sábado, 25 de agosto de 2018

¡ESCUCHA!



Jos 24, 1-2. 15-17. 18; Sal 33, 2-3. 16-17. 18-19. 20-21; Ef 5, 21-32; Jn. 6, 60-69.

Nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios.
Jn 6, 69

Lo que Jesús hizo con esta Palabra… No solamente convocaba las fuerzas de la creación al servicio del reino de Dios sino que, junto con su encarnación y resurrección, sentaba las bases de un mundo nuevo. Estas Palabras eran del mismo rango de aquellas con las cuales fue creado el mundo.
Romano Guardini

Dulce y sutilmente pasamos del pan,
-ese de trigo- al Pan de Vida, la Palabra.
Ese es el itinerario de este capítulo 6to. de San Juan,
que hoy culminamos –el próximo Domingo retomaremos a San Marcos-
después de estos cinco Domingos consagrados a San Juan
en el capítulo del “Pan de Vida”.

Hay un pan material, nutricio,
necesario, indispensable, pre-requisito.
Ese pan será dado a los que primero escucharon
el “Pan de Vida”.
Fue lo primero que nos ocupó en estos cinco Domingos.


A Dios-Mismo se le conmoverán las entrañas
al ver que después de una jornada de atenta escucha
tienes hambre y puedes desfallecer de inanición.
¡Recordemos! Preguntó Jesús a Felipe:
“Dónde podremos conseguir pan para que coman?”

La respuesta humana, demasiado humana, es quererlo hacer Rey.
Claro, tener un solucionador permanente de toda el hambre de pan material.
Encadenarlo.
Pero Jesús se les “escapa”, se cuela entre sus dedos como agua.

Entonces, viene el segundo momento,
se trata de aceptarlo a Él,
tal como Él es,
no convertirlo en lo que no-es,
sino saber quién es Él.
Y…
¿Quién es Él?
Jesús empieza a autodefinirse, y afirma que “Yo soy”
Sí, Él es el Pan de Vida.


Sí nuestra misión no es proveerle trono y corona,
entonces,  ¿qué papel nos corresponde?
Sí Él es Pan, nos toca comerlo, masticarlo.
Pero no para incorporarLo a nosotros –como pasa con todo otro alimento-
sino para que nosotros nos incorporemos a Él.
Vayamos directamente a Efesios  5, 29d-30 «… como Cristo lo hace con su Iglesia,
porque somos miembros de su Cuerpo.
Efesios se vale de una parábola “Maridos amen a sus esposas”,
El Marido es Cristo y la Esposa es la Iglesia.
¿Cómo quiere Dios a la Esposa de Cristo?
en Efesios se nos contesta: “Gloriosa, sin mancha,
sin arruga, sino Santa e Inmaculada.”

Es San Pedro quien nos da la clave de esta trasformación
de Pan a Palabra: “Tú tienes Palabras de Vida Eterna” Jn 6, 68c.


No es raro que nos refiramos a la zona donde actúa
y  se desenvuelve el Sacerdote
refiriéndonos a ella como el Altar,
cuando en realidad, esa parte elevada de las iglesias
se denomina “Presbiterio”.
En el Presbiterio nos encontramos con dos mesas,
que nos hablan de esta relación Pan-Palabra;
está –de una parte- la Mesa de la Palabra, llamada Ambón,
desde donde se proclama la Palabra de Dios,
y –por otra parte- está la Mesa del Pan, esa sí, el Altar.

En la Eucaristía, después de los ritos Iniciales de acogida y salutación,
se pasa a la Liturgia de la Palabra, que se celebra en el Ambón.
Los Domingos, como nos habremos dado cuenta, hay dos Lecturas y el Evangelio,
aparte del Salmo;
entre semana, se limita a una Lectura, el Salmo y el Evangelio.
Una expresión clave y neural es -nuestro reconocimiento- después de las Lecturas
que se ha Proclamado la “Palabra de Dios”,
y, después del Evangelio, “Palabra del Señor”,
porque los evangelios son eso, Memoria Celebrativa, de lo que Jesús dijo-hizo.

