sábado, 31 de diciembre de 2022

EL CUELLO DEL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO

 

REGÍNA PACIS



 

La No-Violencia: un estilo de política para la paz.

Papa Francisco

Proponte como modelo a la Virgen, cuya pureza fue tal, que mereció ser Madre de Dios.

San Jerónimo

 

San Agustín nos proporciona un enfoque de María que nos allega con luminoso esplendor a la Madre de Dios, dice él que: «María fue tan sumisa a la voluntad divina, que por la blandura con que se dejó modelar es llamada “forma Dei: molde de Dios”» La arquitectura de la Paz está estrechamente vinculada a la docilidad activa y participativa para edificarla. En el numeral 225 de la Fratelli Tutti, dice Papa Francisco: «… hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia»[1].

 

Cuando nosotros hablamos así, diciendo y llamándola Madre de Dios «esa expresión está reclamando nuestro estupor, incluso cierta resistencia, cierto escándalo», nos invitaba a reconocerlo José María Cabodevilla. No se puede tratar de algo que simplemente pronunciamos como una fórmula nominativa, es algo que decimos apelando a nuestra inteligencia, en un férreo maridaje entre fe y razón; tenemos que entender que el ser humano no podría engendrar a Dios, pero Dios si puede engendrar-encarnar su Divinidad. ¡Dios pudo, Dios quiso, Dios lo hizo, alabado sea el Nombre de Dios! para glosar la celebérrima frase de Duns Scoto, (beatificado por Juan Pablo II en 1993): “Potuit, decuit, ergo fecit” (Podía, convenía, luego lo hizo).

 

La maternidad de Dios por parte de María, a quien desde la remota antigüedad, en los albores del primer milenio de la Iglesia, así en la católica como en la ortodoxa, ya se la llamaba –en griego- Theotokos, es decir, la que lleva en su Vientre a Dios. Sabemos que Jesús es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, pues bien, si Jesús es Dios y María Santísima es su Madre, como lo confesó el Concilio de Éfeso, en el 431 de nuestra era, aseverando que sería anatema quien negase que María es Madre de Dios pues lo dio a luz, en el orden de la carne. ¿Qué más se requiere clarificar? Saludemos a la Virgen, desde el fondo de nuestro propio corazón, con las mismas palabras que usaba San Francisco de Asís: ¡Dios os salve, María, Madre de Dios! ¡En Vos está y estuvo todo la plenitud de la gracia y todo bien!

 


Hay más, el Concilio de Éfeso insistía en esta manera de hablar porque así se unificaba la doble naturaleza de Jesús que es tanto humana como Divina, unidas en una única Persona. La Virgen, Santa Madre de Dios, articula el Cielo y la tierra integrando lo que es del hombre y lo que es de Dios; al decir del Sacerdote Jesuita Gustave Weigel: “Los Padres de la Iglesia primitiva, con mucha razón llamaron a María el “cuello” del Cuerpo Místico de Cristo. La conexión de la humanidad con Cristo se verifica por María, que “profundiza la visión divina”. El Evangelio nos retrata esa Madre Santísima que “atesoraba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19).

 

No se reduce a pronunciar en continuidad las dos ideas: Madre de Dios y paz: «La paz es un desafío al prurito que hay en nosotros de ser más guapos y más fuertes, de sobresalir; es un desafío a este hormigueo de las manos y del corazón, que quisiera acabar, rápido e inmediatamente, con quien piensa distinto de nosotros.»[2] En el numeral 233 de la Fratelli Tutti encontramos: «La paz “no sólo es ausencia de guerra sino el compromiso incansable —especialmente de aquellos que ocupamos un cargo de más amplia responsabilidad— de reconocer, garantizar y reconstruir concretamente la dignidad tantas veces olvidada o ignorada de hermanos nuestros, para que puedan sentirse los principales protagonistas del destino de su nación”»[3].


 

El corazón entra en acción para conducirnos por la coherencia del compromiso de una triple manera, y es que: 1) el corazón «…no sólo es la sede de los sentimientos, sino también el lugar profundo en donde nuestra persona toma consciencia de sí misma, reflexiona sobre los acontecimientos, medita sobre el sentido de la realidad, asume actitudes responsables hacia los hechos de la vida y hacia el mismo misterio de Dios. 2) La importancia decisiva del corazón respecto de la salvación… Jesús está presente en la historia como salvador, como redentor, como liberador., Pero la acción divina de la salvación se vuelve realmente eficaz en la historia humana sólo pasando a través de nuestros corazones, que gracias al Espíritu Santo se convierten en corazones nuevos, animados por el amor filial hacia Dios. 3) Finalmente, …la particular plenitud de vida que el corazón encuentra en sí mismo cuando, por así decirlo, sale de sí y encuentra la novedad absoluta del Amor de Dios que se dona a nosotros en Jesús.»[4] Permitimos a Dios actuar eficazmente por medio de nosotros, que es la actitud característica de María quien se consagró respondiendo al Arcángel San Gabriel “Hágase en mí”. Puede que simulemos no tener ninguna evidencia de Dios en nuestra vida; pero no es que Dios no esté, que nos haya olvidado, que esté distraído; más bien es que no somos capaces de descubrirlo (o que hacemos la “vista gorda”); y, si no nos damos cuenta de su Ser-a-nuestro-lado, de que Él es el Emmanuel, entonces no podemos actuar con Él, no podemos cooperar con Dios y estaremos de espaldas a su Proyecto de Luz y de Vida, sin que su acción pueda pasar a través de nuestros corazones. A veces se ha dicho que Jesús es el Sol y María, sencillamente es la luna que refleja su luz, así nosotros también estamos llamados a cumplir la función refleja.

