sábado, 26 de diciembre de 2020

FAMILIA ES HACERSE DON



Sir 3, 2-6. 12-14; Sal 127, 1-2. 3. 4-5; Col 3, 12-21; Lc 2, 22-40

 

 


En la fiesta de la Sagrada Familia, contemplamos el misterio del Hijo de Dios que vino al mundo rodeado del afecto de María y de José. Invito a las familias cristianas a mirar con confianza el hogar de Nazaret, cuyo ejemplo de vida y comunión nos alienta a afrontar las preocupaciones y necesidades domésticas con profundo amor y recíproca comprensión.

Benedicto XVI

 

«Ante las familias, y en medio de ellas, debe volver a resonar siempre el primer anuncio, que es “lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario”, y “debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora”. Es el anuncio principal, “ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra”… Nuestra enseñanza sobre el matrimonio y la familia no puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a la luz de este anuncio de amor y de ternura, para no convertirse en una mera defensa de una doctrina fría y sin vida. Porque tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, que se entregó hasta el fin y vive entre nosotros. Por eso, quiero contemplar a Cristo vivo presente en tantas historias de amor, e invocar el fuego del Espíritu sobre todas las familias del mundo.»[1]

 


«Doy gracias a Dios porque muchas familias, que están lejos de considerarse perfectas, viven en el amor, realizan su vocación y siguen adelante, aunque caigan muchas veces a lo largo del camino. A partir de las reflexiones sinodales no queda un estereotipo de la familia ideal, sino un interpelante “collage” formado por tantas realidades diferentes, colmadas de gozos, dramas y sueños. Las realidades que nos preocupan son desafíos. No caigamos en la trampa de desgastarnos en lamentos autodefensivos, en lugar de despertar una creatividad misionera. En todas las situaciones, “la Iglesia siente la necesidad de decir una palabra de verdad y de esperanza... Los grandes valores del matrimonio y de la familia cristiana corresponden a la búsqueda que impregna la existencia humana”. Si constatamos muchas dificultades, ellas son —como dijeron los Obispos de Colombia— un llamado a “liberar en nosotros las energías de la esperanza traduciéndolas en sueños proféticos, acciones transformadoras e imaginación de la caridad”.»[2]


 

«El bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia. Son incontables los análisis que se han hecho sobre el matrimonio y la familia, sobre sus dificultades y desafíos actuales. Es sano prestar atención a la realidad concreta, porque “las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia”, a través de los cuales “la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la familia”»[3]



«La encarnación del Verbo en una familia humana, en Nazaret, conmueve con su novedad la historia del mundo. Necesitamos sumergirnos en el misterio del nacimiento de Jesús, en el sí de María al anuncio del ángel, cuando germinó la Palabra en su seno; también en el sí de José, que dio el nombre a Jesús y se hizo cargo de María; en la fiesta de los pastores junto al pesebre, en la adoración de los Magos; en la fuga a Egipto, en la que Jesús participa en el dolor de su pueblo exiliado, perseguido y humillado; en la religiosa espera de Zacarías y en la alegría que acompaña el nacimiento de Juan el Bautista, en la promesa cumplida para Simeón y Ana en el templo, en la admiración de los doctores de la ley escuchando la sabiduría de Jesús adolescente. Y luego, penetrar en los treinta largos años donde Jesús se ganaba el pan trabajando con sus manos, susurrando la oración y la tradición creyente de su pueblo y educándose en la fe de sus padres, hasta hacerla fructificar en el misterio del Reino. Este es el misterio de la Navidad y el secreto de Nazaret, lleno de perfume la familia. Es el misterio que tanto fascinó a Francisco de Asís, a Teresa del Niño Jesús y a Carlos de Foucault, del cual beben también las familias cristianas para renovar su esperanza y su alegría.»[4]


 

