sábado, 30 de enero de 2021

MADUREZ Y LIBERTAD

                 

Dt 18,15-20; Sal 94, 1.2.6-7.8-9; 1Cor 7,32-35; Mc 1,21-28

 

La obediencia no debe sacrificar o cercenar otros valores legítimos coherentes con él. Si la obediencia es verdaderamente un valor supone que no va a violar la libertad, la responsabilidad y la iniciativa.

Segundo Galilea.

 

En lo que va corrido de este año litúrgico hemos visto que Dios se revela, que se manifiesta, que descorre el velo que lo oculta. También hemos sido testigos de la llamada, de la convocatoria para asumir el discipulado, para seguirlo. Ahora, vamos a atender otra asignación que Dios puede entregar: personas que Él llama para la misión muy especial de prestarle los labios para ser la “lengua de Dios”. A quienes recibirán este carisma Él los designa, Él mismo los escoge, nadie puede -por buena voluntad, porque no se trata de un voluntarismo- prestarse a ese “servicio”, a menos que Él haya fijado su designio sobre ti.

 


Según nos informa Moisés en la Primera Lectura, Dios suscitará un profeta. O sea que, el profeta es un instrumento de Dios, su autoridad proviene de Dios, es Él mismo Quien lo elige, Quien lo instruye, Quien pone las palabras en su boca, Quien impide la tergiversación, de tal manera que el profeta no puede pronunciar en Nombre del Señor nada que Él no le haya mandado. El profeta no se elige a sí mismo ni es elegido por el pueblo. La cadena potestativa va de Dios al profeta y del profeta al pueblo. El pueblo está subordinado a la voz del profeta porque el profeta le está totalmente subordinado a Él. La autoridad del profeta le viene de Dios; es Dios quien reviste de autoridad al profeta.: “A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi Nombre, yo le pediré cuentas.” Dt 18, 19. La vocación conlleva el don de la autoridad.

 

A quien ha recibido la autoridad nosotros le debemos la obediencia. Es así como se articula el carisma a la comunidad. El profetismo no es un atributo para “acrecentarnos” en dignidad. Se recibe gratuitamente, para servir a la comunidad. El que viene en Nombre del Señor es llamado. Al llamado hay que escucharle. La escucha implica obediencia; esa obediencia está mandada por Dios, ha sido Dios Quien lo ha investido de la autoridad. Por lo tanto, hay una tensión-dinámica entre autoridad y obediencia.

 

El subordinado –necesita asumir la subordinación con “madurez”- se debe a la autoridad de Dios puesto que fue Él quien le participó su potestad. Y aquel que ha sido llamado a detentar la autoridad debe ser dócil, aún más, debe decir y obrar en total conformidad al Mensaje que se le entregue. Tiene ascendiente que significa mando y soberanía. El profeta para cumplir su misión y acceder a la docilidad requerida por el llamado, tendrá que alcanzar una clase de “equilibrio” que llamaremos madurez. La madurez articula libertad y obediencia. La madurez consiste en saber que no se es más, sino que se ha recibido una responsabilidad mayor.

 

No se escapa al Saber-Divino que existirán los desobedientes y por eso señala anticipadamente el castigo para ellos. El Señor sabe que habrá quienes no acaten la autoridad. El Salmo 94 precisamente toca el tema de Masá y Meribá, que simbolizan la geografía espiritual de la desconfianza y la altanería frente a Dios. Oremos el Salmo con Carlos Vallés diciendo: «Hazme dócil. Señor. Hazme entender, hazme aceptar, hazme creer. Hazme ver que la manera de llegar a tu descanso es confiar en Ti, fiarme en todo de Ti, poner mi vida entera en Tus Manos con despreocupación y alegría. Entonces podré vivir sin ansiedad y morir tranquilo en tus brazos para entrar en tu paz para siempre.»[1]

 


Nos sorprende que Marcos, en su Evangelio, nos dice que Jesús enseñaba pero no nos trasmite el contenido de sus enseñanzas. Por ejemplo, en este Domingo IV Ordinario del ciclo B, nos dice que “enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”, y pasa directamente a narrar el milagro de la expulsión del espíritu inmundo. Tenemos que entender que su enseñanza no era una cátedra doctrinal de preceptos, no era una enseñanza de tipo discursivo sino que debemos captar la enseñanza en la actuación milagrosa, en las acciones de Jesús. «Cuál es la acción del espíritu malo…Poseer al hombre y hablar a través de él. Es decir: no dejarlo actuar libremente; lo toma por entero, haciendo que no piense ni actúe por sí mismo… el espíritu malo aliena al hombre al no permitirle que sea libre y consciente de sus actos.»[2] ¿Qué es lo que vemos hacer a Jesús? ¿Cuál es la acción de Jesús? Lo vemos hacer uso de su autoridad. Al espíritu inmundo no le cabe más que obedecer y salir de su víctima. El endemoniado ha sido liberado. La Autoridad máxima lo ha exorcizado. Autoridad tiene por raíz augere que significa hacer crecer, fomentar, hacer progresar, promover. Liberar, es ejercicio de autoridad, «la práctica concreta de liberación, hace que el hombre adquiera conciencia y libertad de hablar por sí mismo»[3]. Jesús nos enseña –ni más ni menos que esto: Su enseñanza es para que seamos libertadores, para que auxiliemos al hermana/hermano en el proceso de alcanzar su plenitud.

