sábado, 27 de enero de 2018

JESÚS ES LA PLENITUD DE LA PROFECÍA
Deut 18, 15-20; Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9; 1Cor 7, 32-35; Mc 1, 21-28



Si te tengo ya hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra cosa que te pueda revelar o responder que sea más que eso, pon los ojos sólo en Él; porque en Él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás en Él aún más de lo que pides y deseas.
San Juan de la cruz


Ya en el Deuteronomio
El Señor nos prometió un grande profeta
un Nuevo Moisés
                             que tendrá la Palabra de Dios en sus labios
que nos comunicará todo lo que Dios le inspire.
El Señor nos manda a Él escuchar
a Él acatar
                  y por nuestra escucha obediente Dios nos reconocerá
así como de nuestra escucha indócil Dios nos pedirá cuentas.

En el Salmo somos convocados a escuchar su Voz
a no tener un corazón díscolo,
                                               (como tuvieron los de Masa y Meribá
palabras que significan “poner a prueba” y “altercado” porque
cuando les falto agua en el Éxodo murmuraron contra Dios,
y dudaron de Su Poder para salvarlos),
no es eso lo que Él tiene derecho a esperar de quien dice amarlo
y creer en Él.

En la Segunda Lectura,
nos convida el Señor a obrar de una manera extraña
En contrahílo de lo que se espera de un casado
-nos lo pedía ya en la liturgia del Domingo anterior,
El Tercero Ordinario del ciclo B-
Y nos aclara hoy,
                        que cuando se está casado
por atender al cónyuge se descuida al Señor;
entonces se nos previene
                                         y se nos concita al celibato
de la vida consagrada
                                   para ocuparnos enteramente de las cosas del Señor
y que nuestro desvelo único sea “cómo dar satisfacción al Señor”            .
¡Esa es la mejor propuesta: Servir al Señor sin distracciones!
Tener el corazón indiviso: y –así- poderlo amar enteramente,
No tener que repartirnos entre dos “amos”.



¡Ahora el Evangelio!
Jesús empezó a enseñar, veamos qué enseñaba:
Un hombre es portador de un espíritu maligno,
Jesús le ordenó “Cállate y sal de Él”
Constatamos que esta es la enseñanza
                                                                El Evangelio lo dice:
Es una Nueva Manera de enseñar con autoridad,
no es una teoría que se propone,
Jesús no nos entrega una doctrina,
Es una práctica: expulsa lo maligno
                                                           con “una orden”
y la enseñanza estriba en dejarnos palpar
que se posee la autoridad,
que lo que se manda será acatado,
que lo perverso será expulsado,
que el Mal se verá reducido a la impotencia
                                                                       no tendrá más remedio que salir.
Valga la pena reiterar que esa es la enseñanza.

En el Evangelio de Marcos, el Evangelio de este Año
(que comparte con el de San Juan, por lo corto de Marcos)
Jesús prácticamente no hablará,
                                                    Su Voz será su obrar.
Nos enseñará con sus acciones

Y en su manera de proceder estará contenido su Mensaje.

sábado, 20 de enero de 2018

HA LLEGADO EL MOMENTO


Jon 3,1-5.10; Sal 24, 4-5ab. 6-7bc. 8-9; 1Cor 7, 29-31; Mc 1, 14-20

«Creed en esta Buena Noticia». Tomadla en serio. Despertad de la indiferencia. Movilizad vuestras energías. Creed que es posible humanizar el mundo. Creed en la fuerza liberadora del Evangelio. Creed que es posible la transformación. Introducid en el mundo la confianza.
José Antonio Pagola


En español tenemos la palabra “esquema”
Hija directa de una palabra griega (que suena más o menos igual);
esa palabra  la traducimos por “forma”,
también decimos “figura”, “aspecto exterior”
o “apariencia”.

Se presenta esta palabra en la Primera Carta a los Corintios,
(en la Segunda Lectura),
y la encontramos entendida como “representación”
                                                                                  de este mundo
-refiriéndose a su “ser como lo vemos”-
porque esa apariencia –dice San Pablo- ya termina.
Sobrevendrá una metamorfosis:
La forma provisional dará paso a la definitiva.



