Ef
4, 1-6
Ruego por la Unidad
Bienaventurados los que
hacen la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Mt 5,9
Según
el mapa que trazamos en nuestra primera lección sobre la Carta a los Efesios,
ya hemos trabajado la primera parte, que comprendía desde 1, 3 hasta 3, 21 y
que giró en torno a la obra soteriológica de Dios.
A
partir de hoy, y por lo que nos queda en las seis lecciones restantes
trabajaremos la segunda parte, donde san Pablo se ocupa de invitarnos a vivir
una vida cristiana coherente.
En
esta primera perícopa de l Segunda Parte el nódulo es la Unidad. La unidad en
la vida cristiana que flota sólidamente sostenida en siete puntos “únicos”,
donde las personas de la Trinidad se intercalan con las virtudes teologales:
San Pablo no nos habla de leyes, ni de deberes; nos hace una súplica, nos llama
a portarnos, los que hemos recibido el “llamado” Divino, como “llamados”, como
“convocados”. Nos habla de amor.
A
veces nos quedamos esperando que ese llamado resuene en las Alturas por medio
de un Coro Angélico. Así no es como Dios nos habla. Dios nos habla por medio de
voces humanas, con palabras humanas, o a veces son su propia Voz que se haya
impresa para que podamos acceder a ella.
Tres
elementos están a la base del pivote del que estamos hablando, son como los
pernos en el piso de todo el edificio: Primero que todo, Humildad y Amabilidad.
Esta es una moneda: por un lado, el amor, por el otro la suave-sencillez.
¡Amabilidad!
No se vale apelar a algún recurso despótico, a algún ademán dictatorial, no se
aceptan las palabras de grueso calibre, ni la altanería, nada que pueda
ofender, herir, escarnecer, injuriar: Hay quienes guardan en su memoria el
recuerdo de algún abusivo que los marcó por su estilo arrogante y que quieren
repetir lo que -lamentablemente los marcó- ha de saberse que ya se salió del
circulo de la unidad que estamos construyendo y que por eso nos
afanamos en estudiar y que por tanto, San Pablo demarcó aquí. Nadie sacó al
“poco o nada amable”, él sólo se implantó un eyector que lo descalifica como
artesano de la sinodalidad requerida, la que vamos -en proceso- elevando.
¿Será
que el patán, o el soberbio, son líderes que fraguan unidad? ¡Pues no! Sépase
que el paradigma del obrero que propende por la unidad es el Espíritu Santo.
¿Han oído ustedes la voz de la paloma? Su voz se llama arrullo. Ah, y la paloma
simboliza al Espíritu Santo, también, porque su forma de comunicación reviste
la amabilidad del arrullo. (No del susurro ni del murmullo, que generan el
pretexto del “no le alcancé a oír”).
La
paloma es, además, simbólica de la paz. Pues el tercer perno a la base, es ser
pacífico y pacifista. A la base de la cultura griega está la violencia, la
guerra, lo bélico en general, (la Ilíada no es otra cosa que un panegírico de
la guerra). Nuestra bienaventuranza apunta en otra dirección, hacia el norte de
la cultura cristiana: somos anti-guerreristas y no nos andamos inventándole
pretextos a la guerra para disfrazarla de guerra justa, mucho menos de guerra
santa. La guerra solo deja a su paso destrucción y muerte.
1) Un solo Cuerpo
2) Un solo Espíritu
3) Una sola Esperanza
4) Un solo Señor
5) Una sola Fe
6) Un solo Bautismo
7) Un solo Dios-Padre
Estos
son los lazos, los vínculos que aseguran esa unidad. No son lazos que nos unen
sólo con Dios, son vínculos que nos unen con todos los hermanos, sin distingos.
Esta ligazón tiene que ser cuidada, blindada, su vigencia indica un sano avance
en el proceso de sinodalidad; por el contrario, su disfunción nos alerta sobre
un falso avance. Velar por la Unidad, recordemos que Jesús nos convidó a ser
Uno como su Padre y Él son Uno.
Aquí
-en esta perícopa- está expresamente puesta la idea de que Dios se hace audible
por medio de voces humanas y palabras humanas, cuando leemos que “El Único
Padre está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos”.
Sal
24(23), 1b-2. 3-4ab. 5-6
El que persevera alcanza
La
Unidad, no es cualquier unidad, no es como pegar con un pegante los pedazos de
un objeto; sino que es la articulación dinámica de un organismo. Ese organismo
en términos teológicos tiene un nombre y se llama el Reino. Por eso tomamos hoy
un Salmo del Reino.
La
primera parte de este salmo, habla de algo así como los “requisitos de
admisión”, para trabajar por el Reino. Se parte de una premisa: cualquier
habitante de la tierra se puede candidatizar. Pero, si bien la invitación es
generalizada, no todos se animan a entrar al Templo; entrar al Templo está
precedido por el ascenso a la montaña donde está enclavado el Templo. Pequeña
prueba de dignidad, de disposición, de interés sincero para aceptar este
amoroso vínculo.
La
base de la unidad está en nuestra “pertenencia”, como lo dice muy claramente el
salmo, la tierra y todo cuanto hay en ella le pertenece al Señor: Puso la
tierra sobresaliendo del mar y la diseñó de modo que estuviera más alta que los
ríos. Así puso a salvo la humanidad y todas sus criaturas, preservándolas de
diluvios e inundaciones.
