Is 53, 10-11; Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22; Hb 4, 14-16; Mc 10, 35-45
Recordad que es Cristo quien obra a través de nosotros; nosotros somos
meros instrumentos para el servicio. No se trata de cuanto hacemos sino de
cuánto amor ponemos en lo que hacemos.
Afiche en la Casa-Madre de las Misionera de la Caridad
Si las exigencias evangélicas llevan a la libertad del amor, y a la
pobreza del olvido de sí, es porque la persona que las propone es Él mismo un
libre y un pobre olvidado de sí.
Segundo Galilea.
¿Dónde nos hemos quedado la semana pasada? El
XXVIII Domingo dejamos en una cita: «El
desprendimiento ante el prestigio, ante la crítica, ante las diversas formas de
“poder” y de “hacer carrera” son formas de pobreza a las que Dios llama al
cristiano –y especialmente al apóstol- en las diversas etapas del itinerario de
su misión. El “pobre”, en definitiva, no se opone tanto al que “tiene” ciertas
cosas sino al suficiente, al orgulloso, al que ha puesto su centro de interés fuera
de los valores del Reino.»[1] Ah, sí. Este XXIX Domingo
se trata de ver que al discipulado no le alcanza –para nada- la “pobreza” si
tras de ella se esconde la ambición, la arrogancia, la opresión, el dominio, el
“arribismo”, el despotismo, las “jefaturas”. Para hacerse, de verdad discípulo,
uno se tiene que hacer צַדִּיק
(es la palabra que hemos traducido por “justo”), uno tiene que hacerse “anawin”
que es el pobre de espíritu, el que se libera de todas estas codicias y
prepotencias. ¡Ese si es el bienaventurado! ¡Ese sí alcanza el discipulado!
En
el Domingo anterior tomamos el Evangelio de Marcos, los versos 17-30; este
Domingo la liturgia nos lleva a la perícopa de Marcos, capítulo 10, versos 35 a
45; esto quiere decir que hemos saltado los versos 31-34. ¿De qué se trataban? Era
el tercer anuncio de la Pasión y Muerte del Señor. Es importante tenerlo en
cuenta, e inclusive, tomarlo como referencia. Jesús acaba de darles clave e
hito del seguimiento. Jesús les ratifica, por “tercera” vez, en qué consiste el
mesianismo, con esa perícopa que hemos exceptuado, Jesús quiso borrarles la
falsa concepción triunfalista que se tenía sobre el Mesías como un “Rey” a la
manera de los reyes de la tierra; “el rey” David les había dado una imagen que
habían idealizado y magnificado para llenar la palabra Mesías con un
“significado”, con cierto “contenido”. Con la perícopa que no se leyó (porque
ya se leyó -en este ciclo b-uno de los anuncios de la Pasión), Jesús quiso
enfatizar que en vez de Rey-Caudillo, Mesías significaba
“siervo-que-lo-da-todo-hasta-la-propia-vida”.
La
Primera Lectura que nos propone la liturgia, viene del Deutero-Isaías donde
están «los cuatro cánticos del Siervo de Dios… esta parte fue escrita por un
discípulo de Isaías. Él vivía junto al pueblo, en el cautiverio de Babilonia,
alrededor del año 560 antes de Cristo, mucho después de la muerte del profeta
Isaías….Mucha gente se pregunta: ¿Quién es el Siervo? ¿Es el pueblo? ¿Es
Jesucristo? ¿Somos nosotros? ¿Es alguno de los profetas? ¿En quién estaba pensando
Isaías Junior cuando escribió los cuatro cánticos? La respuesta más probable es
la siguiente: La idea del Siervo la sacó Isaías Junior de la vida del profeta
Jeremías, el gran Sufriente, que nunca bajó la cabeza delante de sus opresores
y que hizo tanto por mantener en el pueblo la esperanza. Isaías Junior vio en
él un ideal para el pueblo sufriente del cautiverio y se inspiró en él para
hacer los cuatro cánticos. Pero al hacer los cánticos, la preocupación mayor de
Isaías Junior… no era escribir la vida de Jesús, sino presentar al pueblo del
cautiverio un modelo que lo ayudara a descubrir en la figura del Siervo, su
misión como pueblo de Dios. ¡Por tanto, para Isaías Junior, el Siervo de Dios
es el pueblo del cautiverio! Más tarde, Jesús se inspiró en los cuatro cánticos
del Siervo para realizar su misión aquí en la tierra. Por eso, el Siervo, es
también Jesús.»[2]
En efecto, no es ni el pueblo de Dios, ni tampoco, solamente Jesús, porque «Cristo
nos representa a todos, pero no nos sustituye”[3]
Tratemos
de entender esta dualidad, que –en realidad- no lo es: «Primero había sólo la