Urge,
            porque el tiempo que le resta a lo efímero,
se acorta  a marcha veloz.
Se requiere, pues, cambiar el modo de vivir,
vivir lo contrario de como venimos viviendo
obrar de una manera sorprendente
tal que seamos al revés de lo que somos por ahora.
En otras palabras, “convertirnos”.
                                                    
A Jonás –en la Primera Lectura- se le apremia
cumplir la tarea de ser profeta –valga decir- predicar el mensaje que Dios le da,
prestar sus labios y sus fuerzas al anuncio.
Jesús, en cambio, asume de suyo la labor
                                                                       y se da a proclamar.
¡A Él no hay que pedirle ni mandarle, es su Razón de Vida!
Revelar el Evangelio de Dios.



Que delicia que allí en San Marcos se nos presenta
lo que Jesús entrega como “Buena Noticia”:
Ante todo, que “se ha cumplido el plazo”, no es para mañana
¡es ya!
(directamente emparentado con lo que hemos visto en Primera de Corintios)
que “está cerca el Reinado de Dios”,
luego –en tercer lugar- nos llama a convertirnos,
y para cerrar esa Buena Nueva,
-el cuarto elemento-
        creer esa Noticia.



Lo que deslumbra, de salida, es la señal de partida:
No lo podemos postergar,
                                          hay que asumirlo,
darnos cuenta que “la hora es llegada”.
El tiempo oportuno está aquí: llegó el kairos
¡El fruto está maduro!
                                   ¡Es la hora del Reino!
Es la hora de la Plenitud
Y que la oportunidad está dada
                                               Esa es la Buena Nueva.
La hora feliz, la ocasión de la chisga, la oportunidad muy favorable.
¿La dejaremos pasar?



Para beneficiarnos de ella
necesitamos tener en la mirada la Luz de Cristo.
Vamos –juntando nuestro clamor al del Salmista-
para implorarle a Dios tres cosas:
Señor enséñame tus caminos,
instrúyenos en tus sendas,
haznos caminar con lealtad.

Esa lealtad cosiste en proclamar,
en anunciar la Noticia magnífica,
¡Tu Noticia Señor!
Que sin desfallecer,
        -por ninguna razón-
desistamos de promulgar que
                                                la Noticia es que Tú eres la verdadera felicidad,
el Feliz Término
la Paz Completa.
¡La verdadera!




                       


sábado, 13 de enero de 2018

ELI, EL BAUTISTA Y NOSOTROS


1 Sam 3, 3-10; Sal 40(39) 2-10; 1Cor 6, 13 – 15. 17 – 20; Jn 1, 35 – 42

Dios me ha creado para que le preste cierto servicio definido. Me ha encargado algún trabajo que no le ha encargado a nadie más… De alguna manera, soy indispensable a sus Propósitos He sido creado para hacer o para ser algo para lo que nunca nadie ha sido creado.
 Card. John Henry Newman




Podremos entrever la importancia
que tuvo Elí en la vida espiritual de Samuel
que de no ser por aquél, incapaz habría quedado
de distinguir de Quien la Llamada provenía.


Cuando no se conoce al Señor
no distinguimos su Voz, no tampoco podemos
levantar la mirada de la tierra
pues no sabemos volver los ojos a lo Alto
incapaces de entender que hay Alguien arriba que nos ama.

Pues el llamado proviene del Amor.
Pero al amor, en muchas ocasiones, no lo distinguimos.


Elí era Sacerdote y Juez.
Como sacerdote unifica lo de abajo con lo Alto.
Como Juez, imparte la justicia,
da a cada uno lo que le corresponde:
lo que estaba destinado a Samuel –heredar la tarea de Elí-
por eso le da el “discernimiento”
para volver el corazón al Cielo
y hacerse disponible al Llamamiento.

Así lo mismo el Bautista,
Como era Precursor, era Sacerdote y Juez.
Juan y Andrés ni se habrían percatado
si el dedo de San Juan el Bautista no hubiera apuntado en esa dirección
señalando al Cordero.


