sábado, 30 de julio de 2022

LA SOBERANÍA DE LA FRATERNIDAD

 


Ecl 1,2;2,21-23; Sal 89, 3-6. 12-14. 17; Col 3,1-5.9-11; Lc 12,13-21

 

Ayúdame, Señor, a volverme

siempre más rico de tu pobreza;

rico de una bondad sin límites

y de una ternura que enamora;

rico de una misericordia desmesurada

y de una sabiduría que capta lo esencial;

… hasta llegar a ser en Ti luz de tu Gloria.

Amén

Averardo Dini

 

Si haces depender tu vida de lo que tienes, destruyes lo que eres. Lo que creías que era seguridad de vida, disemina por doquiera huevos de muerte.

Silvano Fausti

 

Tomemos la Segunda Lectura como punto de partida: “se han revestido del hombre nuevo, que sigue renovándose continuamente por el conocimiento, a imagen de su Creador” (Col 3, 10). Esto se les dice a los cristianos, son ellos los que han resucitado con Cristo. Eso quiere decir que hay un cambio profundo al hacerse cristiano; uno que ya no es el que era, el que era ha muerto, el que ahora empieza a ser es un νέον τὸν “hombre nuevo” (Nuevo él). Pero, notemos que se nos dice algo más en esta frase de la Carta a los Colosenses: El “Hombre Nuevo” no es una condición estática que se alcanza de una vez por todas y de una vez para siempre. El “Hombre Nuevo” se va perfeccionando, se va puliendo en precisión por medio de su experiencia en Jesucristo, de esta manera dice que “se va renovando continuamente por el conocimiento”, vive un proceso de cristificación. Nosotros entendemos este conocimiento como un conocer personalizado, que se alcanza con el trato asiduo, no se está hablando de un conocimiento doctrinal o teorético, no se refiere a un conocimiento discursivo sino a una progresión espiritual que se logra por medio de la incesante búsqueda de los bienes trascendentes, los “saberes” de la dimensión en la que vive Cristo, que es la esfera del Trono de Dios Padre, τὰ ἄνω “cosas de arriba”, dado que la dimensión Divina la parangonamos con lo “Alto”, con lo que está Arriba, con lo que es Superior. A renglón seguido, nos invita a “tener la mente puesta en “los bienes del cielo”. Esta es la trasformación tan intensa del creyente cristiano: Ya no tiene la mente fija en los bienes materiales, ni en las realidades terrenales, sino que su ser integro está “consagrado” a pensar en Dios para alcanzar, paso a paso, en procura de alcanzar el pleno revestimiento de “Hombre Nuevo” (hablamos de un esfuerzo continuado, de la sostenibilidad de este proceso).

 

¡No se conforma con eso la Epístola! Nos señala la específica tarea para trabajar esta “búsqueda”. Nos señala la necesidad de dar muerte a los vicios terrenos, de la inmoralidad sexual, la impureza, los malos deseos y -hay algo especial contra lo que se debe luchar- la ambición. Además, se nos dice en la Carta a los de Colosas que “no nos mintamos unos a otros”.

 

¿Por qué es tan mala la ambición? Pues porque es una forma de εἰδωλολατρία idolatría. Esto es, algo que nos separa de Dios y nos conduce hacía falsos dioses. (Cfr. Col 3,5). Claro, la ambición nos lleva a la idolatría del dinero. Y nos hace perder de vista a nuestro prójimo. En vez de tener nuestra atención puesta en las personas, la enfocamos en las cosas.

 

«Hubo una vez un limosnero que estaba tendido al borde del camino cuando vio a lo lejos venir al rey con su corona, su capa y sus seguidores. Pensó: "Le voy a pedir y seguramente me dará bastante. Y cuando el rey pasó cerca, le dijo: "Su majestad, ¿me podría por favor regalar una moneda?" Aunque en su interior pensaba que el rey le iba a dar mucho más. El rey le miró y le dijo: "¿Por qué no me das algo tú? ¿Acaso no soy yo tu rey?"

 

El mendigo no sabía que responder a la pregunta y dijo: "Pero su majestad, ¡yo no tengo nada! El rey respondió: "Algo debes de tener. ¡Busca!". Entre su asombro y enojo, el mendigo buscó entre sus cosas y supo que tenía una naranja, un bollo de pan y unos granos de arroz. Pensó que el pan y la naranja eran mucho para darle, así que en medio de su enojo tomó 5 granos de arroz se los dio. Complacido al rey, dijo: "¡Ves como sí tenías!" Y le dio 5 monedas de oro, una por cada grano de arroz.

 

El mendigo dijo entonces: "Su majestad, creo que acá tengo otras cosas", pero el rey le dijo: “Solamente de lo que me has dado de corazón, te puedo yo dar".

 

Es fácil en esta historia reconocer como el rey representa a Dios, y el mendigo somos nosotros. Notemos que este aun en su pobreza es egoísta. Ocasionalmente, Dios nos pide que le demos algo para así demostrarle cariñosamente que somos sus hijos y Él es el más importante. Unas veces nos pide ser humildes, otras ser sinceros o no ser mentirosos. Nos negamos a darle a Dios lo que nos pide, pues creemos que no recibiremos nada a cambio, sin pensar en que Dios devuelve el ciento por uno.

 

No sé qué te pida Dios en este momento… ¿Confianza? ¿Sencillez? ¿Humildad? ¿Abandono en su voluntad? No lo sé. Solamente sé, que por lo que le des, te devolverá mucho más, y recuerda no darle solamente unos pocos granos, dale todo lo que tengas, pues sinceramente, VALE LA PENA.»[1]

 

Según el cuento-parábola no sabemos que nos pide Dios en este momento, pero según Colosenses ¡sí! Repasemos: dar muerte a los vicios terrenos, de la inmoralidad sexual, la impureza, los malos deseos y -ese algo especial que se debe descartar- esa es la ambición. Pues bien, La Segunda Lectura se saca del capítulo 3, los versos 1-5 y luego, 9-11. O sea que prescindimos de los versos 6-8. Pero en particular, en el verso 8 nos señala otras cosas que debemos rechazar, (que no las leemos porque hoy el foco de las Lecturas está en el tema de la ambición y estas “desviaciones”, estas “vanidades” no pertenecen a este “foco”); pero –bien vale la pena nombrarlas-: enojos, malas intenciones, ofensas y que no salgan groserías de nuestra boca. También se nos pide, en la Carta a los de Colosas, que “no nos mintamos unos a otros”.

