, por eso hablamos de una bienaventuranza) sus ojos que ven y sus oídos que oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que ustedes ven, y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.
c)    El Domingo pasado, continuó la bienaventuranza con estas expresiones, en el verso 43: “Entonces, en el reino de su Padre, los justos ἐκλάμψουσιν (el verbo es el futuro indicativo activo de ἐκλάμπω brillar, alude a un hecho escatológico, algo que sucederá en un “futuro salvífico”) brillaran como el sol. Quien tenga oídos que escuche.”
d)    En este Domingo XVII redondea la bienaventuranza con la siguiente expresión, nos referimos a los versos 51-52: “¿Lo han entendido todo? Ellos le responden que si, y Él les dijo: Pues bien, un letrado experto en el reinado de Dios se parece a un amo de casa que saca de su alacena cosas nuevas y viejas.”

«Los discípulos de Jesús viven en la plenitud que era objeto de las esperanzas de los profetas; de hecho, están experimentando el reinado de Dios.


¿Es posible que Jesús esté tan absorto en la acción de Dios que experimente la plenitud de su reinado y por ello sea verdaderamente dichoso? ¿Es posible que Jesús crea que cualquiera que experimente su presencia en la fe experimentará también esa plenitud y será verdaderamente dichoso? … Una pregunta más: ¿es posible que los seguidores de Jesús de todos los tiempos puedan tener la misma experiencia? No es que el Jesús histórico pensase necesariamente en esa posibilidad, sino que se trata de una pregunta empírica. ¿Experimentamos ahora la felicidad que se corresponde con el reinado de Dios? ¿Ha habido alguien que haya tenido dicha experiencia? En este punto invito al lector a reflexionar sobre su propia experiencia o sobre la de otras personas conocidas por él.

Permítaseme ofrecer algunos ejemplos. En el diario que quedó abandonado cuando fue llevada a morir en Auschwitz, la judía holandesa Etty Hillesum dejó un testimonio de su vida interior cuando afrontó su propia destrucción, así como la de su pueblo, por los nazis que habían invadido Holanda. Vemos una de sus anotaciones cortada por el mismo patrón que la alegría prometida por Jesús.

“Pero encima del estrecho sendero aún nos quedan zonas de cielo intacto. Realmente, no pueden hacer con nosotros lo que quieran. Podrán acosarnos, podrán despojarnos de nuestros bienes materiales y de nuestra libertad de movimientos, pero somos nosotros mismos los que perdemos el derecho a nuestros mayores bienes por nuestra contemporización. Por nuestra sensación de ser perseguidos, humillados y oprimidos. Por nuestro propio odio… Podemos, por supuesto, sentirnos tristes y deprimidos por lo que nos han hecho; es perfectamente humano y comprensible. Sin embargo, nuestra mayor herida nos la infligimos nosotros mismos. La vida me parece hermosa y me siento libre. Mi cielo interior es tan hermoso como el que se extiende sobre mi cabeza. Creo en Dios y en el hombre y lo digo sin rubor. La vida es dura, pero eso no es malo… La verdadera paz sólo llegará cuando todos los hombres logran estar en paz consigo mismos; cuando todos hayamos vencido y trasformado nuestro odio por nuestros hermanos humanos de cualquier raza, llegando inclusos algún día a amarlos, aunque quizá sea pedir demasiado. Sin embargo, es la única solución. Soy una persona feliz y amo verdaderamente la vida, en este año de Nuestro Señor de 1942, enésimo año dela guerra.” (An Interrupted Life , p. 151).



Otro ejemplo procede de un pobre aparcero negro sudamericano que fue encarcelado en los años treinta por realizar actividades sindicalistas. Ya anciano, cuenta su historia a Theodore Rosengarten y describe lo que le sucedió en la cárcel.

“Y de repente, Dios irrumpió en mi alma. No se imagina qué gritos y qué alegría; sencillamente noté que me abrasaba. Se me aclaró la mente y me sentí tan feliz que ni siquiera era consciente de dónde me estaba… Y el Señor empezó a hablarme como un hombre normal. Oía estas sencillas palabras: “Sígueme y confía en mí por mi palabra santa y justa”. Y entonces enloquecí al percibir el cambio…  Comencé a proclamar lo bueno, amable y misericordioso que era el Señor. Liberó mi alma del pecado… Bueno, me juzgaron y me encarcelaron. Pero el Señor bendijo mi alma y me preparó para soportarlo” (Rosengarten, All God´s Dangers: The life of Neta  Shaw, pp. 333-334)

El último ejemplo procede del pastor y teólogo luterano alemán Dietrich Bonhoeffer, que fue encarcelado y sentenciado a muerte después del atentado fallido contra la vida de Hitler. En una de sus últimas cartas a un amigo escribió:


“Por favor, no te preocupes ni te inquietes nunca por mí, pero no olvides la oración de petición… Estoy tan convencido de que la mano de Dios me guía, que espero ser siempre mantenido en esta certeza. No debes dudar nunca de que recorro con gratitud y alegría el camino por el que soy conducido. Mi vida pasada está colmada de la bondad de Dios, y sobre la culpa se halla el amor perdonador del Crucificado… Perdona que escriba estas cosas. Por favor, no dejes ni por un momento que te entristezcan o te intranquilicen: que sirvan tan sólo para alegrarte de verdad. Quería decirlas una vez por lo menos, y no sabía a quién, fuera de ti, podía colocárselas de tal manera que las escuchase tan sólo con alegría” (Resistencia y sumisión. Sígueme, salamanca 1983, pp. 274-275).

