sábado, 24 de octubre de 2020

LLAMADOS A FLORECER EN EL AMOR

                                     Ex  22, 20-26; Sal 17, 2-3a. 3bc-4. 47. 5lab; 1Tes, 5c-10; Mt 22, 34-40

 

¡El deseo de ser como Dios no se realiza en tenerlo todo en las propias manos, sino en ponerse en las manos del Padre y de los hermanos por amor!

Silvano Fausti

 

Aquel que es víctima es, a los oídos de Dios, la primera voz a escuchar, oráculo del Señor. Este texto viene del Éxodo. Dios crea la humanidad, y –en un clima de libertad- lo deja evolucionar, lo deja crecer, le brinda condiciones para que pueda madurar. Cuando, por fin, alcanza cierto desarrollo, le da un nuevo contexto histórico para que llegue a hacerse pueblo. No es un pueblo más; es ¡el pueblo que será su pueblo!

 


Testimoniamos, al leer la Sagrada Biblia, la Mano Poderosa de Dios que actúa, porque es un Dios providente, que cuida a su pueblo, que lo pastorea y lo conduce a pastos abundantes. No cesan allí sus cuidados paternales, lo libra del lobo, lo guarda de las fieras acechantes, lo lleva a Egipto, y allí le muestra que sus cuidados no se han interrumpido. Que no lo descuida, que está muy al tanto de sus penurias, que está enterado de sus carencias.

 

Tierna y dulce es –por ejemplo- la historia de José vendido como esclavo para llegar a convertirse en Mayordomo de los tesoros de Faraón, y cómo –previsivo, inspirado por Dios mismo, atesora el grano para las épocas de las vacas flacas, siendo así como este trigo, terminará nutriendo –no tan sólo a los egipcios, sino también a los hambrientos del pueblo de Dios. Dios provee –por mano de José- a su pueblo para que sobreviva la hambruna.

 

Cuando al final del Padre Nuestro, rogamos a Dios para que prolongue sus cuidados y extienda sus desvelos por nosotros, proveyéndonos “el Pan Nuestro de cada día” hasta el final de los tiempos, le pedimos que nos “libre de todo mal”, porque Él es un Dios Libertador. Así lo proclama el Salmo de la Liturgia de este Domingo Trigésimo Ordinario del ciclo A -que es por antonomasia el repaso de tantos y tantos prodigios que Dios ha obrado en nuestro favor-: “Tú eres mi fortaleza; Señor, mi Roca, mi Alcázar, mi Libertador”. En el siguiente verso dice “Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos.” Este salmo, todo él, insiste en mostrar a Dios como el Dios que “me libró”.

 


Cuando nos libra, nos liberta; y nos liberta para hacernos libres y nos dignifica haciendo, de nosotros, un pueblo suyo: un pueblo libre. Como dice San Pablo, no nos creó con un espíritu de esclavos: “No hemos recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que hemos recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”.(Ro 8, 15), quiere decir que nos llamó a la libertad para que las bocas que lo declaran Padre, no sean boca de esclavos, sino labios de libertos. «La mayor dificultad del oprimido radica precisamente en iniciar su vida en libertad,… La esclavitud resulta cómoda, puesto que no implica peligros y riesgos, a condición de que se obedezca. La libertad, por el contrario, acarrea desacomodación, responsabilidad y riesgos. El mayor peligro consiste precisamente en que el pueblo no asuma responsabilidades y riesgos. El mayor peligro consiste precisamente en que el pueblo no asuma las responsabilidades que provienen de su propia liberación.»[1]

 

No con esclavos, ¡no! sino con personas libres se ha dado, a sí mismo, un pueblo que pueda decirle tiernamente, como dulces bebés: ¡Papito! Que es la traducción de la expresión Abbá.

 

Luego de tener hijos por medio del Acto Creador, y dejarlos crecer y educarlos en la libertad, los llamó a hacer con Él Alianza. Este vocablo –por su etimología- es portador de una doble connotación: De un lado está el hecho de significar unión; por otro, el de quedar atados, ligados, amarrados. Su más antigua raigambre está en la voz indoeuropea para atar. Dos cosas (o más) que están atadas, pasan a ser una sola. A su vez, ¿Cómo puede la humanidad hacerse una sola cosa con Dios, siendo por su naturaleza tan disimiles? ¡No exageremos la dis-similitud! Bástenos recordar que nos hizo a su “imagen y semejanza”, un poquitín menos que los ángeles, coronados de gloria y majestad (cfr. Sal 8, 5). No se vaya a implicar que al atarlos se hagan iguales, no se trata de eso; se podría atar una rama de eucalipto y una de manzanilla, y no por eso alguna se convertiría en la otra planta. Pero, si podría llegar a suceder que una ganara el aroma de la otra, que la rama de humanidad se divinizara; y, como lo hemos mencionado tantas veces, Dios en su Misericordia ilimitada se “abajó”, se humanó, para brindarnos ocasión de ganar su aroma, de ser portadores de su perfume, de Cristificarnos.

 


Pero, nos hemos adelantado muchísimo y nos saltamos etapas muy importantes de esta historia salvífica; tendremos que hacer un fly back a los tiempos de “la educación para vivir en libertad”. Dios nos enseñó su Ley, nos la dio tabulada en piedra. «Las normas básicas, que darán el cimiento para ese nuevo pueblo, están contenidas en el Decálogo, que se convirtió en una verdadera Constitución para el pueblo de Dios (cf. Ex 20, 1-17; Dt 5, 1-22). Centrada en el respeto a la vida (No matar), esa Constitución se abre como un abanico para todas las relaciones sociales, dando los fundamentos básicos y provocadores de vida para el pueblo. En el transcurrir del tiempo, se necesitó elaborar normas básicas en situaciones diferentes.»[2]. Nosotros, pueblo de dura cerviz, tardamos lo que un merengue en la puerta de un colegio, para infringirla. Esta necedad humana, tan propia de nuestra rebeldía in-causada, ya se dibujó en la conducta de Adán y Eva y la anécdota del “fruto prohibido”; y se repite –en el Éxodo- en la página del “becerro de oro”, que es la página de la idolatría. Y luego, con terquedad inusitada, cientos de veces, abusando del amor inquebrantable del Padre.