 


Pues bien, tenemos todo un programa de trabajo para revestirnos de la calidad de Hombres Nuevos. ¡Sabemos lo que Dios nos pide porque la epístola nos lo indica explícitamente!

 

Así, desembocamos justo en el Evangelio. Allí se nos proponer la pregunta clave: «¿De qué nos salva el Cristo? ¿qué es la Redención, la Salvación, la Liberación? La cuestión es vital, pues se podría formular también con el interrogante: “¿En qué consiste el ser cristiano? Cristo nos salva de esta soledad, de este encierro, del congelamiento de nuestro yo, dándonos la capacidad de descubrir y de comunicarnos con el Otro.»[2] O sea que aquí se nos propone un nuevo enfoque convergente con el de la Carta a los Colosenses, para alcanzar la meta de ser “Un Nuevo él”.

 

Podríamos quizá explicar el asunto de la conversión en “Hombre Nuevo” explicándolo como un proceso de humanización. Una vez alcanzada la hominización, se debe vivir el proceso de humanización. Pero para podernos humanizar tenemos que plantearnos la pregunta teleológica. ¿Cómo es el “Hombre Nuevo”? ¿Cuáles son sus características definitorias? El gran interrogante de la humanización radica en saber ¿qué es el verdadero hombre? Una respuesta transitoria es la de afirmar que el Hombre verdadero es el que corresponde a la fiel imagen de la “imagen y semejanza” a la que fuimos creados. Pero enseguida notamos que es una respuesta truqueada que no contesta nada. La luna es la luna y el hombre es el hombre. Y, no fácilmente se puede escapar de este círculo vicioso. Pero podemos por lo menos ampliar el radio, de tal manera que no volvamos al mismo punto, sino a uno que esté más lejano al centro interrogativo, y más cerca del “conocimiento” (otra vez estamos en el conocimiento experiencial del que habla Colosenses), moviéndonos sobre la espiral.

 

Comunicarnos con el Otro, pasa por un entrenamiento en la comunicación –primero que todo- con el otro. Ya sabemos que el Otro es especialista en disfraces y usa la careta de algún otro –que ni nos imaginamos- para salirnos al encuentro y venirnos a buscar. Al otro nos acercamos con el verdadero amor de amistad, «… el amor de amistad consiste en agradar en todo al Amigo, en devolverle amor por amor, en no negarle nada de aquello que nos pida. Aquello que nos pide es sencillamente que hagamos su voluntad en todo, en lo importante y en lo ordinario, poniendo en ello toda la fe y la caridad de que somos capaces.»[3]

 

¡Esta es la paradoja de la riqueza! La riqueza nos distancia de los otros. La ambición promueve la riqueza y, nos distancia de lo humano. Ni nos acercamos a los otros, ni nos aproximamos al Otro. Nos trae a la mente aquel breve relato en el cual el marido le decía a su esposa: “Querida voy a trabajar muy duro para que algún día seamos ricos. A lo que su esposa le contestó: Ya somos ricos, querido. Nos tenemos el uno al otro. Tal vez algún día también tengamos dinero”.

 

¿Qué es lo que se propone el rico del Evangelio? En vez de poder fraguar un proyecto de solidaridad, de fraternidad, lo que cocina su pobre “yo” es un proyecto destructivo: “…demoler los graneros”.

 

«La justicia del reino consiste en reproducir en la tierra la imagen de Dios, que es la persona que anhela en todos sus actos y en todas sus relaciones un vínculo de amor; es el hombre que descubre que su realización puede cumplirse sólo en el amor. Cosa imposible si no se es pobre. Es decir, si no se libera en su devenir de todos los deseos que lo hacen centrarse en sí mismo e impiden la entrega al otro.»[4]

 


Así, las codicias, la ambición, son la jaula que nos distancia y nos aliena. La libertad nos espera con los brazos abiertos para que podamos ejercitarnos en la desalienación de todas las idolatrías que coartan al Hombre Nuevo. La verdadera fraternidad hace innecesario el arbitramento del juez que zanja las disputas sobre herencias. Jesús no vino a ser juez sino a construir el Reino, es decir, a hacernos capaces de reconocernos hermanos, como verdaderamente lo somos, ontológicamente hablando; para que compartamos.

 

En Mayo del 68, un muro de la Sorbona decía: “Una sociedad nueva debe estar formada sobre la ausencia de todo egoísmo y de toda egolatría. Nuestro camino será una larga marcha de fraternidad”. Adueñemonos de esas palabras, esa nueva sociedad es el Reino y sus ciudadanos, los “Hombres Nuevos” y los hombres nuevos comprenden desde el centro de su corazón que todos somos hermanos.

 

 



[1] Agudelo , Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU 2. Ed. Paulinas. Bogotá – Colombia. pp. 42-43

[2] Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLÍTICA DE SAN LUCAS.  Siglo XXI Editores. Bs.As. –Argentina 1972  p. 51

[3] Galilea. Segundo. LA LUZ DEL CORAZÓN. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá D.C. – Colombia 1995. p.126

[4] Paoli, Arturo.  DIALOGO DE LA LIBERACIÓN. Ed. Carlos Lohlé  Bs. As. –Argentina 1970 p. 150

sábado, 23 de julio de 2022

ORAR ARMONIZA EL UNIVERSO

 


Gn 18, 20-32; Sal 138(137), 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8; Col 2, 12-24; Lc 11, 1-13

 

Cuando se usa la violencia ya no se sabe nada de Dios, que es Padre, ni tampoco de los demás, que son hermanos. Se nos olvida porqué estamos en el mundo y llegamos a cometer crueldades absurdas.

Papa Francisco

 

La pedagogía del Padre nos hace pasar de las necesidades que tenemos a la necesidad que somos… Cuando ya no nos busquemos a nosotros en Él, lo encontraremos a Él en nosotros.

