sábado, 24 de septiembre de 2022

PUESTOS ANTE EL TRIBUNAL DE LA MISERICORDIA



Am 6,1a,4-7; Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10; 1Tm 6,11-16; Lc 16,19-31

 

El impulso místico no es un lujo. Sin él, la vida moral es puro retroceso; el ascetismo es sequía; la docilidad, sueño; la práctica religiosa solo rutina.

Henri de Lubac

 

Toda la Liturgia en cada Eucaristía reclama hondamente nuestra atención. Todo lo que sucede, todo lo que se dice, todo en ella espera nuestro cuidado. Muchas veces, muchísimas, dejamos pasar -por ejemplo- la antífona de Entrada, la Oración Colecta, la Aclamación antes del Evangelio, la Oración sobre las ofrendas, la antífona de Comunión, la Oración post-comunión. Todas estas oraciones se articulan con una hermosa armonía, con una magistral precisión, son como verdaderos ángeles que nos conducen a lo largo del Santo Sacrificio, durante toda la Fracción del Pan y hasta las oraciones conclusivas y la bendición final. La Eucaristía es, como una maravillosa pieza de joyería que no se puede desmantelar caprichosamente, a riesgo de destruir la estética del conjunto y el resplandor místico que ilumina el alma. Podríamos ensayar, este Domingo, a examinar y cobrar cierta conciencia sobre estas orfebrerías de nuestro XXVI Domingo Ordinario (C).

 

¡Aquí vamos! En la Oración Colecta ofrecemos querer “apresurarnos hacia lo que nos prometes. Y, ¿qué es lo que Dios nos promete? Para contestar esta pregunta vamos a exponer el elenco de las promesas divinas en esta liturgia, extractándolas del Salmo:

a)    El Señor siempre es fiel a su Palabra,

b)    Él hace justicia al oprimido;

c)    Él proporciona pan a los hambrientos

d)    Y libera al cautivo

e)    Abre los ojos de los ciegos

f)     Alivia al agobiado.

g)    Ama al justo

h)    Toma a su cuidado al forastero.

i)      Sustenta tanto al huérfano como a la viuda,

j)      Trastorna los planes del inicuo

k)    Reina Eternamente, traducido este eternamente, significa por los siglos de los siglos.

 


Pasemos, ahora, a la Antífona de Entrada. Allí decimos -reconociendo los cargos que se nos imputan- “Todo lo que hiciste con nosotros, Señor, es un castigo merecido, porque pecamos contra Ti y no obedecimos tus mandatos”. Pero inmediatamente después, declaramos- es una injusticia, ¿qué pecado hemos cometido? ¡si somos de los más santos de los santos! Y, entonces, Dios -con toda su Paciencia, que es Infinita- nos contesta por boca del profeta Amós:

a)    Se reclinan sobre divanes adornados con marfil

b)    Se recuestan sobre almohadones

c)    Se comen los corderos del rebaño y las terneras cebadas.

d)    Canturrean al son del arpa

e)    Y -además-, siguiendo el mal ejemplo de David, se inventan nuevos instrumentos

f)     Se atiborran de vino (o de cualquier bebida embrutecedora),

g)    Se engalanan con perfumes costosos, y no con los que son un poco caros, sino con los más costosos.

Y, como dicen por ahí, tratando de disimular la gravedad de estos extravíos, eso no es nada grave; lo grave está en que “NO NOS PREOCUPAMOS POR LAS DESGRACIAS DE NUESTROS HERMANOS”. ¡Si, como decía Cantinflas, “Ahí está el detalle”!

 

Aquí viene el detalle, ¡menudo detalle, de la mayor importancia, que no siempre es debidamente advertido cuando leemos la parábola!: ¿Dónde estaba el mendigo, Lázaro? “Yacía en la entrada de la casa del rico” (Cfr.). El punto no está en ser rico para merecer el lugar de castigo, ni el asunto radica en ser pobre para ir a parar al “seno de Abrahán”. Es posible que los destinos de estos dos hombres hubieran sido contrarios, si sus relaciones aquí, en vida, hubieran sido diferentes.

 

¿Os parece moral que alguien yazga por la puerta de tu casa, y ese alguien padezca indigencia, mientras tú gozas de manjares y banqueteas? ¡Ese es el problema y ahí está el eje del asunto! Toda la moral cristiana reposa sobre este pivote. Somos todos hermanos en Cristo Nuestro Señor, y no puedo ser indiferente e indolente ante la suerte de mi hermano. Allí donde haya dolor, necesidad, padecimiento, soledad, hambre o sed, allí donde está el desamparado, el preso, el enfermo, el destechado, el desplazado, allí estamos llamados a hacer presente a Dios-Padre-Providente. Ese es el sentido más humano y humanitario de la religión. Pero la fe no se conforma con deshacer entuertos, sino que ¡los deshace en el Santo Nombre de Dios!

 


Así barrer o cocinar, dar un pan o un vaso de agua, consolar al triste o visitar al enfermo, acompañar al solitario o visitar al prisionero que purga su condena tras las rejas, todos estos actos cobran su dimensión cuando se hacen –como la hacía Santa Teresa de Calcuta, paradigma cercano de la bondad- viendo tras el rostro del menesteroso, el rostro dolorido de Jesucristo que sube al Calvario cargando su cruz a cuestas. Jesús deja de ser ese ente melcochudo, abstracto y etéreo tras del que nos agazapamos; y, pasa a ser “nuestro prójimo”, el hermano herido, golpeado, molido a palos, tirado allí, a la vera del camino.

 

En cambio, y esto hay que repetirlo con frecuencia, el acto se desluce y adquiere simplemente una dimensión arrogante de vanidad egocéntrica, si se efectúa por pura filantropía. No que se vuelva un acto malo, nada de eso; pero ya no es acto “religioso” porque ya no re-liga nada. Tenemos que cobrar conciencia que lo religioso re-liga al hombre con Dios, restablece-un-lazo-de-unión con la Divinidad, hace que el ser humano traiga al escenario de su mente la idea de ser hijo de Dios como la idea de ser hermano de los otros (que también son hijos de Dios). Es una filantropía construida sobre un basamento que nos hermana a todos, no es filantropía desnuda, sino solidaridad con el que yace allí postrado, andrajoso, llagado y… acosado por los perros que lamen sus heridas. (¡Es muy triste porque es más humanitario el perro, tiene más sensibilidad, se muestra más compasivo, porque lamer es también gesto cariñoso, consolador, fraternal! El perro brinda una hospitalidad que nos evoca al burro y al buey que la tradición ha puesto en el  pesebre para entibiarle la cuna al Niño Dios).