¿No es acaso verdad que muchas personas experimentan una increíble alegría en medio de un gran dolor y la atribuyen a su convicción de que todo está bien? ¿No es posible que en estos momentos de dicha experimentemos lo mismo que Jesús experimentó y atribuyó a sus oyentes? Quizá también nosotros queremos orar para vivir, al menos durante unos momentos en la nube con la convicción de Juliana de Norwich: “era conveniente que hubiera pecado: pero todo irá bien, todo se arreglará, todo irá bien, todo se arreglará, todo irá perfectamente” (Revelations of Divine Love, cap. 27, decimotercera revelación).»[4]

“Sabiduría”

וְנָתַתָּ֨ לְעַבְדְּךָ֜ לֵ֤ב שֹׁמֵ֙עַ֙ לִשְׁפֹּ֣ט אֶֽת־עַמְּךָ֔ לְהָבִ֖ין בֵּֽין־טֹ֣וב לְרָ֑ע

Siempre habrá que insistir que no se trata de erudición, ni de enciclopedismo; no se trata de esa supuesta sabiduría de los llenadores de crucigramas o de los concursantes en los programas de televisión, no es la experticia de los conferencistas sobre cierta temática o sobre alguna disciplina científica. La “sabiduría” de la que se nos habla en la Primera lectura de este Domingo, es la sabiduría que pidió Salomón. El eje de la Liturgia de la Palabra en el Domingo XVI Ord. (A) era la Justicia, hoy el eje es “Dale a tu siervo la sabiduría necesaria para aplicar esa justicia”. Salomón en su petición la caracteriza como “sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal”.


Ya en esa misma petición se anida una enorme sabiduría, pidió sabiamente porque ese era su anhelo, no pidió larga vida, ni riquezas, ni la muerte de sus enemigos; sino que pidió por fuera de sus egoísmos, pidió por y para el bien de la comunidad, de los hermanos, de sus “semejantes”, de los “hijos de Dios”, los que Él había elegido para hacerse un pueblo fiel. Pidió para tener lo indispensable para poder aportar en la construcción del reinado de Dios.

Esencia de la Sabiduría

¿Cuál es la médula de esa sabiduría? Se nos dice en el Salmo: los Preceptos del Señor, sus Mandamientos, sus Enseñanzas. El verdaderamente sabio, el “escriba del reino” es el que sabe la Ley de Dios y la pone por obra; aquel que la oye y la lleva hasta su corazón, volviéndola carrilera de cada una de sus acciones y pensamientos, es el que la mira y ve, el que la tiene en la mente y la entiende. ¡El sabio es el bienaventurado! Aquel que además detesta la falsedad.



Amo, Señor,  tus mandamientos
más que el oro purísimo
por eso tus preceptos son mi guía
y odio toda mentira.

Cristificación

La carta a los Romanos nos explica el programa de “estudios”, teoría y práctica, para los aspirantes a esa sabiduría, para los que quieren el título de “escribas del reino” (no el de los falsos escribas que son sólo funcionarios de los reinos-del-mundo). ¿En qué consiste ese “plan de estudios”? συμμόρφους τῆς εἰκόνος τοῦ Υἱοῦ αὐτοῦ, “que reproduzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo”.



A este “entrenamiento” nos referimos frecuentemente diciendo que debemos trasparentar a Jesús en nuestras vidas, que debemos saturarnos de Jesús, que debemos ser reflejo suyo, que debemos vivir cristiformemente, Jesús-mente.



Nos dice el Padre Gustavo Baena: «…lo que se revela en Jesús no es solo el acontecer a plenitud de Dios en él, de manera singular, absoluta e irreversible, sino también la manera como Dios crea a todo hombre, dándose, hominizándose en él, comunicándose a él personalmente… Lo que Jesús pretendía con sus parábolas, aunque era un lenguaje sobre Dios, no era ofrecer ni una idea, ni una doctrina conceptual sobre Dios, sino mover o disponer, de alguna manera, a sus oyentes a tomar conciencia frente a esa realidad de Dios vivo que también acontece en ellos y espera que sea acogida voluntariamente por ellos en una decisión de la voluntad y que por lo tanto tenga consecuencias reales en su propia conducta… Se sigue, pues en buena lógica que propiamente la misión de Jesús que surge de su propia realidad, a saber, ser ontológicamente lenguaje de Dios para el hombre, al anunciarse ese mismo Dios aconteciendo en el hombre Jesús, es hacer comunión con sus hermanos De lo contrario Jesús no sería palabra de Dios, ni su vida sería el anuncio mismo del Reino de Dios… Para comprender esta trascendental conclusión bastaría volver sobre lo que Jesús entendía por Reino de Dios o Dios Creador en cuanto Creador de seres humanos, esto es, a partir de su experiencia, que Dios crea al hombre trascendiéndose en él, viviendo en él, haciendo comunidad con él, pero este acontecer acogido en su realidad por él, produce seres humanos que transparentan este acontecer divino dando testimonio, al trascenderse ellos mismos en sus hermanos, dándose a ellos incondicionalmente, esto es, sin búsqueda de interés propio, o en otros términos haciendo comunidad con ellos.


