sábado, 30 de abril de 2016

PROCESO DE UNIVERSALIZACIÓN DE NUESTRA FE


Hech 15, 1-2. 22-29; Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8; Ap 21, 10-14. 22-23; Jn 14, 23-29

Primero está la experiencia de aprender a ser libres. Re-educarnos para la libertad, porque solo se puede amar libremente. La experiencia de acampar en una tienda de campaña es maravillosa. Anochecer hoy aquí, y mañana, recoger la tienda y mudarse a un lugar distinto. De tal manera, si se sostiene este estilo de vida, desembocamos en el nomadismo. El pueblo judío vivió esta experiencia en su errar por el desierto durante cuarenta años. Después de haber vivido en Egipto y haberse habituado  al sedentarismo y a la esclavitud, Dios los liberó y los sacó del cautiverio. Este “origen”, que aparentemente se podría tomar como una fase de la existencia de este pueblo, en realidad vino a definir toda su identidad. Lo marcó.

Una primera consecuencia es la de vivir un proceso depurativo. Ellos se habían acostumbrado al sabor de la esclavitud, de tal manera que –una vez liberados- reniegan de su nueva condición de “libres” añorando las cebollas que comían en Egipto, aunque fueran esclavos. Esto nos pasa a todos. Llegamos a caer en un “círculo vicioso”, cualquiera que sea, por ejemplo, el alcoholismo, o la ludopatía, y –después- aun a sabiendas de estar esclavizados, tendemos a retornar empecinadamente a la “manía”. Es preciso vagar 40 años por el desierto, para salir airosos y superar la adicción. Vagar por el desierto cuarenta años es toda una depuración, la mayoría de los que salieron, murieron por el camino, y los que “entraron en la tierra prometida” eran, ya, una nueva generación. Así, este nomadismo en verdad, creó un “nuevo pueblo”, una “Nueva Humanidad”.

La segunda consecuencia es que el pueblo no vagó por el desierto solo. Dios caminó siempre con él. Iba delante de ellos como una nube, de día, y de noche, como una columna de fuego. Esto no lo hemos valorado en profundidad, pero está directamente relacionado con esa palabra maravillosa de Papa Francisco: Dios nos “primereó”. Nosotros no escogimos a Dios sino que fue Dios quien nos escogió a nosotros. Él buscó a Moisés para que liderara este proceso, sacudió el yugo faraónico, y se hizo nómada junto con su pueblo escogido, vagando con ellos durante esos 40 años.

De ahí para acá, nómada no es ya el signo de otro pueblo, es nuestro signo, nuestra marca de identidad. Y esa es la tercera consecuencia. Por eso permanentemente la liturgia vuelve sobre la peregrinación, sobre el procesionar. Así las “procesiones” son estilizaciones del nomadismo que nos caracteriza. Hay una canción religiosa que canta así, definiendo nuestra condición de identidad:

Nos hallamos aquí en este mundo,
este mundo que tu Amor nos da,
más la meta no está en esta tierra,
es un cielo que está más allá.

¡Somos los peregrinos! …

Así fue como Dios se llegó hasta Abrahán y lo conminó a salir de la tierra de sus padres, y le prometió una Tierra prodiga, así le hablo a Israel y lo llevó en su vagabundeo y lo trajo de nuevo a su tierra a reconciliarse con su hermano; le salió al paso a Moisés en la zarza ardiente, y toda la Biblia nos está mostrando un Dios que no nos deja, un Dios que nos acompaña, nos cuida y se nos revela.


La cúspide de la historia de salvación es el momento histórico cuando Dios decide “encarnarse” y revestirse de la naturaleza humana. En ese momento Dios pasa de ser exclusivamente espiritual y toma nuestra carne y nuestra sangre porque redimir lleva conexo asumir todo lo humano. Como han afirmado los teólogos, “lo que no se asume no puede ser redimido”. Sólo llegando hasta la profundidad del dolor y del pecado, hasta el límite, allí donde radica la “muerte” física, puede asumir lo que significa “ser humano”, y, allí en esa altura, después de ese ascenso, todo lo humano fue asumido. Entonces, Jesús parte, su crucifixión es su glorificación, a la vez que la de su Padre, pero coincide con su “irse”, y entonces, ahora sí, ¿Dios nos abandona? ¿se cansó de acompañarnos?

¡Pues no! Lo que hace Dios es darse nuevamente en Otra de sus Divinas Personas: El Espíritu Santo. El Amor de Dios –que es, por ser verdadero Amor, un Amor-Fiel- jamás se cansa de nosotros, jamás desiste de su Amor. ¡Su Amor es a prueba de tiempo!

