Ex 2, 1-15a
Un
hombre de la tribu sacerdotal, se casó con una mujer de la misma tribu, y
tuvieron -preciso- un niño. En consecuencia, lo esperaban las aguas del Nilo
(se cree -no es dato seguro- que Nilo viene de una palabra latina que significa
“valle del río”); la mamá lo tuvo escondido por tres meses, hasta que se hizo
imposible retenerlo por más tiempo, entonces, lo puso en una cesta de mimbre,
debidamente impermeabilizada con barro y brea. Lo dejaron allí, entre las
cañas, y una hermanita suya iba “monitoreando” cuál era el destino del niño.
Feliz
coincidencia, las cosas que Dios tiene previstas: la Hija de Faraón –(la
palabra faraón proviene del antiguo egipcio "per-aa", que significa
"gran casa" o "gran palacio"); se había ido a bañar al rio,
y descubrió la canastilla con el bebé dentro llorando. La hija del faraón lo
encontró en el río Nilo, lo adoptó y le dio una educación conforme a un
príncipe egipcio; haciendo de él, un noble de la corte del faraón Akenatón,
célebre por haber impulsado transformaciones radicales en la sociedad egipcia,
al convertir al dios Atón en la única deidad del culto oficial del Estado, en
perjuicio del, hasta ese momento, predominante culto a Amón. El nuevo culto se
centraba en la superioridad de Atón por encima de los demás dioses egipcios, es
decir, una religión con una base monoteísta, dejando al resto del panteón
egipcio fuera de todo culto. El propio faraón sería el intermediario del dios.
Sin embargo, los padres biológicos de Moisés eran hebreos de la tribu de
Leví, y Moisés finalmente se identificó con su pueblo y rechazó el linaje
real. Se conmovió y dedujo que era un niño hebreo. La hermanita del niño, le
propuso buscarle una nodriza hebrea que se lo cuidara, lo que la hija de Faraón
aceptó. La niña trajo a la mamá, y la hija de Faraón le confió al niño, bajo
paga. La hija de Faraón lo adoptó como hijo propio y lo nombró Moisés, como
recordatorio que lo había sacado del agua (Moisés proviene del verbo hebreo
"mashah", que significa "sacar" o "extraer").
Pasados
los años, y habiendo llegado ya a la adultez, Moisés fue donde estaban los
hebreos oficiando de cargueros, y vio que un egipcio maltrataba a uno de los de
su raza. Así que, mató al egipcio y lo enterró en la arena. Al otro día,
encontró a dos hebreos riñendo y les llamó la atención, a lo que uno de ellos
le contestó que por qué actuaba como árbitro entre ellos, si era que también
pensaba matarlos. Moisés cayó en la cuenta que el asunto se sabía. Y cuando
Faraón lo llamó para ajusticiarlo, tuvo que huir e irse a vivir a Madian, al
norte del desierto de Arabia, cerca del golfo de Ákaba, -aun cuando no se ha
podido precisar con certeza, se cree que incluía la parte oriental de la
Península de Sinaí- tierra de pastizales propios para el pastoreo.
«Aquí
no hay nada de lenguaje romántico acerca de los “pobrecitos”. El lenguaje es
duro y directo. Se trata de una explotación organizada. De un trabajo
extenuante y una explotación brutal, que han sido siempre los medios usados por
los enemigos del pueblo, que a partir de entonces resultan ser también enemigos
de Dios». (José L. Caravias s.j.)
Sal
69(68), 3. 14. 30-31. 33-34
Es
un Salmo de súplica. Se puede pensar que es David el que ora, o Jesús,
inclusive, nosotros mismos, hoy vamos a ponerlo en labios del pueblo hebreo que
sufre en cautiverio, subyugado por los egipcios.
En
la primera estrofa, estamos ante un suplicante que es consciente que se está
ahogando, que clama con urgencia que “le lancen el salvavidas”, pero es muy
consciente, también, que está sólo y nadie -sino únicamente Dios- puede
auxiliarlo.
La segunda estrofa lo declara, la plegaria está dirigida al Señor, para que prontamente suene la hora en que Se manifestará, cuando veremos que su Brazo Poderoso está lleno de Bondad y de Fidelidad. Esta calidad lo caracteriza, su Alianza no se rompe, aun cuando no hemos hecho nada para honrarla, por el contrario, vivimos de espaldas al Amor de Dios. No obstante, Él no nos abandona, Su Fidelidad dura por siempre.
La
tercera estrofa vuelve a dirigir la mirada sobre sí mismo y descubre su
maltrecha situación. Es “pobre” y está “malherido”. Una sola cosa lo puede
recuperar: Que le llegue la Salvación de Dios. Le ofrece consagrar su vida a la
Alabanza, si el Señor lo rescata en esta hora de fatalidad.
¿Quiénes
son invitados a clamar por esta Bondad Salvífica? Los pobres, los humildes, los
cautivos. Sí recurren al Dios de la Infinita Bondad, ganaran alegría,
revivificación de su vida, seguros de que Él los escuchará y no los
despreciará.