 

En el verso 27 se confirma que esa es la enseñanza, que esa es la doctrina que Jesús enseña: Que Jesús tiene la autoridad suficiente para gobernar los espíritus inmundos y a estos les toca respetarlo y obedecerle. El Evangelio de San Marcos en este punto (Cap 1, v. 27b) nos hace caer en la cuenta que esta es una διδαχὴ καινή Nueva Doctrina, (una Buena Nueva) la de un Hombre que Dios ha revestido de autoridad para dominar “hasta a los espíritus inmundos”. La enseñanza está en percibir al hombre de una manera distinta, amado por Dios, de Quien recibe autoridad, Quien lo dota de facultades y potestades para que el otro se libere, para que podamos ayudar, para que el otro crezca (y también crezca él mismo).

 

La Segunda Lectura toca el tema de la autoridad y la obediencia respecto de los consagrados -puestos aparte para poder vivir constantemente y sin distracciones (de forma digna y asidua)  en presencia del Señor 1Cor 7, 35b- y se refiere –indirectamente- al celibato puesto que, quien está casado está dividido entre su dedicación al servicio del Señor y las atenciones y cuidados de su cónyuge. El celibato de los consagrados no es un capricho clerical, es una opción de entrega y disponibilidad total.

 


«La persona madura, libre, conoce sus posibilidades y sus  límites. Es realista consigo misma, vive en la verdad, sabe qué puede hacer y qué no puede hacer… Es signo de madurez y libertad, igualmente, la capacidad de renunciar a valores incompatibles con la vocación personal. Estamos renunciando permanentemente a valores incompatibles. Uno se comprometió, por ejemplo, al celibato en un momento de su vida. Pero esto implica renunciar al matrimonio, que es un valor. Hacer esto lucidamente, consciente, sin volver atrás, es un signo de madurez y libertad. El inmaduro, en cambio, quiere tener todos los valores al mismo tiempo.»[4]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Vallés. Carlos sj. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae Santander-España 1989 p. 183

[2] Balancin, Euclides M. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MARCOS ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. San Pablo Bogotá-Colombia. 2002. p. 32

[3] Ibid p. 33.

[4] Galilea, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1999 p. 99

 

sábado, 23 de enero de 2021

EXPRESAR UN VALOR ECUMÉNICO

 



Jon 3,1-5.10; Sal 24, 4-5ab. 6-7bc. 8-9; 1 Cor 7, 29-31; Mc 1, 14-20

 

Ser vocacionado es renunciar a algo por Alguien mejor, es decir un no a algo, por un si a Alguien, es tener una ocasión para optar por la mejor causa: Jesús y su Evangelio.

 

Emilio Mazariegos

 

La Biblia es el libro del pueblo del Señor que al escucharlo pasa de la dispersión y la división a la unidad. La Palabra de Dios une a los creyentes y los convierte en un solo pueblo.

Papa Francisco: APERUIT ILLIS

 

 




Papa Francisco nos ha convocado –a través de su Aperuit Illis (Carta Apóstolica en forma de Motu proprio)- instituyendo en la Fiesta de San Jerónimo, durante el año 2019, la celebración del Día de la Sagrada Escritura, a llevarse a cabo en el Tercer Domingo Ordinario de cada año litúrgico, en lo sucesivo, estimulándonos a trabajar para familiarizarnos con Ella. Hay un aspecto particular que debemos enfocar en esta fecha y es la relación entre la Lectura de la Palabra de Dios y la Liturgia. 
Aperuit illis significa en latín “Les abrió”, porque la carta inicia con la cita de Lc 24, 45 que dice: “Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”. Y, de verdad, Jesús Resucitado nos ha despertado y abierto un poderoso anhelo y la capacidad para entender su “Llamado”, su “Buena Nueva” y así poder evangelizar a otros y dar razones sólidas de nuestra fe. Una instancia fundamental de esta familiaridad se gesta en la Mesa de la Palabra, durante la Eucaristía, donde cada vez se nos brinda la oportunidad de acercarnos a otros textos Bíblicos y otorgándosenos con ello la oportunidad del crecimiento espiritual.

 

En esta tónica hay tres aspectos a tomar en cuenta.

.- No deberíamos llegar desapercibidos a la Eucaristía, sin saber de qué se van a tratar las Lecturas de esa Celebración. El ideal sería, poderlas leer, antes, cosa que ahora, gracias a la Internet es cada vez más fácil, pero también tenemos, no pocas publicaciones que nos permiten tener a la mano las correspondientes Lecturas y poderlas consultar por vía preparatoria.

.- Pasa con no escasa frecuencia- que durante las Lecturas y la Homilía, nos distraemos, conversando con los más cercanos, restando importancia a estos “Mensajes” que Dios mismo nos ha escrito con profundo Amor. A veces, preferimos gastar esos minutos chateando o mirando el e-mail.

.- Pero la otra circunstancia posible, es que después de las Lecturas, las dejemos en el cesto del olvido y dejen inmediatamente de resonar en nuestro ser, cuando debiera ser todo lo contrario, motivo de reflexión intensa y búsqueda de respuestas para nuestra existencia. Si existe el anhelo de oír a Dios, es por este conducto que Él nos está hablando siempre.

