domingo, 13 de octubre de 2024

Lunes de la Vigésimo Octava Semana del Tiempo Ordinario



Gl 4, 22-24. 26-27. 31-5,1

Para la libertad nos ha liberado Cristo

En relación con Dios, somos perfectamente libres, porque Dios, que no está dominado por nada, ni busca dominar, no tiene que defender su libertad dominando.

Dumitru Staniloaë

 

«… el “consenso universal”, fruto del discernimiento, nace de la escucha de todos. Vale la pena reiterar lo que dijo el Santo Padre en el 50º aniversario de la institución del Sínodo: «una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha», en la que todos – el pueblo santo de Dios, el Colegio Episcopal, el Obispo de Roma – están llamados a escucharse unos a otros para escuchar lo que el Espíritu dice a las Iglesias. Para garantizar que esta escucha sea de todos y siempre involucre a todos – es decir, a la Iglesia – hemos implementado el principio de restitución. Siempre, en cada paso que fijaba en un texto el discernimiento eclesial en curso, hemos restituido a las Iglesias el fruto de la escucha».

 

En una interpretación superficial de la perícopa que hoy nos ocupa, uno diría: Los que pertenecen a la descendencia de la libre, es decir, de Sara-la-esposa-libre-de-Abrahán, serían los libres. Por otro lado, los que descienden de la esclava -Agar- serían los esclavos. De Agar descienden los paganos, entonces, los paganos serían los que tendrían que estar atrapados en la Ley. El hijo de Agar (Ismael) era, según la carne; el hijo de Sara -en cambio- era el hijo-de-la-promesa.

 

Pero Pablo, siguiendo un estilo rabínico, emparentado con la Mishná oral, con un enfoque ἀλληγορούμενα [alegoroumena] “alegórico”, dice (4,24): “Las dos mujeres representan dos Alianzas”; siguiendo nuestra manera de hablar, hoy día, diríamos Viejo y Nuevo Testamento. La manera alegórica de hablar, lleva en primer término, a una analogía entre libre y esclava, Viejo y Nuevo Testamento; la esposa libre de Abrahán-vs-la concubina/esclava; los que descendían de la libre eran libres, los que descendían de la esclava, eran esclavos. Pero el Tárgum paulino, o sea, la manera específica de interpretar que usa San Pablo tiene otro cause distinto.

 

San Pablo introduce otro eje hermenéutico, el de “la Jerusalén de Arriba”. San Pablo toma en cuenta que la Ley fue entregada en el Sinaí, pero, el Sinaí no está en territorio israelita, sino en territorio árabe, o sea que la Ley lleva a la esclavitud de los que se adhieren a la Ley; pero los que se adhieren a la Nueva Alianza, la de Jesucristo, esos dependen de la Libre, porque en la nueva Alianza no se toma en cuenta la descendencia genética, sino que la Nueva Jerusalén se cuida también de los “gentiles” con la única exigencia de ser discípulos de la Nueva Alianza en Jesucristo: Rey incuestionable de la Jerusalén de Arriba.

 

Llegamos de este modo a la conclusión que se impone desde la perspectiva esclava/libre, y, en simetría, la oposición Jerusalén de aquí - abajo/ Jerusalén de Arriba.

 

La Jerusalén de arriba siempre será la libre, porque es la que sigue el hilo de la Alianza, que atraviesa desde Abrahán hasta Jesús, tomando en cuenta que Abrahán tampoco era israelita, sino que venía de Ur de Caldea, o sea, era externo a la Israel geográfica, como los Gálatas, ahora, son también externos a la progenie de Abrahán/Sara. Pese a lo cual, San Pablo declara: “Así pues, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la libre”.

 

Lo que no quiere decir que los judíos, o los paganos, o -en este caso- los gálatas, sean libres y ya; sino que se requiere un esforzarse, una perseverancia en la pertenencia a esta nueva Alianza construida por referencia con la Jerusalén de Arriba; hay que rechazar que vuelvan a ser encerrados en la jaula de las “tradiciones judías”, como pretendían los judaizantes que querían forzarlos a regresar a los temas de la “dieta pura”, la “circuncisión” y el “ritualismo” que promovía el judaísmo. Con esta advertencia final, concluye San Pablo la perícopa: “στήκετε [stequete] «Manténgase, pues, firmes”, y no dejen que vuelvan a someterlos al ζυγῷ δουλείας [zugo douleia] yugo de esclavitud”.