Silvano Fausti

 

Una necesidad vital aparentemente innecesaria

Proponemos una definición de la oración para abordar una aproximación a la “Oración del Señor”, que nos sirva de mapa general, pero también de acicate: «La oración es un permanente y fascinante mundo de averiguación, donde Dios se deja ‘investigar’ en su Hijo; donde el Hijo se deja investigar en su humanidad; donde el hombre aprende las pautas dinámicas para reproducir el estilo y la fuerza de relación que Jesús tenía con su Padre.»[1] Una de las principales ventajas que vemos en este enunciado es que descarta aquella visión según la cual la oración consistiría en «recitar un texto como una fórmula… esta plegaria viene a ser dicha de una manera mecánica, sin una vinculación suficiente con la vida misma.»[2] La oración es un caminar en el ansia de Dios, en un profundísimo deseo de acercarnos, de permitirle entrar en nuestra vida, pero dadas las imposibilidades para acercarnos a Él directamente, lo hacemos acercándonos a la amistad con quien nos ha dicho que si lo vemos a Él vemos al Padre (Jn 14, 9); aquí está condensado el cómo pero ¿para qué? Para entender esa relación paternal-filial y, entonces, hacernos hijos: ¡Sí!, es un esfuerzo hacia nuestra filiación, un trabajar para conformar nuestra vida con Jesús, para transparentarlo; lo cual no se alcanza por la repetición de fórmulas, ni por medio de la recitación de plegarias. Es decir, ¡no se logra por medio de conductas rituales, sino por la inserción en un dinamismo vital!, la construcción de Su Reino de Paz, justicia y Amor.

 

La oración tiene todo que ver con los diversos planos de la vida:

Con las búsquedas más profundas de la persona

Con las necesidades básicas de la vida

Con la definición de la identidad personal

Con la calidad de las relaciones interpersonales

Con la capacidad para ejercer la reconciliación

Con la visión de la vida

Con la justicia[3]

 


Sin embargo, «Hay quien descuida la oración y hay quien no cree en ella: pero el motivo a veces es el mismo. Se cree que es ineficaz o que no sirve. El presunto silencio de Dios respecto de nuestras expectativas lleva a menudo a una especie de resentimiento interior, que termina en la duda o en el desafío: “Si Dios no me escucha, no existe”. ¿Es posible que Dios no escuche o tal vez dé una respuesta distinta de la esperada? La opinión más difundida es que la oración no es útil, no sirve para resolver los problemas de la vida  ni las necesidades de la existencia. En la graduación de las cosas inútiles, la oración ocupa el primer puesto. Se dice que ella aparta de la vida, que crea espacios ilusorios; al máximo, no perjudica cuando no se tiene nada que hacer. Son otros los verbos que hacen percibir a las personas de nuestro tiempo la impresión de hacer cosas útiles: realizar, construir, poseer, alcanzar. El orar no tiene nada que ver con esta lógica… La eficacia de la oración constituye una “desproporción”: la respuesta de Dios siempre es más grande que nuestras peticiones, que nuestras expectativas. Aunque, a veces, “misteriosamente” diversa.»[4]

 

Oración de intercesión

«Vienen a la mente toda clase de objeciones: ¿Por qué deberíamos pedir a Dios algo que sabe necesitamos?... Jesús parece dar de lado a todas estas objeciones y anunciar una ley misteriosa del mundo de la oración: que Dios, por propia voluntad, ha colocado su poder, en cierto sentido, en manos de la persona que intercede, de manera que, mientras la persona no interceda, su poder queda maniatado.

 

Ese es el gran atractivo de la oración de intercesión: que cuando la practicas adquieres un tremendo sentido del poder enorme que encierra. Y, una vez que hayas sentido ese poder, no cesaras de orar. Al final del mundo comprenderemos en qué medida han sido configurados los destinos de las personas y de las naciones no tanto en virtud de los acontecimientos externos provocados por personas con poder y por acontecimientos que parecían inevitables, sino por el silencioso, callado, irresistible poder de la oración de personas a las que el mundo jamás conocerá.

 

Teilhard de Chardin habla en El Medio Divino de una religiosa que ora en la capilla perdida en un lugar desierto; cuando lo hace, todas las fuerzas del universo parecen organizarse en consonancia con los deseos de aquella figurilla que ora y el eje del mundo parece atravesar aquella capilla desierta.»[5]

 

Dice Jacques Loew que «Orar es aceptar la noche de la fe, la de las contradicciones y los sufrimientos. ¡Cuidado con mandar todo a paseo demasiado pronto! Como dice San Juan de la Cruz: “Muchos no adelantan; habiendo emprendido el camino de la virtud, y queriendo Nuestro Señor ponerlos en esta noche oscura, para llevarlos por ella a la unión divina, no pasan adelante porque se detienen en las tinieblas.”… Abraham,… en su intercesión por Sodoma También aquí es Dios quien toma la iniciativa. Es el que plantea la cuestión: “¿He de encubrir yo a Abraham lo que he de hacer?” Le expone la situación, y es Él, Dios, el que va a suscitar la intercesión de Abraham. Dios le dice: El clamor de Sodoma y Gomorra ha crecido mucho, y su pecado se ha agravado en extremo.” Cuánto hay que señalar aquí. Ante todo, el corazón de Abraham humilde y osado al mismo tiempo. El pecado de Sodoma le lleva a la oración de intercesión…”Yo, que soy polvo y ceniza”…Pero el conocimiento de nuestra miseria le permite toda su osadía para hablar con Dios.»[6]

 

Queremos compartir de Nikos Kazantzaki, de su Carta al Greco, un fragmento donde  Kazantzaki recrea y re-escribe el episodio de regateo entre Abrahán y Dios; un Midrash en el que Abraham y Lot llevan su osadía hasta límites irreverentes. En la perícopa que ocupa el lugar de la Primera Lectura, Abrahán intercede por las ciudades de Sodoma y Gomorra, cuya corrupción e inmoralidad les valió la sentencia de destrucción. Tal era la depravación en estas ciudades, que se hicieron proverbiales como tipos de inmoralidad, de abuso de los árboles del conocimiento y la vida. Pero miremos como la replanteó y hasta dónde la llevó Kazantzaki:

 

«Apresuré el paso, gané la orilla venenosa del Mar Muerto, entré en el desierto. Mi mirada sobreexcitada, estremecida, se detenía en las aguas muertas, como si procurara distinguir en el fondo las antiguas ciudades sumergidas. Y mientras miraba, un relámpago amarillo atravesó mi mente y vi: Un pie todo poderoso y colérico había pasado por allí, había aplastado las dos ciudades, Sodoma y Gomorra, y las había sepultado. Mi corazón se oprimió: un pie todopoderoso aplastará un día nuestras Sodomas y nuestras Gomorras y este mundo que ríe, se divierte y olvida a Dios, se convertirá a su vez en un Mar Muerto. Así, a cada tanto, el pie de Dios pasa y aplasta las ciudades demasiado satisfechas, demasiado inteligentes.

