jueves, 24 de octubre de 2024

Viernes de la Vigésimo Novena Semana del tiempo Ordinario



Ef 4, 1-6

Ruego por la Unidad

Bienaventurados los que hacen la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Mt 5,9

 

Según el mapa que trazamos en nuestra primera lección sobre la Carta a los Efesios, ya hemos trabajado la primera parte, que comprendía desde 1, 3 hasta 3, 21 y que giró en torno a la obra soteriológica de Dios.

 

A partir de hoy, y por lo que nos queda en las seis lecciones restantes trabajaremos la segunda parte, donde san Pablo se ocupa de invitarnos a vivir una vida cristiana coherente.

 

En esta primera perícopa de l Segunda Parte el nódulo es la Unidad. La unidad en la vida cristiana que flota sólidamente sostenida en siete puntos “únicos”, donde las personas de la Trinidad se intercalan con las virtudes teologales: San Pablo no nos habla de leyes, ni de deberes; nos hace una súplica, nos llama a portarnos, los que hemos recibido el “llamado” Divino, como “llamados”, como “convocados”. Nos habla de amor.


 

A veces nos quedamos esperando que ese llamado resuene en las Alturas por medio de un Coro Angélico. Así no es como Dios nos habla. Dios nos habla por medio de voces humanas, con palabras humanas, o a veces son su propia Voz que se haya impresa para que podamos acceder a ella.

 

Tres elementos están a la base del pivote del que estamos hablando, son como los pernos en el piso de todo el edificio: Primero que todo, Humildad y Amabilidad. Esta es una moneda: por un lado, el amor, por el otro la suave-sencillez.

 

¡Amabilidad! No se vale apelar a algún recurso despótico, a algún ademán dictatorial, no se aceptan las palabras de grueso calibre, ni la altanería, nada que pueda ofender, herir, escarnecer, injuriar: Hay quienes guardan en su memoria el recuerdo de algún abusivo que los marcó por su estilo arrogante y que quieren repetir lo que -lamentablemente los marcó- ha de saberse que ya se salió del circulo de la unidad que estamos construyendo y que por eso nos afanamos en estudiar y que por tanto, San Pablo demarcó aquí. Nadie sacó al “poco o nada amable”, él sólo se implantó un eyector que lo descalifica como artesano de la sinodalidad requerida, la que vamos -en proceso- elevando.

 

¿Será que el patán, o el soberbio, son líderes que fraguan unidad? ¡Pues no! Sépase que el paradigma del obrero que propende por la unidad es el Espíritu Santo. ¿Han oído ustedes la voz de la paloma? Su voz se llama arrullo. Ah, y la paloma simboliza al Espíritu Santo, también, porque su forma de comunicación reviste la amabilidad del arrullo. (No del susurro ni del murmullo, que generan el pretexto del “no le alcancé a oír”).

 

La paloma es, además, simbólica de la paz. Pues el tercer perno a la base, es ser pacífico y pacifista. A la base de la cultura griega está la violencia, la guerra, lo bélico en general, (la Ilíada no es otra cosa que un panegírico de la guerra). Nuestra bienaventuranza apunta en otra dirección, hacia el norte de la cultura cristiana: somos anti-guerreristas y no nos andamos inventándole pretextos a la guerra para disfrazarla de guerra justa, mucho menos de guerra santa. La guerra solo deja a su paso destrucción y muerte.

 

1)    Un solo Cuerpo

2)    Un solo Espíritu

3)    Una sola Esperanza

4)    Un solo Señor

5)    Una sola Fe

6)    Un solo Bautismo

7)    Un solo Dios-Padre


 

Estos son los lazos, los vínculos que aseguran esa unidad. No son lazos que nos unen sólo con Dios, son vínculos que nos unen con todos los hermanos, sin distingos. Esta ligazón tiene que ser cuidada, blindada, su vigencia indica un sano avance en el proceso de sinodalidad; por el contrario, su disfunción nos alerta sobre un falso avance. Velar por la Unidad, recordemos que Jesús nos convidó a ser Uno como su Padre y Él son Uno.

 

Aquí -en esta perícopa- está expresamente puesta la idea de que Dios se hace audible por medio de voces humanas y palabras humanas, cuando leemos que “El Único Padre está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos”.

 

Sal 24(23), 1b-2. 3-4ab. 5-6

El que persevera alcanza

La Unidad, no es cualquier unidad, no es como pegar con un pegante los pedazos de un objeto; sino que es la articulación dinámica de un organismo. Ese organismo en términos teológicos tiene un nombre y se llama el Reino. Por eso tomamos hoy un Salmo del Reino.

 

La primera parte de este salmo, habla de algo así como los “requisitos de admisión”, para trabajar por el Reino. Se parte de una premisa: cualquier habitante de la tierra se puede candidatizar. Pero, si bien la invitación es generalizada, no todos se animan a entrar al Templo; entrar al Templo está precedido por el ascenso a la montaña donde está enclavado el Templo. Pequeña prueba de dignidad, de disposición, de interés sincero para aceptar este amoroso vínculo.

 

La base de la unidad está en nuestra “pertenencia”, como lo dice muy claramente el salmo, la tierra y todo cuanto hay en ella le pertenece al Señor: Puso la tierra sobresaliendo del mar y la diseñó de modo que estuviera más alta que los ríos. Así puso a salvo la humanidad y todas sus criaturas, preservándolas de diluvios e inundaciones.