 

Cuando el ser humano se aferra empecinadamente en el “legalismo”, lo que consigue es caer en la esclavitud; y, precisamente es contra eso que nos previene aquí San Pablo; él se dirigía a los Gálatas para señalares el gran riesgo de perder la libertad conquistada si accedían a abandonar el kerigma que el propio Pablo les había entregado; las enseñanzas recibidas en su “primer amor” en la fe; y venían a sucumbir ante la imposición de estos “yugos” tradicionales en el judaísmo, pero que de hecho, -y esto es lo que se da en la Iglesia naciente- la revocatoria del legalismo, en favor de la libertad que nos ha traído Jesucristo.

 


En todo este co-texto, cuando se habla de la “promesa”, el asunto en cuestión es la Jerusalén de Arriba, que desde antiguo se tenía afirmada como heredad traída por el Mesías = Cristo. Y la heredad no es genética, sino espiritual.

 

Cuándo Isaac se salvó de ser sacrificado, quedó garantizada esta promesa: los que eran desesperadamente ajenos a la libertad, fueron adoptados y herederos, y para disfrutar de esa resurrección que consiste en no ser “llevados” a la muerte, sino ser exceptuados de ella por la muerte del “Cordero Vicario”: Jesús, que nos sustituyó en el Sacrificio, en el Altar de la Cruz. Sus cuernos estaban allí, trabados con las ramas, para que nos sustituyera vicarialmente, a nosotros los que merecíamos morir. El Cordero-Vicario era total y completamente inocente, no tenía por qué morir.

 

Nótese que este salto se ha producido “alegóricamente” por el salto “lógico” que da San Pablo. En ese sentido se puede hablar de dos clases de alegoría, una “alegoría propiamente tal”; y, otra “alegoría histórica”, porque se remite a un hecho que tiene un sustrato histórico, y al que se le da una lectura y un tratamiento especial.

 

Vale la pena enfatizar, que esta exención de la ley no se da para que podamos “pararnos de cabeza” y pretender que estamos por fuera del alcance de la moral. Esto es lo que quiere decir “mantenerse firme”, que no es sólo no dejarse llevar a la tendencia judaizante sino, vivir coherente en la Ley Única del Amor. Tomando siempre en cuenta que el cristiano es por definición “libre”. La libertad estriba en poder ser capaz y entregado a todo lo que lleva a la auto-realización en la plenitud del bien. Vida en el esplendor de la Justicia Divina. Vida en la libertad de los “hijos de Dios”.

 

Sal 113(112), 1b-2. 3-4. 5a y 6-7

Tres estrofas forman la parte del Salmo que se proclama hoy. Se trata de un himno. Este himno alaba una generosidad desconcertante de Dios.

 

Pensemos por un momento en una droga, al alcance de la gente de escasos recursos, que una “Entidad” lanza al mercado precisamente para socorrer a quienes en otro caso no tendrían ninguna opción de allegarla.

 

Hablaríamos quizás de una “opción preferencial”. Un tratamiento “providencial” destinado a pacientes de bajos recursos. Se trataría de un “laboratorio” que piensa y se preocupa de los que carecen de recursos. Quizás un especulador censuraría: “Qué perdida de oportunidad: Un gran margen de ganancia despilfarrado”.

 

Si miramos lo que San Pablo nos plantea en la perícopa de la carta a los gálatas, podríamos hasta llegar a preguntarnos con extrañeza: ¿por qué ese afán de apadrinar a los “gentiles”, ¿por qué no concentrarse en los “hijos de la libre”?

 

El salmo nos trae la respuesta: ¡El Señor se eleva sobre todos los pueblos! Él no empieza recortando el mercado y haciéndolo exclusividad de los de mayor poder adquisitivo. No busca enriquecerse. Busca lo mismo que nos está enseñando, que llevemos el Bien, hasta el último rincón.

 

¿Quién es como Dios, que opera desde la kénosis? En vez de alejarse, de poner barreras, de contratar guardaespaldas, de poner barricadas; Él lo que hace es darse, entregarse, ponerse en nuestras manos, tener las puertas abiertas de día y de noche, atender su “negocio” 24 X 7, y nunca encarecer, por el contrario, siempre abaratar.

 

¡Y, se desvela por el que está más caído, por el más necesitado!

 

Entonces, ¿por qué -sin embargo- hay tanto dolor en la tierra? ¡Porque si Él lo suprimiera, no tendríamos ninguna oportunidad de ser como Él!

 

Cuando vemos este cuadro, así, de conjunto, ¿qué podemos comentar? Lo único que podemos hacer es cantar un himno: ¡Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre!

 

Lc 11, 29-32



En esta perícopa del Evangelio vamos a atacar otra “alegoría histórica”: se tomarán como referentes a Jonás y a la Reina del Sur. Se trata de hacer una exegesis particular de estas dos figuras-tipo para realzar y justipreciar que Jesús es el Mesías = Cristo. ¡Jesucristo es “Uno que es más”!