 

Me asusté. Me parece que Sodoma y Gomorra es el mundo de hoy, poco antes de que Dios pase sobre él. Creo oír ya su paso terrible que se acerca.

 

Me detuve sobre una duna baja, permanecí largo rato contemplando las aguas malditas; me esforzaba en extraer de su seno pegajoso las ciudades pecadoras, tan llenas de encanto. Para que resplandezcan aún un instante al sol, para que tenga el tiempo de verlas, para que mis parpados se agiten una vez más y luego que las ciudades desaparezcan.


 

Sodoma y Gomorra estaban echadas a la orilla del río como dos rameras, y se abrazaban; los hombres copulaban con los hombres, las mujeres con las mujeres, los hombres con yeguas y las mujeres con toros. Comían, comían con exceso los frutos del Árbol de la Vida. Comían, comían con exceso los frutos del Árbol del Conocimiento. Habían roto sus imágenes sagradas y habían visto que no eran más que madera y piedra; habían roto las ideas y habían visto que sólo estaban llenas de viento. Se habían acercado mucho a Dios y se habían dicho “Este Dios es hijo del Temor y no padre del Temor” y así le habían perdido miedo. Habían escrito con gruesas letras amarillas en las cuatro puertas fortificadas de su ciudad: AQUÍ NO HAY DIOS. Dios, ¿qué quiere decir esta palabra? No hay rienda para nuestros instintos, no hay recompensa para el bien ni castigo para el mal, no hay virtud ni pudor, ni justicia; somos lobos y lobas en celo.

 

Dios se enojó, llamó a Abraham: “¡Abraham!” “Ordena, Señor” “Abraham, toma tus ovejas, tus camellos, tus perros, tus esclavos, hombres y mujeres, tu mujer, tu hijo y vete. Vete, he tomado mi decisión.” “He tomado mi decisión, Señor, quiere decir en tu boca: ¡Quiero matar!” “Su corazón tiene demasiada alegría, su mente es demasiado vigorosa, su vientre está demasiado lleno, ¡ya no los soporto! Levantan casas de piedra y hierro, como si fueran inmortales; construyen hornos, encienden fuegos, funden metales. Yo había expandido una lepra sobre el rostro de la tierra, el desierto, porque así lo quería. Y los hombres de aquí abajo, en Sodoma y en Gomorra, riegan abonan, trasforman el desierto en un jardín… El agua, el hierro, las piedras, el fuego, elementos inmortales, se han convertido en sus esclavos. Ya no los tolero. Han comido del Árbol del Conocimiento, han cogido sus manzanos, ¡morirán!” “¿Todos, Señor?” “Todos, ¿no soy todopoderoso?” “No, Tú no eres todopoderoso, Señor, porque eres justo. Tú no puedes cometer injusticias, ni infamias, ni cosas absurdas.” “Qué podéis saber vosotros sobre lo justo o lo injusto, sobre el honor o la infamia, sobre lo razonable o lo absurdo, vosotros, gusanos de tierra, alimentados de tierra, que os convertiréis en tierra? Mi voluntad es un abismo. Si pudierais mirarla de frente, se apoderaría de vosotros el terror” “Tú eres el amo de la tierra y del cielo, Tú tienes en la misma mano la vida y la muerte y eliges; y yo soy un gusano de la tierra; estoy hecho de tierra y agua, pero Tú has soplado sobre mí, y de la tierra y el agua ha surgido un alma, así que hablaré. Hay millares de almas que comen, beben, ríen y se divierten en Sodoma y en Gomorra; hay allí millares de mentes que se han hinchado como serpientes, que lanzan su veneno hacia el cielo y silban. Pero si entre ellos hay cuarenta justos, ¿los quemaras?” “¡quiero nombres! ¿Quiénes son esos cuarenta?” “Si hay veinte, ¿veinte justos Señor?” “¡Quiero nombres! Cuento con los dedos” “Si hay diez, ¿diez justos, Señor? ¿Si hay cinco?” “¡Abraham, cierra esa boca impúdica!” “Piedad, Señor, Tú no eres solamente justo, también eres bueno. ¡Maldición sí solamente fueras todopoderoso, maldición, si sólo fueras justo; el mundo estaría perdido! Pero Tú eres también bueno, Señor, y por eso el edificio del mundo puede todavía sostenerse en el aire.” “¡No te arrodilles, no extiendas las manos para abrazarme las rodillas, yo no tengo rodillas! ¡No empieces a lamentarte para enternecer mi corazón; yo no tengo corazón! Soy un bloque de granito negro, ninguna mano puede grabar sobre mí; he tomado mi decisión: voy a quemar a Sodoma y Gomorra.” “No te apresures, Señor; ¿por qué te apresuras cuando se trata de matar? ¡He encontrado!” “¿Qué has encontrado, gusano de tierra, arañando la tierra?” “Un justo.” “Quién es?” “El hijo de mi hermano Harán, Lot.”

 

Inmóvil sobre la duna, sentía crujir mis sienes. Oía en mí la voz de Dios y la voz del hombre que luchaban. Un instante me pareció que el aire se hacía más compacto y que ante mí se erguía Lot, salvaje, descalzo, con una barba caudalosa y una llama en la frente. No el Lot del Antiguo Testamento, sino un Lot mío, rebelde, que no obedeciera a Dios, que no huyera para salvarse, sino que se apiadara de la graciosa ciudad y se arrojara, voluntariamente, al fuego, para ser quemado y perderse con ella.

 

¡Dile –gritaba él a Abraham- que no me voy! ¡Dile que yo soy Sodoma y Gomorra, que no me voy! ¿No dice Él que soy libre? ¿No dice jactanciosamente que Él me ha creado libre? Pues bien, entonces hago lo que quiero y no me voy.

 

-Yo me lavo y vuelvo a lavarme las manos, rebelde, y me voy.

