sábado, 26 de febrero de 2022

TODAS NUESTRAS FUERZAS PUESTAS EN ADORARLE



Sir 27,5-8; Sal 92(91), 2-3. 13-14. 15-16; 1 Cor 15,54-58; Lc 6,39-45

 

Aquel que aun pretende vencer a alguien no puede -y esa es una de las verdades básicas a las que se refiere el evangelio- hacer nada por la paz. Quien todavía quiere tener la razón, no puede hacer nada más por la verdad, puesto que la verdad siempre es mayor que el conocimiento de un hombre cualquiera. Y quien todavía persigue el poder, no despierta ninguna confianza.

Jörg Zink

 

No podemos desgastar nuestras energías -más bien escasas- en rencores, en vivir preocupados por la chismografía y la crítica cizañera, en afanarnos y multiplicar nuestros desvelos por las flaquezas de nuestros hermanos. El Domingo pasado hablábamos del Amor, del amor a la manera Divina, de la cúspide del Amor, del Perdón, el supremo Don, la semilla prodigiosa que Dios ha plantado en nuestro pecho. Hoy hablaremos de la empatía, de la ternura, de la necesidad urgente de un corazón dulcificado -no melifluo- de la capacidad de ser indulgentes, comprensivos con las fragilidades de nuestros prójimos, para poder vivir la fraternidad de ser todos hijos de Dios: Vamos a pivotar en torno a la dialéctica liturgia-indulgencia. En este Domingo VIII Ordinario, concluiremos este primer tramo del Tiempo Ordinario. El próximo Domingo ya estaremos en Cuaresma. Detengámonos a contemplar nuestra petición en la oración Colecta de este Domingo: “Concédenos, Señor, que el mundo progrese según tu designio de paz para nosotros, y que tu Iglesia se alegre en su confiada entrega”. Es decir, que se haga Su Divina Voluntad -conscientes que su Voluntad es que logremos convivir en armonioso entendimiento con todos los seres humanos y con todas las criaturas que Él nos ha puesto como contexto. Todos los bautizados vivirán en una dicha paradisiaca si asumen que ese designio de fraternidad armoniosa es Su Designio para nuestro ser, y gozaremos la bienaventuranza de empeñarnos en fiel obediencia.

 


Luego, pasamos hoy a saborear el sentido de nuestra liturgia: ¿A quién exaltar, a quién loar? ¿quién merece nuestros cánticos y los mejores sones de nuestro laúd y de nuestra arpa-de-diez-cuerdas? La respuesta nos la ofrece el Salmo hímnico: Toda nuestra alabanza, toda honra y toda dignificación para Quien se distingue por estar adornado con חֵסֵד el Amor-Misericordioso y אֱמוּנָה la más firme fidelidad. Estos son los rasgos con los que el Salmo abre “definiendo” a Dios. Ese Dios que nos revela el Salmo, nos señala la ruta para llegar a la categoría de צַדִיק “justo”. La propuesta que subyace en el Salmo 92(91) y que viene a actualizarse como propuesta para el hoy de nuestra vida. La persona que alcanza en su edificación estos atributos será llamado “justo” por nadie más que el Mismísimo Dios. Este concepto se presenta con frecuencia en el Primer Testamento ha llegado a ser un poco extraño a nuestro lenguaje vigente, quizás hoy se usa más para referirnos a él, la palabra “Santo”. Redondeando, “santo” es quien procura ser misericordioso y fiel como el Padre es Misericordioso y Fiel. De esta manera, en la línea de fuerza de estos dos Valores, se direcciona la vida y –especialmente- el deber-ser del ser humano. Dios creo al hombre e hizo esencial a su ser la comunicación, lo creó a su Imagen y Semejanza lo hizo ser-que-comunica porque Dios es un ser que comunica y se comunica; Dios es Comunicación y es Comunicación de Amor y Misericordia, o mejor aún de Amor-Misericordioso.

 

Aún insistamos en esta propuesta de vida, de crecimiento en la fe. Miremos con detenimiento cómo “premia” Dios al justo. Ante todo, crece como una palmera, se alza como un cedro del Líbano, (retornando a los temas del Salmo 1)- sembrado en la Casa del Señor, en los חָצֵר atrios de Dios, la palabra hebrea alude a su Palacio, su Basílica o Domicilio, su Corte, enfocando hacia los que lo acompañan permanentemente. ¿Cómo acompañar permanentemente a Dios? siguiendo a su Hijo, Quien nos invita a seguirle, y eso es lo que se ha recalcado en lo que va corrido de esta primera parte del año litúrgico: llamado y permanencia en el discipulado. Él ha venido a manifestarse y su manifestación se hizo llamada y su llamada es compromiso de “fidelidad”, de “firmeza inconmovible” como se llama en la Primera Carta a los Corintios en la perícopa que leemos este Domingo, como Segunda Lectura, donde también se nos da otra ubérrima indicación, que no basta “mantenerse” sino que hay otro paso a dar cada vez, “progresar siempre en la obra del Señor”.

 


Papa Francisco, en la Gaudete et Exsultate, cita a León Bloy: “existe una sola tristeza, la de no ser santos”. Y, en el numeral 32 nos dice: “No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser. Depender de él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad.” Y tiene mucha razón porque se nos ha repetido que la santidad es lúgubre y aburrida. Una de las engañifas propias del Malo es la de susurrarnos que sólo en el pecado encontraremos dicha y gozo, porque el santo tiene que abstenerse de todo eso. Pero ese “todo” del que se abstiene el santo, es nada; en cambio, aquello de lo que no se priva, es el todo, el verdadero todo. Nadie es más feliz que el santo y el santo –simplemente- es el que se mantiene fiel a la Voluntad de Dios. Por eso el que permanece y progresa en fidelidad a Dios, vive sumido en la dicha total y real.

 

En el salmo leemos que: “Tus acciones Señor, son mi alegría, y mi júbilo, las obras de tus manos”, sin embargo, eso no les es dado a todos comprenderlo, “El ignorante no lo entiende ni el necio se da cuenta.”