tierra, tierra de sufrimiento. Después apareció la semilla, semilla de
resistencia. De la semilla nació un tallito verde de la esperanza, esperanza de
liberación. De aquel hilito verde del tamaño del césped, surgió la espiga que
se fue llenando en la paciencia del tiempo, tiempo de lucha y espera. Sólo
después de todo esto, bien al final del crecimiento, apareció el fruto maduro
que, hasta hoy, alimenta el pueblo y lo ilumina en su caminar. Y el fruto es
este: El Siervo es Jesús, pero es también el pueblo este pueblo sufriente, que
imita a Jesucristo resistiendo contra el dolor.»[4] Esto es lo que nos subraya
y nos recuerda la Segunda Lectura, que Jesús se ha puesto a la cabeza de los Anawin, haciéndose en todo igual, pero con una significativa
excepción, que lo perfecciona y hace de Él, el prototipo del Hombre Nuevo: πεπειρασμένον δὲ
κατὰ πάντα καθ’ ὁμοιότητα χωρὶς ἁμαρτίας “probado en todo; igual que nosotros, excepto en
el pecado”.(Hb 4, 15b)
Ser prototipo en este caso significa también que
Él es nuestro paradigma: «“Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero
quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.” (Mc 8, 35)…Esa
frase la debió haber dicho Jesús probablemente, pocos días antes de su propia
muerte. Y es una autointerpretación de Él mismo, es decir, cómo entendió Él
mismo su propia vida. Jesús como que está diciendo: el ser humano al venir al
mundo no tiene sino una alternativa. O venir al mundo a recoger cosas o
personas o a sí mismo y una vez que retiene todo eso, se encierra en sí mismo.
Entonces Jesús dice: El que vino al mundo a eso, no vino a nada. Perdió la
venida. Pero el que venga a este mundo a pensar más en el otro que en sí mismo,
a ser útil al otro, ese es el que gana la vida y eso es lo que vale la pena en
un ser humano. O sea, tenemos una alternativa, o venir a darnos, o venir a
rechuparnos sobre nosotros mismos. Lo segundo es la frustración del ser humano,
lo primero es la razón de vivir. ¿Por qué somos así? Se ve que el ser humano es
creado para que le ayude a Dios a crear a su hermano. Cada ser humano es un
instrumento de creación para el otro. Por eso, ¿cómo hace uno para trasformar
al otro? Así como Dios me crea dándome su divinidad, no la puedo retener, sino
que debo darla dándome a los otros… Ustedes dirán, entonces cómo hago yo para
participarle la divinidad al otro. En qué forma. Hay una manera de hacer eso.
La divinidad se participa envolviéndola en un papelito que se llama servicio…
en el cuerpo del Señor que es la comunidad, cada una de las personas presta
servicios. El niño, la niña, el mongólico, el ancianito, todas las personas
están dando divinidad. ¿Cómo? Prestando servicios. O sea, los carismas son
servicios en los cuales envolvemos la divinidad que le damos al otro.»[5] En el texto marquiano se contraponen dos
maneras de obrar. De una parte están los que tiranizan, los que oprimen. Están,
de este mismo lado, los arrogantes, los prepotentes, los déspotas, los que
humillan, los que gozan con el dolor ajeno, los que sacan partido y ganancia de
los débiles. Aquí viene la frase de Jesús que nos invita a la Conversión: “No
debe ser así entre ustedes. Al contrario” nosotros lo que debemos es actuar
como siervos, entregados al servicio como consigna de la vida cristiana; a la
fraternidad, a la caridad, al tierno amor “ágape”, a la solidaridad.
Queremos proponer una parábola que tiene que ver
–no tanto con el desprendimiento de las ansias de poder- sino con el
desprendimiento en general, donde se nos recalca que no basta ser pobre, porque
hay pobres “amarrados”, hay pobres acaparadores, que desde la pobreza
“retienen” sus “ídolos” idolatrizando la “autoridad”, los títulos académicos,
los puestos y cargos laborales. Esta parábola se titula: “Dar de Corazón”[6]
«Hubo una vez un limosnero que estaba tendido al lado de la
calle. Vio a lo lejos venir al rey con su corona y capa. Pensó, "Le voy a
pedir, y de seguro me dará bastante". Y cuando el rey pasó cerca, le dijo:
"Su majestad, ¿me podría por favor regalar una moneda?" Aunque en su
interior pensaba que el rey le iba a dar mucho más. El rey le miró y le dijo: -
" ¿Por qué no me das algo tú? ¿Acaso no soy yo tu rey?"