En resumen, lo que Jesús buscaba, no era simplemente un anuncio de verdades abstractas o un complejo de normas morales, sino el acontecer real de Dios en la historia humana y el comportamiento coherente con ese mismo acontecer, o sea, la comunidad.»[5]


Ese es el verdadero tesoro para nuestra vida, más valioso que miles de monedas de oro y plata; por el cual vale la pena dejar todo lo demás. Es la perla preciosa a cuyo lado todas las chucherías que arrumamos deben abandonarse, para seguirlo a Él.







[1] Ratzinger, Joseph. JESÚS DE NAZARET. Ed. Planeta Bogotá Colombia 2da ed. 2007 p. 234
[2] Baena, Gustavo. sj. EL ANUNCIO DEL REINO DE DIOS DE JESÚS. Fotocopias U. Javeriana.
[3] Fannon, Patrick. LOS CUATRO EVANGELIOS. BREVE INTRODUCCIÓN A SU ESTRUCTURA Y MENSAJE. Ed. Herder. Barcelona-España 1970. pp. 85-86
[4] Barry, William. sj. ¿QUIEN DECIS QUE SOY YO? ENCUENTRO CON EL JESÚS HISTÓRICO EN LA ORACIÓN. Ed. Sal Terrae Santander-España 1998. pp. 75-78
[5] Baena, Gustavo. sj. Loc. Cit. 

sábado, 19 de julio de 2014

JUSTICIA AL RITMO DE DIOS



Sb 12,13.16-19;Sal 86(85),5-6.9-10,15-16a;  Rm 8,26-27; Mt 13,24-43

Al hombre moderno le resulta difícil aceptar la idea de un juicio final de Dios sobre el mundo y la historia, pero de este modo se contradice, pues él mismo se rebela a la idea de que la injusticia tenga la última palabra.

Raniero Cantalamessa, ofm. Cap.

Luchar por la justicia es como si lloviera una gota en el desierto dela injusticia. ¿De qué sirve? Viene la tentación y el desaliento. Pero las parábolas de la semilla-árbol y de la levadura-masa responden: ¡No desistan!

Ivo Storniolo

El Señor nuestro Dios no cesa de invitarnos a ser parte del proyecto de construcción del Reino. Su llamado es un llamado más que de puertas abiertas, de brazos abiertos, de corazón abierto. Este Buen Pastor, que en estas parábolas es un Buen Sembrador “avienta” la Semilla a diestra y siniestra. Él no aplica ningún tipo de discriminación, lo hemos visto sembrar entre cardos y abrojos, entre piedras y en terreno áspero. ¡Sorpresa! Muchas veces, esa semilla -la menos favorecida por el tipo de terreno en que cayó- ha cargado más de treinta, más de sesenta, más del cien por ciento.

En cuanto al Evangelio, queremos enfatizar que estamos en la zona del Evangelio de Mateo donde se nos plantea la “opción decisiva sobre el Reino”. Parte de esa opción consiste en saber de qué se trata el Reino, con qué podríamos compararlo; no podemos enrolarnos en una tarea que no entendemos, ¿cómo podríamos cumplir de manera adecuada las funciones inherentes a una “contratación” si no sabemos a qué se dedica la empresa que nos ha contratado?, valga la comparación ¿cómo cumplirle a Nuestro Señor que, salió a buscar “jornaleros” si no sabemos de qué se tratará nuestra jornada?

Este Domingo XVI del ciclo A, en el Tiempo Ordinario, tiene su eje. Proponemos hacer de la “justicia” el eje comprensivo de su liturgia de la Palabra.

En el Libro de la Sabiduría

La perícopa que leemos este Domingo, proviene de la tercera sección, donde se habla de la Sabiduría Divina manifestada a través de los aconteceres históricos del pueblo escogido (capítulos 10-19). Nos relata el contexto que Dios “aborreció a los antigua habitantes de Canaán porque se dedicaban a la magia y practicaban rituales donde se comía órganos y hasta sangre humana y se sacrificaban niños. Pese a eso, Dios no los aniquiló de golpe y borrón, sino poco a poco, para darles oportunidad para el arrepentimiento.

Luego nos dice, ¿obro así por miedo a alguien? ¿será que Dios tiene al alguien a quien rendirle cuentas y por temor a ese dilató el castigo? ¿o un adversario poderoso que le pudiera oponer fuerzas en defensa de los canaanitas pecadores? No, nos dice el texto; sino porque “precisamente porque dispones de tan gran poder, juzgas con bondad y nos gobiernas con gran misericordia, porque puedes usar de tu poder en el momento que quieras.” Sb 12, 18.


De este gesto misericordioso, donde la misericordia de Dios se constituye en un rasgo de su Sabiduría, se desprende una enseñanza para nosotros: ¿qué nos enseña Dios con su actuar? ¿cómo debemos obrar nosotros –los que aspiramos a ser llamados justos (recordemos que en el contexto judáico, lo que nosotros llamamos santo, ellos los llaman “justo”) si así obra nuestro Padre Celestial? “El hombre justo debe ser bondadoso”. Ahí tenemos la respuesta, y esa respuesta nos lleva al eje que hemos propuesto. Justicia compasiva, no retaliativa; justicia misericordiosa, no vengativa.

