Is
66, 10-14c; Sal 66(65), 1b-3a. 4-7a.16.20; Gal 6, 14-18; Lc 10, 1-12.17-20
Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a
través de las tormentas de la historia. Los valores tienden siempre a
reaparecer de nuevas maneras, y de hecho el ser humano ha renacido muchas veces
de lo que parecía irreversible. Ésa es la fuerza de la resurrección y cada
evangelizador es un instrumento de ese dinamismo.
Papa Francisco EG. # 276
El Evangelio
¿Qué
significa “designar”? Nombrar a alguien para que asuma un cargo o una
responsabilidad importante; revestir a alguien de una cierta cualidad, implica
cierta clase de escogencia, un mirar hacia la disponibilidad y la seriedad -como
el que presenta a estudio su hoja de vida sabe que se la va a mirar atentamente
para explorar su “nivel de compromiso”- con el que se va a asumir esa
“designación. La designación, corresponde a una marca que se entrega: Un
gafete, una escarapela, una banda cruzada sobre el pecho, un carnet, insignias
de rango en el pecho o en el hombro, un santo y seña. Contiene la raíz “signum”
que proviene de una voz indoeuropea “sekw”
que señala el “seguimiento”, es decir, la lealtad hacia la persona que confiere
el “designio” y la gravedad y formalidad frente a la “encomienda”. La persona
“designada”, es completa y totalmente acogida en el designio, lo que se señala
con el prefijo de- que significa “de
arriba abajo”: el designado lo es, con todos sus detalles, abarcando sus
“cada-unadas”, positivas, neutras y negativas; cobijando cada una de sus
peculiaridades como persona. Usando su cuasi-sinónimo en latín diríamos que se
le ha comisionado, se la ha encargado
una misión. La semana pasada –se puede decir- que el verbo central era: ἀκολούθει μοι [acolouthei
moi] “Sígueme”; para este XIV Domingo Ordinario del ciclo C, pasamos a otro
verbo: ἀποστέλλω [apostelo]
“enviar”, “encomendar una misión”. Quisiéramos tomar como eje de nuestra
reflexión la ἀναδείκνυμι [anadeiknumi]
designación (este verbo en
griego significa “tener un ascenso en la escala laboral a un rango superior y,
a la vez, como pasa con los deportistas- subir al podio, darle realce,
notoriedad, “levantarlo para exhibirlo”: “Después de esto designó el Señor a otros
setenta [y dos] y ἀπέστειλεν [apesteilen] “los
envió” por
delante, de dos en dos, a todas las ciudades y lugares adonde pensaba ir.” Lc
10,1.
Designó podría -sin mayores implicaciones ser
sustituido por “nombró”, “proclamó”, (en algunas traducciones dice simplemente
“eligió”). Ahora, evoquemos lo que se precisó el Domingo anterior; “uno que
echa mano al arado y mira atrás no es apto para el reinado de Dios.”, lo que se
va a decir ahora: El que mira hacia atrás no es idóneo… para ser un enviado.
Habida cuenta de la idoneidad exigida, se procede a la elección de otros
setenta [y dos] para que pasen de la retaguardia (de los que lo siguen), a la
vanguardia (de los que son enviados). Hemos dicho: el discípulo no puede
permanecer perennemente en ese status, lo es, en tanto y cuanto recibe una
“formación” indispensable, durante un período más o menos prolongado de
preparación, una vez formado, pasa al frente, pasa de aprendiz a “maestro”;
está ahora en condiciones de liderar un proceso evangelizador en otros;
nosotros hablaremos de la designación del discípulo para ser apóstol, donde se
subraya el sentido misional del “envío”, de quien tiene a su cargo llevar un
“anuncio”, una “noticia”. La designación aquí es para convertirse en
“emisarios”, “mensajeros”, “nuncios”, “vicarios”.
Así
que, Jesús, con plena conciencia de estar saliéndole al encuentro a la muerte -al
caminar hacía Jerusalén- entrega su “mensaje” y comisiona para llevarlo y
hacerlo llegar, a sus discípulos, que de esta manera pasan al nuevo status de apóstoles. Su manera de asumir la designación,
se puede equiparar a la de San Pablo: “¡Ay de mi si no evangelizo!”. (1Cor 9,
16c)
Aquí
vienen muy a propósito -nos parece- tres numerales del Documento de Aparecida,
a saber:
144.
Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso:
anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones (cf. Mt 28, 19; Lc 24,
46-48). Por esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de
su misión al mismo tiempo que lo vincula a Él, como amigo y hermano. De esta
manera, como Él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son
testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva. Cumplir
este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad
cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma.
145.
Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y
alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicarle a todos el don de
ese encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es
compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo,
testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de
la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8).
146.
Benedicto XVI nos recuerda que: “el discípulo, fundamentado así en la roca de
la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación
a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma
medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de
anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el
discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay
futuro”.
Esta
es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial
por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica liberación
cristiana.[1]
Las lecturas del Domingo XIV
El
libro Profético de Isaías que extiende hasta 66, 24; desde el capítulo 55 en
adelante se atribuye al Tritoisaías, discípulo o discípulos
del Deuteroisaías. Para este XIV Domingo Ordinario, ciclo C, tomamos del
capítulo final los versículos 10-14c, se omite el 14d. En este capítulo 66,
primero –Dios por medio de su profeta(s)- cuestiona el culto del sacrificio de
bueyes, ovejas, perros, cereales, marranos y hasta hombres, y lo rechaza porque
eso no es lo que Él ha pedido; serán depurados con sufrimientos. Luego, explica
a los fieles que el sufrimiento viene por aquellos, de entre los mismos judíos,
que piden se demuestre el poder de Dios, vienen los dolores que darán
nacimiento a una nación. Entonces, encontramos la perícopa que se lee en este
Domingo, se trata de una gran promesa para Jerusalén: se le promete consuelo, paz,
riqueza, poderío y alegría.
“… lo que cuenta no es
la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la creación nueva”
Gal 6, 15
La
Segunda Lectura, desde el principio del año C, hasta el octavo Domingo, la
tomamos de la Primera a los Corintios; a partir del Octavo Domingo, la tomamos
de Gálatas hasta este Domingo XIV; a partir del próximo Domingo empezaremos a
leer la Carta a los Colosenses. La Carta a los Gálatas se extiende hasta 6, 18.
Hoy leemos la perícopa final, 6, 14-18. Es muy conveniente traer a la memoria cual
era el marco contextual de este libro, se trata de un clima de persecución. La
cruz no es una abstracción, es una cruz muy real, y su rostro es el de la
persecución, que era por así clasificarla, la cruz externa; pero, a la vez, hay
una cruz interna, se trata de los “misioneros judeocristianos”, que iban y venían
tratando de llevar la historia hacia atrás -estos indietristas siempre están
vigilando las vitrinas de sus museos- atareados en su campaña circuncisionista,
querían muy seguramente, presentarse a la sinagoga mostrando la colección de
prepucios añadidos a su cuota de recién reclutados. Téngase en cuenta que el
imperio romano había dado carta de libre culto al judaísmo, por eso a ellos les
afanaba que no se pudiera ver el cristianismo como una secta aparte, ellos tal vez
los habrían tolerado si se mostraban obedientes a circuncidarse, pero no
querían que les trajeran problemas con los romanos. Mientras se movieran dentro del judaísmo
tendrían su identidad de religio licita
y -en consecuencia- ventajas económicas, políticas y también religiosas.