La perícopa que se toma como Evangelio de esta Solemnidad es el episodio que conocemos como “La Presentación del Niño Jesús en el Templo”. A este respecto, nos llamaba la atención Benedicto XVI: «… quiere decir: este niño… ha sido entregado personalmente a Dios, en el templo, asignado totalmente como propiedad suya. La palabra paristánai, traducida aquí como “presentar”, significa también “ofrecer”, referido a lo que ocurre con los sacrificios en el templo. Suena aquí el elemento del sacrificio y el sacerdocio… Simeón,… después de las muestras de alegría por el niño, anuncia una especie de profecía de la cruz (cf. Lc 2,34c)… Al siervo de Dios le corresponde la gran misión de ser el portador de la Luz de Dios para el mundo. Pero esta misión se cumple precisamente en la oscuridad de la cruz».[5]


 

La palabra παραστῆσαι del verbo παρίστημι contiene el prefijo para que significa cerca” o “muy cerca de” e, hístēmi  que proviene de *sta -raíz indoeuropea- que significa “estar en pie”. Observemos la tremenda proximidad entre presentación-presentar y el sustantivo “presente” que significa “regalo”, “obsequio”, “ofrenda”; llegando al núcleo de la afirmación de Benedicto XVI que nos propone la traducción “ofrecer”, “entregar”. El Papa Emerito comentaba que al llevar un niño al templo se reconocía, que -si era el primogénito- este quedaba reservado (consagrado) para Dios, pero se pagaba un “rescate” -«El precio del rescate era de cinco siclos y se podía pagar en todo el país a cualquier sacerdote.»[6]- para retirarlo de la pertenencia. Sin embargo, en este relato no hubo rescate, o sea que, el Niño quedó consagrado-reservado a Dios. Así el Adviento nos presagiaba la “llegada” de alguien que se iba a hacer presente. La presentación –en cambio- nos habla de Alguien  que se hace presente y se reconoce “presente” de Dios. ¿Cómo quitárselo a Dios si es Su Hijo? «Aquí, en el lugar del encuentro entre Dios y su pueblo, en vez del acto de recuperar al primogénito, se produce el ofrecimiento público de Jesús a Dios, su Padre.»[7]

 


«Es un momento sencillo pero rico de profecía: el encuentro entre dos jóvenes esposos llenos de alegría y de fe por las gracias del Señor; y dos ancianos también ellos llenos de alegría y de fe por la acción del Espíritu. ¿Quién hace que se encuentren? Jesús. Jesús hace que se encuentren: los jóvenes y los ancianos. Jesús es quien acerca a las generaciones. Es la fuente de ese amor que une a las familias y a las personas, venciendo toda desconfianza, todo aislamiento, toda distancia. Esto nos hace pensar también en los abuelos: ¡cuán importante es su presencia, la presencia de los abuelos! ¡Cuán precioso es su papel en las familias y en la sociedad! La buena relación entre los jóvenes y los ancianos es decisivo para el camino de la comunidad civil y eclesial.»[8]

 


«…es el Señor quien desea realmente que la humanidad entera llegue a formar una gran familia: la familia de Dios.»[9] Para esta fecha hay una definición de Iglesia, referida y comparada con lo que es familia, como organismo que nos gusta repasar: «la Iglesia como comunidad no es una organización, la Iglesia es un organismo vivo. Una organización busca intereses, una organización consiste en que, las personas se juntan para buscar entre todas, colaborándose, un interés. Y ese interés está muchas veces fuera de la asociación misma… Eso se llama una organización. En cambio un organismo busca personas, busca fabricar las personas, en otras palabras, un organismo edifica personas. Lo que más se parece a la Iglesia es la familia. La familia es un espacio (padre, madre, hijos) en donde todos están interesados en la edificación de las personas, la educación de las personas, la transformación de las personas. O sea, una familia no es una empresa, es una fábrica de seres humanos.»[10]

 