La declaración esencial del fragmento evangélico joánico radica en los versos 25 y 26 que son la médula de esta perícopa: “Les he dicho esto mientras estoy con ustedes. El Defensor, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que les he dicho.” Notemos que en torno al verbo “decir”, podemos contar cuantas veces reaparece este verbo en la perícopa, y en torno a ella se teje todo el fragmento, porque el papel protagónico corresponde a “la Palabra”, y la acción correspondiente dimana de este verbo. La Palabra es la Enseñanza por antonomasia de nuestra fe. Y esa misma Palabra requiere recordación (anámnesis), el Espíritu Santo tomará a su cargo esa función. Sin embargo, la Palabra no se agota en la Palabra misma, la Palabra es portadora de su fuerza que es la Paz (v.27).

Todo esto está envuelto en la idea de Dios que permanece, Dios que no se va, que no abandona. Jesús anuncia su partida (v. 28), en el mismo verso 28 anuncia que su partida es simplemente preámbulo de su regreso y promete “volveré a visitarlos”. No podemos descuidar que la perícopa inicia con esta profecía-promesa: “Vendremos a él y habitaremos en él” (v. 23d). Nos damos de bruces con una idea central: “habitaremos en él”, estrictamente hablando no dice habitar en él, dice haremos nuestra μονή “morada”, pondremos nuestra “tienda” en él. Una vez más la idea base: Dios a nuestro lado, mejor todavía, Dios viviendo en nosotros, Dios inhabitandonos. Emmanuel, Dios con nosotros.

En el fragmento que tomamos del Apocalipsis como Segunda Lectura se nos manifiesta que en la Nueva Jerusalén no habrá templo. Mientras Jesús estuvo con nosotros, el Templo era Él. Al irse, vendrá el Paráclito y acampará en nosotros, nosotros seremos su tienda de campaña, para acompañarnos ; y luego, en la Nueva Jerusalén, El Padre y el Cordero son el Templo y ellos brillan de manera tal que -ya son innecesarios el sol y la luna- sino que la Luz que todo lo iluminará será la Luz Gloriosa de Dios. Esa Gloria se convertirá en Luz de todos los pueblos y naciones.

Pero todos estos “seres” de Luz, las tiendas de campaña, la paz, todo requiere un piso. Si el piso es una montaña –por ejemplo, podemos ascender, si el piso es escarpado, podremos escalar, pero la condición está en tener un piso. En este caso, el piso sobre el que nos movemos es el Amor. Por eso el Evangelio inicia por ahí: Si alguien me ama… y continúa si alguien no me ama. Es el amor el que apuntala la relación entre los seres humanos y es el Amor el que sostiene la conexión entre Dios y los hombres. No podremos jamás competir en Amor con Dios, definitivamente Él –en cuestiones de Amor- es imbatible. Pero “amor con amor se paga” y Dios espera siempre nuestra respuesta. Como asumió la humanidad, Él conoce nuestras fronteras y nuestros alcances, ni pide ni espera más de lo que le podemos dar. Pero espera nuestro amor, espera que seamos capaces de guardar su Palabra. Como somos débiles hasta la fragilidad, nos dio el Espíritu Santo para que nos la enseñara y nos la repasara. Esa Palabra no es su caprichosa Palabra, es la Palabra que Jesús ha recibido del Padre. No nos pide nada que no podamos soportar, nada fuera de nuestro alcance.


Todo este tiempo Pascual, hemos tenido - como Primera Lectura- perícopas tomadas de los Hechos de los Apóstoles. Al Libro de los Hechos de los Apóstoles  se le ha llamado también “el Evangelio del Espíritu Santo”, y así es, no en vano Él es el protagonista de esta obra Lucana que es como el segundo tomo de su Evangelio. En ella se narran las primeras páginas de la historia del cristianismo. Sus inicios ya nos ponen en contacto con la venida del Espíritu Santo como lenguas de fuego sobre los apóstoles. Así estas lenguas de fuego son la forma embrionaria como la Luz Gloriosa de Jesucristo, el Cordero de Dios, llegará a ser la Luz de todos los pueblos. Parece que esta historia pesa sobre los hombros de San Pedro y San Pablo y otros discípulos como Esteban y Felipe, Bernabé, Judas Barsabas y Silas; pero no es así. Toda la obra nos muestra la Acción del Espíritu Santo “enseñándonos y recordándonos” todo cuanto nos enseñó Jesús. Hoy, nos narra cómo el Espíritu Santo se remonta superando el judaísmo para no imponer cargas insoportables a los paganos conversos; esta es la vía para que el Evangelio pueda llegar a ser un día, Luz de todos los pueblos y naciones.

Superar las limitantes de la circuncisión que se erigía como un factor discriminatorio respecto de los “gentiles”, esta queda abolida porque “el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias”; ¿necesarias a qué fin? Al fin de ser verdaderos discípulos de Jesucristo. En una relación cifrada en el Amor.

