Job
38, 1.12-21.; 40, 3-5
La Presencia de Dios
despierta en el hombre la consciencia de ser.
Pierre Dumoulin
No
hemos leído nada del tercer ciclo de debates; tampoco hemos tocado el himno a
la sabiduría, que como se dijo al principio, fue lo último que se adjuntó a
este Libro; No hemos tocado para nada la “defensa de Job”, ni los discursos de
Elihú. Y, hemos pasado directamente al Discurso del Señor (38,1-42,6). Tampoco
se ha tocado el epilogo formado por los once versículos finales del Libro
(42,7-42,17) que, como se ha dicho, junto con 1,1-2,10 eran el sustrato
original del Libro. De esta manera hemos obliterado los capítulos 29 y 31 donde
encontramos un Job lleno de orgullo, el más afortunado de todos los hijos de
Oriente, está tan seguro de su justicia, que se cree más justo que Dios,
delante de Dios mismo (Pierre Dumoulin).
Por
fin, del 38,1 – 42,6 el Señor le responde a Job. De ahí tomamos hoy la perícopa.
Que contiene básicamente una “interpelación de Dios a Job, para concluir con
tres versículos donde Job prefiere no tratar de responder porque, considera que
ya ha hablado demasiado, y que no hay nada más que decir (40, 3-5).
En
el hablar de Dios hay un muestrario de la grandeza de la Creación, pero tras la
grandeza del conjunto ensamblado de las criaturas, hay una Grandeza aún mayor
que desborda la Creación, y es la Grandeza de Dios. No muestra la cara
Misericordiosa de Dios, muestra -en cambio- su Poderío. Contrapone primero lo
seco a las aguas, luego la luz a la oscuridad, las tormentas y los huracanes,
toda la escala zoológica tomando como picos los animales simbólicos; cede por
fin el turno y le da la palabra a Job, a ver si después de esta exhibición de
poderío, añade algo de lo mucho que ha bocetado a todo lo largo del Libro. Pero
él calla, como hemos dicho su elocuencia se ve absorbida por el desbordante
Poder del que ha hecho gala el Señor en su Intervención. Entonces, se sucederá
una segunda andanada, por parte de Dios, que torna a interpelar a su criatura:
y lo reta.
Job
había retado al Señor, así que, brotando del seno de la tormenta, viene a
responderle. Podríamos entonces -buscando una mayor precisión y un acercamiento
más estricto- separar en estas intervenciones de Dios tres episodios discretos:
1) Mostrar el proyecto
Divino Global como para mostrar el sentido totalizante de la Creación
(38,2-39,30)
2) Mostrar que hay
Justicia departe de Dios y que Él gobierna con: libertad, gratuidad, y
soberanía sobre toda la Creación (40,6-41,26)
3) Dios le da su apoyo
a Job y desmiente a sus presuntos amigos. (42, 7-8)
En
este recorrido, Dios va plantando unos mojones clarificatorios:
a) Lo muy superior de
los designios del Señor sobre la muy limitada comprensión humana.
Puede, por ejemplo, decir Job cuando es
la época del parto de las ciervas; o puede Job juguetear con los hipopótamos y
los cocodrilos. Y le da una estipulación:
b) No todo ha sido
creado para que esté al servicio del hombre, y le pregunta si será que el
búfalo quiere trabajar al servicio de Job (39,9). O, si ¿se comprometerá el
cocodrilo para estar a su servicio toda la vida? (40, 28). O, si cuando el
halcón vuela al sur, lo hace porque Job así se lo ha aconsejado (39,26) O si el
brazo de Job tiene una fuerza comparable con la de Dios que despacha los
truenos haciéndolos rugir a todo lo ancho del firmamento. (40, 9).
Entandamos
que Dios no interviene para “justificar” a Job, interviene para hacernos tomar
conciencia, para ayudarnos a salir de la ilusión que nos atrapa, para que
podemos superar los espejismos que nos atan, de la neblina de nuestros propios
pensamientos y del foso de preocupaciones donde hemos caído lleno de las
tinieblas de la autosuficiencia.