La Pandemia ha multiplicado las necesidades y los dolores de la humanidad, abriéndonos así la puerta para derrochar generosidad y hacernos entrega fraternal. Algunas personas –hasta con desesperanza- entrevén la escasa munificencia que ha generado este tsunami viral; al principio, cuando reconocimos nuestra fragilidad y nuestra impotencia, floreció la esperanza de los corazones de piedra que se harían, por fin, corazones de carne. Últimamente ha resurgido la incredulidad. Esto no es así, es cierto que muchos se han criado en un contexto de acumulación y acaparamiento, y el único lenguaje que parecen conocer es el de “todo para mí y los demás que me envidien”, nosotros creemos testimoniar signos esperanzadores y ver cada vez un mayor número de personas solidarias, magnánimas: «…la Sagrada Familia nos alienta a ofrecer calor humano en esas situaciones familiares en las que, por diversos motivos, falta la paz, falta la armonía y falta el perdón. Que no disminuya nuestra solidaridad concreta especialmente en relación con las familias que están viviendo situaciones más difíciles por las enfermedades, la falta de trabajo, las discriminaciones, la necesidad de emigrar... Y aquí nos detenemos un poco y en silencio rezamos por todas esas familias en dificultad, tanto dificultades por enfermedad, falta de trabajo, discriminación, necesidad de emigrar, como dificultades para comprenderse e incluso de desunión. En silencio rezamos por todas esas familias... (Dios te salve María...). Encomendamos a María, Reina y madre de la familia, a todas las familias del mundo, a fin de que puedan vivir en la fe, en la concordia, en la ayuda mutua, y por esto invoco sobre ellas la maternal protección de quien fue madre e hija de su Hijo.»[11]

 



[1] Papa Francisco. LA ALEGRÍA DEL AMOR. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL. Publicación de la Diócesis de Engativá 2016  ## 58 y 59 pp. 51-52

[2] Ibid. #57. p. 50

[3] Ibid. #31 p. 25

[4] Ibid. #65 p. 55

[5] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2012. p. 89. 92

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] Papa Francisco.  FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET. Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 28 de diciembre de 2014.

[9] Câmara, Helder. ELEVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal terræ. Santander (España). 1985 p. 30

[10] Baena, Gustavo. LA VIDA SACRAMENTAL. Ed. Colegio Berchmans Cali-Colombia 1998 p. 16

[11] Papa Francisco.  Loc. Cit. 

sábado, 19 de diciembre de 2020

LLAMADOS Y AFIANZADOS

 



Sam 7,1-5. 8b-12. 14a.16; Sal 88, 2-3. 4-5. 27. 29; Rom 16,25-27; Lc 1, 26-38

 

Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre.

Lumen Gentium, #11

 

Lo que ilumina y da sentido pleno a la historia del mundo y del hombre empieza a brillar en la gruta de Belén; es el Misterio que contemplaremos dentro de poco en Navidad: la salvación que se realiza en Jesucristo.

Benedicto XVI

 

La palabra Adviento, de origen latino, tiene su equivalente en lengua griega en el término παρουσία Parusía; por lo general usamos el primero para referirnos a la Natividad y el segundo para hablar de la Segunda Venida, Gloriosa y Triunfal. Explicando el significado del Tiempo de Adviento, nos decía el Papa Emérito: «Estamos en el tiempo litúrgico de Adviento que nos prepara para la Santa Navidad. Como todos sabemos, el término Adviento significa “llegada”, “presencia”, y antiguamente indicaba precisamente la llegada del rey o del emperador a una determinada provincia. Para nosotros, cristianos, la palabra indica una realidad maravillosa e impresionante: el propio Dios ha atravesado su Cielo y se ha inclinado hacia el hombre; ha hecho alianza con él entrando en la historia de un pueblo; Él es el Rey que ha bajado a esta pobre provincia que es la tierra y nos ha donado su visita asumiendo nuestra carne, haciéndose hombre como nosotros.»[1] Desde nuestra fe, reconocemos la generosidad de Dios que nos ha hecho coparticipes de su proyecto salvífico. No participamos de esta Historia a manera de simples espectadores. Se ratifica una y otra vez en este camino de preparación hacia el nacimiento de Jesús -en el Pesebre de Belén- que Dios nos quiere coparticipes y quiere nuestro compromiso con el Plan Salvífico que va tejiendo con los hilos del decurso de la historia.

