domingo, 31 de diciembre de 2017

MADRE MISIONERA


Num 6, 22-27; Sal 67(66), 2-3. 5. 6 y 8; Ga 4, 4-7; Lc 2, 16-21

Frutos de justicia se siembran en la paz para quienes trabajan por la paz.
St. 3, 18

La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad.
Papa Francisco



CONSAGRÁNDOLE EL AÑO CIVIL
De Santa María se dice en la Carta a los Gálatas –Segunda lectura de la liturgia de hoy: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Ga 4, 4); Ella, pues, ha sido quien se ha encargado de darle un cuerpo al Verbo de Dios hecho hombre. La Santísima Virgen está en la base misma  del proceso de dar ser-histórico a Quien –de Suyo- había habitado por Naturaleza, la Eternidad; abriendo y destrabando con su Fiat las compuertas de la Salvación. Esta participación de lo humano en la Encarnación ya ennoblece al ser humano y dignifica en grado sumo a la mujer. Ya hemos visto que Jesús gustaba llamarse a sí mismo “Hijo del hombre” queriendo resaltar con ello su plena humanización; pues es la aquiescencia de María lo que permite que Jesús pueda asumir la plenitud de nuestra naturaleza ya que es indispensable que todo lo humano sea asumido para que todo lo humano pueda ser redimido, para que todo lo humano sea verdaderamente salvo.

La Iglesia acepta este "misterio" consignado también en el texto de un antiguo himno "Él a quien todo el universo no podía contener, fue contenido en tu matriz, Oh Theotokos". «Aquellos que insisten en que en Él no hay otra cosa que un hombre engendrado por José permanecen en la esclavitud de la desobediencia antigua y en ella mueren no habiendo alcanzado  la comunión con el Verbo de Dios Padre, y no han tomado parte en la libertad que nos viene por el Hijo... Al ignorar al Emmanuel nacido de la Virgen (Is 7,14)  se privan del don que Él nos hace, que es la vida eterna; no habiendo recibido al Verbo de la incorruptibilidad eterna, no habiendo recibido el Verbo de la incorruptibilidad, de la muerte, por no haber acogido el antídoto de Vida.»[1]

Al celebrar la Madre de Dios, en griego, Theotokos. Madre de la Contemplación, de la Adoración, de la Vida Mística; por cuya intercesión ponemos nuestra vida y las primicias del 2018 en las Manos de Jesús, en las del Providente Dios-Padre y en las de su Esposo, el Espíritu Santo: “En este primer día de un nuevo año pedimos sólo que nos sea dado adorar tu Presencia, Niño Dios, en este amanecer de nuestro calendario humano, dejando que Tú guíes los acontecimientos de nuestras vidas y de la vida del mundo. Te pedimos solamente, Niño Dios, que nos concedas tener una fe profunda que se sienta satisfecha con mirarte y sonreírte silenciosamente, para prepararnos desde ya a tener corazones vacíos de  palabras y capaces de acoger gozosamente las tuyas cuando, al encontrarnos nos hables: Madre del Señor, ven con tu Hijo a nosotros, a pesar del frío y la indiferencia del mundo, nuestro corazón tendrá –tanto para Él como para Ti, un cálido refugio”[2].

CHRISTOKOS A LA VEZ QUE THEOTOKOS
Fue en el 431, durante el Concilio de Éfeso que se proclamó solemnemente la Maternidad de Dios en la Maternidad de María al dar a luz a su Hijo Jesucristo-Nuestro-Señor. Con frecuencia saludamos a Santa María-siempre-Virgen con una antiquísima oración titulada Sub tuum praesidium que viene en la Liturgia de las Horas y que data del siglo III, al parecer tuvo su origen entre los Coptos, aun cuando el papiro que se ha recobrado está en griego: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios: no desoigas las suplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos de todo mal y peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita”.


Debemos al eminente papirólogo de la Universidad de Oxford Edgar Lobel el descubrimiento de un papiro, cerca de la ciudad de Oxirrinco Según los registros históricos, es en esta oración, donde por primera vez hace su aparición este apelativo dirigido a Santa María: Θεοτόκος. que para el siglo IV ya se había hecho frecuente tanto en Oriente como en Occidente. Aquí la palabra aparece en modo vocativo: Θεοτόκε. Lobe dató este papiro en el 250 de nuestra era. Gabriele Giamberardini, pionero especialista en el cristianismo primitivo egipcio, en un documentado estudio, ha mostrado la presencia del tropario (himno bizantino) en los más diversos ritos y con diversas variantes que se encuentra, inclusive en la liturgia latina.