Para comer este Pan de la Palabra
hemos de poner en nuestra disposición unas pautas prácticas:
Hay que evitar esa actitud arrogante que dice, “yo, ya oí esa Lectura,
no una sino mil veces”…
¿De verdad crees que podrías agotar algún día
la Palabra de Dios? 
         Lo que pasa
es que eres tentado a pensar que “si puedes”;
claro que si se tratara de palabras simplemente humanas
con unas cuantas veces la agotarías…
Pero lo que nos habla Dios, ni aún con un millón
de repeticiones
                         llegarías a su fondo.


Otra pauta muy práctica es:
evita pensar que posees ya el “mensaje nuclear”
que llegas a la Palabra con las “claves” en tu bolsillo,
con las ganzúas hermenéuticas;
si afrontas la Palabra así, te allegas con prejuicio,
e impides que diga lo que tiene que decir.
Procura llegar desapercibido, sin pre-concepciones,
dispuesto a lo que diga, sin predisposiciones.

No se vale que uno se lleve el bocado del “Pan”
imaginando que sabe a gasolina, o a cilantro,
o pensando que es “pan de dulce”
cuando quizá es pan de sal, o pan de queso…
¡Hay tantas variedades de Pan!
¡De panadero a panadero y de panadería a panadería
puede variar, y te puede sorprender!

Ahora, la homilía, cuan importe es, no nos lo figuramos…
Recordemos que el Sacerdote –un simple humano-
“revestido” –no sólo de ornamento- sino de la Gracia del Espíritu Santo,
actúa en Persona Christi,
ya no es el simple humano,
es el Maestro que nos instruye.
«… a través de su investidura… Quien pronuncia estas palabras es,
en realidad, ahora como siempre,
Cristo.
            Sólo Él puede pronunciarlas.»[1]

Es Él quien se encarga de que cada quien no sea “cada loco con su tema”,
nos encauza, nos unifica, nos pastorea
para que seamos un Cuerpo Místico
Glorioso, Inmaculado, Sin arruga.

Quiere decir que todos terminamos pensando igual,
¡No!
       Cada uno a su medida, a cada quien según su capacidad.

¿Por qué no podemos captar a Dios y apurarlo hasta las heces?
Porque el contenido no puede ser mayor que el continente,
y Dios es Infinito mientras nosotros somos finitos.
Pero en su Misericordia, se nos va dando poco a poco,
acorde con nuestro crecimiento espiritual,
y nos lleva a ser gigantes espirituales
para que podamos albergar cada vez una mayor dosis de su Divinidad,
pero sin extremar y rematar jamás –en esta vida-
sólo como lo dice San Pablo en su Primera Carta a los Corintios
Ahora vemos como enigmas en un espejo;
pero un día veremos cara a cara.
Ahora mi conocimiento es imperfecto,
pero un día conoceré tan bien como Dios me conoce.” (1Cor 13, 12)


La Palabra es un Pan urgente,
necesitamos comerlo y poco a poco,
podernos in-corporar,
mientras tanto, hagamos resplandecer
el Amor de Dios en nosotros.





[1] Guardini, Romano. PREPAREMOS LA EUCARISTÍA.    Ed. San Pablo. Bogotá –Colombia. 2009. P. 82

sábado, 18 de agosto de 2018

VENGAN, COMAN Y BEBAN Y HUYAN DEL MALO



Prov 9, 1-6; Sal 33, 2-3.10-11.12-13.14-15;Ef 5, 15-20; Jn. 6, 51-58.

Apelaremos a una “parábola”, la del “VENDEDOR DE SEMILLAS”.