 

La Primera Lectura está tomada del Libro del Éxodo, precisamente de la sección donde se nos ofrece el –así llamado- Código de la Alianza: «Los investigadores modernos han reconocido que una buena parte del amplio cuerpo legal de Israel… tuvo su origen y se trasmitió como ley popular. Los ancianos reunidos a las puertas de los pueblos eran los portadores de la tradición. Allí oían las disputas que surgían en el pueblo y, sobre la base de la ley de YHWH que habían recibido de sus padres, emitían fallos (Rt 4, 1-8; Am. 5, 10.12)…En el proceso de recopilación de estas leyes se formaron tres grandes códigos legales, que hoy se encuentran en el Pentateuco. Son el Código de la Alianza (Ex. 20, 22-23, 29) el Código Deuterocanónico (Deut. 12-26) y el código de Santidad (Lev. 17-26), que se recopilaron en este orden cronológico.»[3]

 

«El código de la Alianza proporciona varios ejemplos de la preocupación de Israel por los pobres: el trato al extranjero (Ex 22, 21-23) y al miserable (Ex 22, 24). El sujeto que habla en estas leyes es YHWH, el Dios del éxodo y el destinatario es el israelita que ha sido liberado de Egipto. Tanto la ley que exige restituir lo robado (Ex. 21, 37) como la prohibición de usura vista antes (Ex. 22, 24) indican cómo la ley privilegiaba la vida sobre la propiedad.»[4]

 


Y, sin embargo, la Ley de Dios no es el cauce mismo para enfocar nuestra libertad, sino tan sólo un campo de entrenamiento. El Amor, por ejemplo, no puede hacerse Mandamiento, el amor debe brotar espontaneo, autónomo, silvestre. La ruta del amor no se puede hacer recorrer a la fuerza. Por eso precisamente es que los que entran al reino son los que se hacen como niños, porque son ellos los que aman así, sin esperar nada a cambio, saltan a tu cuello y te enredan en sus abrazos y en sus ternuras; sucede inclusive, que –un momento después de haber sido reprendidos, abandonando cualquier clase de rencor, vuelven a florecer con sus dulces expresiones de afecto. Ellos, nos complacemos en constatarlo, cinco segundos después de haberse disgustado con su amiguito por cualquier causa, retoman su amistad, sanando las heridas, perdonando la ofensa, en fin, superando lo que separa y restañando la unión. Recordémoslo siempre: ¡Si no nos hacemos como niños….!

 

Retomemos la idea: La ley es un campo de entrenamiento, pero lo que nos Diviniza, no es la ley sino el Amor. ¡También con la Ley se corre el riesgo de fabricarse un fetiche! El pueblo judío, llegó a “fabricarse” 613 leyes que se podían descomponer en 365 prohibitivas y 248 incitativas. Y, en general, abusando de la multiplicación de los entes, vamos multiplicando ademanes que parecen –so capa de engaño- acercarnos a Dios: …la oración A y la jaculatoria B y así sucesivamente, sin trascender el plano ritual. Ay, al lado de cada uno de estos gestos, ¡qué pobreza! si lo comparamos con un sencillo acto de amor; pero realizado “con alma, vida y sombrero”.

 

Aun cuando parece desviarnos del propósito, cabe señalar que ni siquiera la frase “amor con amor se paga” es lícita; porque, el amor no se paga con nada, el amor no es una transacción de toma y daca. El verdadero amor no espera nada a cambio… Y, sin embargo, la dialéctica salvífica aguarda “una contraprestación” (la hemos llamado así, aun cuando tampoco es la palabra más afortunada, porque también conlleva un sentido de dar-por-un-esperado-recibir. ¡Y no es así! Dios nos ama, nos da, pero Él no necesita nada: Él lo tiene todo y es el Dueño de Todo; ni nuestras oraciones lo hacen más grande, ni nuestra ingratitud lo disminuye, en una palabra: “No necesita nada nuestro” pero le complacen nuestras ternezas, que Él, Dulce y Amoroso Padre, las descubre y las lee como Incienso agradable en su Presencia.

 

Entonces, la ley no conlleva un sinnúmero de arandelas; sino, como nos lo muestra Jesús en una maravillosa y apretada síntesis, la Navaja de Ockham llevada al extremo de la simplificación: Dos cosas solamente: el Querer de Dios y las necesidades de nuestros hermanos que como nos lo recordaba Helder Câmara, en nuestro blog del Domingo XXIX, “toda criatura humana es hermana nuestra, hija del mismo Padre”. «El mandato es doble, amar a Dios y al prójimo, porque nosotros, sólo amando al Padre y a los hermanos, llegamos a ser lo que somos: hijos. Así logramos nuestra identidad, sanando la ruptura originada con el Otro, con nosotros mismos y con los otros.»[5]

 

«De lo que más largamente habla el código de la Alianza es del derecho de los pobres (22,20 al 23,13). Manda de una manera insistente a que se les ayude. Prohíbe cobrar intereses en los préstamos a los necesitados. Enseña que el mínimo vital para poder vivir como Dios quiere está por encima de cualquier otro interés. En resumen, los creyentes en este Dios deben prestarse servicios los unos a los otros con sinceridad, integridad y justicia. Más tarde este espíritu de servicio mutuo se resumirá en aquella célebre frase de “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19,34).»[6]

 


Este Amor-Ágape que Dios tiene por nosotros y nosotros por Él, da como fruto la Alianza que es un amor no pagado sino bien retribuido, a Dios que lo da, le damos con largura nuestra gratitud, nuestro amor. Él nos habló, nosotros le respondemos. Él nos ama, ¡Quién lo amara tanto que de Amor muriera!

