sábado, 30 de marzo de 2019

ANTES QUE TODO, HIJOS DE DIOS




DOMINGO DE LÆTARE
Jos 5, 9a. 10-12; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7;; Lc 15, 1-3. 11-32

Si yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles y me faltara el amor, no sería más que un bronce que resuena y una campana que tañe.
1 Cor 13, 1

El que está unido a Cristo es como si hubiera sido καινὴ κτίσις “creado de nuevo”.
2Cor 5, 17

La Antífona de Entrada de la Eucaristía de este Cuarto Domingo de Cuaresma comienza así: "¡Alégrate Jerusalén! ¡Reuníos, vosotros todos que la amáis; vosotros que estáis tristes, exultad de alegría! Esto en latín suena así: "Lætare, Ierusalem, et conventum facite omnes qui diligites eam; gaudete cum laetitia, qui in tristitia fuistis; ut exsultetis,… es por eso que este domingo se llama Domingo de Lætare. La manera de expresar sígnicamente esta alegría por la proximidad de la Pascua es la posibilidad “ad libitum” de usar el ornamento rosado.   


Quisiéramos poner un reflector rutilante sobre la introducción de la perícopa del Evangelio de este “Domingo de las Rosas”, que así se solía llamar a este Cuarto Domingo de Cuaresma, los versos 1-3 del capítulo 15 del Evangelio según San Lucas:

“En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
—«Ése acoge a los pecadores y come con ellos» "Entonces les dijo esta parábola."
No se puede entender esta parábola sin remitirse específicamente a quien se estaba dirigiendo Jesús. Hay quienes han preferido llamar a esta parábola, no “del hijo pródigo”, sino “parábola del hijo puritano”, envolviendo con esta denominación de “puritano” tanto a los fariseos como a los escribas, porque en realidad la parábola está destinada a todos los que incurrimos en la situación de discriminar a quien podría amar Dios y establecer una segregación contra “algunos” a quienes podamos llegar a pensar que no merecen “ser acogidos y comer con ellos”. Para su parábola Jesús escoge dos situaciones límite: aquel que no ama al Padre sino a su “herencia” y aquel que también ama la “herencia”, no al Padre, pero que quiere heredarla “limpia y legalmente”, por los canales de la “obediencia”. El otro día un sacerdote le preguntó a su feligresía a quién prefería parecerse de esos dos hermanos: Unos tomaron partido por el hermano mayor y no faltaron los que se pusieron del lado del menor.

Claro que el protagonista es el menor y el antagonista es el mayor. Pero, nos hemos fijado excesivamente en el menor que fue el que pidió su parte de la herencia y, sentimos que no hemos prestado toda la atención necesaria al hermano que se quedó… Puede que el hermano menor represente a todos los pecadores, prostitutas, publicanos y demás; pero el hermano mayor representa con creses  el fariseísmo y el puritanismo. En alguna parte hemos leído que los fariseos no eran malos –y eso es cierto- eran “fieles”, “muy fieles”, diríamos que eran “exageradamente fieles” a su manera, de una manera tan reforzada que se excedía. Quizás la muestra más farisaica del hermano mayor es cuando dice. “Hace tantos años que te δουλεύω “sirvo” sin haber παρῆλθον “desobedecido” jamás ni una sola de tus ἐντολήν “ordenes”…” La relación que expresa esta frase es de “servilismo”; y –definitivamente- Dios no nos ve como siervos, lo cual ya Jesús nos lo ha explicado detalladamente manifestando que nos ve como “amigos”.


Pero si la relación se tergiversa, se enferma, se desvía, se obstruye hasta el bloqueo! ¡Sobreviene la crisis de identidad! En cambio, veamos cómo le respondió su Padre, vayamos al verso 31: “Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo”. Es decir, tenemos que entender verdaderamente quienes somos. Viene al caso relatar una parábola de Anthony de Mello titulada ¿QUIÉN ERES?

«Una mujer estaba agonizando en la sala de un hospital. De pronto, tuvo la sensación de que era llevada al cielo y presentada ante un Tribunal.
“¿Quién eres?”, dijo una Voz.
“Soy la mujer del alcalde”, respondió ella.
“Te he preguntado quién eres, no con quién estás casada.”
“Soy la madre de cuatro hijos.”
“Te he preguntado quien eres, no cuántos hijos tienes.”
“Soy una maestra.”
“Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión.”
Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no parecía poder dar una respuesta satisfactoria a la pregunta “¿Quién eres?”
“Soy cristiana”, respondió ella.
“Te he preguntado quién eres, no cuál es tu religión.”
“Soy una persona que iba todos los días a la iglesia y ayudaba a los pobres y necesitados.”
“Te he preguntado quién eres, no lo que hacías.”
Evidentemente, no consiguió pasar el examen, y fue enviada de nuevo a la tierra. Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la determinación de averiguar quién era realmente y su vida cobró otro sentido…»

No sabemos si se debe decir la respuesta correcta, o es mejor dejar que el lector la deduzca, pero nosotros queremos catalizar la reacción y poner por expreso que nuestra verdadera e íntima identidad es la de ser hijos de Dios. No somos ni nuestros títulos, ni nuestras riquezas, ni siquiera nuestras pobrezas sean estas materiales, morales o espirituales… Esto lo queremos ilustrar con otra parábola de Tony. Esta lleva por título «EL ABRAZO DE DIOS»

«Un hombre santo, orgulloso de serlo, ansiaba con todas sus fuerzas ver a Dios. Un día Dios le habló en un sueño: “¿Quieres verme? En la montaña, lejos de todos y de todo, te abrazaré”.

Al despertar al día siguiente comenzó a pensar qué podría ofrecerle a Dios. Pero ¿qué podía encontrar digno de Dios?

“Ya lo sé”, pensó. “Le llevaré mi hermoso jarrón nuevo. Es valioso y le encantará...
Pero no puedo llevarlo vacío. Debo llenarlo de algo”.

Estuvo pensando mucho en lo que metería en el precioso jarrón. ¿Oro? ¿Plata?

Después de todo, Dios mismo había hecho todas aquellas cosas, por lo que se merecía un presente mucho más valioso.

“Sí”, pensó al final, “le daré a Dios mis oraciones. Esto es lo que esperará de un hombre santo como yo. Mis oraciones, mi limosna, sufrimientos, sacrificios, buenas obras...”.

Estaba contento de haber descubierto justamente lo que Dios esperaría y decidió aumentar sus oraciones y buenas obras, consiguiendo un verdadero récord. Durante las pocas semanas siguientes anotó cada oración y buena obra colocando una piedrecita en su jarrón. Cuando estuviera lleno lo subiría a la montaña y se lo ofrecería a Dios.

