Ex
3, 13-20
Y por fe, cuando ya fue
hombre, no quiso llamarse hijo de la hija del faraón, prefirió ser maltratado
junto con el pueblo de Dios, a gozar por un tiempo los placeres del pecado.
Hb 11, 24s
Ya
oyendo Moisés que Dios le promete asistirlos y acompañarlo para poder cumplir
la Misión que le encomienda, le hace una pregunta muy interesante, muy
importante: cuando él se presente ante sus hermanos Israelitas y les comunique
este propósito que tiene Dios, ellos enseguida -y sin duda- le van a preguntar
¿cuál es ese dios? ¿de qué dios está hablando? ¡Miren que pregunta tan
acertada!
Entonces
viene el culmen de esta teofanía: Dios le revela su Nombre. Ahí está la
grandeza de Moisés, a ninguno le había confiado Dios su Nombre, y, ya sabemos
lo importante que es en esa cultura el nombre. Prácticamente ellos piensan que
si uno sabe el nombre de alguien lo puede dominar, lo puede poner bajo su
control, bajo su gobierno, bajo su dominio. O sea que, al confesarle su Nombre,
Dios se está haciendo Siervo de aquel pueblo.
Dios le dijo: אֶֽהְיֶ֖ה אֲשֶׁ֣ר אֶֽהְיֶ֑ה [ehye aser ehye] “Yo-soy-quien-Yo-soy”, y, añade algo esencial: este es mi nombre para siempre, así me llamaran de generación en generación”. «Muchos, a partir de la metafísica griega, han visto en estas palabras la definición de Dios como el “Existente” (la traducción de los LXX va en esta dirección), aquel que sencillamente “es” y de quien proviene todo ser. Podemos apreciar la consideración de que Dios revela su nombre a través de su ser “presente” y “activo” en la historia de su pueblo». (Enzo Raimondi) Esta respuesta es enigmática, no podemos usarla como arma para “manejar” a Dios, porque sabemos su Nombre, pero no sabemos lo que Su Nombre implica. Para nosotros el verbo ser implica algo inmutable, algo permanente: entonces, hemos querido deducir que significa “que no cambia” ... ¡Una inyección de un litro de formol en las venas de Dios!
«Cuando Moisés le pregunta a
Dios ¿cuál es tu nombre? Dios responde “Yo soy el que existo” (3,14). En
aquellas circunstancias era afirmar: “yo soy el que actúo en medio de los
oprimidos, los que sufren. No se trata acá de categorías propias de la
metafísica occidental. Ser, para un semita, es acción; nunca una realidad
estática. Significa estar ahí, estar-con. ‘Estoy acá como el Dios que quiere
ayudarte y establecer contigo una alianza’. Yavé es el Único de quien se puede
afirmar con toda verdad que es lo que hace y hace lo que es» (José L. Caravias
s.j.). Este Nombre Santo, tiene que entenderse como un Sacramento, constituye la
dación de Dios al hombre. Él se entrega, pero sigue siendo Misterio. Sin
embargo, no podemos entender este Misterio como si Dios estuviera jugando a las
escondidas con nosotros; como si Él, en su Grandeza, se hiciera Amigo, pero
sólo Amigo a medias, ocultándonos el resto. Simplemente, la relación con otro,
no sólo la relación con el Otro, siempre se produce en el marco del
conocimiento parcial; forma parte de la naturaleza de la criatura. Ese margen
de incognoscibilidad, es la hura que el Malo aprovecha para “colarse”, para
permanecer allí disimulado, pero siempre a punto de gatillarse. La sospecha,
los celos se inoculan precisamente en el espacio de la desconfianza motivada
porque no podemos conocer al otro por entero, el conocimiento no es cabal, por
el contrario, es in-acabado. Con nuestro conocimiento fragmentario siempre
estaremos expuestos a la sorpresa de la otredad.
Es sugestivo lo que dice
Dios inmediatamente después de dar a conocer Su Nombre:
a)
He
observado como los tratan,
b)
He
decidido sacarlos de la opresión
c)
Y he
decidido llevarlos a una tierra que mana leche y miel.
Complementa su Nombre mostrando quien Es por
lo que hace: ¡Compadecerse!
No desconozcamos que no envía a Moisés solo,
claramente le dice que organice una “comisión” junto con los ancianos de Israel,
para presentarse ente el Rey de Egipto.