Por eso esta fue la vía para que el cristianismo no fuera exclusivo de una raza y de un pueblo, sino que se hiciera católico, porque católico significa “universal”, dado gratuitamente a todos los que lo quieran aceptar, viviendo enmarcados en el Amor de guardar su Palabra.


viernes, 22 de abril de 2016

DISCIPULADO ES AMOR DESBORDANTE


Hech 14, 21b-27; Sal 144, 8-9. 10-11. 12-13ab; Ap 21, 1-5a; Jn 13, 31-33a. 34-35

La materia prima y única del Paraíso es el amor.

En el capítulo 1 de Apocalipsis, exactamente en el versículo 10, San Juan  nos declara que esta Revelación (que es el significado de la palabra griega Ἀποκάλυψις “apocalipsis”) tuvo lugar cuando él cayó en éxtasis: ἐγενόμην ἐν Πνεύματι. (No dice exactamente éxtasis sino “en el Espíritu”, o aún mejor, “bajo el poder del Espíritu”).


Con mucha frecuencia oímos hablar de los santos que caían en éxtasis.  Y entendemos esto como entrar en un estado de arrobamiento, de embeleso. Como una enajenación sensorial, donde algo atrae nuestra atención con “brillo” refulgente, encandelillante, hasta tal punto que aquello que normalmente ocuparía nuestro ánimo, pierde todo atractivo frente a este “nuevo objeto” de atención que nos sustrae plenariamente. Esta es la experiencia que se suele enfrentar en la relación con Dios. Si analizamos la palabra éxtasis su esencia se funda sobre un movimiento del ser que se desplaza de dentro de sí hacía afuera. Inclusive, podríamos hablar de un “descentramiento”, donde superando el egoísmo alcanzamos un tipo de comunicación con el Otro, y, el Otro por su grandiosidad nos desborda y con su resplandor nos “enamora”.


Quisiéramos referirnos a la experiencia de Santa Margarita María Alacoque: «Pidiendo a mi maestra que me enseñase a hacer oración, me dijo: ‘Ponte delante del Señor como una tela preparada para un pintor’. Fui a la oración y Jesús me hizo conocer que la tela preparada era mi alma, sobre la cual quería trazar todos los rasgos de su vida… que los imprimiría en mi alma después de haberla purificado de todas las manchas que le quedaban de apego a mí misma y a las creaturas… Me despojo de todo y después de haber dejado mi corazón vacío y desnudo, encendió en él un deseo ferviente de amar…».[1]


Ya hemos pisado dos veces la gran frontera: La primera cuando hablamos de “enamorar”, y ahora, al referirnos al “deseo ferviente de amor”. Pero ¡urge precisión! ¿Qué es esto de “amor”? Nos auxiliará, en grado sumo, apelar a una precisión de Søren Kierkegaard: «Sólo cuando el amor se vuelve un deber, y sólo entonces, queda el amor eterna y felizmente asegurado contra la desesperación»[2]. He aquí la clave para entender el mandamiento del amor. Nosotros hemos llegado, por el contrario, a una perspectiva disoluta del “amor”: “te amo porque me gustas y cuando me dejes de gustar (o, quizás antes) ya te habré dejado de amar; y si vamos entendiendo lo que se propone, nos lleva a reconocer que este amor “oportunista” es cualquier cosa, menos amor, o mejor dicho, es precisamente egoísmo puro. El verdadero amor entraña “compromiso” y no puede existir sin compromiso, el amor “se casa”. Y no es que pretendamos que los sentimientos sean invariantes, no, para nada. Somos plenamente conscientes que tanto en el amor -tanto el que ama como el que es amado, y recíprocamente- van cambiando, y no a la misma velocidad, y ni siquiera en la misma dirección. Pero, a pesar del cambio, el amor es responsable, asume el “deber” de seguir amando, de crecer en el amor. ¡Se compromete y responde! «El amor no es deseo de posesión, sino donación a la persona amada. El amor no se da de forma fulminante, sino que madura poco a poco; es una lenta construcción; es un decidirse continuamente y siempre más por la otra persona; es la profundización constante de la autodeterminación de un yo hacía un tú. Es una elección constante que no pasa sino que permanece para siempre, incluso aunque desaparezca la pasión o la espontanea simpatía inicial.»[3]