Pero no se queda ahí la enseñanza que recibimos, a esta enseñanza se añade la que el texto llama “una bella esperanza”: La oportunidad que tenemos de arrepentirnos de nuestros pecados. (Sb 12, 19c).

La plegaria de David

Los Salmos y los Profetas, en diversas oportunidades nos advierten que Dios es un Dios lento a la cólera y rico en clemencia” que no ansía la perdición sino que es generosísimo en perdón y su misericordia está siempre ahí seca del pecador arrepentido. Teniendo esto en mente, podemos comprender mejor lo que Dios espera de nosotros: No buscar que nadie se pierda sino abrir nosotros también nuestro corazón para que todos se salven.

En esta oportunidad, cuando el salmo responsorial es “La plegaria de David” nos encontramos con la siguiente afirmación: וְאַתָּ֣ה אֲ֭דֹנָי אֵל־רַח֣וּם וְחַנּ֑וּן אֶ֥רֶךְ אַ֝פַּ֗יִם וְרַב־חֶ֥סֶד וֶאֱמֶֽת׃ “Dios entrañable y compasivo, todo amor y lealtad, lento a la cólera, …[abundante en fidelidad a la Alianza y verdadero]” (Sal 85, 15).

Esos dos rasgos nos revelan dos precisiones del Perfil de nuestro Padre del Cielo, pero ya en el verso 5-6, con que abrimos el Salmo responsorial de hoy, nos encontramos otras dos revelaciones כִּֽי־אַתָּ֣ה אֲ֭דֹנָי טֹ֣וב וְסַלָּ֑ח וְרַב־חֶ֝֗סֶד לְכָל־קֹרְאֶֽיךָ׃ a) Tú Señor, eres bueno y perdonas b) eres todo amor con los que te invocan (observemos que nuevamente se repite la expresión que alude a la fidelidad con lo pactado: חֶ֝֗סֶד. Esta Hessed, se nos ha dicho, es amor, porque Dios es Amor). ¡Dios mantiene su Alianza con el hombre! ¡No la quebrantará jamás!

La epístola

Como habíamos dicho, continuaremos con la Carta a los Romanos hasta septiembre. Hoy tenemos una idea muy importante para entender nuestra existencia insertada en la trama histórica. En un continuo histórico de siglos y siglos, generaciones y generaciones, nosotros somos pequeños como hormiguitas, muchas veces nos visualizamos simplemente como un número: un número de turno en la fila de atención, un número de identificación, un número en la lista del aula, un número en la seguridad social que si no está debidamente codificado y con cuota cancelada, ni recibirá atención y se le dejará morir sin asistencia.


¡Y en ese “inextricable” nos vemos insignificantes! Muchas personas dicen y verdaderamente se ven menores que “un cero a la izquierda”; asistimos a una desvalorización de la persona humana tan curiosa como peligrosa que se puede explicar como parte de un proceso de alienación que nos convierte en seres manipulables: Si realmente soy tan insignificante y lo que yo haga no vale nada y no implica nada ¿qué más da si hago a o si hago b? y si opto por vida o muerte ¿eso qué puede importar? Esa devaluación de la persona abra las puertas del individualismo más solipsista (ego solo ipse) y el relativismo más recalcitrante; pero, lo que nos parece más grave, desemboca en la inmoralidad: si todo es relativo ¡todo vale nada y el resto vale menos!

Si soy sólo yo y sólo yo valgo y sólo mi opinión tiene “valor” quedo reducido a nadie, porque los demás no me importan, porque los demás no me valen, prácticamente, porque los demás no existen. ¡A mí que me importa si al otro le duele o le pesa si sólo yo soy! Quedo reducido a un ser a-social, pero si no tomo en cuenta a los demás –automáticamente- mi asocialidad se convierte en antisocialidad porque mis actos y mis decisiones dañan a otros pero yo me refugio solipsista en que el otro no existe o, por lo menos, en que sui existe a mi qué me importa (¿Soy yo acaso el guardia de mi hermano? (Gn 4, 9c)).


Ante esa devaluación regresemos por un instante al Libro de la Sabiduría, casualmente el capítulo 12 inicia con al siguiente exclamación: “Porque en todos los seres está Tu Espíritu Inmortal”.