 

La palabra es uno de los elementos constitutivos del ser humano, aunque se ha hecho frecuente verla con desdén frente a la acción. Pero la palabra no es meramente verbalidad, la palabra -téngase muy en cuenta- también es acción. Todavía hay más, la palabra tiende un puente entre el espíritu y la “carne”, para dar unidad a la persona humana. De no ser por la palabra -aún por la no pronunciada sino solamente dicha en la mente- esas dos dimensiones de la humanidad estarían escindidas. La palabra, acercando estas dos esferas, trasciende nuestra materialidad y espiritualiza nuestra materia. En la Primera Lectura, se rescata el valor de la palabra, se la dignifica, señalando como es análoga al fruto de un árbol. La palabra ha generado la dimensión humana, el ámbito donde se desenvuelven nuestras relaciones de existencia: la comunicación, la solidaridad, la fraternidad, la unión, la afectividad y en la cúspide, el Amor, la esperanza y la Fe. Todo ese plano de la criatura humana es llamado, en el Eclesiástico, la cultura. El hombre exhibe su verdadera interioridad con el lenguaje. El lenguaje, es llamado en el Eclesiástico, “el horno que prueba al hombre”. Además, el habla no cesa en la intercomunicación humana sino que se expende y se trasciende en la comunicación con Dios, haciendo de ella facultad de comunicarse con Dios de entenderle y poderle responder. Esa respuesta puede ser alabanza, glorificación, oración. O, puede ser cerrazón o –inclusive- indiferencia. «…palabras que subvierten la mentalidad de este mundo que nos habitúa a mirar la paja en el ojo ajeno y al olvidar la viga que tenemos en el nuestro. Esta actitud no sólo nos vuelve ciegos, sino que además nos conduce inexorablemente a la fosa de la división y de la violencia.»[1]

 


En el Evangelio se expresará de otra manera cuando concluye la perícopa diciendo: “de lo que reboza el corazón, habla la boca” es cierto que podemos comparar el corazón con un granero, una bodega cuyas existencias son los abarrotes que se hayan acumulado. Al abrirla ¿adivinen qué hallaremos en ella? Por supuesto, oíd a quienquiera su discurrir, y tendréis excelente radiografía de su corazón, “… la persona es probada en su conversación. El fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona.” A todas estas, un dilecto amigo suele decir: “Un amigo es quien te habla de Dios”, y es grato y armonioso sonido para mis sentidos, pensar que verdaderamente un amigo es -quien al abrir su despensa- se halla más que llena, abarrotada, pletórica, repleta con el Amor de Dios, con el Amor-Misericordia. La amistad es el Amor Divino que se comparte, es la comunicación de Dios. Completemos el silogismo infiriendo que hemos de permitirle a Dios llenarnos el corazón, para poderlo comunicar. Ese es el Santo, el que vive lleno de Dios y lo puede dar. Concluyamos este razonamiento volviendo sobre la cita de León Bloy: “existe una sola tristeza, la de no ser santos”.

 

Ese vacío de Luz, esa oscuridad de muerte, habita al ciego, que no ha podido ver la Luz. Si está vacío de Luz, cuando deje ver el interior de su corazón, ¿qué podremos hallar allí?: ¡tiniebla y más tiniebla! ¿Cómo podría este ciego dejar escapar de sí algo distinto a su propia oscuridad? El ciego de la vista puede ser totalmente víctima de su ceguera, pero el ciego del corazón es reo de su desgracia: él la ha elegido y fraguado. No puede aconsejar, está seco. Dará sólo frutos de muerte y tiniebla. Al saborear su producto será amargo. Su ojo ha sido cegado arrancándolo de cuajo y sembrando en su lugar una “viga” que impedirá la regeneración de cualquier célula ocular.

 

No hay luz que venga de la oscuridad así como no puede haber oscuridad que provenga de la luz. La Luz verdadera no hace más que hacer más visible cualquier obstáculo. Como un “faro” señalará las zonas de alto riesgo y te prevendrá de dar pie allí donde las rocas y los obstáculos te lastimarían. Y hay una Luz más clara que cualquiera otra. Él mismo lo dijo: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida”.


 

Es descorazonador pensar que por llevar la idea nos entreguemos en cuerpo y alma a las tinieblas. Ni siquiera con razones meramente significativas. Huelgan las razones en un mundo donde no solo se desconfía de las palabras sino que se recela profundamente de la razón. Y no porque la razón nos haya defraudado sino porque no hemos sido capaces de la coherencia. Coherencia implica fidelidad, implica compromiso, exige avanzar con la mirada puesta en la Luz, en su Fuente. Nuestro faro propio es la fe, pero si la dejamos pasar, si cerramos los ojos a su paso, si sólo tenemos visión para los defectos y los errores… Haciendo pasar el billete falso de la “criticonería” por moneda legal de “pensamiento crítico”, nos empeñamos en achacar las responsabilidades y evadir las propias. Tiene la culpa el estado, los gobiernos, los particos políticos, los despachos oficiales y las oficinas privadas, tienen la culpa la Iglesia, el Vaticano, la diócesis, el arciprestazgo, la Parroquia, el cura, y así sucesivamente…

 

Viene a la mente un pensamiento de Carlos Vallés, sacerdote jesuita español: «… no quiero discutir con nadie. Sólo quiero vivir la integridad de la felicidad que hoy me das y dejar que los demás vean lo auténtico de mi alegría. Mi único testigo es mi buen humor; mi mensajero es mi satisfacción personal.»[2] esta es una propuesta de paz, hallar la paz en el corazón, evitar detonaciones agresivas frente al pensamiento diferente. No hay que hacerle la guerra a nadie. Lo que hay que hacer es ratificar nuestra gratitud con Dios y en eso se reflejará gratitud y alegría, también alegría agradecida. Ese será mi testimonio. ¡Pieza maestra de la nueva evangelización!

 

Miremos el #103 de la Gaudete et Exsultate: “Nosotros también, en el contexto actual, estamos llamados a vivir el camino de iluminación espiritual que nos presentaba el profeta Isaías cuando se preguntaba qué es lo que agrada a Dios: «Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora» (58,7-8).”