 


El Proyecto de Dios que es su Reino, recurre y requiere de nuestra competencia y nuestro compromiso con Él. ¿Cómo entramos nosotros en la Biblia?, ¿Estamos –acaso- ajenos al proyecto salvífico?, ¿O la Biblia es solo un manual de instrucciones? ¡Pues no! En la Biblia nosotros sí figuramos porque somos los “pastores” con misión de pastores. Esos que hoy se apuran a llegar a ver el “signo” (Lc 2, 12), somos nosotros los llamados y convidados a ir a ver al Niño en el Pesebre, y tenemos la opción de “ir corriendo” (Lc 2, 16), y dar testimonio de Él explicando lo que los Ángeles han revelado sobre ese “signo”. Él es el signo de la Paz. Vamos visualizando algo mejor el correlato entre Madre de Dios y Paz. Jesús es la Paz, o mejor, es Él el Enviado a traer la Paz. Los Ángeles así lo cantan: “Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz…” (Lc 2, 14ab). Esta afirmación angelical la confrontaremos con la del Evangelista: “La Paz les dejo, mi Paz les doy. La Paz que yo les doy no es como la que da el mundo…” (Jn 14, 27abc). Y, ¿cuál es la Paz que da el mundo en el contexto del Jesús histórico? ¡La de Cesar Augusto! «En efecto, Augusto “ha establecido durante 250 años la paz, la seguridad jurídica y un bienestar, que hoy muchos países del antiguo Imperio romano todavía sólo pueden soñar”»[5] Nos abocamos a un contrapunto entre estas dos versiones de la Paz. «En todo esto debían pensar los lectores u oyentes antiguos (y Lucas tenía esta intención) cuando oían hablar del nacimiento del “salvador” e inmediatamente oían el canto de los coros celestiales cuya palabra central era la paz, núcleo de la propaganda de Augusto. Pero la paz que aquí se anuncia no es la Pax Augusta. Es una paz que en los ángeles ocupa el segundo lugar, porque el primero lo ocupa Dios mismo: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace” (Lc 2,14). Esta paz no la aporta un político, ni siquiera Augusto, sino aquel salvador divino que ha nacido como hijo de gente sencilla en un establo en Belén. Esta paz, la Pax Christi, no se opone necesariamente a la Pax Augusta, pero es independiente de ella y la supera, como el cielo supera la tierra… Quedan los pastores, que primero se asustan y acaban diciendo: vamos a verlo y comprobarlo (Lc 2, 15). Luego comunican lo que han oído y al final alaban a Dios, una vez que el mensaje celestial se ha demostrado como auténtico (Lc 2, 17.20). Estos pastores son la imagen de una comunidad cristiana (así lo entendió Ambrosio). Y finalmente está María, de la que sólo se dice que “guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). Lo que aquí se dice de María el evangelista espera que se diga de cada cristiano. Los padres de la iglesia veían también en la Madre de Dios un modelo para todos los cristianos. Pues todo cristiano –y toda la iglesia– está llamado, desde el útero del corazón (K. Rahner), a dar a luz a Cristo de manera que cobre forma en la propia vida (Ga 4, 19).»[6]

 


Retomemos de la Fratelli Tutti, en el numeral 228, donde se nos propone una verdadera clave tanto de la arquitectura como de la artesanía de la Paz: «Es necesario tratar de identificar bien los problemas que atraviesa una sociedad para aceptar que existen diferentes maneras de mirar las dificultades y de resolverlas. El camino hacia una mejor convivencia implica siempre reconocer la posibilidad de que el otro aporte una perspectiva legítima, al menos en parte, algo que pueda ser rescatado, aun cuando se haya equivocado o haya actuado mal. Porque «nunca se debe encasillar al otro por lo que pudo decir o hacer, sino que debe ser considerado por la promesa que lleva dentro de él», promesa que deja siempre un resquicio de esperanza»[7]. En su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2023: «¿Qué se nos pide, entonces, que hagamos? En primer lugar, dejarnos cambiar el corazón por la emergencia que hemos vivido, es decir, permitir que Dios transforme nuestros criterios habituales de interpretación del mundo y de la realidad a través de este momento histórico. Ya no podemos pensar sólo en preservar el espacio de nuestros intereses personales o nacionales, sino que debemos concebirnos a la luz del bien común, con un sentido comunitario, es decir, como un “nosotros” abierto a la fraternidad universal. No podemos buscar sólo protegernos a nosotros mismos; es hora de que todos nos comprometamos con la sanación de nuestra sociedad y nuestro planeta, creando las bases para un mundo más justo y pacífico, que se involucre con seriedad en la búsqueda de un bien que sea verdaderamente común. Para lograr esto y vivir mejor después de la emergencia del COVID-19, no podemos ignorar un hecho fundamental: las diversas crisis morales, sociales, políticas y económicas que padecemos están todas interconectadas, y lo que consideramos como problemas autónomos son en realidad uno la causa o consecuencia de los otros. Así pues, estamos llamados a afrontar los retos de nuestro mundo con responsabilidad y compasión. Debemos retomar la cuestión de garantizar la sanidad pública para todos; promover acciones de paz para poner fin a los conflictos y guerras que siguen generando víctimas y pobreza; cuidar de forma conjunta nuestra casa común y aplicar medidas claras y eficaces para hacer frente al cambio climático; luchar contra el virus de la desigualdad y garantizar la alimentación y un trabajo digno para todos, apoyando a quienes ni siquiera tienen un salario mínimo y atraviesan grandes dificultades. El escándalo de los pueblos hambrientos nos duele. Hemos de desarrollar, con políticas adecuadas, la acogida y la integración, especialmente de los migrantes y de los que viven como descartados en nuestras sociedades. Sólo invirtiendo en estas situaciones, con un deseo altruista inspirado por el amor infinito y misericordioso de Dios, podremos construir un mundo nuevo y ayudar a edificar el Reino de Dios, que es un Reino de amor, de justicia y de paz.» [8] (Va nuestra invitación para leer el mensaje integro).


