Gl
4, 22-24. 26-27. 31-5,1
Para la libertad nos ha liberado Cristo
En relación con Dios,
somos perfectamente libres, porque Dios, que no está dominado por nada, ni
busca dominar, no tiene que defender su libertad dominando.
Dumitru Staniloaë
«…
el “consenso universal”, fruto del discernimiento, nace de la escucha de todos.
Vale la pena reiterar lo que dijo el Santo Padre en el 50º aniversario de la
institución del Sínodo: «una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha», en la
que todos – el pueblo santo de Dios, el Colegio Episcopal, el Obispo de Roma –
están llamados a escucharse unos a otros para escuchar lo que el Espíritu dice
a las Iglesias. Para garantizar que esta escucha sea de todos y siempre
involucre a todos – es decir, a la Iglesia – hemos implementado el principio de
restitución. Siempre, en cada paso que fijaba en un texto el discernimiento
eclesial en curso, hemos restituido a las Iglesias el fruto de la escucha».
En
una interpretación superficial de la perícopa que hoy nos ocupa, uno diría: Los
que pertenecen a la descendencia de la libre, es decir, de
Sara-la-esposa-libre-de-Abrahán, serían los libres. Por otro lado, los que
descienden de la esclava -Agar- serían los esclavos. De Agar descienden los
paganos, entonces, los paganos serían los que tendrían que estar atrapados en
la Ley. El hijo de Agar (Ismael) era, según la carne; el hijo de Sara -en
cambio- era el hijo-de-la-promesa.
Pero
Pablo, siguiendo un estilo rabínico, emparentado con la Mishná oral, con un
enfoque ἀλληγορούμενα
[alegoroumena] “alegórico”,
dice (4,24): “Las dos mujeres representan dos Alianzas”; siguiendo nuestra
manera de hablar, hoy día, diríamos Viejo y Nuevo Testamento. La manera
alegórica de hablar, lleva en primer término, a una analogía entre libre y
esclava, Viejo y Nuevo Testamento; la esposa libre de Abrahán-vs-la
concubina/esclava; los que descendían de la libre eran libres, los que
descendían de la esclava, eran esclavos. Pero el Tárgum paulino, o sea, la
manera específica de interpretar que usa San Pablo tiene otro cause distinto.
San
Pablo introduce otro eje hermenéutico, el de “la Jerusalén de Arriba”.
San Pablo toma en cuenta que la Ley fue entregada en el Sinaí, pero, el Sinaí
no está en territorio israelita, sino en territorio árabe, o sea que la Ley
lleva a la esclavitud de los que se adhieren a la Ley; pero los que se adhieren
a la Nueva Alianza, la de Jesucristo, esos dependen de la Libre, porque en la
nueva Alianza no se toma en cuenta la descendencia genética, sino que la Nueva
Jerusalén se cuida también de los “gentiles” con la única exigencia de ser
discípulos de la Nueva Alianza en Jesucristo: Rey incuestionable de la
Jerusalén de Arriba.
Llegamos
de este modo a la conclusión que se impone desde la perspectiva esclava/libre, y,
en simetría, la oposición Jerusalén de aquí - abajo/ Jerusalén de Arriba.
La
Jerusalén de arriba siempre será la libre, porque es la que sigue el hilo de la
Alianza, que atraviesa desde Abrahán hasta Jesús, tomando en cuenta que Abrahán
tampoco era israelita, sino que venía de Ur de Caldea, o sea, era externo a la
Israel geográfica, como los Gálatas, ahora, son también externos a la progenie
de Abrahán/Sara. Pese a lo cual, San Pablo declara: “Así pues, hermanos, no
somos hijos de la esclava, sino de la libre”.
Lo
que no quiere decir que los judíos, o los paganos, o -en este caso- los
gálatas, sean libres y ya; sino que se requiere un esforzarse, una
perseverancia en la pertenencia a esta nueva Alianza construida por referencia
con la Jerusalén de Arriba; hay que rechazar que vuelvan a ser encerrados en la
jaula de las “tradiciones judías”, como pretendían los judaizantes que querían
forzarlos a regresar a los temas de la “dieta pura”, la “circuncisión” y el
“ritualismo” que promovía el judaísmo. Con esta advertencia final, concluye San
Pablo la perícopa: “στήκετε [stequete]
«Manténgase, pues, firmes”, y no dejen que vuelvan a someterlos al ζυγῷ δουλείας [zugo douleia] “yugo de esclavitud”.