 


El Evangelio es claro y prístino: "¿Cómo es que miras la paja que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: "Hermano, deja que saque la paja que hay en tu ojo", no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la paja que hay en el ojo de tu hermano." Enjuiciar al hermano es un verdadero boomerang, sólo que retorna con brío centuplicado. Entonces, no discutas con nadie, no polemices, aquilata tu buenaventura, regocíjate mejor en la superación de tus falencias, ten ojo agudo con tus propias faltas y se indulgente con las ajenas. Deja brotar de tu corazón misericordioso, argumentos eximidores, mitigantes de sus debilidades. No para tejer complicidades ni para llamar virtud a lo que de suyo es vicio, sino para prodigar una acogida misericordiosa a quien, probablemente tiene escasos recursos para enfrentar el pecado y sólo descubriendo la Infinita capacidad del Perdón de Dios, podrá levantarse.  Y, en nuestros pequeños perdones, se transparenta la esperanza de hallar a Alguien que pueda perdonar lo que –quizás en perspectiva- parece imperdonable.

 

Volvamos por un instante a la Primera Lectura. Allí, en el Eclesiástico se nos alude a la gratitud y también al Culto. Dios nos ha dado labios, paladar, lengua y cuerdas vocales: ya eso amerita gratitud, la voz y la palabra son dones tan descomunales que no nos queda de otra, elevar nuestro corazón lleno de gratitud. Señor, porque has obrado maravillas. Y, cuando participo de la Eucaristía, no puedo dejar de vincular mi ser al culto, haciendo lo que me corresponde como laico, poner mi voz y mi lengua al servicio de la adoración, aprender las fórmulas litúrgicas que a nosotros como pueblo de Dios nos compete contestar. Participar de la Eucaristía ese es nuestro rol: Adorar, loar, glorificar, tañer el arpa de diez cuerdas. Quisiéramos cerrar con las palabas de la Antífona de Comunión: “Cantaré al Señor por el bien que me ha hecho, cantaré el Nombre del Dios Altísimo.”

 

 

 

 



[1] Paglia Vincenzo. UNA CASA RICA EN MISSERICORDIA. EL EVANGELIO DE LUCAS EN FAMILIA. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia 2016. p.48

[2] Vallés, Carlos G. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae  Santander-España 1989 p. 178.

sábado, 19 de febrero de 2022

ASCESIS HACIA EL AMOR CELESTIAL



1Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23; sal 103(102), 1-2. 3-4. 8 y 10. 12-13; 1Cor 15, 45-49; Lc 6, 27-38

 

… el cristiano sabe que él mismo es un producto de la magnanimidad divina. Y todo hombre lo es también, por lo que no tengo necesidad de demostrarle que soy más magnánimo que él, sino que simplemente le recuerdo con mi acción que todos nos debemos a la magnanimidad divina.

Hans Urs von Balthasar

 

Si amar es como engendrar un hijo, perdonar es como resucitar a un muerto.

Silvano Fausti


 

Venimos navegando en un río de Luz, Dios va iluminando nuestra existencia y –conforme lo que hemos visto- Dios nos dio como contexto existencial la Libertad, que podemos comprender como un gran bien, un tesoro de inapreciable valor, a la vez que un referente en el cual el ser humano puede construirse, puede desarrollar sus “potencialidades” y –en ese hilo de ideas- potenciar los dones recibidos para poderse poner de pie ante el Rostro Luminoso de Dios con bienaventurado balance: ¡la Vida tiene sentido, la Vida es un don que no se retira, la hemos recibido para que sea nuestra, para conservarla! ¡Dios no quiere esclavos! Ahora bien, la palabra Libertad se puede cargar de muy diversas connotaciones y, de hecho, sucede que se la aplica subrayando algunas de ellas, pero tendríamos que procurar entenderla con mayor precisión y no, de pronto, conformarnos con una oscurecida y reducida definición, y que, en vez de acercarnos a la Luz de Dios, nos aleja de Ella. Entre las más menesterosas versiones está aquella de “poder hacer lo que se nos viene en gana”, otra –muy cercana en sus escases de miras- es aquella que reza “aprovechar las oportunidades que se nos presentan en la vida”. Realmente cualquiera de estas versiones no parecen provenir de la Luz, y más bien parecen conducirnos de cabeza contra un peñasco.

 


Parecería que en el relato bíblico que nos trae la Primera Lectura, el personaje Abisai, usa una lógica que podríamos denominar “oportunista”: cree reconocer en la situación, que la Providencia Divina (precisamente el nombre Abisai significa Dios Padre existe) les ha entregado en “bandeja de plata” la cabeza de Saúl, y de esa manera concita a David para que, sin mediar reflexión ni reparo alguno- cobre su vida. Y, sin embargo, David (el Elegido de Dios, el amado) recuerda y actualiza –de inmediato- que Saúl es un “Ungido de Dios”, lo cual hace que David le respete la vida; a su vez, David –por esa actuación leal- será honrado por Dios. Notemos que la indefensión de Saúl es grande, porque Abner (Linterna para el Camino, es el significado de este nombre) y todo su ejército “escolta” estaba sumido en profundo letargo y no lograron detectar la presencia “enemiga” de David y Abisai que se infiltraron de noche entre sus filas. El regalo providente es la profundidad de su sueño, no la vida de Saúl, que Dios detenta como Dueño Legítimo, como lo es de toda vida.


 

Lo más interesante –nos parece- es la ética de David, quien no ve, solamente la situación de indefensión y la vulnerabilidad del “enemigo”, no se queda en la oportunidad sino que la interpreta y discierne en ella y antepone la óptica de Dios a la suya propia –y resaltamos la expresión “enemigo” porque en esta Liturgia es central el tema del “amor al enemigo” como nos lo enseñará Jesús, en el Evangelio-, mostrado como el amor que es esencial, el que de verdad refleja nuestro discipulado, el amor que sobrepasa el oportunismo y es capaz de perdonar. (No dejamos de observar que este amor -de David- está dirigido a Dios, que puso su mirada en Saúl para constituirlo “Ungido”. Es lo que respeta David -el Amado).

 

Sean misericordiosos como su Padre

Jesús propone a sus discípulos de todos los tiempos, también a nosotros hoy, a pesar de nuestra pequeñez, un ideal tan alto como el cielo: Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No es una exhortación moral, sino un estilo de vida.