Fue Nestorio, en el siglo V quien puso en entredicho la expresión Teotokos, proponiendo la limitante de Christokos, es decir, sólo Madre de Cristo; para Nestorio habían dos personas: por una parte el Verbo, y por otra, bien distinta, Jesús; murió en la cruz –según Nestorio- Cristo, más no el Verbo, una presencia especial de Dios en la humanidad de Cristo, como en un ser santo, como en un templo. Viene aquí, la contra-posición, la de San Ignacio de Antioquía y San Cirilo de Alejandría, que devino la del Concilio de Éfeso, aclarando que en Jesucristo hipostáticamente (ύπόστασις) conviven –desde la concepción- El Verbo y el hombre. Teotokos es, pues, la Madre del Verbo Encarnado. No se debe leer como si María fuera Madre de una sola de las entidades, puesto que no encontramos dualidad en Jesucristo, en Él está el hombre y está Dios; al nacer, nacen unificadamente Dios-y-Hombre, por eso podemos predicar que María es tanto Christokos como Theotokos. Simultáneamente ambos. Al decir de San Agustín: “Si la Madre fuera ficticia, sería ficticia también la Carne (…) y serían ficticias las cicatrices de la Resurrección” (Tratado sobre el Evangelio de Juan 8,6-7).

«María no le dio a su Hijo Jesús la divinidad, pero bien podemos decir que es madre, no solamente de su carne, sino de la persona que engendra, que en este caso singular es la persona única de Dios hecho hombre. María, la madre de Jesús, es Madre de Dios.»[3]

TEMA DE PASTORES
Bueno, hoy la Santa Madre Iglesia, para iniciar el Año Calendario, celebra la fiesta de Santa María Madre de Dios, Θεοτόκος. Vayamos a las lecturas señaladas para esta liturgia. La primera cosa que notaremos es la -prácticamente total- ausencia de la Theotokos en ellas. Podríamos decir que se la nombre dos veces, una de manera directa y la segunda de forma indirecta, a esta ya nos hemos referido, se trata de la mención hecha sobre ella en la Carta a los Gálatas 4, 4. La mención directa se hace en el Evangelio de San Lucas: «Fueron aprisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre» Lc 2, 16. Y eso es todo. El protagonismo en la perícopa del Evangelio se lo llevan los pastores. «Así, para designar a sus pastores, Lc tomó como modelo a los misioneros cristianos. Se convierten entonces en modelo de lo que todo cristiano tiene que hacer en el mundo.»[4]

«La familia de María estaba lejos, allá en Nazaret. El niño nació, fue envuelto en unos pañales y dejado en un pesebre sobre la paja (cfr. Lc 2,7). Los pastores vinieron a hacerle una visita (cfr. Lc 2, 8-12). No apareció ninguna persona importante en la cueva. Sólo gente pobre. Todo pobre… Solamente la gente pobre como los pastores y la gente humilde como los magos pueden tomar en serio esta noticia y creer en ella.»[5]


La palabra que aparece en el Evangelio de San Lucas, en el capítulo 2, en los vv. 8. 15.18. 20, es Ποιμένες  pastores; como se puede ver, son mencionados cuatro veces, y toda la perícopa gira en torno suyo. ¿Qué es lo que hacen? Reciben un anuncio y se dedican a difundirlo δοξάζοντες καὶ  αἰνοῦντες, es decir, actúan como misioneros evangelizadores. Eso es lo que encontramos en el Evangelio de hoy.

Abel, Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés, David figuras especialísimas de la Sagrada Escritura eran pastores. Los pastores se caracterizaban porque eran seminómadas, vivían  trasladándose de un lugar a otro, en  busca de agua y pastos para sus rebaños. Además, debían proveer un lugar seguro para esos rebaños, los pastores tenían que proteger a sus ovejas de los ladrones y de los animales tales como los lobos, los leones y los osos  y prevenir que se apartaran del rebaño y se perdieran.

La palabra "pastor" se usa con frecuencia en el texto bíblico para designar a la dirigencia: los sacerdotes y gobernantes, los escribas y la clase acomodada. Los profetas Isaías, Ezequiel y Zacarías reprendieron duramente a los dirigentes de Israel, y los compararon con pastores despiadados, insensibles, codiciosos, que conducían a la perdición a los que estaban bajo su cuidado, y se aprovechaban de ellos expoliándolos hasta la muerte.