La enseñanza de Jesús sobre el Mandamiento del Amor, (un Mandamiento Nuevo) se da en el marco de la Última Cena, después del lavatorio de los pies (para pre-definir el amor como capacidad de servicio), antes de “dar” (otra donación de Jesús que todo lo da y se entrega sin tasar ni separar algo para Sí), está delimitado ¡entre la traición de Judas y la infidelidad de Pedro, con el preaviso que lo negará tres veces! ¡Este es el marco que rodea la entrega del Mandamiento del Amor! Qué quiere decir, que Jesús nos enseña que amemos hasta al que elije otro rumbo, al que deserta, al que contradice y opta por lo contrario, al que nos vende, hasta a aquel que tiene a Satanás en el corazón. Judas lleva en sí la Comunión (Jesús se la acababa de entregar, bajo las dos especies del pan y el vino, con el bocado que Él βάψας del verbo βάπτω “sumergir”), o sea que transporta en su “pecho” a Jesús y al Malo, pero en su ser “ya era de noche” (Cfr. Jn 13, 30) o sea que ya había optado, se había entregado al Malo. Pese a lo cual, Jesús no interrumpe su amor, ni lo proscribe, como tampoco proscribe a Pedro aun cuando lo niegue tres veces, y, más tarde, la única cuenta que le pedirá será si ha aprendido a amar con constancia, sin rendirse. Tres veces podría entenderse 1ª.  ¿Al fin amas?, 2ª ¿Te mantienes amando? 3ª ¿Persistirás en ese amor? O, dicho de otra manera: ¿Has aprendido la fidelidad perseverante del amor? Como lo dice San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor” En su constancia, en su compromiso, en su responsabilidad.

Hay más: En los versos Jn 13, 34c-35 nos dice que sólo si verdaderamente nos amamos como Él nos ama, estaremos demostrando que somos sus discípulos. Santa Francisca Javier Cabrini dice. «No pudiendo por mi insuficiencia ser perfecta como yo quería… creceré en amor, amaré a Jesús siempre más, me disolveré en amor por Él. El amor es fuerte… Nunca diré no a Jesús, sino que buscaré ser generosa en todo y especialmente en las ocasiones difíciles y de contrariedad, reflexionando que el amor se conoce en las pruebas.»[4]


Todo esto apunta a que amemos sin límites, sin discriminaciones, sin excepción, en la Primera Lectura nos cuenta que las puertas de la fe se les habían franqueado a los paganos. Esta fe, regida por el Mandamiento Nuevo, se ira universalizando, devendrá “católica”. Y en la Segunda, se nos da cuenta que la multitud eran “seres humanos” y que ellos conformaban “su pueblo” (Cfr. Ap 21, 3). Esta es la Nueva Jerusalén (la Vieja Jerusalén había sido destruida, junto con todo “lo viejo”, porque todo lo que antes existía, entonces, dejará de existir y Él mismo hará nuevas todas las cosas). Será una Nueva Creación, el Mundo donde las creaturas se dedicaran a loar a Dios en Su Presencia. Para eso sirve el amor que Jesús nos mandó, para dar paso al Reino de Dios, la Jerusalén, el lugar donde Dios vive con los hombres. «La nueva Jerusalén es la nueva morada de Dios en la tierra (21,39). Dios ya no habita en el Cielo o en un santuario, sino en la nueva sociedad trascendente, creada por Dios en el mundo Nuevo… La Biblia comienza con una sociedad idolátrica y opresora que quiere llegar hasta el cielo, termina con una ciudad trascendente que desciende del cielo a la tierra.»[5]





[1] Galilea, Segundo. LA LUZ DEL CORAZÓN. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1995 p. 129.
[2] Citado por Buscaglia, Leo. EL AMOR. Ed. Diana Colombiana Bogotá-Colombia 1985 p. 142
[3] Guerra Héctor L.C. y Ledesma, Juan pablo L.C. ¡VENID Y VERÉIS! LA EXPERIENCIA DE UN AMOR QUE NO SE ACABA. Ed.Planeta. Barcelona-España 2009 pp. 80-81
[4] Galilea, Segundo. Loc. Cit.
[5] Richard, Pablo. APOCALIPSIS RECONSTRUCCIÓN DE LA ESPERANZA. Ed. Tierra Nueva. Quito –Ecuador 1999 p. 225.

sábado, 16 de abril de 2016

MISERICORDIOSOS COMO EL HIJO


Hech 13, 14. 43-52; Ap 7, 9.14b-17;  Jn 10, 27-30.


Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Jn 17, 21

…yo estoy entre ustedes como el que sirve.
Lc 22, 27c

    … sed pastores con «olor a oveja», que eso se note
Papa Francisco

Dios-Padre δέδωκέν ha entregado a su Hijo un rebaño, y (πάντων μεῖζόν ἐστιν “Quien es superior a todos”) como es Dios-Omnipotente Quien entrega esa donación, la donación no puede ser revocada. Nadie podrá, pues, sustraer esas ovejas de su “mano”. Entendemos aquí “mano” como “Potestad” a la vez que como “Señorío”, personas o “instrumentos” que han sido destinados al cumplimiento y realización de su Voluntad, a construir su Reino.

