sábado, 26 de marzo de 2022

EL PADRE SE COMPADECE DE NUESTRA CONDICIÓN DE PECADORES



DOMINGO DE LAETARE

Jos 5, 9a. 10-12; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7; 2Cor 5, 17-21; Lc 15, 1-3. 11-32

 

La parábola del hijo pródigo es la parábola del Padre misericordioso. Quizá la más emotiva y sublime de todas las parábolas de Jesús en el Evangelio.

Hans Urs von Balthasar

 

Si yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles y me faltara el amor, no sería más que un bronce que resuena y una campana que tañe.

1 Cor 13, 1

 

La crisis más aguda de identidad consiste en no saber quiénes somos porque no sabemos quiénes son nuestros padres, de quién somos hermanos, que relación de parentesco tenemos con los otros y con el Otro… Si no sabemos quiénes somos, mucho menos podremos amarnos a nosotros mismos, y, sí no nos podemos amar nosotros mismos no habrá fuente de dónde sacar el amor al prójimo. Cuando hacemos este tipo de análisis, de inmediato sentimos la urgencia de recordar que nadie da de lo que no tiene y la veta que es la fuente del amor al prójimo es -precisamente- la capacidad de amarnos a nosotros mismos: Entonces, también estaremos incapacitados para amar a Dios. No seremos otra cosa que bronces resonadores, pero nunca sujetos de la economía salvífica.

 


El otro día un sacerdote le preguntó a su feligresía a quién preferían de entre los dos hermanos de la parábola que cuenta Jesús en el Evangelio de este Cuarto Domingo de Cuaresma, (ciclo C): Unos tomaron partido por el hermano mayor y no faltaron los que se pusieron del lado del menor.

 

Claro que el protagonista es el menor y el antagonista es el mayor. Pero, nos hemos concentrado excesivamente en el menor que fue el que pidió su parte de la herencia y, observamos que no hemos prestado toda la atención necesaria al hermano que se quedó… Puede que el hermano menor represente a todos los pecadores, prostitutas, publicanos y demás; pero el hermano mayor representa con creses el fariseísmo. En alguna parte hemos leído que los fariseos no eran malos –y eso es cierto- eran “fieles”, “muy fieles”, diríamos que eran “exageradamente fieles” a su manera, de una manera tan reforzada que “se pasa”. Quizás la muestra más farisaica del hermano mayor es cuando dice. “Hace tantos años que te “sirvo” sin haber “desobedecido” jamás ni una sola de tus ordenes”. La relación que expresa esta frase es de “servilismo”; y –definitivamente- Dios no nos ve como siervos, lo cual ya Jesús nos lo explicó -detalladamente- manifestando que nos ve como “amigos” (cfr. Jn 15,15).

 

¡Pero si la relación se tergiversa, se enferma, se desvía, se obstruye hasta el bloqueo, sobreviene la crisis de identidad! En cambio, veamos cómo le respondió su Padre, vayamos al verso 31: “Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo”. Es decir, tenemos que entender verdaderamente quienes somos. Usemos como puente un relato- parabólico:

 

«Una mujer estaba agonizando en la sala de un hospital. De pronto, tuvo la sensación de que era llevada al cielo y presentada ante un Tribunal.

“¿Quién eres?”, dijo una Voz.

“Soy la mujer del alcalde”, respondió ella.

“Te he preguntado quién eres, no con quién estás casada.”

“Soy la madre de cuatro hijos.”

“Te he preguntado quien eres, no cuántos hijos tienes.”

“Soy una maestra.”

“Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión.”

Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no parecía poder dar una respuesta satisfactoria a la pregunta “¿Quién eres?”

“Soy cristiana”, respondió ella.

“Te he preguntado quién eres, no cuál es tu religión.”

“Soy una persona que iba todos los días a la iglesia y ayudaba a los pobres y necesitados.”

“Te he preguntado quién eres, no lo que hacías.”

Evidentemente, no consiguió pasar el examen, y fue enviada de nuevo a la tierra. Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la determinación de averiguar quién era realmente y su vida cobró otro sentido…»

 

No sabemos si se debe decir la respuesta correcta, o es mejor dejar que el lector la deduzca, pero nosotros queremos acelerar la reacción y poner por expreso que nuestra verdadera e íntima identidad es la de ser hijos de Dios. No somos ni nuestros títulos, ni nuestras riquezas, ni siquiera nuestras pobrezas sean estas materiales, morales o espirituales… Esto lo queremos ilustrar con otra parábola titulada EL ABRAZO DE DIOS

 

«Un hombre santo, orgulloso de serlo, ansiaba con todas sus fuerzas ver a Dios. Un día Dios le habló en un sueño: “¿Quieres verme? En la montaña, lejos de todos y de todo, te abrazaré”.

 

Al despertar al día siguiente comenzó a pensar qué podría ofrecerle a Dios. Pero ¿qué podía encontrar digno de Dios?

 

“Ya lo sé”, pensó. “Le llevaré mi hermoso jarrón nuevo. Es valioso y le encantará...

Pero no puedo llevarlo vacío. Debo llenarlo de algo”.

 

Estuvo pensando mucho en lo que metería en el precioso jarrón. ¿Oro? ¿Plata?

 

Después de todo, Dios mismo había hecho todas aquellas cosas, por lo que se merecía un presente mucho más valioso.

 

“Sí”, pensó al final, “le daré a Dios mis oraciones. Esto es lo que esperará de un hombre santo como yo. Mis oraciones, mi limosna, sufrimientos, sacrificios, buenas obras...”.