Con frecuencia, también, se designa al propio Jesús como un Pastor que conduce y cuida de sus "ovejas" con ternura, bondad y fidelidad. En el capítulo 10 de San Juan, Jesús se llama a sí mismo “el Buen Pastor”, dispuesto a dar su vida por sus ovejas (Jn 10, 11-15). Por otra parte, las ovejas llegaban a identificar de tal forma a su pastor, que lo reconocían y sólo respondían a su voz. Identificamos a los pastores con los Anawin, con los “clientes” de Jesús; Él siempre estaba rodeado de enfermos, leprosos, jorobados, cojos, inválidos. Los pastores aparecen en las pinturas egipcias frecuentemente como seres miserables, sucios y barbudos, desnudos y medio muertos de hambre, a menudo deformes y rengos. Emilio Mazariegos define quienes son estos pastores: «La gente. La buena gente. Lo que no tiene nombre. Lo perdido. Lo que no se da importancia. La gente. Los del montón. Los de la noticia. La gente. Los de corazón sencillo y humilde. Aquellos que hicieron temblar el corazón de Jesús de gozo. Aquellos que se sienten bien al lado de un Nazareno, un don nadie. Aquellos que le buscan porque lo necesitan. Aquellos que comen el pan de cada día.

En la noche de la historia los testigos fueron una buena gente, los pastores. Gente despreciada, gente tenida por marginados. Fueron testigos de la Buena Nueva, de la Gran Noticia, los que vivían despojados de todo –en eterno éxodo- los que dormían al sereno de la noche. Fueron testigos del don de María al mundo los que tenían el corazón lleno de estrellas, como las que cubrían su cuerpo, los que estaban acostumbrados a ver la luz en la oscuridad de la noche.

En la noche escucharon la Gran Noticia. Y en la noche les llovió paz. Paz porque eran buena gente. Paz porque ya la llevaban en su corazón sin poderes. Ellos descubrieron la nueva Estrella, el Mesías esperado.»[6] En esta fecha la Iglesia nos convida a la Jornada Mundial de Oración por la Paz.

51ª JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

La paz es un desafío al prurito que hay en nosotros… un desafío a ese hormigueo de las manos y del corazón que quisiera acabar, rápido e inmediatamente, con quien piensa distinto de nosotros.

Carlo María Martini


«Paz a todas las personas y a todas las naciones de la tierra. La paz, que los ángeles anunciaron a los pastores en la noche de Navidad, es una aspiración profunda de todas las personas y de todos los pueblos, especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia, y a los que tengo presentes en mi recuerdo y en mi oración. De entre ellos quisiera recordar a los más de 250 millones de migrantes en el mundo, de los que 22 millones y medio son refugiados… Con espíritu de misericordia, abrazamos a todos los que huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación ambiental…


… Para ofrecer a los solicitantes de asilo, a los refugiados, a los inmigrantes y a las víctimas de la trata de seres humanos una posibilidad de encontrar la paz que buscan, se requiere una estrategia que conjugue cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar.
“Acoger” recuerda la exigencia de ampliar las posibilidades de entrada legal, no expulsar a los desplazados y a los inmigrantes a lugares donde les espera la persecución y la violencia, y equilibrar la preocupación por la seguridad nacional con la protección de los derechos humanos fundamentales. La Escritura nos recuerda: «No olvidéis la hospitalidad; por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles».
“Proteger” nos recuerda el deber de reconocer y de garantizar la dignidad inviolable de los que huyen de un peligro real en busca de asilo y seguridad, evitando su explotación. En particular, pienso en las mujeres y en los niños expuestos a situaciones de riesgo y de abusos que llegan a convertirles en esclavos. Dios no hace discriminación: «El Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda».
“Promover” tiene que ver con apoyar el desarrollo humano integral de los migrantes y refugiados. Entre los muchos instrumentos que pueden ayudar a esta tarea, deseo subrayar la importancia que tiene el garantizar a los niños y a los jóvenes el acceso a todos los niveles de educación: de esta manera, no sólo podrán cultivar y sacar el máximo provecho de sus capacidades, sino que también estarán más preparados para salir al encuentro del otro, cultivando un espíritu de diálogo en vez de clausura y enfrentamiento. La Biblia nos enseña que Dios «ama al emigrante, dándole pan y vestido»; por eso nos exhorta: “Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto”.
Por último, “integrar” significa trabajar para que los refugiados y los migrantes participen plenamente en la vida de la sociedad que les acoge, en una dinámica de enriquecimiento mutuo y de colaboración fecunda, promoviendo el desarrollo humano integral de las comunidades locales. Como escribe san Pablo: “Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios”»[7].