Ese Espíritu que nos inhabita, no está allí durmiendo, o contemplando pasivamente. Está allí para interceder por nosotros. Y es que, en nuestro extravío, como ya hemos dicho fruto del pecado original, se nos ha nublado la conciencia y nuestros ojos viendo no ven y oyendo no oyen y no comprenden con el corazón. Pero eso no hizo que Papá Dios nos diera la espalda -no sería el Dios Justo del que estamos hablando, del que estamos diciendo que se nos ha revelado Compasivo y Misericordioso- desde el primer momento en que la “embarramos”, inmediatamente, diseñó un Plan de Salvación, porque Él no nos creó para que nos perdiéramos; y, en ese Proyecto Salvífico se incluyó Él mismo, comprometió lo que Él más ama. Como un padre o una madre no dudan en dar una parte de sí mismo, un órgano y hasta su propia vida, así Dios Padre decidió jugarSe a Su Propio Hijo Jesucristo Nuestro Señor para redimirnos. Pongamos al lado de esto aquella devaluación de que “somos  insignificantes e intrascendentes” ¡Eso quiere el Malo que creamos para sumirnos en la impotencia, para que no hagamos nada o lo que es más destructivo, para que torzamos el camino y obremos contra lo que debemos! ¡Cuánto valemos, cada uno de nosotros, para que Dios se la hubiera jugado toda por nosotros!


Volvamos al tema de nuestra inhabitación por el Espíritu: Precisamente valemos tanto porque Dios despliega toda su חֶ֝֗סֶד Hessed en favor nuestro. Cuando se dice que somos un pueblo escogido se debería añadir: Somos un pueblo que Dios se ha escogido para amarnos. ¡Y en verdad que nos ama!

Dice la carta a los Romanos que, a pesar de no saber pedir ni lo que pedimos, el Espíritu que está en nosotros y por ser Espíritu de Dios si tiene la Sabiduría necesaria que brota de conocernos hasta la médula, Él sí sabe lo que pide y sabe pedir. En medio de nuestra obnubilación de pecadores no entendemos el idioma angélico con el que habla ese Espíritu, para nosotros son simplemente στεναγμοῖς ἀλαλήτοις “gemidos inefables”.


No sabemos pedir lo que realmente nos conviene, pero en cambio, el Espíritu pide en perfecta consonancia con la Voluntad del Padre; siendo así, no hay riesgo de que esté pidiendo lo que no nos conviene, podemos estar seguros que pide exactamente con un pedido “sobre medidas”.

Intromisión  del enemigo en el cultivo


Seguimos en la línea de hacer nuestro “doctorado” sobre el Reino de Dios. Hoy el “Conferencista Invitado” ¡vaya qué lujo de Conferencista! ¡El máximo experto mundial, extranjero, traído del País de los  especialistas en el Reino, es Jesús! (extranjero en tierra propia, es conveniente advertirlo Él es Rey de reyes, Señor de señores, luego no puede ser extranjero porque su patria son todas las patrias y Él no tiene segunda nacionalidad porque nació en Belén tierra que representa a todas las patrias, “verdadera casa de Pan”). Es sólo una manera de hablar para resaltar que, en nuestro aprendizaje sobre el Reino, quien nos está enseñando es el Mismísimo Rey.


Habla con un lenguaje universal: Se dice que es lógico que habiendo vivido Jesús en una sociedad agraria era natural que su lenguaje fuera un lenguaje con referentes agrarios. Eso es cierto, pero al revés también es cierto y más cierto todavía. Nosotros ya no vivimos en una sociedad agraria y nuestra cultura no es básicamente agrícola pero –pese a vivir en culturas predominantemente urbanas- esos referentes no se nos escapan y aún en un contexto social dominado por las tecnologías, no nos son esquivos los signos que subyacen en las parábolas con las que Jesús nos “dicta” hoy su conferencia. Aún hoy, todo el mundo entiende de qué está hablando, y hasta nos arriesgaríamos a decir –con bastante certeza- que ¡hoy entendemos mejor que ayer!

Hay una continuidad entre la parábola del Domingo anterior y las de hoy. Se trataba de un sembrar, de un sembrador y de un sembradío. Cuando alguien cultiva, no está exento de las envidias; no nos debe extrañar que algún vecino “maldadoso” quisiera venir a perjudicar los cultivos y viniera a sembrar cizaña entre la “semilla buena”. Claro que el enemigo no obra abiertamente, aprovecha la oscuridad y viene en la noche “mientras los trabajadores duermen” (por eso en varias partes Jesús nos recomienda que velemos y estemos alertas, y en otra parte - nos reprochaba que no pudimos velar ni una hora con Él Mt 26, 40b).


Aquí viene una enseñanza grandiosa en cuanto a la agricultura del Reino: ¡Hay que dejar que la cizaña “conviva” con la semilla buena! Uno de nuestros grandes errores ha sido el de las purgas, para tomar un ejemplo histórico están los fariseos y también los cátaros (del griego kataros: puros). Θέλεις οὖν ἀπελθόντες συλλέξωμεν αὐτά “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Siempre hemos intentado separar, segregar, discriminar, descartar, ir a arrancar precipitadamente lo que el enemigo intruso vino a plantar; pero Jesús nos corrige, ¡Dejen que crezcan juntos!


Si examinamos nuestro pobre corazón veremos que este entreverado se produce siempre, lo bueno y lo malo siempre “crece” inextricablemente trenzado. Si extirpáramos un pedazo de corazón produciríamos muy probablemente la muerte porque de ese pedazo enfermo depende el funcionamiento del órganos y del organismo entero; la parábola de Jesús es mucha más exacta: al arrancar la cizaña puede llegar a ocurrir que también arranquemos el trigo.

