Ex 19, 1-2. 9-11. 16.20b
Al
pueblo se le pide que se prepare para encontrarse con Dios y estipular el pacto
de la Alianza. A través de los gestos de lavar las vestiduras y de la
abstención sexual se quiere evidenciar que no era algo ordinario lo que estaba
a punto de acontecer.
Enzo
Raimondi
Tres meses lleva el proceso de los “hijos de Israel”, desde
cuando salieron de Egipto. Es todo un “caminar” en la aventura de dejar una
vida atrás y empezar una vida completamente diferente. Se dice con frecuencia
que “nos cuesta mucho cambiar”, y en oportunidades se define al hombre como un
“animal de costumbres”. Las costumbres son una especie de taquigrafía de la
existencia; las entretejemos con nuestras obligaciones y responsabilidades, y
se encargan de lubricarnos el fluido de la sucesión vital.
«La Alianza que Dios estipula con Israel en el Sinaí es el
segundo acto de su obra de liberación que se denomina “éxodo”. En el primer
acto el Señor, por medio de su siervo Moisés, ha liberado a Israel de la
esclavitud egipcia. Después de un camino de tres meses a través del desierto el
pueblo llega ahora al Sinaí donde recibirá el don de la Torah y sellará su
Alianza con Dios» (Enzo Raimondi)
Si hacemos una sencilla arqueología de las costumbres, nos damos -muy rápidamente- cuenta que son resultado de la vida en el marco urbano, y, que -por ejemplo- para los nómadas, estas costumbres son muy someras. Pensemos en los que viven en las comunidades que caen en el desplazamiento -bien sea por causa de catástrofes naturales, bien por conflagraciones bélicas, por la pérdida de la tierra que cultivaban y donde habitaban, o por el acoso de grupos violentos. Vertiginosamente pierden sus costumbres; no vayamos a ignorar, que las reemplazan por otras, quizás más sencillas, más simplificadas.
En gran parte eso se debe a que las costumbres -el ser humano
lo ha descubierto- engrasan nuestro
mecanismo social y nos ayudan a articularnos en grupos humanos, en comunidades.
Así que cuando desaparecen, tendemos a llenar su ausencia con nuevos hábitos,
prácticas y tradiciones. Todos nos apegamos a las ollas, todos anhelamos -más o
menos- las cebollas que comíamos en Egipto y las olladas de carne. Todos
estamos cómodos con las costumbres que se nos pegan a la piel y que terminan
por parecernos lo más natural del mundo, hasta llegar al punto de visualizarlas
como obligaciones que todos “deben” asumir. Podemos llegar a amar inclusive, la
esclavitud. Podemos llegar hasta a habituarnos al pecado, y considerarlo como
un elemento connatural a la vida. Y, a no dudarlo fabricamos alambicados
discursos “ideológicos” para justificarlo.
Para redondear la idea: urbanos o rurales, sedentarias o
nómadas, lo cierto es que lo malo no es tener costumbres, lo malo es tener
“mañas” y vicios. Y defenderlos e imponerlos con alma, vida y sombrero.
Tres meses por el desierto, salieron de Refidín -en la parte
sur de la península del Sinaí, y llegaron al desierto del Sinaí, a los pies del
Horeb… cualquiera diría ¡qué travesía tan larga! ¡Ya llevan tres meses de vagar
por el desierto! Y, hay que recordar que
no fueron tres meses, que no fue un año, que murió Moisés y nada que entraban a
la “Tierra Prometida”. Habían dejado de ser un pueblo sedentario, estacionado
en territorio egipcio, para convertirse en un pueblo nómada. Esas peripecias
les arrancaron las costumbres que los habían contaminado. Pero ese “doloroso”
desprendimiento se fue dando muy paulatinamente. El cambio va engranando, pero
muy lentamente, como si fuera contra fricción y sin lubricante.
El Señor plantea una etapa muy importante para este proceso
de desterrar los malos hábitos de vivir servilmente y darles atributos propios
de gente libre. Dios les va a dar una “constitución” -diríamos hoy día- una
normatividad, para desechar las pésimas mañas y llegar a tener la identidad de
“Pueblo Elegido”. «Pero de inmediato es evidente que esa elección no está
reservada a Israel, sino que es en función de una tarea “sacerdotal” por la
cual el pueblo es llamado a desarrollar una misión en nombre y en favor de la
humanidad: así será una “nación santa”. Este concepto pasará también al Nuevo
Testamento y será aplicado al nuevo pueblo de Dios: la Iglesia.» (Enzo
Raimondi)
Un momento preliminar es un momento de limpieza y
purificación exterior que habría de repercutir en lo interior, en una
consciencia de la necesidad de “descontaminarse”. Un primer paso consistía en
lavar la ropa -de inmediato nos recuerda cuando Jesús les dice que se sacudan
el polvo de las sandalias (cfr. Mt 10, 14); también cuando YHWH le ordena a
Moisés quitarse las sandalias para acercarse a la Zarza que ardía sin
consumirse (Ex 3, 1-3). Son elementos de la liturgia de “purificación”.
Va a tener lugar una teofanía. Las teofanías
estaban señaladas por ciertos fenómenos, unas veces unos, en otras
oportunidades algunos diversos; hoy tenemos la serie de los “síntomas” más
típicos de que Dios se hace Presente:
a) Truenos
y relámpagos.
b) Densa
nube
c) Fuerte
sonido de שׁוֹפָר [Shofar] “trompeta”.
d) La
montaña echaba humo
e) Temblor
de tierra
f) La
Voz de Dios es atronadora.