A QUIÉN ELIGE DIOS
Félix Moracho dice: «Dios fue enteramente libre para escoger a la madre de su hijo. ¿A qué María escoge Dios, de entre tantas mujeres, para madre de su hijo hecho hombre? ¿A qué “señora” elige? A una mujer judía, María pertenece al pueblo judío, un pueblo pequeño, entonces pobre, colonizado y ocupado militarmente por el Imperio romano (Lc 2, 1-7) María es de una región, Galilea, despreciada por los de la capital (Jn 7, 52) de un pueblito del que se dice “¿De Nazaret puede salir algo bueno? (Jn 3,46). A una mujer pobre. Esta es la realidad. Dios no escoge a una princesa, una persona importante. Lo podía hacer. Pero María ni siquiera es la esposa de un sacerdote judío (y había 7.200 en aquella nación tan pequeña), ni de un doctor (escriba), ni siquiera de un piadoso fariseo. Mucho menos es la mujer de un hacendado, ganadero o comerciante judío. De una mujer pobre nació el Hijo de Dios en la tierra. A una mujer de pueblo. La madre de Dios es María de Nazaret, un pueblecito pequeño, más bien un caserío. Es una mujer campesina. Como su hijo Jesús “el de Nazaret” (cfr. 1, 45-46) nació y vivió pobre en medio de su pueblo. Da a luz a su hijo en un establo y no tiene otra cuna para él que un pesebre de animales (Lc 2, 7-19).»[8]

Su cuna es un pesebre, φάτνῃ [fatné] dice el original griego; la palabra en español es de origen latino, viene de praesepe que significa establo, pesebre, caballeriza, corral, cuadra, cercado o lugar cerrado en que se recoge el ganado, cuadra. Formado por el prefijo prae  por delante, más el sustantivo saepes, que significa recinto, cerca, cercado.


María dejó que Jesús tomara forma en su vientre y también en su corazón, en todo su ser, meditando hondamente lo que Jesús hacía y decía, dos formas de palabra ῥῆμα, palabra hecho vida y palabra verbal (palabra pronunciada y palabra sucedida, distingue Etienne Charpentier). Otro tanto hemos de hacer nosotros, ir a Jesús y atesorar συνετήρει con profundidad cada palabra y cada gesto, dejarlos madurar en nuestro corazón συμβάλλουσα y luego, difundirlo, proclamarlo por doquier, procurando desatar hambre y sed de Dios.

Doquiera se presenta María, en cualquiera de sus advocaciones, allí llega Ella, misionera, portadora del Evangelio viviente, viene siempre con el Mesías en sus brazos, siempre nos está indicando “Lo que les diga, háganlo” (Jn 2, 5b). «El don que María hará a este continente es el revelar a Dios que “dispersa a los hombres de soberbio corazón, derriba del trono a los poderoso y enaltece a los humildes”. En pocos lugares de la tierra, María es centro de atención y de esperanza tanto como en América Latina. Desde Guadalupe hasta Maipú, he visto masas inmensas recorrer de rodillas interminables y duros pavimentos, para tocar la imagen de María y confiarle su impotencia frente al sufrimiento.»[9]

“¡Te saludo Madre de Gracia!... Con la Iglesia entera profeso y proclamo que Jesucristo… es el único mediador entre Dios y los hombres: pues su encarnación prodigó a los hijos de Adán, quienes están sujetos al poder del pecado y de la muerte, su redención y purificación. Al mismo tiempo, estoy plenamente convencido de que nadie ha sido llamado a participar tan profundamente como tú, Madre del Redentor, en este inmenso y extraordinario Misterio. Y nadie está mejor capacitado que tú misma, María, para permitirnos penetrar este Misterio de manera más sencilla y clara, nosotros que lo anunciamos y que formamos parte de Él.”[10]


María es nuestro ejemplo de misioneros evangelizadores, aun cuando muchas veces evangelizamos sin palabras. «Es necesario y urgente “plantar viñas”. “Sembrad, segad, plantad y comed de sus frutos”, dice el profeta Isaías. Sembrar y cosechar para dar con abundancia lo que cada uno ha recibido del Señor. Si no somos misioneros no somos plenamente cristianos… Tu testimonio de buen cristiano es fundamental donde te encuentres y tu palabra atenta para anunciar tu experiencia de vida de Jesús a los demás es muy importante.»[11] La liturgia tiene un eje misional. Se refiere a ese papel de representantes, de embajadores “aquí abajo”, está en la urgencia de que transparentemos a Dios, que vivamos Jesusmente –valga decir- a la manera de Jesús, con el fin de que su Nombre sea Santificado. Se cumple en la figura de los pastores y de la función que cumplen en el relato del Evangelio. Miremos ahora, que se cumpla en todos nosotros como constructores de una civilización de la Paz, la Vida, el perdón y el Amor.