Vincenzo Paglia

 

La condición de discípulo y además de Apóstol viene a lograrse por una metanoia, una conversión que nos explicará la Primera Carta a los Corintios en la perícopa que leemos este Domingo (VII Ordinario del ciclo C), de la situación de simple χοϊκοῦ “hombre terrenal” (o sea, hecho de polvo), a la condición de Hombre Nuevo, la heredad que nos trasmite Jesús, la de ser ἐπουρανίου “hombres Celestiales” (del ámbito ουράνιος Celestial). Esto es definitivo, de alguna manera se podría interpretar el derrotero del discipulado, el proceso de cristificación, como una “transformación” de lo puramente biológico-material a lo trascendente-espiritual. Ese proceso es –mucho más que humano, no depende de la propia voluntad, ni la voluntad más tesonera podría -por sus propias fuerzas- “levantarnos” hasta esas alturas. Sólo el Amor-Misericordia de Dios puede “salvarnos”, el Amor-Ágape es nuestro único recurso-esperanza para poder enderezarnos. Roguemos y agradezcamos con intensidad y perseverancia para que Dios nos ayude con su Gracia y su Poder. ¡Señor, asístenos para caminar en pos tuya!


Nos ocupa, por otra parte, el Salmo 102(103) que pertenece a una clase que llamamos Salmos Eucarísticos, precisamente porque son “acciones de gracias” por todo el Amor que Dios nos da, por todos los beneficios que nos prodiga: Nos perdona, nos cura, nos rescata, nos provee con abundante gracia y ternura. Hay aquí, como culmen de la perícopa, una formulación proclamada, que será medular en el conocimiento que Jesús nos revela de Dios, que ¡Dios es Padre!: “Así como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles”. No es sólo que Dios Padre ve a Jesús como su Hijo, sino que Dios tiene ternura paternal por todos. Dios siente esta ternura, aun a sabiendas de nuestro origen del polvo, reconociendo que Él nos hizo de polvo, que somos frágiles, tiene Misericordia, e infunde en nosotros -junto con el soplo de vida- la dignidad, valga decir, la fabulosa potencialidad del Ascenso. Ese sublime Ascenso también es don de Dios, también es Gracia, también nos lo demuestra Jesús en su propia terrenalidad, toma su Trono, y con el Trono a cuestas “sube” hasta el Gólgota, y nos muestra que ¡es posible! Posible, despojándose de su Divinidad.

 

Por eso aquí va el Salmo Eucarístico: gracias a Dios por ese Amor que brota –como el amor materno- de las entrañas, del mismísimo “útero” (vientre materno) de Dios Padre-Madre, lo que llevo a André Chouraqui a referirse a él como un amor matricial. Nuestra fragilidad se granjea como rasgo que seduce ese Amor-infinitamente-desinteresado de Dios, que no necesita nada de nosotros, pero se complace en nuestro bien y se da, se entrega.

 


«El material de la catequesis bautismal acerca de la misericordia, que se desarrolla en los versículos 27-38, viene de la tradición de la Iglesia primitiva.»[1]Para adentrarnos en el Evangelio podríamos segmentarlo en cinco partes:

1.    Amen a sus enemigos

2.    Traten a los demás como querrían que los traten a ustedes

3.    ¿Qué mérito hay en hacer los fácil, lo que todos hacen, lo que es natural, lo “terrenal”?

4.    El Padre es Misericordioso, la meta por alcanzar es serlo también nosotros. Asumamos lo que nos compete por ser sus hijos.

5.    Recibiremos en la misma medida en que seamos capaces de dar.

 

Pero al mezclar las dosis convenientes de estos cinco elementos vamos a obtener que –en nuestro caso personal-individual, y como miembros que somos del Cuerpo de Cristo, valga reiterarlo, como miembros de la Comunidad, del organismo de la Iglesia, nos corresponde, nos hace corresponsables de poder dejar brotar desde el “útero” de cada uno de los fieles discípulos, el Amor-matricial: Amor-ágape.

 


Por el contrario, «…el amor de intercambio es típico de los pecadores. Amar a uno que me ama y porque me ama, significa que no lo amo sino me ama… este tipo de amor es pecaminoso y destinado al fracaso… tiene las características contrarias a las que se describen en 1Co 13: es siempre interesado, inconstante y tendiente a la ira, se apropia de todos los bienes del otro y descarga todos los males sobre él… rechaza al otro y sus necesidades. Es eros el brazo derecho de thanatos (muerte), lo contrario del ágape que da libertad y vida. Como es comercio y búsqueda de sí mismo, no hace feliz a quien lo da ni a quien lo recibe. Dura mientras hay cómo despojar al otro; cesa cuando ya el otro no tiene nada que dar… Hacer el bien a quien nos hace el bien, y porque nos lo hace, no es amor. ¡Es desendeudarse!... Hacer el bien a quienes nos hacen el bien es un principio inmovilizante, que impide la iniciativa: ninguno se movería primero… Del bien queda sólo el envoltorio: dentro hay chantaje, rapiña y muerte.»[2]

 

Perdonen y serán perdonados

Jesús… pronuncia palabras que nadie había pronunciado jamás… sólo en estas palabras el mundo puede encontrar su salvación y la fuerza para detener las guerras, construir la paz y fomentar la convivencia entre los pueblos.

Vincenzo Paglia

 

¿Cómo se cohesionan esos cinco componentes, y como se aglutinan en el Amor-Misericordioso? Por medio de una capacidad de actualización que tiene la fe. No se trata de recordar, porque el recuerdo tiene por esencia la clara comprensión de “lo pretérito”; se trata de una memoria cuya fuerza está en la actualización. Es una clase muy especial de evocación en la cual, lo central no está en entender su rasgo histórico, sino que, lo que se vuelve básico son dos aspectos:

·         Se hizo por mí, cuando sucedió se tuvo en cuenta mi existencia y que su fruto sería para mí alimento, que sus consecuencias me tocarían

·         De qué manera yo, no soy paciente-pasivo, sino agente-activo.


 

Es como viajar en “el túnel del tiempo” para poder asumir y asumirme como con-structor y participar en lo que de otra manera me resultaría extraño y extrañante.

