sábado, 26 de septiembre de 2020

OBRAS SON AMORES Y NO BUENAS RAZONES



Ez 18,25-28; Sal 24,4bc-5.6-7.8-9; Fil 2,1-11; Mt 21,28-32

CONVIDADOS A LA CONVERSIÓN

 

Dios no envió su Hijo al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por Él.

Jn 3, 17

 

Está esperando a perdonarles en cuanto hagan un mínimo gesto de arrepentimiento.

José Luis Caravias s.j.

 

 

Hablemos sobre la Soberanía de Dios: La Conversión. La Misericordiosa opción que Dios nos regala de corregir nuestros yerros. Gracias a la cual -existe siempre- la ocasión de optar por el buen Camino. Esa opción no se excluye porque nos es tan necesaria, pues somos de barro y al barro tendemos; más, hay un soplo espiritual que siempre impulsa nuestro velamen por las rutas del Señor.

 


En una sociedad veleidosa y farandulera donde se nos educa para desgarrarnos, entre hermanos -porque no podemos olvidar que somos hermanos aun cuando no lo seamos de sangre- en procura del papel protagónico; lo que puede sonar más disparatado y menos deseable es la sencillez, la mansedumbre, la humildad, el abajamiento. En cambio, toda nuestra fe está cimentada en el Camino de la Cruz. Se trata del Misterio por excelencia, el mismo que pareció tan absurdo a San Pedro que lo llevó a decir “¡Dios te libre, Señor, de que te llegara a suceder tal!” (Mt 16, 22b). Y es que –a primer pensamiento- repugna que, precisamente Dios, tuviera como desenlace el Sendero de la Cruz: no se podía presentir la Resurrección. Quizá todos quisiéramos corear con los regentes y el pueblo: “A otros salvó; que se salve a sí mismo si verdaderamente es el Ungido de Dios, su Escogido” (Lc 23, 35). Es por eso que la Redención es “Misteriosa” lo que debe entenderse como “ilógica para el pensamiento humano”, no es que a Dios le guste el género misterio, sino que “nuestro pensamiento no es su Pensamiento y nuestros planes no corresponden a los suyos” (Is 55,8); sino que los Pensamientos y los Senderos de Dios, son más דְרָכַי֙ “altos”, son “superiores”, enormemente “superiores”, como el Cielo lo es respecto de la tierra. (Is 55, 9). Son tan radicalmente diferentes que un abismo los separa.

 

Se nos imbuye del ansia devoradora, y en cambio el Padre nos da a Jesús quien nos enseña a hacernos Pan, ¡Dulce y masticable. Pan revestido de simplicidad, sencillo bocado! Sin embargo, nosotros estamos –insistimos- “con-vidados” a ser ovejas que, al conocer a su Pastor, lo siguen (Proclamación antes del Evangelio para la liturgia de este XXVI Domingo Ordinario, tomada de Jn 10, 27), ovejas dóciles que escuchan la Voz del Señor. Estamos convidados a esta conversión profunda, a renunciar al espíritu que normalmente nos mueve – en la Carta a los Filipenses se señala que regularmente lo que constituye nuestro móvil proviene de la rivalidad, la presunción, de nuestros intereses egoístas; y, en cambio, lo que tiene que empujarnos es la identificación con los sentimientos de Nuestro Señor Jesucristo. (Cfr. Fil 2, 5). Sí, se trata de optar las misma perspectiva que tuvo el Señor, de pensar (el verbo que se usa en la Carta a los Filipenses es el verbo φρονέω, que se traduce por “pensar”) –si se nos permite el adverbio- Jesusmente.


 

Y ¿cuál es el núcleo del pensamiento de Jesús? Un pensamiento humilde, abajado, capaz de ver a los demás como “superiores”. Siempre destacamos que pensar Jesus-mente es una kénosis, un anonadamiento, del verbo κενόω vaciamiento, anonadamiento, o sea de hacerse y evaluarse “nada”; despojo de toda vanidad, de toda superioridad, asimilación profunda de ser, ante los ojos de Dios, todos iguales. Capacidad de hacerse siervo –no servil- sino ¡consagrado al servicio! Un asombroso sentido de sencillez, de simplicidad.

 

Y, nos sentimos obligados a enfatizar que no se trata de seguir el camino de la Cruz por alguna clase de masoquismo, o por algún gusto al victimismo. ¡No!, recordemos que Jesús rogó al Padre, de ser posible, apartar de Sí ese Cáliz. Lo que tenemos que reconocer como grandiosa –aun cuando desconcertante- es la obediencia sin límites, a cualquier costo y a toda prueba. Y es que un hombre tuvo dos hijos envió a uno, Adán, y este dijo que “si” pero no cumplió; tuvo , sin embargo Su Otro Hijo, Jesús, que de manera obediente fue a la Viña de su Padre y “laboró” en ella y se encargó de ella y la redimió haciendo todo nuevo (Ap 21, 5). Nadie en sano juicio abandonaría todas sus ventajas para dejarse matar, menos para dejarse matar con una muerte de cruz, y mucho menos para redimir “pecadores”. Creando nuevamente el mundo entero. Reparando y sanando todo lo que fue herido. Y es que el Universo integro, que había sido creado en la Perfección, necesitaba ser re-creado, sublimado, re-generado, vuelto-a-hacer-Perfecto. La rebeldía de Adán surgió de su arrogancia, de su deseo de igualarse a Dios, la Obediencia de Jesús brota de su abajamiento de su Voluntad salvífica de –siendo Dios-hacerse hombre. Es justamente el movimiento inverso el uno quiere “subir”, el Otro, para sanar, acepta bajar, “no considera que deba aferrarse a su condición divina”, sino que dadivosamente se nos hizo Semejante. ¡Semejante en todo, excepto en el pecado! La perícopa del Evangelio nos habla de esa transformación radical de enfoque: el tema de la conversión cuando dice μετεμελήθητε palabra esta que proviene de μεταμέλομαι que significa cambiar un interés por otro superior, una manera de pensar por otra, radicalmente opuesta, pero mejor. Esto fue lo que hizo el hijo que originalmente se negó pero después fue porque μεταμεληθεὶς› se arrepintió, lo miró desde otra perspectiva, renunció a su egoísmo, a su anhelo de figurar, de aparecer, de lucirse él, y optó por un enfoque piadoso-obediente: Misericordioso.