Estos “signos” nos procuran traducir la Majestad del Señor,
permiten que nos demos cuenta que Dios se está haciendo Presente: «El texto
manifiesta con mucha evidencia la tensión entre el reconocimiento de la
trascendencia y de la majestad divina y el don inaudito de poder familiarizar
con Dios.» (Enzo
Raimondi)
No cualquiera puede asumir un encuentro de estas
proporciones. Mucho habrá crecido el corazón en Grandioso Amor para poder estar
frente al Señor y llevar la Amistad hasta la instancia de un dialogo de Tú a
tú: El Señor llamó a Moisés a la cima de la montaña (Ex 19, 20b). «Moisés es
escogido por Dios como Mediador suyo y por el pueblo como representante.» (Enzo Raimondi) Está en la mismísima
cumbre. ¡No podía estar más alto!
Dan 3, 52a y c. 53a. 54a. 55a. 56a
Este no es un salmo. Es un himno que se insertó en el Libro
del Profeta Daniel; no lo encontramos en la versión hebrea, ha llegado a
nosotros en las versiones griega y latina de la Sagrada Escritura. Se ha
logrado establecer una datación en el año 164 a.C. durante el tiempo de gobierno
de Αντίοχος Επιφανής Antíoco Epífanes, de la dinastía seleucida, fue rey de Siria,
implementó la profanación del Templo en el 167 a.C. y protagonizó una cruel y
despiadada persecución contra los judíos, procurando imponerles sus dioses,
exigiendo los honores exclusivos sólo destinados a Dios, para él y cayendo en
el culto al cuerpo que quiso promover e imponer y tratando de forzarlos a comer
de la dieta impura.
Hay -en este contexto- una página de heroica resistencia
opuesta por los Macabeos a sus atropellos, que es precisamente lo que se
celebra en Janucá. Este cantico procura trasmitirnos la Grandeza y la
Trascendencia de YHWH, enumerando una riquísima variedad de signos y atributos
Divinos donde se sobre-entiende que ninguna criatura merece adoración y que
esta se reserva al Señor de Señores.
En cuanto a su estructura, la parte a de cada verso, enuncia
un motivo para ensalzar el Señor, y la parte b, nos conmina a alabar y loarlo
por ese motivo. Se toman 5 versos con su parte a; y, la parte b -en el
responsorial- como un eco reduplicado, va contestando que hay que “ensalzar al
Señor con himnos por los siglos”.
Mt 13, 10-17
Las
parábolas son enseñanzas a partir de comparaciones que ayudan a las personas a
“ver y oír”.
Papa
Francisco
¿Por qué les habla en parábolas? Las parábolas son un
lenguaje muy sencillo, clarísimo para el pueblo que está acostumbrado a lidiar
con la tierra, el cultivo, la naturaleza, el ganado, el pastoreo, las barcas y
las labores de pesca. Pero para los amos y señores, que no estaban cercanos a
estas labores, hablarles de esto era hablarles de otro mundo. Se les volvía un “misterio”.
Dios ha querido donarse ampliamente a los sencillos.
La gente del común, entiende una parábola de inmediato. No
requiere explicación. Por ejemplo, acabamos de ver que el sembrador salió a
sembrar; esto para un campesino era su faena diaria, no encerraba ningún
misterio; pero, para los escribas, por ejemplo, requería un muy intensivo
desciframiento: ¿por qué no arrancar de una buena vez la cizaña? Si uno sabía
que era nociva, ¿por qué no correr a retirarla?
¿Por qué el “sembrador” no tenía más cuidado al poner la
semilla para que sólo cayera en la tierra buena y adecuada? ¿Por qué ese
campesino no se agachaba y hacia un huequito con un palo para ocultar la
semilla y prevenir que los pajaritos se la pudieran comer? ¡Era -pensarían
ellos- un sembrador muy descuidado! ¡Bien merecido se lo tenía si su cosecha se
malograba! Sin embargo, quizás a un pescador, no habituado a las labores del
agro, hubiera que llevarlo aparte y explicarle.
Pero los doctos, ¡de estas cuestiones, nada saben! Aun cuando
se codeaban con el Sumo Sacerdote, que seguramente era un especialista en
liturgia, pero quien -era muy improbable- que algo supiera de estos menesteres
agrarios. Si algo habría visto, sería a la distancia.
Podríamos subdividir la perícopa en tres partes: donde se
acercan a oír los discípulos, luego, los que no entienden o no quieren entender
y luego, nos mira a nosotros y nos clasifica entre los bienaventurados porque
oímos y vemos lo que anhelaron los profetas llegar a ver.
A nosotros se nos han dado a conocer los μυστήρια [mysteria] “misterios”,
(que no es lo que misterio es para nosotros, algo imposible de llegar a conocer
y a entender); sino, que significa lo que no nos es accesible por nuestros
medios de conocimiento, sino solamente porque Dios nos lo muestra en su
Revelación, es decir, lo que es “Voluntad de Dios”, “lo que Dios quiere”
que sepamos para que podamos ser sus amigos.
Para acceder a este tipo de “saber”, es necesario desplegar una “hambre y sed” de lo trascendente, valga decir, querer acercarse al Señor: Amarlo y Buscarlo. ¡Ahí está nuestra bienaventuranza! Nosotros tenemos esta apetencia y será saciada; a quienes no la tienen, hasta lo que creen tener, se les arrebatará.
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