 

Con el fiel, Tú eres Fiel,

con el integro, Tú eres Integro;

con el sincero, Tú eres Sincero;

con el astuto, Tú eres Sagaz.

Tú salvas al pueblo afligido

Y humillas los ojos soberbios. (Sal 17, 25-27)

 

«A través del amor, lo que está en el Cielo, sucede también sobre la tierra: el hombre entra en la misma vida de Dios, en la Trinidad.»[7]



[1] Balancín, Euclides Martins. Storniolo, Ivo. CÓMO LEER EL LIBRO DEL ÉXODO. UN CAMINO HACIA LA LIBERTAD Ed. San Pablo Santafé de Bogotá D.C.-Colombia 1995. pp. 48-49

[2] Martins Balancin, Euclides. HISTORIA DEL PUEBLO DE DIOS. Ed. San Pablo Bogotá-Clombia 2005. Pp 33-34

[3] Napole, Gabriel. O.P. DIOS OPTA POR LOS POBRES. EL TESTIMONIO DE LA BIBLIA. Ed. San Pablo BB. AA.-Argentina 1994 p. 21.

[4] Ibid p. 22

[5] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia. 2011 2da reimpresión. P.498.

[6] Caravias, José Luis. s.j.  DE ABRAHÁN A JESÚS. LA EXPERIENCIA PROGRESIVA DE DIOS EN LOS PERSONAJES BÍBLICOS. Ed. Tierra Nueva y Centro Bíblico “Verbo divino” Quito-Ecuador 2011. p. 31

[7] Fausti, Silvano. Op. Cit. p. 501

sábado, 17 de octubre de 2020

POLIEDRO FRATERNAL

 



DENARIO O BRAZOS ABIERTOS ACOGIENDO

Is 45, 1. 4-6; Sal 95, 1. 3. 4-5. 7-8. 9-10a.e.; 1Tes 1, 1-5b; Mt 22, 15-21

 

La eternidad comienza aquí y ahora. Es aquí y ahora donde se construye.

Helder Câmara

 

La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.

Benedicto XVI

 

Los invito a ponernos un poco geométricos y hablar de líneas horizontales y verticales, y poliedros.

 

El Hijo del Dueño-de-todo no tiene ni siquiera un denario; para poder ilustrar su respuesta tiene que pedir uno prestado, para poder mostrar qué tiene impreso. En esta situación se evidencia cuál es la riqueza de Jesús que se manifiesta, precisamente, en su “no poseer ni siquiera la moneda que representaba la paga de un jornal de trabajo”, no posee ni siquiera “la moneda del tributo”. El Rey de Reyes, no tiene ni una moneda, siendo el Dueño Absoluto, precisamente por eso su Efigie no está grabada en el sucio metal de la moneda, para no ser “manoseado”, sólo puede estar impresa en el corazón del hombre, en el Sagrado Fuero de su Conciencia.

 


Este Domingo volvemos sobre la Realeza de nuestro Dios, YHWH es el Único Señor y fuera de Él no hay otro; Él obra por amor, ama a su Pueblo-escogido; Él obra –por caminos insospechados- en favor de ese pueblo, valiéndose hasta de los que no son conscientes de servir a su Altísima Majestad, Nuestro Dios y Señor. Hasta los que no lo conocen pueden ser vía para servir a sus designios. Es Rey, pero ¡Alerta! No es un rey humano, es un Rey-Divino, y, así podemos llegar a dar el gran salto, para entender que no es humano pero se ha humanado para humanizar su imagen, imprimiendo su Soberanía en el que fue creado a Imagen-y-Semejanza-Suya: Todo es de Dios, ¡entreguémonos totalmente a Quien es Nuestro Dueño y Señor!

 

Es que tener la “Moneda del Impuesto” es sinónimo de dependencia, de esclavitud, estar en condiciones de pagar tributo a un rey extranjero que nos avasalla, que nos enajena la libertad, tener esa “riqueza” es andar, entre el bolsillo, con las “fichas del juego ajeno”, del juego del enemigo: el juego de las monedas, siempre nos encadenará a la ambición de tener otras y ser esclavo de las efigies en ellas gravadas, sean escudos de armas, águilas imperiales o serpientes venenosas.

 


En cambio, Jesús vive en una libertad ejemplar que le permite vivir para ser constructor del Reino de su Padre, una libertad que le permite consagrarse; y sus propios contradictores lo reconocen, así sea para entramparlo: La riqueza de Jesús no estriba en el manejo de monedas sino en su libertad soberana. Esta libertad de Jesús lo expresan –en la perícopa del Evangelio que proclamamos hoy- los labios del adversario, es una libertad que:

 

Ø  Le permite ser siempre sincero

Ø  Enseñar de verdad el camino de Dios

Ø  No importarle el qué dirán

Ø  No vivir ni depender de respetos humanos

Ø  No estar esclavizado por las apariencias.

 

«Siempre se discute acerca de “horizontalismo” y “verticalismo”, “evangelización” y “humanización”. Yo estoy convencido de que el Señor no establece separación, y menos aún oposición, entre ambas cosas. La historia de Dios y la historia de los hombres están entremezcladas y avanzan conjuntamente.»[1] Sólo moviéndonos en el espacio ilimitado de la libertad que nos enseña Jesús podemos ser obreros del Reino. Cuando seamos capaces de discernir a qué juego nos “consagramos”, en la dicotomía: Reinado de Dios o idolatría del César. La soberanía en la libertad del hombre lo vincula con el compromiso, ya lo dijimos arriba; pero, de los cinco rasgos de la libertad de Jesús hay uno que está de primero, hay uno que lo caracteriza, -que acarrea a los otros- en la libertad del hombre que se compromete con Dios: “Enseñar de verdad el camino de Dios”. Tan es el primero que define el sentido del hombre religioso: define su misión: lo primero para el creyente es la evangelización. Evangelizar es promover los valores del Reino.