Se nos proponen este par de ejemplos
para que comprendamos
este “importante” servicio que a todo bautizado se ha encargado:
Ayudar a muchos que están disponibles a servir, y van a lo terreno
pues no distinguen –ya se ha dicho-
que no toda interpelación nos viene de nuestro propio plano,
que hay otros planos y otros niveles donde llevar los ojos
y aguzar los sentidos.
Además, que hay voces, que vienen de la tierra
pero nos hablan de desprendernos d’ella
de desplegar nuestras angelicales alas
-que tenemos, a pesar de no darnos cuenta-
y como Águilas de Patmos,
saber dónde vive, e ir y ver,
y luego pregonar.

Regálanos, Oh Dios, la feliz ocasión
de ser también nosotros precursores
y enseñarles a muchos a decir:
“Habla Señor, que tu siervo escucha”


Tornen de esta manera jubilosos
exclamando “Eurekamen”, es decir,
“lo hemos encontrado”.






domingo, 7 de enero de 2018

CRISTOFOROS


Is 42, 1-4.6-7; Sal 29(28), 1a. 2.3ac-4. 3b. 9b-10; Mc 1, 7-11

El bautismo debiera hacer de cada uno levadura en medio de este mundo.
Ricardo B. Mazza Pbro.

Acabamos de ver que Dios se manifestó a nosotros; además, que hubo diversas manifestaciones: una dirigida a pastores, otra especialmente enfocada hacia los gentiles, otra muy particularmente dirigida hacia los que serían sus seguidores y encargados de dar continuidad a su accionar, y es que la historia de la Salvación alcanza su cúspide en la Encarnación, Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, pero no concluye allí, sino que –esa cima- desencadena un proceso –no lineal- de constitución de un Pueblo, el Pueblo que Él se escogió para Sí, cuya tarea es alcanzar la soberanía del Reinado de Dios. Mucho de esa trayectoria pudo desenfocarse por la idea ingenua de poder “imponer” ese Reinado, sin entender que el avance no se da por imposición sino por fascinación, por enamoramiento. Y eso es bastante lógico, si su reinado es de Amor, es coherente pensar que debe extenderse por en-Amor-amiento.


Nos bautizaron y bautizamos a nuestros hijos y ya, por eso nos declaramos católicos, y expresamos algo que no corresponde, cuando el ser del católico no es reductivo a la sacramentalidad sino que nos llama a vivir de una manera particular, no mundana, nos llama a vivir Jesusmente; el Sacramento es el “elan” que dinamiza, pero nosotros hemos de estar abiertos y permitir que ese “empuje” obre. Vivir Jesusmente significaría hacer lo que hacía Jesús, hacerlo con la misma intencionalidad, procurar vivir a su manera, pero sobre todo, hacer las cosas con el mismo Espíritu. Pero se requiere nuestra cooperación, que es la apertura al dinamismo.

Recordamos que en el Gn 1, el Espíritu de Dios revoloteaba sobre las aguas, lo que inspiró la idea de que el Espíritu tuviese forma de ave. Luego, otra vez en Gn, en el capítulo 8, del 8-12, Noé envía la Paloma que al regresar le confirma que el mundo está listo para aceptar la Nueva Vida, como una Nueva Creación. Más adelante en Dt 32, 11 donde Dios tiene forma de Águila o, en otros textos del A. T. donde cabalga sobre estas figuras aladas que son los Querubines; todo ello permitirá que en la tradición talmúdica se le asignen alas, a la Shkina (Presencia de Dios). Se debe tener en cuenta que nunca se dice que el Espíritu sea la Paloma sino que se manifiesta como tal; en el caso que nos ocupa dice que «τὸ πνεῦμα ὡς περιστερὰν» donde el adverbio «ὡς» establece la comparación: “el Espíritu como Paloma”. Vemos -además- en el Nuevo Testamento que el Espíritu se manifiesta como temblor de tierra, viento, soplo, lenguas de fuego, agua viva, Abogado Defensor (Paráclito), etc. Estos son los signos co-textuales de la Teofanías.