 

De qué manera tan fantástica nos ha enriquecido la Iglesia -mater et magistra- al proponernos para iniciar el año civil, la celebración de la Solemnidad de este Dogma a, un mismo tiempo, con la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, esta vez en su Quincuagésima sexta versión. Así María y la Paz quedan, de esta manera, soldadas.

  

 



[1] Papa Francisco. FRATELLI TUTTI. Inst. San Pablo Apóstol. pp. 132.

[2] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia. 1995 pp. 16-17

[3] Papa Francisco. FRATELLI TUTTI. pp. 137-138 Citado de  DISCURSO A LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO, Maputo – Mozambique (5 septiembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (13 septiembre 2019), p. 2.

[4] Martini, Carlos María. Op. Cit. pp. 15-16

[5] Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2012. P. 84

[6] Reiser, Marius. LA VERDAD SOBRE LOS RELATOS NAVIDEÑOS. Selecciones de Teología pp. 353-354 seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol43/172/172_reiser.pdf. El subrayado es nuestro.

[7] Papa Francisco. FRATELLI TUTTI p. 134.

[8] Papa Francisco. MENSAJE PARA LA 56 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ, 1º DE ENERO DE 2023.

sábado, 24 de diciembre de 2022

PALABRA Y LUZ

 


Is 52, 7-10; Sal 98(97), 1bcde.2-3ab. 3cd-4.5-6; Hb 1,1-6, Jn 1,1-18

 

En esta etapa final nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien nombró heredero de todo, y por quien creó el universo. Él es reflejo de su Gloria, la imagen misma de lo que Dios es, y mantiene el universo con su Palabra poderosa.

Hb 1, 2-3c

 

… somos conducidos a la Verdad inmutable, donde verdaderamente aprendemos cuando estamos en su presencia y le oímos y nos gozamos con grande alegría por la voz del esposo, tornando allí de donde somos. Y es Principio, porque si no permaneciese cuando erramos, no tendríamos adónde volver. Pero cuando retornamos de nuestro error, ciertamente volvemos conociendo; pero para que conozcamos, él nos enseña, porque es Principio y nos habla.

San Agustín

 

Es difícil hablar y celebrar la Navidad en el contexto histórico que atravesamos, mientras los belicistas siguen haciendo de las suyas, se derrama sangre, se destruyen hogares, se fomenta un fratricidio, los misiles silban por doquier, y los bombardeos se suceden -especialmente- durante las noches ucranianas.

 


Lo único que se nos ha ocurrido es entregar las fichas del rompecabezas y dejar a los lectores que las ordenen con la habilidad de sus inteligencias y la fuerza que les socorre el Niño-Dios, para que traten de obtener una imagen inteligible, donde puedan distinguirse las facciones del Recién-Nacido “Príncipe de la paz”, y sepamos qué tenemos que ver con todo esto.

 

I

«Se lee en una narración que un día Jesús regresó a la tierra: era Navidad y había muchos niños reunidos para una fiesta. Jesús se presentó en medio de ellos y todos lo reconocieron y lo aclamaron. Después, uno de ellos comenzó a preguntarle que regalo les había traído, y poco a poco todos los demás niños le preguntaron en dónde estaban los regalos. Jesús no contestaba y abría los brazos.

 


Finalmente, un niño dijo: “¿Ven que no nos trajo nada? Entonces es cierto lo que dice mi papá: que la religión no sirve para nada; no nos da nada, ¡no tiene ningún regalo para nosotros!”

 


Pero otro niño replicó: “Jesús, abriendo los brazos quiere decir que nos trae a sí mismo, que él es el regalo, es Él quien se dona como hermano, como Hijo de Dios, para hacernos a todos hijos de Dios como lo es Él”.»[1]

 

II

La palabra logos que aparece en el prólogo del Evangelio de San Juan, puede ser traducida de diversas maneras, es la razón, el pensamiento, la inteligencia ordenadora, la mente que rige el cosmos, la Voz que crea, la palabra, el habla, la lengua, un sermón y -según la traducción que se le dio al latín, “verbum”.

Le perícopa Jn 1, 1-18 es el prólogo. Y podríamos subdividirla en:

1-5 El Λόγος [logos]: la Luz de los hombres – la Vida.

6-8 El precursor: Juan el Bautista.