 

Estaba contento de haber descubierto justamente lo que Dios esperaría y decidió aumentar sus oraciones y buenas obras, consiguiendo un verdadero récord. Durante las pocas semanas siguientes anotó cada oración y buena obra colocando una piedrecita en su jarrón. Cuando estuviera lleno lo subiría a la montaña y se lo ofrecería a Dios.

 

Finalmente, con su precioso jarrón hasta los bordes, se puso en camino hacia la montaña. A cada paso se repetía lo que debía decir a Dios: “Mira, Señor, ¿te gusta mi precioso jarrón? Espero que sí y que quedarás encantado con todas las oraciones y buenas obras que he ahorrado durante este tiempo para ofrecértelas. Por favor, abrázame ahora”.

 

Al llegar a la montaña, oyó una voz que descendía retumbado de las nubes: “¿Quién está ahí abajo? ¿Por qué te escondes de mí? ¿Qué has puesto entre nosotros?”

 

“Soy yo. Tu santo hombre. Te he traído este precioso jarrón. Mi vida entera está en él. Lo he traído para Ti”.

 

“Pero no te veo. ¿Por qué has de esconderte detrás de ese enorme jarrón? No nos veremos de ese modo. Deseo abrazarte; por tanto, arrójalo lejos. Quítalo de mi vista”.

 

No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Romper su precioso jarrón y tirar lejos todas sus piedrecitas? “No, Señor. Mi hermoso jarrón, no. Lo he traído especialmente para Ti. Lo he llenado de mis...”

 

“Tíralo. Dáselo a otro si quieres, pero líbrate de él. Deseo abrazarte a ti. Te quiero a ti”.»

 


«Puesto que Dios es Dios, el Santo, actúa como ningún hombre podría actuar. Dios tiene un corazón, y ese corazón se revuelve, por así decirlo, contra sí mismo. El corazón de Dios trasforma la ira y cambia el castigo por el perdón.»

Joseph Ratzinger

 

Estos dos hijos de los que nos habla Jesús en la “parábola del hijo pródigo” adolecen de una enfermedad horrible, ¡tienen problemas de identidad! Y, en un examen atento de esta dolencia nos encontramos que su síntoma básico es que, al no saberse hijos, no se pueden reconocer “hermanos”. Por ejemplo, cuando el mayor se refiere a su hermano menor lo llama “…ese hijo tuyo…” (ver el verso 30b). Si se pierde nuestra filiación, también perdemos nuestra fraternidad y ahí el Malo ya gano con su asquerosa semilla de división.

 

Si miramos la parábola del ABRAZO DE DIOS una de las cosas que más resalta es el fetichismo en el que ha caído este ”santo”, ha incurrido en la idolatría a sus piedritas coleccionadas en el “precioso jarrón” (su autoindulgente manera de resaltar la que él considera su fiel-obediencia), así como el otro hermano del Evangelio idolatraba la “herencia”, la “riqueza” material del Padre por eso no podía amar al Padre, porque entre él y el Padre se interponía la “parte de la herencia” (que él anhelaba canjear por una vida licenciosa); y, para el otro hijo, el fetiche es su egoísta-obediencia que no podía “tirarla”, ni dársela a otro, en realidad estaba encadenado a su auto-apego, que se interponía entre Dios y él; entre él y el abrazo de Dios.




 

En cambio, entre el Padre y sus hijos no hay barrera, él los ve límpidamente, con los claros ojos de la ternura paternal-maternal. En ese preciso instante, los recupera, los rehace, los vuelve a crear como recién bautizados, (¡Bendito sea Dios que es Infinitamente Misericordioso, es decir, “lento a la cólera y rico en Clemencia y nada puede empañar su Amor!); sus Purísimos Ojos les devuelve el “contador a cero”, como siempre lo hacen los Ojos del Padre, que no acumula rencores, ni guarda registro de las culpas. Él toma su barro y, Padre-Alfarero, los vuelve a moldear, para que salgan de Sus Manos sin imperfección alguna. Pasan por Sus Ojos Misericordioso y salen más blancos que la nieve más blanca. (No porque lleven un cántaro lleno de hermosas piedritas.); sino, ¡sencillamente, porque Dios es Amor! (Dios siempre fija la mirada en el corazón de la persona, y nunca cosifica al ser humano, un ser humano es para Él siempre un hijo en el Hijo; jamás una cosa).

 

Existe el riesgo fatal de que nosotros también nos escondamos -detrás de nuestra pretendida virtuosa manera de ser o de una codicia de riquezas y delectaciones que no sabríamos administrar- y perdamos de vista lo que realmente somos y que en consonancia con ese ser de hijos, nos corresponde disfrutar y alegrarnos. Es el Domingo de Laetare porque, ¿qué otra cosa puede cabernos en el corazón que el regocijo de sabernos hijos del Padre Celestial? ¡Levantémonos! y pongámonos en camino adonde está nuestro Padre.                                               

 

sábado, 19 de marzo de 2022

DIOS AGUARDA PACIENTEMENTE NUESTRA CONVERSIÓN

 


DIOS - DONACIÓN

Éx 3, 1-8a. 13-15; Sal 102(103), 1-2. 3-4. 6-7. 8 y 11; 1Cor 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9

 

 

El Señor es compasivo y misericordioso,

Lento a la ira y Rico en clemencia;

Sal 102(103), 6-7

 

Señor, Señor, ten piedad de mí

y de nosotros… me arrodillo

y pongo la frente en tierra …

Dame un año más, cada año un año más.

Quiero cantar, quiero pintar un firmamento…

Tantos planes, tantos sueños sin cumplir.

Elior Cymbler

 

 

El salmo de la liturgia de este domingo nos explica que Dios es despacioso, muy despacioso para enojarse y en cambio, es rápido para perdonar (cfr. Sal 103(102), 8). Si vamos tres versos adelante en este salmo nos dirá: “tan inmenso es su amor por los que lo honran como inmenso es el cielo sobre la tierra”.