Finalmente, con su precioso jarrón hasta los bordes, se puso en camino hacia la montaña. A cada paso se repetía lo que debía decir a Dios: “Mira, Señor, ¿te gusta mi precioso jarrón? Espero que sí y que quedarás encantado con todas las oraciones y buenas obras que he ahorrado durante este tiempo para ofrecértelas. Por favor, abrázame ahora”.

Al llegar a la montaña, oyó una voz que descendía retumbado de las nubes: “¿Quién está ahí abajo? ¿Por qué te escondes de mí? ¿Qué has puesto entre nosotros?”

“Soy yo. Tu santo hombre. Te he traído este precioso jarrón. Mi vida entera está en él. Lo he traído para Ti”.

“Pero no te veo. ¿Por qué has de esconderte detrás de ese enorme jarrón? No nos veremos de ese modo. Deseo abrazarte; por tanto, arrójalo lejos. Quítalo de mi vista”.

No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Romper su precioso jarrón y tirar lejos todas sus piedrecitas? “No, Señor. Mi hermoso jarrón, no. Lo he traído especialmente para Ti. Lo he llenado de mis...”

“Tíralo. Dáselo a otro si quieres, pero líbrate de él. Deseo abrazarte a ti. Te quiero a ti”.»

Estos dos hijos de los que nos habla Jesús en esta parábola adolecen de una enfermedad horrible, ¡tienen problemas de identidad! Y, en un examen atento de esta dolencia nos encontramos que su síntoma básico es que al no sabernos hijos, no nos podemos reconocer “hermanos”. Por ejemplo, cuando el mayor se refiere a su hermano menor lo llama “…ese hijo tuyo…” (v. 30b). Si se pierde nuestra filiación, también perdemos nuestra fraternidad y ahí el Malo ya gano con su asquerosa semilla de división.

En el subsuelo de la parábola está el tema de la Reconciliación. ¡Sí! La reconciliación de todos, de los fariseos con “los pecadores”, de los puritanos con los publicanos, de todo aquel que se cree más santo, más puro, más cercano, más digno, más simpático a Dios. Todas estas discriminaciones, todo aquel que da gracias a Dios por no ser como “aquel pecador”, introduce mala sangre en el organismo del Cuerpo Místico de Dios. ¡Hay que hacer conciencia de nuestra fragilidad, antes de coleccionar piedritas para llenar cualquier hermoso cántaro! «Nadie está completamente libre de la codicia, o de la ira, o de la lujuria, o del resentimiento, o de la frivolidad, o de los celos. La debilidad humana puede surgir en mil formas, pero no hay ofensa, crimen o guerra que no encuentre su semilla en nuestros corazones.»[1]

Si miramos la parábola del ABRAZO DE DIOS una de las cosas que más resalta es el fetichismo en el que ha caído este ”santo”, ha incurrido en la idolatría a sus piedritas coleccionadas en el “precioso jarrón” así como uno de los hermanos del Evangelio idolatraba la “herencia”, la “riqueza” material del Padre por eso no podía amar al Padre, porque entre él y el Padre se interponía la “parte de la herencia”; y, para el otro hijo, el fetiche es su egoísta-obediencia que no podía tirarla, ni dársela a otro, pero que se interponía entre él y Dios; entre él y el Abrazo de Dios.

En cambio, entre el Padre y sus hijos no hay barrera, Él los ve, límpidamente, con los claros ojos de la ternura paternal-maternal. En ese preciso instante, los recupera, los rehace, los vuelve a crear, como recién bautizados, sus Purísimos Ojos les vuelve el “contador a cero”, como siempre lo hacen los Ojos del Padre, que no acumula rencores, ni guarda registro de las culpas. Él toma su barro y Padre-Alfarero, los vuelve a moldear, para que salgan de Sus Manos sin imperfección alguna. Pasan por Sus Ojos Misericordioso y salen más blancos que la nieve más blanca. (No porque lleven un cántaro lleno de hermosas piedritas.) Sino, ¡Simplemente, porque Dios es Amor!

«Jesús describe la misericordia de Dios no sólo para mostrarme lo que Dios siente por mí, o para perdonarme los pecados y ofrecerme una vida nueva y mucha felicidad, sino para invitarme a ser como Dios y para que sea tan misericordioso con los demás como lo es Él conmigo. Si el único significado de la historia fuera que la gente peca, pero que Dios perdona, yo podría muy fácilmente empezar a pensar en mis pecados como una buenísima ocasión para que Dios muestre su perdón. En una interpretación así no habría verdadero reto. Me resignaría a que soy débil y estaría esperando a que Dios cerrara finalmente sus ojos a mis pecados y me dejara entrar en casa, hubiera hecho lo que hubiera hecho. Pero este mensaje tan sentimental y romántico no es el mensaje de los evangelios… Estoy destinado a entrar en el lugar del Padre y ofrecer a otros la misma compasión que Él me ofrece. El regreso al Padre es el reto para convertirse en el Padre.»[2] Oigo en mi corazón: “Busquen mi Rostro”.


La piedra de toque es la Misericordia de Dios que ha inaugurado una Nueva edad, podemos hablar de un pasado en la historia salvífica porque “ya pasó”, donde el foco estaba puesto en la dicotomía  ley-pecado. La Misericordia Divina inaugura la Alianza de la καταλλάσσω Reconciliación, es un Nuevo-Comienzo brindándonos la “expiación” en la Persona de su Hijo, el Ungido, quien tiene todo Poder para sanar, para justificar. Ese poder no consiste en subyugación, en armamento, en belicismo, en resonar de cascos y tanques, ¡para nada! Su Poder es el Poder de Crear-de-Nuevo, de hacernos καινὴ κτίσις criaturas nuevas que pueden optar por la vida en fraternidad, podemos optar perfectamente gracias a ese Poder-Reconciliador por una alternativa anti-cainista que se hace responsable de su hermano, que no se enfurece porque Dios también lo acoja, que se alegra por su regreso y –sobre todo- que se aúna con el Padre para atenderlo, para recibirlo, para vestirlo y calzarle las sandalias y ponerle el anillo.

Existe el riesgo fatal de que nosotros también nos escondamos detrás de nuestra virtuosa manera de ser y perdamos de vista lo que realmente somos –hermanos- y que en, consonancia con ese ser de hijos, nos corresponde disfrutar y alegrarnos. Es el Domingo de Lætare porque, ¿qué otra cosa puede cabernos en el corazón que el regocijo de sabernos hijos del Padre Celestial y vivir a fondo la fraternidad que no discrimina y no rechaza a nadie porque nuestro corazón lo espera, con los brazos abiertos porque –pudiendo estar perdido- ansiábamos recobrarlo? ¡Bienvenido Herman@!