 


Esta dialéctica encuentra su antecedente en el co-texto que nos da la Primera Lectura, la del Libro de Ezequiel en el capítulo 18, donde se presenta en la doble dinámica, la del malvado que deviene justo y la del justo que recalcitra a malvado: “Si el malvado se convierte”, de una parte, y de la otra, “Si el justo se aparta de su justicia”. La conversión se expresa en la palabra שׁוּב [shub], y, lo enfatiza aún más el Señor por boca de su profeta: “¿Acaso quiero yo la muerte del malvado –oráculo del Señor- y no que se convierta y que viva? (donde nuevamente está la voz שׁוּב contenida en בְּשׁוּב֥וֹ); y, a la des-conversión del justo alude con la expresión וּבְשׁ֨וּב “apartarse”, también derivada de שׁוּב [shub].

 

Pero el abismo no es insalvable, porque lo que es imposible para el hombre es posible para Dios. ¡Dios sabe, desde el principio, cuanto trabajo nos cuesta obrar el bien! Sabe que se nos revuelve el ego queriendo salirnos con la nuestra aun cuando sea nuestra perdición y lo sepamos. Por eso nos da el Espíritu Santo, para que someta el espíritu de envidia, de prepotencia, de avaricia y codicia. Por eso el Espíritu Santo no está en el huracán, ni está en el terremoto, ni en el fuego aun cuando estos tengan la fuerza para romper las rocas, (ni en las armas, ni en las bombas, sean N, sean H; tendríamos que añadir hoy); sino en la dulzura de un apenas-soplo, suave y delicado. No cesó la sorpresiva lógica de Dios, sino que de ese Gusano clavado en una cruz y sepultado, brotó la más radiante Mariposa. ¡La-Mariposa-Divina-que-Redime! ¿El Pelícano que nos nutre con la Sangre de su propio Costado! Todo esto es, según nosotros, una flagrante paradoja; según la Lógica de Dios, pura Misericordia.

 


Esta parábola, que conocemos como la parábola de los dos hijos, está inserta en la sección del Evangelio que nos habla de la Venida Definitiva del Reino, la llegada de la Soberanía Decisiva de Dios, -el contexto es la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén- donde Jesús nos entrega lineamientos para constituirnos en Pueblo de Dios; pasamos del Reino que había sido entregado al pueblo israelita a la nueva entrega, la entrega a la “hija de Sión”, la Iglesia. Se enfrenta Jesús a los Sumos sacerdotes y a los Ancianos del pueblo, usurpadores de la Cátedra de Moisés. Presenta el Divino Maestro la comparación contraponiéndolos a publicanos y prostitutas. Jesús acaba de tener tres gestos que Mateo resalta: Jesús purifica el templo, seca la higuera lo que es equiparable a un des-reconocimiento del pueblo judío y se niega a contestar de dónde proviene Su autoridad. Esta, la de los dos hermanos, es la primera de tres parábolas, a saber: la del padre y los dos hijos, la de los viñadores que matan al Hijo-enviado y la del Rey que invita, a todos,  a las bodas de su Hijo. Pero, en resumidas cuentas, lo que nos ocupa esta vez es la dinámica entre opción y fidelidad; en esta dialéctica lo que vale son los hechos, no las intenciones, ni las palabras: ¡Seremos juzgados, no por lo que digamos que vamos a hacer, sino por lo que hagamos!

 


Nos conceda Dios la humildad requerida, ese corazón manso y tierno, para andar el Camino de la Vida y renunciar a nuestra altanería. En el Salmo, precisamente, elevamos nuestra súplica para que Dios nos muestre ese camino, no permita que erremos o que desistamos de caminar sus senderos, que nuestra conversión sea un movimiento de lealtad perenne y nunca nos des-convirtamos, que podamos vivir, no de intenciones sino de hechos:

“haz que camine con lealtad; 

enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador

……………………………………….

no te acuerdes de los pecados

ni de las maldades de mi juventud;

acuérdate de mí con misericordia,

por tu bondad, Señor.”

 

 

 

 

 


sábado, 19 de septiembre de 2020

QUÉ SE QUIERE DECIR CON “DENARIO”

 


Is 55, 6-9; Sal 144, 2-3. 8-9. 17-18; Fil 1, 20c-24. 27a; Mt 20, 1-16

 


Porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. Dice Yavé.

Is 55, 8

 

…la salvación es el amor gratuito del Padre. No podemos arrebatarlo con astucia ni ganarlo con sudor. Es gracia.

Silvano Fausti

 

 

Leamos a Isaías con calma y paso a paso: Este momento es un tiempo privilegiado. No es cualquier tiempo sino una temporada que cuenta con la peculiaridad de la cercanía accesible de Dios. Quizá haya un “después”, o un “más tarde”, o, lo que sería más triste, un “demasiado tarde”; pero ahora –hay que aprovechar el momento- tenemos todavía a Dios –hablando metafóricamente, claro- al “alcance de nuestra mano”. Y ¿cómo podemos aprovechar esta “hora feliz”? Dos acciones nos propone el profeta a este fin: Buscar e invocar al Señor ya que se nos hace el encontradizo y nos sale al paso.