[1] San Ireneo, CONTRA LOS HEREJES III,19,1
[2] HIMNO DE NOTRE DAME
[3] Moracho, Félix LA VIRGEN MARÍA ES MARIA DE NAZARET Ed “Tierra Nueva” Quito Ecuador  p. 29
[4] Charpentier, Etienne. PARA LEER EL NUEVO TESTAMENTO Ed. Verbo Divino Estella-Navarra 2004 p. 115
[5] Mesters, Carlos. MARÍA LA MADRE DE JESÚS. Ed. “Tierra Nueva” Quito Ecuador. 2001 pp. 38-39
[6] Mazariegos, Emilio L. EN ÉXODO CON MARÍA. San Pablo Santafe de Bogotá. 2da ed. 1997 p. 38
[7] Papa Francisco. PARA LA CELEBRACIÓN DE LA 51ª JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ 1o de enero de 2018
[8] Moracho, Félix Op. Cit. p. 7
[9] Paoli Arturo. LA PERSPECTIVA POLÍTICA DE SAN LUCAS Siglo XXI Editores Bs As Argentina 1973 p. 183
[10] San Juan Pablo II
[11] Munera Ochoa, Oscar pbro. LLAMADOS TODOS A LA MISIÓN PERMANENTE. En Revista IGLESIA SINFRONTERAS Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús #341 p.49

sábado, 30 de diciembre de 2017

LO QUE LLENA DE PERFUME LA FAMILIA


Sir 3, 2-6. 12-14; Sal 127, 1-2. 3. 4-5; Col 3, 12-21; Lc 2, 22-40


En la fiesta de la Sagrada Familia, contemplamos el misterio del Hijo de Dios que vino al mundo rodeado del afecto de María y de José. Invito a las familias cristianas a mirar con confianza el hogar de Nazaret, cuyo ejemplo de vida y comunión nos alienta a afrontar las preocupaciones y necesidades domésticas con profundo amor y recíproca comprensión.
Benedicto XVI

«Ante las familias, y en medio de ellas, debe volver a resonar siempre el primer anuncio, que es “lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario”, y “debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora”. Es el anuncio principal, “ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra”… Nuestra enseñanza sobre el matrimonio y la familia no puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a la luz de este anuncio de amor y de ternura, para no convertirse en una mera defensa de una doctrina fría y sin vida. Porque tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, que se entregó hasta el fin y vive entre nosotros. Por eso, quiero contemplar a Cristo vivo presente en tantas historias de amor, e invocar el fuego del Espíritu sobre todas las familias del mundo.»[1]


«Doy gracias a Dios porque muchas familias, que están lejos de considerarse perfectas, viven en el amor, realizan su vocación y siguen adelante, aunque caigan muchas veces a lo largo del camino. A partir de las reflexiones sinodales no queda un estereotipo de la familia ideal, sino un interpelante “collage” formado por tantas realidades diferentes, colmadas de gozos, dramas y sueños. Las realidades que nos preocupan son desafíos. No caigamos en la trampa de desgastarnos en lamentos autodefensivos, en lugar de despertar una creatividad misionera. En todas las situaciones, “la Iglesia siente la necesidad de decir una palabra de verdad y de esperanza... Los grandes valores del matrimonio y de la familia cristiana corresponden a la búsqueda que impregna la existencia humana”. Si constatamos muchas dificultades, ellas son —como dijeron los Obispos de Colombia— un llamado a “liberar en nosotros las energías de la esperanza traduciéndolas en sueños proféticos, acciones transformadoras e imaginación de la caridad”.»[2]


«El bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia. Son incontables los análisis que se han hecho sobre el matrimonio y la familia, sobre sus dificultades y desafíos actuales. Es sano prestar atención a la realidad concreta, porque “las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia”, a través de los cuales “la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la familia”»[3]
«La encarnación del Verbo en una familia humana, en Nazaret, conmueve con su novedad la historia del mundo. Necesitamos sumergirnos en el misterio del nacimiento de Jesús, en el sí de María al anuncio del ángel, cuando germinó la Palabra en su seno; también en el sí de José, que dio el nombre a Jesús y se hizo cargo de María; en la fiesta de los pastores junto al pesebre, en la adoración de los Magos; en la fuga a Egipto, en la que Jesús participa en el dolor de su pueblo exiliado, perseguido y humillado; en la religiosa espera de Zacarías y en la alegría que acompaña el nacimiento de Juan el Bautista, en la promesa cumplida para Simeón y Ana en el templo, en la admiración de los doctores de la ley escuchando la sabiduría de Jesús adolescente. Y luego, penetrar en los treinta largos años donde Jesús se ganaba el pan trabajando con sus manos, susurrando la oración y la tradición creyente de su pueblo y educándose en la fe de sus padres, hasta hacerla fructificar en el misterio del Reino. Este es el misterio de la Navidad y el secreto de Nazaret, lleno de perfume la familia. Es el misterio que tanto fascinó a Francisco de Asís, a Teresa del Niño Jesús y a Carlos de Foucauld, del cual beben también las familias cristianas para renovar su esperanza y su alegría.»[4]