Cuando
el ser humano se aferra empecinadamente en el “legalismo”, lo que consigue es
caer en la esclavitud; y, precisamente es contra eso que nos previene aquí San
Pablo; él se dirigía a los Gálatas para señalares el gran riesgo de perder la
libertad conquistada si accedían a abandonar el kerigma que el propio Pablo les
había entregado; las enseñanzas recibidas en su “primer amor” en la fe; y
venían a sucumbir ante la imposición de estos “yugos” tradicionales en el
judaísmo, pero que de hecho, -y esto es lo que se da en la Iglesia naciente- la
revocatoria del legalismo, en favor de la libertad que nos ha traído
Jesucristo.
En
todo este co-texto, cuando se habla de la “promesa”, el asunto en cuestión es
la Jerusalén de Arriba, que desde antiguo se tenía afirmada como heredad traída
por el Mesías = Cristo. Y la heredad no es genética, sino espiritual.
Cuándo
Isaac se salvó de ser sacrificado, quedó garantizada esta promesa: los que eran
desesperadamente ajenos a la libertad, fueron adoptados y herederos, y para
disfrutar de esa resurrección que consiste en no ser “llevados” a la muerte,
sino ser exceptuados de ella por la muerte del “Cordero Vicario”: Jesús, que
nos sustituyó en el Sacrificio, en el Altar de la Cruz. Sus cuernos estaban
allí, trabados con las ramas, para que nos sustituyera vicarialmente, a
nosotros los que merecíamos morir. El Cordero-Vicario era total y completamente
inocente, no tenía por qué morir.
Nótese
que este salto se ha producido “alegóricamente” por el salto “lógico” que da
San Pablo. En ese sentido se puede hablar de dos clases de alegoría, una “alegoría
propiamente tal”; y, otra “alegoría histórica”, porque se remite a un hecho que
tiene un sustrato histórico, y al que se le da una lectura y un tratamiento
especial.
Vale
la pena enfatizar, que esta exención de la ley no se da para que podamos
“pararnos de cabeza” y pretender que estamos por fuera del alcance de la moral.
Esto es lo que quiere decir “mantenerse firme”, que no es sólo no dejarse
llevar a la tendencia judaizante sino, vivir coherente en la Ley Única del
Amor. Tomando siempre en cuenta que el cristiano es por definición “libre”. La
libertad estriba en poder ser capaz y entregado a todo lo que lleva a la
auto-realización en la plenitud del bien. Vida en el esplendor de la Justicia
Divina. Vida en la libertad de los “hijos de Dios”.
Sal
113(112), 1b-2. 3-4. 5a y 6-7
Tres
estrofas forman la parte del Salmo que se proclama hoy. Se trata de un himno.
Este himno alaba una generosidad desconcertante de Dios.
Pensemos
por un momento en una droga, al alcance de la gente de escasos recursos, que
una “Entidad” lanza al mercado precisamente para socorrer a quienes en otro
caso no tendrían ninguna opción de allegarla.
Hablaríamos
quizás de una “opción preferencial”. Un tratamiento “providencial” destinado a
pacientes de bajos recursos. Se trataría de un “laboratorio” que piensa y se
preocupa de los que carecen de recursos. Quizás un especulador censuraría: “Qué
perdida de oportunidad: Un gran margen de ganancia despilfarrado”.
Si
miramos lo que San Pablo nos plantea en la perícopa de la carta a los gálatas,
podríamos hasta llegar a preguntarnos con extrañeza: ¿por qué ese afán de
apadrinar a los “gentiles”, ¿por qué no concentrarse en los “hijos de la
libre”?
El
salmo nos trae la respuesta: ¡El Señor se eleva sobre todos los pueblos! Él no
empieza recortando el mercado y haciéndolo exclusividad de los de mayor poder
adquisitivo. No busca enriquecerse. Busca lo mismo que nos está enseñando, que
llevemos el Bien, hasta el último rincón.
¿Quién
es como Dios, que opera desde la kénosis? En vez de alejarse, de poner barreras,
de contratar guardaespaldas, de poner barricadas; Él lo que hace es darse,
entregarse, ponerse en nuestras manos, tener las puertas abiertas de día y de
noche, atender su “negocio” 24 X 7, y nunca encarecer, por el contrario,
siempre abaratar.
¡Y,
se desvela por el que está más caído, por el más necesitado!
Entonces,
¿por qué -sin embargo- hay tanto dolor en la tierra? ¡Porque si Él lo
suprimiera, no tendríamos ninguna oportunidad de ser como Él!
Cuando
vemos este cuadro, así, de conjunto, ¿qué podemos comentar? Lo único que
podemos hacer es cantar un himno: ¡Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por
siempre!
Lc
11, 29-32
En
esta perícopa del Evangelio vamos a atacar otra “alegoría histórica”: se
tomarán como referentes a Jonás y a la Reina del Sur. Se trata de hacer una
exegesis particular de estas dos figuras-tipo para realzar y justipreciar que
Jesús es el Mesías = Cristo. ¡Jesucristo es “Uno que es más”!