[1] Nouwen Henri J.M. EL REGRESO DEL HIJO PRODIGO. MEDITACIONES ANTE UN CUADRO DE REMBRANT. Ed. PPC-Colombia 2011. p. 132.
[2] Ibid pp. 133-134

sábado, 23 de marzo de 2019

DÉJALA TODAVÍA ESTE AÑO A VER SI DA FRUTO DIOS SE HACE SIERVO, SE HACE ESCLAVO, SE ENTREGA SIN RESERVAS


Éx 3, 1-8a. 13-15; Sal 102(103), 1-2. 3-4. 6-7. 8 y 11; 1Cor 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9

El Señor es compasivo y misericordioso,
Lento a la ira y Rico en clemencia;
Sal 102(103), 6-7

Señor, Señor, ten piedad de mí
y de nosotros… me arrodillo
y pongo la frente en tierra …
Dame un año más, cada año un año más.
Quiero cantar, quiero pintar un firmamento…
Tantos planes, tantos sueños sin cumplir.
Elior Cymbler

El salmo de la liturgia de este domingo nos explica que Dios es despacioso, muy despacioso para enojarse y en cambio, es rápido para perdonar (cfr. Sal 103(102), 8). Si vamos tres versos adelante en este salmo nos dirá: “tan inmenso es su amor por los que lo honran como inmenso es el cielo sobre la tierra”.


La higuera podría ser signo del Pueblo de Dios, el Pueblo de Dios debería “dar fruto”, frutos de paz y amor, frutos de reconciliación y fraternidad, frutos de concordia y solidaridad; todos ellos adornados e inmersos en el resplandor de los frutos de alabanza y adoración. Se dice –y tiene muy buena lógica- que “amor con amor se paga”, esta gratitud no es una fórmula mercantil, y en eso debemos ser muy enfáticos, no es una norma que rija el intercambio de mercancías, simple y sencillamente porque el Amor, no es una mercancía, el amor es la biosfera de la vida humana, de las relaciones interpersonales, el contexto tibio, acogedor y benévolo que nos permite existir y devenir en plenitud. Tengamos, eso sí, mucho cuidado con las tergiversaciones del amor, que lo reducen a eroticidad, a mera sexualidad, a explotación interesada para la satisfacción de mis egoísmos: el amor es generosidad, es bendición para el otro, es la voluntad firme y permanente de favorecer y velar por nuestro “prójimo”.

Viene entonces el ἀμπελουργός Hortelano-Encargado y suplica el aplazamiento, comprometiéndose a remover la tierra y añadirle abono (¡perdónalos porque no saben lo que hacen!) y Él abonó la tierra con su Sangre y sus dolores. El Hortelano-Encargado pide plazo y eso es Misericordia, no cegarnos la vida hoy, sino darnos un mañana para que al fin demos cosecha. No se escribe el último día hasta que demostremos incapacidad para superarnos.

La fe, es no solamente aceptar y repetir ciertas fórmulas que reconocen la existencia del Ser-Supremo; Hay que repetirlo sin cansancio: Le fe es un dinamismo que nos activa en el plano de esa generosidad interesada –pero no por los intereses mezquinos sino por los que nos dan un corazón “paternal” respecto de nuestro “prójimo”, mirando y velando por los intereses del otro, tanto y más que velo por los míos propios. Es felicísima la formulación neotestamentaria: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente.  Y Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Dice Jesús que estos dos Mandamientos compendian toda la Ley y los Profetas.


Las Lecturas de este Tercer Domingo de Cuaresma nos permiten acercarnos a los rasgos del Amor Divino para que nosotros podamos “trabajar” en procura de configurar nuestro corazón “a imagen y semejanza” del Corazón de nuestro Creador-Padre-Amoroso. La nuestra ha devenido una “naturaleza caída”, con el corazón lacerado por un afeante cicatriz que va de lado a lado, se llama “concupiscencia”; hoy en día, existen tantos y tan efectivos tratamientos para borrar  esas malhadadas  huellas dejadas por el pecado en nuestro ser gracias al laboratorio “Redentor de Nuestro Señor Jesucristo” que bien vale todo esfuerzo que hagamos para aprovechar esos recursos de la más excelsa tecnología espiritual, evidentemente lo decimos parodiando ese otro lenguaje.

Una técnica que ingenuamente se propone –seguramente producto del afán- es coger a los “malos y quemarlos” todos a una. ¡Ojo! ¡Atención! ¡Mucho cuidado! ¡Ya, desde muchos enfoques se ha intentado, a veces multiplicando los pretextos “racionales” para justificarlo, y los resultados han sido extremadamente desoladores! El primer error de esta “metodología” consiste –como lo vimos recientemente- en ver la paja en el ojo ajeno y no identificar la viga que llevamos en el propio, y no darnos cuenta que con inusitada frecuencia aquel a quien señalamos como “malo” es simplemente el que porta, en su ojo, una mínima mota de nuestra propia viga. Estos arrebatos de afán que pretenden “arreglar el mundo de la noche a la mañana” son los que nos hacen más desemejantes con nuestro Padre-Dios. Vamos a preguntar, en este momento –poniendo el gesto de inocencia y del mayor asombro- que ¿cómo así?


El Salmo nos invita a loar toda la bondad, la Misericordia de Dios, a dar gracias por su Amor. El Salmo 102(103) –Salmo, por antonomasia, de la Misericordia- que pertenece al grupo de los Salmos Eucarísticos, precisamente porque son “acciones de gracias” por todo el Amor que Dios nos da, por todos los beneficios que nos prodiga: Nos perdona, nos cura, nos rescata, nos provee con abundante gracia y ternura. Sí Salmo Eucarístico: gracias a Dios por ese Amor que brota –como el amor materno- de las entrañas, del mismísimo “útero” (vientre materno) de Dios Padre-Madre, lo que llevo a André Chouraqui a referirse a él como un amor matricial. Nuestra fragilidad se granjea como rasgo que seduce ese Amor-infinitamente-desinteresado de Dios, que no necesita nada de nosotros, pero se complace en nuestro bien y se da, se entrega.

