lunes, 30 de septiembre de 2024

Martes de la Vigésimo Sexta Semana del Tiempo Ordinario




 

Job 3, 1-3. 11-17. 20-23

Toda muerte a sí mismo, toda renuncia libre y alegremente consentida, abre nuevas perspectivas de vida.

Pierre Dumoulin

Con alguna frecuencia nos referimos a Job como el Santo de la Paciencia. La perícopa que leemos hoy nos lleva a preguntarnos ¿qué tanta paciencia tiene alguien que se desea la muerte, alguien que preferiría no haber nacido? ¿Se puede poner como paradigma de la paciencia a quien desearía no haber nacido? ¿No estamos ante un caso de rebelión contra su Creador, (porque fue su Creador quien le dio la vida)?

 

Ayer proponíamos que el dios de Job era un dios quizás todopoderoso, pero no-Dios-Amor. Hoy queremos empezar con una reflexión sobre una brevísima cita de Mt 22,36-40, donde uno de los fariseos trató de acorralar a Jesús con una pregunta sobre los Mandamientos, más exactamente sobre el más importante, donde -como recordarán- la respuesta fue doble, porque Jesús le respondió con dos primeros, articulados como uno solo: “Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. Pero hay otro semejante a este:  Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La base del amor al prójimo es el Amor a sí mismo… Ahora, articulemos la amarga queja de Job y procuremos proporcionar a Job como fuente de amor al prójimo.

 

Job enhebra hoy diversas maldiciones sobre su vida

i)      Su concepción

ii)     Su nacimiento

iii)   La noche de su concepción

iv)   La noche que lo dejó nacer

v)    ¿Por qué no habrá muerto en el vientre de mi madre o al nacer

vi)   Porque hubo rodillas que lo acunaron y pechos que lo amamantaron

vii)  Porque no lo abortaron

viii) Por qué deja dios ver la luz al que sufre

ix)   Por qué le da la luz a los que se van a sumir en la amargura

x)    Al que espera y busca la muerte

xi)   Sólo hallará la alegría al bajar a la tumba

xii)  No tiene descanso, no tiene sosiego,

xiii) No encuentra paz sino inquietud.

 

Cómo poner al lado de esta maldición y de esta renegar, la resignada fórmula de “Dios me lo dio Dios me lo quitó, alabado sea el nombre de Dios”.


 

Es por esto que ayer decíamos que no es el modelo de la paciencia -sino de una cierta clase de rebeldía. Pero esta terrible rebeldía deja ver el intenso afán de buscar y encontrar a Dios, es la rebeldía que expresa una búsqueda sincera.

 

Tres amigos vienen a ayudarle a sobrellevar la pena

1)    Elifaz, entrado en años, es moderado.

2)    Bildad, propone sentencias vanas

3)    Sofar, procura implantar el racionalismo sobre la desgracia

y se sientan con él en absoluto silencio, durante siete días; al cabo de los cuales, es Job quien lo rompe con la “queja” que leemos hoy.

 

¿Quién puede sinceramente reprocharle a Job su “reniegue”, cuando todos los motivos de su dicha han sido borrados de un plumazo? Realmente el dolor y la tristeza se han cebado en él. Quien haya pasado por esta esquina en el curso de su vida, puede intentar comprenderlo, inclusive puede sentirse llamado a defenderlo y a justificar la angustia que lo absorbe y lo nulifica.

 

Yendo a la arqueología textual, sabemos que la idea de premios y castigos después de la muerte es una manera de pensar relativamente reciente; y, no conocida por aquel entonces. La venimos a encontrar en la era de los Macabeos.

 

Cuando preguntamos si el no-pecado debe ser la justificación única y fundamental de la existencia, y cuando renegamos de la vida como una maldición por el dolor que nos puede traer, es porque hemos elegido mal la perspectiva desde la cual mirar. Bien es cierto que a nadie se le puede exigir vivir positivamente los días aciagos, también es cierto que la pena, el dolor y todo sufrimiento se convierten en filtros eficaces que nos limpian de nuestros egoísmos y de esa limitada forma de ver que sólo anhela el placer y los gustos que la vida trae. Jesús subió el calvario y fue enarbolado en la cruz y no lo permitió como un ejercicio de masoquismo sino, como un generoso acto de entrega, no para su propio lucro personal, sino para darse, para sacrificarse por amor a sus hermanos, más allá del racionalismo que lo habría condicionado a ahorrarse toda molestia. El dolor, el sufrimiento pueden ser una escuela efectiva que nos eduque en la Compasión. Cuando hemos sufrido estamos más capacitados para aceptar nuestra entrega por el bien del prójimo.