Entonces ¿Qué debemos hacer? “Tolerar esa diferencia” Permitir la coexistencia, no pasivamente, no dejando a la cizaña crecer a sus anchas, sino oponiéndole resistencia. Hay que velar y resistir: ὁ δὲ ὑπομείνας εἰς τέλος, οὗτος σωθήσεται. A esta perseverancia la podemos catalogar de resistencia activa. ¡Ojo! No podemos permitirnos una resistencia pasiva, no podemos abandonarnos al dolce fer niente, el tema de la fe no es el tema de la modorra y la pereza ¡Hemos de ser diligentes!


Esta resistencia está conectada con los “ritmos de Dios”. Uno de nuestros aprendizajes está orientado a sincronizar nuestro reloj vital con el Reloj de Dios. Hay que ajustarse a la “cadencia” divina. Nada de desespero, nada de angustias, paciencia (no pasividad). Vienen entonces dos parábolas breves que ilustran este tema: Cuando se siembre la semilla de mostaza, aun cuando sea minúscula llegará a ser arbusto habitable para pájaros, no para uno sino para una pluralidad de ellos, puesto que el arbusto no será diminuto, sino suficientemente amplio. Pero de siembre a arbusto hay un tiempo, el tiempo de Dios, tiempo de paciencia, de espera vigilante.


Otro tanto pasa con la levadura, se mezcla con el triple de harina, y los panaderos saben que ¡no hay que meterle prisa sino concederle tiempo!




domingo, 13 de julio de 2014

NUEVO LLAMAMIENTO A SER DISCÍPULOS


Is 55,10-11; Sal 65(64), 10-14; Rm 8,18-23; Mt 13,1-23

Líbrame Señor del peligro de decirte “si”, ahora y aquí,
y luego hacer “no”…
Haz de mí, Señor,
un campo abierto y preparado
donde tu Palabra creadora crezca
y produzca frutos abundantes.

Averardo Dini

El eje de hoy: la Palabra

En la Primera Lectura nos encontramos con la expresión דְבָרִי֙ que traducimos Palabra o “lo hablado”, “lo dicho”, “asunto”, “consejo”, “hecho”, “acto”, “acuerdo”, “respuesta”; y con esta דְבָרִי֙ se establece un paralelo, una comparación: por una parte está la lluvia y la nieve, por la otra parte, está la Palabra. ¿En qué se asimilan palabra y lluvia? En que ambas trasmiten una “vitalidad”. Así como la lluvia “empapa”, “fecunda”, “hace germinar”, nos dice Isaías; la Palabra, que pronuncia Dios, tiene una misión que cumplir, su encargo es “hacer lo que Dios quiere”.

Queremos destacar que la Palabra de Dios es Palabra y es Acto; distinta de la palabra humana donde lo expresado puede perfectamente ir en contrahílo con lo actuado. El pecado humano, la “caída”, quitó a la palabra humana esa propiedad de la Palabra Divina, su coherencia entre dicho y hecho. A la Palabra Divina sigue –sin mediación alguna- el acto, el hecho: Dios habla y tan pronto habla se vuelve realidad, ya lo vimos en el Génesis, por ejemplo, Dios dijo, “¡Que haya  luz!” Y hubo luz. Gn 1, 3b. Es la primera enseñanza en la Escritura, es el poder Creador de la Palabra Divina. Y su voz, no es estéril, es la enseñanza de hoy en Isaías, la Palabra no sale de Su Boca en vano, siempre empapa, fecunda y hace germinar.

La danza de los niños en la lluvia

En el salmo, nos encontramos en presencia de un himno. Se alaba a Dios, digno de alabanza, porque presta oído a las oraciones.  Ese es el motivo hímnico. Su totalidad puede dividirse, para analizarlo, en tres partes: La primera, versos 2-5: porque a Él acudimos y Él se elige Levitas y sacerdotes que moren en su templo (es decir, se hace discípulos para que constituyan el Nuevo Pueblo de Dios); la segunda parte estaría constituida por los versos 6-9: hasta los confines del orbe lanzan gritos de alegría por el gran Poder de Dios; y, la tercera parte –que es la perícopa que leemos en este Domingo XV del Tiempo Ordinario, ciclo A-:  habla del Canal de Dios, digamos así, las represas del Cielo (por lo general esto se traduce como “arroyos caudalosos” o “rebosantes de agua como acequias”) que Dios abre generosamente para irrigar la tierra, hacer fértiles los campos y hacerlos germinar.


Ahí nos topamos con la convergencia entre Isaías y este himno: ¿Cuál es la Voluntad de Dios? Hacernos el bien. ¿Cómo nos beneficia? Haciendo germinar, para lo cual “empapa”, “fecunda” y “hace germinar”. 

«Está lloviendo. Lloviendo con la furia oriental de monzones paganos. Miro la cortina de agua, el súbito Niagara, las calles hechas ríos, las nubes de plomo, el violento descender de los cielos sobre la tierra desnuda, en aguas de creación y de destrucción, a lo largo del líquido horizonte donde el cielo, la tierra y el mar se hacen una sola cosa en la celebración primigenia de la unidad cósmica. La danza de la lluvia, la danza de los niños en la lluvia que sella la alianza eterna del hombre con la naturaleza y la renueva año tras año para bendecir la tierra y multiplicar sus cosechas. Liturgia de lluvias en el templo abierto donde toda la humanidad es una.»[1]

Es así, la Lectura de Isaías, profetiza sobre la lluvia, una de las Palabras generadoras de Dios, a través de esa “lluvia” Dios prodiga, con su abundancia misericordiosa, siempre esplendida hasta el derroche, siempre magnánima exuberante en su misma prodigalidad (como no recordar la abundancia de panes y peces en la multiplicación, o la profusión del vino en las Bodas de Caná, que se ha calculado en seiscientos litros de vino), multiplicando los trigales que engalanan los valles Sal 65(64), 9(10)d.