 


Todos los “fieles” estamos llamados a la fidelidad con el Reino; anunciar la Verdad del Reino y el Camino de Dios que lleva a Él es nuestro compromiso, el sentido de la vida, de la espiritualidad, de la fe. La fidelidad con ese compromiso es la misión de construir –no en la soledad, no en el aislamiento de “superman” -la figura mítica de las historietas-; nosotros estamos invitados a un “banquete” -como se precisó el Domingo anterior- donde nos sentamos hombro a hombro y codo a codo a construir el Reino en equipo –con todo lo dificultoso que puede ser trabajar en equipo; valorar las diferencias, lidiar con las oposiciones, con los mal entendidos, con la diversidad de “puntos de vista” y salir airosos y felices porque, por sobre todo eso, está la unidad (como Jesús y el Padre son Uno), porque sobre todas esas dificultades resplandece el Cuerpo Místico, Él saldrá triunfante (y esta es una Verdad de tipo escatológico) estamos hablando del fin de la historia, del kairós. ««La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida». Reiteradas veces he invitado a desarrollar una cultura del encuentro, que vaya más allá de las dialécticas que enfrentan. Es un estilo de vida tendiente a conformar ese poliedro que tiene muchas facetas, muchísimos lados, pero todos formando una unidad cargada de matices, ya que «el todo es superior a la parte». El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica incluir a las periferias. Quien está en ellas tiene otro punto de vista, ve aspectos de la realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las decisiones más definitorias.»[2]

 

«A quienes pierden el tiempo en discutir acerca de “horizontalismo” y “verticalismo”, yo siempre les digo lo siguiente: “Ni la sola línea horizontal ni la sola línea vertical pueden formar una cruz”. Para tener una verdadera cruz, debemos mantener simultáneamente tanto la línea horizontal como la línea vertical. Y la línea horizontal son los brazos de Cristo, abiertos a todos los grandes problemas humanos.»[3]

 

Es, precisamente de eso de lo que nos habla la Segunda Lectura tomada de la Primera Carta a los Tesalonicenses: fe, amor y esperanza. Estas virtudes teologales están sustentadas en pilares que, si leemos con atención son las que San Pablo evidencia: la fe en las obras que la manifiestan, el amor en los trabajos fatigosos que se emprenden; y, la ὑπομονῆς resistencia de la esperanza que tiene como fundamento a Jesucristo Nuestro Señor.

 

«Hoy día estoy serenamente convencido de que la Iglesia no debe comprometerse y solidarizarse más que con el pueblo… los gobiernos, tanto de derecha como de izquierda,… no ven con buenos ojos que la Iglesia se encuentre con ese pueblo. Están dispuestos a cubrirla de honores y de privilegios a condición de que se quede en el templo, exclusivamente dedicada a dar alabanza a Dios mediante hermosas liturgias. A condición de que no se inmiscuya en los problemas de hoy: los problemas económicos, sociales y políticos… ¡son asuntos de la tierra, no del reino de los Cielos!... nosotros no podemos aceptar esa postura, ese papel de Iglesia–museo… Se trata de cumplir nuestro deber de hermanos para con los hermanos sometidos a la prueba, al sufrimiento y a la opresión.»[4]


 

Pero la verdadera alabanza trasciende el templo, la alabanza nos conduce a una Iglesia que está “en salida”, estamos comprometidos con una misión (que cuaja sobre los tres pilares teologales que nombró San Pablo): «Tenemos la responsabilidad de ser hermanos de nuestros hermanos, sin necesidad de preguntarnos si son católicos, cristianos o “creyentes”. Nos basta con saber que toda criatura humana es hermana nuestra, hija del mismo Padre.»[5]

«Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente.

El ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino del amor, a no perder la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad. Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo.»[6]

 

 

 

 

 



[1] Câmara, Dom Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae Santander-España 1985 p. 163

[2] Papa Francisco. FRATELLI TUTTI. 3 de octubre 2020. #215.

[3] Ibidem

[4] Ibid p. 164

[5] Ibidem

[6] Papa Francisco. LAUDATO SI’. Ed. Paulinas Bogotá D.C. 2015 ## 229-230 pp. 189-190

sábado, 10 de octubre de 2020

IMPORTANCIA DE LA JUSTICIA



 Is 25, 6-10a; Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6; Fil 4, 12-14. 19-20; Mt 22, 1-14

 

Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos.

Is 5, 7

 

 

La eternidad de Dios es Fidelidad

En este Domingo concluimos la contemplación de las tres parábolas que nos propuso Jesús en el Evangelio según San Mateo para revelarnos su Reino. San Juan Pablo II, de tan grata recordación, nos propuso la inclusión de los Misterios de Luz en el Santo Rosario, los llamó «misterios de luz», pues en su vida pública, Cristo se manifiesta como «misterio de luz»: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo» (Jn 9, 5); el tercero de ellos –como quien dice, el Misterio Central- se refiere precisamente a la proclamación del Reino de Dios. Según las informaciones que tenemos, Jesús vivió, actuó y murió apasionado por una causa: la llegada del Reino de Dios, o nueva humanidad fraterna (Jesús Espeja. o.p.).

 

En ninguna parte del evangelio hallamos una explicación de lo que es el Reino de Dios. Jesús renunció a definirlo o explicarlo teóricamente. Podemos afirmar que él daba por supuesto que sus oyentes sabían lo que quería decir (aunque solo en parte) con lo del Reino de Dios.” (J. Gnilka). Pero Puebla nos legó una aclaración muy explícita: “Porque el Reino es lo absoluto, abarca todas las cosas, la historia sagrada y la historia profana, la Iglesia y el mundo, los hombres y el cosmos. Bajo signos diferentes en lo sagrado y en lo profano, el Reino está siempre presente donde los hombres realizan la justicia, buscan la fraternidad, se perdonan mutuamente y promueven la vida”. (Puebla 227-228).