 

«Dedicar concretamente un domingo del Año litúrgico a la Palabra de Dios nos permite, sobre todo, hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable. En este sentido, me vienen a la memoria las enseñanzas de san Efrén: “¿Quién es capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrar su reflexión” (Comentarios sobre el Diatésaron, 1,18).»[1]

 

Pasemos ahora a reflexionar las Lecturas de este Tercer Domingo Ordinario del ciclo B.

 


A Jonás –en la Primera Lectura- se le apremia

cumplir la tarea de ser profeta –valga decir- predicar el mensaje que Dios le da,

prestar sus labios y sus fuerzas al anuncio.

Jesús, en cambio, asume de suyo la labor

                                                                       y se da a proclamar.

¡A Él no hay que pedirle ni mandarle, es su Razón de Vida!

Revelar el Evangelio de Dios.

 

Jonás más que ser portador de una “profecía”, viene a promulgar una “sentencia”: “Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida”. Pero sucede que todos ayunaron y se vistieron de sayal. En consecuencia, Dios “cambió de parecer y no les mandó el castigo que había determinado imponerles”. Estamos en presencia de un indultó, Dios vio que habían de ser castigados, que se lo habían buscado y el peso de la justicia los azotaría. Y, sin embargo, revoca la sentencia; al leer entre líneas nos encontramos ante un indulto que lo alegra, se siente como que Él no quería castigarlos y que su Voluntad era, precisamente, alcanzar su “conversión”. Eso es lo que denominamos Misericordia, Él, como bien lo sabemos es “lento a la cólera y rico en Clemencia”(Sal 103(102),8).

 

Vamos –juntando nuestro clamor al del Salmista-

para implorarle a Dios tres cosas:

Señor enséñame tus caminos,

instrúyenos en tus sendas,

haznos caminar con lealtad.

 

Esa lealtad consiste en proclamar,

en anunciar la Noticia magnífica,

¡Tu Noticia Señor!

Que sin desfallecer,

        -por ninguna razón-

desistamos de promulgar que

                                                la Noticia es que Tú eres la verdadera felicidad,

el Feliz Término

la Paz Completa.

¡La verdadera!

 

El salmo se enfoca en una doble polaridad que tejen su eje,:

1.    Ser leales

2.    Pedir perdón por las deslealtades.

Es la dialéctica fidelidad-perdón.

 

Se presenta la palabra “esquema” en la Primera Carta a los Corintios,

(en la Segunda Lectura),

y la encontramos entendida como “representación”

                                                                                  de este mundo

-refiriéndose a su “ser como lo vemos”-

porque esa apariencia –dice San Pablo- ya termina.

Sobrevendrá una metamorfosis:

La forma provisional dará paso a la definitiva.

 

Urge,

            porque el tiempo que le resta a lo efímero,

se acorta  a marcha veloz

la forma actual de la “realidad” ha caducado

apremia hacerse a odres nuevos.

Se requiere, pues, cambiar el modo de vivir,

vivir lo contrario de como venimos viviendo

obrar de una manera sorprendente

tal que seamos al revés de lo que somos por ahora.

En otras palabras, “convertirnos”.

 

Miremos, ahora, hacia el Evangelio:

Si un portavoz de cierta causa es prendido, lo corriente es que se silencie la causa y que otros simpatizantes por “precaución” se escondan. ¡Esta no es la situación del Evangelio! Al contrario, el evangelio de este III Domingo Ordinario (B), según San Marcos, nos informa que Jesús, después del encarcelamiento de Juan Bautista, –en vez de amilanarse y silenciarse o esconderse- da inicio a su “práctica”. Este suceso del apresamiento de San Juan Bautista parece indicarle a Jesús que su “tiempo es llegado” y gatilla el inicio de su carrera, de su vida pública, de su entrada en la escena histórica puesto que “Se ha cumplido el plazo” Mc 1, 15b.

 


El segundo detalle que nos da San Marcos es el marco espacial para este inicio: Galilea. Tierra de pobres, de gente sencilla -podríamos clasificar este territorio tomando prestadas dos categorías de la geopolítica y la sociología wallersteiniana- y decir que, Jesús no habla desde el centro sino que inicia su labor en la periferia. «… los evangelios no ofrecen una geografía objetiva y neutra. Su geografía es ante todo teológica: cada lugar y cada desplazamiento tienen un significado teológico. En Mc, Galilea se opone a Jerusalén.

 

La Galilea de las naciones o de los paganos, como se decía entonces, había conocido muchas invasiones, y la fe no era allí tan pura a los ojos de los responsables judíos; no podía salir de allí nada bueno, y mucho menos un profeta (cf. Jn 1, 46; 7,52). Pero Isaías (8,23) había anunciado que un día Dios se manifestaría allí a los paganos; por tanto, era también símbolo de esperanza y de apertura. Fue allí donde Jesús vivió, predicó y donde las gentes lo acogieron con entusiasmo. Es una región abierta: de allí Jesús va a los paganos, a Tiro y a Sidón (7, 24.31).»[2]

 

Que delicia que allí en San Marcos se nos presenta

lo que Jesús entrega como “Buena Noticia”:

Ante todo, que “se ha cumplido el plazo”, no es para mañana

¡es ya!

(directamente emparentado con lo que hemos visto en Primera de Corintios)

que “está cerca el Reinado de Dios”,

luego –en tercer lugar- nos llama a convertirnos,

y para cerrar esa Buena Nueva,

-el cuarto elemento-

        creer esa Noticia.

