miércoles, 30 de octubre de 2024

Jueves de la Trigésima Semana del tiempo Ordinario

 


Ef 6, 10-20

Si un hombre con una enfermedad huérfana viniera a nosotros y nosotros le recomendáramos, como tratamiento para su mal, que vaya a venus, recoja una roca y se la aplique sobre las zonas comprometidas de su cuerpo o que raspe un poco de ella y la mezcle con agua y la beba, pues bueno, sería una especie de tontería, porque no es nada fácil que uno pueda recoger esa muestra en venus, por lo pronto -hasta donde sabemos- no está a mano una tecnología para recoger esa muestra de la superficie venusina. (Hasta donde sabemos, la superficie de venus no está hecha de “rocas”, sino de un magma fluido…)

 

Lo que San Pablo predicaba, no era nada parecido a la recolección de muestras de la superficie venusina. En general, la enseñanza bíblica, no se trata de imposibles e inalcanzables. Puede ser que, en ciertos puntos, la Biblia nos proponga ideales y metas por las cuales debemos movernos y que nos ayudan apuntando en cierta dirección. Pero no nos dirige hacia “tonterías” inútiles e irrealizables.

 

Al ir caminando por aquí, y muy accidentalmente hemos pateado una lata marcada con el rótulo realpolitik. Al querer averigua de qué se trataba, nos hemos topado con la siguiente definición: “es la política basada principalmente en consideraciones de circunstancias y factores dados, en lugar de nociones ideológicas explícitas o premisas éticas y morales”, mejor dicho, lo que realmente se puede hacer y es que la política no permite implementar en la vida real ciertas cosas, como, por ejemplo, ir a Venus a traer una roca. O abolir la esclavitud, aunque mucho lo deseáramos y nos parezca -desde todo punto de vista- realmente deplorable que persista.

 

Como San Pablo no estaba en la real posibilidad de abolir la esclavitud, introduce unos “elementos reflexivo-cuestionantes” que lleven a madurar una nueva actitud frente a este fenómeno, a saber:

a)    El respeto mutuo

b)    La consciencia de que todos están bajo el mismo y único Señorío, el de Jesucristo.

 

Si este principio se echa a andar con honestidad y rectitud, en un breve plazo, el esclavismo habría auto-desenmascarado su rostro inhumano y, una sana moral lo habría llevado a término. Estos principios que pone San Pablo, le habrían cavado su digna tumba a una práctica indigna de los que se consideran “discípulos” de Nuestro Señor Jesucristo.

 

Claro está que para vivir el discipulado coherentemente se requiere tener “corazones compasivos”, cuyo misericordioso palpitar este por encima de la sed de enriquecimiento a costa del sufrimiento del otro.


 

En el capítulo 7º de la 1ª Carta a los Corintios leemos: “Si cuando fuiste llamado eras esclavo, no te preocupes; aunque si tienes oportunidad de conseguir tu libertad debes aprovecharla. Pues el que era esclavo cuando fue llamado a la fe ahora es un hombre libre al servicio de Dios; y de la misma manera, el que era hombre libre cuando fue llamado, ahora es esclavo de Cristo” (vv. 21s).

 

Descubrimos aquí una recomendación: procuren ante todo y como lo preferible, llegar al estado de Libertad, y salir de toda esclavitud; eso sí, haciéndonos libremente -esclavos de Nuestro Señor-, lo que no es sino una manera de decir que, acojamos lo que Dios nos da, porque la aceptación de su Santa Voluntad, nos hace libres y nos da alas para remontarnos hacia la Vida Eterna.

 

No quiere decir que nos sentemos o nos arrodillemos ahí, inconscientes y “recostados”; nos lo viene a recalcar hoy la perícopa: se nos llama a una actitud “militante”, comprometida, responsable y coherente. Como un soldado, que no se conforma con un distintivo o con un uniforme, sino que toma sus armas y se entrena y, además, se disciplina, para asumir el “combate”. Es un lenguaje parabólico, no quiere decir que nos metamos al ejército, sino que la actitud que hemos de asumir se parezca a la de un militar comprometido con el ejercicio de su oficio: debemos tomar todas las piezas de la armadura del militar de aquel entonces: el cinturón, la coraza, las sandalias, el escudo, el casco y la espada, y revestirnos.