9-14 “Y el Verbo vino al mundo,” Καὶ ὁ Λόγος σὰρξ ἐγένετο καὶ ἐσκήνωσεν ἐν ἡμῖν, “se hizo carne y habitó entre nosotros”:

            No lo conocieron

            No lo recibieron

            A quienes lo recibieron se les dio el poder de ser “hijos”

15 Juan el Bautista señala a Jesús para entregarle el relevo

16-18 Dios no ha sido visto por nadie, Jesús lo trasparenta.

La palabra para habitó es ἐσκήνωσεν -estrictamente hablando- puso su carpa (tienda de campaña) entre nosotros.

 


En general, estamos ante una estructura de quiasmo una cebollita -como nos gusta llamarla-, con la medula en el centro, y en el centro se dice lo más importante: “puso su tienda de campaña y moró con/en/entre (ἐν)  nosotros”.

 

III

«El Evangelista Juan, que tantas veces evoca la pregunta sobre el origen de Jesús, no ha antepuesto en su Evangelio una genealogía, pero en el Prólogo con el que comienza ha presentado de manera explícita y grandiosa la respuesta a la pregunta sobre el “de dónde”. Al mismo tiempo, ha ampliado la respuesta a la pregunta sobre el origen de Jesús, haciendo de ella una definición de la existencia cristiana; a partir del “de donde” de Jesús ha definido la identidad de los suyos.

 

“En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Palabra en el principio estaba junto a Dios… Y la palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1, 1-14). El hombre Jesús es el “acampar” del verbo, del eterno Logos divino en este mundo. La “carne” de Jesús, su existencia humana, es la “tienda” del Verbo: la alusión a la tienda sagrada del Israel peregrino es inequívoca. Jesús es, por decirlo así, la tienda del encuentro: es de modo totalmente real aquello de lo que la tienda, como después el templo, sólo podía ser su prefiguración. El origen de Jesús, su “de dónde”, es el principio mismo, la causa primera de la que todo proviene; la “luz” que hace del mundo un cosmos. Él viene de Dios. Él es Dios. Este “principio “que ha venido a nosotros inaugura precisamente en cuanto principio- un nuevo modo de ser hombres. “A cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios” (Jn 1,12s)»[2]

 

IV

«… según la mejor definición que de la paz conozco. La que diera Santo Tomás al presentarla como “la tranquilidad activa del orden en libertad”. Hoy, es sabido, oscilamos entre el orden sin libertad y la libertad sin orden, con lo que nos quedamos sin tranquilidad y sin acción.

 

Habría que empezar, me parece, por curar las almas. Por descubrir que nadie puede traernos paz sino nosotros mismos. Y que cuando se dice que hay que preparar la guerra para conseguir la paz, eso es sólo verdadero si se refiere a la guerra interior contra nuestros propios desmelenamientos interiores.

 


Las únicas armas verdaderas contra la guerra son la sonrisa y el perdón, que juntos producen la ternura. De ahí que alguien que quiere a su mujer y a sus hijos sea mucho más antibelicista que quienes acuden a las manifestaciones. De ahí que un buen compañero de oficina que siempre tiene a punto un buen chiste sea más útil para el mundo que quienes escriben pancartas. O que quien sabe escuchar a un viejo y acompañar a un solitario sea mil veces más pacificador que quien protesta contra la carrera de armamentos. Porque el armamento que más abunda en este siglo XXI es el vinagre de las almas, que mata a diario sin declaraciones de guerras.

 


No puedo ahora recordar sin emoción a uno de los más grandes pacificadores… el querido Papa Juan XXIII. Hizo mucho, ciertamente, con su Pacem in terris, pero esta encíclica ¿qué otra cosa fue sino el desarrollo ideológico de lo que antes nos había explicado con su sonrisa? Con mil hombres serenos, sonrientes, abiertos, confiados y humanamente cristianos como él, el mundo estaría salvado. Pero no se salvará con pancartas y manifestaciones.»[3]

 

V

«El nacimiento o natividad de este Hombre, el más importante y grande de la historia, como que fue declarado por el Padre, Señor del Universo y de la Historia, causa de nuestra salvación, es lo que celebramos en esta Navidad que nos trae luz y felicidad.


 

No se pierde nada si al hablarle a sus hijos de este Niño les hace caer en la cuenta del contraste, buscado intencionalmente por el evangelista, entre su nacimiento, en medio de pajas y animales de una pesebrera de Belén, y la cuna rodeada de mármoles, cortinajes y arabescos, de los palacios romanos, con lujo importado de los imperios de oriente. Es la humildad de Dios que nos visita y nace como niño indefenso, para confundir a los grandes de todos los tiempos y enseñarles a doblegar la cerviz ante los niños campesinos y ciudadanos de nuestro país. Dejad a los niños que se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el reino de Dios. ¡Feliz Navidad!»[4]

 



[1] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá D.C. Colombia 1995 p. 559

[2] Ratzinger Joseph -Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Bogotá – Colombia. 2012. p. 19.

[3] Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA LA ALEGRÍA (CUADERNOS DE APUNTES II) Sociedad de Educación Atenas. Madrid-España 1995 p. 73

[4] Llano Alfonso. s.j. 100 RAZONES PARA HACER UN ALTO EN EL CAMINO. Ed Intermedio Bogotá -Colombia 2011 p. 140

sábado, 17 de diciembre de 2022

VERDADERA REVOLUCIÓN

             

IV ADVIENTO (A)



Is 7, 10-14; Sal 24(23), 1-2. 3-4ab. 5-6(R.: cf. 7c y 10b); Rom 1, 1-7; Mt 1, 18-24

 

El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura.