-¡Buen viaje viejo virtuoso, buen viaje cordero de Dios! Y dile a tu amo: ¡El viejo Lot te saluda! Y dile también que no es justo. No es justo y no es bueno; ¡es todopoderoso, sólo todopoderoso, y nada más!»[7]

 

El propio Kazantzaki se escandalizaba de sí mismo espantado del texto que había escrito, añadió: «Como si saliera de una lucha desesperada, tomé aliento y miré detrás de mí. Me asusté: ¿cómo tal rebelde pudo salir de mis entrañas? ¿Dónde se escondía, en el fondo de mí mismo, detrás de Dios, esa alma salvaje e insumisa?»[8]

 

«… algunas personas cuando alcanzan un profundo sentido de unión con Dios, se ven empujadas por él a interceder por otros. Al principio sienten preocupaciones pensando que puede tratarse de distracciones: hasta que comprenden que fueron llevados a este estado de unión profunda con Dios precisamente para interceder por sus semejantes y para que esta intercesión, lejos de distraerles, les introduzca con mayor profundidad en la unión con Dios… Cuanto más prodigues los tesoros de Cristo sobre otros, más inundada se sentirá tu propia vida y tu corazón con ellos. Al interceder por los otros, estás enriqueciéndote a ti mismo.»[9]

 


Viene aquí a colación una cita de Papa Francisco, dado que hoy se celebra la II Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores -por la ya muy cercana fecha de la Fiesta de San Joaquín y Santa Ana, que estaremos conmemorando el próximo martes- una verdadera invitación que propone el Papa a los adultos mayores, convocándolos como los más idóneos orantes: “«Convirtámonos también nosotros un poco en poetas de la oración: cultivemos el gusto de buscar palabras nuestras, volvamos a apropiarnos de las que nos enseña la Palabra de Dios».  Nuestra invocación confiada puede hacer mucho, puede acompañar el grito de dolor del que sufre y puede contribuir a cambiar los corazones. Podemos ser «el “coro” permanente de un gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y el canto de alabanza sostienen a la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida»”.[10]

 

Queremos destacar por quién está orando y abogando Abraham. No se trata de “peras en dulce” sino de terribles pecadores cuyas acciones eran –como lo dice Kazantzaki- «…Habían escrito con gruesas letras amarillas en las cuatro puertas fortificadas de su ciudad: AQUÍ NO HAY DIOS…». Y pese a su abominación, Abraham los defiende, casi con las mismas letras con las que Jesús nos justificaba desde el Madero al que lo teníamos claveteado, y donde tercamente seguimos remachándolo, “Perdónalos Señor porque no saben lo que hacen.” (Lc 23, 34b)

 

«Abraham no se atrevió a ir más lejos. Hubiera debido continuar aún más. No se atrevió a bajar hasta uno… Jeremías lo afirma: “Un solo justo habría bastado.”… si halláis un varón, uno solo, que obre según justicia, que guarde fidelidad, y la perdonaré, declara Yavé”… si hubiera bajado hasta uno, no hubiera encontrado a nadie, porque en último término, lo que se necesitaba era un único intercesor: Jesús.»[11]

 

Sólo dice Abbá quien verdaderamente es hijo

En fin, no es una retahíla para fortalecer la buena memoria. Su recitación no se puede visualizar o asociar con la idea de un “conjuro”. La oración del Señor se debe concebir –mucho mejor- como un proyecto de vida. Es todo un programa para meditar y poner en práctica, para corregir todos los días y mejorar de forma tal que mañana lo implementemos mejor. «Oración que no cambia la vida no es oración. Oración que se queda en mero sentimiento o idea, será otra cosa, pero no oración cristiana. La oración cristiana tiende siempre a la conversión del orante. Y convertirse en cristiano es ir asumiendo en la propia vida el estilo de vida de Jesús. Cada vez más mansos, cada vez más humildes. Cada vez más comprensivos. Cada vez más misericordiosos, puros, alegres, pacíficos, comunitarios, trabajadores por la justicia, pobres de corazón.»[12]

 


Me gustaría concluir esta reflexión con un cuentito de Mateo Bautista (Religioso Camilo), intitulado “La madre de Judas”, y que, he tenido la osadía de subtitular “Misericordia Infinita”, en el epígrafe Mateo Bautista pone: El amor de madre. El amor del Padre…

 

Un hombre justo, el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien (hech 10,38), está clavado en la cruz. Ha sido acusado de blasfemia por el Sanedrín y ejecutado por el poder de Roma, bajo la acusación de Rey de los Judíos (Mt 27,37).

Una mujer, que es madre, sube apesadumbrada hacia el Calvario. Sus ojos están llorosos, su rostro triste, su alma compungida, su corazón en duelo. Su hijo acaba de ahorcarse. Es la madre de Judas.

El suicidio de un hijo es un volcán devastador. El yo existencial salta en pedazos. La luz que orienta la propia vida sucumbe en las tinieblas. La esperanza naufraga en la desesperación. Es como si un trozo de la propia carne saltara del cuerpo.

Esta madre arrastra, en la cuesta del Calvario, un sufrimiento doble, porque las madres sufren doblemente, por ellas y por los hijos. La imagen negra del suicidio no da paso a los buenos recuerdos del hijo.

Y esta mujer anónima, aunque nunca es anónimo el amor de una madre, tiene agrietada su conciencia, ya que las madres sufren también por la conciencia de sus hijos.

Una angustiosa pregunta martillea su corazón: “Dios perdonará a mi hijo?”

Ya se va acercando al lugar del suplicio de Jesús. Siente que le cuesta avanzar. Teme mirar a los ojos de aquel crucificado a quien su hijo dio un beso de traición.

Y se refugia en el pasado para cancelar el presente. La coz del hijo resuena dentro de sus entrañas:

- ¿Viste madre?, Jesús me miró y dijo “Sígueme”.

-Madre, Jesús me nombró el tesorero del grupo. Me tiene confianza.

- ¡Qué bondad la de Jesús con la gente de nuestro pueblo, toca hasta a los leprosos!

El corazón de madre tiembla ante nuevos ecos de su hijo.

-este Jesús no nos entiende sana a gente que nos oprime (cfr. Mt 8, 5-13), no va por nuestros caminos. Va a terminar mal y no quiere reaccionar con energía. ¿Qué será de nosotros, sus seguidores? ¿Qué será de nuestro pueblo oprimido?