 


Lo que deslumbra, de salida, es la señal de partida:

No lo podemos postergar,

                                          hay que asumirlo,

darnos cuenta que “la hora es llegada”.

El tiempo oportuno está aquí: llegó el kairos

¡El fruto está maduro!

                                    ¡Es la hora del Reino!

Es la hora de la Plenitud

Y que la oportunidad está dada

                                               Esa es la Buena Nueva.

La hora feliz, la ocasión de la chisga, la oportunidad muy favorable.

¿La dejaremos pasar?

 

Para beneficiarnos de ella

necesitamos tener en la mirada la Luz de Cristo.

 

Volvamos al asunto del Πεπλήρωται ὁ καιρὸς “plazo cumplido”, llegada del “momento idóneo”, “ocasión perfecta”, la “plenitud de los tiempos”. ¿Tenemos conciencia de lo que esto significa? El Reino de Dios no tiene más dilación, ¡ahí está! Simple y sencillamente ¡ya llegó! Luego, la perícopa evangélica nos presenta como una suerte de pre-requisitos: μετανοεῖτε o sea “conversión” y πιστεύετε ἐν τῷ εὐαγγελίῳ “creer en la Buena Nueva”. Mc 1, 15cd. ¿Y, quién es la Buena Nueva? ¡Jesús es el Evangelio, Él es la Buena Noticia!

 

El tema de la conversión nos lleva a una precisión. Conversión no es alguna clase de pequeño cambio, ni una sumatoria de ellos. La conversión es un cambio rotundo; un quiebre de costumbres y hábitos, una modificación sustantiva de paradigma. Descrito en términos geométricos sería algo así como un giro de 180º. Se trata de un cambio de verdad, en serio, profundo. Se trata de desacomodarnos de vicios y defectos, de pecados y agresiones, una modificación conductual que nos lleve a estar comprometidos al 100% con la construcción del Reino. «… es una comprobación incontrovertible que los cristianos normalmente son unos pesimistas nostálgicos, más dispuestos a recordar un pasado místico (tal vez fantasmal) que a comprometerse en esas anticipaciones del futuro en las que, sin embargo, decimos que creemos… “hablamos” más de la noche (que está siempre a las espaldas), para no “actuar” en el día que nos viene siempre adelante,… “convertirse” significa también, dejar un “pasado”, para aceptar activamente el “hoy” comoquiera y dondequiera se manifieste, creer que vive en nosotros hoy una posibilidad: ¡se ha quebrado el círculo mágico! ¡Se cambia algo y todo se puede hacer nuevo!»[3]

 

Vayamos a la siguiente parte de la perícopa. Se trata del llamado de los cuatro primeros discípulos: Simón, Andrés, Santiago y Juan. «El encuentro con Jesús marcó sus vidas. Les puso en movimiento, con rapidez, sin esperar a entender las cosas. Se pusieron a seguirle “ya”. Porque la llamada que Jesús les hizo en el encuentro es apremiante, es exigente, es con autoridad.»[4]

 

«… tendrían mucho que aprender de este “maestro de pesca”. Si bien sabían que para obtener buena calidad y cantidad de peces, hay que tener buenas barcas, buenas redes y buena carnada y, además, hay que conocer los vientos, las mareas y los mejores días o tiempos para la pesca, debían ahora adiestrarse en el más difícil arte: el de “pescar hombres”, y Jesús sería el instructor.

 


Esta pesca es mucho más compleja y ardua, porque al pez se lo pesca “contra su voluntad” mientras el hombre puede ser pescado “si se deja pescar”. De esto se dieron cuenta tanto Pedro como sus amigos del Sindicato.»[5]

 

«Este es el reto de la llamada. Este es el compromiso de la llamada. Dios llama al creyente para que siga realizando hoy en la historia lo que Jesús hizo hace 2000 años. Llama para que ayude al hombre a cambiar su corazón y así cambiar las estructuras de la sociedad. Llama porque la obra que inició en Jesús tiene que ser acabada con perfección. Y es el creyente quien continúa a Jesús en la historia, con la fuerza de su Espíritu.»[6]



[1] Papa Francisco. APERUIT ILLIS #2.

[2] Charpentier, Etienne. PARA LEER EL NUEVO TESTAMENTO Ed. Verbo Divino Estella Navarra 2004. p. 78

[3] Beck, T. Benedetti, U. Brambillasca, G. Clerici, F. Fausti, S. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2009. p. 48

[4] Mazariegos, Emilio L. LAS HUELLAS DEL MAESTRO. Ed. San Pablo. 3ra ed. 2001 Bogotá D.C. –Colombia p. 20

[5] Muñoz, Héctor. CUENTOS BÍBLICOS CORTICOS. Ed. San Pablo Bs As. –Argentina. 2004 p. 56

[6] Mazariegos, Emilio L. Op. Cit. p. 42

sábado, 16 de enero de 2021

CONFORMAR CUERPO CON ÉL

 



1 Sam 3b, 3-10.19; Sal 39, 2.4.7-10; 1 Cor 6, 23-15.17-20; Jn 1, 35-42

 

Nadie ha merecido ser llamado a la vida, ni a la vida cristiana, ni al apostolado… Cuando el Señor hace una elección, no lo hace para recompensar merecimientos ni para distinguir a nadie, sino para llamarle a servir más a los demás en su Nombre.

