lunes, 7 de julio de 2025

Martes de la Décimo Cuarta Semana del Tiempo Ordinario

 


                                  

Gn 32, 23-33

Hoy vamos a llegar al desenlace de la historia de Jacob.  La historia de Jacob parece ser la historia de dos bendiciones: la que obtuvo al principio usurpándola de su padre Isaac, a quien engañó disfrazado de Esaú; y la que hoy obtendrá de Dios que se la gana, como diríamos en franca lid, luchando a brazo partido, sacando fuerzas de flaquezas, luchándola denodadamente, sudándola hasta llegar al agotamiento y tener que darle a conocer su nombre al desconocido con quien luchaba en la oscuridad sin saber a quién le oponía resistencia.

 

Ahora, es el momento de que Jacob regrese a Canaán. Toma todas sus posesiones, se despide de Labán, y continúa su viaje. Al llegar a un lugar que él llamó מַֽחֲנָֽיִם [Majnayim] “campamento de Dios”, con mayor precisión, significa “dos campamentos”, haciendo alusión a “dos ejércitos”; se encontró con unos “mensajeros de Dios”. Desde allí envió mensajeros a Esaú para anunciarle su regreso. Sus comisionados -al regresar- le dijeron que el hermano había salido a su encuentro con 400 acompañantes, y fue ahí cuando el espanto se adueñó de Jacob

 

El vado de יַבֹּֽק [Yaboc] “que fluye”, esta palabra provendría de [abboq], que significa “luchar”. Asistimos al cambio de nombre de Jacob, que pasa a llamarse [Yisrael]; y leemos en el verso (Gn 32, 28) que este nombre se debe a que ha שָׂרִ֧יתָ [sa-ri-tah] “luchado” con Dios y con los hombres y ha vencido. La palabra que traducimos por “luchado”, es la palabra שָׂרָה [sa-rah], que más estrictamente traduciríamos por “perseverar”, “persistir”. Queremos reforzar la atención en el hecho que “perseverar” y “persistir” hablan de fidelidad.

 

“Dos campamentos” nos expresa que divide su clan en dos caravanas, pensando que, si su hermano Esaú lo atacaba, por lo menos el otro grupo se salvaría; saca de su gente “dos ejércitos” para salvar por lo menos a uno. Y, pernocta allí en Yavoq. Hay una hermosa persistencia de Jacob en su reconocimiento de Dios, pero todavía hay mucha autosuficiencia y muchos “trucos”, donde se fía más de su maña que de la Providencia. Le cuesta mucho aprender el significado de “abandonarse en el Señor”, la historia de Jacob es la historia de un hombre que a cada paso antepone sus propias astucias y entraba, así, la Divina Prodigalidad.

 

Dios le da un cacharrazo en la ingle y queda renco. Así, el que vuelve, no es el altanero, sino un cojo, la persistencia en mantenerse fiel le condujo a tener una “espina clavada en su carne” (Cfr. 2Cor 12, 7) que le impedía mantenerse en su arrogancia. Ha luchado con dioses y hombres, y ha יָכֹל “aguantado”. De esta “perseverancia” sale “renqueando”; pero, reconoce que es mucho que, habiéndose encontrado con אֱלֹהִ֛ים [Elo-him] “Dios”, y habiendo visto su “Rostro” (Penu-el), hubiera conservado la vida.

 

Cuando luchamos en la vida y nos esforzamos contra lo que parece no salirnos bien, estamos luchando con Dios, pero esta lucha no ofende a Dios, sino que le muestra la sinceridad del empeño y traduce el esfuerzo por reconocer lo que Dios espera de nosotros. En estos días hemos venido tocando el punto de “un hombre nuevo”, capaz de ser odre nuevo para el Vino Nuevo, y nos hemos encontrado con este personaje tan particular, que hace todo lo que puede, y que falla en mantener una “lealtad” respecto de una ética, pero, en lo que acierta es en mantenerse coherente en su propósito. El ser humano, todo Adán, está llamado a buscar su camino personal hacia Dios, y puede confiar que dios lo herirá en la cadera para corregirle la dirección: ¡Pero no lo abandonará! Esto lo reconoce claramente Jacob diciendo: “Vámonos pronto a Betel, pues allá voy a construir un altar en honor del Dios que me ayudó cuando yo estaba afligido y que me ha acompañado por donde quiera que he andado” (Gn 35, 3)

 

En la perícopa siguiente (Gn 33, 1-15) se lee el encuentro tan fraternal y cariñoso de Israel con su hermano Esaú que no guardaba ningún rencor, y a quien el Socorro Divino había muy bien proveído: Será un encuentro de abrazo, donde todo lo malo había sido sepultado por el amor fraternal que los unía (lo que claramente contrasta con la actitud fratricida de Caín contra Abel). Sin embargo, esa perícopa no se leerá saltaríamos directamente al capítulo 41 del Génesis, ya en el ciclo de José; pero mañana, vamos a leer de la Carta a los efesios por la conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Rosario de Chiquinquirá; cuando continuemos, el jueves, la Lectura del Génesis, estudiaremos una perícopa formada por dos fragmentos de los capítulos 44 y 45.

 

Sal 17(16), 1bcde. 2-3. 6-7. 8 y 15

Salmo de súplica. En este Salmo se ruega que al despertar no nos levantemos envueltos en desconfianza y angustias, sino que, al abrir nuestros ojos a una nueva mañana, reconozcamos en ella un nuevo comienzo, con una vida nueva, con un nombre nuevo, y, siempre, siempre, bendecidos por estar bajo la Mirada Paternal de nuestro Dios, que nos cobijará con Perdón y Dicha.