Evangelii Gaudium # 88.

Papa Francisco

Profecía de una עַלְמָה [‘almah] - madre

Para entender la profecía de Isaías es necesaria una breve digresión: Nuestro Papa Emérito escribió: «… aquello que la Escritura ha querido decir en muchos lugares, sólo se hace visible ahora, por medio de esta nueva historia. Es una narración que nace en su totalidad de la Palabra pero que da precisamente a la Palabra ese pleno significado suyo que antes no era aún reconocible. La historia que se narra aquí no es simplemente una ilustración de las palabras antiguas, sino la realidad que aquellas palabras estaban esperando. Esta no era reconocible en las palabras por sí solas, pero las palabras alcanzan su pleno significado a través del evento en el que ellas se hacen realidad…. hay efectivamente palabras en el Antiguo Testamento que permanecen, por decirlo así, todavía sin dueño… el verdadero protagonista de los textos se hace aún esperar. Sólo cuando él aparece, las palabras adquieren su pleno significado… esas palabras que,  por el momento, siguen a la espera de la figura de la que están hablando.

 

También la historiografía del cristianismo de los orígenes consiste precisamente en asignar su protagonista a estas palabras que siguen a la espera. De esta correlación entre las palabras “en espera” y el reconocimiento de su protagonista finalmente manifestado se ha desarrollado la exegesis típicamente cristiana, que es nueva, y sin embargo, sigue siendo totalmente fiel a la palabra originaria de la Escritura.»[1]

 


Volvamos ahora sobre la perícopa de Isaías que nos ocupa en este IV Domingo de Adviento, tomada del capítulo 7, el primero de los seis capítulos, del 7 al 12, denominados “libro del Emmanuel”: «Como garantía de la propuesta profética se ofrece una señal que tiene la función de certificar la ayuda divina… Asistimos, en cambio, al juego de esgrima del hombre que alega una aparente religiosidad (“no quiero tentar al Señor”: ver Sal 78, 18.41.56; 106, 14; Ex 17, 7) como mampara para esconder un vacío de fe. En efecto, el rey no puede mostrarse explícitamente incrédulo, rechazando la propuesta isaiana, pero no puede tampoco pedir el signo milagroso porque quedaría luego comprometido y atado. Opta entonces por un pretexto evasivo. Pero la maniobra no hiere al profeta, sino al mismo Dios que, a los ojos de Isaías, parece romper sus relaciones con Acaz: nótese el cambio de pronombre en el v. 11 (“tu Dios”) y en el v. 13 (“mi Dios”). “No has mentido a los hombres sino a Dios” (Hch. 5,4)……. Para que el signo sea perceptible a los oyentes debe contener datos verificables y comprensibles, de lo contrario  ya no sería tal. Además, ya en este punto la finalidad no es la de dar solidez a la fe del monarca, sino confesar la fidelidad del Señor que supera las incredulidades humanas… La señal…la concepción y el nacimiento de un hijo… que aparece en el embrollado horizonte del reino de Acaz, nacerá de una ‘almah, término hebreo que indica una mujer joven que aún no ha dado a luz y que puede ser desposada o núbil (Gn 24, 43; Ex 2, 8; Ct 1, 3; 6, 7-8; Pr 30, 19). Es fácil pensar que los oyentes de Isaías identificaran inmediatamente a esa mujer en la joven esposa del soberano, Abí, hija de Zacarías (2Cro 29, 1)… La señal, por tanto, comenzaría reafirmando la continuidad  de la dinastía davídica según la promesa de Natán (2S7) que se realiza con  el nacimiento de Ezequías, rey fiel y piadoso (2R 18-20)…………………………. Es natural, entonces, que los elementos de la señal mesiánica alcancen en esta perspectiva una nueva fisonomía. La cual aparece inmediatamente en el vocablo que señala a la madre de Ezequías, que en la versión griega de los Setenta y en la cita del Evangelio de Mateo (1,23) es traducido “virgen”. Tras el rostro, aunque justo, de Ezequías, la tradición hebrea habría intuido al Mesías Salvador y el Cristianismo la figura de Cristo, Hijo de Dios, rey y sacerdote, presencia perfecta de Dios en la carne y tiempo del hombre. En realidad, el centro de la señal no era tanto el modo (virginal) del nacimiento, cuanto el nacimiento mismo, el significado encerrado en el nombre y el destino futuro. Pero el profeta fijaba también la mirada más allá de ese primer plano todavía empañado e imperfecto, hacia una salvación y liberación más excepcional.»[2]

 

¡YHWH ENTRA A REINAR!

Los salmos del Reino, como se ha comentado en repetidas ocasiones, servían al propósito de procesionar con el Arca de la Alianza para entronizarla en el Sancta Sanctórum. Todo esto en el marco de una parodia, como en los reinos antiguos se hacía, al rey se le confería o se le ratificaba –en el curso de las fiestas anuales- su realeza; sin embargo, el pueblo judío era consciente de los límites de la parodia, a Dios no se le puede dar su reinado, ni quitárselo, ni ratificárselo; no puede ser removido, ni derrocado; simplemente se trataba de un acto cultual para loar la Grandeza del Rey de la Gloria, Dueño y Señor de toda la creación. El Salmo 24(23) es un salmo dialogado, a dos coros, podríamos suponer uno de ellos, el pueblo que procesiona, el otro, formado por los guardianes del templo, los sacerdotes, los levitas encargados de preservar la sacralidad y la pureza del Templo (La Tienda del Encuentro). Se habla de una catequesis a las puertas del propio Templo; podríamos también imaginar una guardia con “lanzas cruzadas” impidiendo el paso, cerrando la entrada, a manera de “puertas” que se niegan a permitir el avance. Entonces se les da la orden, ¡permítanles entrar!, retiren las lanzas, franqueen el paso, en otras palabras: שְׂא֤וּ  שְׁעָרִ֨ים  רָֽאשֵׁיכֶ֗ם  וְֽ֭הִנָּשְׂאוּ  פִּתְחֵ֣י  עֹולָ֑ם  וְ֝יָבֹ֗וא  מֶ֣לֶךְ  הַכָּבֹֽוד׃