 

Si Dios toma mis culpas sobre sí, si Dios perdona, la consecuencia es que soy perdonado y –por tanto- también yo puedo perdonar hasta lo que me sonaba imperdonable. La voluntad de Dios que no consiste en hundirnos sino en rescatarnos, esa Voluntad que llamamos misericordiosa, puede ser la nuestra si podemos despegarnos de nuestra terrenalidad excluyente y, en cambio, alcanzamos –esmerándonos en ello- nuestro ser-Celestial. Único requisito y condición, cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne: «El cielo entero es mío, porque es tuyo en primer término, y ahora me lo das a mí en mi vuelo. Mi juventud surge en mis venas mientras oteo el mundo con serena alegría y recatado orgullo. ¡Qué grande eres, Señor, que has creado todo esto y a mí con ello! Te bendigo para siempre con todo el agradecimiento de mi alma.»[3]

 


Al elevar esta voz de agradecimiento no se puede olvidar el llamado a zambullirnos en la profundidad del Mandamiento del Amor. Venimos repitiendo en todas las tonalidades y con las más diversas palabras que el Amor Ágape es un don. Y, acabamos de agradecer ese don. No obstante, la liturgia de hoy avanza otro paso, entra a hablarnos del Súper-Don, este Don que está –por así decirlo, por encima de todos los dones y carismas, es el “Don de todos los Dones”, es el per-dón.

 

«La venganza no engendra justicia

y el odio no engendra amor.

 

La violencia no engendra paz

y el egoísmo no engendra amistad.

 

Si quiero que cambie el rostro del mundo,

no puedo seguir yo con los mismos rasgos.

 

Si quiero, Señor,

que mi ciudad sea vivible,

tengo que cambiar sus piedras

que saben de ley antigua

pero no encajan con tu evangelio,

aunque por esto se me ubique

entre los pasados de moda.»[4]

 


Entremos en el aprendizaje de ser hijos en el Hijo, de ser “lentos a la ira y ricos en clemencia”: Decíamos arriba, refiriéndonos a la Primera Lectura, que el “enemigo” tenía un papel fundamental en el contexto trasversal de la Liturgia de la Palabra de este Domingo. Nos va a decir sobre la esencia del cristiano y del cristianismo. El amor que Dios nos ha dado, que ha depositado en nuestras manos y en nuestro corazón -que es a imagen y semejanza suya- es el amor que es capaz de volverse súper-don, que no reclama nada y no pide nada a cambio. Que pasa por nosotros sin venir de nosotros y del cual podemos ser cristal-transparente.



[1] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed San Pablo Bogotá-Colombia 3ª ed. 2014 p. 197

[2] Ibid p. 180

[3] Vallés, Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO.ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae. Santander-España 1989 p. 198

[4] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN. Ciclo C-Tomo III Comunicaciones sin fronteras. Bogotá Colombia p. 61

sábado, 12 de febrero de 2022

A ELEGIR ENTRE DICHA O INFORTUNIO

 


Jr 17, 5-8; Sal 1, 1-4.6; 1Cor 15, 12.16-20; Lc 6,17.20-26

 

Él anuncia a los pobres, a los hambrientos, a los abandonados y sedientos de justicia que Dios ha elegido estar a su lado… Ellos que hasta ahora han estado excluidos de la vida, serán los privilegiados, los preferidos del Señor… a nosotros los creyentes nos corresponde el importantísimo y fascinante cometido de hacerles sentir el amor privilegiado de Dios.

Vincenzo Paglia

 

Tomemos como umbral de acceso la Oración Colecta: “Oh Dios, que prometiste habitar en los corazones rectos y sinceros: concédenos, por tu gracia, vivir de tal manera que te dignes permanecer siempre en nosotros.”

 

Toda la Liturgia de la Palabra de este Domingo está atravesada por el eje de la bienaventuranza y la malaventuranza. Enunciadas como dicha prometida, como felicitación, como alegría por venir, como regocijo escatológico; o, de la otra parte, como ¡ay!, como maldición, como desgracia, como desdicha. Detrás de ello está la libertad que Dios ha entregado al hombre, su facultad decisoria, su albedrío. El discípulo está abocado a una toma de posición, a una toma de partido, y no se nos ocultan las consecuencias de nuestra opción. «La pregunta moral, a la que responde Cristo, no puede prescindir del problema de la libertad, es más, lo considera central, porque no existe moral sin libertad: “El hombre puede convertirse al bien sólo en la libertad». Pero, ¿qué libertad? El Concilio —frente a aquellos contemporáneos nuestros que “tanto defienden” la libertad y que la “buscan ardientemente”, pero que “a menudo la cultivan de mala manera, como si fuera lícito todo con tal de que guste, incluso el mal”—, presenta la verdadera libertad: “La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Pues quiso Dios "dejar al hombre en manos de su propia decisión" (cf. Si 15, 14), de modo que busque sin coacciones a su Creador y, adhiriéndose a él, llegue libremente a la plena y feliz perfección”. Si existe el derecho de ser respetados en el propio camino de búsqueda de la verdad, existe aún antes la obligación moral, grave para cada uno, de buscar la verdad y de seguirla una vez conocida. En este sentido el cardenal J. H. Newman, gran defensor de los derechos de la conciencia, afirmaba con decisión: “La conciencia tiene unos derechos porque tiene unos deberes”.

 

Algunas tendencias de la teología moral actual, bajo el influjo de las corrientes subjetivistas e individualistas a que acabamos de aludir, interpretan de manera nueva la relación de la libertad con la ley moral, con la naturaleza humana y con la conciencia, y proponen criterios innovadores de valoración moral de los actos. Se trata de tendencias que, aun en su diversidad, coinciden en el hecho de debilitar o incluso negar la dependencia de la libertad con respecto a la verdad.

 


Si queremos hacer un discernimiento crítico de estas tendencias —capaz de reconocer cuanto hay en ellas de legítimo, útil y valioso y de indicar, al mismo tiempo, sus ambigüedades, peligros y errores—, debemos examinarlas teniendo en cuenta que la libertad depende fundamentalmente de la verdad. Dependencia que ha sido expresada de manera límpida y autorizada por las palabras de Cristo: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 32).»[1]

 

El Salmo 1 nos plantea –frente a la encrucijada de la vida- el dilema fundamental, la disyuntiva primordial entre la “justicia” y la impiedad. Este es un Salmo del ritual de la Alianza que era una clase de liturgia que –al principio- se celebraba esporádicamente como respuesta a una situación concreta, en momentos “álgidos” de la historia del pueblo de Israel, luego se empezó a celebrar cada siete años y, con el correr del tiempo se incorporó como un momento en la celebración anual de la fiesta de las “enramadas”. «La Alianza, recordada y renovada por los profetas, es una categoría interpretativa que arranca el gesto de Jesús de la trama de las simples relaciones de dedición entre los hombres y nos lo presenta como el signo supremo de la dedición de Dios en su Hijo, el signo del amor terreno y fiel con el que Dios alimenta, sana, libera, perdona y construye a su pueblo» [2].