 


El Evangelio –para este Domingo- es el de la Anunciación que constituye, evidentemente, un momento central en la Encarnación, y por ende un hito –el medular- del Plan Salvífico. Este Evangelio que leemos en el IV Domingo de Adviento (B), se puede dividir en dos partes: La Anunciación, propiamente dicha, y  la Vocación. Estos tipos de texto tienen una estructura fija, dicen los exegetas que una Anunciación tiene una estructura cuatripartita: a) primero está la aparición del “Mensajero Celestial”, b) luego el Anuncio del nacimiento, c) luego viene la imposición del Nombre y d) finalmente la declaración de la misión: damos como ejemplos Jue 13, 3-5

 "El Ángel de Yavé se presentó a esta mujer y le dijo: «Tú no has podido tener hijos y no has dado a luz, pero mira que vas a quedar embarazada y darás a luz un hijo. Por eso, desde ahora, ten cuidado de no tomar vino ni bebidas alcohólicas, ni consumir alimentos impuros. Pues el hijo que darás a luz será un nazireo de Yavé desde el seno de su madre y nunca se le cortará el pelo, por ser consagrado a Yavé. El salvará a los israelitas de los filisteos que los oprimen.»"

 


Y, también, otro claro ejemplo es Lc 1, 11-20:

"Se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.» Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad.» El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo.»"

Por su parte, una vocación –también consta de cuatro partes: a) Dios convoca, b) el vocacionado expone sus dificultades, exhibe sus limitaciones, c) Dios le resuelve y disipa las dudas y, d) se cierra, con una señal de parte de Dios que ratifica y comprueba el hecho de haber sido llamado. Es muy interesante, al reconocer la estructura dentro de la perícopa, darnos cuenta que la primera parte -la vocación- está constituida por toda la Anunciación, valga decir, la Anunciación va de los versos 26 al 33; y, la vocación, del verso 26 al verso 38.

 


Demos una pequeña visita a la Christus Vivit en el numeral 252, tratando de elucidar lo que significa “vocación”: «la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno… Esa vida no es una salvación colgada “en la nube” esperando ser descargada, ni una “aplicación” nueva a descubrir o un ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco la vida que Dios nos ofrece es un “tutorial” con el que aprender la última novedad. La salvación que Dios nos regala es una invitación a formar parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse»[2] ¿Qué es lo central del ser humano en este relato? Que el hombre –en María- acepta su parte en la Alianza, se compromete, se entrega en docilidad a su Creador que lo vocaciona. Haber aceptado ser la Madre de Jesús, fue una entrega de toda su vida, no se entregó por nueve meses, no se entregó por 10 ó 12 años, mientras Jesús pasaba de  tierno Infante a Joven-Adolescente; no, nada de eso, como lo saben los que son padres de familia, ser padre o madre es un rol que jamás se acaba, aun cuando el hijo ya peine canas. Lograremos percibir los ecos de la perdurable responsabilidad, del compromiso adquirido al responderle al Arcángel San Gabriel sobre las demandas de Dios, cuando registremos la presencia de María camino del Calvario y también a los pies de la Cruz. Allí veremos que la entrega de su disponibilidad a la Voluntad de Dios fue Alianza para toda la vida. Estamos “vocacionados” para ser coprotagonistas. Así María es figura de la Iglesia y la Iglesia somos todos los bautizados. María nos da el ejemplo y responde “Hágase en mi según tu Palabra” Lc 1, 38a). La Anunciación sella la Nueva Alianza y María Santísima toma la palabra por nosotros y se da a conocer al Arcángel como “la servidora”, exhibiendo su disponibilidad para acatar.