La madre ya se acerca a Jesús, esa tremenda torpeza de la libertad humana contra Dios. De su pecho afligido sale únicamente una silenciosa petición de perdón, porque las madres piden por ellas y por sus hijos.

-Jesús, a quien le diste un bocado, signo de tu amistad y benevolencia, concédele tu misericordia.

La mujer no levanta la cabeza. Al fin se anima. Los ojos de Jesús se clavan sobre ella. Tiembla, pero comprueba que es mirada de comprensión. La mujer mira a la otra madre, María, y musita:

-Jesús por tu sangre y por tu madre dolorida, te suplico…

El crucificado volvió la cabeza y exclamó:

-Padre, perdónalos, no saben lo que hacen (Lc 23,34).

Moraleja

La Iglesia proclama santos.

No proclama condenados.

Para reflexionar personalmente o en grupo

El duelo por suicidio no lo hace el suicidado, sino sus seres queridos. ¿Cómo no herirlos más? ¿Cómo ayudar? ¿cómo acogerse a la misericordia divina?[13]

 

 

 

 



[1] Caballero, Nicolás, CMF PARA FORMAR ORANTES LA ORACIÓN ESENCIA DE UN PROYECTO FORMATIVO I Publicaciones Claretianas. 2da Edición Madrid España 1994 p. 12

[2] Myre, André ABBÁ: LA ORACIÓN DE LOS DISCÍPULOS DE JESÚS. En AA,.VV. LA BIBLIA EN ORACIÓN Ed San Pablo Santafé de Bogotá – Colombia 1995. p. 85

[3] EL DISCIPULADO EN EL EVANGELIO DE LUCAS DESDE LA ORACIÓN Conferencia Episcopal de Colombia Sección de Pastoral Bíblica. Septiembre de 2006 p. 54.

[4] Masseroni, Enrico. ENSEÑANOS A ORAR. UN CAMINO A LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá – Colombia 1998 pp. 89-90

[5] De Mello, Antonio, s.j. SADHANA UN CAMINO DE ORACIÓN Sal Terrae Santander-España 1979 pp. 137-138

[6] Loew, Jacques EN LA ESCUELA DE LOS GRANDES ORANTES. Narcea S.A. de Ediciones Madrid España. 1977 pp. 24-25

[7] Kazantzaki, Nikos OBRAS SELECTAS T. III Ed. Planeta Barcelona- España 1968 p.301

[8] Ibid.

[9] De Mello, Antonio, s.j. Op. Cit. p. 141

[10] Papa Francisco. MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA II JORNADA MUNDIAL DE LOS ABUELOS Y DE LOS MAYORES Roma, San Juan de Letrán, 2022. Citando su propia CATEQUESIS SOBRE LA FAMILIA, 7: “Los abuelos” del 11 marzo 2015.

[11] Loew, Jacques Op. Cit. p.26

[12] Mazariegos, Emilio. LA AVENTURA APASIONANTE DE ORAR. Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 3ª reimpresión 2004 p. 157

[13] Bautista, Mateo. CUENTOS SANADORES. Ed. San Pablo Bs. As. Argentina. 2004 pp. 32-34

 

sábado, 16 de julio de 2022

ALGUNOS HOSPEDARON ÁNGELES

 


Gn 18, 1-10; Sal 15(14), 2-3ab. 3cd-4ab. 5; Col 1, 24-28; Lc 10, 38-42

 

Marta, Marta, te afanas y te preocupas por muchas cosas, pero una sola... es la que se necesita… nunca deben estar separadas, sino que deben vivirse en profunda unidad y armonía… en un cristiano, las obras de servicio y de caridad nunca se desprenden de la fuente principal… la escucha de la Palabra del Señor, estando – como María – a los pies de Jesús.

Papa Francisco

 

Lo que Dios ama es contemplarse en Él, no el intento de sofocarlo para agradarle.

Silvano Fausti

 

El próximo viernes 29 de julio estaremos celebrando la fiesta de Santa Marta, Santa María y San Lázaro, tres hermanos muy cercanos a Jesús, donde el solía ir en Betania y donde se alojaba. Recordemos, además, que Jesús resucitó a Lázaro (Jn 11, 32-45). Esta celebración de los tres hermanos ha llegado a ser por un decreto que Papa Francisco expidió el pasado 26 de enero de 2021, el decreto estableció además que “dicha memoria deberá́ aparecer con esta denominación en todos los Calendarios y Libros litúrgicos para la celebración de la Misa y la Liturgia de las Horas”. Son firmantes del decreto el Cardenal Robert Sarah, y Mons. Arturo Roche, prefecto y secretario -respectivamente- de la Congregación para el Culto Divino. Resulta ser que la Liturgia de este Domingo será -de alguna manera-. un preludio de dicha festividad.

 

Más sobre el mandamiento del amor

Este episodio del evangelio, que nos ocupa hoy, está puesto -en San Lucas- continuando en el capítulo 10, exactamente a continuación de la parábola del Samaritano que actuó como prójimo. La invitación, para iniciar nuestra reflexión-contemplación para este XVI Domingo Ordinario del ciclo C, consiste en repasar las acciones del “Samaritano” en la parábola con la que nos motivó Jesús en la liturgia del Domingo pasado:

 

a)    Lo vio y se compadeció

b)    Se le acercó

c)    Curó sus heridas con aceite y vino y se las vendó

d)    Lo puso en el mismo animal que él montaba y lo condujo a un hostal

e)    Se encargó de cuidarlo

f)     Pagó con dos monedas los cuidados que el hostelero le prodigara

g)    Contrajo el compromiso de pagar los adicionales que fueran necesarios.

 

Queremos subrayar que esta hospitalidad que mostró el Samaritano no se extendía mientras se lo quitaba de la vista, no lo hizo por apaciguar el dolor que él presenciaba, no quería apaciguar su conciencia, sino que se extendió –previsivamente- con sincera y profunda preocupación por el otro, digámoslo así, hasta cuando fuera necesario, mientras su convalecencia durara.