«Un joven soñó que entraba en un supermercado recién inaugurado y, para su sorpresa, descubrió que Jesucristo se encontraba atrás del mostrador.
- “¿Que vendes aquí?” - le preguntó.
- “Todo lo que tu corazón desee” - respondió Jesucristo.
Sin atreverse a creer lo que estaba oyendo, el joven emocionado se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear: “Quiero tener amor, felicidad, sabiduría, paz de espíritu y ausencia de todo temor - dijo el joven-. Deseo que en el mundo se acaben las guerras, el terrorismo, el narcotráfico, las injusticias sociales, la corrupción y las violaciones a los derechos humanos”.
 Cuando el joven terminó de hablar, Jesucristo le dice: “Amigo, creo que no me has entendido. Aquí no vendemos frutos; solamente vendemos semillas”.»

Como dice el Papa Emérito Benedicto XVI “Quien siembra en el corazón del hombre es siempre y sólo el Señor” Quien no “mastica” el Pan de Vida no incorpora sus nutrientes, ni es fiel, ni vive prudentemente, en suma, no ha alcanzado la verdadera sabiduría, se queda “insensato”, porque la sabiduría de verdad es solamente Jesucristo; sólo cuándo de nuestra parte se da el esfuerzo por cristificarnos el Pan de Vida nos satura, y nos capacita para “transparentarlo”. Y la transparencia de Dios a través de nosotros es una tarea, es la dulce misión de ser lo que verdaderamente somos, Dios nos “satura” para que brote de nuestro ser la misericordiosa ternura del Padre, y podamos vivir la filiación divina. Nosotros no “imitamos” a Jesús, somos como Jesús porque somos sus hermanos, y estamos repletos de sus “genes” porque lo “masticamos” a Él, incorporándonos a Él. La meta es la Resurrección pero la ruta es vivir acordes con su Divina Misericordia, reconocerlo, aceptarlo, querer ser de su “familia”.

Se nos ocurre una pregunta de enfoque:
¿Qué es Pan Vivo?
Tomamos como punto de partida un “elenco” de palabras
que conforman el sistema “planetario” de las Lecturas
de este Domingo, Vigésimo Ordinario del ciclo B.

Al enumerar los “planetas”, es evidente que tendremos una visión minimalista,
que será válida y valiosa, si, una vez los hayamos reconocido,
regresamos al sistema: sístole-diástole:

Vamos a iniciar con el evangelio:
Pan Vivo, bajado del Cielo,
comer,
Vivir para siempre,
Mi carne,
la Vida del mundo,
sí no comen y no beben,
carne y sangre (del Hijo del hombre),
(vivir sin tener) vida en ustedes =(se refiere a la) Vida Eterna,
que no se tiene, sí no se bebe y se come la Carne y la Sangre
del Enviado;
Habita en Mí y Yo en él.
Promesa: Yo los resucitaré en el Último Día,
Verdadera comida, Verdadera bebida,
El Padre-envía,
(el Enviado tiene Vida) porque lo envía el Padre,
así, del mismo modo,
comerse al Enviado comunica la promesa: vivirá.
No la vida transitoria, estamos hablando de otro tipo de vida superior,
que tiene su raíz en esta vida frágil y pasajera,
pero ya no es caduca, “vivirá para siempre”!


Vayamos a la Primera Lectura, del Libro de los Proverbios:
Sabiduría, el Camino de la inteligencia,
(¿recuerdan Quien es Camino, Verdad y Vida?).
Casa, Siete Columnas,
Sacrificado víctimas,
Mezclado el Vino,
Enviado a sus criados,
Anunciar (no se anuncia en cualquier parte, ojo!),
en los Puntos que dominan la ciudad,
inexpertos,
faltos de juicio,
comer mi pan, beber mi vino,
vivirán.

Ahora, exploremos la Segunda Lectura:
Andar,
aprovechar la ocasión,
insensatos (los que se emborrachan con licores)=libertinaje - opuesto a “sensatos”,
(vienen) días malos,
Dejarse llenar del Espíritu,
Recitar, salmos, himnos, cánticos,
Cantar y tocar para el Señor.
Dar siempre gracias a Dios-Padre en el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo.