Es así como, al hablar del bautismo de Jesús se está poniendo sobre la mesa el asunto de nuestro propio bautismo. Con frecuencia nos llega a la mente que el bautismo de Jesús es algo un tanto absurdo ya que este Sacramento tiene por finalidad “borrar los pecados”, muy particularmente el “pecado original”, pero si Jesús no tenía pecado, entonces, ¿para que se bautizó? Y la respuesta que tenemos a mano es afirmar que lo hizo para mostrar que se había hecho verdaderamente “uno de nosotros”; cuando –quizás- la respuesta es que lo hizo para mostrarnos “lo que debíamos hacer” nosotros. Seguramente eso es lo que significa que Él sea el Camino la Verdad y la Vida (Cfr. Jn 14, 6) que Dios lo ha propuesto como La Ruta salvífica a seguir, que nos conduce a la Vida Verdadera. «El Bautismo es, por  decirlo así, el puente que Jesús ha construido entre él y nosotros, el camino por el  que se hace accesible a nosotros; es el arco iris divino sobre nuestra vida, la  promesa del gran sí de Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo tiempo, la señal  que nos indica el camino por recorrer de modo activo y gozoso para encontrarlo y  sentirnos amados por él.»[1]


Con el “Bautismo de Jesús” queda cerrado el ciclo de Navidad y abrimos la puerta al ciclo litúrgico ordinario. Esta celebración “abisagra”, por así decirlo, estos tiempos litúrgicos: dejamos atrás a Jesús Niño y nos enfrentamos a Jesús adulto, que con treinta años, ya puede –según la usanza judía- actuar en la vida pública. Si en la fiesta de los Reyes Magos celebramos la Epifanía, hoy, en la celebración del Bautismo de Jesús damos paso a una Teofanía: Dios se presenta para revelarnos a su “Hijo querido, mi predilecto” Mc 1,11. El bautizado deja de ser nacido de la carne para volverse un “nacido del espíritu” (Jn 3, 6); ha recibido una Nueva Vida, la vida misma de Dios y se ha capacitado, de esta forma, para vivir la vida eterna y hacerse, en cuanto tal, artesano de la paz y constructor del Reino.

El bautismo que concedía Juan el bautista era sólo bautismo de “Agua” que, como lo leemos en los antecedentes de la perícopa de Marcos que hoy nos ocupa, era un bautismo penitencial Mc 1, 4, durante el cual, los bauzados confesaban sus pecados (Mc 1, 5) sin alcanzar su perdón.  En cambio, el bautismo de Jesús, contiene un carisma absolutorio. Téngase en cuenta que una vez atravesado el umbral, con el sacramento del bautismo (Ahí tenemos la idea de puerta asociada a este sacramento), el cristiano no cesa de recibir el Espíritu Santo, en la misma medida en que ore pidiéndolo, y así se “cargará”, por así decirlo, con la fuerza profética necesaria para testimoniar, para lo cual basta la disponibilidad para la recepción. Esta disponibilidad se llama apertura. La efusión del Espíritu se expresa en los frutos espirituales que el creyente disponible produce.

«Nosotros hemos nacido dos veces: la primera a la vida natural, la segunda, gracias al encuentro con Cristo, en la fuente bautismal. Ahí hemos muerto a la muerte, para vivir como hijos de Dios en este mundo. Ahí nos hemos convertido en humanos como jamás lo habríamos imaginado. Es por esto que todos debemos difundir el perfume del Crisma, con el cual hemos sido marcados en el día de nuestro Bautismo. En nosotros vive y opera el Espíritu de Jesús, primogénito de muchos hermanos, de todos aquellos que se oponen a la inevitabilidad de las tinieblas y de la muerte.


¡Qué gracia cuando un cristiano se hace verdaderamente un “cristóforo”, ¿qué quiere decir cristóforo? Quiere decir, “portador de Jesús” al mundo! Sobre todo para aquellos que están atravesando situaciones de luto, de desesperación, de oscuridad y de odio. Y esto se comprende de tantos pequeños detalles: de la luz que un cristiano custodia en los ojos, de la serenidad que no es quebrada ni siquiera en los días más complicados, del deseo de recomenzar a querer bien y caminar incluso cuando se han experimentado muchas desilusiones. En el futuro, cuando se escribirá la historia de nuestros días, ¿Qué se dirá de nosotros? ¿Qué hemos sido capaces de la esperanza, o quizás qué hemos puesto nuestra luz debajo del celemín? Si seremos fieles a nuestro Bautismo, difundiremos la luz de la esperanza, el Bautismo es el inicio de la esperanza, esa esperanza de Dios y podremos transmitir a la generaciones futuras razones de vida.»[2]