Mt
11, 20-24
Abrahán repuso: Me he
atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Supongamos que faltan
cinco inocentes para los cincuenta, ¿destruirás por cinco toda la ciudad?
Gn 18, 27 -28ab
También
el lenguaje de Jesús puede sonarnos duro y hasta hiriente. ¿Qué está haciendo Jesús?
Está reprochando/ reprendiendo ὀνειδίζειν [oneidizein] “reprochar”, “censurar”, “reprender”, “señalar
como merecedor de castigo”, “denunciar una infamia”. Uno se da cuenta que Jesús
no se anda con paños de agua tibia. Llama pan a lo que es pan, pero a lo que es
vino, lo llama vino. No se trata de buscar un sesgo “políticamente correcto”
(claro que tampoco es brusco, ni vejatorio, ni ordinario, ni basto). Simplemente
llama a las cosas por su nombre.
A estas ciudades a las que Él
regaña y llama al orden, porque no es posible que habiendo gozado de la
Presencia del “Hijo del hombre”, hayan seguido los mismos con las mismas. Su
corazón, hondamente sorprendido ante la impiedad de estas gentes, les pregunta:
¿por qué no os habéis convertido? ¿Por qué les ha costado tantísimo corregir su
derrotero de perdición y prestar oídos al llamado a recibir el Reino?
Jesús
menciona a Corozaín, esperando y extrañado de que no hayan reaccionado con
penitencias, vistiéndose de saco y cubriendo sus cabezas de ceniza, ya que era
gente que vio en su cotidianidad al Divino Maestro y tuvo ocasión de oírle en
persona, suficiente para que brotara de sus consciencias el afán del
arrepentimiento. También fue densa la Presencia de Jesús en Betsaida, donde realizó
el milagro de los panes y los peces, caminó sobre el agua y devolvió la vista a
un ciego, con justicia podía esperar de estos lugares que brotara la mayor
devoción y las respuestas más pías. En Cafarnaúm, Jesús curó a un poseído, a la
suegra de Pedro enferma con fiebre, a un sirviente del centurión Romano y curó
a un paralitico. La gente estaba asombrada por su enseñanza, pero ¿en qué se
convirtió ese asombro? ¡En paja que el fuego quemó instantáneamente!
οὐαί [uuay] es la expresión que tenemos en griego y se ha traducido ¡Ay
de ti! Ciertamente que es una expresión de dolor, a la vez que de denuncia.
Quiere decir: “cómo es posible” y esto, con el corazón transido de dolor; pero,
también, “¡Atentos, esto hay que evitar!”.
Figurémonos, el destino de estas tres ciudades será más
penoso que el de Sodoma y Gomorra, -como se nos recordó en los capítulos 18 y
19 del Génesis; y será más duro el juicio que el de los habitantes de las
ciudades Fenicias de Tiro y Sidón, ciudades donde se practicó la idolatría y se
rindió culto al dios Mammon, divinidad “monetaria”; y a Astarté, divinidad de
los placeres carnales.
“… muchos justos o muchos creyentes en una ciudad podrán salvarla,
así como la falta de ellos puede condenarla”. (Papa Francisco)
¿Cómo será de riguroso nuestro juicio, nosotros los que
hemos tenido el privilegio de tener en nuestra Iglesia a Jesús total, con su
Alma, Cuerpo, Sangre y Divinidad? «Esto es lo que molesta a Jesús y, por esto,
serán juzgadas. Hoy ese duro lenguaje llega a nuestras sociedades, cada vez más
alejadas de Dios y más sumidas en lo superficial.» (Papa Francisco)
Miremos nuestro propio corazón, que es la dimensión humana
donde se fragua la cerrazón, y se fabrica la obcecación y la indolencia: «En el
griego clásico profano el término kardia significa lo más interior de seres humanos,
animales y plantas. En Homero indica no sólo el centro corporal, sino también
el centro anímico y espiritual del ser humano. En la Ilíada, el pensar y el sentir son del corazón y están muy próximos
entre sí. Allí el corazón aparece como centro del querer y como
lugar en que se fraguan las decisiones importantes de la persona. En
Platón el corazón adquiere una función en cierto modo “sintetizadora” de lo
racional y lo tendencial de cada uno, pues tanto el mandato de las facultades
superiores como las pasiones se transmiten a través de las venas que confluyen
en el corazón. Así advertimos desde la antigüedad la importancia de
considerar al ser humano no como una suma de distintas capacidades sino como un
mundo anímico corpóreo con un centro unificador que otorga a todo lo que vive
la persona el trasfondo de un sentido y una orientación. (Papa Francisco
DILEXIT NOS).
No permitamos que nuestros corazones se
conviertan en ciudades amargas, llenas de rencor y proclives a las culturas de
la muerte que, en vez de libertad, añoran poder sembrar de cadáveres la faz de
la tierra.
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