Siempre munífico, junto con los granos de trigo multiplica las hostias, y con ellas reverdece la Alianza, avanzando victorioso hacia la glorificación donde el hombre pacta con los hombres, con la naturaleza y –para hacer la Alianza ilimitada- con Dios mismo, con Quien al aliarse toda otra Alianza alcanza perfección absoluta.


La vía hacia Dios es Alianza de fraternidad entre todos los seres humanos, vía de justicia, armonía y paz; pero no basta, tiene que trabajarse sobre la justica y la armonía ecologista. Y es que la Palabra de Dios es también omni-abarcadora. No nos nombró “depredadores” de la creación, sino “administradores” que deben rendir cuentas al Señor cuando el regrese y, nos pregunte por los talentos recibidos. Entonces, si hemos velado por lo depositado en custodia, las criaturas pacificadas y hermanadas en el Amor, podrán gozar de la Visión de Dios.

Esta es la renovación de la Alianza, y el agua-lluvia de la naturaleza es un signo bautismal, ya no inundación que aniquila, sino agua que arrastra la suciedad y deja las calles de la Nueva Jerusalén, resplandecientes en su “limpieza”.

Sobre la perícopa de Romanos.

οἴδαμεν γὰρ ὅτι πᾶσα ἡ κτίσις συστενάζει καὶ συνωδίνει ἄχρι τοῦ νῦν· “Sabemos que toda la creación gime y está en dolores de parto hasta el momento presente” Rm 8, 22. Todos nos hallamos en ese estado de inconformidad, de in-completitud, no sólo la naturaleza, sino nosotros mismos, el género humano, extraviados buscando, muchas veces sin saber lo que buscamos, que, francamente podríamos unirnos a San Agustín para decir que “mi corazón no encuentra reposo hasta que no descanse en Ti. Dice San Agustín: “Mi alma tiene sed de Dios, ¿cuándo llegaré a gozar de la presencia del Dios viviente? A esta búsqueda de “adopción filial” se refiere la Carta a los Romanos en el fragmento incluido en la liturgia de este Domingo.


La resurrección no ha alcanzado todavía en nosotros –que nos hallamos en proceso de cristificación, para no-ser ya nosotros mismos los que nos auto-habitamos, sino Cristo, quien viva en nosotros- sus plenos efectos. Decíamos la semana pasada, siguiendo a Lucien Cerfaux que, esa relación entre naturaleza y gracia se desenvolvía en tres niveles, de los cuales, la vez pasada mencionamos los dos primeros: el psicológico-teológico y el ontológico; y, habíamos ofrecido referirnos hoy al tercero: «el nivel cósmico es la creación entera la que participa de este movimiento en que es arrebatada la naturaleza humana. Desde ahora la creación aspira a compartir, a su manera, la gloria de los hijos de Dios, que se manifestará en la Parusía de Cristo»[2].

Aun cuando suframos y coparticipemos de esos dolores de parto, ¿Qué son al lado de la inenarrable gloria que ha de manifestarse en nosotros? [ἄξια τὰ παθήματα τοῦ νῦν καιροῦ πρὸς τὴν μέλλουσαν δόξαν ἀποκαλυφθῆναι εἰς ἡμᾶς. Notemos que se dice que esa gloria se manifestará en nosotros en un momento dado en un “tiempo” καιροῦ que lo llamamos “tiempo de la gracia”]. Y se manifestará a su debida hora, cuando la germinación haya concluido y la Palabra haya hecho toda su obra.

“Y les dijo muchas cosas en parábolas”

Bueno, y ¿que son las parábolas? Poco más o menos, cuando nos dicen parábolas entendemos como un cuentico, como una comparación, un hablar de algo para querer decir otra cosa. Y bueno, sí. Pero quisiéramos hablar de las parábolas explicándolas como una clase de milagros: Jesús resucitó muertos, o sea transformó a un sin-vida en un viviente; Jesús sano enfermos, es decir, transformó a unos que carecían de salud en portadores de vitalidad; Jesús multiplicó que es la trasformación de lo que no alcanza en lo que rebosa; Jesús  trasformó agua en vino, o pan y vino en Cuerpo y Sangre propias, es decir, trasformó unas sustancias materiales en sustancias místicas. El milagro es una “trasformación”, una metanóia, es un tipo de metanóia de naturaleza escatológica, valga decir, que hace presente, actual, algo que todavía no está presente.



Entonces, una parábola reviste estas características escatológicas pero en el plano “verbal”, en el plano de la Palabra. Aquí lo que se trasforman son palabras, palabras comunes y corrientes en palabras que nos “revelan” realidades trascendentes, místicas. A estas realidades Jesús las llama μυστήρια “misterios” y no cualquier clase de misterio, sino μυστήρια τῆς βασιλείας τῶν οὐρανῶν misterios del Reino de los Cielos.