 

Va más allá: esta súplica pide para que el desenlace sea la Visión de lo Inefable, es pues una súplica “escatológica”. Se pide para que el horizonte final de la existencia sea de Justicia y Gloria. Que el Señor guarde nuestros corazones con apetitos de pureza. Que a la hora de la verdad no haya nada truculento en nuestro pecho que nuble la Mirada resplandeciente de Nuestro Dios y Señor.

 

Que “persistamos”, marchando -a través de toda la travesía- por los caminos que son gratos al Señor, sin que nuestros pasos jamás hayan tropezado. Que nos guarde el Señor contra el “Agresor”, por su Gracia Infinita, nos blinde contra los mordiscos de la Fiera-malvada.

 

Suplicamos para vivir siempre bajo las Alas Protectoras de Dios. Y así, al despertarnos, lo que veremos será su Rostro. ¡Qué dulce despertar!

 

Mt 9, 32-38

Sólo somos una Compañía de Envíos, hagamos las entregas

Le presentan a Jesús un mudo. Su mudez provenía de un demonio que lo poseía. Jesús expulsa al demonio y el mudo empieza a hablar. La gente, -son los que cuentan, son los que tienen una opinión válida: reconocen que esto no se ha dado en ningún otro caso, que es un “hombre excepcional”. Que es una manifestación del Cielo. Los fariseos, en cambio, se inventan -para desautorizar a Jesús- que no es obra de Dios que aquel pueda hablar, sino que se lo atribuyen al jefe de los demonios.


 

No polemiza el evangelista con esta blasfemia, y -mejor- pasa a enumerar todas las bondades que Jesús iba sembrando a su paso: donde quiera que iba enseñaba en las sinagogas, proclamaba el Reino, el Reino -leemos entre líneas- es la esencia dela “Buena Noticia”, si, curaba enfermedades y dolencias, pero eso lo hacía como “signo de los esencial”, y lo esencial es compadecerse. El Reinado de Dios en nuestra vida no es un Señor muy importante, muy posesionado de su Altivez, con Bandas Marciales marcando el compás de su andar, con heraldos y clamor de trompetas. ¡No! El Reinado de Dios es una ortopraxis que trae consigo todo el Bien de Dios.

 

El Anuncio de la Buena Nueva no consiste en poner a otros a hacer cosas raras. No se trata de untarles la pomada de los “Mandamientos”. Se trata de que cada quien -empezando por mí mismo- hagamos todo el bien que nos sea posible.  Uno podría inclusive recurrir a la parábola de la “empresa de mensajería”: Dios apela a nuestra empresa de entregas, y nos pone en las manos las encomiendas, y nos señala dónde debe llegar cada entrega. La empresa fue seleccionada por que sus empleados somos “gente de bien”. Nosotros no damos nada, no aportamos nada, el Señor señala dónde debemos ir, qué debemos llevar, y nos paga todo lo necesario para que cumplamos nuestra tarea de hacer llegar los “paquetes” que Él mismo predispone. ¿Qué pasa si no cumplimos haciendo las entregas? ¡Es como quedarnos con el aire que otros necesitan para respirar!

 


Lo triste es que, nosotros los empleados de este aero-correo, muchas veces dilatamos las entregas; hay casos en que hacemos extravío de las encomiendas, y por física flojera, no las entregamos nunca. Algunas de esas entregas pueden salvar vidas, algunas mejorarían radicalmente la calidad de vida del destinatario, algunas resolverían situaciones que nosotros luego con exagerado dramatismo preguntamos ¿cómo puede Dios permitir esto? No lo permite, no permite nada malo, pero nosotros en nuestra responsabilidad de hacer las entregas -por pura desidia, por quedarnos varias horas abullonados en el sofá- enviamos la caja a la despensa de “destinatario no encontrado”.

 

Es una vergüenza el nombre que nos hemos atrevido a ponerle a nuestra empresa de Correo: ¡El Reino de Dios!


 

Hay otra pregunta clave: ¿Quiénes son los destinatarios de toda esa Bondad? ¿A quiénes les daba todos estos regalos? A las muchedumbres extenuadas y abandonadas, “ovejas carentes de pastor”. Hagamos el elenco usando las palabras del poeta: el mundo pobre, al pueblo que camina con su sed tambaleando en la arena, … los pobres que viven junto al río, y de los que en la altura de la vertical cordillera pican piedra, clavan tablas, cosen ropa, cortan leña, muelen tierra.

 

Viene algo vital para nosotros: Él nos convida a unirnos, que no son dos o tres los que están menesterosos de socorro, sanación y liberación, que el cereal para hacer pan, es mucho, que se requieren muchas manos que se enlacen para ir a la siega. ¡Vamos todos! Nos pide Él, a recoger el grano y a amasar los panes, vamos todos a distribuirlos, por “todas las ciudades y aldeas” a enseñar, predicar, curar y compadecerse, a construir el Reino. Estas son las únicas cosas que nos acompañarán -como leemos en Apocalipsis- como lecho de descanso al alcanzar la Vida Eterna.


 

Queremos llegar al fin de esta reflexión trayendo a cuento el final de la Oda al Aire de Neruda:

Por eso, ahora,
¡cuidado!
y ven conmigo,
nos queda mucho
que bailar y cantar,
vamos
a lo largo del mar,
a lo alto de los montes,
vamos
donde esté floreciendo
la nueva primavera
y en un golpe de viento
y canto
repartamos las flores,
el aroma, los frutos,
el aire
de mañana.

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