En
esta primera respuesta divina lo que hallamos es algo análogo a cuando Adán
quiso escondérsele a Dios después de su caída. Y dio le pregunta ¿Dónde estás?
O, también, como a los fariseos que querían apedrear a la “adultera” ¿Quién de
entre ustedes está libre de pecado?
Podemos
afirmar de alguna manera que Dios le da piso al dialogo, situándonos en nuestra
verdadera dimensión, referenciándonos en el marco de nuestra pequeñez, digamos
aún más, desde las coordenadas de nuestra insignificancia, desde allí podremos
continuar el dialogo.
Es
un dialogo orante, una sincera oración. Es un grito quejoso, dolorido,
desgarrador. Claus Westermann -profesor de la Universidad de Heidelberg- ubica
esta obra en el contexto literario de las lamentaciones, que es -ni más ni
menos- que la denuncia de la propia miseria delante de Dios.
Gustavo
Gutiérrez dirá a este respecto: «En mi investigación parto del simple
reconocimiento del hecho de que en el Antiguo Testamento el sufrimiento humano
posee su propio lenguaje. No se puede comprender la estructura del Libro de Job
si antes que nada no se ha comprendido este lenguaje, o sea el lenguaje de la
lamentación … contrariamente a la acepción negativa que asume la lamentación en
la mentalidad occidental resignación, replegamiento sobre sí mismo, incapacidad
de ayudarse-, en la perspectiva bíblica esta es profundamente vinculada a la
oración, es un elemento de súplica, de apelación a Dios».
«La
lamentación es oración que sacude el alma, al hacer salir el pus de las llagas
más profundas de nuestra existencia y es, por tanto, capaz también de
liberarnos interiormente. Porque el camino de Job es de liberación y
purificación, para volver a contemplar el rostro de Dios y rescatar el sentido
de la propia dignidad y verdad», -nos dice Carlo María Martini.
Sal
139(138), 1b-3. 7-8. 9-10. 13-14ab
Muchas
veces y en muchos sentidos podríamos concebir nuestra persona como un “plano”,
un “diseño” genial que el Ingeniero-muy-ingenioso le entrega al maestro de
obra. Cada uno de nosotros es un maestro de obra que toma el “proyecto original”
y lo va “implementando”, con mayor o menor fidelidad.
En
estos proyectos se anidan maravillas, proyecciones fantásticas, admirables,
dignas de su “Diseñador”. Por diversos motivos el “proyecto” se puede
desvirtuar, puede sufrir desvíos lamentables, aun cuándo al Ingeniero lo movían,
originalmente, las más Tiernas y Sabias previsiones.
Sin
embargo, todos sumandos en la historia de la humanidad, somos tantos que
nuestra desviación del modelo propuesto realmente no afecta la Idea esencial y
el resultado total. De otra parte, cuando el maestro de obra es fiel con todas
sus fuerzas al Proyecto Entregado, la “obra” puede convertirse en una tubería
que provea significativos avances para la funcionalidad del “Plan General”. Cada
obra “Individual” es apenas una parte en la Globalidad del Proyecto. Pero el
Ingeniero tiene recursos para neutralizar las imperfecciones y maximizar el
aprovechamiento de las tareas que se cumplen fielmente.
Lo
que podemos tener por cierto es que el Gran-Ingeniero tiene un conocimiento
detallado y minucioso de lo que ha Diseñado. Hasta el más mínimo pormenor. Y,
su “Seguimiento” es tan Puntual que se puede afirmar que Él sabe “cuando me
siento o me levanto… y todas mis sendas le son familiares”. Él nos conoce hasta
en lo que nosotros mismos no logramos entender ni saber.