 

Tener esta idea bajo los reflectores de nuestro pensamiento podríamos decir que es un Mandamiento de todo buen cristiano. Podemos llevar nuestra tesis un paso más allá y afirmar que no es cristiano quien no comprende y no vive esta idea como base de su existencia. Nunca habremos enfatizado suficientemente la importancia de este pensamiento. De alguna manera podríamos ver este imagen en todas las páginas evangélicas y, concluir afirmando que Jesús todo lo que quiere y lo que enseña apunta en esta dirección. Pongamos una piedrita más en este proceso y subrayemos que no sólo en el Nuevo Testamento nos encontramos con esta revelación, ya las páginas del Antiguo Testamento pujan vigorosamente por poner en primer lugar a nuestros hermanos, al prójimo, y es que este pensamiento está a la base de aquello de que ¡Misericordia quiero y no sacrificios!


 

Agreguemos que la ruta de la santidad está tachonada de estos resplandores; ¿Cuántos santos han gastado su vida socorriendo a los necesitados? ¿Cuantos han vivido vigilias y desvelos movidos por esta causa, dando todo cuanto tenían atendiendo niños, leprosos, enfermos de toda índole?… y si la vida cobra su mayor sentido cuando se lee como un derrotero hacia la santidad, entonces tenemos que decir -a renglón seguido- que la santidad es el ejercicio constante de la Misericordia. Por eso el propio Dios, su Sagrado Corazón, se expresa como Señor de la Misericordia.

 

Y, por los mismo y tanto, son la indiferencia y la indolencia los peores males y los mayores pecados, porque “cuando no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (Mt 25, 45). En la Primera Lectura, de la profecía de Amos, está enunciado, casi como mandamiento, con un “¡Ay de ustedes!”: “(los que) no se preocupan por las desgracias de sus hermanos”,  recibirán –ya en esta vida- justicia. En el Evangelio se nos aclara que esa “justicia” puede dilatarse hasta la otra vida, recibiendo aquí males, y entonces, allá, bienes compensatorios, que en el texto aparecen designados con la palabra παρακαλέω [paracaleo], que traducimos por “consuelo”, y que tiene relación con la idea de ser llamado para estar ahí al lado, como pasa con el “abogado defensor” que se pone al lado para defender, para interceder por su “defendido”, es una palabra forense, con matices legales, que alude al “Tribunal en la Presencia de Dios”, a la “Corte Celestial”, y con  la que nos referimos también al Espíritu Santo al que llamamos precisamente Paráclito (a quien -a menudo- designamos como “el Consolador”). Ese consuelo es la protección, el apadrinamiento del Santo Espíritu, quien lo cobija con su cercanía teniéndolo a Su lado. La imagen que evoca esta situación es de ternura maternal, como tomando al hijo entre los brazos, que en el texto del Evangelio, se refiere a Abrahán en funciones maternales y acuna a su protegido en su κόλπον “seno”, término con el cual designamos el ámbito de la más dulce protección maternal. Ese es el “premio”, el “regalo” compensatorio que recibe Lázaro (Lázaro es la forma popular del Eleazar), que dicho sea de paso significa “el ayudado por Dios”), mientras –cabe destacarlo- el rico ante los ojos de Dios, en el Tribunal Celestial, ni siquiera merece tener nombre, en tierra era un rico, en el Seno de Abraham es un “don nadie”. Tiene un “apodo”, Epulón, es decir “el Rico Tragón”

 


Esta acogida en el regazo del Padre-del-Pueblo-elegido, gesto Misericordioso, impregnado de sentido solidario y fraternal, está –por así decirlo- decorado con unos rasgos de dulzura, de cuidado, que se enumeran en la Carta a Timoteo, en la perícopa que leemos en la Segunda Lectura de este XXVI Domingo Ordinario del ciclo C: Rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. Como lo mencionábamos arriba, no se trata de una “fría filantropía”, sino del tierno cariño entre hermanos que se aman de verdad, ternura dulcificada que usamos en el trato entre familiares, aquí estamos hablando de trato paternal y maternal. Hay una manera de abajarse, de inclinarse, de ponerse al lado de Lázaro, que Jesús nos ilustró con su imagen de la toalla alrededor de la cintura, arrodillándose –con piadoso gesto- a lavarles los pies a sus discípulos. Esta imagen designa para nosotros los creyentes el tono y el color que tiñen estas acciones, gesto revestido de piedad, de afabilidad, de cordialidad: esa es la manera, con todo afecto y sumo cuidado.

sábado, 17 de septiembre de 2022

SOMOS NADA MÁS QUE ADMINISTRADORES

 


Am 8, 4-7; Sal 112, 1-2. 4-6. 7-8; 1 Tim 2, 1-8; Lc 16, 1-13

 

No viváis aislados, cerrados en vosotros mismos, como si estuvieseis ya justificados, sino reuníos para buscar juntos lo que constituye el interés común.

Bernabé, Epistula 4,10.

 

Como notamos de inmediato, el epígrafe contiene una exhortación a la sinodalidad. Estamos siendo convidados a trabajar por el bien común recorriendo una trayectoria concertada, andándola fraternalmente para edificar una ecología humana integral; trabajar por el bien de la persona humana, el bienestar social y el desarrollo de los grupos, la paz, entendida como una estabilidad y seguridad de un orden justo, la verdad, la justicia y el amor.

 

En el Libro del Génesis, en 1, 26 aparece una palabra que define al ser humano: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que ellos dominen los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos y todos los reptiles”, esta palabra וְיִרְדּוּ֩ significa tener dominio, enseñorearse. Luego, en el verso 1,28 se encuentra lo siguiente: “Y los bendijo Dios y les dijo ‘Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla…’” en este caso se trata de la expresión וְכִבְשֻׁ֑הָ que se ha traducido “sométanla”. Si vamos al verso (2,15) encontraremos allí “El Señor Dios tomo al hombre y lo colocó en el Jardín del Edén, para que lo guardara y lo cultivara”, se trata ahora de la expresión לְעָבְדָ֖הּ וּלְשָׁמְרָֽהּ׃ donde, la primera se puede traducir por labrarla o, sencillamente, trabajarla, y, la segunda por ayudarla, protegerla, vigilarla. No es caprichoso este examen de las palabras que aparecen en el principio del Génesis, porque ellas han servido de base para edificar toda una antropología que define la relación del ser humano y el resto de su contexto, el marco espacial que Dios le asignó, lo que ahora llamamos “Nuestra Casa Común, que engloba un conjunto de relaciones del ser humano, sus semejantes, el ambiente planetario y la Divinidad, Dueña y Autora verdadera de toda la realidad.