 



En el III Domingo de Adviento (B), Arturo Paoli nos preguntaba, y –a la vez respondía- dando la única condición para lograrlo: “¿Se puede exultar de alegría y cantar, en una historia que es drama? Sí, es posible, pero sólo a condición de que uno esté en la historia del Éxodo, en la tentativa real de transformar el mundo.” Aquí queremos mostrar cómo la Santa Madre es modelo de Éxodo: «María es la mujer del éxodo. Su existencia, paso a paso, fue un salir de algo para entrar en algo… Un camino al soplo del Espíritu. Un camino en plan de Dios. Un camino abierto al proyecto de Dios sobre su vida. Un camino llamado Jesús…. María lleva en su experiencia de Dios el juego de la muerte y la resurrección. Sabe que en cada paso Dios destruye. Sabe que el seguimiento pasa por la prueba de la espada, de la contradicción, de la Cruz. Sabe que Dios le exige “salir” de lo suyo, de sus planes, de sus caminos, para “entrar” en los caminos del Señor. Sabe que el nuevo camino, el nuevo y definitivo éxodo de Dios al hombre se llama JESUS. Y en Jesús, Dios salva.»[3]

«El Catecismo de la Iglesia católica resume las etapas de la Revelación divina mostrando sintéticamente su desarrollo (cf. nn. 54-64): Dios invitó al hombre desde el principio a una íntima comunión con Él, y aun cuando el hombre, por la propia desobediencia, perdió su amistad, Dios no le dejó en poder de la muerte, sino que ofreció muchas veces a los hombres su alianza (cf. Misal Romano, Pleg. Euc. IV)… En Cristo se realiza por fin la Revelación en su plenitud, el designio de benevolencia de Dios: Él mismo se hace uno de nosotros.»[4]

 


Lo que revela este pasaje del Evangelio Lucano es que Jesús es el Mesías, que para Dios-Padre Él es su Hijo, y que –para que a nadie quepa duda- es del linaje de David. ¿Cómo es este Dios enamorado de la humanidad, que ama con locura a su criatura? Dios no ha enviado un representante, ¡ha venido Él mismo!

 Dios no nos deja librados a nuestra fragilidad en lo tocante a la parte de la Alianza que nos toca: En la Segunda Lectura creemos descubrir una palabra clave: “A aquel que στηρίξαι puede darles fuerza para cumplir el Evangelio”. Esta palabra significa fijar, afirmar, afianzar, confirmar, apoyar –sí, también- fortalecer.  Se lo manifiesta a David –a través del profeta Natán- “Yo estaré contigo en todo lo que emprendas”. Que Dios nos acompaña y nos “afianza” se ratifica en el Salmo 88 del que entresacamos el salmo responsorial para este Domingo: “Mi amor es para siempre //y mi lealtad, más firme que los cielos… el Dios que me protege y me salva// Yo jamás le retirare mi amor, ni violaré el juramento que le hice.” Así habla el Señor.

 


«El Adviento nos invita a recorrer el camino de esta presencia y nos recuerda siempre de nuevo que Dios no cogió su cohte y se fue, no se ha suprimido del mundo, no está ausente, no nos ha abandonado a nuestra suerte, no se está haciendo el dormido, sino que nos sale al encuentro en diversos modos que debemos aprender a discernir. Y también nosotros con nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad, estamos llamados cada día a vislumbrar y a testimoniar esta presencia en el mundo frecuentemente superficial y distraído, y a hacer que resplandezca en nuestra vida la luz que iluminó la gruta de Belén.»[5] Dios nos afianza y nos fortalece para que cumplamos nuestro rol: Proclamar sin cesar la Misericordia del Señor y dar a conocer que su fidelidad es eterna. (Cfr. Sal 88, 2). Todo este llamado a ser y vivir como la Virgen, siguiendo su ejemplo de Madre de la Iglesia, con el más coherente estilo de Jesús, está concentrado en el episodio de las Bodas de Caná, en el versículo 5 del capítulo 2 de San Juan: “La Madre dice a los sirvientes: -lo que les diga, háganlo”. Dios, en el ejemplo coherente de María, nos permita vivir así toda nuestra vida, haciendo todo cuanto Jesús nos pida que hagamos. Amén.