Ahora, miremos a quiénes nos dice Jesús que se les revelan los misterios. Jesús hablándoles a sus discípulos les dice que “a ustedes” se les han dado a conocer esos misterios pero a “ellos” no; a “ellos” se les han vetado. Y, entonces ¿cómo podemos acceder a la revelación de esos misterios? La respuesta es prácticamente obvia: haciéndonos discípulos, frecuentando al Señor, escuchando su Palabra y ofreciéndole nuestro corazón como tierra fértil, permitiendo que la lluvia de la gracia empape, fecunde y haga germinar.

A veces pensamos que las diferentes clases de terreno son clasificación de distintas personas en “tipos” de acogida a la Palabra de Dios. Preferimos pensar que cada persona pasa por los diferentes tipos de terreno en los diferentes momentos de la vida acompañando el avance en el proceso discipular. Tendremos que insistir que este proceso no reviste un carácter lineal, sino que está acompañado de fluctuaciones entre el avance y el retroceso, y sólo el que persevere alcanzará la meta soteriológica y será salvo.


La clave para decodificar la parábola, para acceder a este milagro “verbal” está en hacernos amigos de Jesús frecuentándolo, hasta “familiarizarnos” con Él; ese es el proceso de cristificación al que Jesús nos invita. La parábola no está para discriminar entre los que aceptan y los que son terreno pedregoso o espinoso; la parábola, este milagro verbal, está aquí –en la parte del Evangelio según San Mateo que se ocupa de la opción decisiva ante la propuesta del Reino de Dios- para invitarnos a cada uno de  nosotros a ser Adanes (recordemos que la palabra Adán significa “tierra”) para acoger al semilla que Jesús el σπείρων sembrador σπείρειν aventaba, (en esa cultura se sembraba “aventando”). Esta manera de sembrar nos muestra que la predicación no tiene carácter selectivo-discriminador, la semilla de la Palabra es esparcida a diestra y siniestra, y está disponible para todo el que quiera hacerse cercano, discípulo, familiar y amigo.

Jesús en su integralidad es, por ejemplo en la Eucaristía: Sacerdote, Altar y Víctima; aquí en la parábola es “simultáneamente” sembrador, semilla y tierra (Él es el segundo Adán, inicio de una Nueva Humanidad, primicia del Reino).

Sobre el hacernos tierra fértil

«… cada uno… está comprometido o acostumbrado a un estilo de vida que puede volverlo incapaz de comprender lo que significa la liberación, para descubrir finalmente, lo que es la vida humana que Dios quiere.»[3]

Es preciso, en este proceso discipular al que se nos invita, aquilatar la dinámica y la dialéctica entre la semilla y la tierra. La semilla no cae en tierra y la tierra simplemente la recibe, porque cayó allí, y luego la semilla por sí sola hace todo. En realidad, la tierra se abre y dona todos sus nutrientes, y en la medida en que la semilla empieza a enraizar, podemos hablar de un entretejido, de una compenetración entre la tierra y la semilla, se tejen de tal manera que entran en interdependencia, al punto que si la semilla es arrancada de la tierra el proceso se malogra, la semilla se muere y la tierra habrá desperdiciado los nutrientes que le había cedido. De alguna manera esta simbiosis entre tierra y semilla hacen de las dos cosas una sola: Jesús la semilla es el Esposo, la Iglesia, comunidad discipular, es la tierra, la Esposa, y serán una sola carne, el Cuerpo Místico de Cristo; esta dialéctica es la que denominamos Construcción del Reino.


El Cardenal Martini nos decía: «Nuestra época cultural está sufriendo las consecuencias de una concepción incompleta de la libertad. Se la confunde con el poder y el derecho de tener todo e inmediatamente. El incremento de los conocimientos científicos y el desarrollo de las aplicaciones técnicas llevan al hombre a sobrevalorar su poder y a dedicarse a una actividad productiva cada vez más frenética: un ejemplo dramático y al mismo tiempo caso límite es el armamentismo.

Como consecuencia de esto, el ser del hombre, en vez de revelarse y construirse en el hacer, tiende a disolverse en la agitación.»[4] El proceso de germinación no puede confiarse a esos ritmos de inmediatez; para que la semilla germine en nosotros tenemos la vida entera, y nuevamente diremos. “Sólo el que persevere hasta el fin, ese se salvará” Mt 24, 13.




[1] Vallés, Carlos G. sj. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal Terrae Santander-España 8va ed. 1993. p. 121.
[2] Cerfaux, Lucien. LA TEOLOGÍA Y LA GRACIA SEGÚN SAN PABLO.  en SELECCIONES DE TEOLOGÍA Facultad de Teología San Francisco de Borja. Barcelona-España Ene-Mar 1967. VOL.M 6 NO. 21p. 12.
[3] Storniolo, Ivo. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE  MATEO. EL CAMINO DE LA JUSTICIA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá D. C.- Colombia 1995 p. 110
[4] Martini, Carlo María. EN EL PRINCIPIO LA PALABRA. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá D. C.-Colombia 1995 p. 23