 


Antes de adentrarnos en la Lecturas de este Domingo XXV Ordinario (C), queremos proponer -a modo de pórtico- releer los numerales 65-69, de la Laudato si’ (Alabado seas) de Papa Francisco:

Sin repetir aquí la entera teología de la creación, nos preguntamos qué nos dicen los grandes relatos bíblicos acerca de la relación del ser humano con el mundo. En la primera narración de la obra creadora en el libro del Génesis, el plan de Dios incluye la creación de la humanidad. Luego de la creación del ser humano, se dice que «Dios vio todo lo que había hecho y era muy bueno» (Gn 1,31). La Biblia enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). Esta afirmación nos muestra la inmensa dignidad de cada persona humana, que «no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas». San Juan Pablo II recordó que el amor especialísimo que el Creador tiene por cada ser humano le confiere una dignidad infinita. Quienes se empeñan en la defensa de la dignidad de las personas pueden encontrar en la fe cristiana los argumentos más profundos para ese compromiso. ¡Qué maravillosa certeza es que la vida de cada persona no se pierde en un desesperante caos, en un mundo regido por la pura casualidad o por ciclos que se repiten sin sentido! El Creador puede decir a cada uno de nosotros: «Antes que te formaras en el seno de tu madre, yo te conocía» (Jr 1,5). Fuimos concebidos en el corazón de Dios, y por eso «cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario».

Los relatos de la creación en el libro del Génesis contienen, en su lenguaje simbólico y narrativo, profundas enseñanzas sobre la existencia humana y su realidad histórica. Estas narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el mandato de «dominar» la tierra (cf. Gn 1,28) y de «labrarla y cuidarla» (cf. Gn 2,15). Como resultado, la relación originariamente armoniosa entre el ser humano y la naturaleza se transformó en un conflicto (cf. Gn 3,17-19). Por eso es significativo que la armonía que vivía san Francisco de Asís con todas las criaturas haya sido interpretada como una sanación de aquella ruptura. Decía san Buenaventura que, por la reconciliación universal con todas las criaturas, de algún modo Francisco retornaba al estado de inocencia primitiva. Lejos de ese modelo, hoy el pecado se manifiesta con toda su fuerza de destrucción en las guerras, las diversas formas de violencia y maltrato, el abandono de los más frágiles, los ataques a la naturaleza.

No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a una acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el relato del Génesis que invita a «dominar» la tierra (cf. Gn 1,28), se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, «la tierra es del Señor» (Sal 24,1), a él pertenece «la tierra y cuanto hay en ella» (Dt 10,14). Por eso, Dios niega toda pretensión de propiedad absoluta: «La tierra no puede venderse a perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en mi tierra» (Lv 25,23).

Esta responsabilidad ante una tierra que es de Dios implica que el ser humano, dotado de inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los delicados equilibrios entre los seres de este mundo, porque «él lo ordenó y fueron creados, él los fijó por siempre, por los siglos, y les dio una ley que nunca pasará» (Sal 148,5b-6). De ahí que la legislación bíblica se detenga a proponer al ser humano varias normas, no sólo en relación con los demás seres humanos, sino también en relación con los demás seres vivos: «Si ves caído en el camino el asno o el buey de tu hermano, no te desentenderás de ellos […] Cuando encuentres en el camino un nido de ave en un árbol o sobre la tierra, y esté la madre echada sobre los pichones o sobre los huevos, no tomarás a la madre con los hijos» (Dt 22,4.6). En esta línea, el descanso del séptimo día no se propone sólo para el ser humano, sino también «para que reposen tu buey y tu asno» (Ex 23,12). De este modo advertimos que la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas.

A la vez que podemos hacer un uso responsable de las cosas, estamos llamados a reconocer que los demás seres vivos tienen un valor propio ante Dios y, «por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria», porque el Señor se regocija en sus obras (cf. Sal 104,31). Precisamente por su dignidad única y por estar dotado de inteligencia, el ser humano está llamado a respetar lo creado con sus leyes internas, ya que «por la sabiduría el Señor fundó la tierra» (Pr 3,19). Hoy la Iglesia no dice simplemente que las demás criaturas están completamente subordinadas al bien del ser humano, como si no tuvieran un valor en sí mismas y nosotros pudiéramos disponer de ellas a voluntad. Por eso los Obispos de Alemania enseñaron que en las demás criaturas «se podría hablar de la prioridad del ser sobre el ser útiles». El Catecismo cuestiona de manera muy directa e insistente lo que sería un antropocentrismo desviado: «Toda criatura posee su bondad y su perfección propias […] Las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas»

 

El Evangelio nos pone en el papel protagónico a un οἰκονόμος, [oiconomos] es el ecónomo, que por lo general era un esclavo-liberto que se encargaba de la administración de la casa, como una especie de “mayordomo”; la palabra ecónomo viene de la palabra οἰκο que significa precisamente “casa” u “nomos”, conjunto de normas y leyes. Sin embargo el papel del ecónomo no se restringía a los asuntos internos puesto que él disponía de recursos dados por su amo, para mercar y comprar todas las vituallas que hubiere menester para la manutención de la casa. Queremos hacer ver que su injerencia llegaba más allá de la esfera del mayordomo, era más bien un “economista” que podríamos designar mejor como administrador, y de hecho así se le ha traducido. Es importante entender bien de qué se trataba su rol, porque este personaje es quien nos va a representar a nosotros en esta parábola, es él quien ha recibido el mismo encargo que a nosotros se nos ha confiado. La acusación que llegó a oídos del “Dueño” (con esta palabra queremos destacar la oposición que hay entre Dios y nosotros, Él es el Único y Verdadero Dueño y Señor, nosotros no podemos perder la perspectiva, somos simplemente “encargados” de unos bienes que se nos han puesto a disposición, y el encargo implica revocabilidad; en la parábola se nos recuerda que, otro día, se nos puede llamar a “calificar servicios”, como se dice en el lenguaje militar), fue la que -en su ausencia- se dedicó a “malgastar sus bienes”, ahí está, expresamente, plasmada la relación Dueño/administrador.

 


Aún hay más, si vamos a la palabra administrador tenemos en ella tres raíces: la palabra ad, y la palabra minister y –contenida en ella- la palabra minus. Es decir administrador conlleva otra oposición la de magister/minister (maestro/ministro). Maestro contiene la etimología magis que viene del latín “el que más” (de ahí que en muchas lenguas “maestro” deviene “master, o sea “amo”), ministro, en cambio, es portador de minus “el que menos”; ambos son “servidores” que es el sentido del “ministerio”, pero el maestro es el que “sabe más” y el “ministro” le está subordinado por sus limitaciones en saber o en habilidad. Que no se nos olvide la raíz AD que significa "ante" y que sencillamente no nos deja olvidar la subordinación; será llamado a “rendir cuentas” poniéndose “ante” el empleador, el que lo llamó al cargo: el administrador es un “encargado” por Alguien que le es Superior, El que delegó en él la función de gobernar-controlar en su Nombre: No somos más que simples administradores puestos en “responsabilidad” por Aquel que nos prestó el encargo (Cfr. Lc 17, 10).