 


La higuera podría ser signo del Pueblo de Dios, el Pueblo de Dios debería “dar fruto”, frutos de paz y amor, frutos de reconciliación y fraternidad, frutos de concordia y solidaridad; todos ellos adornados e inmersos en el resplandor de los frutos de alabanza y adoración. Se dice –y tiene muy buena lógica- que “amor con amor se paga”, esta gratitud no es una fórmula mercantil, y en eso debemos ser muy enfáticos, no es una norma que rija el intercambio de mercancías, simple y sencillamente porque el Amor, no es una mercancía, el amor es la biosfera de la vida humana, de las relaciones interpersonales, el contexto tibio, acogedor y benévolo que nos permite existir y devenir en plenitud. Tengamos, eso sí, mucho cuidado con las tergiversaciones del amor, que lo reducen a eroticidad, a mera sexualidad, a explotación interesada para la satisfacción de mis egoísmos: el amor es generosidad, es bendición para el otro, es la voluntad firme y permanente de favorecer y velar por nuestro “prójimo”. (Para los rabinos hay una dialéctica intensa entre el Pueblo de Dios y la Ley que se hace presente en esa cultura con la “higuera”)

 

Viene entonces el ἀμπελουργός Hortelano-Encargado (la palabra en griego es algo así como viticultor, cuidador de las vides, viñador) y suplica el aplazamiento, comprometiéndose a remover la tierra y añadirle abono (¡perdónalos porque no saben lo que hacen!) y Él abonó la tierra con su Sangre y sus dolores. El Hortelano-Encargado pide plazo y eso es Misericordia, no cegarnos la vida hoy, sino darnos un mañana para que al fin demos cosecha. No se escribe el último día hasta que demostremos incapacidad para superarnos o -por el contrario- demos señas de estar maduros para la cosecha.

 

La fe, es no solamente aceptar y repetir ciertas fórmulas que reconocen la existencia del Ser-Supremo; Hay que repetirlo sin cansancio: Le fe es un dinamismo que nos activa en el plano de esa generosidad interesada –pero no por los intereses mezquinos sino por los que nos dan un corazón “paternal” (al pensar que somos “ovejas de su rebaño”, optaríamos por reemplazar “paternal”, por “pastoral”) respecto de nuestro “prójimo”, mirando y velando por los intereses del otro, tanto y más que velo por los míos propios. Es felicísima la formulación veterotestamentaria: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente.  Y Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Dice Jesús -y ahí está la novedad de la enseñanza de Jesús- que estos dos Mandamientos compendian toda la Ley y los Profetas.

 

Las Lecturas de este Tercer Domingo de Cuaresma nos permiten acercarnos a los rasgos del Amor Divino para que nosotros podamos “trabajar” en procura de configurar nuestro corazón “a imagen y semejanza” del Corazón de nuestro Creador-Padre-Amoroso. La nuestra ha devenido una “naturaleza caída”, con el corazón lacerado por un afeante cicatriz que va de lado a lado, se llama “concupiscencia”; hoy en día, existen tantos y tan efectivos tratamientos para borrar  esas malhadadas  huellas dejadas por el pecado en nuestro ser gracias al laboratorio “Redentor de Nuestro Señor Jesucristo” que bien vale todo esfuerzo que hagamos para aprovechar esos recursos de la más excelsa tecnología espiritual, -evidentemente lo decimos- parodiando ese otro lenguaje.

 

Una técnica que ingenuamente se propone –seguramente producto del afán- es coger a los “malos y quemarlos” todos a una: «esta impaciencia de "pequeños dueños” puede apoderarse de nosotros hasta privarnos de amor y comprensión.»[1] ¡Ojo! ¡Atención! ¡Mucho cuidado! ¡Ya, desde muchos enfoques se ha intentado, a veces multiplicando los pretextos “racionales” para justificarlo, y los resultados han sido extremadamente desoladores! El primer error de esta “metodología” consiste –como lo vimos recientemente- en ver la paja en el ojo ajeno y no identificar la viga que llevamos en el propio, y no darnos cuenta que con inusitada frecuencia aquel a quien señalamos como “malo” es simplemente el que porta, en su ojo, una mínima mota de nuestra propia viga. Estos arrebatos de afán que pretenden “arreglar el mundo de la noche a la mañana” son los que nos hacen más desemejantes con nuestro Padre-Dios. Vamos a preguntar, en este momento –poniendo el gesto de inocencia y del mayor asombro- que ¿cómo así?

 

El Salmo nos invita a loar toda la bondad, la Misericordia de Dios, a dar gracias por su Amor. El Salmo 102(103) –Salmo, por antonomasia, de la Misericordia- que pertenece al grupo de los Salmos Eucarísticos, precisamente porque son “acciones de gracias” por todo el Amor que Dios nos da, por todos los beneficios que nos prodiga: Nos perdona, nos cura, nos rescata, nos provee con abundante gracia y ternura. ¡Sí Salmo Eucarístico!: gracias a Dios por ese Amor que brota –como el amor materno- de las entrañas, del mismísimo “útero” (vientre materno) de Dios Padre-Madre, lo que llevo a André Chouraqui a referirse a él como un amor matricial. Nuestra fragilidad se granjea como rasgo que seduce ese Amor-infinitamente-desinteresado de Dios, que no necesita nada de nosotros, pero se complace en nuestro bien y se da, se entrega: Amor que es donación.