El mendigo no sabía que responder a la pregunta
y dijo: "Pero su majestad, ¡yo no tengo nada!". El rey respondió:
"Algo debes de tener. ¡Busca!". Entre su asombro y enojo el mendigo
buscó entre sus cosas y supo que tenía una naranja, un bollo de pan y unos
granos de arroz. Pensó que el pan y la naranja eran mucho para darle, así que
en medio de su enojo tomó 5 granos de arroz y se los dio al rey. Complacido el
rey dijo: "¡Ves como sí tenías!" Y le dio 5 monedas de oro, una por
cada grano de arroz. El mendigo dijo entonces: "Su majestad, creo que acá
tengo otras cosas", pero el rey no hizo caso y dijo: "Solamente de lo
que me has dado de corazón, te puedo yo dar".
Es fácil en esta historia reconocer como el rey
representa a Dios, y el mendigo a nosotros. Notemos que este aún en su pobreza
es egoísta. Ocasionalmente, Dios nos pide que le demos algo para así
demostrarle que Él es el más importante. Unas veces nos pide ser humildes,
otras ser sinceros o no ser mentirosos. Nos negamos a darle a Dios lo que nos
pide, pues creemos que no recibiremos nada a cambio, sin pensar en que Dios
devuelve el ciento por uno.
No sé qué te pida Dios en este momento.
¿Confianza?, ¿sencillez?, ¿humildad?, ¿abandono en su voluntad? No lo sé. Solamente
sé, que por lo que le des, te devolverá mucho más, y recuerda no darle
solamente unos pocos granos dale todo lo que tengas, pues sinceramente, VALE LA
PENA.»
Llegados
a este momento, degustemos y saboreemos la Oración Colecta: “Dios Todopoderoso y Eterno, haz que nosotros
siempre dirijamos a Ti devotamente nuestra voluntad y te sirvamos con sincero
corazón”. Lo esencial de esta Oración reposa en dos soportes: devotamente y
sincero. ¿Cómo es, en qué consiste dirigir “devotamente nuestra voluntad”? Devotamente
significa con un profundo respeto y admiración causada por los méritos de Dios.
¿Sí reconocemos esos méritos de Dios? ¿Nuestra relación con Dios reposa en la
admiración y el reconocimiento de la grandeza de la Presencia de Dios en
nuestra Vida? ¿Somos conscientes que nos ha salvado? ¿Sentimos su Amor que vela
por nosotros a cada instante? Y, la otra palabra, la “sinceridad”; ¿qué es eso?
¿pedimos por pedir, o… sabemos lo que estamos pidiendo? La sinceridad es la
ausencia de fingimiento, es una forma de honestidad, sin doblez, no hay
disfraz, no hay astucia, nada de hipocresía; nuestro ruego es que al servirle a
Dios sea con un corazón totalmente puro, sin segundo interés, sin buscar
recompensa… es servirle porque nos hace felices elegirlo como Dios y Señor
nuestro y todo lo demás vale nada y solamente Él, vale Todo.
Para
seguirlo honestamente hay que seguirlo por Amor, el tipo de Amor que los
griegos llamaban ágape, que se caracteriza por no esperar retribución.
Amor-Divino, es lo que estamos implorando, que Dios nos infunda en el pecho,
Amar como Él ama.
[1]
Galilea, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO Ed. San Pablo Santafé de
Bogotá-Colombia 1999. p. 98
[2] Mesters, Carlos O.C.D. LA MISIÓN DEL
PUEBLO QUE SUFRE. LOS CÁNTICOS DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL PROFETA
ISAÍAS. Ed. Vicaría Sur de Quito, EDICAY- Iglesia de Cuenca, Centro Bíblico
“Verbo Divino”. Quito – Ecuador 1993. p.13
[3] Beck,
T. Benedeti, U. et al. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed San Pablo
Bogotá 1ª re-imp. 2009 p. 418
[4] Mesters, Carlos O.C.D. Op. Cit. p. 15
[5]
Baena, Gustavo. S.J. LA VIDA SACRAMENTAL. Col Berchmans Santiago de Cali- Colombia 1998. pp. 21-24
[6]
Agudelo C., Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU. Ed. Paulinas
3are-imp. Bogotá –Colombia 2005 p. 43.
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