 

Viene la pregunta “relacional”. Las criaturas no sólo han de comunicarse con sus iguales y administrar los bienes materiales de la tierra; están también destinadas a tener amistad con Dios, a trabar relaciones con el Señor. Pero no todos aspiran a estar ante la Presencia del Señor. Supongamos, por analogía, que la Vivienda de Dios está en un Monte Altísimo, allí puso Dios su Morada. ¿Quién puede y pone todo de su parte para presentarse ante Dios? Esa es la “criatura religiosa”. La que “escala” el Monte Celestial, poniendo toda su vitalidad en el Ascenso; para luego, conquistada la altura, entrar en la Morada Divina, que en el salmo se llama “Recinto Sacro”. No cualquiera es “digno”, tiene que cumplir tres condiciones:

i)      Tener manos inocentes (no pueden estar tintas en sangre)

ii)     Su corazón debe ser puro (no darles cabida a los malos propósitos)

iii)   No puede ser idolatra. (No puede ceder el Trono que Dios reserva en el corazón de cada quien, a otros intereses, a falsas deidades, no puede construirse altares en su alma para los ídolos, ni erigir tótems a las falsas deidades).

Quien tiene sed de Dios, contará con la bendición del Señor; Dios se lo acreditará y le dará la corona de los Justos, de los Santos. Esta diadema de rectitud es el pase a todas las instancias del Templo-escatológico. No se trata de encontrar a Dios, no se trata de llegar hasta Él; jamás lo lograremos porque esas “alturas” no son conquistables” con las fuerzas humanas. Pero Dios verá el esfuerzo y la fidelidad, la perseverancia en “buscarle”. Porque lo que cuenta es la “búsqueda”. Hay que darlos todo de uno, para que Dios lea, en nuestro corazón, el esfuerzo y la esperanza fiel. Entonces Él en Persona, nos abrirá y nos dejará entrar. No es como en una olimpiada de levantamiento de pesas que gana el que tenga la “fuerza” suficiente. Esta es más bien una prueba de resistencia. ¡El que persevere hasta el final, ese se salvara”!

 

¿Es fuerza de voluntad? ¡No! Es abandono en Manos del Señor. O sea, ¿no hay que hacer nada? ¡Hay que hacer, y tenemos mucho que hacer! “Proclamo tu Victoria con mis labios y lucho con las manos para que venga”

 

¿Qué es pues, lo que hay que hacer? “Perseverar”, ¡Buscar el Rostro del Señor sin desfallecer!

 

Lc 12, 54-59

Único Signo y Única Autoridad

Si uno quiere aplicarse a la meteorología debe tomarse la molestia de revisar el firmamento, de otear el Cielo, de instalar una veleta y un anemómetro. De poner termómetros y barómetros y de lloviznarse, para constatar cómo está el “tiempo”.


 

Exactamente en el punto donde lo dejamos ayer (Lc 12, 53), lo retomamos hoy, los de adentro son los infiltrados que vienen a poner cargas de hundimiento en los puntos neurales de la estructura. Llamamos la atención que eso no nos debe volver paranoicos y, empecemos a mirar a nuestros hermanos en la fe, con recelo.

 

Somos magníficos meteorólogos y pésimos creyentes. Nos pregunta el Señor: ¿cómo es que podemos hacer acertadas predicciones meteorológicas y no podemos interpretar el tiempo que nos tocó vivir? Como siempre, el Divino Maestro tiene razón, y tiene doble razón:

a)    A aquel pueblo de agricultores les era muy urgente entender y tener claras previsiones sobre el estado del tiempo

b)    Y, junto a su interés por los cultivos, tenían que interesarse por su propia persona y propender por su Salvación, para lo que era muy urgente poderse ubicar en su realidad temporal y en sus relaciones interpersonales -no las del pasado, ni las del futuro- sino las del momento que les tocó vivir.

 

Son hipócritas porque sólo saben la mitad o menos de lo que tendrían que saber para ser miembros del amado pueblo de Dios. Esto resuena en nuestro tiempo cuando preferimos llegar a los tribunales y no aprendemos a llevar adelante negociaciones interpersonales para resolver nuestras dificultades y diferencias. Este aspecto tiene una poderosa corriente subterránea, es el cultivo y desarrollo de la habilidad hermenéutica para leer nuestra vida, nuestra historia personal, nuestros contextos existenciales. Esta escuela de “juicio” nos educa para cuestionarnos y para posicionarnos y para no repetir prejuicios, es una formación de la conciencia -el Sagrario de la Persona- para medir las distancias entre nuestros prójimos y nuestros lejanos, la cercanía o lejanía a Dios y los distintos mecanismos y herramientas para hacer más hermanables y solidarias las relaciones. Estamos llamados a construirnos en una escuela de resolución de conflictos interpersonales.


 

Jesús es el Único “signo” Celestialmente validado. ¿Hacia dónde apunta ese signo? Indudablemente hacia la superación de la hipocresía, apunta en el sentido de “amarnos los unos a los otros como se ama uno mismo”. Y la justicia, tribunales y prisiones que se nombran tienen una función y es referirnos a la gran Autoridad -que como se señalaba recientemente es la Única Verdadera Autoridad- y la “última monedilla” nos habla de la responsabilidad que tenemos y que no podremos al resumir las cuentas- desconocer, sino que -en Justicia- tendremos que responder, y no de cualquier manera, sino con el cobro que hace un fuego purificador que Jesús viene a traer y que está ansioso que empiece a regir y se vuelva incendio imparable, el incendio del amor fraterno.

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