 

¿Cómo, y esa es la pregunta clave para este Domingo, podemos con lo que nos entregó Dios Nuestro Señor, tener a alguien que nos reciba cuando seamos llamados a “calificar servicios”? Si la cosa fuera para ganarnos opciones y prelaciones en esta vida, la parábola sería prácticamente inmoral; se trata de ganar “intercesores” cuando el “Dueño” nos llame a rendirle cuentas. Estamos viendo cómo podemos en esta vida, con los tesoros que Dios nos pone en administración, ganar “Amigos”. ¿Amigos para qué, a dónde nos van a acompañar esos “amigos”, qué clase de gustos y alegrías compartiremos con los que así hemos acercado? El Evangelio nos lo dice muy claramente: “Gánense amigos para que, cuando ustedes mueran, los reciban en el Cielo.”

 

Y ¿cómo se aplica eso de llamar a los “deudores” y achicarles la deuda, haciéndoles nuevos recibos con cuentas a pagar reducidas? Digámoslo con resumida brevedad: Las obras de Misericordia: Corporales y Espirituales[1].

 


¡Sí, eso es todo! La manera de ganar amigos para encontrarnos con ellos en la Patria Celestial es el cumplimiento de las obras de Misericordia, el desprendimiento generoso de todo lo que Dios nos ha dado. No retener, no atesorar, no acaparar, sino a manos llenas escribirle al uno: Tú debías cien sacos de trigo, toma tu recibo haz uno nuevo sólo por cincuenta, y al otro, date prisa escribe que debes tan solo ochenta. Aliviar las cargas de todos, hacérselas más llevaderas, tener para con todos, entrañas de misericordia, aprender la dulce ternura de Jesús, cambiarles el yugo por uno que sea suave y liviano.

 

Y cuando ya hayáis logrado eso, vivir en santidad y justicia, es decir vivir en Misericordia, como un buen “ecónomo”, leed el versículo 10 del capítulo 17 de San Lucas: “cuando hayáis hecho todo lo que se os ha ordenado, decid: ‘Siervos inútiles somos; hemos hecho sólo lo que debíamos haber hecho’.”

 

La Primera Lectura, en cambio, denuncia y señala para ilustrar nuestra conciencia, lo que hace el pésimo administrador, el que irá allí donde reina la angustia y se sufre hasta vivir en constante rechinar de dientes: esos viven afanados por la riqueza, se desvelan para atesorar y quieren que amanezca más temprano para implementar sus “chanchullos”, alteran pesos y medidas para ampliar su margen de beneficio, pagan sueldos de hambre, y hacen pasar el “salvado” por “trigo bueno”, son los pauperizadores. Pero, Dios ha puesto su Santo Nombre en garantía, Él no olvidará esa injusticia, que es peor y tiene su agravante en que se hace contra el “pobre”, el elegido para hacerle víctima de todos estos atropellos.

 

La Carta de San Pablo a Timoteo nos señala otra obra de Misericordia: ser orantes, ganar “indulgencias” orando por los demás. Nos recuerda ser Intercesores y abogar por toda la humanidad, pero muy especialmente por aquellos que tienen cargos de autoridad. Aún esos que han alterado medidas y explotado hasta expoliar el último centavo Dios-Padre los quiere salvar, porque su Misericordia es generosa, porque Él no escatima, porque su Amor es Eterno (y eterna es su Misericordia). ¡Ojo, miremos lo que dice la Carta, que nos purifiquemos de odios y rencores! «… evitando, eso sí, mover a los pobres al odio, porque ello sería tanto como animar a los oprimidos de hoy, a convertirse en los opresores de mañana.»[2] Para poder presentar nuestros ruegos y súplicas y alzar las manos hacia nuestro Dueño y Señor. Los intercesores válidos son los que tienen sus “manos puras”.

 


El Salmo nos muestra y nos refrenda cómo es Nuestro Señor, Él nos sacará de nuestras vejaciones, nos ha rescatado pagando el precio de la Sangre de su Propio Hijo; y –pese a nuestra indigencia- nos lleva a sentar en el estrado de los Verdaderos Gobernantes, de los Pastores que han administrado con rectitud, la Corte Celestial de los Justos.



[1] El Romano-Argentino Pontífice nos ha propuesto añadir una nueva obra de Misericordia: “… la misma vida humana en su totalidad incluye el cuidado de la casa común…me permito proponer un complemento a las dos listas tradicionales de siete obras de misericordia, añadiendo a cada una el cuidado de la casa común. Como obra de misericordia espiritual, el cuidado de la casa común precisa de la contemplación agradecida del mundo… como obra de misericordia corporal, el cuidado de la casa común, necesita simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo y se manifiesta en todas sus acciones que procuran construir un mundo mejor”

 

 

[2] Dom Helder Câmara. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae Santander 1987 p.142

sábado, 10 de septiembre de 2022

REPETIMOS LA HISTORIA DEL HIJO PRODIGO



Ex 32, 7-11. 13-14; Sal 53-4.12-13.17.19; 1ª Tm 1, 12-17; Lc 15, 1-32

 

 

Idolatrar un “becerro de oro”

Lo entendemos como dos pedagogías diferentes: En el Primer Testamento hay una primera forma de pedagogía, algo así como una pedagogía para niños. Su pueblo está en formación, vaga por el desierto, es ingenuo y pueril, así, pues, en esta etapa de su formación requiere una pedagogía especial. Le da grandes prodigios, le permite atestiguar su poderío, lo saca con gran poder y majestad de Egipto y le da líderes, jueces, patriarcas, héroes; le permite y lo acompaña a conquistar la Tierra Prometida –podemos afirmar que- lo lleva de la mano, como a un niño que aprende a caminar.

 

Ya su pueblo ha alcanzado cierto grado de madurez, está conformado, ha recibido “Las Tablas de la Ley”, ha recibido la Tierra de Promisión, tiene su gran hito cultual, el Templo de Jerusalén; se procede a una nueva pedagogía: Jesucristo, ¡el Evangelio del Amor! Hay un cambio en el modelo pedagógico que va de la playa a la montaña; ustedes saben que son -a cuál más de hermosos- pero distintos; sus paisajes, sus panoramas son radicalmente diferentes, cada uno con su propia grandeza y su propia majestuosidad. ¡Se trata de un cambio pedagógico radical!