¿Qué parte de nuestro ser es el que está siendo exhortado a la alabanza y a la acción de Gracias? El alma, נֶפֶשׁ [nefesh], el ser, el Soplo-de-Vida-Divina que Dios nos infundió al crear el hombre, soplo en que anida el potencial de eternidad, de resurrección, potencial ya activado por las Sangre del Cordero derramada para nuestra Redención, para la Salvación del Mundo. El hombre no fue creado para que se quedara “caído”, porque ya –desde antes de caer- el hombre fue animado-habitado por una facultad recuperadora y reconciliadora, (claro, solamente potencial, no actualizada sino por el Hijo, Jesucristo, a Quien el Padre había previsto desde toda la Eternidad). Quizá, al decir “Bendice alma mía a YHWH” se nos pueda ocurrir pensar que se trata sólo de un ejercicio vocal, por eso dice a continuación,  וְכָל־  קְ֝רָבַ֗י “todo mi ser”, no son sólo las palabras, también nuestras acciones y emociones, y todo cuanto dependa de nosotros se vuelva alabanza y glorificación para componer con todo ello una verdadera “acción de gracias”:

«La sumisión que Dios quiere no es la de un esclavo que tiembla, sino la de un hijo feliz… Un hombre solo, de rodillas, concentra en él toda la alabanza del universo…. Cuando oro todo el universo ora por mí. ¡Si el hombre es grande, él es el cantor del universo!»[1] Más aún, el orante, es el “alma” que canta al unísono con el universo entero, al cantar prosternado.

El Señor realiza acciones justas,
Defiende los derechos de todos los oprimidos.
Dio a conocer a Moisés sus caminos,
Sus obras a los hijos de Israel.
Sal 102(103), 6-7

Dice el Salmo, refiriéndose a YHWH, que “Él hace Justicia y defiende a todos los oprimidos…” Vayamos a la Primera Lectura y escuchemos qué le dijo a Moisés:
a)    He visto la opresión de  mi pueblo
b)    He oído sus quejas contra los opresores,
c)    Me he fijado en sus sufrimientos

Y, entonces, Oh Dios de Misericordia Infinita, toma cartas en el asunto, hace intervenir su Brazo Poderoso, se torna un Dios Liberador y Proveedor; ¡escuchémoslo!:
d)    Voy a bajar a librarlos de los egipcios,
e)    A sacarlos de esta tierra,
f)     Para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa,
g)    Tierra que mana leche y miel.

Es muy interesante saber y comprender que Dios –a pesar de todas las infidelidades e idolatrías de su pueblo- no se estanca (como podría pasar con un ser humano), en el rencor, en la desilusión, en el castigo…. ¡No! YHWH avanza, victorioso, porque su Misericordia es Eterna, porque Él ES. Él no está, el estar es pasajero, se refiere al momento; ÉL-Es porque “Él Está-Siempre”, Él no muda, Él no cambia de parecer, no tiene ese rasgo humano de volubilidad, de mudar según la situación o según el estado de humor.

Miremos también que –en el relato bíblico- nos da a Moisés, pastor de ovejas en el Horeb, siempre Dios se da a través de alguien que viabiliza, que vehiculiza la Voluntad de YHWH; se vale de su criatura para –por su medio- dejarnos ver la Fuerza-de-su-Brazo. Este fenómeno de participación humana da lugar a que el rumbo de la historia no se pueda achacar a Dios y así podamos irresponsablemente decir: “es que Dios así lo quiso”. Cuando la fragilidad humana se hace expresión del Inmenso Poder de Dios es porque el ser humano está acogiendo y apropiándose, empoderándose, de lo que Dios acepta apadrinarle, de esta manera, no es “lo que Dios quiso” es lo que el ser humano quiere y Dios le Patrocina.

PUESTA EN SITUACIÓN
Queremos ahora voltear la mirada hacia el ¡“no te acerques”, “quítate las sandalias” “el sitio que pisas es terreno Sagrado”! Son instrucciones “litúrgicas”, Dios nos brinda elementos sígnicos que nos hacen conscientes de con Quien estamos hablando, de estar ante una Teofanía. Si no fuera por estos signos, no podríamos entender que estamos ante un Milagro, Dios se digna dirigirse de Viva-Voz al hombre, abandona su dimensión y pasa a nuestra dimensión, así con palabras humanas, se lleva a cabo un intercambio en la dimensión histórica: como cuando se bendice el agua, como cuando el sacerdote se reviste de alba, estola, cíngulo y casulla, como cuando presentamos el Pan y el Vino y ellos se transustancian, así como al arrodillarnos ente el Sagrario y como el sacerdote al postrarse durante su ordenación, son acciones muy especiales, que traspasan la esfera de lo humano y penetran en el plano de lo Celestial, podríamos definirlos como teo-semiosis.


La cima de esta teofanía es la entrega del Nombre, “Su-Nombre-por-siempre”, “Su-Nombre-de-generación-en-generación”; recordemos que el nombre es “el ser entero”, todo cuanto hacemos decimos, anhelamos y padecemos. Dar el Nombre es ponerse a disposición, exhibir nuestra disponibilidad, ponernos al servicio, responsabilizarnos de las necesidades del otro. Es hacerme hermano y hacerme padre. (Ahí está la paradoja de Caín que pregunta “¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano? ¡Claro que sí!). YHWH acepta que es el ABBÁ, y se acepta también Hermano, que lo será en Jesús- ¡Dios Salva!

Sólo una palabra sobre la Segunda Lectura: No tenemos el monopolio de Dios, a nosotros- los débiles seres humanos no nos está dado encadenar y atar a Dios que es Infinita Libertad (por eso se nos Nombra-Liberador), jamás lo podremos ni conocer en su totalidad ni acaparar en su poder, aunque Él se ha puesto a nuestra disposición no se ha titirizado. No podemos tergiversar el mal y el bien a nuestro acomodo. Miremos cómo lo señala la 1ª a los Corintios: “No codiciemos,… no protestemos,… el que se crea seguro, ¡cuidado!, no caiga. Nuestra ruta de seguridad está demarcada, es la fidelidad hacia el Señor, es respetar su Voluntad y acogerla con absoluto beneplácito, hacer siempre nuestro mejor, buscar cómo agradarle.

Agradar a Dios, bendecirle, cantar nuestra acción de Gracias, vivir bajo el amparo de su Nombre Santísimo, contemplar con reverencia –y no con mera curiosidad- la Zarza que arde sin consumirse es una ruta de teogratitud, el derrotero que Dios tiene todo el derecho a esperar de su criatura, no porque nos quiera esclavos sino porque nos quiere sus enamorados libres y fieles.

