domingo, 27 de octubre de 2024

SIMÓN Y JUDAS TADEO, APÓSTOLES

 


Ef 2, 19-22

Hay un proyecto, con planos, y todo tipo de análisis y detalles para iniciar una construcción. No faltará quienes contraten las camionadas de piedra, y pidan a las volquetas que descarguen las rocas y -tengan en mente- dejarlas como caigan. Pueden esperar que este reguero de piedras y materiales de construcción, configuren una edificación. Nosotros como pueblo de Dios, respondemos a una construcción que tiene en su basamento a los profetas y los apóstoles, y, la Piedra Angular, es Cristo Jesús.

 

La perícopa de hoy tiene por objeto llamarnos la atención sobre esta disposición, no es un desorden espontaneo, ni un reguero de piedras abandonadas a “puntos suspensivos” a ver si el viento, la lluvia o alguna otra fuerza llega a esculpir -de pura casualidad- una hermosa Catedral.

 

Los versos 19-22 sacan conclusiones:

      i.        Los paganos ya no son tenidos por extranjeros

     ii.        Comparten con el “pueblo santo” igualdad de derechos, se retoma el tema de la “ecualización”.

    iii.        Se ha formado un “edificio” fundamentado en los profetas y los apóstoles, que son encabezados por la ἀκρογωνιαίου [acrogoniaiou] “Piedra Angular”, la “piedra esquinera”, Jesucristo.

   iv.        El pueblo de Dios no es una obra hecha y finalizada de una vez por todas, sino un Proyecto siempre en avance, esto lo expresa pablo diciendo que está αὔξει [auxei] “en crecimiento” hasta que llegue a ser un “Templo Santo en el Señor”.

 

Así, en este bloque de conclusiones, San Pablo consigna el planteamiento del Templo como un Templo Vivo, construido con Piedras Vivas, y que tiene por “arquitecto” al Espíritu Santo

 


Al contrario, cada vez que, en algún lugar del mundo se eleva un Templo, podemos descubrir -en el trasfondo- el Proyecto de Dios, su Voluntad que nos armoniza, nos convoca, nos explica las Escritura y parte para nosotros el Pan. Cada predicación, cada Encíclica, cada documento de las Conferencias Episcopales, cada Padre Nuestro de todo fiel, todo tiene como aval, la Impronta del Espíritu Santo, que es el Arquitecto de la colosal obra mundial.

 

No es que la piedra -en bruto- se haga caber a la fuerza en los sitiales vacíos; hay una labor de paciente labrado y ajuste para que cada uno sea una agradable y conmovedora nota de la Sinfonía. En el capítulo 4 de esta misma Carta, nos hallamos ante una muestra de este Proyecto y de su articulación en el tiempo y en sus respectivas funciones:

 

«¿Dónde están sus dones? Unos son apóstoles, otros profetas, otros evangelistas, otros pastores y maestros. Así prepara a los suyos para las obras del ministerio en vista a la construcción del Cuerpo de Cristo; hasta que todos alcancemos la unidad en la fe y el conocimiento del Hijo de Dios y lleguemos a ser el Hombre perfecto, con esa madurez que no es menos que la plenitud de Cristo.

 

Entonces no seremos ya niños a los que mueve cualquier oleaje o viento de doctrina o cualquier invento de personas astutas, expertas en el arte de engañar. Estaremos en la verdad y el amor, e iremos creciendo cada vez más para alcanzar a Aquel que es la cabeza, Cristo. El hace que el cuerpo crezca, con una red de articulaciones que le dan armonía y firmeza, tomando en cuenta y valorizando las capacidades de cada uno. Y así el cuerpo se va construyendo en el amor. (Ef 4, 11-16)

 

El lote donde se eleva esta Catedral maravillosa, es el amor; no en otra tierra sino en la tienda fecunda del amor Fraternal y la Sinodalidad, van trabajando los Apóstoles, para que se levanten las voces y anuncien la Salvación que nos trae el Señor.

 

Sal 19(18), 2-3. 4-5 

Este salmo tiene dos partes: Una primera parte -de donde tomamos los versos para la perícopa de hoy- se maravilla con la hermosura y la admirable naturaleza; la segunda parte, es mucho más reciente, y en ella, este segundo hagiógrafo, experimenta el mismo asombro ante la perfección de la legislación con la que dios instituye a su pueblo.

Este salmo es un himno. Hace mucho que el hombre empezó con la ideología anárquica, comenzó su sueño con la hipótesis que, quizás, una sociedad sin leyes fuera más llevadera y de ella brotara espontáneamente una armonía. Este espontaneísmo es uno de los caldos experimentales del Maligno, con que logra seducir con la teoría de que todo -no ha sido creado- sino que ha surgido por feliz coincidencia. Como poner un tarro en el patio y confiar que, -después de la lluvia-, quede en él, un sabroso ajiaco. ¡Todo por una afortunada coincidencia! Porque la tendencia cósmica natural tiende a producir ajiacos.

 

Entonces, es lícito esperar, por ahí en tres o cuatro años, que el ordenamiento concomitante conducirá a un afinamiento de las “leyes”, y estas se irán acomodando, hasta que todo concierte. ¡Sólo les rogamos una módica dosis de paciencia!

 

Eso sí, dicen ellos, cuentan con nuestro aporte para que, cada vez que surja una ley, nos manifestemos en contra, la desobedezcamos sistemáticamente y de ser posible la quememos, antes de que se dé a público conocimiento. (Todo parece indicar que la teoría de marras, no contiene la tendencia espontanea a la autodestrucción de las leyes. Por el contrario, parece que el cosmos se empecina en ir en contravía, y preservarlas).