Jesús, en esta perícopa del Evangelio de Juan nos presenta una serie de afirmaciones puntuales y enfáticas:
a)    Sus “ovejas” escuchan su voz
b)    Él nos conoce
c)    Nosotros (sus ovejas) lo seguimos.
Estas primeras tres afirmaciones pueden aclararse si las atendemos al revés: precisamente lo que nos distingue como “sus” ovejas es que lo sigamos; nuestro discipulado es verdadero cuando hay seguimiento, sin seguimiento no somos “ovejas suyas”. Entre otras cosas Jesús va señalando unas imágenes que lo definen, Él es camino, Él es Verdad, Él es vida, Él es Puerta, Él es Luz del Mundo; hoy nos enseña que Él es Pastor, para que –sabiendo quien es Él, lo podamos seguir; así que si Él es Pastor, nosotros estamos llamados a ser Pastores. Por eso este Domingo es Domingo de Las Vocaciones, porque estamos llamados a ser Pastores, desde la profesión u oficio que elijamos, desde allí estamos convocados a ejercer este pastoralismo. Como Simón Pedro que siendo pescador fue llamado –tres veces, lo vimos en el Evangelio de Domingo anterior- a pastorear, a apacentar el rebaño… Después le dijo  Ἀκολούθει μοι “Sígueme”. (Jn 21, 15-17. 19)


Ahora, ¡la cosa se pone más interesante! Este “Pastor Bueno”, ¿qué es lo que nos da?
d)    κἀγὼ δίδωμι αὐτοῖς ζωὴν αἰώνιον, καὶ οὐ μὴ ἀπόλωνται εἰς τὸν αἰῶνα “Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás.”
e)    “Nadie las arrebatará de mi mano”
f)     “Me las ha dado mi Padre, y Él es superior a todos”. Dirá en Jn 17, 24 “Tú me las has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo”.
g)    “El Padre y yo somos uno”. Intuimos en esta afirmación final una especie de “cima” del conjunto expositivo: esto es lo máximo en el contexto de esta perícopa; es como la super-verdad de lo que Jesús nos quiere comunicar aquí: No hay ninguna fisura entre Dios Padre y Dios Hijo, no hay, ni siquiera, discontinuidad; no podemos hablar de dualidad, ¡Ellos no son dos, en realidad son Uno! Estamos sobrevolando la periferia del concepto Trinitario que nos conduce al núcleo monoteísta. Los teólogos han establecido un “puente” que va de la periferia al núcleo: Dios Padre se lo entrega “Todo” al Hijo, hay una sola cosa que no le entrega: ¡la Paternidad!, todo lo demás, se lo da. Por eso el Hijo se entrega “Todo” (ya hemos visto en los días de la Pasión como asciende en su entrega: en la última Cena –como condensación de toda su entrega- se entrega para ser comido y bebido; luego, entregará sus ropas, hasta la última prenda, entrega su Sangre preciosísima, entrega su Cuerpo para ser taladrado, para que lo agujereen, ya crucificado y a punto de expirar, entrega su Madre al discípulo-amado, con su postrer aliento, entrega su Espíritu, Resucitado, entrega sus llagas para que se las escarben) ¡así como su Padre se ha despojado de Todo, inclusive de la potestad “juzgativa”, así el Hijo se entrega todo, integro!

En la Segunda Lectura, tomada del Apocalipsis, vienen otras ricas claridades sobre como ejerce Jesús –el Cordero- su Pastoreo: Él las acampa, las protege, las apacienta evitando que sufran de hambre o sed, llevándolas donde el sol no las queme y el calor no las agobie, las lleva a fuentes del “agua de vida” y les enjuga toda lágrima, es decir, las sustrae de toda pena, consolándolas. Valga decir, ejerce con ellas todas las obras de Misericordia.

Toda lágrima será enjugada, toda hambre será saciada, toda tristeza transformada en un estallido de alabanzaComo lo parafrasea Martha Reyes en una canción.

Es Domingo de Buen Pastor porque los discípulos verdaderos de Jesús tiene que ser como Él, Misericordiosos! Es Domingo de Vocación porque nuestra vocación esencial es Pastorear, Apacentar, Cuidar a cada oveja desde su nombre propio, es decir, desde su identidad, desde su unicidad, desde sus características propias. Llevarlas a la unidad, no en la uniformidad, sino en la fraternidad. Ellas, las ovejas prójimas, las que “nos han correspondido” han sido puestas en nuestra mano para que las cuidemos, las saciemos, las consolemos y velemos por ellas hasta la última gota de nuestra sangre. ¡Casi nada!

sábado, 9 de abril de 2016

LÓGICA MISERICORDIOSA


Hech. 5, 27b-32. 40b-41; Sal 29, 2 y 4. 5 y 6. 11 y l2a y 13b; Ap 5, 11-14; Jn 21, 1-19