 


Nosotros leemos la Primera Lectura así: Dios dicta su sentencia para un pueblo de cabeza dura Él va a consumirlos: Pero Dios conoce a Moisés, Él sabe que Moisés no es para nada egoísta, Él sabe que su solidaridad con el Pueblo escogido llega a los límites de matar al capataz egipcio que atropellaba a su hermano hebreo. Dios nos conoce hasta el límite que no hemos pronunciado una palabra y Él ya la conoces entera (cfr. Sal 139(138), 4). Dios sabía que Moisés renegaría de privilegios para Él, que no era la clase de persona que daría la espalda a los suyos, sino que intercedería por ellos. En esta Lectura extractada del Éxodo 32, 7-11. 13-14 Dios nos rebela como escoge los líderes que Él nos da, se trata de personas acrisoladas, templadas, fieles, solidarias con su pueblo. No se trata de que Dios del Primer Testamento sea un Dios castigador y luego, en el Segundo Testamento, se haya reblandecido como un viejito; se trata de revelarnos quien merece ser líder, cómo es un Discípulo. Se trata de que nosotros no somos Dios y no podemos conocer el corazón de los hombres pero Dios –en esta perícopa- nos da esa facultad y, por un momento, nos deja ver –mejor aún-, Él nos capacita para que veamos dentro del corazón de Moisés y sepamos por qué es el interlocutor, el mediador, el pro-feta (que habla en nombre de otro) a quien Dios hablaba cara a cara, desde la Zarza hasta el Monte humeante de la entrega de las Tablas de la Ley, hasta la Tienda del Tabernáculo, y de sus entrevistas con Dios, salía con el Rostro radiante.

 

Perversidad universal, pero no universal perversión

Cada uno de nuestros pecados “pesa” sobre nuestros hermanos. Cada toma de conciencia, cada esfuerzo de conversión contribuye a mejorar el clima en el cual viven los demás.

Noël Quesson

 

No se puede soslayar que en el Evangelio el hermano menor no sólo estaba “perdido”, no sólo había extraviado el camino; no, el asunto era muchísimo más grave: “estaba muerto”. Entonces, la verdadera conversión es un cambio tan profundo que es una verdadera resurrección, el Padre lo dice así: “ha vuelto a la vida”; pero trasformado; ahora, es capaz de ponerse a la altura de un “servidor”, es consciente que ha ofendido al Cielo y a su Padre, ahora está en condiciones de atarse la toalla alrededor de la cintura y lavar los pies: ποίησόν με ὡς ἕνα τῶν μισθίων σου. “trátame como a uno de tus siervos a paga”.


 

El Salmo nos invita a la verdadera y radical conversión, a rogarle a Dios para que nos “transforme”, para que nos “transfigure”, para que nos lave de los delitos y nos purifique de todo pecado, para que nos ayude a “configurarnos” con Jesús, a reflejar su Amor, a trasparentar su σπλαγχνίζομαι, a ver a nuestros prójimos con los mismos ojos con los que Él nos ve. Amén

 

¿Qué habría pasado si…?

Se verifica el fin del haber porque dilapida toda su riqueza, del valer porque de hijo de rico pasa a ser porquerizo, del poder porque nadie lo recibe y se descubre en una soledad terrible.

Arturo Paoli

 

Podemos imaginar algunas ligeras variantes en el desenlace de la parábola del “hijo prodigo”. Por ejemplo, si al hermano iracundo el Padre le pidiera que reorganizaran la herencia para que –de lo que quedó después del malbaratamiento de la parte derrochada- VOLVIERAN A PARTIR, YA NO LA MITAD PARA CADA UNO SINO UN CUARTO.  ¿Será que lo que el Padre quiere es recuperarle la herencia al hermano menor? Es muy importante resolver este punto: cuando vuelve el hermano menor, ¿automáticamente entra a ser, otra vez, coheredero? En otro momento, al examinar esta parábola decíamos que el anillo -que ordena a los criados que le pongan en el dedo- era el sello-firma-cheques (hablando analógicamente, claro). Entonces, ¿podrá volver a derrochar?

 

Pensémoslo una segunda vez, si él está sinceramente arrepentido ¡no volverá a cometer los mismos errores! Y esto es definitivo –a nuestro modo de ver- para poder entender la parábola. Consideremos que, cuando el muchacho prepara el discurso que dirigirá a su Padre cuando vuelva: Πάτερ, ἥμαρτον εἰς τὸν οὐρανὸν καὶ ἐνώπιόν σου, οὐκέτι εἰμὶ ἄξιος κληθῆναι υἱός σου· ποίησόν με ὡς ἕνα τῶν μισθίων σου. “Padre, he pecado contra el Cielo y contra Ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores” (Lc 15, 18b-19). Ha quedado puesta la semilla intensa y profunda del sincero arrepentimiento, el deseo firme de no incurrir más en lo mismo.

 

Por eso, cuando uno medita ¿Por qué el Padre accedió a partir la herencia antes de su muerte?, o -dicho en otras palabras- ¿por qué dejó el Padre que su hijo joven e inexperto partiera de su lado? (lo que nos conduce a otra variante de la parábola, la de un Padre que no deja partir al hijo para prevenir el despilfarro). Hay que valorar lo que la crisis enriquece la existencia. ¿Qué creen ustedes, que el Padre debió haber amarrado al hijo a la pata de la cama para que no partiera de su lado? Recuerdo vivamente (como si hubiera sido ayer) el momento en que Un-tal quiso casarse y, contra toda evidencia, su matrimonio no duro dos años, pero en el momento dado, no valieron los consejos de sus padres y sus hermanos, tras de esas recomendaciones y aquellos avisos él creía ver tan sólo la envidia de unas “personas” que no querían dejarlo vivir su felicidad. Muchas veces se nos mete entre pecho y espalda el deseo de “…recibir nuestra parte y partir a un país lejano…”, y en ese momento, cuando uno está enceguecido por la terquedad, no valen consejos. Parece que la única manera de aprender –en esos casos- es golpearse las rodillas, aunque nos hagamos daño y nos las hagamos sangrar.