 


¿Qué parte de nuestro ser es el que está siendo exhortado a la alabanza y a la acción de Gracias? El alma, נֶפֶשׁ [nefesh], el ser, el Soplo-de-Vida-Divina que Dios nos infundió al crear el hombre, soplo en que anida el potencial de eternidad, de resurrección, potencial ya activado por las Sangre del Cordero derramada para nuestra Redención, para la Salvación del Mundo. El hombre no fue creado para que se quedara “caído”, porque ya –desde antes de caer- el hombre fue animado-habitado por una facultad recuperadora y reconciliadora, (claro, solamente potencial, no actualizada sino por el Hijo, Jesucristo, a Quien el Padre había previsto desde toda la Eternidad). Quizá, al decir “Bendice alma mía a YHWH” se nos pueda ocurrir pensar que se trata sólo de un ejercicio vocal, por eso dice a continuación,  וְכָל־  קְ֝רָבַ֗י “todo mi ser”, no son sólo las palabras, también nuestras acciones y emociones, y voluntad, y todo cuanto dependa de nosotros se vuelva alabanza y glorificación para componer con todo ello una verdadera “acción de gracias”:

 

«La sumisión que Dios quiere no es la de un esclavo que tiembla, sino la de un hijo feliz… Un hombre solo, de rodillas, concentra en él toda la alabanza del universo…. Cuando oro todo el universo ora por mí. ¡Si el hombre es grande, él es el cantor del universo!»[2] Más aún, el orante, es el “alma” que canta al unísono con el universo entero, al cantar prosternado.

 

El Señor realiza acciones justas,

Defiende los derechos de todos los oprimidos.

Dio a conocer a Moisés sus caminos,

Sus obras a los hijos de Israel.

Sal 102(103), 6-7

 

Dice el Salmo, refiriéndose a YHWH, que “Él hace Justicia y defiende a todos los oprimidos…” Vayamos a la Primera Lectura y escuchemos qué le dijo a Moisés:

a)    He visto la opresión de mi pueblo

b)    He oído sus quejas contra los opresores,

c)    Me he fijado en sus sufrimientos

 

Y, entonces, Oh Dios de Misericordia Infinita, toma cartas en el asunto, hace intervenir su Brazo Poderoso, se torna un Dios Liberador y Proveedor; ¡escuchémoslo!:

d)    Voy a bajar a librarlos de los egipcios,

e)    A sacarlos de esta tierra,

f)     Para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa,

g)    Tierra que mana leche y miel.

 

Es muy interesante saber y comprender que Dios –a pesar de todas las infidelidades e idolatrías de su pueblo- no se estanca (como podría pasar con un ser humano), en el rencor, en la desilusión, en el castigo, en el deseo de venganza…. ¡No! YHWH avanza, victorioso, porque su Misericordia es Eterna, porque Él ES. Él no está, el estar es pasajero, se refiere al momento; ÉL-Es porque “Él Está-Siempre”, Él no muda, Él no cambia de parecer, no tiene ese rasgo humano de volubilidad, de mudar según la situación o según el estado de humor.

 


Miremos también que –en el relato bíblico- nos da a Moisés, pastor de ovejas en el Horeb, siempre Dios se da a través de alguien que viabiliza, que vehiculiza la Voluntad de YHWH; se vale de su criatura para –por su medio- dejarnos ver la Fuerza-de-su-Brazo. Este fenómeno de participación humana da lugar a que el rumbo de la historia no se pueda achacar a Dios y así podamos irresponsablemente decir: “es que Dios así lo quiso”. Cuando la fragilidad humana se hace expresión del Inmenso Poder de Dios es porque el ser humano está acogiendo y apropiándose, empoderándose, de lo que Dios acepta apadrinarle, de esta manera, no es “lo que Dios quiso” es lo que el ser humano quiere y Dios le Patrocina.

 

PUESTA EN SITUACIÓN

Queremos ahora voltear la mirada hacia el ¡“no te acerques”, “quítate las sandalias” “el sitio que pisas es terreno Sagrado”! Son instrucciones “litúrgicas”, Dios nos brinda elementos sígnicos que nos hacen conscientes de con Quien estamos hablando, de estar ante una Teofanía. Si no fuera por estos signos, no podríamos entender que estamos ante un Milagro, Dios se digna dirigirse de Viva-Voz al hombre, abandona su dimensión y pasa a nuestra dimensión, así con palabras humanas, se lleva a cabo un intercambio en la dimensión histórica: como cuando se bendice el agua, como cuando el sacerdote se reviste de alba, estola, cíngulo y casulla, como cuando presentamos el Pan y el Vino y ellos se transustancian, así como al arrodillarnos ente el Sagrario y como el sacerdote al postrarse durante su ordenación, son acciones muy especiales, que traspasan la esfera de lo humano y penetran en el plano de lo Celestial, podríamos definirlos como teo-semiósis.

 


La cima de esta teofanía es la entrega del Nombre, “Su-Nombre-por-siempre”, “Su-Nombre-de-generación-en-generación”; recordemos que el nombre es “el ser entero”, todo cuanto hacemos decimos, anhelamos y padecemos. Dar el Nombre es ponerse a disposición, entregarse en las manos ajenas para que se haga con nosotros lo que se quiera, exhibir nuestra disponibilidad, ponernos al servicio, responsabilizarnos de las necesidades del otro. Es hacerme hermano y hacerme padre. (Ahí está la paradoja de Caín que pregunta “¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano? ¡Claro que sí!). YHWH acepta que es el ABBÁ, y se acepta también Hermano, que lo será en Jesús- ¡Dios Salva!