Hélder Câmara

 

Samuel escucha un “llamado”, como toda experiencia humana, al principio es poco clara, incluso ininteligible, y sólo poco a poco se va aclarando. Tres veces se tiene que repetir el “llamado” y todavía no lo entendía; pero, tampoco el Sacerdote Elí –aun cuando habitaba en el mismo templo del Señor donde estaba el Arca, o sea que estaba habituado a un trato cercano con las “cosas” del Señor- acertaba a entender que se trataba de una comunicación Divina, hasta que por fin, se dio cuenta y le dio a Samuel la fórmula para que Dios le entregara el Mensaje. Aquí, evidentemente, la mediación corre a cargo de Elí.

 


Todos sabemos que el Evangelio de San Marcos es el más breve de los Cuatro Evangelios, por ese motivo, este año –que está dedicado a la Lectura del Evangelio Marqueano- encontraremos varias interpolaciones del Evangelio Joánico, ese es el caso de este Domingo, cuando vamos a ocuparnos de la Primera Parte de la tercera perícopa, versos 35-42 del Capítulo 1 del evangelio según San Juan; (la primera perícopa abarca los versos 1-18, donde se aloja la maravillosa declaración sobre la Eternidad del Hijo; la Segunda Perícopa va de los versos 19-34 se refiere muy particularmente al testimonio que dio San Juan Bautista declarando que Él no era el Mesías, sino que el Mesías vendría “detrás de Él”; la tercera perícopa abarca los versos 35-51). En esta perícopa del Evangelio que se lee este Domingo, el mediador es el Bautista. Fue él quien señaló hacía Jesús mostrándolo como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” Jn 1,29b. Luego, viene una segunda mediación, es la mediación de Andrés que le dice a Simón: “Hemos encontrado al Mesías” Jn 1, 41c. Felipe es convidado “directamente” por el Señor, en este caso no hay mediación. Pero en cambio Felipe si va a invitar a Natanael (nombre que significa “Dios ha dado”). La mediación de Andrés, conducirá al hecho de que Simón adquiera una “nueva identidad”, dejará de ser Simón, para convertirse en Kefas que traducido corresponde a “Pedro”.

 


«Todo este episodio en su conjunto manifiesta los varios modos como se desarrolla la llamada del Señor: una vez que uno se acoge a ella, puede pasarla a otros; y esta transmisión se da con alegría y con sentido de plenitud, porque se comunica un tesoro que uno ha encontrado.»[1] Aun cuando la comparación puede parecer demasiado mecánica, vamos a compararla con la carrera de relevos. El corredor anterior entrega el “testimonio” (también llamado “testigo”) al siguiente, y así, el testimonio va de mano en mano. De la misma manera, de “mano en mano” se ha trasmitido nuestro “testimonio” de fe. Es claro que hacerse discípulo no es para quedarse allí, sino para trasmitir el “contagio”.

 


Observemos los diversos nombres que va recibiendo Jesús en esta perícopa Evangélica:

·         Cordero de Dios v. 36d

·         Rabí –que significa maestro v. 38f

·         Mesías –que se traduce Cristo v. 41cd

Vayamos un poco más lejos, mirando también los nombres que recibe en la siguiente perícopa:

·         Aquel de quien escribió Moisés en la ley v. 45d

·         Y también los profetas v. 45e

·         Hijo de Dios v. 49c

·         Rey de Israel v. 49d

·         Hijo del hombre. v. 51f.

 

Vayamos, ahora, al verso 38c. Es la primera vez que Jesús pronuncia palabra en el Evangelio de San Juan. Y, ¿cuáles son esas palabras?: “¿Qué buscan?”. Entendemos que el encuentro se da por una “búsqueda”. El que va a encontrarse con Jesús, aquellos a quienes Jesús les sale al encuentro, con quienes se hace el encontradizo, son los que están buscando. Los que buscan serán llamados a ir y ver Cfr. Jn1, 39. «Jesús no dice de hacer o de buscar algo, sino “Venid y veréis”, esto es, hagan la experiencia conmigo… su experiencia se ampliará en el contacto conmigo.»[2] Tomemos el caso de los dos discípulos de Juan el Bautista a quienes les señala al “Cordero”, si estaban con el Bautista era porque estaban en estado de búsqueda, porque estaban “sedientos” de Dios. Tan pronto el Bautista les señala al “Cordero” ellos –sin tardanza alguna- empiezan a seguirlo, ese seguimiento les gana el discipulado. «Cuando pienso en los primeros apóstoles consagrados por Cristo, pienso que ellos mismos consagraron a otros, y éstos a otros…, y así hasta nuestros días. Así pues, cada apóstol de hoy está ligado a un apóstol de entonces. Yo suelo preguntarme a menudo: ¿A qué apóstol habrá Dios vinculado a Dom Hélder? ¿A Andrés? ¿A Felipe…?»[3] Se refiere a las mediaciones hoy por hoy, siempre en el linaje apostólico, así nosotros –todos los bautizados- ingresamos en la serie ininterrumpida de los discípulos–misioneros. Veamos el #1267 del Catecismo de la Iglesia Católica: “El Bautismo hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo. "Por tanto [...] somos miembros los unos de los otros" (Ef 4,25). El Bautismo incorpora a la Iglesia. De las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones, las culturas, las razas y los sexos: "Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo" (1 Co 12,13)”

 

Ahora, el numeral 1268 comienza diciendo: “Los bautizados vienen a ser "piedras vivas" para "edificación de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo" (1 P 2,5).” Y, en el numeral 1270, se lee: “Los bautizados "por su nuevo nacimiento como hijos de Dios  están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia" (LG11) y de participar en la actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios (cf LG 17; AG7,23).”