[1] Benedicto XVI. AUDIENCIA GENERAL 12 de diciembre de 2012

[2] Papa Francisco. CHRISTUS VIVIT. ED. edv ESTELLA (Navarra) España 2019 p. 153 #252.Esta cita alude al discurso en la vigilia con los jóvenes en la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud en Panamá (26 de enero de 2019).

[3] Mazariegos, Emilio L. EN ÉXODO CON MARÍA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá D.C.–Colombia 1997 p.11

[4] Benedicto XVI. Loc Cit.

[5] Benedicto XVI. Loc Cit.

sábado, 12 de diciembre de 2020

GAUDIUM ET BONITATEM

 


Is 61:1-2,10-11; Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54; 1 Tes 5:16-24; Jn 1:6-8,19-28

 

…no existe ya motivo alguno de desconfianza, de desaliento, de tristeza, cualquiera que sea la situación que se debe afrontar, porque estamos seguros de la presencia del Señor, que por sí sola basta para tranquilizar y alegrar los corazones.

Benedicto XVI

 

Revisemos el itinerario de Adviento: 1er Domingo “Vigilar”; 2do Domingo: “Preparar”; 3er Domingo: “Alegrarse”, transparentar la Buena Noticia, permitir que se nos vea que la Noticia es un Noticiononon: ¡Domingo Gaudete! Una dinámica anti-quietista, anti-conformista, un “echarse a andar para hacer camino”. Brota, sin embargo, una pregunta rotunda: «¿Se puede exultar de alegría y cantar, en una historia que es drama? Sí, es posible, pero sólo a condición de que uno esté en la historia del Éxodo, en la tentativa real de transformar el mundo. Sólo si uno llega a ver que las promesas que Dios hizo al hombre pueden cumplirse, sólo si en el desierto de la historia se ve brotar la esperanza, sólo si se oye la “corriente subterránea” que contrasta con la aparente lentitud del “no hay nada nuevo bajo el sol”, es posible cantar y sentir alegría.»[1], sólo si nos percatamos que el Reino de Dios ya está entre nosotros (Cfr. Lc 17, 21b).


 

La palabra Evangelio significa Buena Noticia, frente a una buena noticia lo que sobreviene es la alegría. Por lo tanto, nosotros, los que hemos recibido la noticia que alegra, hemos sido llamados a la dicha, a la bienaventuranza. ¿Quién es el Evangelio? Jesús es la Buena Nueva, si lo hemos aceptado como “Dios con nosotros”, se puede decir que tenemos la responsabilidad, aún más, la obligación de la alegría. No se explica que un fiel creyente ande por ahí desalentado, sumido en su tristeza, como si estuviera dejado de la mano de Dios, ¡ese es un anti-testimonio!

 

Durante mucho tiempo se creyó que –siendo el Evangelio un asunto tan serio- nuestro porte de fieles devotos sería el de la “seriedad”, entendida como cara larga y semblante adusto. La Nueva Evangelización tiene que ocuparse para corregir eso, y debemos sentirnos llamados a confesar nuestra Alegría porque el Santo Nombre de Jesús es de Victoria, de Resurrección, de Vida.

 


Este Tercer Domingo de Adviento celebra la Alegría es Domingo de Gaudete, así se nos recuerda desde el Introito de su Liturgia que se tomó de la Carta a los Filipenses capítulo 4, versos 4.5: “Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres. El Señor está cerca. No se lee 5a –pero nos parece importante añadirlo- dice: “Que todas las gentes los conozcan a ustedes como personas bondadosas”; la palabra implica que les sea evidente, que les salte a la vista, o sea que, debemos ser Luz del mundo y sal de la tierra por nuestra bondad, mesura, razonabilidad, amabilidad, me voy a permitir añadir aún, por nuestra sonrisa.