 

«En la época de la Biblia, como hoy, había diversos tipos de contratos. Estamos bastante bien informados sobre este punto desde que se han descubierto los modelos de contrato hititas establecidos entre un soberano y sus vasallos. Los textos de alianza en la Biblia se inspiran en estos modelos… no se trata de un contrato entre partes iguales. La iniciativa viene de Dios: es Él quien “hace salir a Israel del país de Egipto”. Subrayo esta expresión porque es la fórmula que se repite como un estribillo para exaltar la iniciativa de Dios que precede a la respuesta del hombre y le da un sentido. En definitiva, lo primero en la alianza es la revelación de Dios… El compromiso de Dios pide la respuesta del hombre. El espacio en que encuentra su sitio esta respuesta es la ley…. La palabra “alianza” hace pensar en la palabra “ligar” (la palabra “ley” viene del latín lex, que quiere decir “poner en relación”, “ligar”, “vincular”)… No se trata por consiguiente de un concepto estrecho y legalista, sino de la fidelidad del pueblo… Dios se forma un pueblo liberándolo de la esclavitud; pero este acto liberador de Dios exige que el pueblo entre al servicio de Dios… La otra parte que firma la alianza es la comunidad y no en primer lugar el individuo… el contratante con Dios es un pueblo, una comunidad.»[3]

 

En este caso ¿cuál es la respuesta que se espera de nosotros? Está dada en la antífona. “Dichoso el que pone su confianza en el Señor”. “Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal”. «En nuestro mundo moderno, estamos tentados a decir que este salmo es irreal, demasiado bello para ser verdadero. Vemos en efecto, santos que fracasan y malvados que prosperan… Ahora bien, hay que escuchar esta afirmación paradójica, y comprenderla en el nivel de la fe, y no en el nivel de los éxitos materiales inmediatos. Pascal, al finalizar su famoso “Apuestas sobre Dios” nos da la clave del problema… diciendo que el justo es profundamente “dichoso”, aun si es probado dolorosamente en la vida, “¿qué perdéis escogiendo a Dios? ¿qué mal os alcanzará si estáis a su lado? Seréis fieles, honestos, humildes, agradecidos, bienhechores, amigos sinceros, veraces. En realidad, no estaréis en medio de placeres apestosos, en la gloria, en las delicias; pero tendréis otra clase de placeres. Os digo que ganaréis en esta vida y que cada paso que avancéis por este camino, veréis con certeza la ganancia, y la nada de aquello que arriesgáis; conoceréis finalmente que habéis apostado por una cosa cierta, infinita, por la cual no habéis dado nada” (Pensamientos de Pascal, Número 343)… Es evidente que el hombre es nada sin Dios… estamos lejos de una comprensión mezquina de la palabra “éxito”,… Se trata de algo muy distinto de lo que comúnmente se llama “retribución temporal”: La dicha, el éxito, el de los pobres, de los “anawin”… ¡Bienaventurados los pobres! ¡No se les promete dinero! Se les promete la dicha, y el éxito de su vida en Dios.»[4]

 

«La gente habla de sus vidas sin rumbo, de su falta de dirección, de seguridad, de certeza, de su sentirse a la deriva en un viaje que no sabe de dónde viene ni a dónde va, del vacío en su vida, de las sombras de la nada… Mucha gente es en verdad “paja que arrebata el viento”, colgados tristemente de los caprichos de la brisa, de las exigencias de una sociedad competitiva, de las tormentas de sus propios deseos… Tal es la enfermedad del hombre moderno y, según aprendo en tu Palabra, Señor, era también la enfermedad del hombre en la antigüedad cuando se escribió el primer Salmo. También aprendo allí el remedio que es tu palabra, tu voluntad, tu ley… Tú me haces sentirme como “un árbol plantado al borde de las aguas”. Siento la corriente de tu gracia que me riega el alma y el cuerpo, hace florecer mi capacidad de pensar y de amar y convierte mis deseos en fruto cuando llega la estación y el sol de tu presencia bendice los campos que tú mismo has sembrado.»[5]

 

«Después de haber leído y releído el salmo preguntémonos que es lo que se dice sobre el hombre, cuál es la premisa antropológica a todo el salterio: quién es exactamente este hombre a quien se le dice justo, quién es este hombre a quien se le dice impío. Notemos que este discurso antropológico sobre el hombre se distingue de cualquier discurso puramente evolutivo. Es un discurso dramático, porque es el discurso del hombre que del bien evoluciona hacia lo mejor; es una contraposición, una elección, un discurso profundamente ético-moral. El hombre sigue un camino o sigue otro; continuamente está ante decisiones serias que tienen consecuencias dramáticas para él, para su vida y para la vida del mundo. La aventura humana no pasa de una experiencia a otra: es una aventura que va de una decisión a otra, y toda decisión compromete el futuro del hombre. Este salmo está lleno de un sentido dramático de la existencia humana, que es una elección. Una elección que puede ser equivocada, y equivocada definitivamente; una elección en la que el hombre se pone en juego a sí mismo, su porvenir, su mismo ser como hombre. El hombre se hace o se destruye en sus decisiones; se encuentra ante decisiones constructivas o destructivas respecto de él o de los demás; nadie escapa de esta realidad dramática…: se describe al hombre no según la conducta moral, sino en relación con lo que ama. Entonces, ¿Quién es el hombre justo? Es el hombre que vive de la Palabra de Dios, el hombre que ha elegido como amor la Ley, la Ley entendida como la Torá, es decir, como proclamación de lo que Dios es para el hombre y de lo que el hombre está llamado a ser en la Palabra de Dios… La moralidad del hombre va, pues, unida a la capacidad de dejarse interpelar por esta Palabra que lo ha creado y que lo explica en lo más profundo de sí mismo. Preguntémonos seriamente cuánto tiempo podemos quitarle sin ningún perjuicio a lo que puede ser la escucha indiscriminada, al mirar indiscriminado, la televisión, el perder el tiempo sin fin preciso, para dedicarlo en cambio a la escucha y a la lectura de la Palabra. Sin este tiempo es claro que no vivimos de la Palabra, y, por tanto, ella no tiene en nosotros esa fuerza que se describe aquí.»[6]