 


El discipulado es la incorporación en un Cuerpo Místico, donde el cuerpo del discípulo se incorpora al Cuerpo de la Fe; lo místico está en la manera inexplicable e inextricable como el cuerpo individual se injerta en el Cuerpo de Jesús, el cuerpo individual se hace “órgano” del cuerpo comunitario. Por eso, es comprensible que en la liturgia de este Segundo Domingo Ordinario del ciclo B, aparezca la perícopa del capítulo 6 que alude al cuerpo refiriéndose a su pureza. «El cuerpo de cada uno es parte del cuerpo de Cristo, y el cuerpo de todos forma el templo del Espíritu Santo (construcción del cuerpo social)…. No basta glorificar a Dios con el propio cuerpo. Es necesario que el cuerpo social, es decir, la comunidad y la sociedad entera, sea el lugar de la manifestación de la gloria de Dios.»[4]

 

Cuando se hace un implante hay que evitar el rechazo que hace el cuerpo al “injerto”. En este caso los que se van a “incrustar” deben pre-disponerse para adecuarse al Cuerpo Místico al que van  a pertenecer, al que adhieren, al Cuerpo del Salvador. ¿Qué medicina se debe aplicar para que el injerto pegue bien? Encontramos le respuesta en el Salmo 39, en los versos 9 decimos: “… esto es Señor lo que deseo, tu ley en medio de mi corazón”. El Señor nos llama, y nosotros acogemos su llamada con pureza de intenciones, con docilidad, con obediencia, con prontitud, con disponibilidad, con espíritu de servicio, de entrega. Docilidad hacia el Señor que hemos de renovar cotidianamente. ¿Cómo abre el Señor nuestro oído? ¡Con su llamada! ¿Cuál ha de ser nuestra respuesta? דַּבֵּ֣ר יְהוָ֔ה כִּ֥י שֹׁמֵ֖עַ עַבְדֶּ֑ךָ “Habla, Señor, tu siervo escucha” Es el verbo שָׁמַע que no es simplemente oír, sino acoger la Voz con obediencia dócil. Docilidad para añadirnos a su Cuerpo. Respuesta comprometida a la llamada. A lo que nos pida, a lo que espera de nosotros.

 


Para entender cómo reforzar y estrechar esta incorporación, vamos que remitirnos al 1396 del Catecismo de la Iglesia Católica:

 

“La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):

 

«Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" [es decir, "sí", "es verdad"] a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero» (San Agustín, Sermo 272).

 

Observemos con ojo agudo y despierto cómo inicia la perícopa de 1Corintios 6, declarando para qué es el Cuerpo: “El cuerpo es… para servir al Señor” (1Cor 6, 13c); para eso nos insertamos en su Cuerpo Místico, eso le da sentido a nuestro discipulado y clarifica toda nuestra misión: … así que dije: aquí estoy”. // En tus libros se me ordena hacer tu voluntad: / esto es, Señor lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón. (Sal 40(39), 8-9)”

 

 



[1] Martini, Card. Carlos María. EL EVANGELIO DE SAN JUAN. Ed. paulinas. Bogotá-Colombia 1986. p. 170

[2] Ibid. pp. 168-169

[3] Câmara, Dom Hélder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER Ed. Sal Terrae. 2da ed. Santander. 1985. p. 49

[4] Bortolini, José. CÓMO LEER LA 1ª CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS CONFLICTOS EN LA COMUNIDAD. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996. pp. 37-38

sábado, 9 de enero de 2021

EL BAUTIZADO PORTADOR DE ESPERANZA



Is 42, 1-4.6-7; Sal 29(28), 1a. 2.3ac-4. 3b. 9b-10; Mc 1, 7-11

 

La iglesia primitiva entendió que la misión pública de Jesús empezó con su bautismo (Hch 1,22). Algo ocurrió en ese lugar para convertir a un artesano de pueblo en mensajero del Reino de Dios.

Michael Casey.

 

La realidad de la filiación divina es escandalosa, casi inconcebible para los hombres, los cuales pueden llegar a sentirse metafóricamente hijos de Dios, pero les cuesta pensar serlo efectivamente.

Enzo Bianchi

 

Resulta impresionante la clarividencia de San Juan Pablo II quien –mirando hacia los Misterios del Santo Rosario- constató un vacío en cuanto a la vida de Jesús y más particularmente en lo referido a su vida pública y a la proclamación del Reino. Para colmar ese hiato añadió los Misterios Luminosos. Acabamos de celebrar la Epifanía, la relativa al anuncio de la Buena Nueva a los “gentiles” y –de tal manera- hemos entendido que la evangelización no tenía distingos étnicos. Luego, con una mirada panorámica- entramos directamente en el contexto de la Historia de Salvación y se nos revela que esa Historia halla su cima en la Encarnación, Vida, Pasión y Muerte de Nuestro Señor pero que no concluye allí sino que se abre a la constitución de un Pueblo que tiene por Misión llevar a feliz término la Soberanía del Reinado que Jesucristo vino a proclamar (Tercer Misterio Luminoso).