 


Hay, en el Evangelio de San Mateo, un puente que une la perícopa del Domingo XXVII con la parábola del Rey que celebra las Bodas de su Hijo –Lectura correspondiente para este Domingo XXVIII(A)-, observemos ese puente con detenimiento:

 

Jesús agregó: “¿No han leído nunca lo que dice la Escritura? Dice así: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular; es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Por eso les digo: Se les quitará el Reino de los Cielos, para dárselo a la gente que rinda frutos; y en cuanto a la piedra, el que se estrelle contra ella será hecho pedazos, y si la piedra cae sobre alguno, lo hará polvo.” Al oír estos ejemplos, los jefes de los sacerdotes y los fariseos comprendieron que Jesús se refería a ellos. Hubieran querido arrestarlo, pero tuvieron miedo del pueblo que lo miraba como profeta. (Mt 21, 42-46)

 


«Antiguamente el maestro de obra examinaba y aprobaba o no las piedras que debían entrar en la construcción. Las que no servían eran dejadas de lado. Jesús, y Dios con Él, es dejado de lado en la construcción de la sociedad injusta, pero de Él saldrá el pueblo justo, abierto a todos aquellos que desean volver a la justicia, para que esta sea el fundamento de un mundo nuevo, donde todos podrán tener libertad y vida, en la fraternidad y en la participación. Es una piedra peligrosa para los injustos, pero liberadora para los hijos de Dios.»[1] Nos vemos abocados a reconocer nuestra tremenda responsabilidad: Nosotros somos ese “pueblo justo” que brota de Él. ¿Honramos esa responsabilidad? ¿Sí damos frutos de solidaridad y justicia, de libertad y misericordia?

 

Queremos proponer una parábola: SOLO SEMILLAS

 

Cuentan que un joven paseaba una vez por una ciudad desconocida, cuando, de pronto, se encontró con un comercio sobre cuya marquesina se leía un extraño rótulo: "La Felicidad".

 

Al entrar descubrió que, tras los mostradores, quienes despachaban eran ángeles. Y, medio asustado, se acercó a uno de ellos y le preguntó.

 

- "Por favor, ¿qué venden aquí ustedes?"

 

- "¿Aquí? -respondió el ángel-. Aquí vendemos absolutamente de todo".

 

"¡Ah! - dijo asombrado el joven -. Sírvanme entonces el fin de todas las guerras del mundo; muchas toneladas de amor entre los hombres; un gran bidón de comprensión entre las familias; más tiempo de los padres para jugar con sus hijos..."

 

Y así prosiguió hasta que el ángel, muy respetuoso, le cortó la palabra y le dijo: "Perdone usted, señor. Creo que no me he explicado bien. Aquí no vendemos frutos, sino semillas."

 


¿Dónde nos quedamos en el XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (A), o sea, el Domingo pasado? El Señor nos preparó una Viña y la puso a punto para arrendárnosla. ¡Afortunados de nosotros a quienes nos correspondió ser sus inquilinos! Ahí tenemos espacio para sembrar nuestras semillas y producir buen fruto. Ya vendrá el Señor –a su tiempo- a recoger su parte de la cosecha.

 

El Reinado de Dios es Eterno

Jesús nos enseña por medio de esta tercera parábola que se nos presenta en el Evangelio de este Domingo, apelando a la imagen de un banquete para mostrarnos la naturaleza del Reino de Dios. Recordemos que San Mateo organiza su evangelio como una especie de Pentateuco, y que esta perícopa está ubicada en el centro del bloque conformado por los capítulos 19 a 25 que constituyen el Quinto Libro donde se nos indica, en definitiva, cómo será ese Reino. También vale la pena recordar que, al decir Reino de los Cielos no quiere decir un reino que se construye como una realidad escatológica, para la otra vida, sino que, como los judíos no podían (poder ético-teológico) pronunciar el Santo Nombre de Dios, el evangelista apela a este giro y lo llama Reino de los Cielos. No se trata entonces de un Reino Aeróstato, que flotaría entre las nubes, sino de una realidad terrena, campo de prácticas donde nos entrenaremos para vivir nuestra vida resucitada. Es algo que nos dice cómo vivir nuestro hoy, apuntando hacía el mañana y no algo que nos dice cómo vivir el mañana o el pasado mañana, que a su debida hora el Señor nos mostrará cómo, ya que “cada día trae su propio afán” (Mt 6, 34). Conocer a Jesús significa empezar hoy mismo –no dejarlo para mañana- a vivir como sus verdaderos discípulos.

 

En el Apocalipsis Mayor de Isaías, es decir en los capítulos 24 a 27, ya encontramos esta imagen del “festín de manjares suculentos y vinos de solera” (Is 25, 6) Como podemos darnos cuenta esta realidad parabólica es de muy sencilla captación puesto que uno de los mejores momentos, plenos  de amistad, de relación interpersonal agradable y rebosante de alegría es el de un banquete. Isaías completa la imagen de plenitud del banquete con estas notas que incorpora en Is 25, 7-8:


 

a) “Arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones”. Se trata de un “develar”, de retirar el velo que oculta, que impide ver, ese que causa que miren y no vean y por más que escuchen no comprendan (cfr. Mt 13, 13) donde Jesús hace alusión a Is 6, 9-10. Está hablando pues de “revelarles” por fin lo que antes era impenetrablemente incomprensible. A lo cual corresponde el verbo griego ἀποκαλύπτω (apokalupto) de dónde proviene el título del último libro bíblico, el Apocalipsis. Lo que se revela es que el reino es ya, y no al morirnos.

b) “Aniquilará la muerte para siempre” lo cual nos afirma en la certeza de que una vez resucitados no volveremos a morir. Pero el irresponsable –entendemos- siempre corre el riesgo de quedarse eternamente muerto, así como el responsable cuenta con la garantía de no morir para siempre.

c) “Enjugará las lágrimas de todos los rostros y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país” esto se tiene que entender como una protección que nunca se nos retirará, aquí Dios nos manifiesta que podemos contar con Él, que al fin de cuentas, podemos contar con su bondad y su Misericordia puesto que va con nosotros todos los días de nuestra vida.

