Ef
2, 1-10
Según
nuestro mapa, la Carta a los Efesios se divide en dos grandes partes los tres
primeros capítulos (1,3 – 3,21) donde se muestra la Obra Salvadora de Dios; y,
el llamado a vivir una vida discipular de seguimiento a Jesucristo. Continuando
dentro de esta Primera parte, entramos, ahora, en el capítulo 2, que nos habla
de cómo Dios nos libró de la muerte por medio de Cristo, su Hijo.
Podríamos
descomponer este capítulo 2, en tres secciones, caracterizadas por un sujeto
distinto:
a) “Vosotros”, es
decir, los gentiles (2,1 – 2,5b. 8)
b) “Nosotros”, con
este nosotros se está refiriendo a los judíos (2, 3)
c) Otro “nosotros”
distinto, donde ya se ha dado una fusión y aparece una nueva humanidad que ya
no discrimina entre judíos y gentiles (2, 4-5a. 6-7. 9-10)
Atravesando
ese eje de los “sujetos”, está el otro eje, el eje temporal: a) marcado por
verbos en pasado y por expresiones como “en otro tiempo; b) el presente y c) a
los siglos venideros. Esta diacronía -pero a la vez “envolvencia” que cobija
todo el arco de los “tiempos”- se debe tomar muy en cuenta en la exegesis de la
perícopa.
Al
retratar el estado en el que se hallaban sumidos los describe dominados,
gobernados y conducidos por “el príncipe del imperio del aire”, según la
concepción prevalente en aquel momento, todo lo maligno moraba en el aire (y en
el mar), así que su príncipe era Satanás, el Diablo, el Maligno; lo que
cumplían era la “voluntad de la carne y de los sentidos, los deseos físicos.
Ese, como lo dice el texto, era el “modo de pensar del mundo”, eso era lo
normal en aquel ambiente “pagano”.
Jesucristo
marca la línea divisoria, y pone fin a un “pasado”, para abrir una luminosa
ventana que da al Dios Vivo y Verdadero. Este obrar no fue sólo en beneficio de
los gentiles, también favoreció a los judíos. La ley que habían recibido se
había usado para anquilosar las alas de la libertad-amor, de modo que, en vez
de volar, estaban atrapados por los barrotes en que ellos habían grabado las
leyes.
Una
visión poco saludable puede llevar a hacernos pensar que Dios llamaba a todos
al “rincón de los castigos”. Pero esa es solo una manera de apreciar las cosas
que pone a Dios como “demasiado semejante” a nosotros, (ve a Dios con
limitaciones humanas y lo pinta enojado y con rejo en mano); Dios es el
paradigma, y nosotros somos los que estamos en proceso de “llegar a ser”
semejantes a Él, a eso no se llega por castigos, sino por re-educación. No vayamos
a meter “gato por liebre” al decir que el castigo es la esencia de la
re-educación; la re-educación tiene sus canales que no son punitivo-rencorosos.
Para
prevenir esa imagen del Dios castigador, Efesios pone aquí un perfil de Dios, con
los rasgos que la Carta juzga pertinentes, para tener una correcta visión del
enfoque re-educativo del señor
a) Rico en
misericordia
b) Nos amó con gran
amor
c) Nos dio vida
d) Nos da la Gracia
Salvífica
e) Nos resucitará para
sentarnos en los tronos que nos tiene previstos
f) Nos “reveló” la
“sobreabundante riqueza de su Gracia
g) Con todo eso en
Mente, nos creó para que nos pudiéramos configurar al “Paradigma”, que es Jesucristo
Como
“válvula de paso” está la Muerte, Resurrección y Glorificación de Jesús-Cristo.
Él pasó y dejó “perforado” el paso para que nosotros también pudiéramos acceder
a nuestra vida y glorificación.
¿Con
qué rotor podremos avanzar? Están los ἔργοις ἀγαθοῖς [ergois agathois] “obras actuadas con nobles intenciones”, esta nobleza de
intenciones depende de que Dios las ha injertado en nuestro ser, no son
resultado de nuestro esfuerzo, sino fruto de las semillas que Dios ha plantado
en nuestro corazón. En nuestro ser, van fruteciendo por los cuidados del “Hortelano
de la Vida Espiritual”, que es el Espíritu Santo. Esa es la atribución que el Espíritu
Santo tiene, velar por nuestro huerto espiritual y prevenir que el corrompido
venga -nos tome adormilados o distraídos y se ponga a sembrar cizaña.
No se trata de una
adquisición por mérito, se trata de apertura a la operatividad de la Gracia. Alcanzada
por medio de la “apertura”, que es estar bien dispuestos, abiertos a la Gracia
que nos auxilia y nos guía. Darle al Señor un “sí” análogo al que dio María
para abandonarse a la Encarnación: γένοιτό μοι κατὰ τὸ ῥῆμά σου. “Hágase en mi como lo has
dicho”, o más estrictamente, “según tu Palabra”.
Sal
100(99), 1b-2. 3.4.5
Hazme caer en la cuenta
de que te pertenezco a Ti precisamente porque soy miembro de tu pueblo en la
tierra.
Carlos González Vallés
s.j.
Salmo
de la Alianza. Una parte fundante de la Alianza es el desarrollo del “sentido
de pertenencia”. Somos verdaderos miembros del Cuerpo Místico, todo el Plan salvífico
nos lleva a ese “pertenecerle”. Aquí el salmista nos da voz para expresar este
sentimiento que debe anegarnos a todos: “somos suyos, su pueblo y ovejas de su
rebaño”. Hay un desposorio místico que nos entrega esa consciencia de
pertenecerle, de ansiar fundirnos con Él, de querer sintonizar nuestra
existencia con la Suya, disolviendo nuestros egoísmos en su “Santísima Voluntad”.