 


“¡Ábranse, puertas eternas! ¡Quédense abiertas de par en par, y entrará el Rey de la Gloria!

 

No es el pueblo quien procesiona, en este caso, es Dios mismo que viene y va a entrar. ¿A dónde va a entrar? Va a entrar de su Dimensión Divina, en la nuestra; del Kairos va a pasar al Cronos, va a entrar en la historia. Así que el Salmo pide que se franqueen las puertas para que nazca el Niño Dios. En vez de ir el pueblo hacia el Templo Santo, el Tres Veces Santo viene hacia nosotros, ha tenido Compasión de nosotros y viene a Reinar.

 

Pero aquí hay otro cambio radical, al que nos hemos referido con frecuencia, se trata de la manera de Reinar que tiene Dios. Dios no reina por la fuerza, sino por la fuerza del Amor. Por la Ternura-Real-del Bebé-que-es-Dios.

 

“¡Portones, alzad los dinteles,

que se alcen las antiguas compuertas:

va a entrar el Rey de la Gloria!”

 

Evangelio Católico: Para toda la raza humana

Excepto el 3er Domingo de Adviento –Domingo de Gaudete, cuando leímos de la Carta de Santiago- los otros tres Domingos de Adviento nos ocupa la Carta a los Romanos. Todo parece indicar que los cristianos de Roma desconocían a San Pablo, y que Pablo había estado intentando llegar a ellos para llevarles la Buena Nueva y llegar a otros gentiles que no habían sido evangelizados aún. «Pablo escribe esta carta a la comunidad de Roma; compuesta por convertidos del judaísmo y de la gentilidad, según parece entre los años 57-58, desde Corinto… Esta carta es la más teológica de todas; en ella retoma las ideas de otra Carta suya, a los gálatas –que escribió antes que esta-, pero aquí las expone de una manera más ordenada y matizada»[3].

 


Para mostrar la autoridad que le asiste para predicar y enseñar el Evangelio, San Pablo muestra, en el saludo de esta carta que es la perícopa que nos ocupa en este IV Domingo de Adviento del ciclo A, sus acreditaciones:

i)              Siervo de Cristo Jesús

ii)             Apóstol por un llamado de Dios

iii)           Escogido para proclamar el Evangelio de Dios

iv)           Por Cristo Jesús, nuestro Señor, recibió la gracia y la misión de apóstol, para hacer que los hombres lleguen a la obediencia de la fe; y con eso será glorificado su nombre.

v)            “Me ha enviado al mundo de los paganos”, al que pertenece también la Comunidad de Roma, a la que dirige esta carta. Cfr. Rom 1, 1-6.

 

«Los miembros judíos querían imponer la obligación de observar la ley judaica a los miembros que se habían convertido del paganismo, diciendo que sin ley no podría haber salvación. En esa cuestión Pablo entra de lleno. Les demuestra que el único que puede salvar es Dios y que el salva no sólo a los judíos sino también a toda la humanidad destruida por el pecado. Y Dios salva por medio de Jesucristo.

 


Para que la humanidad se salve, Dios concede una amnistía general. Pero para recibirla impone una sola condición: que el hombre crea en Jesucristo como la suprema manifestación del amor de Dios a los hombres y se haga su discípulo.»[4]

 

Dios jugó primero, tomó la iniciativa salvífica, envió a su Hijo, para Él se pide que se abran las puertas, para que entre de la Dimensión Divina en nuestra dimensión. Ahora, como leemos en Apocalipsis “¡Vamos!, anímate y conviértete. Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguien escucha mi voz y me abre, entraré a su casa a comer, Yo con él y él conmigo.” (Ap 3, 19b-20). “Está a la puerta y llama… ¿a qué llama, cuál es el objeto de su llamada? La respuesta viene aquí, en esta perícopa de Romanos que leemos en este Domingo. Dice que: “…a los que Cristo Jesús ha llamado; a ustedes a quienes Dios quiere y que fueron llamados a ser santos.” (Rom 1, 7b). Entonces el κλητοῖς ἁγίοις· “llamado es a ser santos”. No nos podemos hacer los desentendidos frente a esta apelación tan clara y contundente, que es la misión de San Pablo, y hoy por hoy, la de la Iglesia: ¡Llamar a la santidad!

 

La perícopa concluye con la fórmula de saludo, examinémosla: «Conforme al modelo universal de aquel momento, las cartas de Pablo, encabezadas por la superscriptio (nombre del mitente) y la adscriptio (nombre del destinatario), comenzaban con un saludo o salutatio. Los griegos saludaban con khaire (alégrate), los judíos con eleos kai eirene (misericordia y paz). Pues bien, Pablo y los cristianos empiezan a hacerlo de esta forma:

Gracia y paz a vosotros,

de parte de Dios, nuestro Padre,

y de Jesucristo, el Kyrios (Señor).