[1] HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR. 11 de enero de 2009
[2] Papa Francisco CATEQUESIS: “EL BAUTISMO NOS HACE SER PORTADORES DE JESÚS AL MUNDO”, Audiencia General, miércoles 2 de agosto de 2017. 

sábado, 6 de enero de 2018

REINADO AMABLE, NO IMPUESTO

Is 60, 1-6; Sal 72(71), 1-2.7-8.10b-13; Ef 3, 2-6; Mt 2, 1-12



La Revelación es esta: que ustedes,  los gentiles, aceptando el Evangelio, participan en Cristo Jesús de la misma herencia, del mismo cuerpo y de las mismas promesas que el pueblo de Israel.
Ef 3, 6

“Ya llega la Luz” dice Isaías
Acerca de la Estrella de Belén nos encontramos con el siguiente comentario: «…lo que Mateo pretende decirnos es que Jesús, una vez nacido en Belén como un niño judío y para salvar a los judíos, quiso brindar también al paganismo, ya desde la cuna, la posibilidad de un encuentro, para lo cual envía la luz de la fe (estrella), cuya misión es guiar a los gentiles (magos) hasta el lugar donde se encuentra el Salvador (Jesús).»[1] Así nos vemos obsequiados por una serie de manifestaciones de la bondad de Dios para con la humanidad. Es su entrega progresiva, en el Nacimiento que celebramos el 25 de Diciembre ya estamos ante una Manifestación, la de Dios que se hace hombre, pero allí, los destinatarios de la experiencia que se nos muestran son los pastores. En cambio, en esta oportunidad se dirige a los paganos, los no judíos, son ellos los que reciben la “manifestación” en la “Epifanía”, y –en este caso- los Reyes Magos personifican las culturas y los pueblos no judíos, para quienes Dios–Encarnado ha venido también. Estos círculos concéntricos se hacen cada vez más amplios expresando la catolicidad de la revelación de Dios a los hombres, así vendrá luego la revelación a Juan Bautista durante el bautismo de Jesús, que nosotros -este año- celebraremos mañana lunes 8 de Enero. Con esta Fiesta concluye el Tiempo de Navidad y, a partir del martes se iniciará le Primera Semana del Tiempo Ordinario (B). Más adelante, en Caná, el “Signo” del agua hecha vino, como “manifestación” para los que habrían de ser sus testigos-discípulos, y también esta es una Epifanía. Esta cuarta “Epifanía” comienza a desarrollarse en la “mostración” que hace Juan el bautista a dos de sus discípulos, señalándoselo como el “Cordero de Dios”, que será el tema del evangelio del siguiente Domingo, el Segundo del Tiempo Ordinario, que este año, cae el 14 de Enero.

Dos maneras bien diversas de afrontar la venida del Mesías.
La primera, la extremadamente negativa, es la de Herodes. Él se siente amenazado, sabe que el Mesías es el Rey legítimo y, que a su lado, él no es más que un usurpador, un lacayo al servicio del Imperio (en ese caso del romano). Es casi risible pensar hasta donde lo llega a inquietar, a conmocionar, a perturbar la noticia del nacimiento del Rey de los judíos, se trata de un niño de tierna edad, pero Herodes es devorado por escalofríos, y ese malestar, esa preocupación por la llegada del Anunciado se apodera del sequito herodiano, sus sumos sacerdotes asesores y de los maestros de la ley, dice San Mateo que se inquietó también “Jerusalén”, muy seguramente no al pueblo raso –que lo aguardaba con esperanza- sino la casta de los gobernantes, el Sanedrín y toda su ralea.


Sin interponer ninguna reflexión, la decisión es automática, trata de ubicarlo para matarlo. Ya desde este momento Jesús se ve perseguido y es blanco de un complot de muerte. Procura –como lo vemos en el relato evangélico-  usar a los magos para su espionaje y engañarlos para obtener la información que urgían sus determinaciones asesinos.