Cerremos esta enumeración de “palabras” acudiendo al Salmo,
Se trata del Salmo 34(33), Salmo de Acción de Gracias (o sea de “reconocimiento”):
Bendigo, alabo,
Mi alma se gloría en el Señor,
Los humildes lo escuchen y se alegren,
Todos sus santos le teman,
Nada le falta al que le teme (al que es Santo),
Los que buscan al Señor no carecen de nada;
(en cambio) los ricos empobrecen y pasan hambre,
Aprendamos que significa “temor”
Palabra que nos escandaliza, porque desde nuestra perspectiva
nadie debe “temer”.
Si hay alguien que quiera estar seguro, que ame la vida, que ansíe días prósperos,
(he aquí el manual de instrucciones):
1º. Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad;
2º. Apártense del mal, obren el bien;
3º. Busca la Paz y corre tras ella.


Este es el estuche del corazón que come su Pan y bebe su Sangre preciosísima.

Para recomponer en una visión holística todos estos fragmentos, tenemos una frase del Padre Gustavo Baena, s.j.:

La Eucaristía nos compromete a que seamos nosotros la solidaridad de Dios con el hermano… Comulgar es un serio compromiso en el cual nos comprometemos a ser solidarios con los que están caídos, con los pecadores, con la miseria humana, con el dolor humano… La comunión es un compromiso ante la universal humanidad.

Pero, nos sentimos llamados a desglosar qué es esto de la “universal humanidad”. Para entrar en esta idea con tenaz profundidad, vamos a ver una cita reseñada de Dom Helder Câmara:

«En cierto modo, talvez hayamos insistido demasiado en la sola presencia eucarística de Cristo, el cual tiene otras formas de estar presente. Por ejemplo, en cierta ocasión dijo: “Cuando dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”


Recuerdo que una buena religiosa hizo un día una larga caminata con el único fin de llevarme a su hospital. “Padre” me dijo, “he recorrido todo ese camino porque hace ya una semana que nos encontramos sin capellán y no he tenido la posibilidad y la dicha de recibir a Cristo. ¡Y necesito recibir a Cristo! ¡deme la comunión, padre! Y, si es posible proporciónenos un sacerdote…”

Le di la comunión, naturalmente. Pero luego le dije: “Hermana, usted está día tras día con Cristo vivo. Usted está con los enfermos, ¡y ellos son Cristo! ¡Usted está cuidando y tocando con sus manos a Cristo! ¡Es otra forma de Eucaristía, otra presencia viva de Cristo, que completa su presencia eucarística!»












sábado, 11 de agosto de 2018

JESÚS EL PAN DE VIDA



1R 19, 4-8; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9; Ef 4, 30- 5, 2; Jn. 6, 41-52

Para este XIX Domingo Ordinario, el signo en cuestión es el “pan”, el pan en un primer plano es un alimento preparado –mediante horneado- con harina de algún cereal. Pero es signo de cualquier otro alimento, “pan” nombra cualquier alimento comible, que nutra o sacie el hambre. Pero, saltando al plano espiritual, por analogía con el plano físico, si el cuerpo necesita ser alimentado el espíritu –nos hemos venido dando cuenta a través de nuestras experiencias “vitales”- también necesita su propio alimento.

Jesús ha multiplicado los panes y los peces. Este milagro nos permite ver (darnos cuenta) de su divinidad. El milagro es “signo” de que Jesús no es un hombre “común y corriente”, se demuestra como “el Hijo de Dios Encarnado”. El punto aquí consiste en ¿cómo se lee el signo? Hay cierta lógica humana, muy humana, en ver al Multiplicador-de-panes-y-peces como un “excelente candidato al trono real”. Esta dificultad “interpretativa” Jesús la supera con un sencillo “movimiento”: huyó solo a la montaña (Jn 6, 15c). Sin embargo, huir a la montaña sólo evita que puedan “aprehenderlo” para forzarlo a ser rey, pero queda por resolver el tema de la incomprensión.