Ante Faraón, se presentarán como la
delegación enviada por el Dios de los Hebreos. No es el dios de algún
grupúsculo, o de alguna organización o comunidad particular, sino el Dios de Su
Pueblo Entero. Y declara que el objetivo de esta salida de la cautividad es
recorrer una distancia igual a tres jornadas, para llegar al Horeb a ofrecer
Sacrificios. Ratificamos lo dicho ayer: el propósito intrínseco de esta
liberación es el cumplimiento de una liturgia: ir a adorar: Un objetivo
cultual.
Sal
105(104), 1 y 5. 8-9- 24-25. 26-27
Este
es un Salmo de la Alianza. En esta oportunidad la Alianza que ha sellado Dios
con su pueblo delega en Moisés el Encargo, y da como contraseña y símbolo de
este Pacto, la entrega de Su Nombre.
La
perícopa está organizada con ocho versos, entresacados de los 45 versos que
componen este Salmo. Con esos ocho, se han configurado 4 estrofas, a saber:
En
la primera estrofa se nos llama a “invocar” el Nombre del Señor, a proclamar
sus hazañas, a recordar los Portentos, los Primores, y las Palabras poderosas
que Él pronunció para su bien.
En la segunda estrofa dice que Dios se acuerda de esta Alianza Eternamente, fue declarada por primera vez a Abrahán, luego a Isaac y así, sucesivamente por generaciones y generaciones.
En
la tercera señala que Dios ha hecho a su pueblo poderoso, y fecundo para poder
cumplir las dos promesas: mucha prole y tierra propia. Y, para que fuera más
resplandeciente su Bondad preferencial, hizo que del corazón de los opresores
brotara más rabia y saña.
Y,
envió a Moisés y a su hermano Aarón, para exhibir, a través de ellos, todo el
Poderío y los Signos tan especiales de su Excelsitud.
Mt
11, 28-30
“El primer imperativo es «Venid a mí».
Dirigiéndose a los que están cansados y oprimidos, Jesús se presenta como el
Siervo del Señor descrito en el libro del profeta Isaías. Así dice el pasaje de
Isaías: «El Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que haga saber al
cansado una palabra alentadora» (50, 4). Al lado de estos cansados de la vida,
el Evangelio pone a menudo también a los pobres (cf. Mt 11, 5) y a los pequeños (cf. Mt 18, 6). Se trata de aquellos que no pueden contar con
medios propios, ni con amistades importantes. Sólo pueden confiar en Dios.
Conscientes de su propia humilde y miserable condición, saben depender de la
misericordia del Señor, esperando de Él la única ayuda posible” (Papa
Francisco).
¡Es
lógico que llevar un yugo produzca fatiga, es una carga, es una incomodidad, es
llevar un peso en la nuca, es agotador! ¿Cómo puede haber un “yugo” que, por el
contrario, produzca descanso?
Parece
que -de todas maneras- hay unos compromisos a satisfacer para que los yugos que
carguemos se alivianen: consiste en aprender la humildad y la mansedumbre; no
de otra manera llegaran nuestras fatigas a ser “vacaciones” plácidas y
desahogadas. Como el caballo indómito que se rebela, se entrega a las cabriolas
y empieza a sudar y a jadear hasta que se rinde y descubre que su arrebato sólo
lo extenúa, lo fatiga, lo agota.
Jesús
llama a los que han padecido, ofrece este reposo a los que han padecido, los
que han alcanzado el límite de sus fuerzas y están desfallecidos. El apacible
reposo no llegará para los que se han refocilado en la holgura, sino para los
que han padecido la penuria, y sufrido la escasez. Él convoca a los que han
probado en su espalda el mordisco del látigo y llevan las venas vacías porque
su sangre ha sido succionada, y sus vestiduras sudadas y sus fuerzas quedan exánimes.
Como
lo decía el Venerable Veda: “Se equivoca el que se imagina que va a encontrar
la paz en el goce de los bienes y las riquezas de este mundo. Los frecuentes
problemas de este mundo-aquí abajo- y, el fin mismo de este mundo, debería
convencer a los hombres que han puesto las bases de su paz en la arena”.
«Pero
debemos tener el corazón de los pequeños, de “los pobres en el espíritu” para
reconocer que no somos autosuficientes, que no podemos construir nuestra vida solos
que necesitamos de Dios, necesitamos encontrarlo, escucharlo y hablarle. La
oración nos abre a recibir el don de Dios, su sabiduría, que es Jesús mismo,
para llevar a cabo la voluntad del Padre en nuestra vida y encontrar así reposo
en las fatigas de nuestro camino». (Papa Francisco)
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