Hay
-de otra parte- una manera indolente, desganada, apática de servirle al Señor,
renegando, lamentándose, rechazando su Plan con “buenos e inteligentes”
pretextos. En vez de demostrarle nuestra dicha, nuestro empeño, nuestro tesón,
nuestras ganas de ir a su manera, en el mismo sentido de Su corriente. Lo
rotundo está en sólo dos vetas, “o estás conmigo o estás contra mí”, “o recoges
o desparramas”.
No
somos títeres de Dios, no somos su “caja de juguetes”: ¡Somos sus amados! ¡Sus
dulces ovejitas!
Cuando
Él abre la puerta, no se trata de gimotear con dudas e incertidumbres. Acometamos
nuestra entrada entonándole nuestros himnos. Cantemos su Victoria, Pronunciemos
todos los loores litúrgicos. Con cantares eucarísticos.
Miremos
los dos pilares que forman las jambas: en el uno dice ¡El Señor es Bueno, su
Misericordia es Eterna! En el otro, ¡Su fidelidad dura por todas las edades!
¡Alertas!
No dice ¡eres su Oveja! Dice ¡Ovejas de su Rebaño!
Oremos:
“Haz que me sienta orgulloso de mis hermanos y hermanas, que aprecie sus cualidades
y disfrute con su compañía. Haz que me encuentre a gusto en el rebaño, que
acepte su ayuda y sienta la fuerza que el vivir juntos trae al grupo, y a mí en
él”.
¡Danos
señor, te suplicamos, un corazón sinodal, donde cada corazón lata conforme con
el ritmo de Tu Grandiosa Sinfonía!
Lc
12, 13-21
“La avaricia es la raíz
de todos los males” (1Tm 6, 9-10), escribe Pablo a Timoteo.
Vincenzo Paglia
Como
es usual, para dirimir la cuestión de las herencias y sus particiones, se va al
tribunal y se presenta la cuestión ante un Rabino, un experto en la Ley
Mosaica. Cuál es al valor de un rabino, es un experto en dilucidar aspectos
mundanos, su especialización mira a las cosas “mundanas”, puede ayudarnos
cuando el tema es el de “atesorar” con propósitos egoístas, bienes mundanos,
porque es experto en riquezas “temporales” no en tesoros Celestiales.
Lo
chistoso, lo irónico es que nosotros queremos arrastrar a Jesús para meterlo en
estas cosas. Recordemos aquí aquello de “donde está tu tesoro, está también tu
corazón” Mt 6, 21-24. Si nuestro empeño existencial consiste en riqueza a los
ojos de los hombres, entonces estaremos ciegos para atesorar según los Ojos de
Dios. ¿Cómo se nos puede ocurrir apelar al Hijo de Dios para que Él se ocupe de
afanes que no son compatibles con los Intereses de Su Padre?
Tenemos
que ponernos la mano en el corazón y dilucidar si nuestro ojo está sano, o
tenemos el ojo enfermo, el ojo codicioso, el ajo avariento. El ojo malo.
Por
eso Jesús les pregunta por qué lo toman por μεριστής [meristes]
“administrador de herencias”, por “experto particionista”. De dónde sacaron que
una de las funciones del Mesías era hacer las veces de abogado repartidor de
herencias.
A
nosotros también nos compete este entendimiento. No nos tiene que preocupar
otro tipo de teología empalagosa, nos tiene que hacer aterrizar en lo urgente,
es urgente sanar el hambre y el dolor de los hermanos, es perentorio luchar
contra la injusticia, no podemos ser indolentes, duros de corazón ante el mal
que se siembra en la historia del mundo, que daña al que es mi hermano en Cristo
Jesús; y, observemos que Jesús nos indica qué es lo que no importa ni afana el ojo
sano, al corazón de Jesús, aquí lo tenemos, no es algún argumento de alta
filosofía, es al contrario, algo “elemental”, pleno de humanismo, que se duele
de lo que les pasa a las otras ovejitas del rebaño.
Es
fácil tomarle el pulso a la perversión: cuando resuenan como trasfondo las
premisas:
a) Mi cosecha
b) Mi granero
c) Mi trigo,
d) Mis bienes
Miren
el cardiograma del avaro: “Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos
años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Bótalo antes de darlo
barato, quémalo antes de nutrir a los hambrientos esgalamidos, ocúltalo hasta
que suban las condiciones bursátiles, acapáralo para que escasee, cuando la
demanda lo dispare, será la hora de sacarlo al mercado.
Qué
puede ser peor que una justicia regulada por el egoísmo. Hablamos de esa falsa
justicia que no quiere ablandar el corazón, pero si quiere mejorar el blindaje
de la caja fuerte y reforzar la rabia que cohonesta con el dolor y el
sufrimiento. Que alimenta el odio y fortalece los rencores asesinos.
Si
queremos ayudarle a recoger -y no a desparramar-, urge que tengamos el corazón
compasivo. ¿Por dónde empezar? Por no intentar que Dios sea cómplice de los injustos,
esa es la primera lección para andar los caminos del Amor a Dios, y al prójimo,
así como el sano y equilibrado amor que debemos tener por nosotros mismos. ¡No
lo invoquemos como celador de nuestra caja de caudales!
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