No vayamos a entender que “pan” era una cosa y Jesús quiso que se entendiera como otra distinta. En realidad, la doble significación era, ya en la cultura semita, tradicional, por ejemplo se da una tradicional identificación entre pan y alimento espiritual de la cual la Biblia nos ofrece un trazado. Probablemente, el episodio del maná –al que se ha aludido frecuentemente en relación con la multiplicación de los panes y que es aplicado como argumento por parte de la “gente” Moisés nos dio a comer el pan del cielo (cfr. Jn 6, 31) sea el caso paradigmático; pero la Primera lectura de hoy apunta en la misma dirección, el “pan asado en el fuego” que le dio el Ángel del Señor a Elías es un tipo de alimento que tal vez calma el hambre pero que, principalmente reanima al deprimido profeta para que completa un “extensísimo” peregrinaje (de cuarenta días y cuarenta noches!!!) por el desierto. Al escuchar la proclamación de esta perícopa del Primer Libro de los Reyes, lo que llama la atención es la presencia de ánimo que asiste al hombre que en el renglón anterior es un derrotado, un desterrado que se haya quebrantado por el destierro causado por su fidelidad en su labor profética. Si el afligido invoca al Señor, / Él lo escucha y lo salva de sus angustias./ El ángel del Señor acampa, /en torno a sus fieles y los protege. ¡Se trata de un vencido que recobra el ímpetu!

Retomemos el Evangelio, aquí viene la declaración central, el eje de la perícopa, se trata del versículo 48 del capítulo sexto, en él Jesús declara: Yo soy el pan de vida. Podríamos tomar esta frase como el inicio del sub-discurso 2. La palabra ζωῆς [zoe] se opone a la palabra βιο- βίος, esta última sólo remite a la vida física, mientras que aquella alude tanto a la física como a la espiritual, es decir, que Jesús no es ni exclusivamente alimento material, ni exclusivamente alimento espiritual, Él es ambos. Pero, ahora tratemos de ingresar nuevamente en la complejidad del “signo” pan. Jesús nació en Belén, y el nombre de esta población curiosamente traduce “Casa de Pan”, es decir de allí mana todo el pan, por así decirlo, este Belén nos suena a la panadería de la que todo el pan del mundo proviene. Es muy curioso, pese a que tal vez no reparamos en ello, pero todavía hoy, siglo XXI, vamos al Altar a comer de ese mismo pan que se horneo en “la-casa-de-pan”.


Vengamos sobre el fenómeno normal de la alimentación mediante la cual incorporamos una sustancia externa y la acogemos en nuestro organismo para hacerla parte de nuestro ser, incorporándola a nuestros tejidos, a nuestra sangre. Pero ¡el caso de este Pan excepcional es distinto! «…en el plan espiritual, es lo divino que asimila lo humano, no viceversa. Así que mientras en todos los casos es el que come el que asimila a sí mismo lo que come. Al que se acerca a recibirlo, Jesús repite lo que decía a Agustín: “No serás tú quien me asimilaras a ti, sino seré yo quien te asimilaré a mí”… La comunión no es sólo unión de dos cuerpos, de dos mentes, de dos voluntades, sino que es asimilación al único cuerpo, a la única mente y voluntad de Cristo.»[1]

Sigamos esta línea de pensamiento agustiniana, «Felicitémonos y demos gracias por lo que hemos llegado a ser, no solamente cristianos sino el propio Cristo. ¿Comprendéis, hermanos, la gracia que Dios nos ha hecho al darnos a Cristo como cabeza? Admiraos y regocijaos, hemos sido hechos Cristo.»[2]