Esta fórmula de saludo, repetida en Gal 1, 3; 1Cor 1, 3; 2Cor 1, 2; Rom 1, 7; Flp 3; Ef 1, 2, refleja la experiencia más antigua de la Iglesia: por gracia de Jesús, los cristianos viven ya en la paz de Dios; ellos se encuentran vinculados a Dios que es Padre y a Jesús que es el Señor. Esta forma de ver en unidad al Padre Dios y al Kyrios Jesús (que después aparecerá como Hijo) constituye el principio de la fe trinitaria de la Iglesia…».[5]

 

Del linaje de David

La perícopa del Evangelio que ha correspondido en este IV Domingo de Adviento -que tantas veces hemos leído y que tan bien conocemos- contiene tantos y tantos detalles que su estudio minucioso está más allá del aliento de nuestro cometido. Sin embargo, queremos tocar –de todos y de tantos- cuatro de ellos.

 

Primero, ¿dónde está puesto el foco? «A diferencia de Lucas, Mateo habla de esto exclusivamente desde la perspectiva de San José, que, como descendiente de David, ejerce de enlace de la figura de Jesús con la promesa hecha a David.»[6]

 

En segundo lugar, el tema del “hombre justo”. En este texto se hace referencia a San José diciendo que δίκαιος ὢν “era hombre justo” «… (zaddik)… ofrece un cuadro completo de San José y, a la vez, lo incluye entre los grandes figuras de la Antigua Alianza, comenzando por Abraham, el justo. Si se puede decir que la forma de religiosidad que aparece en el Nuevo testamento se compendia en la palabra “fiel”, el conjunto de una vida conforme a la Escritura se resume en el antiguo Testamento con el término “justo”…. (Y refiriéndose al Salmo 1, dice que…) La imagen de los cauces de agua de las que se nutre ha de entenderse naturalmente como la Palabra viva de Dios, en la que el justo hunde las raíces de su existencia. La voluntad de Dios no es para él una ley impuesta desde fuera, sino gozo»[7]


 

Ahora, en tercer lugar, examinemos la manifestación del “mensaje” de Dios, comunicado por el ángel, que es diferente en su entrega para María que para San José: «Mientras que el ángel “entra” donde se encuentra María (Lc 1, 28), a San José sólo se le aparece en sueños, pero en sueños que son realidad y revelan realidades. Se nos muestra una vez más un rasgo esencial de la figura de San José: su finura para percibir lo divino y su capacidad de discernimiento. Sólo a una persona íntimamente atenta a lo divino, dotada de una peculiar sensibilidad por Dios y sus senderos, le puede llegar el mensaje de Dios de esta manera… El mensaje que se le consigna es impresionante y requiere una fe excepcionalmente valiente… Mateo había dicho antes que José estaba “considerando en su interior” (enthyméthèntos) cuál debería ser la reacción justa ante el embarazo de María»[8]


 

Para no fatigarlos, quisiéramos considerar sólo un cuarto y –por ahora, último- asunto: El nombre de Jesús: «Es el mismo nombre que el ángel había indicado a María para que se le pusiera el niño: el nombre Jesús (Jeshua) significa YHWH es salvación. El mensajero de Dios que habla a José en sueños aclara en qué consiste esa salvación: “Él salvará a su pueblo de los pecados.”… con el término “Emmanuel” nos referimos al Mesías. Pero la idea del Mesías se ha desarrollado plenamente sólo en el período del exilio y sucesivamente después.»[9]

 

Gestando futuro

«Rahner se atrevía a insistir en que “la Navidad es la fiesta en la que no se celebra un acontecimiento del pasado, que ocurrió una vez y ya pasó, sino algo presente, que es, al mismo tiempo, el comienzo de un futuro eterno que se nos acerca. Es la fiesta del nacimiento de la eterna juventud. Nos ha nacido un niño y en Él se injerta definitiva y triunfalmente en este mundo la eterna juventud de Dios”.»[10]

 

La Navidad en nuestra mente está asociada con el Árbol de Navidad, el Pesebre, las galletas, la Cena de Nochebuena que , en muchas ocasiones, se empieza a disponer con más de un mes de anticipación; las bebidas alcohólicas: el vino, el champagne, y otros; los buñuelos, la natilla y los regalos. A esta enumeración –no exhaustiva- debemos añadirle, por lo menos, la mención de la Novena de Aguinaldos. Pero, el tema central, el Nacimiento de Nuestro Señor y Salvador no aparece en todo el contexto. En este contexto, -pese a que la Novena y los Villancicos hacen mención del Niño Dios- el fenómeno religioso se difumina y se diluye, como lo denuncia Martín Descalzo, “con toneladas de azúcar”.


 

«¿Acaso hay algo más pastelero, más suave, más dulce, más cursi, inerme, inútil, acariciador y blandengue? ¿Y la puerta del futuro? ¿No es acaso Navidad un concentrado de recuerdos, el pasado del pasado, el ayer del ayer, lo definitivamente congelado en las páginas de la historia?