 


Una de las características fundamentales de ese Reinado es que no se produce por imposición. Si Dios es Amor –cosa que no podemos descuidar ni por un instante en nuestro quehacer de Discípulos y Misioneros- debemos llevar en la punta de los dedos y a flor de piel que semejante Reinado viene por en-Amor-amiento. Tenemos que llegar a estar fascinados por el resplandor de su Rostro y la blancura nívea de sus vestiduras para que queramos construirle una vivienda y quedarnos a habitar con Él, como le sucedió a San Pedro, que quiso hacerles tienda y permanecer como detenidos en el tiempo y suspensos en las alturas del Tabor, en-Amor-ado de su Luz resplandeciente (Cuarto Misterio Luminoso).

 


Como constatamos en los Misterios Dolorosos y luego en los Gloriosos, Él había de Morir  y Resucitar pero nosotros aún teníamos que completar el periplo de nuestra Redención, siendo capaces de aceptar y comprometernos en el desarrollo e implementación de esa Soberanía de la Fraternidad. Para poder alcanzar estas cumbres, se requiere un Alimento que nos “convirtiera” por así decirlo, en superhéroes de la vida espiritual, en “Hombres Nuevos”, es decir, una dieta tan especial –de Carne y Sangre, Alma y Divinidad- que nos fuera cristificando para que llegáramos a ser portadores y adalides de la construcción del Reino. Así, Jesús instituye la Eucaristía que es la doble acción de irse a sentar a la Derecha del Padre, pero –a la vez- quedarse para darnos todas las competencias indispensables a la tarea. Ese gesto doble es el non-plus-ultra de la donación. Él se ha dado por entero, hasta la última gota de su Preciosísima Sangre y hasta la poca de Agua que quedaba en su costado, pero aún nos dará a comer de su Cuerpo y de su Sangre como Cordero de Dios que es (Quinto Misterio Luminoso).

 

«Por lo tanto, también Jesús se vació a si mismo de su Gloria y tomo para sí mismo la forma de esclavo, para que su servidumbre nos hiciera libres. Y nosotros éramos tontos, y en nuestra tontería cometimos toda clase de mal; y otra vez Él tomó la forma de la tontería, para que por su tontería nosotros fuéramos hechos sabios. Y nos habíamos vuelto pobres, y en nuestra pobreza nos faltaba toda virtud; entonces Él tomó la forma de nuestra pobreza, para que por su pobreza Él nos pudiera hacer ricos en toda sabiduría y entendimiento. Y no sólo eso, sino que hasta tomó la forma de nuestra debilidad, para que por su debilidad, Él nos pudiera hacer fuertes. Y se hizo obediente al Padre en todo hasta la muerte, y muerte de cruz, para que por su muerte Él pudiera obrar la resurrección de todos nosotros y así Él pudiera destruir el poder de la muerte, o sea, el mal.»[1]

 

«La opción por el Dios de Jesucristo es también un traslado de la personalidad que pasa de la concepción del Dios útil a mí, a mi camino en la vida, a una actitud bautismal en la que pongo a disposición del Dios de Jesucristo mi vida y mi muerte con confianza total y, haciéndolo así, entro a formar parte de las actitudes de disponibilidad, de abandono, de donación de la vida que son propias de Jesús Hijo de Dios. Esta es la opción bautismal en la que todo el resto debe basarse para una correcta visión caritativa de la comunidad cristiana.»[2] Hoy estamos celebrando precisamente el Primer Misterio Luminoso, y con esta celebración estamos sellando el Tiempo de Navidad de este Año de Gracia 2021, del ciclo B. A partir de mañana, entraremos de lleno en el tiempo llamado Ordinario. Esta celebración “abisagra”, por así decirlo, estos dos tiempos litúrgicos: dejamos atrás a Jesús Niño y nos adentramos en Jesús adulto, que con treinta años, ya puede –según la usanza judía- actuar en la vida pública. Si en la fiesta de los Reyes Magos celebramos la Epifanía, hoy, en la celebración del Bautismo de Jesús damos paso a una Teofanía: Dios se presenta para revelarnos a su “Hijo Querido, Mi Predilecto” Mc 1,11. El bautizado deja de ser nacido de la carne para volverse un “nacido del Espíritu” (Jn 3, 6); ha recibido una Nueva Vida, la vida misma de Dios y se ha capacitado, de esta forma, para vivir la vida eterna y hacerse, en cuanto tal, artesano de la paz y constructor del Reino (Primer Misterio Luminoso).

 


Lo que celebramos en esta fecha –para dar paso al Tiempo Ordinario, como ya se dijo- es una Teofanía con doble manifestación: Dios mismo nos habla, podemos escuchar Su Voz: “Tú eres mi Hijo Amado, en Ti me complazco” (Mc 1, 11) Queremos destacar el paralelismo con el Primer canto del Siervo Sufriente, donde encontramos:

He aquí a mi siervo a quien yo sostengo,

mi elegido, el preferido de mi corazón.

He puesto mi Espíritu sobre Él.

Él les enseñará mi justicia a las naciones. (Is 42, 1)

 

El Espíritu asume la forma de una “paloma”, la paloma tiene –como mínimo tres connotaciones:

.- Según los rabinos, en su literatura, simboliza el pueblo de Israel.

