miércoles, 16 de julio de 2025

Jueves de la Décimo Quinta Semana del Tiempo Ordinario



Ex 3, 13-20

Y por fe, cuando ya fue hombre, no quiso llamarse hijo de la hija del faraón, prefirió ser maltratado junto con el pueblo de Dios, a gozar por un tiempo los placeres del pecado.

Hb 11, 24s

Ya oyendo Moisés que Dios le promete asistirlos y acompañarlo para poder cumplir la Misión que le encomienda, le hace una pregunta muy interesante, muy importante: cuando él se presente ante sus hermanos Israelitas y les comunique este propósito que tiene Dios, ellos enseguida -y sin duda- le van a preguntar ¿cuál es ese dios? ¿de qué dios está hablando? ¡Miren que pregunta tan acertada!

 

Entonces viene el culmen de esta teofanía: Dios le revela su Nombre. Ahí está la grandeza de Moisés, a ninguno le había confiado Dios su Nombre, y, ya sabemos lo importante que es en esa cultura el nombre. Prácticamente ellos piensan que si uno sabe el nombre de alguien lo puede dominar, lo puede poner bajo su control, bajo su gobierno, bajo su dominio. O sea que, al confesarle su Nombre, Dios se está haciendo Siervo de aquel pueblo.


Dios le dijo: אֶֽהְיֶ֖ה אֲשֶׁ֣ר אֶֽהְיֶ֑ה [ehye aser ehye] “Yo-soy-quien-Yo-soy”, y, añade algo esencial: este es mi nombre para siempre, así me llamaran de generación en generación”. «Muchos, a partir de la metafísica griega, han visto en estas palabras la definición de Dios como el “Existente” (la traducción de los LXX va en esta dirección), aquel que sencillamente “es” y de quien proviene todo ser. Podemos apreciar la consideración de que Dios revela su nombre a través de su ser “presente” y “activo” en la historia de su pueblo». (Enzo Raimondi) Esta respuesta es enigmática, no podemos usarla como arma para “manejar” a Dios, porque sabemos su Nombre, pero no sabemos lo que Su Nombre implica. Para nosotros el verbo ser implica algo inmutable, algo permanente: entonces, hemos querido deducir que significa “que no cambia” ... ¡Una inyección de un litro de formol en las venas de Dios!

 

«Cuando Moisés le pregunta a Dios ¿cuál es tu nombre? Dios responde “Yo soy el que existo” (3,14). En aquellas circunstancias era afirmar: “yo soy el que actúo en medio de los oprimidos, los que sufren. No se trata acá de categorías propias de la metafísica occidental. Ser, para un semita, es acción; nunca una realidad estática. Significa estar ahí, estar-con. ‘Estoy acá como el Dios que quiere ayudarte y establecer contigo una alianza’. Yavé es el Único de quien se puede afirmar con toda verdad que es lo que hace y hace lo que es» (José L. Caravias s.j.). Este Nombre Santo, tiene que entenderse como un Sacramento, constituye la dación de Dios al hombre. Él se entrega, pero sigue siendo Misterio. Sin embargo, no podemos entender este Misterio como si Dios estuviera jugando a las escondidas con nosotros; como si Él, en su Grandeza, se hiciera Amigo, pero sólo Amigo a medias, ocultándonos el resto. Simplemente, la relación con otro, no sólo la relación con el Otro, siempre se produce en el marco del conocimiento parcial; forma parte de la naturaleza de la criatura. Ese margen de incognoscibilidad, es la hura que el Malo aprovecha para “colarse”, para permanecer allí disimulado, pero siempre a punto de gatillarse. La sospecha, los celos se inoculan precisamente en el espacio de la desconfianza motivada porque no podemos conocer al otro por entero, el conocimiento no es cabal, por el contrario, es in-acabado. Con nuestro conocimiento fragmentario siempre estaremos expuestos a la sorpresa de la otredad.

 

Es sugestivo lo que dice Dios inmediatamente después de dar a conocer Su Nombre:

a)    He observado como los tratan,

b)    He decidido sacarlos de la opresión

c)    Y he decidido llevarlos a una tierra que mana leche y miel.

 

Complementa su Nombre mostrando quien Es por lo que hace: ¡Compadecerse!

 

No desconozcamos que no envía a Moisés solo, claramente le dice que organice una “comisión” junto con los ancianos de Israel, para presentarse ente el Rey de Egipto.