 

¿Cómo podríamos caracterizar este tiempo que Dios nos regala tan lleno de oportunidades Redentoras? Podríamos resumir diciendo que es un tiempo de “Conversión”. Tenemos que cambiar, ¡tenemos que proponernos ese cambio! El malvado tiene que abandonar su mal camino, y el malhechor los planes que fabrica su corazón perverso; miren la esperanza tan dulce que nos anuncia al profeta, oráculo del Señor: el malhechor recibe una con-vida-ción, (una invitación que lleva hacia la vida; lo contrario de una con-muerte-ción, la palabra no existe pero la proponemos ad-hoc, para resaltar que Dios-Mismo, por labios de su Profeta nos “convida” para que el impío “se convierta al Señor, y Él tendrá piedad, se convierta a nuestro Dios, que es rico en perdón”. Pongamos un reflector potentísimo sobre esta Revelación “Dios es rico en perdón” (Is 55, 7b). Nuestra fe tiene que basarse sobre este enunciado teológico que nos comunica Isaías, no conocemos a Dios mientras no sabemos que Dios es Amor y que su Tanto-Amor se concretiza en que Dios-es-Perdón. Este rasgo teologal es lo que da continuidad al Evangelio de hoy con el del Domingo anterior, (el vigésimo cuarto ordinario del ciclo A): La parábola del Siervo inmisericorde con la que Jesús enseña a San Pedro que el perdón no tiene límites, sino que hay que perdonar “siempre”, se sigue en la Liturgia de este Domingo XXV, cuando Dios –en la parábola de San Mateo que ocupará el Evangelio- nos enseña que Él es Bueno, y por eso su lógica para “pagar” difiere rotundamente de la nuestra; como nos lo explica la Primera Lectura de este Domingo XXV: “Como dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis planes de vuestros planes” (Is 55,9).

 

Este contraste entre la lógica Divina y la humana es perentorio tenerlo en cuenta. Nosotros somos víctimas de la concupiscencia que nos viene por el pecado original, algo así como unos lentes mal formulados. Uno ve, pero no ve bien, se engaña, la visión es borrosa, uno cree ver una jirafa, y resulta que es un águila. ¡Así de grave es el defecto de nuestra visión! Por eso, debemos dejarnos guiar, ser dóciles a la Voz de Dios que nos va corrigiendo y proponiendo los verdaderos objetivos y los métodos acertados. Y siempre, siempre, consultarle a Él, es la Gracia del Espíritu Santo lo que nos puede guiar por los caminos de Vida. Dios siempre nos con-vida, el Malo siempre nos con-muerte. Pero, el Malo usa –además- otro armamento, nos inocula con la rebeldía de creer que sabemos más que Dios, y nos impulsa a decidir contra la Voz de la Consciencia: recordemos la ronca voz del Malvado diciendo: “No es cierto que morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes serán como dioses y conocerán lo que es bueno y lo que no lo es.” (Gn 3, 4b-5) Y este corrompido-corruptor se vale de todos sus sometidos, de todos sus lacayos para repetirnos por diestra y –especialmente- por siniestra, que “No es cierto que moriremos”. Tenemos que saber llevarle la contraria al Corruptor, para así estar abiertos a la Verdad-Revelada.

 


En el Evangelio de este Domingo, se tiene que entender de qué denario se trata, no estamos en clase de economía, no se está proponiendo cómo asignar salarios, «El único denario, que les viene dado a todos, es el reino de los cielos, que Jesús ha traído a la tierra; es la posibilidad de entrar a formar parte en la salvación mesiánica»[1]. «… la parábola… se refiere al Reino de Dios, o Reino de la justicia. En ese Reino ninguno es primero, ni último. Todos son iguales. No es que porque yo me convertí hace mucho tiempo merezco más que aquel que se ha convertido apenas ayer… Dios… no quiere la diferencia, se siente contento con la igualdad. Sí, los celos, la envidia es el arma de todos aquellos que viven en la competencia de la desigualdad.»[2] Para adentrarnos en el Evangelio de San Mateo, capítulo 20, versos del 1 al 16, donde leemos la Parábola de “los obreros de la undécima hora”, quisiéramos apoyarnos en Dom Helder Câmara que lo comentó así:

 

«Esta parábola no puede interpretarse como una lección de economía. En países como el mío, donde hay un enorme número de trabajadores en paro, es muy tentador para los que contratan dictar su propia ley poniendo a unos en contra de otros: “Si no aceptas lo que te doy, es tu problema: ¡tengo en la puerta decenas y centenares de tipos que lo están deseando!” Y no puede ser así. El conjunto de la enseñanza de Cristo muestra perfectamente que esta parábola no es una lección de economía, sino una lección de vida espiritual: ¡se puede ganar en un segundo lo que no se ha merecido durante años, ni siquiera durante toda una vida!

 

Esta escena me hace pensar en ese personaje al que llamamos “el buen ladrón”. Si se encontraba clavado en una cruz, al lado de Cristo, es porque durante su vida no había hecho precisamente cosas admirables. Su compañero de infortunio, al que llamamos “el mal ladrón”, no hacía más que desafiar a Jesús: “¡Tú que has hecho tantos milagros, sálvate a ti mismo y líbranos a nosotros¡” Pero el otro tuvo la sinceridad y la humildad de decir: “Nosotros sí que merecemos estar aquí, pero Él no: ¡Él es diferente de nosotros, Él es bueno! ¡Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino!” Aquellas palabras fueron suficientes. El Señor no le dijo “Muchas gracias por tus buenos pensamientos! Dentro de unos años, cuando hayas expiado por tu vida, que no ha sido precisamente modélica, yo te recibiré…” No. Lo que le dijo fue: “Hoy mismo estarás conmigo. ¡Hoy mismo!”

 

Es fantástico. Un solo segundo de buena voluntad, de perfección, de gracia recibida y vivida puede valer por toda una vida…

 

Esto no es fácil de comprender para algunas personas que se han sacrificado por tratar de vivir toda su vida de un modo conveniente y  justo. Como sucedía en la parábola del hijo prodigo, el Señor nos invita, a quienes somos “fieles”, a comprender al pastor que celebra una fiesta por haber recuperado a la oveja perdida. ¡A compartir su alegría, en lugar de encerrarnos en nosotros mismos y dejarnos comer por la envidia!»[3]

 

¡Sería necesario añadir nada! Dom Helder Câmara raya en la claridad. Aquí también se trata de perdonar siempre, de no adelantarnos al juicio, de recordar que el Único facultado a juzgar es el Señor y que Él es –como nos lo recuerda el Salmo 145,8-9: “El Señor es clemente y Misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”.