 

Esta tercera nota de Isaías nos conduce directamente a otro banquete, se trata del Salmo 22 donde el Señor nos prepara la mesa, nos sirve una copa rebosante y nos unge la cabeza con perfume. Este salmo es un salmo del huésped de YHWH, es decir de uno de sus amigos, de uno de sus invitados, que permanece fiel en el templo, que habitará en la Casa del Señor (el Templo escatológico) por años sin término, es decir, se trata de uno de sus escogidos, un miembro del pueblo elegido, que en términos cristianos no es un tema de raza sino de fidelidad y cumplimiento de sus mandatos, de responsabilidad, de dar frutos, de dar al Señor la parte de la cosecha que le pertenece.

 


San Pablo en Filipenses, capítulo 4, nos dice que a una buena obra nuestra, como la solidaridad que mostraron los filipenses con él -que le fue transmitida por Epafrodito- noble acción que sube a Dios como sacrificio agradable, como incienso de grato olor a Dios, que será seguida de la espléndida recompensa de Dios que se encargará de cubrir todas sus necesidades, y las suplirá con creces.

 

La Alianza sellada exige responsabilidad

Por eso el Rey (Dios) no limita la invitación a una raza, al pueblo judío, sino que envía a sus criados (en la versión griega se habla de “esclavos” δοῦλοι, porque –como nos lo dice San Pablo en la 1Cor 9, 16-19 – anunciar el evangelio es una obligación ineludible, y añade, “aunque no soy esclavo de nadie, me he hecho esclavo de todos a fin de ganar para Cristo el mayor número posible de personas”) para que conviden a “don Raimundo y todo el mundo”, van hasta donde terminan los caminos de la ciudad διεξόδους y empiezan los caminos que llevan a los pueblos extranjeros sin hacer acepción de persona; observemos que en el evangelio dice específicamente que se convidaron no sólo a los buenos, sino también a los malos. Lo que no implica que todos los “llamados” serán “elegidos”, sino tan sólo los que se hayan revestido con el traje de la justicia: «no basta con aceptar la invitación, sino que hay que aceptar vestirse con la ropa nupcial. Haberse revestido de esta ropa es lo que señala la entrada definitiva en el reino.»[2] «No basta ser pobre y marginado para entrar en el reino de Dios. Ese reino es de justicia y, sin la vestidura de la justicia, o no se entra en él o no se permanece en él… Sí. El prepara la fiesta de la libertad y de la vida para todos. Pero sólo entra el que usa el pasaporte de la justicia.»[3]

 


La invitación de un Rey -en ese tiempo- incluía, como regalo, el vestido apropiado; y, en la parábola no se trata de ropa, sino de un vestido “Sacramental”, aquel que nos proporciona el bautismo y, que luego, si se llega a manchar o ensuciar, podemos llevarlo a la lavandería que en términos sacramentales es el Sacramento de la Conversión o sea de la Confesión o Reconciliación. Cantemos la Misericordia de mi Señor, el Rey que nos ha invitado al ¡Banquete de Bodas!, se celebran las Bodas del Cordero con su Prometida, la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, en cuyas manos está asumir su responsabilidad histórica en la construcción del Reino si cultiva las semillas recibidas. Al Dios y Padre nuestro sea la gloria por los siglos de los siglos.

 

 



[1] Storniolo, Ivo. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MATEO. EL CAMINO DE LA JUSTICIA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1999 p. 186

[2] Le Poittevin P. Charpentier, Etienne. EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO. 16ª ed. Ed. Verbo Divino Estella-Navarra 1999 p. 58

[3] Storniolo, Ivo. Op. Cit. p. 190

sábado, 3 de octubre de 2020

YAHWE SIGNIFICA “DIOS ES ETERNO”

 



Is 5, 1-7; Sal79, 9 y 12. 13-14. 15-16. 19-20; Fil 4, 6-9; Mt 21, 33-43

“… os he elegido del mundo para que vayáis

y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.”

Jn 15,9-17

 

…conocer al Señor… Como un discípulo, no como un estudioso. Como un seguidor y no como un investigador.

Segundo Galilea

 

“Sobre todo examinen lo habitual. No acepten sin discusión las costumbres heredadas. Ante los hechos cotidianos, por favor, no digan: 'Es natural'. En una época de confusión organizada, de desorden decretado, de arbitrariedad planificada y de humanidad deshumanizada... Nunca digan: 'Es natural', para que todo pueda ser cambiado.”

Bertold Brecht

 

En su ofrecimiento de amistad, Dios nos la ha prodigado para que la recibamos responsablemente: Yahvé Dios plantó un jardín en un lugar del oriente llamado Edén y colocó allí al hombre que había formado. (Gn 2, 8), pero no lo dejó allí librado a su albur sino que “le dio al hombre un Mandamiento” (Gn 2, 16a): espera que fructifiquemos en el Amor; tampoco nos ha ocultado quienes son sus favoritos, entre los cuales tenemos a los pobres, a los enfermos, leprosos, ciegos, cojos, tullidos, endemoniados, los despreciados, los huérfanos, las viudas, los niños, las mujeres, los extranjeros, los adultos mayores; para sólo citar una parte de la lista, teniendo cuidado en citar los principales. ¿Aceptamos a los amigos de Dios prodigándoles la amistad como si fueran Él mismo?

