Ef 4, 7-16
Ninguno posee el Espíritu de manera plena y
ninguno está privado de él
José Bortolini
¿Nos envía el Señor a esta Misión, que
implica la Construcción del Reino, instaurando iglesias, valga decir,
comunidades creyentes que poco a poco, avanzan y se perfeccionan en el
discipulado, con las manos totalmente desprovistas y con ninguna capacitación? ¿Nos
vemos condenados a dar palos de ciegos, porque no se nos dio ni leve idea de
qué se trataba esta tarea encomendada?
Cada quien ha recibido Gracia. La Gracia
es una especie de herramienta que Dios nos da, por los méritos de Jesucristo
como “ayuda” para andar en los caminos salvíficos. La medida de la Gracia que
podemos recibir estaría medida por la mayor o menor generosidad de Jesucristo
en su Entrega, como su Entrega fue total, y hasta la última gota de su
existencia se entregó, significa que la Gracia es Infinita. El recipiente de la
Gracia es infinito, porque la Misericordia de Dios es ilimitada, seres finitos
que Dios habilita con su Poder. Esta es la medida de la donación de Jesucristo.
Es un Gesto de Rescate.
Al hablar de subida, se sobre-entiende
que hubo un “descenso”. Y tiene mucho sentido, porque muchos cayeron sin
alternativa porque -aun para los que no merecían esa caída- no había alguien
que recuperara las Llaves del Cielo para los que -previo el sacrificio de Jesucristo-
subieron y encontraron herméticamente cerrado. En el entretanto, fueron
precipitados al Sheol. Él descendió para recobrarlos.
Al instituir la Iglesia, asignó
posiciones a los miembros de su equipo de tal manera que se pudiera cubrir todo
el “campo de juego”. A unos los hizo apóstoles, a otros los puso de profetas,
algunos recibieron el encargo de ser evangelizadores, algunos pastores y otros
doctores. De esta manera, cada quien fue nombrado a un ministerio (servicio),
cada quien fue a tomar posición en el Cuerpo místico de Cristo; esto seguirá
así, hasta que alcancemos un ciclo de metas:
a)
La unidad de la fe
b)
El conocimiento del
Hijo de Dios
c)
La calidad de
humanos perfectos (esta perfección referida a la medida de Cristo, quien es la
Plenitud).
d)
Ya no seamos niños
batidos por el vaivén de las incertidumbres
Las incertidumbres provienen de
a)
Vientos de doctrina
b)
La falsedad de los
hombres
c)
Astucias que llevan
al error
Superadas estas limitaciones
e)
Realicemos la verdad
en el amor
f)
Hagamos crecer todas
las cosas, llevándolas hacia Él, que es la cabeza. (El Punto Omega)
Este diseño tiende a
g)
Todo esté adecuadamente
ajustado, configurando el Cuerpo, por medio de las articulaciones y coyunturas,
que dan su nutrimento; no somos islotes, sino que Jesús nos articula con su
pueblo
h)
Propendiendo todos
juntos al “crecimiento”, no en talla sino en espiritualidad.
i)
Para que cada uno se
realice en la plenitud del Amor.
Llegamos a una convergencia entre
santidad y amor que son plenitudes idénticas, no metas divergentes o duales. No
que uno le apunte a esto y el otro a aquello, quien le apunta a una de las dos,
le apunta y le da -a ambas- que constituyen el mismo Único ideal del cristiano.
¡La Gracia nos basta! (Cfr. 2Cor 12, 9)
Sal 122(121), 1bc-2. 3-4ab. 4cd-5
Giramos en torno a una realidad
anunciada, vaticinada, profetizada: La Nueva Jerusalén, la Jerusalén Celestial.
Es sorprendente e irónico, que la Ciudad de la Paz, nunca la ha tenido.
Diseñada en el Plan Salvífico como el
polo de convergencia, y. pese a su propósito, ha sido un cuadrilátero bélico,
ha renunciado a su llamado. ¿Por qué no has podido cumplir tu propósito? Si
volvemos la mirada hacia ti, lo que encontramos es un foco de muerte y
desolación. Ieuru-Shalaim, ¿qué se ha hecho la Paz que se sembró bajo tus
Murallas? Tus paredes se han tinturado en matices sangrientos.
Antes de comprar pasajes para visitarte,
miro las noticias y tiemblo espantado, postergando mi anhelo de verte. En vez
de la Alegría de llegarme a tu Templo, tengo el luto y el duelo de un Muro atiborrado
de lamentaciones. ¿Dónde irá tu pueblo a ofrecerte sus sacrificios? Tus
umbrales solo reflejan el perfil de la muerte.
Todas las tribus están dispersas, en vez
de encaminarse hacia ti, miran en tu umbral la silueta de las bombas que te
amenazan y que amenazas usar como argumento.
Según el añorado sueño de tu Pueblo,
señor-de-la-Justicia, tu Ciudad solo es el nombre de una promesa postergada una
y mil veces. Así como hemos dado largas en levantar la Bandera de Tu Victoria,
así tú alejas en el horizonte el cumplimiento de nuestras ansiadas ilusiones.
Vamos alegres a tu Casa, porque Tú no
vives hoy allí; vamos donde te hemos arrinconado, porque Tu, oh Señor, nunca
habitaras bajo el fragor de las bombas asesinas: Tu Casa es Casa de Paz-Casa de
Pan. Has tenido que cambiar la geografía de la Salvación para mantener pacífica
la Casa-que-Tú-Habitas.