Cuando
aquí se dice γενεά [genea] “generación”, podemos
entenderlo como “esta raza de hombres”, es un uso metafórico de la palabra, todos
los que viven en esta época, que estáis escuchando y toda vuestra prosapia”, es
una manera de generalizar, ninguno queda exceptuado. ¿Cómo somos? Πονηρά [ponera] ¡Perversos!, esta palabra
subraya el “dolor que genera el mal que se hace”.
Esta
generación ha sido “generada” en la fe, para que su “comunión” forme un tapiz
de religiosidad. Pero, para eso se necesita que cada quien se sienta parte del
tapiz; de otra manera se quedaran exigiendo prodigios, pidiendo demostraciones,
reclamando “milagros” pero ellos no alcanzan este nivel de respuesta, se
conforman con pedir “milagros”, que, si los complacen, aplauden, dan la espalda
y se van tan orondos.
Y ¿qué denuncia Jesús de “esta generación”? Que pedimos
σημεῖον
[semeion]
“un signo”. Reclamar un signo es una manera de dudar, está en contravía de la
fe, la fe no reclama “demostración”. La fe rebosa confianza, seguridad,
certeza. A la fe no se le ocurre ni por casualidad pedir que le deje meter el
dedo en el costado.
Lo que es irónicamente-doloroso, es que so capa de su
pertenencia al “club de fans” (porque eso no alcanza a ser religiosidad), se
creen con derecho de cercarlo, en un rincón, y pedirle demostraciones. Como a
mago de feria, y si el truco no me complace, exijo el re-embolso de mi dinero.
¡Porque a mí no me van a estafar!
Jonás fue “signo” porque detonó -así fuera a
regañadientes- un proceso de conversión en Nínive. Todos se dejaron tocar, no
por algún prodigio, sino por el mismísimo mensaje de Dios, que su profeta les
comunicaba: עֹ֚וד אַרְבָּעִ֣ים יֹ֔ום וְנִֽינְוֵ֖ה נֶהְפָּֽכֶת [aud arbaim yaun weninive nepaket] “De aquí a cuarenta días, Nínive será
destruida”. Se trata de lo menos espectacular del mundo, una frase de cinco
palabras, eso era todo. Es un signo extraordinariamente lacónico, seguramente
este “mago” no recibió aplausos, pero cumplió; lo hizo de muy mala gana porque
él consideraba que Nínive merecía el “castigo” y sudaba ira, porque en el
fondo, ya sabía que Dios es Misericordioso, que los iba a perdonar, y que él,
Jonás, quedaría como un tonto.
La fe es -en realidad de verdad- la capacidad de Escucha: Los
ninivitas supieron oír, supieron identificar en la voz de Jonás la Palabra de
Dios. Aquella profecía de Jonás, era, para Nínive el “kerigma”. La palabra
“kerigma”, es una voz técnica, que significa “mensaje de Dios que nos deja ver
que Dios actúa, que Él hace promesas, y de ahí se desprende la certeza de que
tales promesas se verificaran. Le fe consiste pues en escuchar el kerigma, saber
que es Palabra de Dios y que lo que Dios dice está garantizado.
Ahora, velozmente, miremos a la Reina de שְׁבָא [Shiva] “territorio del Sur-oeste de Arabia”, ojo, también ella era
una “pagana”; ¿qué vino a hacer? ¿Venía a ver algún mausoleo, una gigantesca
estatua? ¿quizás venía para complacerse viendo un palacio maravilloso?; de
acuerdo a lo que nos explica San Pablo hoy, en esta perícopa de la Carta a los
Gálatas, vino para ἀκοῦσαι [akousai] “escuchar”
la “Sabiduría de Salomón”.
En síntesis, la cuestión de la fe no es la de ver
espectacularidades, sino la de tener un oído sutil, capaz de discernir el
“kerigma”, y ser fieles a él, permanecer firmes en el “primer amor”.
Mencionamos
lo que dijo el Cardenal católico maltés que ocupa el cargo de Secretario
general del Sínodo de los Obispos en la Primera Congregación General de la
segunda sesión del Sínodo de la Sinodalidad: «El discernimiento eclesial puede
ser un desafío y un ejemplo para cualquier tipo de asamblea que deba encontrar en
la escucha mutua de sus miembros la regla de oro para la búsqueda de la verdad
y el bien común. Sin olvidar que el discernimiento es un "puente"
a través del cual creyentes y no creyentes pueden escucharse y comprenderse
utilizando una gramática común» (Palabras del Cardenal Mario Grech).
El sínodo de la sinodalidad nos llama a la “escucha”, y nos
conmina para que, entre los verbos de la eclesialidad, “escuchar” esté entre
los principales. ¡Que sea la llave maestra para poder andar juntos!
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