… no existe sino un verdadero perdón, el perdón de Dios, a quien con nuestros perdones más o menos grandes, logramos parecernos un poco más cada día.
Marie-Thérèse Nadeau

¿Hemos dejado atrás la prodigiosa escena del Tomás Incrédulo y la Misericordiosa respuesta de Jesús? ¡Ese gesto está saturado de perdón! Jesús actúa amorosamente con Tomás y la médula de ese amor es la casi increíble capacidad de perdón que le muestra.  Dirijámonos al significado de la palabra perdón, per significa totalmente, completamente, enteramente; y don que significa regalo, obsequio, dar gratuitamente: perdón se entenderá -después de esta mirada a sus raíces- como total entrega, cesión generosa y voluntaria, dación que se hace a favor de otro. Un paso más para llegar a las profundidades de esta palabra: perdón es dar, sin retener nada para sí, es entrega total –como ya se dijo- sin retener, ni escatimar. El que perdona se abandona a sí mismo, se hace oblación, se quita el manto y se amarra una toalla a la cintura; ofrece sus manos y su costado para que lo hurguen con los dedos sucios, infectados y groseros. Va más allá en su auto desapego y auto despojo, se deja desnudar, se deja flagelar, se deja quitar la túnica inconsútil para que la jueguen a los dados, se deja crucificar, se hace hostia, llega hasta la inmolación. Perdonar es dejarse manipular, dejarse guardar en un armario, dejarse encerrar en un copón, permitir que cualquier persona nos devore, nos mastique, nos trague… Perdón significa suprema dación. De hecho la palabra equivalente en hebreo סָלַח significa “llevar” o “sacar” como cuando se lleva a alguien de un lugar que lo dañaría, y sacar como cuando liberas a alguien de una prisión. En griego está la palabra ἄφεσις [áfesis] que significa soltar o liberar. Procuremos pues –con la perícopa del Evangelio Joánico que leemos en este Tercer Domingo de Pascua- adentrarnos en esa faceta de la Misericordia que es el perdón.


Se trata, según nos informa el propio Evangelio, de la tercera aparición del Resucitado. Y de un banquete que es -por la Presencia de Jesús- una Eucaristía. «A mí me emocionan estos pequeños detalles: El Señor había preparado el fuego para asar los peces. Aun después de su resurrección, el Señor sigue teniendo estos detalles… Me encanta esa delicadeza de Dios.»[1] «En el capítulo 20 la cristología se convierte en “pneumatología”: Los discípulos ven al Resucitado, acogen el Espíritu y son enviados al mundo. En el capítulo 21 la cristología y la pneumatología se convierten en “eclesiología”: el que ha visto la carne de Jesús y ha acogido a su Espíritu, se convierte en hijo y continúa en el mundo la misión de revelar al Padre… Este capítulo colocado al final del Evangelio, más que una conclusión es una apertura. En efecto, abre al mundo entero el horizonte de la vida nueva que el hijo ofrece a los hermanos.»[2]


El perdón que recibe Pedro es una experiencia bautismal. El signo de purificación, de rehabilitación, inclusive, de reconciliación, es la zambullida (recordemos, una vez más, que la palabra bautismo significa en griego “sumergir”). Pedro será perdonado por medio de un filtrado “amoroso”, su dialogo con el Maestro lo llevará a encontrar un tesoro de amor que recompone, que sana y libera, que re-dignifica. El Señor lo ratificará como Pastor por medio de un dialogo de amor, donde la clave de la conversión radica precisamente en la conciencia del Amor, amor desinteresado ἀγαπάω [agapáo], amor de amistad firme φιλέω [filéo].

«Pedro es uno que ha tenido la evidencia de la llamada más que los otros. Fue llamado en el cuadro de la pesca milagrosa, y por tanto, ha tenido una evidencia excepcional de la confianza puesta en él. Cuando Jesús llamó a los apóstoles, fue escogido de primero y se le confió una especie de responsabilidad, de corresponsabilidad con Jesús, una suerte de privilegiada atención que después quedó especificada y esclarecida en el mandato, en la promesa de Jesús cerca de Cesárea de Filipo…

Pero este hombre, objeto de tantas atenciones por parte de Jesús, falló totalmente en el momento de la prueba decisiva, porque en una circunstancia embarazosa se dejó arrastrar por la confusión, por el miedo, y públicamente negó al Maestro.

No sólo… perjudicó gravemente a Jesús, fue una de las causas de su muerte, porque su comportamiento en el huerto de Getsemaní fue exactamente lo contrario de lo que se esperaba. Al sacar la espada, dio motivo  de reconocer a Jesús como subversivo y malhechor, errando la táctica de impostación de la defensa.