 


Consideremos, ahora, el primer verso de la Primera Lectura: “Maldito el hombre que confía en otro hombre” (Jr 17,5), «La expresión… es escrita con frecuencia en los murales de la ciudad y repetida constantemente por personas que no piensan como los cristianos católicos. Dicen “lea, aquí está escrito: ‘Maldito el hombre que confía en otro hombre’”. El objetivo de citar de manera literal el texto es desautorizar el sacramento de la reconciliación por medio del cual se obtiene el perdón de los pecados y que nuestro Señor Jesucristo trasmitió a los apóstoles. El problema es una lectura fundamentalista del texto, ignorando u obviando el contexto histórico y teológico en que fue escrito el mismo, que fue unos cinco siglos antes de Cristo… nos damos cuenta que no tiene mucho que ver con el sacramento de la reconciliación que tiene otro origen y otro contexto; después de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, que trasmite a sus apóstoles el poder de perdonar los pecados por la acción del Espíritu: “Jesús les dijo otra vez ¡La paz con ustedes! Dicho esto, soplo y les dijo reciban el Espíritu Santo, a quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos.” (Jn 20, 21-23).»[7]

 

Si el hombre que pone su confianza en otro hombre es maldito, ¿entonces, quien es bienaventurado? La respuesta está explícita en el Salmo: “Dichoso el que pone su confianza en el Señor”. Vamos a añadir un paso: ¿Dichoso quien desconfía de todo hombre? ¡No! No podemos vivir de la desconfianza, más grave aún, con la desconfianza de por medio la convivencia se hace imposible. Si siempre estamos desconfiando, todas las relaciones interpersonales se vuelven tóxicas. ¡Eso es lo que nos propone el “mundo”! En realidad, lo que nos inocula la cultura destruye la solidaridad y –en consecuencia- lesiona radicalmente el concepto de fraternidad al que estamos llamados –insistimos- como hijos todos que somos del mismo Padre. La cizaña del Malo ha fructificado y su cosecha es abundante si Ese logra introducir brechas entre cada uno, si logra dividirnos, si fractura lo esencial de nuestra Unidad. ¿Cómo podemos ser Cuerpo Místico si entre nosotros campea la suspicacia?

 


¡Lo que no podemos hacer es vivir de espaldas a Dios! «Por supuesto guardando siempre las diferencias entre Dios y el hombre; descubriendo que no son dos seres en oposición o pelea, sino dos seres complementarios: uno es Creador, y el otro criatura. Basta pensar en el sol y la luna; aunque el sol alumbre de día y la luna de noche no son opuestos, sino complementarios puesto que la luna alumbra cuando el sol la ilumina. Los seres humanos alumbramos, cuando nos dejamos iluminar por la luz eterna de Dios.»[8]

 

Es hora de mirar el Evangelio. Leemos la perícopa de Lucas que denominamos “el Sermón de la Llanura” por contraposición al análogo de San Mateo que conocemos tradicionalmente como “el Sermón del Monte”. «Lucas hace “bajar a Jesús” del monte, como Moisés para llevarle al pueblo la nueva ley. Es la condescendencia de Dios hacia ese pueblo que no podía subir hacia Él (cf. Ex 19, 12s). Él hace su discurso “en un paraje llano”, humilde y modesto como toda la revelación de Dios en Jesús: en Él el fuego, el terremoto y el viento impetuoso se vuelven brisa suave, como lo había previsto el padre de los profetas (1R 19, 11ss); el águila (Ex 19,4; Dt 32,11) se convierte en clueca (Lc 13, 34).»[9]

 

Se trata de las bienaventuranzas y de las lamentaciones. Queremos echarles un vistazo, enfocando sólo el tiempo verbal:

· Bienaventurados los pobres, / porque vuestro es (presente) el Reino de Dios.

· Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, / porque seréis (futuro) saciados.

· Bienaventurados los que lloráis ahora, / porque reiréis (futuro).

· Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre.  /Alegraos ese día (alegraos está en presente, pero al añadirle “ese día” se transforma en futuro) y saltad de gozo, que vuestra recompensa será (futuro) grande en el cielo. Pues de ese modo trataban (antecedente, en pasado, como es lógico) sus padres a los profetas."

 


Hagamos otro tanto con los ¡ayes!

· Pero ¡ay de vosotros, los ricos!,/ porque habéis (pasado) recibido vuestro consuelo.

· ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!,/porque tendréis (futuro) hambre.

· ¡Ay de los que reís ahora! / porque tendréis (futuro) aflicción y llanto.

· ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!,/ pues de ese modo trataban (pasado) sus padres a los falsos profetas."

 

Hay que notar el tiempo presente de la primera bienaventuranza y de la primera lamentación. “Ya ahora” el reino es de los pobres y “ya ahora” los ricos se excluyen de Él con su sustitutivo de consolación. Las otras bienaventuranzas /lamentaciones están en el futuro simple: son respectivamente los frutos/sustitutivos del reino que madurarán en el futuro. Esta tensión presente/futuro entre un ahora y un después, es el mismo espacio de la historia lugar de decisión del hombre para acoger la libertad de Cristo.»[10]

 

«…es injusto hacer de las bienaventuranzas una lectura solamente intimista. Pero es cosa necia hacer de ella una “clasista”, que ve el mal solamente fuera de sí misma y demoniza al “otro” como enemigo. En realidad, cada uno de nosotros lucha y es combatido entre el tener, el poder y el aparecer, por una parte, y la llamada del señor a la pobreza, al servicio, a la humildad, por la otra.»[11] «…las bienaventuranzas no son debilidades ni conducen a la debilidad. Mire usted: es más fácil el odio que la bondad. Sólo los fuertes -fuertes por la gracia del Señor- pueden mantenerse de veraz en la bondad. Y es curioso ver cómo los poderosos de la tierra le temen a la bondad. Los no-violentos les plantean tremendos problemas. Es más fácil emplear la fuerza contra la fuerza. Pero, frente a la no-violencia activa, los poderosos no saben lo que tiene que hacer. Su única solución consiste en matar o hacer matar a los líderes de la no-violencia: un Gandhi, un Martin Luther King y tantos otros, que no ven su nombre impreso en los periódicos… ¿No, las bienaventuranzas no son sinónimo de debilidad!»[12]