 

Así que muchas veces, el mejor padre/madre se ve obligado a dejar que su hijo se raspe las rodillas. Es muy conocida la anécdota del niño que insiste en tocar la plancha caliente a pesar del anuncio de que se va a quemar…. ¿qué se puede hacer?, ¡dejarlo que se queme porque “nadie aprende en pellejo ajeno”! reza la sabiduría popular. Nosotros mismos hemos llegado a decir que “un papá verdaderamente responsable esconderá la plancha en un lugar inaccesible para evitar que el chico o la niña se quemen… pero hemos visto que en más de una ocasión el niño (o la niña) llegaran hasta ese sitio tan inaccesible y… de todas maneras, se quemará. ¡No es cuestión de padres responsables sino de la dialéctica de la curiosidad! Y esta está emparentada con la concupiscencia. El hijo (o hija) que recibe el pre-aviso –por alguna extraña razón- cree que le están mintiendo… (es la misma situación de Eva ante la tentación, a pesar de darse cuenta que el Malo con su disfraz de serpiente le está mintiendo, la curiosidad puede más).


 

Pensémoslo una tercera vez:  No creemos que se trata -sensu stricto- de una herencia en el sentido de un “dinero” sino de una especie de alegoría y lo repartido por el Padre son los “valores del Reino”, no los bienes terrenales sino la “Vida de la Gracia”, no “dinero” sino verdaderos “bienes”, el Amor de Dios Padre. Y el país lejano donde se va a despilfarrar es el alejamiento de esos valores, de esas leyes, es vivir de espaldas a la Ley de Dios, la ley del Amor. Un país lejano es el lugar donde no impera ni se recuerda lo que Dios nos ha señalado y revelado –por medio de su Hijo- como los peldaños que conducen a la salvación. Esto es tema clave, el arrepentimiento conduce a una conversión y la conversión consiste exactamente en eso, quitarnos las lagañas y poder -por fin- entender que lo que Dios señala no es para Au Conveniencia, sino que es la ruta de nuestra propio bienestar pleno, y, entonces, poderse proponer vivir conforme con su “Santa Voluntad”, la conversión –para que sea verdadera conversión- tiene que ser la libre aceptación de sus enseñanzas, la apertura de nuestro corazón para escuchar enamorados lo que Él nos dice, aceptar sus “románticos” murmullos pronunciados al oído de nuestro corazón, con Dulce-Voz. Como el profeta Jeremías: “El Señor me sedujo, y yo me deje seducir…” (Jr 20, 7). Consiste en permitir que Él obre en nosotros y a través de nosotros hasta que podamos decir con San Pablo: ζῶ δὲ οὐκέτι ἐγώ, ζῇ δὲ ἐν ἐμοὶ Χριστός· “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20b). Sin oposición, sin violencia, en armonía interna, siendo capaz de aceptar que el timón de nuestra barca lo lleve Él.

 

Des-cosificar las relaciones interpersonales

El tema de la conversión no sólo comprende un arrepentimiento sólido y muy sincero, sino, además, un cambio rotundo en el modo de relacionarnos con las cosas y especialmente con las personas. En estos Domingos previos venimos viendo la importancia de replantear nuestras relaciones con las cosas, especialmente cuando las cosas nos encadenan y tienden a ganar una importancia exagerada, desmedida y a convertirse en “ídolos”. También nuestra relación con las personas -particularmente como lo decíamos el Domingo anterior, el 23º Ord. (C)- con la familia, pueden convertirse en un impedimento, en una traba para tener una relación profundamente personal con Dios. En la parábola del “Hijo pródigo” se echa de notar que este joven ve en su Padre, no la persona amorosa que lo ama, sino el dispensador de dinero, bienes y provisiones (cosa que hoy día suele suceder y que denominaremos “ver al papá como un cajero automático”. Descubrimos el gran valor que tuvo el “despilfarro” de sus bienes por parte del hijo menor, cuando ya no le quedaba nada, tuvo que “darse cuenta” por fin del verdadero significado del Padre. Podemos decir que la “conversión” consiste en una “re-significación que revalúa”.

 

No falta quien haga un cálculo de inversión-ganancia para evaluar la “perdida”: ¿se justificaba que el joven malbaratara toda su herencia para que dejara de ver al Padre cosificadamente como si su papá tuviera el rostro de un billete? Pero el amor no tiene tablas contables de inversión ganancia, tampoco la economía salvífica sopesa a doble columna cuánto se invierte para “salvarnos”. Lo que hemos constatado es que Dios en la Persona de Jesús lo “apostó” todo, absolutamente todo, por nosotros, hasta la última gota de su Sangre. El slogan de la economía de la salvación es este: μείζονα ταύτης ἀγάπην οὐδεὶς ἔχει, ἵνα τις τὴν ψυχὴν αὐτοῦ θῇ ὑπὲρ τῶν φίλων αὐτοῦ. “No hay amor más grande que el de dar la vida por un amigo” Jn 15, 13.

 

El ciego recién curado también veía a las personas como cosas, le parecían que eran árboles Mc 8, 24b. y Jesús le puso las manos nuevamente sobre los ojos y quedó completamente sano. Este “hijo menor” ha necesitado de ese doble toque sanador, perderlo todo, pasar hambre, tener envidia de los cerdos y no poder probar las bellotas con las que los alimentaban, subrayamos siempre que para un judío la peor suerte es la de tener que cuidar cerdos, un “animal inmundo”. Diríamos que este joven “tuvo que tocar fondo” para des-cosificar su relación con el Padre.

 


En general son muchos los casos en que no alcanzamos a ver a la persona y sólo alcanzamos a ver una cosa que es la mediación con ella. Ver a los otros con los mismos ojos con los que nos ve Dios significa sanar nuestra mirada y ser capaces de ver al ser humano que está detrás, que es lo verdaderamente valioso, que es nuestro hermano, un hijo de Dios como nosotros (y no nos cansamos de insistir en este punto porque es un punto nodal de nuestra fe).

 

Comunicadores del gigantesco Amor del Dios

Cuando miro mis manos, sé que me han sido dadas para que las extienda a todo aquel que sufre, para que las apoye sobre los hombros de todo el que se acerque y para ofrecer la bendición que surge del inmenso amor de Dios.

Henri J.M Nouwen

 

Todo el Evangelio nos muestra que Dios nos ama más allá de la lógica humana, nos ama con su Lógica Divina. Y nosotros ¡No la alcanzamos a entender! En un intento ingenuo vamos a tratar un asomo de referencia diciendo lo que no es: Hemos visto algún niño que creaba una figurita en plastilina y después la destripaba despiadadamente con las mismas manitas con las que la había fabricado. ¡Ese no es el Padre Celestial! Dios nos crea e inmediatamente nos ama, es más, antes de crearnos ya nos amaba y, si nos ve amenazados por algún riesgo, no vacila en dejar solas las 99 ovejas que “están a salvo” e ir corriendo a rescatarnos. Nos cuida y nos quiere más que lo que la mujer que atesoraba 10 monedas de plata, cada uno de nosotros le es millones de veces más precioso.