Como decía San Romero de América en su Homilía del 9 de marzo de 1980: “San Lucas, que es llamado el evangelio de las misericordias, no terminan tan trágicamente (como el de San Mateo), si no que nos da un aliento de esperanza; lo que interesa -dice San Lucas, interpretando a Cristo- es tener una vida útil, una vida que produzca fruto”. Danos un año más, a mí y a mi pueblo. Para tener la oportunidad de glorificarte, de amarte, más y mejor, de ofrecer frutos de misericordia, un año más para poderte amar con toda lealtad y con toda honra, a Ti el Poder y el Honor y la Honra y la Gloria por toda la eternidad. “Se necesitan hombres de buenas obras, se necesitan cristianos que sean luz del mundo, sal de la tierra. Hoy se necesita mucho el cristiano activo, crítico, que no acepta las condiciones sin analizarlas internamente y profundamente. Ya no queremos masas de hombres con las cuales se ha jugado tanto tiempo, queremos hombres que como higueras productivas sepan decir SI a la justicia no a la injusticia y sepan aprovechar… el don precioso de la vida. Lo sepan aprovechar cualquiera que sea la situación. Queridos hermanos, el más humilde de los que estamos aquí, el más pequeño, el que se crea el más insignificante, es una vida que Dios mira con amor.” Decía Mons. Oscar Arnulfo Romero en aquel III Domingo de Cuaresma, lo mira, lo escucha y tiene en cuenta su clamor. El eje está tenso entre los dos polos: La misericordia Divina y los frutos de la higuera. ¡No la cortes, Oh Dios, todavía, prolónganos tu misericordiosa paciencia!



[1] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS – Tomo I. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1978 p. 2004-205

sábado, 16 de marzo de 2019

ESTE ES MI HIJO, EL ESCOGIDO


Gn 15, 5-12.17-18; Sal 27(26),1. 7-8a. 8b-9abc. 13-14;  Fil 3, 17-4,1; Lc 9, 28b-36

"Ya llega el día, dice YHWH, en que yo pactaré con el pueblo de Israel (y con el de Judá) una nueva alianza."
Jr 31, 31

Filipos había sido evangelizada por Pablo en su segunda gira misional. Lo que lo mueve a escribir la carta a los Filipenses es el haberse enterado de la llegada de unos misioneros, que predicaban un evangelio diferente al de Pablo y que amenazaban la tranquilidad de la comunidad de Filipos. ¿Cuál es el núcleo de la perícopa de la Carta a los Filipenses? Pensamos que la propuesta de “mantenerse”, el tema de la fidelidad y la constancia: “manténganse así en el Señor”. Fijándonos en el ejemplo que nos da San Pablo personalmente, y también en el ejemplo que dan los seguidores de ese modelo. Ellos son los ciudadanos del Cielo, quienes aguardan un Salvador: el Señor Jesucristo. Él μετασχηματίζω (cambiará en su presentación, en su apariencia exterior, la forma) de nuestro humilde cuerpo y lo hará semejante a su propio cuerpo, del que irradia su Gloria, y lo hará gracias al “poder” con el que ha sido revestido, para que tenga autoridad suficiente para someter a todo el universo.

En la perícopa se nos habla de cierto anti-modelo, del cual nos previene San Pablo “con lágrimas en los ojos”, Decían que había que seguir fieles a la Ley de Moisés y a las prácticas judías para salvarse y se jactaban de cumplirlas, se trata de los que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición, su dios el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Cuando San Pablo se refiere a los que no tienen otro dios que su propio vientre (Flp 3, 19), no está aludiendo a los glotones sino a los que solo buscan gratificarse con las realidades terrenales: “Sólo aspiran a cosas terrenas”. Se trataba de imponer como requisito de adhesión a la fe cristiana la ley judía, en particular en lo que tocaba a la circuncisión, es a eso a lo que San Pablo alude bajo el título de “sus vergüenzas”. Decían que había que seguir fieles a la Ley de Moisés y a las prácticas judías para salvarse y se jactaban de cumplirlas. Para San Pablo ellos son falsos circuncidados, en el verso 3, 2, anterior a la perícopa que leemos en esta oportunidad, dice “cuídense de los circuncidados”, y en el verso 3, 3 prosigue: “nosotros somos los verdaderos circuncidados, pues servimos a Dios según el Espíritu de Dios y nos alabamos de estar en Cristo Jesús, en vez de confiar en nuestros méritos”. Es esencial a la comprensión de la perícopa entender su antecedente interno en la propia carta a los Filipenses: conviene ver en el verso 3,10-11, como se abandona el enfoque judaizante y se busca “otra santidad” y cómo lo que cobra relieve es el fiel discipulado a Jesucristo de quien procede esta santidad verdadera: “Quiero conocerlo, quiero probar el poder de su resurrección y tener parte en sus sufrimientos, hasta ser semejante a Él en su muerte y alcanzar, Dios lo quiera, la resurrección de los muertos”.


Pues bien, es a ese fiel discipulado y con la mira puesta en la resurrección que San Pablo invita a “mantenerse”, sin importar que tan adelantado se esté en ese proceso de discipulado: “Mientras tanto, sea cual sea el punto adonde hayamos llegado, sigamos en la misma dirección” dice en 3,16, justamente antes de iniciar la perícopa que esta vez nos ocupa, que culmina pidiéndonos que sigamos así, “firmes en el Señor”, στήκω este verbo significa “perseverar” (4,1). Perseveramos para alcanzar la meta, que es Cristo Jesús, quien “ya nos alcanzó”, lo entendemos como que ya nos ha “incluido” en su discipulado y llega por atrás a remolcarnos, a empujarnos, si “perseveramos” no porque pensemos que ya somos perfectos, sino porque proseguimos en la “carrera”.

Esta perícopa refleja la triste división de una comunidad, por un grupo de fanáticos judaizantes que proponían a la gente una vuelta al pasado, un cristianismo no muy radical, apoyado más bien en las viejas instituciones, y por lo tanto tolerando algunas imposiciones del gobierno Romano, sin enfrentar mayores riesgos y sin el compromiso de una fe pública. «Los judíos más radicales consideraban a los paganos personas impuras y, por no haber sido circuncidados, los llamaban “perros”. Su punto de partida era la discriminación: ellos eran los verdaderos obreros de Dios, los “circuncidados”, los perfectos… En el fondo, lo que pretenden es defender sus intereses y privilegios, al no desprenderse de su status social de personas “perfectas”»[1]. Contra quienes quieren imponer la circuncisión y la ley de Moisés a los cristianos se les recuerda que la salvación sólo depende de Jesucristo, quien hecho hombre y muerto en una cruz, recibió del Padre el poder de conceder a los hombres la Salvación y alcanzarnos la transfiguración para llegar a compartir el cuerpo Gloriosísimo de Jesucristo, no por nuestros méritos sino conforme a su Misericordia.