 

Cuando aquí se dice γενεά [genea] “generación”, podemos entenderlo como “esta raza de hombres”, es un uso metafórico de la palabra, todos los que viven en esta época, que estáis escuchando y toda vuestra prosapia”, es una manera de generalizar, ninguno queda exceptuado. ¿Cómo somos? Πονηρά [ponera] ¡Perversos!, esta palabra subraya el “dolor que genera el mal que se hace”.

 

Esta generación ha sido “generada” en la fe, para que su “comunión” forme un tapiz de religiosidad. Pero, para eso se necesita que cada quien se sienta parte del tapiz; de otra manera se quedaran exigiendo prodigios, pidiendo demostraciones, reclamando “milagros” pero ellos no alcanzan este nivel de respuesta, se conforman con pedir “milagros”, que, si los complacen, aplauden, dan la espalda y se van tan orondos.

 

Y ¿qué denuncia Jesús de “esta generación”? Que pedimos σημεῖον [semeion] “un signo”. Reclamar un signo es una manera de dudar, está en contravía de la fe, la fe no reclama “demostración”. La fe rebosa confianza, seguridad, certeza. A la fe no se le ocurre ni por casualidad pedir que le deje meter el dedo en el costado.

 

Lo que es irónicamente-doloroso, es que so capa de su pertenencia al “club de fans” (porque eso no alcanza a ser religiosidad), se creen con derecho de cercarlo, en un rincón, y pedirle demostraciones. Como a mago de feria, y si el truco no me complace, exijo el re-embolso de mi dinero. ¡Porque a mí no me van a estafar!

 


Jonás fue “signo” porque detonó -así fuera a regañadientes- un proceso de conversión en Nínive. Todos se dejaron tocar, no por algún prodigio, sino por el mismísimo mensaje de Dios, que su profeta les comunicaba: עֹ֚וד אַרְבָּעִ֣ים יֹ֔ום וְנִֽינְוֵ֖ה נֶהְפָּֽכֶת [aud arbaim yaun weninive nepaket] “De aquí a cuarenta días, Nínive será destruida”. Se trata de lo menos espectacular del mundo, una frase de cinco palabras, eso era todo. Es un signo extraordinariamente lacónico, seguramente este “mago” no recibió aplausos, pero cumplió; lo hizo de muy mala gana porque él consideraba que Nínive merecía el “castigo” y sudaba ira, porque en el fondo, ya sabía que Dios es Misericordioso, que los iba a perdonar, y que él, Jonás, quedaría como un tonto.

 

La fe es -en realidad de verdad- la capacidad de Escucha: Los ninivitas supieron oír, supieron identificar en la voz de Jonás la Palabra de Dios. Aquella profecía de Jonás, era, para Nínive el “kerigma”. La palabra “kerigma”, es una voz técnica, que significa “mensaje de Dios que nos deja ver que Dios actúa, que Él hace promesas, y de ahí se desprende la certeza de que tales promesas se verificaran. Le fe consiste pues en escuchar el kerigma, saber que es Palabra de Dios y que lo que Dios dice está garantizado.

 

Ahora, velozmente, miremos a la Reina de שְׁבָא [Shiva] “territorio del Sur-oeste de Arabia”, ojo, también ella era una “pagana”; ¿qué vino a hacer? ¿Venía a ver algún mausoleo, una gigantesca estatua? ¿quizás venía para complacerse viendo un palacio maravilloso?; de acuerdo a lo que nos explica San Pablo hoy, en esta perícopa de la Carta a los Gálatas, vino para ἀκοῦσαι [akousai] “escuchar” la “Sabiduría de Salomón”.

 

En síntesis, la cuestión de la fe no es la de ver espectacularidades, sino la de tener un oído sutil, capaz de discernir el “kerigma”, y ser fieles a él, permanecer firmes en el “primer amor”.

 

Mencionamos lo que dijo el Cardenal católico maltés que ocupa el cargo de Secretario general del Sínodo de los Obispos en la Primera Congregación General de la segunda sesión del Sínodo de la Sinodalidad: «El discernimiento eclesial puede ser un desafío y un ejemplo para cualquier tipo de asamblea que deba encontrar en la escucha mutua de sus miembros la regla de oro para la búsqueda de la verdad y el bien común. Sin olvidar que el discernimiento es un "puente" a través del cual creyentes y no creyentes pueden escucharse y comprenderse utilizando una gramática común» (Palabras del Cardenal Mario Grech).

 

El sínodo de la sinodalidad nos llama a la “escucha”, y nos conmina para que, entre los verbos de la eclesialidad, “escuchar” esté entre los principales. ¡Que sea la llave maestra para poder andar juntos!

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