 


Ahora, sí hay uno al borde del abismo y lo logra rescatar, hace fiesta ¡óigase bien! FIESTA, y no vacila en hacernos matar “el ternero cebado” y nos recibe con manto nuevo y anillo al dedo y sandalias. Pero otro detalle, no somos figuritas de plastilina para Él, nuestro Creador no es un niño caprichoso que hace y deshace según la volubilidad de su talante. ¡No! Nos creó y luego, nos dotó de dignidad y libre albedrío. Si queremos nuestra parte, y si escogemos marcharnos a un país lejano, no por eso nos deja de amar; observemos que: ἔτι δὲ αὐτοῦ μακρὰν ἀπέχοντος εἶδεν αὐτὸν ὁ πατὴρ αὐτοῦ καὶ ἐσπλαγχνίσθη, καὶ δραμὼν ἐπέπεσεν ἐπὶ τὸν τράχηλον αὐτοῦ καὶ κατεφίλησεν αὐτόν. “Estaba todavía lejos cuando su Padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos.” Lc 15, 20b. Este verbo σπλαγχνίζομαι ha venido a cobrar una enorme importancia dentro de la teología, porque representa el amor ágape de Dios, su Amor Misericordioso, no un sentir frio, despersonalizado, sino un “sentir” maternal, como nos lo ha explicado otro gran teólogo remitiéndose a la palabra hebrea que da sentido a la palabra “Misericordia”, un sentir que nace de las entrañas, del mismo útero. Así nos ama Dios: Tiernamente, con sus entrañas, por más pecadores que seamos, mejor dicho, precisamente por pecadores, porque nos ve al borde del abismo y si logra llegar a nosotros antes que caigamos ¡HACE FIESTA!

 

 

domingo, 4 de septiembre de 2022

¡LO QUE VERDADERAMENTE VALE!

 


Sab 9, 13-19; Sal 90(89), 3-4. 5-6. 12-13. 14. 17; Fil 9b-10. 12-17; Lc 14, 25-33

 

Enséñanos lo que valen nuestros días,

para que adquiramos un corazón sensato.

Sal 89, 12

 

¡Camina en Cristo y canta con alegría! ...,

pues el que te mandó que le siguieses...,

va delante de ti... El resucitó primero...,

para que tuviésemos un motivo para esperar...

San Agustín de Hipona

 

El verso 12 del Salmo 90(89), allí donde dice “corazón sensato” pone la expresión לְבַ֣ב חָכְמָֽה algo así como “dispuesto para Ti”, se podría traducir por “juicioso” o por “maduro”. En fin, estamos rondando en torno a la sabiduría que conduce hacia Dios como disponibilidad devota.

 

La fragilidad humana, de la que renegamos con frecuencia, es un referente de nuestro ser y de nuestra realidad. Nos permite justipreciar lo que somos, nuestras limitaciones, la inestabilidad de nuestro estado, y –en consecuencia- aquilatar el valor del tiempo y de la vida; nos permite ponernos frente a Dios, nuestro Señor, y saber en qué nivel estamos. Es tal el valor de nuestra debilidad que ella nos conduce por caminos de sabiduría. ¡No la desdeñemos!

 

Pero esa sabiduría sería más bien, motivo de burla, si no la aplicamos en la elección de nuestras metas, en las decisiones que hacemos, en los compromisos que contraemos. Conocer nuestra condición nos da la posibilidad de medir –como dice Jesús en su enseñanza- si voy a “construir una torre”, primero calcularé su costo. Así, cualquier empresa que nos propongamos deberá tomar como referente las flaquezas que nos pueden detener.

 

Tal vez hay quienes –en aras de mantener la pintura de fondo totalmente rosa- opinen que el gozo será mayor si vivo de espaldas a mi realidad. Pero entonces perderemos la perspectiva. Muy cierto es que pesa sobre nosotros un deber de “optimismo”, que no podemos desde el día de nuestro nacimiento vivir contando con nuestra muerte para el día siguiente, que nuestro enfoque no puede ser el desespero de la sinrazón en la que muchos han caído y caen (pretendidos filósofos que se tumban pesadamente sobre su muy oscura melancolía, pensando que, si hemos de morir nada vale la pena. Frente a ese nihilismo trágico la mirada cristina –dicha en palabras de José Luis Martín Descalzo: “Cristo jamás vio a la humanidad como una suma de mal irremediable, tuvo siempre la total seguridad de que valía la pena luchar por el hombre y morir por él”). Otra panorámica –esa es la mirada sabia- reconoce el Don maravilloso de la vida y ¡la disfruta mientras dura!

 

¿Cómo –se preguntan los pesimistas redomados- podemos disfrutar de la vida si ella está tachonada de dolores, enfermedades, separaciones, tristezas y otro sin fin de pesares? Y la respuesta es casi obvia, mirando la otra mitad del vaso (la mitad que está llena), y no ahogándose en el medio vaso que está vacío.


 

Jesús llena el vaso proponiendo una finalidad y un sentido para la existencia: ¡Seguirlo! Y, aquí cabe con la mayor propiedad recordar que Jesús, que se hizo hombre ¡es Dios! ¡Esto ha de mantenerse en el norte de nuestro andar! Por eso hay que seguirlo. Ese “discipulado” también requiere un cálculo de costos, amerita un “presupuesto” seriamente planeado, no porque la obra acometida no valga la pena, no porque el seguimiento pueda estar equivocado, ¿cómo podría ser vano ir tras lo Trascendente? No hay posibilidad de equivocarse si se sigue a Dios; el riesgo está de la parte del discípulo: ¿Podrá el discípulo desatarse de los “apegos” mundanos para vivir su ser en plenitud de Eternidad? ¿Somos capaces de desligarnos de las ataduras que -dicho sea de paso- nos hemos anudado nosotros mismos? (es decir, ¿somos capaces de mirar -directamente- a los ojos la libertad que hemos recibido para vivir abandonados en las Manos de Dios?) Esto embona perfectamente con nuestra petición en la oración Colecta para la Liturgia de este Domingo 23º Ordinario (C): “Padre y Señor nuestro…Haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la Libertad verdadera y la Herencia eterna”.

 

Si comparáramos la vida con un tour, más o menos la metáfora nos llevaría a preguntarnos si ¿nuestra fe es la suficiente para alcanzar a comprar todos los tiquetes de los trenes que tendremos que trasbordar, para ir de ciudad en ciudad hasta alcanzar el feliz término? El fondo del que se dispone para comprar “pasajes”, el peculio que financia nuestra travesía no es oro, ni es plata; ese fondo es la fe.