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No exagero. No ironizo. Decidme ¿Cuántos, cuántos hombres hay hoy en la tierra que se alimentan de la esperanza de que el mundo será refundido, de que nacerá el hombre nuevo, de que el hombre y Dios participaran de una misma y verdadera vida, de que Belén acabará siendo la patria de todos los nacidos? No nos engañemos. Hace demasiado tiempo que no esperamos nada. Hace demasiado tiempo que nadie vive “tenso” hacia ese futuro. El champagne es una buena disculpa para entretener esa espera en la que nadie sabe si está esperando algo.»[11]

 

En algún momento señalábamos que la Iglesia, en ese momento en cabeza de San Pablo, se vio obligada a predicar que la “Parusía” “no estaba a la vuelta de la esquina”; pero, el anuncio del Evangelio no puede –so pretexto de esto- olvidar que el hecho de su “demora”, no significa que no va a llegar nunca, o que su demora se extiende a una fecha por allá en el borde del infinito, en los linderos de la eternidad. También queremos repetir -machaconamente- que Jesús enseñó que “he aquí, sin embargo, que el Reino de Dios está en medio de ustedes” (Lc 17, 21b), no es algo a futuro, es algo que germina entre nosotros; germina y brota, yEsté dormido o despierto, sea de noche o de día, la semilla brota y crece sin que él sepa cómo”. (Mc 4, 27).

 

« El Señor está aquí. El Señor de la creación y de mi vida. Ese Dios no mira ya, desde el eterno “todo en uno y de una vez” de su eternidad, el eterno cambio de mi vida destrozada. La eternidad se hace tiempo, el Hijo se hace hombre, la eterna razón del mundo, lo que da sentido a toda realidad, se hace carne, humano. Y, por ello, se transforman el tiempo y la vida del hombre, Porque Dios mismo se ha hecho hombre. No en cuanto que hubiera dejado de ser el mismo Verbo eterno de Dios con toda su gloria y felicidad incomprensible. Pero se ha hecho verdaderamente hombre. Y ahora a él mismo le interesa este mundo y su destino. Ahora no es sólo su obra, sino un trozo de él mismo.

 

Desde este momento está él también sobre la tierra, y las cosas no le son a él más propicias que a nosotros. No se le otorga ninguna concesión especial, sino que comparte la misma suerte con todos nosotros: hambre, fatiga, enemistad, la amargura de la muerte y de una muerte miserable. Y lo más inverosímil es que la infinitud de Dios reciba y acepte la limitación humana, que la felicidad suprema reciba la tristeza de la tierra, la vida y la muerte. Pero sólo ella, esa oscura luz de la fe, hace nuestras noches claras, ella sola hace las noches santas.

 

Cuando decimos: “Es Navidad”, afirmamos que Dios ha dicho al mundo su última, su más profunda y bella palabra en el Verbo hecho carne; una palabra que ya no se puede retirar, porque es la obra definitiva de Dios, porque es Dios mismo en el mundo. Y esta palabra dice: “Te amo, a ti, mundo, a ti, hombre o mujer”. Es una palabra completamente inesperada, inverosímil.

 

Y ahora reina una silenciosa tranquilidad en el mundo, y todo el ruido, que se llama orgullosamente historia del mundo y propia vida, es sólo el ardid del eterno amor, que quiere hacer posible una libre respuesta del hombre a su última palabra.

 

Desde el centro vital de la realidad, que es el Verbo hecho carne, todo tiende, con la inflexibilidad del amor, hacia Dios, sin que ante Él tenga que quedar el mundo reducido a cenizas por el ardiente fuego de su santidad y justicia. Todo tiempo queda abrazado por la eternidad, por esa eternidad que se convirtió en tiempo. Toda lágrima queda ya enjugada en lo más íntimo, porque Dios mismo la ha llorado y la ha enjugado en sus propios ojos. Toda esperanza está ya en posesión, porque Dios es ya poseído por el mundo.


 

Navidad es la fiesta en la que se celebra, no un acontecimiento pasado que ocurrió una vez y pasó, sino algo presente… Nos ha nacido un niño. Pero no es un niño que comienza ya a morir en el momento en que empieza a vivir. Es el niño en el que se injerta definitiva y triunfalmente... la eterna juventud de Dios.»[12]

 

 



[1] Benedicto XVI LA INFACIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Colombia 2012 pp. 22-25

[2] Ravasi, Gianfranco. LOS PROFETAS. Ed. San Pablo 1996. Santafé de Bogotá D. C. -Colombia pp. 74-76

[3] Miranda, José Miguel. LECCIONES BÍBLICAS. GUÍA PRACTICA PARA EL CONOCIMIENTO DE LA BIBLIA. Ed San Pablo Santafé de Bogotá D.C. – Colombia 2001 pp. 182-183

[4] Storniolo, Ivo y Martins Balancin, Euclides. CONOZCA LA BIBLIA San Pablo. Bogotá D. C. – Colombia 5ª reimpresión 2002 p. 103

[5] Charpentier, Ettienne. PARA LEER EL NUEVO TESTAMENTO. Ed Verbo Divino Navarra- España 2004  p. 61

[6] Benedicto XVI. Op. Cit. p. 44

[7] Ibid. pp. 45-46

[8] Ibid. pp. 47-48

[9] Ibid. pp. 48. 55.

[10] Martín Descalzo, José Luis. BUENAS NOTICIAS. Ed. Planeta Barcelona – España 1998 p. 93

[11] Ibid p. 94

[12]  Rahner Karl S.J. MEDITACIONES BREVES Friburgo de Brisgovia - Alemania, 1904  pp 13-20