 


«… los estudiosos nos advierten que la frase puede ser traducida así: “Todos, aunque sean los primeros, serán últimos, y aunque sean los últimos, serán los primeros”.»[4] «¿será que también nosotros nos vamos a quedar enfadados y contrariados, sólo porque la justicia de Dios quiere libertad y vida para todos?...¿Estamos dispuestos a asumir el proyecto de justicia de Dios? ¿Estamos preparados para dejar el “proyecto de justicia” de la sociedad injusta, para aceptar el proyecto de la verdadera justicia, que traerá libertad y vida para todos? ¿O nos vamos a quedar decepcionados, resentidos y enojados para siempre?»[5]

 

 

 



[1] www.cantalamessa.org

[2] Storniolo, Ivo. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MATEO. EL CAMINO DE LA JUSTICIA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia. 1999. pp. 170-171.

[3] Câmara, Dom Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed Sal Terrae. Santander-España. 1985 pp 151-152. 

[4] Storniolo, Ivo. Op. Cit. p. 169

[5] Ibid. p. 171

sábado, 12 de septiembre de 2020

ESPIRITUALIDAD

 



Eclo 27,33-28, 9; Sal 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12; Rm 14, 7-9; Mt 18, 25-31

 

Os doy un mandamiento nuevo -dice el Señor-: que os améis unos a otros, como yo os he amado.

Jn 13, 34

 

Ante todo, es necesario tener presente que la justicia bíblica no corresponde a nuestro sentido de justica expresado con un veredicto…

Enzo Bianchi

 

La definición elemental de justicia como la disposición de dar a cada quien lo que le corresponde, puede servir, con demasiada facilidad, y sirve, con demasiada frecuencia, de pantalla para cubrir nuestros deseos incontenibles de venganza.

Alejandro Angulo Novoa, s.j.

 

El amor puede, fácilmente, ser adulterado en su profundo significado y puede desvirtuarse o edulcorarse hasta lo melifluo, hasta hacer de él un fetiche empalagoso o repugnante. Nosotros tenemos –porque se nos ha dado- un itinerario para justipreciar lo que es el amor: El primer paso es tomar consciencia de la Presencia de Jesús como nuestra compañía constante, y, ante todo, ¡mirar al que traspasaron!

 


Ni se vayan a imaginar que simpatizamos, lo más mínimo, con el masoquismo; tampoco –y rotundamente ¡no!- aceptamos la violencia y la tortura, de ninguna manera. Simplemente constatamos una realidad donde campea y se pavonea. Es un hecho que está ahí, flagrante. Levantamos los ojos hacia el Crucifijo y nos damos de bruces con la Víctima, el Cordero de Dios, resultado de la maldad, de una crueldad inusitada que desalojó la propuesta originaria de fraternidad. Y preguntamos, desplazando nuestra responsabilidad, (porque tan inhumano atropello salió de nosotros mismos) ¿Cómo puede Dios permitir que se dé tanto dolor, cómo puede Él, quedarse impávido testimoniando el calvario de la humanidad?

 

Llegamos necesariamente al cruce de caminos entre el Dios-Creador, infinitamente Bondadoso, que no podía hacernos a su Imagen y Semejanza sí nos hacía criaturas manipulables a su antojo, y por eso ¡nos hizo libres! Y el Camino del Mismo Señor como Siervo-Sufriente (Y el Siervo-Sufriente no es sólo el Hijo, lo es también el Padre). La criatura de Dios –se podría decir- quedó “condenada” a su libertad, al riesgo del mal uso de esa libertad. No deberíamos decir “condenada”, porque la libertad no es una cadena sino que es –junto con la vida- nuestro mayor bien, el carisma verdadero del ser humano, el que nos permite subir, crecer, superarnos, vivir en el bien, escoger una vida santa. Por eso, más bien, deberíamos hablar de “adornados”. Pero claro, por la concupiscencia, esa secuela del pecado, la libertad no sólo nos engalana, sino que además nos “exige”, nos pone a prueba y, nos expone a fallar, a caer, a optar mal; por tal, no sólo podemos hablar sólo de estar “engalanados” con el carisma de la libertad (decimos carisma porque es una virtud que recibimos para hacer bien a los demás, para favorecer la comunidad, para construir en solidaridad; porque un carisma no se da para uno mismo, sino para los otros), sino que además, en ese contexto dado por el pecado original, hay que decir que la libertad no sólo nos adorna sino que nos deja expuestos, nos asoma al riesgo: Para poder obrar el bien, para ser agentes del bien y constructores de paz, debemos ser capaces de afrontar el riesgo. Esa dialéctica entre atributo y riesgo es lo que nos llevó –arriba- a hablar de estar “condenados a ser libres”, con una perspectiva casi existencialista.

 


Segundo paso: Pongámonos –por así decirlo- “en los zapatos” de María Santísima, al lado de la cruz, mientras su Hijo agonizaba. Tratemos tan siquiera de imaginar su dolor, su tristeza, su sufrimiento. Su dolor son “siete dolores”, es decir, todo el sufrimiento del mundo; una espada de dolor atravesó su alma (Cfr. Lc 2,35). Contemplemos el dolor de María que es el dolor de todas las madres de la tierra y de la historia que han perdido su hijo a manos del odio, la ira, la ambición…

 

Vamos al tercer paso: Pongamos en contemplación ante el dolor de Dios Padre que ve a su Hijo morir en la cruz. Si María, su Madre, sufre, ¿cómo sufrirá el Padre que lo ve todos los días de nuevo crucificado? He aquí la gran contradicción: Dios-Todopoderoso es, en este caso, la Víctima. El Padre contiene su Poder para ejercer su Poder: Dios crea, crea todo el tiempo, todo el tiempo crea seres humanos, según su Imagen y Semejanza, y los crea libres. Ahora puede retractar la libertad y salvar a su Hijo o… puede –porque el don de Dios es irrevocable- ratificar la libertad humana, conexa con el riesgo de caer, y dejar que su Hijo sea vejado, torturado y asesinado. «Ante la cólera de Dios, representada muchas veces en la Biblia, en lugar de escandalizarnos, deberíamos comprender que éste no es un capricho de Dios, no es un defecto de justicia, sino que es la expresión del sufrimiento de Dios, el cual sufre por el mal que ve cometer en el mundo, sufre la violencia, sufre el odio. Y, por tanto, su justicia se vuelve sufrimiento[1]

 


Y, aquí –ratifiquémoslo- destella la Bondad Omnipotente de Dios: Dios por Amor, resuelve sufrir antes que retirar el Don. Dios-Padre en vez de castigar y destruir, resuelve sufrir, permite que su criatura se vuelva contra Él. Así como María se hace abogada de todos los pecadores y Madre nuestra, pese a su Corazón atravesado de parte a parte, así Dios-Padre, en vez de quitar, da. Frente al paso avasallador del dolor, del sufrimiento y la muerte lo que hace es entregar, entregarse más. La Entrega es su Victoria.

