domingo, 27 de julio de 2025

Lunes de la Décimo Séptima Semana del Tiempo Ordinario


Ex 32, 15-24. 30-34

“Alguno ha expresado la hipótesis de que el relato del Éxodo es no solo una retroproyección de la apostasía de Jeroboam. En realidad, si es evidente una vinculación textual ciertamente intencional en la mente del redactor que conocía el pecado cometido por este rey, y sus consecuencias nefastas, se inclinan por lo general los autores a afirmar la veracidad del pecado cometido por Israel a los pies del Sinaí. Por consiguiente, este relato no ha sido creado, sino adaptado del texto del Primer Libro de los Reyes a continuación de la polémica con la dinastía real considerada responsable de la ruina de Israel. La causa del pecado es la demora de Moisés en el monte, pero sobre todo la necesidad de hacer visible y palpable la Presencia de Dios”. (Enzo Raimondi)

 

Vamos a considerar estos 15 versículos del capítulo 32 del Éxodo, separados por la perícopa Ex 32, 25-29, que no leeremos (5 versículos).

 

Moisés baja del Monte Horeb, trayendo las Tablas de la Ley, un Documento escrito de Puño y Letra por el propio Dios: Josué le comentó a Moisés que le parecía oír el canto de guerra del campamento; Moisés lo corrigió, era el canto de la derrota. Llegaron al campamento y los encontraron en pleno ejercicio de la idolatría, adorando un becerro de oro y danzando en torno a él. Se trataba de un atentado contra la primera prohibición que Dios les había dado: no hacer figuras y menos adorarlas.

 

Comprendiendo la gravedad de la trasgresión Moisés rompió las Tablas y las redujo a polvo y, así hizo también con el becerro de oro obligando al pueblo a beber agua con el polvo del ídolo que habían estado adorando, disuelto en ella, para que se asquearan del sabor de su propio pecado. Moisés interrogó a su hermano Aarón, ¿cómo había llegado a ser cómplice de tan gran falta? Aarón se intentó justificar, señalando al pueblo como un pueblo “perverso”. Su perversidad se había detonado -según Aarón- por la demora de Moisés que se había quedado por mucho tiempo en el Monte de Sion y por eso, ente la demora, él les había hecho el becerro-ídolo; según Aarón, él había echado al fuego el oro, y había brotado espontáneamente el becerro fraguado. Eso sí, ¿Para qué se había demorado tanto?

 

Ahora, se verá la concordancia entre los sentimientos de Moisés y los de Dios: no gastan sus fuerzas en reproches, no se dedican a dar “cantaletas” al pueblo; por el contrario, Moisés sube de nuevo al Horeb para interceder ante el Señor, sólo les hace notar que no es cualquier pecadito sino, uno gravísimo. Pero instantáneamente, supera la ira y actúa para solicitar el perdón, asumiendo su rol intercesor, porque el pastor no quiere castigos para su grey, por el contrario, quiere alcanzar la Reconciliación. (Hay gente que inmediatamente traiciona a su pueblo y lo ofrece al látigo del escarmiento: ese hace el falso-Pastor).

 

Moisés se interpone entre el castigo de la ira de Dios y su pueblo diciéndole a Dios que antes de proceder a castigar el pecado en la carne de los pecadores, empiece por borrarlo a él mismo de su Libro.  A lo que Dios responde que no descargará su Justa-Ira sobre los inocentes, sino que cada culpable tendrá que pagar su propia falta. Pero, como lo haría un papá tierno, no dejará correr y saltar su ira porque no se debe castigar con ira -cuando se puede trasgredir el límite del castigo merecido- y dice que sancionará más tarde: “Cuando llegue el día de la cuenta, les pediré cuentas de su pecado”.

 

Manda a Moisés que baje y continúe liderando la travesía por el desierto, regalándole la confianza de ponerle un Ángel precursor que le sirva de mapa y brújula; el castigo no se pospondrá, ni se anticipará; el Día del Juicio no será según el afán humano sino según el Reloj de Dios. ¡Dios implementa su cronograma según los ritmos previstos! Así como en la sinfonía, cada nota se toca -no según el gusto y capricho del Director de la Orquesta-, sino según el Compositor la haya precisado.

 


Roboam hijo de Salomón y nieto de David, se convirtió en el cuarto rey de Israel. Al igual que su padre, Roboam tuvo muchas mujeres y decenas de hijos. Roboam fue el primer rey de Judá —el Reino del Sur. Fue considerado un rey malo y negligente por sus malas decisiones y por no buscar a Dios. Encontramos la historia de Roboam en el Primer libro de Reyes 11, 43 - 12, 14 y en 2 Crónicas 11. Tan pronto como llegó al poder, el pueblo pidió a Roboam que aliviara la carga tributaria que su padre les había impuesto, ya que era muy pesada. Roboam consultó a los sabios ancianos, quienes le aconsejaron actuar con moderación y atender la justa petición del pueblo. Pero Roboam siguió el consejo de los consejeros jóvenes, optando por contrariar a los sabios. Decidió ser duro e intransigente, lo cual trajo consecuencias graves. La decisión inmadura de Roboam llevó a la división del reino de Israel. El pueblo, sintiéndose injustamente tratado por su joven rey, se rebeló. Las tribus del norte se separaron y formaron su propio reino, dejando a Roboam con solo una parte del gran país que su abuelo y su padre habían gobernado.