 


Por otra parte, La Sagrada Escritura se constituye en una “Cartilla”, en un “Manual” de la amistad con Dios y con sus amigos. No hay lugar para leerla de otra manera, con otro tipo de espiritualidad, por muy espiritual que suene: ¡Amar a Dios y al prójimo! Nuestra lectura de la Biblia es como una comunicación epistolar con un Amigo. Nos interesa saber de Él, conocerlo, pero sobre todo acrecentar nuestra amistad -y claro- también queremos saber si podemos hacer algo por ese Amigo, de pronto conocer sus gustos para poderle ofrecer algo, un regalo, por ejemplo o, si ese amigo tiene un Proyecto en el que nosotros le podemos colaborar, de alguna manera, si quizás tiene Él un Jardín, un Huerto o una Viña en la cual podemos dar una mano, y ayudarle a velar por sus cultivos.

 

Debemos decir que leer la Biblia no es el todo, (recordemos que también el diablo se la sabe de memoria, como pudimos constatar en el episodio de las Tentaciones), la revelación es mucho más que memorizar textos. Traemos en nuestras cananas, (perdón, quería decir alforjas) un vocabulario tomado de la jerga militar, sacada en préstamo de los contextos bélicos y –que solapadamente- trasportan una ideología “conquistadora invasora” que data de la época en que ingenuamente se calcó la Evangelización de modelos imperialistas, cuando se asimiló la extensión de la fe a la dominación de mayores territorios colonizados. Entonces, tomemos el caso de quienes visitan la Biblia como quien visita un “arsenal” para adquirir una dotación de municiones. ¿De qué nos vale decir que son “municiones santas”? ¡Munición es munición, todas las municiones conllevan un potencial de muerte! Y de vuelta, traemos las cananas (¡ah, por eso se nos escapó arriba esta palabreja!) repletas de citas para disparar en ráfaga, y nos anexamos el rótulo: “Preparados para el combate”, “ejércitos de fe”, “soldados de Jesucristo”. ¿Cómo se puede dar un combate de “amor”? Son ideas mutuamente  excluyentes. Las mismísimas cruzadas no fueron otra cosa que el intento de diseminar la fe con la sangre derramada por las espadas y la Santa Inquisición un mecanismo para defenderla y salvaguardarla a fuer de asar gente viva. Nos podemos equivocar, ¡sí!; lo que no podemos es re-editar nuestros errores cambiando la carátula con una a la moda de las ediciones del siglo XXI. ¡El cambio ha de ser rotundo, una verdadera Conversión!

 


Evangelizar no es una empresa marcial, no está relacionada con botas y uniformes, ni con armas, ni con bombas; mucho menos -aun cuando para algunos oídos suenen gratos- con el vocabulario correlativo y las figuras literarias provenientes de las campañas militares y los frentes de guerra. Para no permear nuestra Evangelización con estas ideas que se probaron equivocadas, lo primero que tenemos que hacer es despojarnos de la fraseología castrense y del vocabulario proveniente de la rendición por la violencia y por la fuerza de las armas. Somos llamados, efectivamente, a trabajar y a rendir fruto, a no ser “higueras estériles”, pero nuestro contrato no es para desempeñarnos como esbirros y menos como mercenarios, (la fe es ajena a la beligerancia y al sentido de lucro). Si, digámoslo abiertamente: la fe es un servicio desinteresado que nos compromete por amor con Aquel que es Puro-Amor; y ya que estamos hablando de la contraposición entre lucro y gratuidad, es de carácter forzoso mencionar que todo amor por contraprestación económica es prostitución.

 

La labor del agricultor es tan distinta, al suelo no se le “conquista”, no se le “domina”, no se le “somete”; muchísimo menos se le “tortura” ni se le “esclaviza”. El agricultor pasa por ingentes facetas laboriosas: desyerbe, abono, poda, regadío; Dios-Viñador mismo señala las facetas por las que Él pasó: plantó la viña, (nosotros que a veces no sabemos nada de la labor campesina, nos imaginamos que es una labor de pan-coger, que las matas dan sus frutos espontáneamente sin esfuerzo alguno); la rodeó protectoramente de una cerca, cavó en ella un lagar (porque a las uvas hay que exprimirlas para que den el mosto que se fermentará para que se torne en vino); le construyó una torre, porque hay que cuidarla, vigilantes para que no la dañen y sólo luego de haberle consagrado todo este esfuerzo, estará lista para arrendarla. Un cultivo, pues, requiere mucho cuidado, tiempo y esfuerzo, estar vigilante, cuidar del regadío, atenderla con suma solicitud. Así ha sido Dios con su Viña. Él mismo la plantó, no uso de empleados, no se la encargó a jornaleros, Él se encargó de todo, porque ningún “agricultor” ama tanto su cultivo como Aquel que lo ha sembrado con sus propias manos, y la ha regado con su propio sudor. Atención a la pregunta que nos dirige YHWH: ¿Qué más se puede hacer por una viña que no lo haya hecho Yo? Pregunta típica del que ama y se ha desvivido por el destinatario de su amor. Reflexionando la parábola de los viñadores asesinos, se viene a nuestra mente la página bíblica del Génesis, donde Dios cuenta la creación y, enseguida, narra cómo, con delicada ternura, “… plantó Yahvé Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado. Yahvé Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles agradables a la vista y buenos para comer,…" (Cfr. Gn 2, 8-9a). Hasta aquí el retrato de Dios–Padre Providente y Generoso.