Esta “perseverancia” que nos propone San Pablo en la Segunda Lectura, está compenetrada de una refulgente característica que adorna el discipulado: la esperanza. Fe y esperanza se funden en el cristiano para hacerlo constante en la caridad fraterna, en un vivir en la solidaridad, en los valores de la hermandad, del perdón, de la comprensión, de la Misericordia. Estos valores que lo animan, son precisamente los que le permiten escapar al sólo interés en lo “terreno” y proyectarse hacia los valores más altos, los que son característicos de ese discipulado al que nos venimos refiriendo, y que podría compendiarse en la fórmula “buscar el rostro del Señor”.


El Salmo 27(26) pertenece al grupo de los salmos del Huésped del Señor, valga decir, del que pone su empeño en venir a vivir en el Templo, lo que nosotros entendemos como “hacer Su Voluntad”, no que traigamos el colchón a la Iglesia, sino que pongamos toda nuestra voluntad a Su Servicio, precisamente viviendo conscientes de estar permanentemente bajo Su Mirada –no vigilante en el sentido de controladora y culpante- sino Dulce, Amorosa, Defensora y Protectora. Por eso inicia el Salmo diciendo: "El Señor es mi Luz y mi Salvación, ¿a quién temeré? el Señor es la Defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?" aquí se da la dialéctica entre una vida coherente e integra y la serenidad, la paz con la que se podrán afrontar las más complejas dificultades que la vida nos pudiera traer; no porque Dios se haya desentendido de nosotros, no porque Dios esté distraído o dormido, sino por hallarnos en estado de éxodo, fuera de nuestra patria celestial.

El Salmo, en el verso 8, nos pone de manifiesto, nos revela lo que Dios espera de nosotros “Oigo en mi corazón: ‘Busquen mi Rostro’” en otra versión leemos así: “Mi corazón de ti me habla diciendo: ‘Procura ver su Faz’.", paráfrasis de la misma idea.


No se trata de “Vivir conscientes de Su Presencia agradándole para –transacción comercial-, obtener de Él la plenitud de la dicha terrena, a salvo de toda dificultad porque eso sería preocuparnos solo de las “cosas terrenas”; sino trascender, poniendo nuestro interés en la meta: cómo será nuestra existencia cuando dejemos el destierro y lleguemos a habitar nuestra morada permanente, es decir “el país de la vida”. Es allí donde gozaremos de la paga, pudiendo ser que en esta tierra podamos disfrutar suaves y dulces primicias de las Vida-Verdadera, pero no es en ello que podemos cifrar nuestro “discipulado”, sino con una mirada de mayor alcance mirar hacía el horizonte de nuestra existencia.

«Si hay un sentimiento vivo hoy, es el de la “ausencia” aparente de Dios. El hombre occidental contemporáneo está realmente traumatizado por el “silencio” de “Dios”, concluye sin más que Dios no existe, que “Dios ha muerto”…. El salmista de otros tiempos debía, como nosotros, experimentar la dificultad de encontrar a Dios. Pero su canto termina con un grito de fe: “Estoy seguro, veré las bondades del Señor”.»[2] Nos preguntamos si esa seguridad dimana de su posición de levita. Lo que resulta definitivo es –en este caso- que la convicción garantiza la perseverancia. No hay duda, no se desconfía, en cambio, hay seguridad, convencimiento. La certidumbre se vuelve valentía, es presencia de ánimo: Y entonces, se nos ocurre la idea más descabellada, querer ver tu Rostro; lo que siempre estuvo vetado, lo que nos mataría instantáneamente. Y la ocurrencia no es propia, Tú, Oh Señor, estas tras mi pensamiento, es tu espíritu el que susurra la sugerencia, quiero ver Tu Rostro, porque sospecho que al verlo –en vez de encontrar la muerte- descubriré el Rostro de La Máxima Ternura, los Ojos-de-Mirada-más- Paternal, sólo hallaré Luz y salvación: ¡El-Nuevo-Rostro-del-Señor!

Estamos asistiendo con la Primera Lectura y el Evangelio a un salto de un estadio al Nuevo, queremos descubrir la esencia de estas dos Alianzas para saber de qué nos estás hablando; de qué va nuestra relación. Examinemos el paralelismo:


Qué dice Dios en el Primer Testamento: “Mira el Cielo; cuenta las estrellas si puedes” y también: “A tus descendientes les daré una tierra, desde el rio de Egipto al Gran Rio Éufrates”
Qué dice Dios en la Segunda Alianza: “Este es mi Hijo, el escogido, escúchenlo”.

En el A.T. “Los buitres bajaban”.
En el N.T. No se nombran, pero a lo largo de su lectura los encontramos: fariseos, saduceos, Sumos Sacerdotes, escribas, Herodes, Pilatos.

En el A.T.: Cuando iba a ponerse el sol un sueño profundo invadió a Abrám (nótese que todavía se  llama Abrám, Dios no le ha cambiado de nombre todavía, se llama todavía “Padre enaltecido” y llegará a llamarse “Padre de las Naciones”: Abrahám.
En el N.T.: Pedro y sus compañeros se caían de sueño.

En el A.T.: Un terror intenso y oscuro cayó sobre él.
En el N.T. …llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube.

En el A. T. una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados.
En el N.T. Sus vestidos brillaban de blancos.

En el A.T. hizo Alianza
En el N.T.: Mandamiento (que es expresión de una Alianza): “Este es mi Hijo,…. Escúchenlo”.

En el A. T. Promete darnos una tierra para establecernos y dejar nuestro nomadismo; en el N.T. Nos da una persona: el Mesías. ¡Nos da a su Propio-Hijo! Si me doy cuenta, sí dimensiono el valor inestimable de esta donación, reconozco que ver Tu Rostro no me matará, más bien, me emparentará más a Ti; me has estado aguardando para que tuviera hambre y sed de Ti, y quisiera verte, y te anhelara con todas las fuerzas de mi corazón y de mi alma. Con todo mi ser, con cada célula y cada fibra de mi cuerpo. Me has tenido paciencia para que emparentara con Tigo y llegara a ser hijo en el Hijo y yo te invocara llamándote Abba, Padre. «… ahora sé que puedo aspirar a mucho más, porque tú me lo dices y me llamas y me invitas. Y yo lo quiero con toda mi alma. Quiero ver tu Rostro. Tengo ciencia, pero quiero experiencia; conozco tu Palabra, pero ahora quiero ver tu rostro. Hasta ahora tenía sobre Ti referencias de segunda mano; ahora aspiro al contacto directo. Es tu Rostro lo que busco, Señor. Ninguna otra cosa podrá ya satisfacerme.»[3]