 

Sólo una palabra sobre la Segunda Lectura: No tenemos el monopolio de Dios, a nosotros- los débiles seres humanos no nos está dado encadenar y atar a Dios que es Infinita Libertad (por eso se nos Nombra-Liberador), jamás lo podremos ni conocer en su totalidad ni acaparar en su poder, aunque Él se ha puesto a nuestra disposición no se ha dejado convertir en títere. No podemos tergiversar el mal y el bien a nuestro acomodo. Miremos cómo lo señala la 1ª a los Corintios: “No codiciemos… no protestemos… el que se crea seguro, ¡cuidado!, no caiga. Nuestra ruta de seguridad está demarcada, es la fidelidad hacia el Señor, es respetar su Voluntad y acogerla con absoluto beneplácito, hacer siempre lo mejor que podamos, buscar cómo agradarle, cómo serle obediente.

 

(Estamos hastiados de pequeñas y cursis anécdotas moralistas, queremos escuchar Parábolas, como las que enseñó Jesús). Agradar a Dios, bendecirle, cantar nuestra acción de Gracias, vivir bajo el amparo de su Nombre Santísimo, contemplar con reverencia –y no con mera curiosidad- la Zarza que arde sin consumirse es una ruta de teo-gratitud, agradecimiento dirigido a Dios, el derrotero que Dios tiene todo el derecho a esperar de su criatura, no porque nos quiera esclavos sino porque nos quiere sus enamorados ¡libres y fieles!


 

«Debemos aprender de Dios la paciencia que sabe esperar, que no apaga el pábilo humeante, que acompaña al débil para que recobre fuerza y también él pueda contribuir al crecimiento del amor.»[3] Como decía San Romero de América en su Homilía del 9 de marzo de 1980: “San Lucas, que es llamado el evangelio de las misericordias, no terminan tan trágicamente (como el de San Mateo), si no que nos da un aliento de esperanza; lo que interesa -dice San Lucas, interpretando a Cristo- es tener una vida útil, una vida que produzca fruto”. Danos un año más, a mí y a mi pueblo. Para tener la oportunidad de glorificarte, de amarte, más y mejor, de ofrecer frutos de misericordia, un año más para poderte amar con toda lealtad y con toda honra, a Ti el Poder y el Honor y la Honra y la Gloria por toda la eternidad. “Se necesitan hombres de buenas obras, se necesitan cristianos que sean luz del mundo, sal de la tierra. Hoy se necesita mucho el cristiano activo, crítico, que no acepta las condiciones sin analizarlas internamente y profundamente. Ya no queremos masas de hombres con las cuales se ha jugado tanto tiempo, queremos hombres que como higueras productivas sepan decir SI a la justicia no a la injusticia y sepan aprovechar… el don precioso de la vida. Lo sepan aprovechar cualquiera que sea la situación. Queridos hermanos, el más humilde de los que estamos aquí, el más pequeño, el que se crea el más insignificante, es una vida que Dios mira con amor.” Decía Mons. Oscar Arnulfo Romero en aquel III Domingo de Cuaresma, lo mira, lo escucha y tiene en cuenta su clamor. El eje está tenso entre los dos polos: La misericordia Divina y los frutos de la higuera. No la cortes, todavía, ¡Oh Dios!, prolónganos tu misericordiosa paciencia.

 

“Que esto, queridos hermanos, no les quede oculto: que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no se retrasa en cumplir su promesa, como algunos piensan, sino que tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que se pierda nadie, sino que todos se arrepientan… Piensen que la paciencia de Dios con ustedes es para su salvación”. (2 Pe 3, 8-9.15a).

 

 



[1] Paglia, Vincenzo. UNA CASA RICA EN MISERICORDIA. EL EVANGELIO DE LUCAS EN FAMILIA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2016. p. 82

[2] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS – Tomo I. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1978 p. 2004-205

[3] Paglia, Vincenzo. Loc. Cit.

sábado, 12 de marzo de 2022

EN CADA EUCARISTÍA SUBIMOS AL MONTE TABOR CON JESÚS

 


Gn 15, 5-12.17-18; Sal 26,1. 7-8a. 8b-9abc. 13-14;  Fil 3, 17-4,1; Lc 9, 28b-36

 

Como sólo Dios debe ser escuchado, habla bajo y como quiere. El menor ruido ahoga su voz.

Julian Green

 

Puede ser que para muchos hablar de la Transfiguración en estos momentos resulte escandaloso y evasivo, como una especie de ausentismo de la realidad. Para muchos sólo hay que preocuparse de la Pandemia, de la Guerra en Ucrania y del proceso electoral en Colombia. Ellos dirán que es una irresponsabilidad estar pensando en un momento de cierto “personaje” que subió a un monte con tres Discípulos, que se lo imaginaron Resplandeciente. A ellos -con ternura fraternal- los convidamos a subir hoy, junto al Señor de Señores, a quien Dios ha dotado con el poder para dominar todas las cosas (Cfr. Flp 3,21). La invitación es para entender que sólo Él (no os vayáis a reír con disimulo) puede desenredar la madeja trabada (¡daos real cuanta!). No se trata de quedarnos encandelillados con el brillo refulgente de sus vestiduras, sino -mejor aún- de escucharlo con oído agudo y con el corazón supremamente atento.

 


El Domingo anterior tuvimos ocasión de degustar y aquilatar la importancia de la Palabra de Dios. Vimos que el Malo también conoce la Palabra y que en oportunidades lo que hace con ella es tergiversarla. Toma la Palabra y la deshilacha en girones para camuflar en las motas descuajadas su ponzoña. Lo que Jesús nos enseña es cómo re-contextualizar, volver a insertar la cita descuajada con sus referentes aledaños (para interpretarla con coherencia), y así volver a hilvanar los flecos para recomponer el Manto de su Verdad: ¡La Palabra de Vida!