 

Cada elemento militar de estos, tiene su análogo en la tarea de la fe y en el ejercicio del cristianismo, veamos las equivalencias: verdad, justicia, ἑτοιμασίᾳ [etoimasia] “prontitud”, estrictamente hablando “preparación, “entrenamiento” (o celo), fe, la salvación y el Espíritu.

 

Aún hay otro detalle, que recalca que lo que se pide no es volverse un “peleador”, un “fanático”, alguna clase de buscapleitos, so capa de estar luchando por la defensa de la fe; que la milicia a la que se nos convida es la milicia espiritual, que tiene mucho que ver con la oración. Por eso, dice el autor de la carta: “Siempre en oración y súplica, oren en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia y suplicando por todos los santos (bautizados). Pidan también por mí, para que cuando abra mi boca, se me conceda el don de la Palabra y anuncie con παρρησίᾳ [parresia] “valentía” (estrictamente significa “la audacia total”) el misterio del Evangelio, del que soy embajador encadenado, y παρρησιάσωμαι [parresiasomai] “tenga valor”, “con osadía”, “con denuedo”, “con arrojo” para hablar de Él como se debe”: ¡Somos soldados no bélicos sino orantes!

 

Los versos 21-24 conforman la conclusión y despedida, cuya médula es la perseverancia en una ἀφθαρσίᾳ [aftharsia] “vida incorruptible”. De esta manera se concluye nuestro estudio de esta Carta. Bendigamos al Señor que nos ha permitido llevar a cabo este encargo y que podamos perseverar -conforme nos lo indica el hagiógrafo- puros y constantes en el Espíritu.

 

Sal 143(142), 1bcd. 2. 9-10

El salvo se sigue moviendo en esta metáfora, (que casi alegoría) de la fe como milicia. Bendice a Dios, comparándolo con la trinchera, donde se haya a salvo. Más aún con la fortificación y el blindaje que lo escuda. Es un salmo de súplica. Porque cada día de la vida puede traer el presagio de un nuevo ataque, de algún nuevo bombardeo, con el que el Malévolo nos quiere exterminar. En muchas formas, cada creyente experimenta cotidianamente el mismo asalto que Jesús enfrentó en las Tentaciones. Sin olvidar que fue el Espíritu quien lo condujo a encarar la prueba, porque la prueba nos tiempla, nos acrisola.

 

San Pablo se refiera al entrenamiento, aquí el salmista agradece y bendice porque quien lo ha entrenado, su asesor de combate ha sido el Propio Dios y Él se ha encargado de dotarle las manos con pericia y hacer que sus dedos sean agiles en cada estocada. Este Entrenador que es Roca, nos reviste de rocosa Fortaleza.

 

Tres elementos sirven para explicar, en la segunda estrofa, como es Dios, en esa metáfora castrense: alcázar, baluarte, escudo. Lo compara con una fortaleza inexpugnable, con una ciudadela fortificada, con un broquel de segura protección.

Es el señor quien administra las victorias y las derrotas, por eso este salmista, que es consciente de estar en combate, alaba a Dios con cánticos, con himnos y ruega que le comparta la Victoria que les ha concedido a tantos reyes, como se lo otorgó a David, su favorito, el nombre David significa, el “amado por Dios”.

 

Este salmo penitencial muestra nuestra debilidad ante el dardo envenenado del Maligno que quiere inocularnos su ponzoña, y nuestra endeblez que el pecado original nos dejó lisiados, arrastrando con nuestra concupiscencia.

 

Lc 13, 31-35

En el capítulo 10º del Evangelio según San Juan leemos: “Por eso me ama el Padre, porque doy la vida para después recobrarla. Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y para después recobrarla. Este es el encargo que he recibido del Padre”.


 

Permítasenos desglosar puntualmente algunos puntos de estas palabras de Jesús que San Juan nos trasmite:

i)      Doy la vida para recobrarla

ii)     Nadie me la quita

iii)   La doy voluntariamente.

iv)   Tengo poder para darla y recobrarla.

v)    Este es el encargo que he recibido del Padre

 

Dios, desde el Principio, se planteó un “Plan”. Ese Plan nos lo entregó, y al pronunciarlo, se convirtió en una “Promesa”. La inquebrantabilidad de la Palabra de Dios hace que podamos contar con el cumplimiento del Plan.