 

En la Primera Lectura, más exactamente en Is 61,10 nos dice el profeta: “Me alegro en el Señor con toda mi alma y me lleno de júbilo en mi Dios, porque me revistió con vestiduras de salvación y me cubrió con un manto de justicia”; ahí tenemos dos razones de mucho peso para estar alegres: la Salvación y la Justicia que son nuestro distintivo, nuestras vestimentas, nuestro abrigo, nuestra protección y defensa. A través de ellas se transparenta la bondad con la que nos damos a conocer.


 

En el Salmo Responsorial echamos mano al Magnificat y escuchamos a la Santísima Virgen darnos modelo de alegría: “mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador”… más adelante insiste “me llamaran Dichosa” porque Dios no se olvida que su Nombre es Misericordia y tiene presente siempre a su pueblo escogido. «En pocos lugares de la tierra, María es centro de atención y de esperanza tanto como en América Latina… María puede purificar la lucha por la justicia en que se ha empeñado el continente, del odio que cada hombre lleva en sí,…»[2] Refiriéndose al Magnificat, nos dice Gerhard Lohfink: «Podemos afirmar sin temor y en verdad que nuestra narración es cristológica. Su meollo y centro está en  los dogmas de la fe pospascual. Jesús es el Hijo de Dios; Jesús es el Mesías entronizado en su reinado eterno; Jesús es el cumplimiento de las promesas veterotestamentarias».[3] ¡Regocijémonos!

 

En la Segunda Lectura, tomada de la Primera Carta a los Tesalonicenses se enfatiza: “Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús.


 

El Evangelio, tomado de San Juan, vuelve sobre la figura del Precursor y encuentra su primer motivo en el Evangelio según San Lucas, Juan el Bautista ya desde el vientre de Santa Isabel se alegró en Jesús. Recordemos esos versículos: “… tan pronto como oí tu saludo, mi hijo saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!”. Lc 1, 44-45. Esa dicha de Isabel, que tiene su fuente en la seguridad de Dios-Quien-es-Fiel, Cuya Palabra se cumple y Cuya Presencia no nos abandona, se continúa en la dicha del Bautista. San Juan, el Bautista, es feliz porque sabe a ciencia cierta quien no es: sabe que no es el Mesías, ni es el Elías, ni es el Profeta. Lo primero que tenemos que saber para lograr la dicha es “lo que no somos”, y, luego, requerimos saber “Quien-Sí-somos”, es decir, cual es el verdadero eje de nuestra existencia: su Autor, su Dueño, su Centro, su Paradigma, su Finalidad. Para Juan el Bautista es una condición esencial para poder recibir a Jesús y aceptarlo como Mesías, que dejemos de lado vivir centrados en nosotros mismos y aceptemos que el Centro-Existencial es el que bautiza con Espíritu Santo. Cuando Juan el Bautista tiene que enfrentar el interrogatorio de aquellos que los judíos habían comisionado con ese propósito, descubre su Razón de Ser, y en ella, su propia identidad: que consiste en ser la Voz. Notemos que él no pretende ser el Verbo, ni la Palabra, no se arroga ser el Logos. Él es sencillamente el “testigo”. San Agustín dice “Juan es la Voz, pero el Señor es la Palabra. Juan es una voz en el tiempo; Cristo es ya, en el Principio, la Palabra Eterna”.