 

Muchas veces la santidad y el martirio nos descubren el rostro redentor del sufrimiento; pero enfrentarlo desde Dios es Gracia.

 

Mientras era prospero, Job no le hacía preguntas a Dios, ahora -que rasca sus llagas con una teja- le pregunta el por qué. ¿Falsa pregunta? ...; la única pregunta que vale la pena hacer es ¿cómo? ¿cómo vivir en las circunstancias que me son dadas? (Dumoulin).

 

Sal 88(87), 2-3. 4-5. 6. 7-8.

El hagiógrafo de este salmo (Coré, director del coro) ha sido alejado de sus cercanos, de su parentela, le han dejado como única compañía, las tinieblas.

 

En medio de su angustia, su clamor se alza al Señor, pide permiso a Dios, para que su voz suplicante resuene en Su Presencia.

 

Reconoce en Dios a su Go-el, el que lo apadrina, יְשׁוּעָתִ֑י [Yesu-ati] “el que lo Salva” y clama a Él para que deje llegar su clamor, que eleva de día y de noche.

 

Se presenta ante su Presencia en toda su desgarradora condición: con el alma repleta de pesares, y con la vida al borde del abismo; es un invalido del que se aprovechan para enterrarlo prematuramente.

 

No es un prisionero, pero camina entre los caídos, entre los cadáveres, entre los que fueron llevados lejos de los ojos, porque Él es el Viviente, lo sustraen de su Mirada.

 

Dios -que lo rige todo- lo ha llevado hasta el “fondo de la tumba”, sumiéndolo en las sombras, la Ira Divina arde fragorosa sobre él.

 

Es evidente que su estado es el del abandono, experimenta el rechazo, el sabor amargo de la traición. Sus esperanzas se han convertido en Jabel.

 

Si fuéramos más allá de la perícopa, encontraríamos a Dios que no abandona y que muestra su Poder y su Bondad resucitando. Pero lo que alcanzamos a leer hoy, se queda sumido en desesperanza. El liturgo se ha cuidado de dejarnos hacer consciencia de la desolación que envuelve a Job.

 

Lc 9, 51-56



Jesús ve llagada “Su Hora”. Sabe que su Momento definitivo tiene un marco espacial asignado: su patíbulo será colgado en Jerusalén, y toma la firme e irrevocable decisión de cumplirle la cita a Su Padre. No se trata de un determinismo, lo que está por ocurrir, tendrá que ocurrir, ¡No! Él quiere cumplirle al Padre y no se evade. Diferente de Job, Él avanza hacia el interior de la Tiniebla, porque sabe que dentro está el más Maravilloso y Deslumbrante Resplandor. No camina hacia la nada desesperanzada; por el contrario, se adentra en la Grandeza de su Reino. Esa Victoria Gloriosa no hace indoloro el paso (Pascua), la zona de tiniebla es insoportablemente dolorosa, pero a Él lo asiste la firmeza del Amor. Este amor que lo fortalece no es alguna clase de anestesia poderosísima, el alcanza a entender que todo este dolor no es inútil, que es el Regalo de su Donación, que se entrega Dios-y-hombre, por todos sus hermanos a su tarea Redentora, sabe que sólo Su Sangre es Moneda de Rescate Válida, con todo lo que este sufrimiento conlleva.

 

No van por delante los heraldos que hacen sonar sus trompetas y piden paso para que pase el Rey de Reyes. Como todo lo profetizado, también está Escrito como entrará el Rey en la Zona Tenebrarum, a lomo de borrego. ¡No por lo alto sino arrastrado! Complementa este abajamiento, esta kénosis, el desprecio de los Samaritanos que tampoco lo reconocen, que también lo ignoran, y lo van saludando con desprecio e indiferencia. Vino a nosotros y nosotros no lo quisimos reconocer. Cuando Él pasa, nosotros siempre sacamos a relucir nuestros documentos de ciudadanía, y se lee en ellos, que somos samaritanos (y no de los que se compadecen, sino de los inconmovibles, de los que tienen corazón de fierro).

 


Nuevamente, los que nos hacemos pasar por sus cercanos mostramos toda nuestra cerrazón, nuestro pétreo corazón, nuestro bajo sentido de projimidad, Él quiere salvar a todos los humanos y nosotros venimos a proponerle bombardeos destructivos con muy optimas razones y motivaciones, ahí hacemos gala de todo nuestro discurso bélico, “Señor, es porque te están rechazando a Ti”. Queremos manipularlo como pretexto, usar su Santo Nombre como efugio de justificación.


 

Asombrado por la lentitud de nuestro corazón se vuelve -una vez más- nos increpa y avanza inamovible en Su Decisión Salvífica.

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