El signo es algo que se pone allí en remplazo de otra cosa. Ese “algo-sustituto” aporta otros “planos” de comprensión, conecta con otras realidades y se entreteje en una red de alusiones y referencias. La frontera del signo se diluye y logra ir más allá, verdaderamente logra trascender-se, se ramifica, en su vitalidad, crece; se multiplica en conexiones como sinapsis dinámicas, con dendritas y axones arborescentes. Esa vitalidad lo hace elástico, fluyente, polimórfico, se goza en su polivalencia, en su polisemia. Dice, insinúa, pronostica, vaticina. A veces –en procura de la precisión- lo querríamos exacto, monosémico, fijo; pero, eso menguaría su poder trascendente. El signo tiene, pues, una naturaleza reticular.


Para poder leer el signo del pan y percibir algo de su anchura y de su graciosa profundidad es preciso reflexionar como nos hacemos, lo múltiple, uno solo. Muchos granos de trigo dispersos se dan cita en el granero y después, una vez molidos, se ponen de acuerdo para encontrarse en el mismo pan o en la misma hostia. Muchas uvas se dan cita en el mismo lagar y luego –no por casualidad- concurren en el mismo Cáliz Santo para hacerse Sangre Redentora. Muchos hombres, convergen en una synaxis y confluyen allí para ser parte del pueblo Santo de Dios, y participar en el mismo Convite, en una misma y única Liturgia, en el mismo Santo Sacrificio, en la única Fracción del Pan.

«“Signo” significa en este caso que se hace presente una actividad que comunica gracia…. El valor de signo y el valor de eficiencia siguen siendo completamente distintos… El ramo de flores que envío por medio de una agencia a unos amigos  que se casan en el extranjero es para ellos la presencia concreta de mi simpatía y mi amistad. Es la trasposición de mi amor, es mi amor en una manifestación visible. Sucede lo mismo pero en medida infinitamente superior, con los sacramentos… la voluntad salvífica celeste de Cristo constituye, mediante su cuerpo glorioso, una unidad dinámica con el gesto ritual y la palabra sacramental del ministro que tiene la intención de hacer lo que hace la Iglesia»[3]

Solo periféricamente queremos aludir al punto de la eficacia. ¿El sacramento obra por encima de todo, se sobrepone al posible rechazo del corazón de quien recibe el Sacramento, supera la increencia, la falta de fe, la “impureza” del que comulga? Evidentemente si así fuera el sacramento rayaría en lo mágico, peor aún, en la brujería. El Sacramento es eficaz aun cuando no lo notemos, aun ayudándonos a superar nuestras debilidades, pero no “por encima de nosotros” «Y la experiencia de cualquier sacerdote o de cualquier cristiano es que, si él no opone demasiados obstáculos, Dios da a través de nosotros cosas que nosotros ni llegamos a sospechar»[4]


A esa disponibilidad nos llama San Pablo en Efesios 4,30-5,2 para permitir la eficacia del sacramento y dar hospitalidad a la gracia tenemos un itinerario en nuestro Éxodo para acoger  al Espíritu Santo y no entristecerlo: Se nos convida a desterrar de nosotros
a)    La aspereza
b)    La ira
c)    La indignación
d)    Los insultos
e)    La maledicencia
f)     Toda clase de maldad.

Por el contrario, estamos llamados a
a)    Ser buenos y comprensivos
b)    Perdonarnos los unos a los otros
c)   Imitar a Dios, imitación muy comprometida, asimilándonos a Jesús, como “amados hijos”.
d)    Promoviendo en nuestro corazón hacernos, nosotros mismos ofrenda y víctima.