 

Ahora sí, enfoquemos la Segunda Lectura: «No; Jesús de Nazaret no podía quedar muerto en la tumba custodiada por esbirros. Lo mataron porque era hombre; pero como poseía el Espíritu Santo, resucitó. Su estilo de vida, su manera de vivir durante 33 años, no podía acabar en una tumba. El odio, la envidia, la rabia y la mentira de los sumos sacerdotes y compañeros contra Jesús no podía triunfar. Una vez en la historia ganó Caín; ahora triunfa Abel. El bien, sobre el mal; la luz, sobre las tinieblas; la libertad, sobre la opresión. El modelo del hombre, la norma de vida del hombre, no podía terminar con la cruz. ¡Dios Padre, por su Espíritu lo resucitó, lo puso en pie! Ahora, Jesús resucitado se presenta como el Hombre pleno, el Hombre acabado, el hijo del hombre. Ahora se presenta como el Cristo de Dios, como el Señor del hombre, como el Salvador del hombre. Ahora Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre»[13]

 


«…ni la resurrección ni las apariciones pueden ser, propiamente hablando, objeto adecuado de crítica histórica… el testimonio de San Pablo en 1Cor 15, 5-8 que, según el mismo Pannenberg, sería el único texto capaz de superar un examen histórico crítico. Resulta en realidad que el testimonio de san Pablo en 1Cor 15 asegura la convicción de los cristianos –en el momento, al menos, de la redacción de la carta (año 56 ó 57)- de que una numerosa serie de discípulos habían sido beneficiados de la manifestación de Cristo resucitado… podemos tranquilamente atenernos a las conclusiones, más bien moderadas y optimistas del padre Grelot: “El historiador puede concluir con toda seguridad que en los años 30 se contaba en la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén, un importante número de hombres que se habían beneficiado de las manifestaciones de Cristo resucitado y habían fundado con su testimonio, la fe cristiana primitiva. El historiador nota con interés que esta lista era mucho más amplia que la que podía establecerse sobre la base de las solas narraciones evangélicas, aunque, debido al contexto cultural judío, donde sólo los hombres podían emitir testimonio válido, la lista no nombra a ninguna mujer”… No siendo la resurrección de Jesús la simple reanimación de un cadáver, ni el mero retorno a la vida temporal presente, “verlo” no puede tener el mismo sentido que si se aplica a la actividad ocular normal. Para decirlo con las palabras de un eminente exegeta, “las nociones ‘aparición’ y ‘ver’, tomadas en su sentido habitual, son trascendidas por otro elemento. En el contexto de los evangelios, la palabra opthe “se apareció” significa igualmente que el Resucitado se comunica a Sí mismo por la palabra y el signo… Tanto si es palabra o signo, salutación o bendición, interpelación, invocación, mensaje, consolación, enseñanza, misión o fundación de una nueva comunidad, es siempre un don gratuito… Sí así es su aparición, “ver” al Resucitado equivale a escucharlo, acogerlo y participar personalmente.”»[14]

 


«No es posible aceptar al Resucitado si no tenemos una fe fuerte. La fe es un don bautismal que es preciso desarrollar, porque se nos da como en semilla. Si se cultiva sobre todo con la Palabra de Dios y la oración, la fe crece; si se cultiva con la vida de la comunidad en clima de fe, la fe aumenta; si se cultiva con la experiencia de los sacramentos de la fe, la fe se robustece; si se cultiva con una vida de ascesis, de renunciar a las obras de la carne y vivir las del espíritu, la fe se hace adulta; si se cultiva con el compromiso en la misión anunciando al Señor Jesús, la fe madura; si se cultiva compartiendo experiencias de fe con otras personas que también las tienen, la fe guarda su vigor. Muchos llegan hasta Cristo que muere en la cruz –Cristo histórico-, y no tantos los que llegan a ver la tumba vacía porque el Señor se puso en pie al impulso del Espíritu. Esta experiencia supone humildad, supone rendirse como Tomás, en un “Señor mío y Dios mío”. Los ojos de la fe parten de un “corazón de pobre”.»[15]

 

La pobreza de nuestro corazón, la humildad que nos cristifica, el Espíritu de servicio, es sumergirnos en su Palabra, hasta saturarnos de Él hasta que –dócilmente- vivamos, nos movamos y existamos en Él, y así poderlo trasparentar: ¡Esa es la bienaventuranza! “Vivir de tal manera que Él pueda vivir en nosotros, plantados al borde de la acequia. Alegrémonos porque su recompensa será grande en el Cielo.

 

 

 

 

 

 

 



[1] Juan Pablo II CARTA ENCÍCLICA VERITATIS SPLENDOR C. Vaticano 6 de agosto de 1993. # 34

[2] Martini, Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo, Santafé de Bogotá, D.C.-Colombia 1995 p.56

[3] Equipo “Cahiers Evangile”. PRIMEROS PASOS POR LA BIBLIA. Ed. Verbo Divino. Cuadernos Bíblicos No. 35 Estela(Navarra) – España 1992 p. 12

[4] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS Tomo I Ed San Pablo Santafé de Bogotá, D.C.-Colombia 1996. pp. 12-13

[5] Vallés, Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO.ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae Santander-España 1989 pp. 11-12

[6] Martini, Carlo María ORAR CON LOS SALMOS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá, D.C. –Colombia 1999 pp. 30-35

[7] Chigua, Milton Jordán. PINCELADAS BÍBLICAS DE LOS PROFETAS. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia 2015 pp. 131.133

[8] Ibidem, p.132

[9] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed San Pablo Bogotá-Colombia 3ª ed. 2014 p. 163

[10] Ibidem pp. 166-167

[11] Ibidem p. 167

[12] Câmara, Dom Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae-Santander, 1985 p.39

[13] Mazariegos, Emilio L. DE AMOR HERIDO Ed. San Pablo Bogotá, D.C. –Colombia 2001 p. 183

[14] Sala, Ramón. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS en DE LA FE A LA TEOLOGÍA Pou, R. etal. Ed. Herder Barcelona 1977 pp. 121. 118-120

[15] Mazariegos, Emilio L. EMAÚS: EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2003