 

Este domingo -2do de Cuaresma- es Dios mismo quien nos exhorta a escuchar a Jesús, su Hijo, el Elegido: En la Oración Colecta rogamos a Dios Padre que alimente nuestro espíritu con su Palabra, para capacitar nuestra vista a la visión del Rostro Divino, porque sólo los ojos que alcanzan la limpidez podrán contemplar su Faz Radiante sin enceguecer.

 


El tema del Encuentro con Dios es el de alcanzar a ver y discernir a Quién nos encontramos, y no pretender ver lo que esperábamos ver.  Muchas veces queremos que Dios sea conforme a nuestras expectativas, o según nuestra imaginación, queremos un Dios hecho “sobre medidas”, y ¡claro está! según nuestras medidas. Eso es lo que nos encontramos en los discípulos, aún los más cercanos (Pedro, Santiago y Juan), y todos los que estaban esperando la llegada del Mesías, aguardaban todo lo contrario de lo que Dios es. Difícil y duro dejar a Dios ser Dios. Eso es obediencia, confianza y fidelidad.

 


Es curioso, porque Dios siempre dio pistas para que lo esperáramos revestido de suavidad, dulzura, ternura. No se insinuó como fuerza violenta, ni auguró un rostro prepotente y tiránico.  Es cierto que se mostró poderoso, pero su poder no era de la fuerza por la fuerza, sino más bien, el de la suavidad del viento. Sí, sobre las pistas que nos ofreció –desde el principio- está el encuentro con Elías: Dios ni estaba en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni estaba en el fuego, ¿Dónde estaba Dios? ¡En la brisa apacible! (Cfr.1Re 19).

 

El encuentro con Dios nos lleva a “desacomodarnos” de nuestros prejuicios sobre Él, pero también nos saca de nuestro nicho confortable, que es la mismísima modorra espiritual, y –así como hace la mamá con sus gorriones- los impulsa al vuelo. Además, nos propone un vuelo hacia las “alturas”, simbolizadas por esos “montes” bíblicos, donde el ser humano alcanza sus más “altos” vuelos. En esos montes, nuestras alas despliegan el poder del águila. Entre esos montes tenemos el Moriah, el Horeb, Sión, el monte de los olivos y el Gólgota. «… se nota siempre en Lucas, la atención al lugar: el desierto, un lugar aislado, la montaña, la noche, el Getsemaní, el Calvario (Lc 6, 12; 9,18; 9,28; 11,2-4). Humanamente hablando son los lugares de las soledades más profundas y más dramáticas: son las soledades ofrecidas por la naturaleza o causadas por la vida.»[1]

 


Sí, vale la pena ser enfáticos: Dios nos impulsa a salir, nos llama primero que todo al éxodo. El éxodo tiene un valor purificativo, es dejar atrás vicios, liberarnos de las manías inherentes a vivir en la esclavitud y sus malsanas costumbres; 40 años vagando por el desierto es “toda una vida”. Y es muy interesante que el motivo que le dio a Abram para salir, haya sido la promesa de “una tierra”: Así, ¡El hombre vaga toda la vida buscando llegar a “la tierra prometida”!

 

«… esto es lo que sucede a la comunidad cristiana cada vez que se reúne en oración, sobre todo para la sagrada liturgia eucarística del Domingo. Cada uno de nosotros debería decir como Pedro: ¡Qué bien se está aquí, con el Señor y con los hermanos!»[2] Claro que el “encuentro” con Dios ofrece a los labios las mieles más dulces; pero, no podemos pretender quedarnos allí, es absurdo querer hacer tres “tiendas” para quedarse empozado en el “encuentro”, eso es no saber lo que se está diciendo. ¡Una barbaridad! Eso es malversar el impulso vital que mana del “Encuentro”. Si el Señor nos sale al encuentro es para dinamizarnos, para motivarnos, para activarnos, para movilizarnos. Y después, inmediatamente después, bajar del monte.

 


Sí, nos es lícito conservar en los labios la miel de esa experiencia, sus suaves y acaramelados almibares nos impulsarán siempre; quien los ha probado ya no quiere descansar hasta arribar a esa tierra “que mana leche y miel”. En verdad, en verdad, que la experiencia del encuentro con Dios en lo alto de la montaña, vaticina –desde ya- que en el ADN de nuestra vida espiritual está el gen de la inmortalidad.

 

Así es. El encuentro alude y augura la resurrección; y no sólo la de Jesucristo, sino la nuestra, que Él nos ganó al precio de su propia Sangre, para que vivamos firmes en la certeza… οὐρανοῖς ὑπάρχει, ἐξ οὗ καὶ Σωτῆρα ἀπεκδεχόμεθα Κύριον Ἰησοῦν Χριστόν, “del cielo, de donde esperamos que venga nuestro Salvador Jesucristo”. ¿Para qué lo aguardamos? Para que nos haga copartícipes de su resurrección: ὃς μετασχηματίσει τὸ σῶμα τῆς ταπεινώσεως ἡμῶν σύμμορφον τῷ σώματι τῆς δόξης, o sea, para que trasforme nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso. Es, siguiendo esta vía que nuestro cuerpo alcanzará la “perfección” de ser miembros del Cuerpo Místico de Cristo: «… a Abraham: “Yavé se le apareció y le dijo: ‘Yo soy el Shaddai, anda en mi presencia y sé perfecto’”».[3] No fuimos creados para terminar en barro o en polvo, Dios que nos pensó desde la eternidad, no nos llama al peregrinar (o “vagabundeo”, depende de cómo lo vea usted) de la vida para que al final, nos sumerjamos en la nada, sino para que alcancemos esa tierra de promisión que es un cuerpo glorioso semejante al Cuerpo de Cristo; y aquí es donde viene todo su poder, el de transformarnos porque se le ha dado dominio sobre todas las cosas: κατὰ τὴν ἐνέργειαν τοῦ δύνασθαι αὐτὸν καὶ ὑποτάξαι αὑτῷ τὰ πάντα.