 

Ahora, hagamos una nueva enumeración de acciones “hospitalarias”, se trata esta vez de Abraham –en la Primera Lectura de este domingo XVI Ordinario del ciclo C- que, estando en las montañas de Judá, “acoge” a tres hombres que –se habían allegado hasta su tienda. Pero antes de hacer la enumeración, hagamos notar que el pasaje bíblico de la Primera Lectura, transcurre bajo una encina que es símbolo de solidez y longevidad, dos cualidades muy afines con el que llegará a ser Abrahán:

 

a)    Levantó la vista y vio

b)    Se levantó rápidamente a recibirlos

c)    Los saludó con inclinación de cabeza hasta el suelo

d)    Les rogó que no pasaran de largo

e)    Les ofreció agua para lavarse y refrescarse los pies

f)     Les brindó la sombra protectora de los árboles

g)    Pidió a Sara amasar 20 kilos de harina (flor de harina) para hacerles pan

h)    Les hizo asar un becerro

i)     Les brindo, como entrada, cuajada y leche

j)     Estuvo allí parado, atento a lo que se les pudiera ofrecer.

 

No se trata de un cuidar mientras tanto, como si nuestra vida estuviera dividida en capítulos o en párrafos donde ya pasó esto y ahora punto a parte; es un compromiso que se extiende, que se prolonga, que dura; digámoslo de la siguiente manera, una vez se empieza a actuar “projimamente” ya la “projimidad” no se extingue, no es un “por ahora”, sino que es un vínculo que se ha establecido (queremos comentar que la palabra “establecido” significa que se ha hecho “estable”); este vínculo es de hermandad, de fraternidad pero no sólo con nuestros hermanos de carne y sangre, tampoco se limita a los cercanos en raza o en grupo social, sino con todo aquel que pueda esperar o necesitar algo de nosotros, claro, pues somos hermanos porque todos somos hijos del mismo Padre Celestial y hermanos en Cristo Jesús Nuestro Señor: ¡Una Alianza!

 

Ahora, no es necesario pasar a una definición abstracta de la hospitalidad, veamos los ejemplos bíblicos y extraigamos de ellos las consecuencias para nuestra vida. La Palabra de Dios está allí, no para convertirla en definiciones sino para traducirla en vivencias. Extrapolemos todas las conclusiones. Podríamos –para facilitar su comprensión- resumirlo diciendo que cada situación o cada vez que alguien (sin importar de quien se trate) se cruza en nuestra vida, en nuestro camino, es otro prójimo que nos regala Dios. Y, recíprocamente, cada vez que tenemos un nuevo prójimo, o nos hacemos conscientes  que esa “persona” es un prójimo, no es que nosotros “le demos” el cuidado o la atención que él necesita; es Dios mismo quien nos ha dado una oportunidad de cumplir con su mandamiento de Amor. Las acciones con las que traducimos el amor en realidad conforman la hospitalidad, diremos –pues, usando una fórmula que ha entrado en uso- que la hospitalidad es verbo, no sustantivo.

 

La hospitalidad se ejercita con el “peregrino”, con el “forastero”, y entre los pueblos del oriente medio esta práctica era proverbial y hasta indispensable para la sobrevivencia. Cruzar el desierto hacía necesario al transeúnte que se encontraba con los escasos habitantes, que estos últimos lo recibieran le prodigaran agua, alimento y cobijo. Repetimos que nació de una necesidad acuciante dentro de este contexto. Podríamos decir que Dios se valió de este lenguaje de la naturaleza agreste, para enseñarles y luego difundir –precisamente por medio de nosotros- esta enseñanza. El mundo siempre es “agreste” y enfatiza nuestra vulnerabilidad, nos lleva a precisar “la projimidad”.

 

Salmo de peregrinación

La fe del pueblo judío del pueblo elegido (y en general de los pueblos del medio oriente), se mostraba -entre otras cosas- en la peregrinación a los centros de culto, estas peregrinaciones son, para ellos, un precepto. También nosotros hemos aprendido a rendir culto a través de este tipo de acciones. Solemos “peregrinar” a nuestros centros de culto, especialmente allí donde Dios nos ha manifestado su bondad con algún prodigio; se trata de lugares donde Dios sigue comunicando y prodigando su Misericordia, algo así como la geopolítica de la fe, ventanas por donde la Bondad Divina se cuela desde su dimensión hasta la nuestra. En esos puntos se cultiva y se manifiesta la “fe popular”.

 

Esta fe –recordemos que Dios ha preferido dirigirsela a “sus pequeños” para confundir a los que se creen sabios- es una fe plena de “intuiciones”, sin ribetes, encajes ni florituras teológico-filosóficas. No podemos ni debemos combatirla, muy por el contrario, entender su fuerza como expresión de un diálogo muy personal entre Dios y su pueblo. Pero tampoco podemos cruzarnos de brazos y permitir que el “Malo” se agazape en sus sofisticados disfraces y medre allí. Aun cuando es un ángel “caído”, es un ángel, y cuenta con recursos de sofisticación inimaginable. ¡Estemos alerta!

 

El pueblo Israelita peregrinaba al Templo de Jerusalén, anualmente; y ¿qué hacían ellos? Pues en los atrios del templo se prodigaba una “catequesis” sencilla y resumida antes de ingresar en él; nosotros diríamos como una especie de ejercicio filtrónico-depurativo, para prevenir las desviaciones en la fe: recordemos entre las obras de caridad “enseñar al que no sabe” y “corregir al que yerra” (no se puede pasar de largo sin recordar que esto se debe practicar con caridad, no con arrogancia y soberbia de sabelotodo). Así nacieron por lo menos 4 salmos que vacunaban contra escorias paganas que salpicaban la fe monoteísta en YHWH; entre ellos está el de la liturgia de este Domingo XVI, el Salmo 15(14) que nos contesta “quién puede hospedarse en la Tienda del Señor y quién es digno de morar en su Monte Santo”.

 

De esta manera, descubrimos (o recordamos) otra forma de hospitalidad, otra expresión de la caridad cristiana: “enseñar al que no sabe” y “corregir al que yerra”. Esto es tanto más importante cuanto se trata de asuntos de fe, donde el “Malo” guisa sus caldos, donde el paganismo, la superstición y un sincretismos deformantes lo enturbian todo. Cultivar la fe es también depurarla de ese tipo de escorias. La hospitalidad no es sólo dar posada al peregrino.