 

«… la misión del Bautista, del Precursor, no es solamente un anuncio hecho con Palabras, sino testimonio encarnado en la vida: es imitación de Jesús y es preparación a su destino de sufrimiento. Y cada uno de nosotros, llamado según su vocación a preparar el camino del Señor que viene, debe inspirarse, por tanto, en este testimonio con las palabras, con los hechos y con la vida. La vida empleada en la caridad, a partir de la Eucaristía que celebramos, nos hace verdaderamente precursores de Cristo y capaces, en cierto modo, de preparar su venida en el corazón de los hombres y en las diversas expresiones de la vida social: aun en las expresiones de más sufrimiento y dificultad.»[4]

 


Nuestra dicha estriba en ser auténticamente según para lo que fuimos creados, valga decir, “cumplir la Santa Voluntad de Dios”, dar testimonio de Él, según el decir de San Cirilo de Jerusalén: “«Nosotros anunciamos no sólo la primera venida de Cristo, sino también una segunda mucho más bella que la primera. La primera de hecho fue una manifestación de padecimiento, la segunda lleva la diadema de la realeza divina;... en la primera fue sometido a la humillación de la cruz, en la segunda es circundado y glorificado por una corte de ángeles»[5]. ¡Sólo somos voz –que advierte que habrá Parusía-, simplemente testigos –de la Encarnación- que anuncian!

 

«Este es el gozo. El gozo de sentirse dichoso de ser obrero del Reino de Dios. Este es el gozo. El gozo de construir la civilización del amor…El gozo es don del Espíritu. Y el gozo es esa vivencia del Espíritu de Jesús. Es esa vivencia del Don, del Regalo de Dios. Es esa vivencia de saberse fortalecido, vivificado, animado, estimulado por el Espíritu de Jesús. Con el Espíritu de Jesús es posible ser testigo… Con el Espíritu de Jesús es posible decir a los hombres que Dios nos ama, que Jesús es nuestro hermano y camina a nuestro lado… La debilidad del seguidor de Jesús se hace fuerte en el Espíritu. Y en el Espíritu, Jesús es quien vive en el creyente, en el discípulo. ¡Albricias por este maravilloso Don!»[6] Jesús, Él-que-Llega, también y absolutamente, se mueve en la alegría, se enmarca en la dicha, ese es su contexto, no la languidez.


 

Mirando cómo conecta esta “Alegría” preconizada en las Lecturas de hoy, con la fraternidad, encontramos la correlación en la manera de expresar esa alegría. La alegría no se queda en un estado anímico egoísta, encerrada sobre sí misma, no es un botín para la caja fuerte, sino que ella se comunica y se comparte a través de un fruto del Espíritu Santo que en griego se llama jrestótes (χρηστότης) que consiste en la rectitud con dulzura; Papa Francisco –invitándonos a recuperar la amabilidad- nos la explica así: «un estado de ánimo que no es áspero, rudo, duro, sino afable, suave, que sostiene y conforta. La persona que tiene esta cualidad ayuda a los demás a que su existencia sea más soportable, sobre todo cuando cargan con el peso de sus problemas, urgencias y angustias. Es una manera de tratar a otros que se manifiesta de diversas formas: como amabilidad en el trato, como un cuidado para no herir con las palabras o gestos, como un intento de aliviar el peso de los demás. Implica “decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan”,… La amabilidad es una liberación de la crueldad… Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a decir “permiso”, “perdón”, “gracias”. Pero de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia… El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa»[7]. ¡Misericordiam et gaudium!

 

 



[1] Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLITICA DE SAN LUCAS. Siglo XXI editores. Bs As.-Argentina 5ta ed. 1973 p. 183

[2] Ibid

[3] Lohfink, Gerhard. AHORA ENTIENDO LA BIBLIA. CRÍTICA DE LAS FORMAS. Ediciones Paulinas. España 1977. p. 176

[4] Martini, Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá 1995 pp. 530-531.

[5] Catequesis XV, 1 Illuminandorum, De secundo Christi adventu: PG 33, 869 a

[6] Mazariegos, Emilio L. LAS HUELLAS DEL MAESTRO Ed. San Pablo Bogotá D.C. –Colombia 3ª ed. 2001 pp. 154-155

[7] Papa francisco. FRATELLI TUTTI. Ed. Instituto San Pablo Apóstol. 2020 pp. 130-131 ## 223-224.