 




«La presencia de Moisés y de Elías que conversan con Jesús indica el dialogo indispensable de los discípulos con las Escrituras, un dialogo que vence el sueño del egoísmo y permite escuchar la voz de lo alto, voz que abre los ojos y el corazón para reconocer a Jesús como salvador nuestro y del mundo.»[4] Su poder, el que “reveló” durante su Transfiguración, será del que hará uso para “glorificarnos” junto a Él, elevándonos a la gloria, que es su Gloria. Por ese ADN espiritual y sus reverberaciones es que “el corazón nos invita a buscarlo y buscándolo estamos”, como lo proclama el Salmo 26 de la liturgia de este Domingo. El Señor ha hecho una “Alianza” con nosotros, y nos ha asegurado vastísimas posesiones, de un confín al otro de la tierra. Seámosle fieles, armémonos de valor y fortaleza para perseverar en esa fidelidad.

 

Pero esta hermosísima vivencia tan reconfortante, esperanzadora a la vez que prometedora se da en un marco de oración. Ya el primer versículo de la perícopa nos informa que Jesús había ἀνέβη εἰς τὸ ὄρος προσεύξασθαι. “subido al monte para hacer oración”. «El verbo “oraba” aparece a menudo en el tercer Evangelio: diecinueve veces el verbo “proseúchesthai” (Lc 11,1) (orar, implorar); y ocho veces el verbo “deistai” (pedir, implorar Lc 5, 12).»[5]

 

La experiencia de Abrahán tanto como la Transfiguración son experiencias de “encuentro”, de “conversación”, son Teofanías o  Cristofanías, donde Dios nos presta su Amistad y nos regala su Presencia y se nos manifiesta y revela para encender nuestra fe con los más vivos fuegos y llevarnos a vivirla con hechos y con compromiso ilimitado, de tal manera que nuestro ejercicio de la fe no sea llama de un momento sino permanencia de toda una vida; para que no seamos hoy fuego y mañana tibieza o frialdad. Que la llama de nuestro amor a Dios se pueda comunicar en la continuidad y en la duración indefinida, hasta el último aliento.


 

Si saboreamos la Eucaristía a fondo reconoceremos que es una Cristofanía, porque es una verdadera Transfiguración del Pan y del Vino. Gocemos y paladeemos -con corazón contemplativo- lo que se dice en la Oración Post-comunión: “Te damos gracias, Señor, porque al darnos en este Sacramento el Cuerpo Glorioso de tu Hijo, nos haces participes, ya en este mundo, de los bienes eternos de tu Reino.



[1] Masseroni, Enrico. ENSEÑANOS A ORAR. UN CAMINO A LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá Colombia 1998. p. 81

[2] Paglia, Vincenzo. UNA CASA RICA EN MISERICORDIA. EL EVANGELIO DE LUCAS EN FAMILIA. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia. 2016 p. 63

[3] Loew, Jacques. EN LA ESCUELA DE LOS GRANDES ORANTES. 2da ed. Narcea S.A. de ediciones. Madrid-España 1977 p. 211

[4] Paglia, Vincenzo. Loc. Cit.

[5] Masseroni, Enrico. Op. Cit. p.80.

sábado, 5 de marzo de 2022

Está escrito

 


LA ESCRITURA: UN PUENTE HACIA LA TRASCENDENCIA

Deu 26, 4-10; Salmo 90, 1-2. 10-11. 12-13. 14-15; Rom 10, 8-13; Lc 4, 1-13

 

… si hay tentaciones, es decir, provocaciones al egoísmo, al miedo, al odio…, también hay, y mucho más fuerte, la presencia de Dios. Tenemos a Dios con nosotros.

Dom Helder Câmara

 

«Jesús sufre tres tentaciones, pero resumen todas las tentaciones del hombre. En primer lugar, tenemos la tentación típica del desierto: cuando se tiene hambre, lo más necesarios es el pan. Es considerar la satisfacción propia como el primer objetivo de la vida. Luego viene la tentación de lo alto del monte, se podría decir: vivir para dominar a los demás, sirviéndose de ellos, no sirviéndolos. Y finalmente tenemos la tentación de Jerusalén, del pináculo del templo: no aceptar el esfuerzo de la conversión cotidiana e intentar poner a Dios a nuestro servicio.»[1] ¿Cuál es el armamento que Jesús usa para enfrentar las tentaciones? ¡Jesús recurre, frente a cada ataque, a una cita de tomada de las Sagradas Escrituras! Esta primera observación ya por sí entraña una rica enseñanza: La Escritura es nuestra defensa, es –también- nuestra protección frente a las insidias del Malo, cuyas emboscadas nos asaltan en cada curva del camino. La Escritura, podemos verla así, como defensa y protección, siendo Ella mucho más que solo eso. La Escritura es –en primer término- donación, entrega en Espíritu generoso, manifestación y revelación. ¡Sí! es don, don-Divino, herencia del Padre, que a través de ella nos prodiga la Identidad de Pueblo de Dios.