Cuantos de nosotros nos sentimos igualmente amenazados por Jesús. Porque Él nos pone en evidencia, nos emplaza en nuestras conductas, en nuestra rectitud, en nuestra justicia. Jesús nos pone cara a cara con nuestra conciencia y eso nos incomoda. Él enseñaba con autoridad y nosotros nos oponemos a su autoridad cuando ella va a contracorriente respecto de nuestro querer-hacer según nuestro parecer, a nuestras anchas, pasando por encima de la Ley de Dios. Dios se ha humanado para manifestar la Voluntad de Dios (Epifanía), en la Epifanía Jesús se nos da a conocer como Dios encarnado para todos los pueblos, y por tanto, Dios nuestro, que no excluye a nadie, que no hace acepción de persona.


Y el que se siente amenazado prefiere matar para estar “tranquilo” y no tener que preocuparse que venga el “Verdadero Rey” a reclamar el trono. Cuando el filósofo proclama la muerte de Dios no acierta a reconocer que en su aserto sólo anida un afán criminal. Estas “vías rápidas” son las propias de la raza de Caín.


En las antípodas encontramos a los “Reyes Magos”, ellos han visto la estrella, la señal de su Llegada y se aferran a seguirla. ¡Qué ejemplo! Ellos son por antonomasia, los “buscadores”. No les importa para nada la distancia que haya que recorrer o las incomodidades que deban pasar. Ellos encarnan el “discipulado” porque ser discípulo es seguir con esa fidelidad y tesón que ellos no dudaron en poner. Siguen el rastro de la estrella con empeño y sin desfallecer, van preguntando por el camino, se informan, buscan, vienen decididos a “adorarlo” y le traen presentes. Y su empeño no se ve defraudado por Dios que los asiste nuevamente con la “estrella” para que los siga guiando. Así son conducidos hasta la mismísima casa de Jesús, porque “el que busca encuentra” como nos dice Mt 7, 8b.

La epifanía es para levantar nuestra consciencia
Esta epifanía tuvo como objetivo hacernos saber que Dios no era monopolio del pueblo judío, ni propiedad exclusiva de alguna raza o grupo humano. Pero contiene una profunda enseñanza práctica para nosotros: una vez hallemos la pista, tenemos que ponernos a seguirla y consagrarnos a ello sin desistir, ¡fuera todo desfallecimiento! Hay que pasar por sobre todo obstáculo que se nos pueda presentar. Dios se “manifiesta” no simplemente para mostrarse estando con nosotros,  sino que su intención salvífica es que participemos en la consagración de un pueblo que Él se escogió para sí, pueblo universal, sin exclusiones, en el que se desarrollará su Soberanía, construyendo su Reino: «No hay sombra, por más densa que sea, que pueda oscurecer  la luz de Cristo. Por eso, los que creen en Cristo mantienen siempre la esperanza,  también hoy, ante la gran crisis social y económica que aflige a la humanidad; ante  el odio y la violencia destructora que no dejan de ensangrentar a muchas regiones de la tierra; ante el egoísmo y la pretensión del hombre de erigirse como dios de sí  mismo, que a veces lleva a peligrosas alteraciones del plan divino sobre la vida y la  dignidad del ser humano, sobre la familia y la armonía de la creación.  Como advertí ya en la encíclica Spe salvi, nuestro esfuerzo por liberar la vida  humana y el mundo de los envenenamientos y de las contaminaciones que podrían  destruir el presente y el futuro, conserva su valor y su sentido aunque  aparentemente no tengamos éxito o parezcamos impotentes ante el empuje de  fuerzas hostiles, porque "lo que nos da ánimos y orienta nuestra actividad, tanto en  los momentos buenos como en los malos, es la gran esperanza fundada en las  promesas de Dios"»[2]. «…que la realidad desnuda de la pobreza actual se levante en la conciencia de todo hombre y de toda organización para que los corazones de los hombres y los poderes de las naciones reconozcan su responsabilidad moral y se entreguen a una acción eficaz para llevar el pan a todas las bocas, refugio a todas las familias y dignidad y respeto a toda persona en el mundo de hoy.»[3]



[1] Álvarez Valdés, Ariel. ¿QUÉ SABEMOS DE LA BIBLIA? (I) Ed. Centro Carismático “Minuto de Dios” Bogotá- Colombia. p. 47
[2] HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI Basílica de San Pedro 6 de enero de 2009
[3] Vallés, Carlos G. sj. BUSCO TU ROSTRO ORAR LOS SALMOS Ed. Sal térrea Santander 1989. p. 135