 


Ante Faraón, se presentarán como la delegación enviada por el Dios de los Hebreos. No es el dios de algún grupúsculo, o de alguna organización o comunidad particular, sino el Dios de Su Pueblo Entero. Y declara que el objetivo de esta salida de la cautividad es recorrer una distancia igual a tres jornadas, para llegar al Horeb a ofrecer Sacrificios. Ratificamos lo dicho ayer: el propósito intrínseco de esta liberación es el cumplimiento de una liturgia: ir a adorar: Un objetivo cultual.

 

Sal 105(104), 1 y 5. 8-9- 24-25. 26-27

Este es un Salmo de la Alianza. En esta oportunidad la Alianza que ha sellado Dios con su pueblo delega en Moisés el Encargo, y da como contraseña y símbolo de este Pacto, la entrega de Su Nombre.

 

La perícopa está organizada con ocho versos, entresacados de los 45 versos que componen este Salmo. Con esos ocho, se han configurado 4 estrofas, a saber:

 

En la primera estrofa se nos llama a “invocar” el Nombre del Señor, a proclamar sus hazañas, a recordar los Portentos, los Primores, y las Palabras poderosas que Él pronunció para su bien.


En la segunda estrofa dice que Dios se acuerda de esta Alianza Eternamente, fue declarada por primera vez a Abrahán, luego a Isaac y así, sucesivamente por generaciones y generaciones.

 

En la tercera señala que Dios ha hecho a su pueblo poderoso, y fecundo para poder cumplir las dos promesas: mucha prole y tierra propia. Y, para que fuera más resplandeciente su Bondad preferencial, hizo que del corazón de los opresores brotara más rabia y saña.

 

Y, envió a Moisés y a su hermano Aarón, para exhibir, a través de ellos, todo el Poderío y los Signos tan especiales de su Excelsitud.

 

Mt 11, 28-30

“El primer imperativo es «Venid a mí». Dirigiéndose a los que están cansados y oprimidos, Jesús se presenta como el Siervo del Señor descrito en el libro del profeta Isaías. Así dice el pasaje de Isaías: «El Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que haga saber al cansado una palabra alentadora» (50, 4). Al lado de estos cansados de la vida, el Evangelio pone a menudo también a los pobres (cf. Mt 11, 5) y a los pequeños (cf. Mt 18, 6). Se trata de aquellos que no pueden contar con medios propios, ni con amistades importantes. Sólo pueden confiar en Dios. Conscientes de su propia humilde y miserable condición, saben depender de la misericordia del Señor, esperando de Él la única ayuda posible” (Papa Francisco).

 


¡Es lógico que llevar un yugo produzca fatiga, es una carga, es una incomodidad, es llevar un peso en la nuca, es agotador! ¿Cómo puede haber un “yugo” que, por el contrario, produzca descanso?

 

Parece que -de todas maneras- hay unos compromisos a satisfacer para que los yugos que carguemos se alivianen: consiste en aprender la humildad y la mansedumbre; no de otra manera llegaran nuestras fatigas a ser “vacaciones” plácidas y desahogadas. Como el caballo indómito que se rebela, se entrega a las cabriolas y empieza a sudar y a jadear hasta que se rinde y descubre que su arrebato sólo lo extenúa, lo fatiga, lo agota.

 

Jesús llama a los que han padecido, ofrece este reposo a los que han padecido, los que han alcanzado el límite de sus fuerzas y están desfallecidos. El apacible reposo no llegará para los que se han refocilado en la holgura, sino para los que han padecido la penuria, y sufrido la escasez. Él convoca a los que han probado en su espalda el mordisco del látigo y llevan las venas vacías porque su sangre ha sido succionada, y sus vestiduras sudadas y sus fuerzas quedan exánimes.

 

Como lo decía el Venerable Veda: “Se equivoca el que se imagina que va a encontrar la paz en el goce de los bienes y las riquezas de este mundo. Los frecuentes problemas de este mundo-aquí abajo- y, el fin mismo de este mundo, debería convencer a los hombres que han puesto las bases de su paz en la arena”.


 

«Pero debemos tener el corazón de los pequeños, de “los pobres en el espíritu” para reconocer que no somos autosuficientes, que no podemos construir nuestra vida solos que necesitamos de Dios, necesitamos encontrarlo, escucharlo y hablarle. La oración nos abre a recibir el don de Dios, su sabiduría, que es Jesús mismo, para llevar a cabo la voluntad del Padre en nuestra vida y encontrar así reposo en las fatigas de nuestro camino». (Papa Francisco)

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