 

No podemos pasar sin enfatizar que la “fe popular” encierra esa fuerza y esa verdad que proviene de Dios mismo, aun cuando muchas veces se manifieste sin toda la pureza ritual de la “liturgia” oficial-ortodoxa. Y ¡Cuidado! Porque muchas veces la fe de los “cultos”, de los “intelectuales”, tiende a hacerse una fe de eso, de ritos, pero una fe fría, de “sacrificios y holocaustos” que no agradan al Señor. Existe el peligro de mirar a Abel con los mismos ojos de Caín; todos nosotros podemos incurrir en ver con envidia que Dios se complace en el culto sencillo de la gente del común, de la gente del pueblo; y, en cambio, nuestro “docto” sacrificio no Le sea incienso agradable a Su Presencia.

 

Acoger nuestra misión de evangelizadores

Continuamos en la Carta a los Colosenses que iniciamos el Domingo anterior, la perícopa que nos ocupa esta vez es 1, 24-28. San Pablo (o su seudoepigrafista) está practicando esa hospitalidad a la que se refiere el Salmo, la depuración filtrónica de la fe, la evangelización. Se trata de la hospitalidad a la misión que hemos recibido cuando fuimos llamados y regalados con la fe, porque Dios se nos quiso revelar y, al hacerlo así, nos eligió como pueblo suyo. En la epístola se nos indica  no evangelizar a medias puesto que la misión que él ha recibido de Dios es anunciar un Mensaje Completo y en eso no para mientes en usar toda estrategia, en apoyarse en toda didáctica, en echar mano a todo recurso. ¿Cuándo estará completa la misión? Cuando los evangelizados alcancen una “madurez en su vida cristiana” es decir, cuando ya no sean blanco fácil de las deformaciones de la fe a las que nos referimos en el apartado anterior, donde el “Malo” hace buenas migas. Es pues hospitalidad en la fe:


 

a) El Ministerio de la Acogida en el Templo, con dulce acogida especialmente para los “visitantes” pero no menos tierno y dulce con los “asiduos”.

b)  La preocupación por aquellos hermanos en la fe que vemos alejarse paulatinamente

c) La sincera y cálida fraternidad que mostramos en el saludo de paz como signo de Comunión previo a la Comunión Eucarística.

d) El Ministerio de la Eucaristía para nuestros hermanos enfermos que no pueden venir a la mesa Eucarística en el Templo.

e) El diálogo fraterno -procurando el acercamiento y la llegada (o retorno)- de los hermanos cristianos no católicos.

f) La hospitalidad eucarística, en los casos en los que la ley canónica lo permite. En este asunto el celo apostólico ocupa el lugar preeminente sobre los intereses ecuménicos que en su afán por una Iglesia-Una, desembocan en soluciones facilistas que no construyen Comunión sino que por alcanzar un ideal, debilitan la posibilidad de llegar a la tan anhelada unidad.

g) La construcción de pequeñas comunidades donde el ejercicio de esta hospitalidad no tenga rostro anónimo.

 




Jesús hospedado en casa de sus amigos

Ya lo hemos mencionado en otra parte: es falsa la dualidad entre Marta y María, porque ambas, tanto la vida activa como la vida contemplativa son absolutamente necesarias para una práctica de fe sincera y consecuente. Leída, con cuidado y atención, la perícopa del Evangelio según San Lucas pertinente a esta fecha litúrgica,  es obvio que Jesús no desprecia ninguna de sus dos amigas, para Él ambas actitudes son valiosas. Pero, señala un “norte” consecuente con la fe: ¡No afanarnos febrilmente en el activismo!

 

Para que el encuentro y la presencia de Jesús puedan llegar a ser fructíferos, se necesita sacar todos los momentos necesarios para escucharlo. Se necesita estar ahí, con los cinco sentidos acogiéndolo. Se trata de la Hospitalidad Espiritual. Jesús pasa por nuestra vida, pero podemos decir, bienvenido Señor, pasamos la hoja y vamos a otra cosa; luego, Jesús pasó, pero no pudo quedarse, nos parece semejante a la situación del vendedor puerta a puerta a quien la abrimos, lo saludamos y le decimos “no gracias”, y la puerta se vuelve a cerrar, amenazando aplastarle la nariz. Cuando “damos la vuelta a la página” y pasamos a otra cosa, Jesús se ve obligado a seguir de largo, sabemos que Él “no entra a la fuerza”; lo triste es que, Él no prosigue a la siguiente puerta sino que se queda ahí, afuera, como un pordiosero, aguardando si más tarde, quizás, lo invitemos a entrar. Permanece allí -en nuestro umbral- a ver cuándo querremos darle hospitalidad.

 


Este Domingo de la Hospitalidad la liturgia ha pasado revista a sus varias formas, que más que un techo y un “plato de sopa”, consiste en una actitud abierta del corazón que descubre una necesidad, cuida, vela y protege. La hospitalidad hecha acogida no se puede reducir a servir aguas-aromáticas calentitas a los ancianos y enfermos que viene a “misa”. Ese servicio es hermoso, pero la hospitalidad que la fe, la Iglesia y Jesús (quien está a la raíz de la fe y la Iglesia) esperan de nosotros -esta hospitalidad nos reclama ir más allá hasta una metanoia- hasta una trasformación de nuestro modo de ver y de realizar la acogida. «María toma la iniciativa de romper con… esquemas culturales. Y recibe la felicitación de Jesús por haber elegido la parte que no le será quitada. En una sociedad que sigue siendo machista a pesar de tantos avances de la mujer, María –y la palabra de Jesús- nos confirman que hay una alternativa superadora. Que no necesariamente los esquemas culturales deben mantenerse, ya que sencillamente no siempre estos esquemas se identifican con la propuesta de Dios para nuestra historia manifestada en su Palabra. La palabra de Dios es el criterio; y no la afirmación de viejos esquemas lo que manifieste la fidelidad al proyecto de Dios. María, la discípula, la que se atreve a dar un salto insólito en su tiempo, nos invita a buscar poner en acto la Palabra, para que nuestro mundo presente se asemeje un poco más al mundo que Jesús quiere y nos dejemos iluminar por su ejemplo para buscar con todos nuestros hermanas y hermanos “la parte que no nos será quitada”.»[1]

 



[1] de la Serna, Eduardo (Pbro.). MARÍA DE BETANIA. En la Revista IGLESIA SINFRONTERAS. Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús # 358 Septiembre de 2012 p. 15