 

Dios Padre y Dios-Hijo concordaron en la entrega de este Don Supremo para la Humanidad. El Don de Dios es tan Grande que al ser humano le cuesta soportarlo. No podemos entender por qué nos ama tanto. No podemos entender que se sacrifique por nosotros. Y, luego, nuestra propia dureza se niega a aceptar la Resurrección. Todo esto está fuera de nuestro alcance y eso se debe a qu son experiencias religiosas, no son datos biológicos o históricos, son eventos excepcionales: son la economía salvífica que Dios nos da por Gracia.

 

En la perícopa encontramos a los fariseos, tratando de torcer este “Proyecto Soteriológico”. Con ningún éxito. Eso es lo que significa “está escrito”. Significa que son las piezas inamovibles del Plan Salvífico de Dios. Si cualquier fariseo pudiera tronchar el Plan de Dios, tendríamos confianza en ese Dios. Porque Dios, ni su Hijo desisten, es por lo que nuestra fe se ve fortalecida.

 

Que el Plan Salvífico resista a todo asalto, es el piso de nuestra fe. A la base de la creencia están los datos de lealtad que Dios nos muestra siempre.

 

Muchas veces nos desconcertamos con los milagros y no nos caben en la mente. Queremos encontrar explicaciones “físico-químicas” para negar que Dios nos va jalonando el camino con sus “signos” para sostenernos y vigorizar nuestra fe. Así como nos da “santos” para que veamos que el camino que apunta hacia Él, no es un imposible, sino que muy a pesar de nuestra fragilidad podemos recorrerlo.

 

Hoy y mañana, tenemos expulsión de demonios y curación de muchos males.

 


Luego sobrevendrá el “tercer tiempo”, el día decisivo, la fecha del cumplimiento de todo lo prometido. En el día prometido, el tercero, se cumplirá todo cuanto se había ofrecido. Así al descolgar sobre su pecho la cabeza, en gesto mortal, pronunciará el santo y seña del cumplimiento perfecto: “Todo se ha cumplido” (Jn 19, 30).

 

En estos dos días que aún quedan, Jesús tiene que subir a Jerusalén, porque es allí, donde está simbólicamente prescrita su muerte.

 

Jesús pronuncia este dolorido ay sobre la Ciudad de la Paz, su amada ciudad, la que Él tenía destinada a la mayor honra, se ha trasformado -ella misma ha elegido ese destino- para ser tumba de los profetas asesinados. Esto no desvirtúa el Plan Soteriológico. Esto no desvía el cumplimiento de la promesa. Esta es más bien el sarcasmo en el que los humanos trasformamos la dulzura de la historia que Dios quiere escribir con nuestro aporte. Dios nos da profetas y nosotros los lapidamos. Dios nos prodiga su personal Amistad, y nosotros lo matamos: ¡Qué ironía!

 

La lucha de los cristianos consistía y consiste no en el uso de la violencia, sino en el hecho de que ellos estaban y están todavía dispuestos a sufrir por el bien, por Dios. Consiste en que los cristianos, como buenos ciudadanos, respetan el derecho y hacen lo que es justo y bueno. Consiste en que rechazan lo que en los ordenamientos jurídicos vigentes no es derecho, sino injusticia. La lucha de los mártires consistía en su “no” concreto a la injusticia: rechazando la participación en el culto idolátrico, en la adoración del emperador, no aceptaban doblegarse a la falsedad, a adorar personas humanas y su poder. (Benedicto XVI)

 

Jesús, no por rencor, no por ira, ve nítido el devenir que le aguarda a Jerusalén. Jerusalén, la casa, (casa porque es la Ciudad del Templo, será arrasada. Quedará en ruinas). Y el templo será borrado del mapa para convertirse en lugar de culto a Alá: la Cúpula de la Roca y la mezquita de Al Aqsa: la explanada de las Mezquitas. Jesús dice a los fariseos: “Miren su casa será abandonada”. Abandonada, porque Dios se ausentará del Templo y ya no habitará más con ellos.

 

Las legiones romanas bajo las órdenes de Tito conquistaron y destruyeron la mayor parte de Jerusalén y el Segundo Templo: Sólo quedan de él las ruinas que hoy se conocen como “Muro de las lamentaciones”. En ese muro resuena el Ay de Jesús: “Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no han querido.

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