 

«Mateo fundamenta la necesidad de un perdón sin límites en la parábola evangélica  del siervo inmisericorde. Se trata de un funcionario, probablemente un gobernador en dependencia directa del rey, al que debía diez mil talentos… es la máxima cantidad imaginable en aquella época y es una suma simbólica que el rey perdona total y generosamente. Al oír el lector de labios de Jesús la condonación generosamente otorgada por el rey, piensa instintivamente que el agraciado repetirá el mismo gesto con su compañero. Pero no. Apenas sale agradecido de la presencia del rey, encuentra a su compañero, desata violentamente su ira contra él y le exige el pago inmediato de la ridícula cantidad de cien denarios… sin atender a las súplicas de paciencia ni a las promesas de pagar hasta el último céntimo… No se puede tener por exagerada la exigencia del perdón hecha por Jesús. Es sencillamente un gesto de agradecimiento por el perdón sin medida recibido a diario de Dios. En la parábola pone Jesús en violento contraste la deuda inmensa contraída con Dios y la pequeña cantidad que nos debemos perdonar los hombres. Con este contraste nos hace comprender que nunca puede haber motivo razonable para negarnos al perdón.»[2]

 

La palabra per-don significa “super-regalo”, regalo-máximo. Con ese “Don” magnífico responde Dios a la violencia humana; al vicio fratricida Dios contesta con su Magnanimidad. “No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras iniquidades” (Sal 102, 9-10). Si Dios hubiera hecho gala de “poder” habría sido derrotado; como hace gala de su Generosidad Misericordiosa, entonces ha derrotado al Malvado. La Cruz es la Victoria sobre el mal y la muerte. La victoria definitiva, ya la muerte no tiene poder sobre nosotros, es el super-Don. “¡El Señor σπλαγχνισθεὶς tuvo lástima de aquel empleado y lo dejo marchar, perdonándole la deuda” (Mt 18, 27).

 


Hemos llegado a esa palabra clave del Evangelio según San Mateo: σπλαγχνισθεὶς del verbo σπλαγχνίζομαι, conmoverse, sentir piedad, lástima, tener misericordia. La voz σπλαγχνα se refiere a las entrañas, André Chouraqui piensa en la “matriz” y lo expresa como sentimiento matricial: «El Dios de la Biblia. Adonai Elohim, fue traducido al Deus del Olimpo, contra el que la idea monoteísta judía luchó. Y el Dios misericordioso es algo más en la Biblia. Es el Dios-matriz (rahem), que hace con todos los hombres y la creación entera lo que la matriz con el feto. Más que dar misericordia, o tenerla, Dios da la vida y la mantiene» es lo que nos traduce Chouraqui. Allí donde la madre siente el dolor de su hijo, dolor-uterino, ¡Hijo de mis entrañas!, donde María siente ser taladrada mientras Jesús se desangra, en ese mismo punto del alma nuestro Dios sufre con su Hijo. Dios Padre no deja a su Hijo sólo sufriendo, no lo abandona, su Poder-Inagotable lo hace “conmoverse” con sus criaturas, perdonarlas; De esas –también- cinco Llagas en el Corazón de Dios-Padre brota el perdón: el Gran Poder del Espíritu Santo.

 

El Poder de Dios crea siempre, en todo instante está creando, infundiendo nueva vida. ¡Él no abandona! Porque su Poder es Eterno, sigue acompañando, velando, reconciliando, reconstruyendo, absolviendo, resucitando. Dios es Eternamente Puro, Él es Santo, Santo, Santo. En el corazón del pecador pueden vivir ira y cólera. En cambio, para Dios furor y cólera son odiosos (Cfr. Eclo 27, 33).

 

Sin embargo el Amor-Victorioso de Dios (el que coronó a su Hijo con la Corona de la Resurrección, extensiva a todos los que caminan su derrotero) puede quedarse, para nosotros, en una abstracción. Ese peligro nos acecha poderosamente. Nosotros estamos siempre  amenazados., en este caso la amenaza es dejar el amor en un ente abstracto, en una idea “pura”, cuando el amor es -por sobre todo- una práctica. Una vez más reconocemos que el ser humano tiene su libertad como un don precioso  que –en cada encrucijada- lo capacita para optar, y optar convenientemente, haciendo uso de esa libertad. Lo que nos define como humanos es la capacidad de optar y –fundamental, no sólo optar, sino perseverar en esa opción- a menos que descubramos que habíamos optado equivocadamente, entonces surge la “nueva opción”, cambiar pronto de opción para “corregir”.

 

«Admitámoslo, el perdón… supone un esfuerzo considerable. Exige tiempo y energía de parte del ofendido que debe mantener una lucha continua contra el egoísmo siempre dispuesto a aflorar en una tarea así,…El verdadero perdón… toma tiempo, implica un largo trabajo de maduración y una conversión del corazón, tanto de aquellos que perdonan como de quienes son perdonados… si el perdón se muestra como algo tan doloroso, es porque requiere lo mejor de la persona. Y por experiencia todos sabemos que es fácil tropezar con la debilidad.»[3]

 

En esa matriz de la “Misericordia” fue donde Dios tejió nuestras células, e infundió vida y nos dio el ser que somos. Pero, ese ser-digno, precisamente “digno” porque libre, no opta por una suerte de espontaneismo sino que apela a su voluntad. Cada opción se toma y se sostiene firme con la firmeza de nuestra decisión. Eso va directamente en contra de la mentalidad que reacciona para optar según sus impulsos espontáneos, porque “le nace” o “no le nace”. (Y recordemos que, para tomar nuestras decisiones Dios no nos dejó a la deriva, nos “revelo” su Ley, y –además- nos legó la Iglesia, Madre y Maestra).