No puedo mirar sólo a lo lejos, en las distancias escatológicas. Tengo un compromiso trascendente con el aquí y el ahora: «Ver el rostro de Dios (1Cor 13, 12). Pero este logro de Dios (esta salvación “esta luz”, esta habitación en Dios”) hacia la cual avanzamos, ya ha comenzado; nuestra tarea humana consiste en tomar parte en ella desde ya: “espera… Sé fuerte y valeroso” En otras palabras: “¡puedes contar con Dios, sí!” ¡Pero es necesario también poner de tu parte! La gracia y la libertad.»[4]








[1] Bortolino, José. CÓMO LEER LA CARTA A LOS FILIPENSES. EL EVANGELIO ENCARNADO. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia. 2002 pp.41-42
[2] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS – Tomo I. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1978 p. 65
[3] Vallés. Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal Terrae. Santander. 1989 pp. 54-55
[4] Quesson, Noël . Loc. Cit.

sábado, 9 de marzo de 2019

LITURGIA DEL PAN VIVO, PAN DE VIDA


Deut 26,4-10; Sal 91(90), 1-2. 10-11. 12-13. 14-15; Rom 10,8-13; Lc 4,1-13

El hombre, después de perder a aquel a quien necesita, absolutiza las necesidades que tiene como animal. ¡Estas se convierten en ídolos implacables! El medio, al convertirse en fin, lo trastorna todo en su contrario más semejante: lo verdadero lo convierte en lo útil, lo justo en lo ventajoso, el bien en el placer, lo bello en lo funcional, lo bueno en el interés, el amor en el egoísmo… la vida en la muerte.
Silvano Fausti

«La Cuaresma no es simplemente un tiempo de más silencio y de descanso interior: es un tiempo de lucha espiritual, es un tiempo en que los conflictos íntimos, inherentes a la existencia humana en la lucha contra satanás y contra el pecado, se manifiestan de modo más claro y más fuerte, sobre todo en los que aceptan vivir con seriedad el camino cuaresmal.»[1]

En la página Deuteronómica nos encontramos con cierta circularidad de la argumentación que sugiere una idea de completitud, de integridad, de desarrollo entero, de no dejar pendientes. ¿Qué queremos decir con esto? Que parte de un aspecto litúrgico, gira su circuito argumentativo y concluye en idéntico aspecto litúrgico. Veamos: es litúrgico y no sólo devocional, porque implica la intervención del Ministro que ha sido consagrado para ello, la presentación de la ofrenda no se hace por sí mismo y por propias manos, esta se entrega al Sacerdote, cuya única función litúrgica es entregarla al Altar. Nótese que la ofrenda es aportada por “el pueblo”, y que la oración-reflexión también la debe hacer el pueblo. Sin embargo, llevar la ofrenda ante el Altar es misión exclusiva del Sacerdote. Si este no interviniera no habría liturgia en sentido propio, solamente sería un ejercicio pio de la piedad popular.

Luego, Moisés señala el contenido de la plegaria-reflexión que debe acompañar esta presentación de la cesta de las primicias: Tiene un carácter histórico, valga decir, lleva al pueblo a hacer conciencia de su ser de pueblo, de su identidad, a mirar de dónde ha salido, de quienes proviene, lo lleva a remitirse a sus raíces, han sido arameos nómadas los antepasados de ese pueblo. Ahora bien, al profundizar en el significado de la plegaria reconocemos lo que obró Dios en ese pueblo que empieza siendo nómada; pero Dios lo “trasforma” lo cambia a sedentario dándole un sitio donde habitar, sitio este acogedor y prodigo, donde mana “leche y miel”. Empieza siendo errante y termina estableciéndose, tras un portento de Dios que lo libera. Allí encontramos una trasformación mediadora, para hacerlo estable, Dios le cambia el estatus de pueblo esclavo a pueblo liberado; suprime su condición de víctima para hacer de este pueblo un pueblo libre. Luego YHWH es un Dios liberador.

Estamos ante una acción cultual que es verdaderamente una acción de gracias (Eucaristía de la Primera Alianza), que agradece haber salido de la esclavitud para contar con la libertad, y haber dejado el nomadismo para alcanzar una asentamiento, para lo cual Dios no escatimo signos y portentos. «“Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que Tú Señor me has dado” Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postraras en Presencia del Señor, tu Dios.», esta acción está inspirada por la gratitud.

Este Dios Liberador es Dios-Fiel, que no abandona, que cuida y protege, que acompaña dando refugio, verdadero alcázar, en quien podemos depositar toda nuestra entrega y fiarnos a plenitud. Eso es lo que cantamos en el Salmo. El Salmo 91(90) es un salmo de peregrinación, se refiere a la llegada al Templo, posiblemente una catequesis en el Atrio para un pueblo que quizás no traía su fe muy cimentada, y donde llegaban fieles cultivados, así como gente en vía transicional, que pasaba de la idolatría a una fe depurada, a través de un proceso. Valioso reconocer en ese momento, después de haber vivido las peripecias de la peregrinación, atravesando zonas no tan seguras. Pese a todo, se ha llegado con bien, se han superado esos riesgos y, ahora, ya están prestos a postrarse bajo las alas de los Querubines que estaban esculpidos en la tapa del Arca de la Alianza, en el Propiciatorio. Este Dios que no se queda en Liberador sino está con nosotros, llegando a ser reconocido en la Nueva Alianza como Emmanuel, “Dios con nosotros”.


Para San Pablo la liturgia no es sólo el acto cultual, es principalmente la Evangelización que –a través de conductos sorprendentes- nos regala Dios. Y, a través de esa evangelización, la fe lograda. San Pablo, en la Segunda Lectura retoma el análisis litúrgico para referirse a una dialéctica de la fe: la fe no es sólo un acto intimista, sino un compromiso y testimonio manifiesto, que sube del corazón a los labios. Si tan sólo alcanzamos la fase primera, no lograremos más que la justificación o sea el perdón, sin alcanzar todavía la salvación, que es el testimonio que al declarar y reconocer a Jesús como Señor y Salvador, brota de los labios, exteriorizando lo que no podía reservarse al intimismo.

En este texto de la Carta a los Romanos se llega más allá: se avanza reconociendo que Dios no discrimina, entre judíos y griegos, el Señor es Dios de todos, cuya generosidad alcanza para cubrirnos a todos. Con esta promesa básica concluye la perícopa: “todo el que invoca el Nombre del Señor se salvará.”