La perícopa que se toma como Evangelio de esta Solemnidad es el episodio que conocemos como “La Presentación del Niño Jesús en el Templo”. A este respecto, nos llamaba la atención Benedicto XVI: «… quiere decir: este niño… ha sido entregado personalmente a Dios, en el templo, asignado totalmente como propiedad suya. La palabra paristánai, traducida aquí como “presentar”, significa también “ofrecer”, referido a lo que ocurre con los sacrificios en el templo. Suena aquí el elemento del sacrificio y el sacerdocio… Simeón,… después de las muestras de alegría por el niño, anuncia una especie de profecía de la cruz (cf. Lc 2,34c)… Al siervo de Dios le corresponde la gran misión de ser el portador de la Luz de Dios para el mundo. Pero esta misión se cumple precisamente en la oscuridad de la cruz».[5]


La palabra παραστῆσαι del verbo παρίστημι contiene el prefijo para que significa cerca” o “muy cerca de” e, hístēmi  que proviene de *sta -raíz indoeuropea- que significa “estar en pie”. Observemos la tremenda proximidad entre presentación-presentar y el sustantivo “presente” que significa “regalo”, “obsequio”, “ofrenda”; llegando al núcleo de la afirmación de Benedicto XVI que nos propone la traducción “ofrecer”, “entregar”. El Papa Emerito comentaba que al llevar un niño al templo se reconocía, que -si era el primogénito- este quedaba reservado (consagrado) para Dios, pero se pagaba un “rescate” -«El precio del rescate era de cinco siclos y se podía pagar en todo el país a cualquier sacerdote.»[6]- para retirarlo de la pertenencia. Sin embargo, en este relato no hubo rescate, o sea que, el Niño quedó consagrado-reservado a Dios. Así el Adviento nos presagiaba la “llegada” de alguien que se iba a hacer presente. La presentación –en cambio- nos habla de Alguien  que se hace presente y se reconoce “presente” de Dios. ¿Cómo quitárselo a Dios si es Su Hijo? «Aquí, en el lugar del encuentro entre Dios y su pueblo, en vez del acto de recuperar al primogénito, se produce el ofrecimiento público de Jesús a Dios, su Padre.»[7]


«Es un momento sencillo pero rico de profecía: el encuentro entre dos jóvenes esposos llenos de alegría y de fe por las gracias del Señor; y dos ancianos también ellos llenos de alegría y de fe por la acción del Espíritu. ¿Quién hace que se encuentren? Jesús. Jesús hace que se encuentren: los jóvenes y los ancianos. Jesús es quien acerca a las generaciones. Es la fuente de ese amor que une a las familias y a las personas, venciendo toda desconfianza, todo aislamiento, toda distancia. Esto nos hace pensar también en los abuelos: ¡cuán importante es su presencia, la presencia de los abuelos! ¡Cuán precioso es su papel en las familias y en la sociedad! La buena relación entre los jóvenes y los ancianos es decisivo para el camino de la comunidad civil y eclesial.»[8]

Para esta fecha hay una definición de Iglesia, referida y comparada con lo que es familia, como organismo que nos gusta repasar: «la Iglesia como comunidad no es una organización, la Iglesia es un organismo vivo. Una organización busca intereses, una organización consiste en que, las personas se juntan para buscar entre todas, colaborándose, un interés. Y ese interés está muchas veces fuera de la asociación misma… Eso se llama una organización. En cambio un organismo busca personas, busca fabricar las personas, en otras palabras, un organismo edifica personas. Lo que más se parece a la Iglesia es la familia. La familia es un espacio (padre, madre, hijos) en donde todos están interesados en la edificación de las personas, la educación de las personas, la transformación de las personas. O sea, una familia no es una empresa, es una fábrica de seres humanos.»[9]


«…la Sagrada Familia nos alienta a ofrecer calor humano en esas situaciones familiares en las que, por diversos motivos, falta la paz, falta la armonía y falta el perdón. Que no disminuya nuestra solidaridad concreta especialmente en relación con las familias que están viviendo situaciones más difíciles por las enfermedades, la falta de trabajo, las discriminaciones, la necesidad de emigrar... Y aquí nos detenemos un poco y en silencio rezamos por todas esas familias en dificultad, tanto dificultades por enfermedad, falta de trabajo, discriminación, necesidad de emigrar, como dificultades para comprenderse e incluso de desunión. En silencio rezamos por todas esas familias... (Dios te salve María...). Encomendamos a María, Reina y madre de la familia, a todas las familias del mundo, a fin de que puedan vivir en la fe, en la concordia, en la ayuda mutua, y por esto invoco sobre ellas la maternal protección de quien fue madre e hija de su Hijo.»[10]