 

En cambio, el conmoverse sí es un movimiento espontaneo de nuestras “entrañas”, está en nuestro ADN-Divino, somos capaces de solidaridad, de afectarnos ante el dolor del otro, ante la debilidad del desprotegido, somos capaces de “tener entrañas de misericordia” ante el dolor del hermano, y no pasar indiferentes como el Sacerdote y el levita de la otra parábola.

 


Amar y perdonar son opciones que se toman y se sostienen por nuestro “compromiso”, que es la coherencia del ser humano que lucha, todos los días, por caminar los senderos del bien, por respetar la ley de Dios, por andar los caminos que el Señor nos indicó y no comer del fruto prohibido. Coherencia con el Gran Mandamiento de Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Estas opciones son –por principio- anti-homicidas, nos llaman a arrancarnos el cainismo, a detestar el fratricidio, en todas sus formas, irrespeto, como insolencia, como calumnia, como percepción de enemistad, nos llaman a perdonar y a caminar con la carga ajena el doble de lejos, y si te piden la capa, a darles también el manto y si te abofetearon en la mejilla izquierda, a ofréceles enseguida la derecha (Cfr. Mt. 5, 39-41). Así es, el compromiso con el Bien, es un sendero de Perfección. La coherencia es una tarea que se reinicia a cada instante, sólo el que persevere hasta el fin se salvará (Cfr. Mt 24, 13).

 

Amar y perdonar están inextricablemente unidos. Son, como se suele decir, las dos caras de una misma moneda. Y no son cosas que nos salen así como al que le nace bostezar, son fruto del propósito sostenido, prolongado, incesante. Surgen de la fuerza del corazón, animado por el Espíritu Santo. ¡Nosotros solos no podemos! Es Dios quien obrando en nosotros nos da la fortaleza, de la voluntad para poder perseverar. Pero esa fortaleza hay que pedirla y aceptarla, también hay que “optar” por ella, escogerla como parte de (y perdónesenos la metáfora bélica) nuestro arsenal.

 

«La espiritualidad ni es abstracta ni es ingenua… Lo que se propone aquí es completar lo que ya estamos haciendo con ineficiencia debido al descuido generalizado de esa dimensión del amor que es la que mueve a los humanos.»[4] Apelamos a todo este tejido de valores cristianos, que constituyen lo que -verdaderamente podemos llamar- vida en el Espíritu.

 

 

 

 



[1] Enzo Bianchi. LAS PARADOJAS DE LA CRUZ Ed. San Pablo Bogotá. D.C.-Colombia. 2001 p. 55

[2] Grün, Anselm. SI ACEPTAS PERDONARTE, PERDONARAS. Narcea, S.A. de Ediciones. Madrid –España 2005 p. 19

[3] Nadeau, Marie-Thérèse PERDONAR LO IMPERDONABLE San Pablo Bogotá-Colombia 2003 p. 24

[4] Angulo Novoa, Alejandro. s.j  ESPIRITUALIDAD Y CONSTRUCCIÓN DE PAZ Bogotá D.C. CINEP/ Programa por la Paz, abril de 2014

sábado, 5 de septiembre de 2020

APADRINAR

 



Ez 33, 7-9; Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9; Rm 13, 8-10; Mt 18, 15-20

 

Dios nos ama con corazón de Padre.

Papa Francisco

 

El que tiene amor no hace mal al prójimo; así que en el amor se cumple perfectamente la ley.

Rm 13, 10

 

Pensemos -para iniciar- en el Escala de Jacob, esa bellísima imagen de una ruta para los mensajeros de Dios –los ángeles- que a través de ella suben y bajan en ocupado tránsito, uniendo las dos realidades, y transportando en doble sentido las dimensiones de lo humano y lo Divino, conectando, re-ligando en dinámica comunicación de ida-y-vuelta, con lo Celestial. La Escala de Jacob nos dice que no estamos solos: “Yo estoy contigo; te protegeré a donde quiera que vayas…”Gn 28, 15a), es una
metafórica manera de decir que el ser-humano es misericordiado por Dios. Un rasgo encantador de este imagen consiste en que no es sólo de subida, con lo que inmediatamente recordamos que el Monte de la Transfiguración no estaba para quedarse a vivir allí; ni siquiera, para acampar en él, haciendo chozas. El Tabor, mejor, entrañaba un llamado al “descenso”, un desafío de aterrizar, de bajar a hacer contacto. Bueno, aún añadimos otro dato: Toda escala está constituida de elementos que facilitan subir o bajar, a los que llamamos “escalones” o “peldaños”. En la escala de Jacob, ¿en qué consisten, o cómo están diseñados los peldaños? Se trata de palabras-concepto que “iluminan al ser humano”, por permitirnos avizorar las realidades trascendentes los llamaremos peldaños teologales. Los peldaños teologales de la Liturgia de este Domingo XXIII Ordinario(A) son: en la 1ª Lectura: centinela, alertar al malvado; en el salmo: “nosotros el pueblo que apacienta, el rebaño que El guía”, Meribá y Masa (no dejemos escapar que estos nombres de lugar significan querellar y tentar, respectivamente; en la 2da Lectura: Amarás; y en el Evangelio: “si tu hermano te ofende”.


 

El profeta Ezequiel lo dice –oráculo del Señor- con suprema claridad, nos presenta sintéticamente nuestro encargo-misión: “Si yo digo al malvado: "¡Malvado, eres reo de muerte!", y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida”. ¡Estamos avisados, se nos pedirá cuenta! ¡Tenemos que hablar! ¡No podemos quedarnos callados, ni indiferentes!

 

A San Pedro le fueron entregadas las Llaves, quedando así designado para ser primus inter pares, hoy –empero- el Evangelio, entrado de lleno en esa parte de Mateo que transfiere la tarea de la construcción del Reino encargada originalmente a los judíos, es ahora delegada a nuestras manos, caen ahora las Llaves bajo nuestra potestad y, para el encargo de ser mayordomos, somos quienes llevamos la cinta-cordón terciada; en el capítulo 18, verso 18- nos recuerda que la potestad inherente a ser mayordomo se entrega a todos los miembros de la Comunidad. No se trata de un honor, sino de una responsabilidad: cuidar y servir a nuestros hermanos. Y, esta responsabilidad que es compromiso de servicio es, pese a todo, honorifica, porque el Mismo Dios nos ha confiado servirlo a Él en el cuidado de nuestro prójimo. «… ahora confía a los discípulos el poder de “atar –desatar”… “se asiste a la trasmisión de un poder que, antes de pascua, ejercía sólo Cristo de forma soberana”»[1]. Queremos decir con esto que vamos a volver sobre el significado de la mayordomía que hemos recibido, pero concentrándonos en una de las facetas de ese servicio: La corrección fraterna.