 

Pensamos que, esa tendencia a despreciar y desprestigiar la ley dimana de dos fuerzas presentes en la pecaminosidad humana -esa cadena de pecados que viene sucediéndose, cual reacción en cadena, y ellos son: el orgullo y la arrogancia.

 

¿Cuál es la posición de nosotros los creyentes? Nosotros estamos por el reinado de Dios, no creemos y no podemos convenir con esos “azarosos gajes”, creemos que Una Inteligencia Superior rige el curso de esos eventos, y es Ella, quien los coordina. Somos los que descubrimos esa Voluntad canalizadora, que va modelando y trazando el glorioso Curso.

 

Tampoco las voces de los fieles que alaban es casual; la glorificación va avanzando por un derrotero que forma un retículo de voces -en un proceso no-lineal, sino con avances y retrocesos- pero, que va cobijando hasta cubrir todas las distancias, hasta abrigando todas las superficies, y así, toda la tierra.

 

Lc 6, 12-19



El primer paso, antes de tomar cualquier decisión: Presentarle todo el Padre y ponerlo todo en sus Preciosísimas Manos. Escuchar su Voluntad, recibir de Él las directrices.

 

La montaña tiene, en sí, un tinte Místico, parece hablarnos de Dios, sí, parece hablarnos de Dios, muestra en su naturaleza, un ambiente pleno y propicio a la oración. Uno podría hablar de un Altar natural. Jesús -con su divina Lógica- va a la Montaña a orar. No es una oración afanada, presurosa, por cumplir. Es una estadía prolongada, una charla que no la apresura nada, que no la interrumpe nada: Su propia duración habla de “agradable”, de “enamorada ternura”, de “remanso de amistad”. Son de esos diálogos filiales que uno querría prolongar indefinidamente, hasta la misma eternidad. A San Lucas le gusta mostrarnos esta circunstancia del “tiempo orante de Jesús”, sus rasgos son el referente para entender qué significa eternidad. Estar orando es un tiempo de Gracia, un kairós, es un paso a otra dimensión. Entendemos aquella propuesta de San Pedro que muchas veces nos suena disparatada: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» ¡Tal vez el Señor habría aceptado, de no estar la humanidad -abajo- esperando la Redención!

 

Esto es definitivo, iniciar una tradición que garantizara la continuidad de una obra, perdurable por todo el tiempo, cuanto fuese necesario. Una tarea a escala mundial, que no iba a requerir de un personal tan excesivamente entrenado y capacitado, porque su Solidez y Potencia no dimana de sus miembros, sino de su Fundamento. Inclusive, se nos muestra que había entre ellos “levadura de la mala”, porque aquel organismo -ahora lo estamos empezando a entender, aun cuando el Señor ya nos había prevenido- no estaba pensado para integrarse con los sanos, sino para restañar a los más enfermos, a los más accidentados, a los más “defectuosos”. Era un organismo -no una organización- constituida por ex-esclavos y esclavos, para la liberación de todos, porque -a todos en algún momento los habían mordido los grilletes, o todavía los arrastraban- eso significaba la “levadura de Judas Iscariote* mezclada en la masa.

 

Esa proto-estructura- con todos sus peros- tenían a su cargo “ir”, “salir”, dar paso a esa dinámica que Papa Francisco nos pone de presente con ahínco: ¡Una Iglesia en salida! Por una necesidad en el proceso de su “construcción” se recalcó en la Iglesia su rasgo geográfico y arquitectónico, y fuimos diluyendo en nuestro ser eclesial el “Envío”.  Ahora reflexionemos, cuando pensamos en el Envió, pensamos en los plegables, las vistosas chaquetas distintivas, el camión publicitario, las “muestras gratis”, los stickers y el Jingle promocional.  ¡Por ahí no es! Tenemos que cambiarnos el “chip”. No es que no podemos valernos de estos recursos y otros, muchos, todos los posibles, los más llamativos, incluso de las tecnologías más nuevas, inclúyanse las novísimas. Pero esas son solamente mediaciones formales -que saludamos con optimismo- pero, cualquier publicista nos dirá que debe existir una coherencia interna entre la forma y el contenido de lo que se pretende llevar. ¡Aquí está el quid del asunto!

 


La solución más ramplona consiste en “seguir haciendo lo mismo”, porque esta es la solución que no requiere ningún esfuerzo, la que me permite no desacomodarme de mis propias tradiciones. Todo enviado, todo discípulo misionero, tiene que enfrentarse muy seriamente al reto: ¿Cómo lo vamos a hacer en este segundo cuarto del Tercer Milenio que ya llega? ¿Vamos a seguir machaconamente repitiendo lo que se hizo en sus albores, que era lo mismo que se venía haciendo en el Segundo Milenio? (Lo decimos quitándonos el sobrero frente a tantos que se han desvelado y han procurado asumir la labor con aires de frescura y con renovada creatividad, pero a los que lamentablemente hemos hecho poco caso).

 

Notemos que pasa en la perícopa: designó apóstoles y ¿se fue de retiro? ¡Nada de eso! Continua su obra, y así sigue hoy: Predicando, sanando, liberando de “espíritus inmundos”, acompañándonos, impulsándonos con su Sinodalidad que nos va enseñando todos los días el tesón para caminar juntos sin desmayar.

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