[1] Papa Francisco. LA ALEGRÍA DEL AMOR. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL. Publicación de la Diócesis de Engativá 2016  ## 58 y 59 pp. 51-52
[2] Ibid. #57. p. 50
[3] Ibid. #31 p. 25
[4] Ibid. #65 p. 55
[5] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2012. p. 89. 92
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] Papa Francisco.  FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET. Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 28 de diciembre de 2014.
[9] Baena, Gustavo. LA VIDA SACRAMENTAL. Ed. Colegio Berchmans Cali-Colombia 1998 p. 16
[10] Papa Francisco.  FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET. 

sábado, 23 de diciembre de 2017

DOCILIDAD, DISPONIBILIDAD, FIDELIDAD


Sam 7,1-5. 8b-12. 14a.16; Sal 88, 2-3. 4-5. 27. 29; Rom 16,25-27;

Lo que ilumina y da sentido pleno a la historia del mundo y del hombre empieza a brillar en la gruta de Belén; es el Misterio que contemplaremos dentro de poco en Navidad: la salvación que se realiza en Jesucristo.
Benedicto XVI

El Evangelio es el de la Anunciación que constituye, evidentemente, un momento central en la Encarnación, y por ende un hito –el medular- del Plan Salvífico. Este Evangelio que leemos en el IV Domingo de Adviento (B), se puede dividir en dos partes: La Anunciación, propiamente dicha, y  la Vocación. Estos tipos de texto tienen una estructura fija, dicen los exegetas que una Anunciación tiene una estructura cuatripartita: a) primero está la aparición del “Mensajero Celestial”, b) luego el Anuncio del nacimiento, c) luego viene la imposición del Nombre y d) finalmente la declaración de la misión. Por su parte, una vocación –también consta de cuatro partes: a) Dios convoca, b) el vocacionado expone sus dificultades, exhibe sus limitaciones, c) Dios le resuelve y disipa las dudas y, d) se cierra, con una señal de parte de Dios que ratifica y comprueba el hecho de haber sido llamado. Es muy interesante, al reconocer la estructura dentro de la perícopa, darnos cuenta que la primera parte de la vocación está constituida por toda la Anunciación, valga decir, la Anunciación va de los versos 26 al 33; y, la vocación, del verso 26 al verso 38.


¿Qué es lo central del ser humano en este relato? Que el hombre –en María- acepta su parte en la Alianza, se compromete, se entrega en docilidad a su Creador que lo vocaciona. Haber aceptado ser la Madre de Jesús, fue una entrega de toda su vida, no se entregó por nueve meses, no se entregó por 10 ó 12 años, mientras Jesús pasaba de  tierno Infante a Joven-Adolescente; no, nada de eso, como lo saben los que son padres de familia, ser padre o madre es un rol que jamás se acaba, aun cuando el hijo ya peine canas. Lograremos percibir los ecos de la perdurable responsabilidad, del compromiso adquirido al responderle al Arcángel San Gabriel sobre las demandas de Dios, cuando registremos la presencia de María camino del Calvario y también a los pies de la Cruz. Allí veremos que la entrega de su disponibilidad a la Voluntad de Dios fue Alianza para toda la vida. La palabra Adviento, de origen latino, tiene su equivalente en lengua griega en el término παρουσία Parusía; por lo general usamos el primero para referirnos a la Natividad y el segundo para hablar de la Segunda Venida gloriosa y triunfal. Explicando el significado del Tiempo de Adviento, nos decía el Papa Emérito: «Estamos en el tiempo litúrgico de Adviento que nos prepara para la Santa Navidad. Como todos sabemos, el término Adviento significa “llegada”, “presencia”, y antiguamente indicaba precisamente la llegada del rey o del emperador a una determinada provincia. Para nosotros, cristianos, la palabra indica una realidad maravillosa e impresionante: el propio Dios ha atravesado su Cielo y se ha inclinado hacia el hombre; ha hecho alianza con él entrando en la historia de un pueblo; Él es el Rey que ha bajado a esta pobre provincia que es la tierra y nos ha donado su visita asumiendo nuestra carne, haciéndose hombre como nosotros.»[1] Desde nuestra fe, reconocemos la generosidad de Dios que nos ha hecho coparticipes de su proyecto salvífico. No participamos de esta Historia a manera de simples espectadores. Estamos “vocacionados” para ser coprotagonistas. Así María es figura de la Iglesia y la Iglesia somos todos los bautizados. María nos da el ejemplo y responde “Hágase en mi según tu Palabra” Lc 1, 38a). La Anunciación sella la Nueva Alianza y María Santísima toma la palabra por nosotros y se da a conocer al Arcángel como “la servidora”, exhibiendo su disponibilidad para acatar.