Estos consejos configuran la ruta de navegación para hacernos dóciles a la gracia sacramental, son un elenco que condiciona la eficacia del sacramento en nosotros. “Todos los miembros tienen que esforzarse en asemejarse a él “hasta que Cristo esté formado en ellos” (Ga 4,19)[5] Que suceda, poder decir con Martín Descalzo: «Me encanta la idea de ser un canuto a través del que Alguien, más importante que todos nosotros juntos, sopla… Nuestro problema está, entonces, en ser buenos trasmisores y volvernos trasparentes, para que pueda verse detrás de nosotros al Dios escondido que llevamos dentro. Y luego repartir sin tacañerías lo poquito que tenemos –esa pizca de fe, esa esquirla de esperanza, esos gramos de alegría-, sabiendo que no faltará quien venga a multiplicarlo como el pan del milagro. Seguros de que la pequeña llama de una cerilla puede hacer un gran fuego. No porque la cerilla sea importante, sino porque la llama es infinita.»[6]






[1] Cantalamessa, Raniero. “ESTO ES MI CUERPO”. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2007 pp.120-121
[2] San Agustín, In Evangelium Johannis tractatus, 21, 8. Citado en CEC #795
[3] Schillebeeckx, Edward. O.P. Ed. Dinor S.L. Bilbao-España 1966 pp. 94. 96-97
[4] Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA EL AMOR. Ed. Sígueme S.A. Salamanca-España 2000 p. 182 (El subrayado es nuestro)
[5] CEC # 793
[6] Martín Descalzo, José Luis. Op. Cit. p. 182-183

sábado, 4 de agosto de 2018

RENOVARNOS EN MENTE Y EN ESPÍRITU



Éx 16,2-4.12-15; Sal 77, 3 y 4bc. 23-24. 25 y 54; Ef 4,17.20-24; Jn 6,24-35

La gente busca a Jesús,… Su búsqueda obtiene resultados distintos, de acuerdo con el espíritu que la motiva: puede llegar a quedarse con Él y abrazarlo, o por el contrario, puede conducir a capturarlo y traicionarlo.
Faustino Salvi

Hay una continuidad en las enseñanzas de la Iglesia,
al elegir las Lecturas no se va de aquí para allá
desorientadamente;
la Iglesia ejerce su Magistratura,
elije las Lecturas con un norte y un rumbo
que nos permitan acercarnos al Divino Maestro
en discipulado.

El verdadero estilo de Rey, no rey mundano sino Rey-Celestial.
Un reinado basado en la entrega, en la donación, en el servicio, en el perdón y el amor.
Un reinado que nos acrece, nos ensalza, nos participa todo lo de Él,
para recuperar lo que un malhadado error nos perdió,
para deshacer el engaño de la serpiente y abandonar las torpes idolatrías
que el Maligno-abundante-en-artimañas desparrama doquiera
para nuestra perdición.


Jesús vino para rescatarnos la imagen y semejanza
según la que fuimos creados.
¡Él pagó el rescate!

Jesús vino a elevarnos,
de nuestro egoísmo y limitación,
de nuestra ceguera y nuestras ambiciones,
de nuestras avaricias y nuestras idolatrías esclavizantes.
Jesús vino y se hizo uno de nosotros
para que nosotros pudiéramos alzarnos a la categoría de hijos.
Vino a sublimar nuestro “barro” y a dignificarlo como barro-trascendente,
barro capaz-de-fe.
En fin, digámoslo breve pero contundentemente,
vino a participarnos su Realeza,
porque sólo así podemos ser capaces-de-Dios.


Si Él se hubiera ocupado de ser Rey,
de simplemente llenarnos la pancita,
nosotros seríamos más esclavos, más idolatras,
cada día habríamos vivido añorando las cebollas
y las ollas de carne que comíamos en Egipto.
Cada día seríamos más fetichistas,
         más alienados,
          menos libres.
Sí Él hubiera resuelto todos nuestros afanes alimenticios y de techo y vestuario
por arte y golpe de la varita mágica,
no pasaría de ser un mago de feria,
un Jesucristo Superstar,
    héroe farandulero.
Y nosotros, en vez de ser sus hermanos,
seríamos cada día más estiércol.