 

La rebelión de Jeroboam contra Roboam se ha datado en el 931 a.C. Las tribus de Israel, mientras tanto proclamaron rey a Jeroboam quien hizo de Siquém su capital provisional. En 1R 12, 20. 25-33, Jeroboam teme que la dinastía de David pueda recuperar el reino porque suben con frecuencia a Jerusalén a rendir culto al Señor, donde reinaba Roboam, hijo de Salomón. Para evitar estas peregrinaciones Jeroboam decide establecer dos santuarios -uno en Betel y otro en Dan- con dos becerros de oro, uno para cada santuario. Además, Jeroboam para este culto idolátrico instituyó un cuerpo sacerdotal, estableciendo una fiesta religiosa que el mismo se inventó, el día quince del mes octavo, el personalmente fue allí y quemó incienso. El relato del becerro de oro se ha leído en relación con esta reimplantación de la idolatría que según “El refrán litúrgico ‘este es tu Dios (o “tus dioses”, pues se puede traducir en el singular o el plural), Israel, el que te hizo subir de la tierra de Egipto’ (1Re 12, 28), es una alusión clara a las tradiciones del éxodo. No hay nada teológicamente dudoso ni en el refrán ni en los lugares de culto que Jeroboam instauró. (Jorge Pixley)

 

Salmo 106(105), 19-20. 21-22. 23

Este es un salmo de la Alianza. O mejor de la infidelidad a la Alianza por nuestra parte. La perícopa ha reunido los versos que resumen con exactitud la Primera Lectura.


 

Con tres puntos:

1)    Cambiaron la gratitud hacia el Glorioso, por la idolatría de un toro-come-pasto.

2)    Habiendo testimoniado de primera mano todos los prodigios obrados por Dios en la tierra de Cam -nombre bíblico de Egipto-, se olvidaron de su Salvador.

3)    Moisés se ofreció y puso el pecho para cargar con la Justa-Ira y así apartó el castigo del Señor.

 

Queda sin embargo un punto flotando, frente a un pueblo tan olvidadizo e ingrato, sería que Dios si guardó memoria de esas faltas…. O, quizás, con su Misericordia proverbial, prefirió el perdón al castigo.

 

Tal vez esto se silencia porque si de salida se dijera que no hubo castigo, quizás nosotros, más al fondo nos hundiríamos…

 

Mt 13, 31-35

¡Imaginarse lo que contradice el mundo como ahora es!

El Reino se nos ha dado, como semilla, y una hermosa virtud -diferentísima de la resignación- se nos ha regalado, se trata de la paciencia. Parece innecesario decirlo, pero -a riesgo de ser redundantes- valga la repetición: la paciencia consiste en llenarnos de Paz, le hemos puesto así, con mayúscula, para destacar que es una virtud teologal; puede haber otras paces, como el cese de las beligerancias o el restablecimiento de una amistad rota, pero aquí, estas parábolas del Reino, que nos trae la perícopa, aluden a la Paz que viene de Dios. Consiste en reposar en las manos de Dios, y saber que la promesa puede tardarse siglos, pero podemos contar con lo ofrecido.


 ¡Misterio! No sabemos cómo avanza, ignoramos cómo se va construyendo, no alcanzamos a distinguir cuales de tantas acciones contribuyen a acercarlo, pero el Reino ya está allí. Puede ser que no lo notemos porque su talla provisional es la de una semillita de mostaza; pero sabemos que crecerá, y se hará tan frondosa que -nosotros, cientos de miles de pajaritos, podremos venir a anidar en Él. Puede ser que se nos oculte a la vista, porque ha sido amasada esta levadura, y se ha fundido con toda la masa, con todo el acopio de los otros elementos, la harina, la mantequilla, el huevo la difuminen, pero indudablemente está actuante, haciendo “que todo fermente”.

 

Quizás si el Reino estuviera en la vitrina, ya listo, nos pasaría desapercibido. Quizás, sólo anhelándolo fervientemente, nos vayamos comprometiendo con nuestros aportes de solidaridad, de fraternidad, de samaritanidad. Puede ser que muchos valores indispensables al Reino, no hayamos cobrado consciencia de su importancia y sean componentes sin los cuales la masa no pueda llegar a ser Pan.


«Las parábolas hablan del pueblo de Israel al que Jesús constantemente invita a dejar actuar a Dios para alcanzar la Salvación. Como la semilla de mostaza, Israel es un pueblo pequeño e insignificante ante los demás imperios vecinos, pero de la mano de Dios llegó a ser un pueblo grande, tan grande que de allí salió el Salvador del Mundo» (Papa Francisco).

 

¡Sólo podemos estar convencidos que además de tanto, Dios nos ha engalanado con la opción de poder llegar a ser partícipes de su construcción! Pensamos que, en muy diversas situaciones, con acciones muy simples, se nos llena el corazón de un gozo inefable, como si un Ángel nos susurrara al oído, has aportado, quizás ni una molécula, pero ¡has aportado!

 

Todo esto -que es un anuncio fiable, que no son promesas políticas de temporada electoral- se nos ha anunciado así, como secretamente, que nos cuesta trabajo entender; pero, como todas sus parábolas -no hay que hacer un estudio extenso y complicado para entenderlas- su significado está allí, ¡claro! ¡patente! ¡sencillo!: La semilla es pequeñita, la levadura, se confunde con la masa; pero ya llegará el momento en que crezca y en el que toda la masa fermente, sólo hay que aguardar con confianza y paz, aportar todo lo bueno, todo lo mejor que seamos capaces de dar. Que en nuestro corazón cunda el anhelo -como impregnado de una levadura eficaz- de llegar a colgar en sus ramas, algún día, nuestros propios nidos.

 


«Si la aplicamos a cada uno de nosotros, también descubrimos que: estamos llamados a ser grandes para que otros puedan venir y reposar sobre nuestras obras; y, a hacer fermentar y crecer el pan de la palabra de Dios». (Papa Francisco). 

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