 

No vamos a ocultar que la fe tiene un componente de solidez que –para efectos de este análisis vamos a denominar- madurez de la fe. Quizás con un pensamiento pueril nuestro “presupuesto” calcule que bastan dos moneditas para pagar todos los tiquetes que mi travesía requerirá y ¡nos engañamos si pensamos así! Jesús al enseñarnos no vacila en colocar un precio estimado para que podamos intuir lo que podría llegar a costar este viaje “al rededor del mundo”, y pone en el “cartel” este estimativo: Él pone allí la palabra CRUZ.

 

Puestos los ojos en la CRUZ, (mirando al que Traspasaron) alcanzo a ver –sin engañarme- que la CRUZ es el Trono de su Grandeza. No que la CRUZ sea un mueble acolchado de muelle espuma forrada en terciopelo. ¡Para nada! No queremos envolver la CRUZ en un baño de almíbar; sino mantener la claridad y sopesar la realidad de la CRUZ. La cruz no es muerte y sólo muerte, la CRUZ siempre es muerte y Resurrección. ¡La cruz es esa fantástica dialéctica de la Vida Eterna! Y -por lo mismo- para asumirla y poderla vivir requiere la madurez de la fe.

 


¡Sí!, atrevámonos a decirlo con todas las letras: sí tu fe ha de quebrarse ante los tropiezos y dificultades, entonces –¡óigase bien! es mejor que no acometas la construcción de la torre. Sigue muelle y holgazanamente apoltronado en “tus bienes” temporales porque no te alcanza tu “tesoro” para darle “la vuelta al mundo”; es cierto, sólo te alcanza para “entretenerte”, quizá para un algodón de azúcar aquí y un merengue allá. Pero –tampoco se puede soslayar y mal haríamos en ocultártelo -habrá cuartos de hora de sinsabor y cuartos de hora de amargura- aun cuando no inicies la travesía y optes por quedarte engolosinado en la “estación”, (porque hay quienes se empecinan en quedarse en el puerto sin jamás zarpar). De todas maneras, el Don de la vida terrena es provisorio y tendrá su término.

 

Pero el “seguimiento” discipular (que no es exclusividad de quienes han optado por la “vida consagrada”) es garantía de Trascendencia, ¡esa sí que es Vida Eterna! Repitámoslo a riesgo de sonar machacones, requiere de una fe madura. Requiere romper con los apegos, liberarnos de las manías, desvincularnos de vicios y placeres mundanos -por así llamarlos- se requiere madurez que, en este caso, quiere decir una fe acrisolada, sometida al temple de los “tragos amargos”. Ante ellos Dios nos responde siempre: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”. Vamos a analizar esto, permítannos, contar aquí la historia de “la tacita”, para tratar de mejor explicar en qué consiste la fe madura:

 

«Se cuenta que alguna vez, en Inglaterra, existía una pareja que gustaba de visitar las pequeñas tiendas del centro de Londres. Una de sus favoritas era donde vendían antigüedades; en una de sus visitas encontró una hermosa tacita. ¿Me permite ver esa taza?, pregunto la Señora, ¡nunca he visto nada tan fino!

 

En cuanto tuvo en sus manos la taza, esta empezó a hablar:

 

– “¡Usted no entiende!, yo no siempre he sido esta taza que usted está sosteniendo. Hace mucho tiempo yo era solo un montón de barro sin forma. Mi Creador me tomo entre sus manos y me golpeo y me amoldo cariñosamente. Llegó un momento en que me desespere y le grite: Por favor, ya déjame en paz. Pero solo me sonrió y me dijo: Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.

 

Después me puso en un horno. Yo nunca había sentido tanto calor. Me pregunté por qué mi Creador querría quemarme, así que toque la puerta del horno; a través de la ventana del horno pude leer los labios de mi creador que me decía: aguanta un poco más, todavía no es tiempo.

 

Finalmente mi Creador me tomo y me puso en una repisa para que me enfriara. Así está mucho mejor, me dije a mi misma; pero apenas y me había refrescado cuando ya me estaba cepillando y pintándome. El olor de la pintura era horrible. Sentía que me ahogaba. Por favor detente gritaba yo, pero mi Creador solo movía la cabeza haciendo un gesto negativo y decía: aguanta un poco más, todavía no es tiempo.

 

Al fin dejo de pintarme, pero esta vez me tomó y me metió nuevamente a otro horno. No era un horno como el primero, sino que era mucho más caliente. Ahora si estaba segura que me sofocaría, le rogué y le implore que me sacara, grite, llore, pero mi Creador solo me miraba diciendo: aguanta un poco más, todavía no es tiempo.

 

Después de una hora de haber salido del segundo horno, me dio un espejo y me dijo: Mírate, esta eres tú. Yo no podía creerlo, esa no podía ser yo, lo que veía era realmente hermoso. Mi Creador nuevamente me dijo: Yo sé que te dolió haber sido golpeada y amoldada por mis manos, pero si te hubiera dejado como estabas, te hubieras secado.

 

Sé que te causo mucho calor y dolor, se también que los gases de la pintura te causaron mucha molestia, pero de no haberte pintado tu vida no tendría color. Y si yo no te hubiera puesto en el segundo horno, no hubieras sobrevivido mucho tiempo, porque tu dureza no habría sido lo suficiente para que subsistieras.

 

¡Ahora eres un producto terminado, eres lo que tenía en mente cuando te comencé a formar!”.

 


Igual pasa con Dios, Él sabe lo que está haciendo en cada uno de nosotros y no nos va a tentar ni a obligar a que vivamos algo que no podemos soportar. Él es el artesano y nosotros somos el barro con el cual Él trabaja. Él nos amolda y nos da forma para que lleguemos a ser una pieza perfecta y podamos cumplir con su voluntad.»

 

Para sobrellevar la Cruz podemos –con corazón sensato- orar como en Sabiduría 9, 17-18: ¿Quién conocerá tu designio, si Tú no le das la sabiduría / enviando tu Santo Espíritu desde el Cielo / sólo así fueron rectos los caminos de los que están sobre la tierra, / así los hombres aprendieron lo que te agrada y la Sabiduría los salvó.

 

“Señor, enséñanos lo que valen nuestros días, para que adquiramos un corazón sensato”. Ya para concluir queremos subrayar que no son cuatro Evangelios, no hay sino Un Evangelio. Evangelio significa Buena Noticia y la Única Buena Noticia para alcanzar la Vida Eterna es Jesucristo. ¡Él es la Sabiduría! ¡A Él vale seguirlo!