La economía de salvación no se centra en el hambre inmediata,
la salvación es un proyecto más integral,
más holístico –si se quiere-,
va más allá de las soluciones que llamaremos “parciales”;
el ser humano requiere soluciones que lo dignifiquen,
que vayan más alto y más al fondo que el pan limosnero.
(Queremos insistir que este afán, también es válido,
también hay que contestarlo,
no es menos importante,
pero no es algo que no se habría podido resolver sin que Dios se encarnara.
Para aquel que no tiene ni un mendrugo, esa es la primera urgencia,
pero para muchos que tenemos resueltas estas necesidades,
hay apremios más acuciosos).
No queremos de ninguna manera desviar la mirada del pobre
a quien Jesús mismo nos enseñó a mirar y a tender con opción preferencial.
No podemos ignorar al que pasa hambre física,
pero tampoco el Rey de Reyes ignorará al que está saciado de alimento
pero sufre otras ansias.
Se trata –no lo olvidemos- de poner la realeza de Dios en su justa dimensión
para captar por qué rehusaba Jesús el reconocimiento como rey
y por qué su reinado es de otra especie.


Vemos, de inmediato, que al hambre física Dios puede contestar con codornices,
o puede dejar al retirarse la capa de rocío,
algo muy fino que alimenta,
como semillas de cilantro, amarillentas
y que sustenta muy bien aun cuando no sepamos
ni cómo se llama y preguntemos: “¿Y esto que es?”
(recordamos aquí que en lengua hebrea
¿Qué es? Suena como “man-hu”[man-á]).

Habría bastado Moisés.
Dios podría nutrirnos sin pasar por el pesebre,
el destierro a Egipto,
su vida en Nazaret y Galilea,
sus milagros y sus parábolas,
su pasión y su crucifixión,
y su entierro y resurrección.
Digamos que todos aquellos problemas “económicos”
se pueden resolver sin Jesús.


En el caso de Jesús,
el tema de su reinado,
que no es el reinado de una sola persona,
sino el de la Trinidad,
se tiene que entender que no se trata de coronarlo Rey
puesto que ya lo es.
Tampoco se trata de concederle la Divinidad
porque Él la detenta por los siglos de los siglos.
Se trata de poder, digámoslo así,
“acceder” a su realeza.
Su realeza es lo que resulta desconcertante:
Acabamos de verlo alejarse,
evadirse.
Esquiva su “entronización”: 
“Jesús, conociendo que pensaban venir para llevárselo
y proclamarlo rey,
      se retiró de nuevo al monte, él solo.” (Jn 6, 15).



“Esta gente” quiere proclamarlo rey
porque les ha saciado un hambre, la física;
preguntémonos si ¿esa podría ser la meta de Dios?,
el montaje de un restaurante popular que otorgue comida gratis.
¿Sería semejante proyecto un “plan Salvífico”?
Cierto que algunas personas requieren urgentemente este pan,
cierto que este milagro puede socorrer a algunos que están muriendo de hambre,
y no son pocos.
Seguramente pensando en ellos Jesús señaló:
“Denles ustedes de comer” Mc 6, 37a.
Para esos que están en la inanición,
el pan material es una urgencia impostergable;
pero, esa es sólo una faceta de la gran tarea salvífica.
Cuando nos reta a darles “nosotros mismo” de comer
nos señala una tarea que no es la salvífica,
no es esa estrictamente hablando la labor divina
sino la competencia humana.

Cuándo Dios nos nutre directamente de su Mano
lo que muestra –sin lugar a dudas- es su sensibilidad,
su solidaridad con nuestra especie,
que contiene el magma mismo del Hombre-Nuevo,
las células del Cuerpo Místico.

El mismo Moisés señaló que el Maná era alimento dado por Dios,
pero, luego se empezó disimuladamente a atribuírselo a Moisés.
El propio Jesús tiene que corregir este yerro;
También hoy, hay que enfatizar, es siempre Dios quien provee.

Y
el Reinado de Jesús es el servicio,
no pretendamos cargarlo con nuestros caprichosos
“manuales de funciones”.