Viene
la pregunta “relacional”. Las criaturas no sólo han de comunicarse con sus
iguales y administrar los bienes materiales de la tierra; están también
destinadas a tener amistad con Dios, a trabar relaciones con el Señor. Pero no
todos aspiran a estar ante la Presencia del Señor. Supongamos, por analogía,
que la Vivienda de Dios está en un Monte Altísimo, allí puso Dios su Morada.
¿Quién puede y pone todo de su parte para presentarse ante Dios? Esa es la
“criatura religiosa”. La que “escala” el Monte Celestial, poniendo toda su
vitalidad en el Ascenso; para luego, conquistada la altura, entrar en la Morada
Divina, que en el salmo se llama “Recinto Sacro”. No cualquiera es “digno”,
tiene que cumplir tres condiciones:
i) Tener manos
inocentes (no pueden estar tintas en sangre)
ii) Su corazón debe ser
puro (no darles cabida a los malos propósitos)
iii) No puede ser
idolatra. (No puede ceder el Trono que Dios reserva en el corazón de cada
quien, a otros intereses, a falsas deidades, no puede construirse altares en su
alma para los ídolos, ni erigir tótems a las falsas deidades).
Quien
tiene sed de Dios, contará con la bendición del Señor; Dios se lo acreditará y
le dará la corona de los Justos, de los Santos. Esta diadema de rectitud es el
pase a todas las instancias del Templo-escatológico. No se trata de encontrar a
Dios, no se trata de llegar hasta Él; jamás lo lograremos porque esas “alturas”
no son conquistables” con las fuerzas humanas. Pero Dios verá el esfuerzo y la
fidelidad, la perseverancia en “buscarle”. Porque lo que cuenta es la
“búsqueda”. Hay que darlos todo de uno, para que Dios lea, en nuestro corazón,
el esfuerzo y la esperanza fiel. Entonces Él en Persona, nos abrirá y nos
dejará entrar. No es como en una olimpiada de levantamiento de pesas que gana
el que tenga la “fuerza” suficiente. Esta es más bien una prueba de
resistencia. ¡El que persevere hasta el final, ese se salvara”!
¿Es
fuerza de voluntad? ¡No! Es abandono en Manos del Señor. O sea, ¿no hay que
hacer nada? ¡Hay que hacer, y tenemos mucho que hacer! “Proclamo tu Victoria
con mis labios y lucho con las manos para que venga”
¿Qué
es pues, lo que hay que hacer? “Perseverar”, ¡Buscar el Rostro del Señor sin
desfallecer!
Lc
12, 54-59
Único Signo y Única Autoridad
Si
uno quiere aplicarse a la meteorología debe tomarse la molestia de revisar el
firmamento, de otear el Cielo, de instalar una veleta y un anemómetro. De poner
termómetros y barómetros y de lloviznarse, para constatar cómo está el
“tiempo”.
Exactamente
en el punto donde lo dejamos ayer (Lc 12, 53), lo retomamos hoy, los de adentro
son los infiltrados que vienen a poner cargas de hundimiento en los puntos
neurales de la estructura. Llamamos la atención que eso no nos debe volver
paranoicos y, empecemos a mirar a nuestros hermanos en la fe, con recelo.
Somos
magníficos meteorólogos y pésimos creyentes. Nos pregunta el Señor: ¿cómo es
que podemos hacer acertadas predicciones meteorológicas y no podemos
interpretar el tiempo que nos tocó vivir? Como siempre, el Divino Maestro tiene
razón, y tiene doble razón:
a) A aquel pueblo de
agricultores les era muy urgente entender y tener claras previsiones sobre el
estado del tiempo
b) Y, junto a su
interés por los cultivos, tenían que interesarse por su propia persona y
propender por su Salvación, para lo que era muy urgente poderse ubicar en su
realidad temporal y en sus relaciones interpersonales -no las del pasado, ni
las del futuro- sino las del momento que les tocó vivir.
Son
hipócritas porque sólo saben la mitad o menos de lo que tendrían que saber para
ser miembros del amado pueblo de Dios. Esto resuena en nuestro tiempo cuando
preferimos llegar a los tribunales y no aprendemos a llevar adelante
negociaciones interpersonales para resolver nuestras dificultades y
diferencias. Este aspecto tiene una poderosa corriente subterránea, es el
cultivo y desarrollo de la habilidad hermenéutica para leer nuestra vida,
nuestra historia personal, nuestros contextos existenciales. Esta escuela de
“juicio” nos educa para cuestionarnos y para posicionarnos y para no repetir
prejuicios, es una formación de la conciencia -el Sagrario de la Persona- para
medir las distancias entre nuestros prójimos y nuestros lejanos, la cercanía o
lejanía a Dios y los distintos mecanismos y herramientas para hacer más
hermanables y solidarias las relaciones. Estamos llamados a construirnos en una
escuela de resolución de conflictos interpersonales.
Jesús
es el Único “signo” Celestialmente validado. ¿Hacia dónde apunta ese signo? Indudablemente
hacia la superación de la hipocresía, apunta en el sentido de “amarnos los unos
a los otros como se ama uno mismo”. Y la justicia, tribunales y prisiones que
se nombran tienen una función y es referirnos a la gran Autoridad -que como se
señalaba recientemente es la Única Verdadera Autoridad- y la “última monedilla”
nos habla de la responsabilidad que tenemos y que no podremos al resumir las
cuentas- desconocer, sino que -en Justicia- tendremos que responder, y no de
cualquier manera, sino con el cobro que hace un fuego purificador que Jesús
viene a traer y que está ansioso que empiece a regir y se vuelva incendio
imparable, el incendio del amor fraterno.
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