Ex 16, 1-5. 9-15
¡… nos
sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos!
Ex 16,
3
Seguimos avanzando en la lectura del Libro del Éxodo -que, en
nuestra travesía por el Pentateuco- continuaremos leyendo hasta el 1o de
agosto, cuando pasaremos al Levítico (aun cuando tan sólo sea por dos días);
dicho de otra manera, todavía nos quedan 6 lecciones del Éxodo. Hoy nos toca el
tema del Maná, recordemos que esta expresión en hebreo significa “¿Qué es
esto?”.
Uno no puede leer la Sagrada Escritura como el que lee un
cuentito pueril. Con todo el respeto del mundo advertimos que hay que
distinguir con claridad la Biblia de los comics. Hay que ponerse en situación.
Hay que ponerse en las sandalias de los israelitas que quizás no todos tenían
sandalias, y quizás muchos pisaban la arena candente con los pies descalzos.
De nuevo nos encontramos la actitud gruñona del pueblo: mucho
nos cuesta valorar los bienes espirituales, en este caso, el valor de la
libertad; para el pueblo, su único motivo de nostalgia, lo único que los
llevaba a tomar en cuenta, era la olla de carne y el pan con el que se hartaban
en Egipto; para ellos, lo demás valía menos que un rábano. Preferían haber
muerto con “la barriga llena” en el servilismo, que soportar los rigores del
desierto. Y, para muchos, ¡tenían toda la razón!
No nos cuesta nada y, por el contrario, es supremamente sencillo,
criticar al pueblo por poner por delante su hambre y la angustia por la escasez,
si nosotros nunca hemos pasado penuria para poner el pan en le mesa. Obsérvese
que todo el tiempo, el pueblo está descontento. Siempre vuelto contra la salida
de Egipto, siempre inconforme con lo recibido, siempre prontos a regresar y dar
marcha atrás y caer de cabeza en la idolatría, siempre quejosos contra el Designio
de Dios. Leyendo juiciosamente el Libro del Éxodo, lo primero que cabe decir es
que el pueblo quería todo, menos “salir” de Egipto.
Este dato es muy valioso para el “pastoralista”, un proyecto
de pastoral tiene que entender que los Bienes Espirituales están fuera de la
panorámica del pueblo de Dios, ocupando un lugar más bien postrero entre sus
anhelos. Pero, el “pastoralista” tiene que hacerse a la idea del terreno que
pisa y -sin desentenderse de las miras del pueblo- ayudarlos a alzar los ojos
del suelo y atreverse a mirar hacia el Cielo. Muchas veces entendemos caer con
el rostro a tierra como acto supremo de culto, como gesto purísimo de
adoración, cuando más bien es un movimiento de negación para no ver el rostro
de Dios. Muchas veces el “temor de Dios” encierra el pánico ente lo que Dios
nos pueda pedir, o lo que en su Sabiduría y Bondad nos da.
Sin embargo, aquel “ayuno forzoso” era un proceso de
depuración. Hemos oído -quizás- aquello que reza “todo lo que vale, cuesta”:
Pues, este ayuno los llevaba a aquilatar que, a pesar del rigor del hambre,
recobrar la dignidad de hombres libres los alzaba y los enderezaba hacia la
altura de “hijos de Dios”. A veces nos quedamos en la maravilla literaria del
“maná” y no nos detenemos a contestar a la pregunta que entraña: ¿Qué es esto? Ese
“esto”, era lo que Dios les ofrecía para que pudieran apartarse del apego a la
carne-y-pan egipcios.
En el pueblo, lo primero no era un estallido de gratitud,
sino el desconcierto de recibir un alimento -hasta entonces desconocido- lo
primero, seguramente era, probarlo y saber si se asimilaba con “la leche y la
miel” prometidos. Hay que ver las caras de la gente en un comedor cuando se
sirve algo no usual en la mesa familiar, o en el restaurante: ¡Puede suceder que
muchos prefieran su plato tradicional antes que probar “rarezas culinarias”!
Era una capa de roció que al disiparse dejaba unas escamas,
la escarcha nutricia con la que Dios los alimentaba, porque Él no los quería
matar de hambre, quería alimentarles el cuerpo, pero, además, enseñarles el
sabor de ser “su pueblo amado”, un pueblo libre para tributar culto a Dios y no
esclavizado por las idolatrías. ¡Levantarles el espíritu hasta las cumbres del
Sinaí!
Los nutrió con “pan del cielo” y שְׂלָו [selav]
“codornices”; si bien, este pan del cielo sólo es un pálido presagio del
Verdadero Pan del Cielo que nos dará Jesús.
Sal 78(77), 18-19. 23-24. 25-26. 27-28
Es un Salmo de la Alianza. Aprovecha contar la historia del
pueblo elegido, para mostrarnos la fidelidad de Dios respecto de su Alianza, muy
a pesar de nuestra infidelidad. Esta historia habría que repasarla una y mil
veces, para que todos nosotros, miembros del pueblo de Su Elección, que hemos
redundado en flaquezas y desobediencias, tengamos en el escenario de nuestra
conciencia que Él, Eternamente Misericordioso, ha tenido a bien, pactar Alianza
con nosotros, atento a nuestra fidelidad y nuestro cumplimiento.