 


Sí, es interesante y placentero saber que Dios nos confió un Encargo, sin embargo, no será de mucha ayuda saber que estamos “encargados” si no podemos discernir las funciones que derivan de esa co-misión. Para dar la vuelta, en círculo, reiteremos que se ha entregado –en la persona de San Pedro- a todos los fieles, por eso no es misión sino comisión. Pero, otra vez tenemos que decir ¡Cuidado!, que no se vaya a suponer que si se entregó a todos, podemos diluir la responsabilidad entendiendo que se dio a tantos que, así repartida, la que me corresponde a mi tiende a cero y, por tanto, es cero. Al llegar a este Evangelio, por el contrario, lo que tenemos que lograr es sentir toda la densidad de la parte que a mí me corresponde. Es como si el Evangelio quisiera recordarnos, con nombre propio, a todos los “ahijados” que tenemos. Así es, aun cuando no los hayamos acompañado a la Pila Bautismal, aun cuando no los hayamos ayudado a sostener para ser recibidos como miembros de la Iglesia, somos sus “responsables” y ese es uno de los significados de la palabra “Comunidad”, somos la Comunidad de los Convocados, entre otras cosas porque nos atañe una densa responsabilidad para con todos los miembros de la Iglesia, como si fuéramos todos padrinos los unos de los otros.

 

Esta ruta está decorada con señales de tráfico que nos orientan a cada paso. Una de las primeras reza así: La que llamamos “corrección fraterna” no puede manipularse como un pretexto para hornear rencores. Antes que nada, y primero que todo, el ejercicio de la corrección fraterna es el ámbito del perdón. En esta procesión el adalid es el estandarte del perdón. La rectitud y la fuerza de la corrección fraterna se valida bebiendo en la fuente del perdón. Para llegar a la corrección fraterna tenemos que bautizarnos en el agua de la indulgencia, de la clemencia. No hay otra vía para poderla aplicar.


 

La segunda señal de tránsito, eminentemente preventiva, nos indica: ¡Cuidado con usar la corrección fraterna como excusa para armar corrillos de insidia, para organizar círculos de discordia que envenenen con la crítica y el chismorreo. Se da el caso que –so capa de aplicar la corrección fraterna- se apela a otros rencorosos para armar un club contra alguien; o, para ir con acusaciones ante un superior, o para buscar el despido de un colega, o simplemente para no estar sólo en el ataque o, porque viendo a otro caído se experimente la sensación que nuestro podio personal es más alto. Estas sociedades de intriga se atarean apilando cargos y arrumando exageraciones corrosivas. ¿Qué podría tener semejante conducta de “fraterno”? Así es, tenemos que comprender intensamente que el propósito de la corrección fraterna no es la persecución y el acoso; sino, muy por el contrario, se persigue salvar a “nuestro hermano”, nunca y en ningún caso, clavarle una daga. Lo que queremos es que el “caído” pueda levantarse y re-incorporarse a nuestro peregrinaje hacia la patria eterna, la Celestial, donde la Shekinah, la Presencia de Dios es Todo en todos. Sí, colguemos –en nuestra alma- un ancho pasacalles donde pueda leerse: “La corrección fraterna es para crecer, no para hundir”. «La crítica es útil en la comunidad, que debe reformarse siempre y tratar de corregir sus propias imperfecciones. En muchos casos le ayuda a dar un nuevo paso hacia adelante. Pero, si viene del Espíritu Santo, la crítica no puede menos de estar animada por el deseo de progreso en la verdad y en la caridad. No puede hacerse con amargura; no puede traducirse en ofensas, en actos o juicios que vayan en perjuicio del honor de personas o grupos. Debe estar llena de respeto y afecto fraterno y filial, evitando el recurso a formas inoportunas de publicidad; y debe atenerse a las indicaciones dadas por el Señor para la corrección fraterna»[2]

 


Tal vez conviene recordar aquí cómo –con el uso y el abuso- se desgastan las palabras: Es el caso de la palabra amor que fue degenerando para significar sólo las conductas y hechos sexuales, marginando así lo sustantivo, el anhelo de hacer el bien, de alcanzar el bien, de que el semejante alcance su plenificación, logre realizarse; así el amor se volvió un reducto de egoísmo, donde todo vale si propende a mi satisfacción, así sea la de las pasiones más bajas. Y cuando decimos aquí “semejante” no estamos haciendo alusión del que piensa similar, del que está acorde con lo que nosotros pensamos, «Como dijo un campesino: la gran desviación es que solemos confundir al prójimo con el semejante…»[3] No, cuando decimos semejante queremos decir semejante en cuanto es otro ser humano, aun cuando diste por leguas de nuestros pareceres. Otra palabra que se ha venido desgastando y desluciendo es la palabra “Padre”, y su decadencia y su venirse a menos es responsabilidad de nuestra fragilidad para comprometernos con las implicaciones de ser padres y de ser capaces de obrar como verdaderos padres, porque ponemos por delante nuestros egocentrismos. Suponemos que el Malo es feliz con este declive de las palabras, especialmente porque son las categorías medulares de la Salvación: Nosotros necesitamos entender que Dios es Amor, pero si la palabra “amor” ya no nombra lo que Él es ¿qué hacemos? Y si nuestra fe ha remarcado que Dios es Padre, ¿qué entenderemos por Padre si el papá se va por otro lado abandonando a su prole y dejándola librada al azar? No ha sido menos mala la suerte de la palabra hermano, cuando hemos perdido la tolerancia para sobrellevar la fraternidad y hemos abandonado todo esfuerzo por apoyarnos como verdaderos hermanos y más bien nos hemos acomodado a conductas francamente cainescas. Y, “hermano” es otra categoría fundamental para hablar de la Comunidad Eclesial, nos cuesta ejercer la fraternidad en la comunidad familiar, pues al hacerla extensiva a la Comunidad de la Fe la palabra queda desvaída y francamente raída, para decirlo con brevedad: ¡no sabemos ser hermanos!