.- En la literatura cosmogónica la Paloma es la Presencia Divina que preside la formación del Universo.

.- Representa también la sabiduría, o el elemento que da vida, que anima.

 


El Creador de Todo-lo-que-existe, se arroga la Paternidad de Jesús, manifestándolo como su Preferido. Y –segunda Manifestación- la Misión que le ha asignado es enseñar Su Justicia a las Naciones. «… quiere llamar la atención de todos hacia el derecho y la justicia que él ya estaba practicando…el pueblo es presentado como alguien que no… aplasta ni ofende a los más débiles… a pesar de lo aplastado, él no aplastaba; a pesar de lo oprimido, él no oprimía; a pesar de recibir injusticias, él no respondía con injusticias. A pesar de todo su sufrimiento y desanimo, el pueblo resistía y no se dejaba contaminar por la manera de vivir de sus opresores… promueve el derecho y es semilla de resistencia contra la opresión. Él merece la preferencia del corazón de Dios. Así, aun sin darse cuenta de la importancia de su testimonio, el pueblo del cautiverio ya prestaba al mundo el servicio de Dios: ¡Ya era Siervo de Dios!

 

… no todos los pobres viven así. Muchos de ellos se dejan contaminar por la manera de vivir de sus opresores… A pesar de ser oprimidos tienen cabeza de opresor… dejan podrir dentro de sí la semilla de futuro que está escondida en el suelo de su vida.»[3]

 

El Pueblo que ha recibido el llamado a la conversión, con un bautismo de agua y de Espíritu, es un pueblo que está comprometido con la Justicia y la Rectitud que en nuestra fe ha recibido el título de Santidad. El discípulo-misionero tiene un compromiso de coherencia con la Santidad, en el sacramento del Bautismo ha recibido los tres carismas Cristianos: es Sacerdote, Profeta y Rey:

            Yo te he formado y tomado de la mano,

            te he destinado para que unas a mi pueblo

            y seas luz para todas las naciones.

            Para abrir los ojos a los ciego,

            para sacar a los presos de la cárcel,

            y del calabozo a los que estaban en la oscuridad. (Is 42,6-7).

 

«… cuando consideramos la globalidad de las dificultades que la comunidad cristiana tiene que atravesar hoy para un servicio correcto y autentico hacia el hermano, nos preguntamos cómo podrá dar respuestas originales y congeniales a las situaciones si no se deja reconducir a las raíces bautismales»[4]. «Nosotros hemos nacido dos veces: la primera a la vida natural, la segunda, gracias al encuentro con Cristo, en la fuente bautismal. Ahí hemos muerto a la muerte, para vivir como hijos de Dios en este mundo. Ahí nos hemos convertido en humanos como jamás lo habríamos imaginado. Es por esto que todos debemos difundir el perfume del Crisma, con el cual hemos sido marcados en el día de nuestro Bautismo. En nosotros vive y opera el Espíritu de Jesús, primogénito de muchos hermanos, de todos aquellos que se oponen a la inevitabilidad de las tinieblas y de la muerte… ¿qué quiere decir cristóforo? Quiere decir, “portador de Jesús” para el mundo! Sobre todo para aquellos que están atravesando situaciones de luto, de desesperación, de oscuridad y de odio. Y esto se comprende de tantos pequeños detalles: de la luz que un cristiano custodia en los ojos, de la serenidad que no es quebrada ni siquiera en los días más complicados, del deseo de recomenzar a querer bien y caminar incluso cuando se han experimentado muchas desilusiones. En el futuro, cuando se escribirá la historia de nuestros días, ¿Qué se dirá de nosotros? ¿Qué hemos sido capaces de la esperanza, o quizás qué hemos puesto nuestra luz debajo del celemín? Si seremos fieles a nuestro Bautismo, difundiremos la luz de la esperanza, el Bautismo es el inicio de la esperanza, esa esperanza de Dios y podremos transmitir a la generaciones futuras razones de vida.»[5]

 


«El Bautismo es, por  decirlo así, el puente que Jesús ha construido entre él y nosotros, el camino por el que se hace accesible a nosotros; es el arco iris divino sobre nuestra vida, la  promesa del gran sí de Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo tiempo, la señal  que nos indica el camino por recorrer de modo activo y gozoso para encontrarlo y  sentirnos amados por él.»[6]

 

 

 



[1] Traducido por Chitty Darwas J. THE LETTERS OF SAINT ANTHONY THE GREAT. Fairacres Publications 50. Oxford, SLG Press, 1975, p.26. Citado por Michel Casey. PLENAMENTE HUMANO PLENAMENTE DIVINO Ed. San Pablo Bogotá - Colombia 2007. p. 47

[2] Martini, Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Santafé de Bogotá-Colombia 1995 pp. 373-374

[3] Mesters, Carlos. o.c.d. LA MISIÓN DEL PUEBLO QUE SUFRE. Edicay y Centro Biblico Verbo Divino. Quito-Ecuador. 1993 pp. 26-28.

[4] Martini, Carlo María. Loc Cit.

[5] Papa Francisco CATEQUESIS: “EL BAUTISMO NOS HACE SER PORTADORES DE JESÚS AL MUNDO”, Audiencia General, miércoles 2 de agosto de 2017.

[6] HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR. 11 de enero de 2009