 


Dios nos dio una Tierra feraz, que mana leche y miel; aquí viene lo triste y vergonzoso, tenernos que referirnos a los agrazones: «En el texto hebreo una aliteración irreproducible plastifica la amargura de la sorpresa divina. El Señor esperaba de su pueblo sedagah (justicia) y en su lugar hay sa’agah (lamento de los oprimidos), esperaba mishpat (derecho) y en su lugar hay mispach (asesinato: derramamiento de sangre).»[1]  el Malo quiere imitar a Dios-Agricultor  y le sale un remedo; planta su hedionda semilla en nuestro pecho y de allí brota maleza, un matorro que se da silvestre, no requiere ningún cuidado: es la envidia, la avaricia, el ansia de poder, una cierta retorcida crueldad, capaz de sofisticar hasta límites insospechados el pecado contra la vida, contra la naturaleza, contra la creación, no se quedan por fuera –antes bien- son sus presas favoritas sus propios hermanos: “el hombre se hace lobo para el hombre” según lo acuñó en su célebre frase Thomas Hobbes. Escuchando a unos amigos comentar la situación de insolidaridad e indiferencia y el alambicado sentido de la perversidad en los jóvenes, les oí acuñar de nuevo que el “ser humano es malo”; quisiera reiterarles que no es malo en su origen sino que se la conduce y se le atiza para que reaccione con maldad.

 

¿Y, cómo pasa esto? Dándole mal ejemplo, proponiéndoles estereotipos culturales que le inducen al mal, que le depravan el corazón, haciéndolo creer que es natural o sea, que está en su naturaleza, cuando no hay nada menos natural y más artificial en el corazón humano que la maldad. Rompiéndole la familia, insertándolo en un contexto de corrupción. Y ¿qué es corrupción? Viene del latín, el prefijo co- significa que participan varios, que es una acción conjunta, que el Malo obra con apoyo de múltiples co-operarios; y la voz latina rumpere que significa hacer pedazos, trizar, partir, romper; este vocablo está inextricablemente ligado a la palabra –de origen griego- diablo, que significa el que divide, el que separa; la acción del Diablo es eminentemente corruptiva.

 

Entonces, cómo están las cosas, Dios nos entregó la Biblia, ese Manual-Excelso del que hablamos al principio, y luego nosotros acumulamos encima todos los libros, las películas, las series de televisión y las propagandas que pudimos para sepultar la Biblia y hacerla inalcanzable e inaccesible. ¿Pasó esto por puro accidente? ¿Se volcó la biblioteca y –sin culpa- como teníamos la Biblia en el primer lugar, lo demás cayó encima? ¡No! No fue inopinadamente, hubo premeditación, denunciamos la alevosía con la que se nos ha sustraído la opción del Bien: han sido intereses creados, ha sido ansia de lucro, ha sido avaricia y codicia, están implicados los pecados capitales, la humanidad ha sido deshumanizada a propósito.

 

En la Segunda Lectura se nos brinda todo un programa de trabajo para la construcción del Reino, para que el Dios de la paz esté con nosotros. Desglosemos sus etapas principales:

1.    Acompañar nuestras súplicas de un corazón agradecido.

2.    Apreciar todo cuanto es verdadero, noble, recto, limpio y amable;… todo lo que merezca alabanza, suponga virtud o sea digno de elogio.

3.    Pongan en práctica lo que han aprendido y recibido,…

 

Los especialistas nos dicen que el Evangelio original de San Mateo llegaba, en este capítulo 21 hasta el verso 41 y que la Comunidad Cristiana Primitiva, adicionó los versos 42-44, donde se retira la heredad de las manos del pueblo Israelita y se entregaría a la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios. Pero aquí reaparece el problema de la responsabilidad: «Por su endurecimiento culpable, Israel pierde la vocación que lo destinaba a la salvación; hace caduca su elección.… La vocación que se le retira a Israel se le confía ahora a un pueblo que se reúne sobre la base de una tarea que realizar. La afiliación a este nuevo pueblo no puede constatarse o demostrarse; tan sólo el juicio revelará quien es el que ha dado fruto y por tanto quien forma parte del nuevo pueblo.»[2]

 


Que no se incurra en ese triunfalismo fácil de decir “los judíos fallaron ahora somos los legítimos propietarios”, lo demás no importa, podemos pararnos en la cabeza, ser arrogantes, causar daño y seguir promoviendo la guerra y la injusticia, el atropello y la violencia, seguir destruyendo el planeta, seguir dañando el medio ambiente. Nadie –sino Dios mismo- Fue, Es y Será (por eso se llama YAHWE) legítimo dueño del Viñedo. Que resuenen en nuestros oídos los ecos de la sentencia bíblica consignada en el Evangelio según San Lucas “Siervos inútiles somos; hemos hecho sólo lo que teníamos que hacer.”(Lc 17, 10). «La Iglesia no es ni un nuevo Israel, ni el verdadero Israel. Recibe una vocación que la determina por completo. Ella no es el pueblo del reino más que en la medida en que permanece fiel a esta vocación, es decir, a la voluntad de Dios. Y solamente el juicio dirá si la Iglesia, a lo largo de la historia, ha sido precisamente el pueblo que ha dado fruto.»[3]

 

Hay, en el Salmo, un clamor, un ruego que retoma la raíz shubשׁוּב” (volverse, convertirse, re-dirigirse) de la que hablábamos el Domingo anterior. Aparece en la expresión “הֲשִׁיבֵ֑נוּ” que viene a significar algo como renuévanos, haznos otra vez, regenéranos, rehaznos. Han venido los vándalos, han atropellado la cerca, han pisoteado los cultivos, han arrancado las uvas, pasaron jabalíes pateándola, destrozándola con sus dientes, y sólo han quedado –rozagantes- los agrazones. Retomamos el salmo de súplica, hoy por hoy, en pleno 2020, y rogamos a Dios:

 

¡Oh Señor, Dios del universo, renuévanos,

ilumina tu Rostro y sálvanos!

 

 



[1] Ravasi, Gianfranco. LOS PROFETAS Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996 p. 67

[2] Zuminstein, Jean. MATEO EL TEÓLOGO Cuadernos bíblicos #58. Ed. Verbo Divino 4ª ed. Estella –Navarra 1999 p. 57

[3] Ibidem