Este Salmo tiene 72 versos, se han entresacado ocho para la
proclamación de hoy, y con ellos se han estructurado cuatro estrofas. Entra en
la esfera de “la memoria”, lo que se ha de tener muy en cuenta, porque conforma
nuestra identidad de fieles.
Cuando renegaban en el desierto, era porque veían que todo
estaba perdido. ¿Cómo iba a alimentarlos Dios en el desierto, si como sabemos
el desierto es sinónimo de esterilidad y penuria? Lo que ellos veían con toda seguridad, era
que allí, en medio de esa aridez, se cavarían sus fosas.
Hoy, en día, parece que tenemos mayor claridad y -aun cuando no siempre actuamos con coherencia respecto a esa claridad- por lo menos somos más dados a contestar: “Para Dios nada es imposible”: Así que Él abrió las “compuertas del Cielo”.
Y no les dio una cucharadita pequeña, ¡no!, les sirvió un
banquete hasta satisfacerlos a plenitud.
Y no solamente les dio pan, también sirvió en el banquete -en
pleno desierto- carne. Tantas codornices había, que eran tan incontables, como
las arenas del mar.
Esta desmandada prodigalidad Divina tendría que servir de enseñanza
y experiencia para fortalecer nuestra fe y sabernos abandonar en las Manos del
Todopoderoso.
Mt 13, 1-9.
Acoger
la Palabra de Dios quiere decir acoger la Persona de Cristo, el mismo Cristo.
Papa
Francisco
Estamos llegando al final de la primera parte del Evangelio
según san Mateo. Esta Primera Parte concluirá cuando Pedro confiese en Jesús al
Mesías. (Mt 16, 16). Esta sesión del capítulo 13 solemos llamarla el “discurso
en parábolas”. Unas parábolas se dirigen
a la multitud: esta del sembrador, la de la cizaña, la de la red y la pesca; en
cambio otras, son más específicamente dadas a los cercanos, a los que van en la
barca eclesial, a los discípulos, como es el caso con la del tesoro y la perla.
En los versos 3-9 tenemos la parábola del Sembrador. En los versos del 10-17,
por qué motivo les hablaba en parábolas, en los versos 19-23 tenemos la
explicación de la parábola del sembrador; los versos 24-30 comunican la
parábola de la cizaña, en los versos del 31-33 las parábolas del grano de
mostaza y la levadura; en el centro, en los versos 36-43 tenemos la explicación
de la cizaña -una explicación escatológica-; los versos 44-46 las parábolas del
tesoro y de la perla, los versos 47-50 nos traen la parábola de la red. En los
versos 51-52, los discípulos son llamados a constituirse en una nueva clase de
escribas, no los que se fundamentaban sobre la interpretación rabínica. Y
llegamos así al “final de los tiempos” pretéritos (Mt 13, 49), cuando vendrán
los ángeles a discernir la pesca, para arrojar los malos peces y recoger los
buenos, se trata de la llegada de la nueva edad Evangélica.
Jesús está en la barca (que prefigura la Iglesia), y les habla desde ella (se trata del Nuevo Noé -el Único hombre honrado que ha encontrado en esta generación-, que va llenando el Arca para que se conserve la especie (Cfr. Gn 7, 1-3), de los que reciben el Amor de Dios y dan su reciprocidad; es un mensaje dirigido a los que están afuera, para convidarlos (a abordar el Arca). La labor eclesial es la “convocatoria”. No se hace ninguna discriminación sobre los tipos de suelo, siembra esparciendo, aventando la semilla por todos lados. Habrá unos que oigan, habrá otros que prestaran sus oídos sordos como tapias, para negarse a escuchar y recluirse en su rechazo y su desprecio de los tesoros, estos botaran las perlas y pasaran de largo ignorando esos tesoros.
La Palabra es semilla, la semilla deviene trigo, con el trigo
se hace el Pan, el Pan es la sustancia material que se divinizará cuando se
consagre la Hostia, la Hostia es el alimento en que Jesús se nos entrega: el
pan-Eucarístico. Pan eucaristizado.
Recordemos que la Iglesia no reparte frutos, la Iglesia
ofrece generosa la Semilla que su Señor le ha entregado. Habrá -sin duda- los
que la acepten y vayan a su casa a consagrarse a esta agricultura. Otros
dejarán la semilla en algún cajón, hasta que se pudra; estos están despreciando
la Infinita Misericordia, quieren quedarse fuera del Arca porque no le creen a
Dios que habrá Diluvio -aun cuando ya no de Lluvia- porque Él prometió no
volver a este tipo de sanción, y colgó su Arco y sus líquidas Flechas.
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