Lc 13, 1-9
… sólo el Señor nos
ofrece tratarnos como un tú siempre y para siempre.
Papa Francisco. DILEXIT
NOS
Sobre
Jesús, se juntó tanto mal y tanta corrupción y – Él que era absolutamente Inocente-
cargó sobre Sí, todo ese Mal, y el que se cosecharía en siglos venideros. ¿Es
esta una injusticia? si, lo es, en muchas maneras; pero, muchos buenos han
ofrendado su vida por contener -como lo hace un dique- un daño que, si se
dejara correr libremente, sería tan destructivo que permitiría la victoria del
mal sobre el bien.
Las
cosas van más lejos, porque hay muchos inocentes -no completamente inocentes-,
pero poco o nada responsables, que acaparan el daño que ellos ni sembraron, ni
abonaron, ni cultivaron. Jesús ofrendó su Vida por un pacto de Amor que por
nosotros selló con el Padre; pero estos que no sabían lo que se les venía
encima, y prácticamente sin delito, cargaron con una muerte súbita… ¿ellos por
qué pagaron? No estaban pagando, eran de raza mortal y no pagaban nada, cayó
sobre ellos un daño que no les pertenecía, quizás sólo estaban allí para que
nosotros pudiéramos recoger, de todo ello, una lección.
Estas
cosas que muchas veces pasan, no son tema de una justicia micro, de una
“retribución” que se les daba por el daño que ellos proporcionaban en la
historia, cada uno, no era una justicia-micro, donde a cada cual se le cobraba
lo suyo. Este es el caso de los
dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató. Hacemos muy mal en
enjuiciarlos y tratar de achacarles “pecados”, para justificar su muerte. ¿Eran
ellos justos o pecadores? No es nuestra competencia juzgarlos, no hemos sido
nombrados tribunal sobre la vida de nadie. El error que se cometía , y lo que
Jesús está tratando de enseñarnos es que no debemos coger un taladro potente, para
tratar de exprimirle la “verdad” a Dios; sino, con sencillez, registrar los
eventos de la historia, pudiendo ser -tomemos por caso- la triste historia de
un niño canceroso que a muy temprana edad es llamado, no nos toca secarnos el
seso dilucidando el por qué, sino reconocer lo fortuito del hecho y
reverentemente ponerlo en los anales, sin obcecarnos con los interrogantes de
la Justicia Divina. Sírvanos de expediente la sencillez de reconocer que, pese
a esto y aquello, la Justica de Dios prevalece, por sobre los inexplicables.
Hay,
atrás -pero no muy atrás- una advertencia Divina que Jesús nos comunica: si no
hay conversión, muchos morirán así, inexplicablemente, cargando con el
exagerado acopio de maldad que otros hombres desperdigan a su alrededor. Es
como el caso del fumador que mata a su prójimo que no compraba ni encendía
cigarrillos, pero que cayó víctima de ser fumador pasivo. Cuantos mueren
victimas del arrasamiento de los bosques de la ladera, con la única responsabilidad
de ser los habitantes del valle que la rodeaba. Hay que buscar la culpa en los
del valle, ¡no! Hay que corregir la conducta de todos los que pueblan en los
altos para que vuelvan a sembrar y contrarrestan los daños de la erosión.
La
parábola que redondea la perícopa, da un paso en la línea de continuidad, no se
centra en lo mismo; habla más bien, de por qué les dan oportunidad a los
pobladores, a los que sobreviven los desastres: ellos reciben oportunidades
porque son valiosos para Dios, porque pueden dar buenos frutos, porque pueden
hacerle mucho bien a otros, porque pueden darle inicio a una raza de
responsables, de convertidos, de fieles. No reneguemos contra la higuera que
-quizás a nuestro juicio, debería ser cortada ipso facto, si Dios ha querido
dejarla, ayudémosla a frutecer, cooperemos con la oportunidad que Dios le
brinda, no nos afanemos en suprimirla, si Dios le da un año más, tu -en vez de
venir a cortarla para contradecir al Señor- ven a podarla, cava una zanja alrededor
para que el agua penetra la tierra haciéndola más fértil y más asimilable para
la planta, abónala, así sea con estiercol, pero este será un compost nutricio
que favorecerá la higuera.
En
fin, nuestra misión no es mostrarnos mezquinos donde el Señor se muestra Generoso,
lo que Él espera es que donde el bendiga la vida, nosotros propendamos por
dejarla manar, y no que, a la usanza de los maestros de la ley, cacemos alguna
ley, algún parágrafo, un inciso legal en letra diminuta, que nos permita
arrancar la higuera pretextando con triviales argumentos, la Ley-del-Amor, que
es la Ley que promueve Jesús. Jesús nos dice “Déjala todavía este año”, y
nosotros no sabemos, ni tenemos por qué entrar a establecer, cuál es la duración
de “un año” Divino.
…
soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del
Espíritu, con el vínculo de la Paz. (Ef 4, 2)
“Nuestras
comunidades sólo desde el corazón lograrán unir sus inteligencias y voluntades diversas
y pacificarlas para que el Espíritu nos guíe como red de hermanos, ya que pacificar
también es tarea del corazón. El Corazón de Cristo es éxtasis, es salida, es donación,
es encuentro. En él nos volvemos capaces de relacionarnos de un modo sano y feliz,
y de construir en este mundo el Reino de amor y de justicia. Nuestro corazón unido
al de Cristo es capaz de este milagro social”. (Papa Francisco, DILEXIT NOS)
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