«… la tentación… Con mayor frecuencia, es un asunto de poner las peticiones de Dios en stand by, mientras que se atienden otros asuntos más inmediatos. Dios se ausenta de nuestro conocimiento.»[2] En el Evangelio, Jesús viene, después del bautismo, lleno del Espíritu Santo. ¿Estar lleno del Espíritu Santo es como une especie de vacuna que impide la tentación? ¡Lo que vemos es que no! De alguna manera, podríamos entender este episodio de la vida de Jesús como sí el Espíritu estuviera conforme con ponerlo al alcance de las saetas del Malo, como si el Espíritu quisiera probarlo para aquilatarlo y darle temple. El Espíritu muestra la vulnerabilidad de Jesús, Dios-humanado, y permite que los dientes de sabueso rabioso del diablo procuren clavarse en su carne. Allí no termina el papel del Espíritu, porque le permite discernir y resistir. Muestra el lado flaco, pero –en realidad- lo sustrae, lo fortalece, lo blinda.


Hay un aspecto sorprendente en el ataque del Malo: Sus armas son Escriturísticas. El Patas ataca citando el Salmo 91(90), precisamente, el salmo que leemos este Primer Domingo de Cuaresma. ¡No nos sorprenda que el Malo se sepa toda la Escritura! Y que use y abuse de Ella para tejer sus insidias. Lo que pasa es que él se sabe perfectamente la letra, pero se queda en eso, en la superficie, no ahonda en la “música”; para el Malo la Música Bíblica escapa a sus sentidos, porque su mal está en su insensibilidad, en su incomprensión, en su cerrazón. Pobre Tonto, repite sin-ton-ni-son. ¡Ay Dios de Misericordia! ¡Guárdanos de tener una sabiduría diabólica! ¡Enséñanos, oh, Divino Maestro a penetrar en el Meollo de tus Enseñanzas!

Este episodio de las tentaciones, nos muestra un “momento oportuno” para el Malo, momento de atacar, de debilidad, de fragilidad. Jesús ha ayunado cuarenta días, está humanamente débil, allí ve el Malo un momento propicio. Con hambre ¡mostramos el cobre! , justo entonces el Diablo lo intenta; quizá no ceda a la tentación milagrera de hacer de las piedras panes; entonces se va por una segunda estrategia: tal vez se interese o se confunda y acepte los destellos del poder, le ofrece un enorme poderío, sobre todos los reinos del mundo, poder y gloria. El último ataque se dirige a las promesas del propio Dios-Padre: Él ha ofrecido prodigarnos la protección de sus ángeles; el Perverso, quiere ver sí Jesús entra en su juego, participar en juegos diabólicos es la tentación por antonomasia. Jesús lo derrota precisamente porque aunque él lo ataca con la Santa Palabra, Jesús no se deja embaucar, no se deja tentar como lo hicieron los “primeros padres”, no acepta degustar el fruto prohibido. Confía en su Padre, confía en lo que Él dice y confía que su Palabra es fiel, es eternamente fiel.


Lo tentó en los tres puntos flacos, es decir fue una tentación exhaustiva, que trato de hincar el venenosos colmillo en todos los puntos demarcados como quebradizos. Con razón dice, que las tentaciones fueron completadas. Pero ya llegará otro momento; no dice que el demonio se fue para siempre, convencido de la invulnerabilidad, sino que se retiró provisionalmente, hasta que le pareciera oportuno repetir el ataque. En otra traducción leemos: “al ver el diablo que había agotado todas las formas de tentación, se alejó de Jesús a la espera de otra oportunidad”: Lo atacó en su necesidad biológica básica, el hambre; lo atacó en cuanto lo relativo al  poderío político, ofreciéndole los reinos terrenales y la riqueza; y, lo atacó proponiéndole abusar del poder “del Templo”, el poder religioso, o sea, traficar con la esfera teologal. Pero el Espíritu le dio esa energía, esa vitalidad y claridad de conciencia que no lo llevaron a abandonar la tarea que le había sido encargada. La tentación nos llama al acomodo, al dolce far niente, a la tan promovida indolencia de los que desviaron su ruta para no pasar cerca del pobre samaritano que había sido molido a palo por sus asaltantes. «La tentación durante toda la vida de Jesús fue permitir que la misión del Padre se volviera inactiva, no hacer nada, ahorrarse a sí mismo la dificultad, asumir la vida sin problemas. ¡Qué pecado por omisión habría sido!»[3]

Y ¿qué tiene esto que ver con el culto? La actividad de Jesucristo es –en el Nuevo Testamento- la actividad litúrgica por excelencia: Jesús en el desierto, ejerce una actividad litúrgico penitencial; decíamos que viene de una actividad litúrgico bautismal, su propio bautismo, liturgia que Él –libre de todo pecado– no necesitaba, pero a la que se pliega para establecer la liturgia sacramental; pasa a esta que es una actividad litúrgica penitencial: ayuno, oración y penitencia.


Para que sea litúrgica, la acción requiere de sacerdote que presente la ofrenda, aquí no hay sacerdote. ¿Cómo que no? ¡Jesucristo es Sumo y Eterno sacerdote! Él mismo es Víctima, Altar, Sacerdote y Propiciatorio. Sacerdote-Perfecto, según el rito de Melquisedec, que es el rito del Pan y el Vino.

Y por la multiplicación de los panes, Él es el cesto lleno de panes. Para que nada falle, es Hijo de un arameo errante. Que fue a Egipto huyendo, desplazado, perseguido, y, fue liberado, pudo entonces volver del exilio y se vino a instalar en la tierra a este lado del Jordán. Esto no es pasado, es presente y muy presente, se trata de Dios que nos acompaña, que ha entrado en la historia y ha preservado una burbuja que nos acompaña y de la que no podemos ni por un instante dudar. ¡Sería ceder a la tentación! Hay un planteamiento muy consolador de Dom Helder Câmara «… como siempre, también hoy vivimos sumergidos en Dios. Dios no está frente a nosotros o a nuestro lado. Estamos sumergidos en Dios. Caminamos dentro de Dios, hablamos desde dentro de Dios. ¿Qué tentación puede, entonces, abatirnos si estamos dentro del Señor?»[4]


«Tenemos, pues, que comenzar la Cuaresma con gran valentía, listos a luchar con las armas del Evangelio. No se trata de armas convencionales como las de las potencias, ni siquiera de aquellas más tremendas de las deflagraciones atómicas: son, en cambio, las armas del espíritu, la fuerza interior del hombre que vence en la lucha contra el mal.»[5]



[1] Martini, Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1995 p. 103
[2] Michel, Casey. PLENAMENTE HUMANO PLENAMENTE DIVINO. UNA CRISTOLOGÍA INTERACTIVA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2007 p. 60
[3] Ibid. p. 61
[4] Câmara, Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae. Santander. 1985 p. 43
[5] Martini, Carlo María. Op. Cit. p. 104