Uno
de los aspectos a tomarle en cuenta al “maestro de obra” es el minucioso análisis
que hace del “Plano que recibe”. Y, no menos importante, la revisión cotidiana
para corroborar que el “proceso” se esté llevando a cabo en conformidad con los
Esperado. Aún más, y -pensamos que muy Grato a los Ojos del Diseñador-, la
manera sencilla y humilde como se acerca al Ingeniero y le ruega la explicación
de aquellos matices que él no alcanza a entender. A esas consultas que el “ejecutor”
le hace al “Diseñador”, las llamamos Oración.
La
oración es la ruta más eficaz para alcanzar la auto-identificación. Llegar a
entenderse a sí mismo, saber “para donde va”, y proceder con fidelidad respecto
al diseño, aún en lo que no alcance a dilucidar con claridad, convencido de la
Perfección del Plano y de su diseñador.
“Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el vientre
materno. Conoces hasta el fondo de mi alma, no desconoces mis huesos. Cuando en
lo oculto me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus
Ojos veían, todos mis miembros, y se inscribían en tu Libro; los formaste día a
día, y ninguno se retrasó en su crecimiento. ¡Qué admirables encuentro tus
designios! Dios mío, ¡que inmenso su conjunto!”
Aun
cuando intentamos esconderte nuestros entuertos, la baja calidad de alguna materia
prima, o el uso de piezas defectuosas, Tú Señor, todo lo observas.
Tus
cuidados consagran Tus Dos Manos, para sostenerme seguro. ¡Me has plasmado
portentosamente! Imploro que seas Tú Quien Dirija toda la Obra y que yo logre
fidelidad respecto a tu Expectativa.
Lc
10, 13-16
Ay de ti. No es una
amenaza (¡ay!) sino una queja y un lamento (cf. 6, 24ss). Es el dolor de Dios
por el mal del hombre, el dolor del amor no correspondido. La pena del juicio
no es: “ay de ti”, sino “¡ay de mí por ti!”. En efecto, se convierte en la cruz
de Cristo que es el “¡ay de mí!” de Dios por los males del hombre.
Silvano Fausti
Corozaín
- situada a tres kilómetros
al norte del lago de Genasaret-; צידה Betsaida
-casa de la pesca- yכְּפַר נָחוּם Cafarnaúm -pueblo de Nahúm-, poblado
pesquero israelita, a orillas del mar de Galilea, en el norte del actual Israel,
de allí habían salido los cinco primeros discípulos de Jesús; conducen el
corazón de Jesús a lamentarse, que lacerante esquirla habéis sembrado en el
Dulce Corazón de Jesús. El Señor tiene queja de vosotras, poblaciones infieles,
que habéis recibido un trato Providencial, y que habéis sido privilegiadas con
Sus Visitas y sus Ternezas, ¡Qué duro se ha mostrado vuestro corazón! ¡Duro
hasta la amargura!
Recordemos
que Dios comisionó a Jonás para llamar a Tiro y a Sidón -las ciudades que
simbolizan la explotación de los pobres- a la conversión y ellas hicieron duelo-penitencial
por sus pecados vistiéndose de sayal y sentándose sobre cenizas; por esto Tiro
y Sidón recibirán en su sentencia un más blando veredicto.
Muchos
piensan que Dios se hará el del ojo inflamado y que no se da cuenta de la
infidelidad de Cafarnaúm, porque piensan que, se le pasarán por alto sus muchas
fechorías y el desdén mostrado al Mesías; ellos han hecho honor al nombre de su
pueblo, que significa “revoltillo”, porque allí se han coligado, como en un
mercado persa, cientos de perversiones.
Que
estas palabras nos sirvan de premonición para que abramos con gentil dulzura
nuestro corazón para recibirte y prestemos todo nuestro oído a tu Amable Llamamiento
a la Conversión. Entendamos que esta no era una sentencia sino un llamado en el
que Jesús regatea nuestro amor, nuestro cariño, y nuestra aceptación. “El no acoger a Jesús es trasgresión de la
única ley de ese Dios que es amor”.
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