En fin: Pedro en vez de ponerse a seguir al Maestro como alelado, para luego dejarse engatusar, tenía el deber de reunir a los Doce, buscar testigos en favor, llevarlos al tribunal para que hicieran declaraciones.

Concretamente: Pedro desmereció totalmente la confianza, porque no respondió ninguna de las esperanzas.

Conclusión: Pedro ante la prueba ha fallado.»[3]



A continuación, nos señalaba en su comentario Carlo María Martini, que la sentencia habría sido, por lógica, una sanción de privación, un retiro de jerarquía, con suspensión de autoridades; reducción a un papel mínimo, por allá de quinto orden, una temporada larga de prueba, no menor a cinco años. Pero el Corazón Misericordioso tiene otra perspectiva. Aquí hay que recordar que Dios no juzga como nosotros. «Pero sucede lo contrario de lo que pensamos nosotros: Jesús le vuelve a dar confianza a Pedro… Jesús le pasa su misión, aquella por la cual él murió: la misión de reconducir a la unidad a los que están dispersos.»[4]



[1] Helder Câmara, Dom. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae Santander-España 1985. p. 185-186.
[2] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2008 pp. 634-635.
[3] Martini, Carlos María. ITINERARIO ESPIRITUAL DEL CRISTIANO. PUEBLO MIO SAL DE EGIPTO. Ed. Paulinas Santafé de Bogotá D.C.-Colombia 1992 p. 104         
[4] Ibid p. 105. 109.

sábado, 2 de abril de 2016

SOBRE LA RELACIÓN ENTRE MISERICORDIA, PERDÓN Y ENVÍO


Hch 5, 12-16; Sal 117, 2-4. 22-24. 25-27a; Ap 1, 9-11a. 12-13. 17-19; Jn 20, 19-31
2º Domingo de Pascua

La resonancia política del poder de Cristo podemos captarla en la extraordinaria nostalgia que invade a la humanidad, nostalgia de unidad del género humano, nostalgia de fraternidad universal.
Mons. Carlo María Martini

Domingo 2º de pascua
Este año, en el Cuarto Domingo de Cuaresma, hemos leído del Evangelio de San Lucas, el capítulo 15, los versículos 1-3 y luego 11-32 que nos narra la parábola del hijo pródigo. Una de las cosas más sorprendentes –que puede sonar hasta chocante- en dicho relato, es la total ausencia de recriminación por parte del Padre, el Papá nada le reprocha a su hijo, todo lo contrario del hermano mayor quien está envenenado de rabia, lleno de rencor, reñido a tal punto con su hermano que no quiere participar de ninguna manera en el recibimiento porque no le perdona que “halla derrochado los bienes con mujeres de mala vida…”. Este hermano ha perdido totalmente el sentido de fraternidad, para él, su hermano es un zutano, no su consanguíneo. Está –por decirlo de alguna manera- en la misma situación que Caín respecto de Abel, o en una situación análoga a la de los hermanastros de José en Gn 37, 3-4, cuyo encono por la predilección que su papá le tenía a José, los lleva a fraguar su muerte de la cual se libra al ser vendido como esclavo a una tribu de Ismaelitas que acertó a pasar por allí. Recordemos que esa envidia se vio intensificada por el sueño que tuvo José y que se los contó (Gn 37, 5-11).

Si Dios es Padre Nuestro, uno de los vínculos más poderosos que nos unen a los Ojos de Dios es la fraternidad. Y para ser hermanos no necesitamos tener el mismo tipo de sangre; todo lo contrario, desde que Jesús –Nuestro Hermano- derramó su sangre por nosotros, el tipo de sangre es lo de menos, todos los seres del género humanos somos hermanos de sangre en la Sangre de Jesús. Esta hermandad católica (Universal) hay que trabajar para activarla pues es uno de los atributos divinos que permanece conculcado como consecuencia del pecado. Está como adormecido en el fondo del corazón, no está muerto, por eso nos identificamos con la víctima, con el débil, con el personaje del programa de televisión, con el protagonista de la película, por eso queremos ser generosos cuando se dispara una campaña para favorecer a los que por algún motivo han caído en desgracia. Ahí está ese hermoso sentimiento, más que hermoso debemos decir “divino”, porque nos viene connaturalmente en las entrañas, como ADN trasmitido por nuestro Padre Celestial, nuestro Creador. Si somos sus hijos somos portadores del gen-misericordioso.

Para señalarnos lo importante que es este “atributo”, Jesús está recordándonoslo a cada paso en el Evangelio. Es una de las enseñanzas esenciales que nos comunica. Su vida, según la vemos retratada en los relatos de los Evangelistas, sus enseñanzas según nos las preserva la Iglesia y el ejemplo que nos ilustran sus Santos, están renovándonos con permanente frecuencia, que tenemos que cuidarnos unos a otros, despojarnos del egoísmo y la envidia, socorrer a quien lo necesita y aportarnos gestos de acogida y consolación mutua. Aún ir más lejos, alegrarnos –hasta el extremos de hacer fiesta-porque un hermano estaba perdido y lo hemos encontrado, estaba muerto y ha resucitado.