 

La evangelización tiene que llegar hasta allá, y ser capaz de ir aún más lejos: Hay que recobrar esos significados, hay que deseducar en el egoísmo y aprender a caminar por las rutas del desprendimiento, de la generosidad, del servicio. Tenemos que comprender que la fe está hecha de esas materias: de saber amar, de reconocer en Dios a un Padre y   de ser capaces de reconocer en cada prójimo a un hermano. Y, el siguiente paso será llevarlos siempre en mente, para aplicarlos a todo momento y en toda circunstancia.

 

En una tercera señal caminera leemos: ¡No nos quedemos cortos no haciendo el mal porque el cristiano se caracteriza por hacer el bien! Cuando alguien cae se torna, aun sin quererlo en un Caín –figura del pecado contra nuestro hermanos- esa persona necesita ser “rescatada”, tenemos que volverla a adquirir para la Salud. Eso es lo que nos reclama Jesús, llamarle la atención, invitarlo a volver, ganarlo. El verbo griego en el evangelio es ἐκέρδησας conjugación de κερδαίνω adquirir. Ahí conecta con Caín [Qayin] este nombre etimológicamente significa “me he adquirido” como nos lo explica Gn 4,1 por boca de Eva: “Gracias a Yavé me he adquirido un hijo”. Así, por nuestra naturaleza pecadora estamos inclinados a fallar pero gracias a Yavé, Sólo Misericordia, estamos previstos a ser re-adquiridos, no a quedarnos perdidos. Dios nos ha marcado en la frente, con la señal de la Cruz, en el bautismo, señal ya vaticinada en Gn 4, 15d, para impedir que nos maten, porque el Mismo Dios nos preserva pese a haber caído. Pero, no nos contentemos con no castigar matando, comprometámonos a rescatar, a re-adquirir. Inclusive si alguien nos fuerza a excomunicar, será un recurso extremo en procura de su redención. Como un clamor de campana que gritara: “Te has hecho el sordo a la corrección, ahora tocamos la campana de la excomunión para que no puedas pretextar que no oíste, que no te diste cuenta de nuestro llamado clamoroso a volver por el buen camino”.

 

Leamos, además, otra seña vial que nos advierte contra la actitud sectaria que aglutina comités, cortes, tribunales, y que bajo el expediente de la defensa de la “doctrina” condena con el satánico esfuerzo de inocular la división. Ay de los que atentan contra la unidad, la que quería Jesús, sólida y firme como la que se da entre el Padre y el Hijo. A ellos los honra su fortísimo deseo de preservar la ortodoxia; los degrada el incurrir –quizá involuntariamente- en el fanatismo. La Iglesia está llamada a preservar lo tradicional pero, también está obligada a un constante aggiornamento, eso sí, sin desviarse ni un ápice de la Verdad de Jesucristo. Mantener la indisoluble unidad de esta moneda: la cara (la tradición apostólica) y el sello (la necesidad histórica de abrir la ventana y dejar que el Espíritu Santo sople con los vientos de la actualización; la Iglesia para ser fiel a Jesucristo no puede oler a moho). «La Iglesia asiste en nuestros días a una grave crisis de la humanidad, que traerá consigo profundas mutaciones. Un orden nuevo se está gestando, y la Iglesia tiene ante sí misiones inmensas, como en las épocas más trágicas de la historia. Porque lo que se exige hoy de la Iglesia es que infunda en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio. La humanidad alardea de sus recientes conquistas en el campo científico y técnico, pero sufre también las consecuencias de un orden temporal que algunos han querido organizar prescindiendo de Dios. Por esto, el progreso espiritual del hombre contemporáneo no ha seguido los pasos del progreso material. De aquí surgen la indiferencia por los bienes inmortales, el afán desordenado por los placeres de la tierra, que el progreso técnico pone con tanta facilidad al alcance de todos, y, por último, un hecho completamente nuevo y desconcertante, cual es la existencia de un ateísmo militante, que ha invadido ya a muchos pueblos.»[4] En medio de ese marasmo navega la Iglesia, nuestra nave, en la que vamos juntos. No podemos callar ni –mucho menos- ignorar.





Con estos peldaños teologales firmes, respetando estas señales camineras, congregados como verdaderos hermanos de Jesús; Papa Francisco citaba a San Alberto Hurtado para clarificar estas responsabilidades, esta mayordomía: «Serán, pues, métodos falsos todos lo que sean impuestos por uniformidad; todos los que pretendan dirigirnos a Dios haciéndonos olvidar de nuestros hermanos; todos los que nos hagan cerrar los ojos sobre el universo, en lugar de enseñarnos a abrirlos para elevar todo al Creador de todo ser; todos los que nos hagan egoístas y nos replieguen sobre nosotros mismos». Y, añadía: “El Pueblo de Dios no espera ni necesita de nosotros superhéroes, espera pastores, hombres y mujeres consagrados, que sepan de compasión, que sepan tender una mano, que sepan detenerse ante el caído y, al igual que Jesús, ayuden a salir de ese círculo de «masticar» la desolación que envenena el alma”[5].



[1] Le Poittevin, P. Charpentier, Etienne. EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO. Ed. Verbo Divino Estella-Navarra 1999. p. 54 Citando a E. Cothenet. SAINTETÉ DE L´EGLISE ET PECHÉS DES CHRÉTIENS: Nouvelle Revue Theologique 1974 p. 469

[2] JUAN PABLO II AUDIENCIA GENERAL Miércoles 24 de junio de 1992

[3] Mesters, Carlos CARTA A LOS ROMANOS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1999. p. 62.

[4] JUAN XXIII.  CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA HUMANAE SALUTIS.

[5] DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO. ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS/AS, CONSAGRADOS/AS Y SEMINARISTAS.  Catedral de Santiago, Martes, 16 de enero 2018.