 

Esa “Identidad” es, no solamente legislativa, si bien es cierto nos da una serie de pautas y de preceptos mostrándonos qué espera Dios de nosotros como respuesta a su Amoroso Llamado, también es relato que nos retrata en el proceso de nuestra conformación como Pueblo de Reyes y Asamblea Santa, como Pueblo Sacerdotal. Esa descripción de nuestra estructuración conducente a llegar a ser Cuerpo Místico es nuestra “historia”. En este Primer Domingo de Cuaresma se nos entrega en la Primera Lectura –tomada del Libro del Deuteronomio- una página de esa historia: Partiendo de una “comunidad” nómada (integrada por tan solo un puñado de personas, (casi que usando el lenguaje coloquial podríamos hablar de “un puñado de pelagatos”), que se vio obligada a emigrar a Egipto, donde creció en número y se fortaleció. A raíz de lo cual, los gobernantes egipcios empezaron a ver en ellos un peligro, una amenaza y les impusieron –a manera de talanquera- una pesada cadena de esclavitud. Esta Comunidad tenía como rasgo cohesionador la creencia en un Dios (el Dios que les habían enseñado sus padres), al que, al verse en esta dura condición, “invocaron” y Quien escucho sus súplicas y mostró con ellos –para favorecerlos- su Brazo Fuerte y Poderoso. Dios no sólo obró para ellos un prodigio liberador, sino que además los condujo a un lugar, que les entregó, una tierra rica y fértil.

 

En efecto, la Sagrada Escritura no solamente es un compendio legal, un conjunto de leyes y normas que rigen la conducta de este pueblo, es además, una página histórica que, al darle un referente del proceso de conformación, les da carta de unidad en esa historia compartida, en su trasegar juntos; sino que –aún hay más- es también una guía litúrgica, marcándoles los hitos del culto (El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias de todos los frutos y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios.), y los gestos de ad-oración con los que ese pueblo daba gracias por la deferencia que su Dios les había tenido (te postraras en Presencia del Señor, tu Dios.) y el trato de especial predilección y hondo cariño con que los liberó, los preservó, los condujo y les dio “patria” (una heredad dada por el Padre).

 


Es ley, es historia, es liturgia y, además es escudo de protección contra las acechanzas del Maligno, siempre dispuesto a engañarnos con sus mentiras, mientras el Padre Celestial nos revela sus verdades para que nos afinquemos en ellas. Plantemos nuestros pies en sus enseñanzas porque nos vienen del Dios que nos cuida, nos ama, nos provee, vela por nosotros y nunca nos deja, sino que camina a nuestro lado, interesado en todo cuanto nos pasa. Solidarizándose con nosotros, escuchando nuestras súplicas, fijándose en nuestras humillaciones, en nuestros sufrimientos y aflicciones, haciendo gran despliegue de todo su poder para salvarnos. ¡Alabado sea eternamente un Dios tan bueno como lo es nuestro Dios!

 


Hemos de enfatizar que las tentaciones nos muestran las caras de nuestra debilidad: el ansia de poder, de tener y la ambición, así como el apetito de la arrogancia. Y la Palabra de hoy nos conduce a sabernos miembros de una Comunidad que asume la amistad con Dios. Esa amistad se expresa en ser como su “Ungido”, Cristo ha recibido la unción porque, así nos lo dice la primera línea del Evangelio de hoy, que “Jesús, lleno del Espíritu Santo” va a vivir esta experiencia tan humana como es el ser tentado. Y, Él que se solidarizó con nosotros en todas nuestras fragilidades, nos muestra que es posible salir airoso de la prueba, y nos propone y comparte el blindaje que Él mismo uso: La Palabra de Dios. «como siempre, también hoy vivimos sumergidos en Dios. Dios no está frente a nosotros o a nuestro lado. Estamos sumergidos en Dios. Caminamos dentro de Dios, hablamos desde dentro de Dios. ¿Qué tentación puede, entonces, abatirnos, si estamos dentro del Señor?»[2]

 


Sin embargo, y resulta muy curioso, el Diablo conoce también la Escritura, y la conoce al pie de la letra. Muchos han visto en este episodio de las tentaciones un debate entre teólogos; y es cierto: El tema es, aparte de expresarnos el valor de la Sagrada Escritura como escudo de defensa, también atiende el asunto de la correcta interpretación. Reaparece con extrema fuerza la necesidad de conocer la Palabra de Dios en su totalidad y no quedarse con fragmentos que se pueden acomodar para pretextar lo que se quiera. A cada “cita” del Malo, Jesús le puede “ripostar” precisamente con el complemento exacto, aquel otro aspecto que es la contracara de la parcialidad desviada y desenfocada que blande el “padre de la mentira”.


 

Dulce y Tierno es nuestro Padre Celestial que nos enseña y nos muestra la fuerza que entraña nuestra debilidad y nos muestra cuan sólidos somos a pesar de nuestra fragilidad; y que nos ha dotado de una armadura que es la garantía de la victoria sobre los engaños del que busca perdernos. Oración, ayuno y penitencia son las claves de la vivencia cuaresmal, pero todo esto vivido desde y a través de la Palabra que es la antorcha que vence las tinieblas del Mal. Desde ahí, vivir la caridad misericordiosa de estos cuarenta días preparatorios a la Oblación del Ungido por amor a nosotros y para hacernos salvos y sanos. Vivamos esta experiencia como un viacrucis (camino de la cruz) avanzando en él hasta alcanzar la Via lucis (camino de la luz), que es conciencia del Amor y la Fidelidad de Dios para con nosotros. Oramos -juntándonos (en Asamblea Litúrgica) a la Oración Post-comunión: “… te rogamos, Dios nuestro, que nos hagas sentir hambre de Cristo, Pan vivo y verdadero, y nos enseñes a vivir constantemente de toda Palabra que sale de tu boca.”

 



[1] Paglia, Vincenzo . UNA CASA RICA EN MISERICORDIA. EL EVANGELIO DE LUCAS EN FAMILIA. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia 2016 p. 33

[2] Helder Câmara, Dom EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae. Santander –España 1985 p. 43