En el III Domingo de Adviento (B), Arturo Paoli nos preguntaba, y –a la vez respondía- dando la única condición para lograrlo: “¿Se puede exultar de alegría y cantar, en una historia que es drama? Sí, es posible, pero sólo a condición de que uno esté en la historia del Éxodo, en la tentativa real de transformar el mundo.” Aquí queremos mostrar cómo la Santa Madre es modelo de Éxodo: «María es la mujer del éxodo. Su existencia, paso a paso, fue un salir de algo para entrar en algo… Un camino al soplo del Espíritu. Un camino en plan de Dios. Un camino abierto al proyecto de Dios sobre su vida. Un camino llamado Jesús…. María lleva en su experiencia de Dios el juego de la muerte y la resurrección. Sabe que en cada paso Dios destruye. Sabe que el seguimiento pasa por la prueba de la espada, de la contradicción, de la Cruz. Sabe que Dios le exige “salir” de lo suyo, de sus planes, de sus caminos, para “entrar” en los caminos del Señor. Sabe que el nuevo camino, el nuevo y definitivo éxodo de Dios al hombre se llama JESUS. Y en Jesús, Dios salva.»[2]


«El Catecismo de la Iglesia católica resume las etapas de la Revelación divina mostrando sintéticamente su desarrollo (cf. nn. 54-64): Dios invitó al hombre desde el principio a una íntima comunión con Él, y aun cuando el hombre, por la propia desobediencia, perdió su amistad, Dios no le dejó en poder de la muerte, sino que ofreció muchas veces a los hombres su alianza (cf. Misal Romano, Pleg. Euc. IV)… En Cristo se realiza por fin la Revelación en su plenitud, el designio de benevolencia de Dios: Él mismo se hace uno de nosotros.»[3]


Lo que revela este pasaje del Evangelio Lucano es que Jesús es el Mesías, que para Dios-Padre Él es su Hijo, y que –para que a nadie quepa duda- es del linaje de David. ¿Cómo es este Dios enamorado de la humanidad, que ama con locura a su criatura? Dios no ha enviado un representante, ha venido Él mismo.


Dios no nos deja librados a nuestra fragilidad en lo tocante a la parte de la Alianza que nos toca: En la Segunda Lectura creemos descubrir una palabra clave: “A aquel que στηρίξαι puede darles fuerza para cumplir el Evangelio”. Esta palabra significa fijar, afirmar, afianzar, confirmar, apoyar -si también- fortalecer.  Se lo manifiesta a David –a través del profeta Natán- “Yo estaré contigo en todo lo que emprendas”. Que Dios nos acompaña y nos “afianza” se ratifica en el Salmo 88 del que entresacamos el salmo responsorial para este Domingo IV de Adviento(B): “Mi amor es para siempre //y mi lealtad, más firme que los cielos… el Dios que me protege y me salva// Yo jamás le retirare mi amor, ni violaré el juramento que le hice.” Así habla el Señor.


«El Adviento nos invita a recorrer el camino de esta presencia y nos recuerda siempre de nuevo que Dios no se ha suprimido del mundo, no está ausente, no nos ha abandonado a nuestra suerte, sino que nos sale al encuentro en diversos modos que debemos aprender a discernir. Y también nosotros con nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad, estamos llamados cada día a vislumbrar y a testimoniar esta presencia en el mundo frecuentemente superficial y distraído, y a hacer que resplandezca en nuestra vida la luz que iluminó la gruta de Belén.»[4] Dios nos afianza y nos fortalece para que cumplamos nuestro rol: Proclamar sin cesar la Misericordia del Señor y dar a conocer que su fidelidad es eterna. (Cfr. Sal 88, 2). Todo este llamado a ser y vivir como la Virgen, siguiendo su ejemplo de Madre de la Iglesia, con el más coherente estilo de Jesús, está concentrado en el episodio de las Bodas de Caná, en el versículo 5 del capítulo 2 de San Juan: “La Madre dice a los sirvientes: -lo que les diga, háganlo”. Dios, en el ejemplo coherente de María, nos permita vivir así toda nuestra vida, haciendo todo cuanto Jesús nos pida que hagamos. Amén.



[1] Benedicto XVI. AUDIENCIA GENERAL 12 de diciembre de 2012

[2] Mazariegos, Emilio L. EN ÉXODO CON MARÍA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá D.C.–Colombia 1997 p.11
[3] Benedicto XVI. Loc Cit.
[4] Benedicto XVI. Loc Cit.