Por eso el coprotagonista de la perícopa que leemos este Segundo Domingo de Pascua es Tomás, apodado Δίδυμος el gemelo, didimo -el apodo- es gemelo en griego, Tomás significa lo mismo en hebreo. Es un prójimo muy cercano, tan cercano que es el siguiente nacido del mismo vientre. Esto es lo que nos quiere recordar este personaje, que tiene tanto de nosotros mismos, “incrédulo” y “arrogante” él se las da de mucho porque –con ese cientifismo propio de quien algo ha estudiado, aun cuando sepa muy poco- él, “…hasta no ver, no creerá”. Pero interviene Jesús, imagen perfecta del Padre, nada le reprocha, con amable y acogedora consecuencia le ofrece las pruebas que había pedido: meter sus dedos en las llagas (como introduce su dedo el hijo en el anillo que su papá le hace poner para restituirle su filiación, su autoridad filial y los derechos que ella conllevaba), y le ofrece el costado para que lleve su mano hasta tocar el corazón y sienta en las yemas de sus dedos los latidos resucitados del corazón Misericordioso.

Esto nos conduce al inicio de la perícopa, cuando Jesús entra, sin que las puertas trancadas (por aquellos que se encierran con miedo que las próximas víctimas  de la persecución sean ellos), le puedan detener el acceso, si fuera un cuerpo común y corriente, no podría pasar, pero es un Cuerpo Glorioso. Les muestra sus Heridas, en manos y costado, ellos no tienen asco de sus llagas precisamente porque son puro testimonio de Su Amor. Por el contrario se llenan de alegría porque les demuestran que el Amor es más poderoso que la muerte. Viene lo más importante para nosotros, ¡el “Envío”!

Es una transferencia de autoridad (¡nunca olvidemos que la verdadera autoridad es la del servicio!), con estas doradas Palabras: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. La “energía que transmite es un poder de ¡Paz! Y, al hacernos portadores de esa fuerza,  nos envía a diseminarla. Nuestra misión es la de ser sembradores de Paz. Lo cual tiene un enlace esencial con otra frase Suya, un versículo más abajo: “Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”. Aquí es de vital importancia entender bien el sentido del pecado, del pecado hay que superar una visión ingenua. El pecado no es un incomprensión en la manera de mover las fichas en el juego de parques, tampoco es una falta reglamentaria en el manejo de un balón en la cancha; el pecado es, en sí mismo, el daño que hacemos al prójimo, al prójimo presente o futuro con el daño sobre la naturaleza y los dones que el Creador ha puesto a nuestra disposición, o, el daño que nos podemos causar a nosotros mismos. No consiste, por tanto, en una violación “legal”, sino en la maldad que lo inspira, en la lesión que infrinjamos al otro, pariente o prójimo, cercano o lejano, en el espacio o en el tiempo. Pecado es descuidar al otro, actuar como si no fueran nuestros hermanos o, actuar como malos hermanos, como Caines.

Por eso el perdón no es un formalismo que nos soluciona el problemita de habernos cerrado la Puerta de la Vida Celestial como consecuencia de nuestros desatinos; sino el proceso de restablecer la salud de nuestras relaciones fraternales. Es muchísimo más que decir unas cuantas plegarias, o encender unas cuantas lamparitas. El perdón del cual hemos recibido el ministerio con esas Palabras de Jesús nos precisa vivir un transcurso de reparación, de sanación de rencores, de reconciliación, de reconstrucción del tejido social, de obras de indemnización, de desagravio. Nos compromete a ser sinceros e irrestrictos animadores de la paz. «Les da a todos los miembros de la Iglesia el regalo de ser ministros del perdón divino. La Iglesia porque es fruto de la resurrección de Jesús, o mejor dicho, del perdón del Resucitado que le da su Santo Espíritu, tiene el poder de perdonar los pecados, es decir, de liberar de todo lo que arrastre a la muerte definitiva (8,24) de liberar de toda esclavitud (8,32), de todo lo que paraliza y vuelve a uno incapaz de decisión (5, 1-9), de la gloria vana (5, 41), de la mentira asesina (8, 40-47), del miedo y la desesperación ante la muerte (11, 25-36)»[1]








[1] Cárdenas Pallares, José PARA SEGUIR EL VUELO DEL ÁGUILA. PISTAS PARA LEER A SAN JUAN Ed. Tierra Nueva. Quito Ecuador. 2001. p. 118