La
antigua Alianza tenía por signo la circuncisión, la Nueva Alianza, (en ella no
hay banda cruzando el pecho, no hay barras de rango para lucir en el pecho, no
se trata de una escarapela), tiene por signo la Cruz, en ella se gloría San
Pablo (ruega al Cielo que no vaya a desviarse buscando glorias en otra parte-,
quien se despide pidiendo que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo se derrame sobre
nosotros, de tal manera se despide, bendiciéndonos. «Ahora bien, cruz, silla eléctrica,
cámara de gas, nunca fueron “gloria” para nadie. Es el colmo del aniquilamiento,
de la humillación. Es la tragedia total… La gloria no es humana. Está a otro
nivel.» (Joel Antonio Ferreira)
La καινὴ κτίσις [kaine ktisis] “Nueva Creación” es un giro de la forma apocalíptica, insertado en un co-texto que no lo es. Los rabinos usaban giros de esta naturaleza para referirse -por ejemplo- a un prosélito, que -a partir de su “conversión” era visto como un bebé recién nacido al judaísmo: Una “nueva criaturita”. Pero la Criatura nueva -en el cristianismo- lo era porque asumía la práctica de la caridad, del corazón compasivo: era una nueva existencia “en Cristo”: «… la nueva creación debe ser comprendida como la vida comunitaria que se fundamenta en la fe y en el amor. No en la Ley. El llamado a los Gálatas a la libertad va reforzando más el antagonismo entre los dos puntos de vista, el de la Ley y el del amor… Quien es libre, vive la intensidad del amor en la comunidad. (Joel Antonio Ferreira)
El
Salmo es el 66(65), 1b-3a. 4-7a. 16. 20, Salmo de Acción de Gracias. Nos invita
y, a la vez, nos reta: Vengan y vean las obras de Dios; (recordemos, de paso,
que Jesús también usa la misma fórmula cuando llama al “seguimiento” a
Simón-Pedro y a Andrés, en Jn 1,39). Esta manera de llamar es para que estemos
con Él y podamos dar testimonio directo. Nos dice cuál ha de ser el testimonio
del apóstol: Contar lo que Dios ha hecho –en primer lugar- por su pueblo y esos
prodigios en favor de Israel ratifican que su Fidelidad es perenne y hablan de lo
que hará -ahora- en favor de cualquiera de sus fieles; por eso, el salmista
agradece, porque él también se ha visto favorecido por su Misericordia: 66(65),
16d. No favores que han recibido otros, sino aquellos con los que nuestra
propia vida nos hemos visto asistidos, es decir, este salmo convida a
experimentar la deferencia Divina y así alcanzar de primera mano, el testimonio
directo.
Cómo volver todo esto vida hoy
«La
palabras que definen en las constituciones de San Ignacio el fin de su
compañía: “No solamente atender a la salvación y la perfección de las ánimas
propias con la gracia divina, más con la misma intensamente procurar de ayudar
a la salvación y perfección de las de los prójimos”… lo interesante de este
pasaje es que, como notan los comentaristas, Ignacio usa aquí la palabra “fin”
en singular, no en plural. Para él, la “salvación y perfección del alma” y “la
salvación y perfección de los demás” no son dos fines distintos,… sino un solo
y único fin. Esto quiere decir, a su vez, que no puedo conseguir mi propia
“salvación” si no me dedico con toda mi alma a la salvación y perfección de los
demás… yo no puedo ser plenamente yo si no soy y existo y vivo al mismo tiempo
plenamente para los demás.»[2]. Este texto es clave como
punto de despegue del enviado puesto que refuta una antigua y casi
tradicionalista visión que veía el compromiso religioso, la misión como la
tarea de la auto-salvación, luego bastaba con no pecar, y conocer la doctrina;
bastaba con ofrecer mis bueyes, mis ovejas, mis perros y hasta a humanos (cfr.
Is 66, 3a-3b) en el sentido de ignorarlos y olvidarme porque el tema salvífico
era un asunto tan estrictamente personal e individual que los demás tenían que
ver cómo se las apañaban solos. ¡Pues no!, el tema de la salvación personal
está directamente tejido con mi responsabilidad de enviado, de anunciador, de
constructor del Reino, todo cristiano recibe esta designación.
El
trito-Isaías hace un anuncio profético positivo que levanta el ánimo a los
repatriados que vienen de sufrir los rigores de la dura y larga deportación en
la esclavitud. Así también para
nosotros, los enviados de este tiempo, «Ser cristiano hoy, es precisamente
reaccionar contra el desánimo, el desaliento, la desconfianza, la desesperanza,
gran pecado de nuestro tiempo; devolver la esperanza, renacer a la posibilidad
de que existe el Evangelio, de que el Espíritu y Jesús están trabajando con
nosotros…»[3]
El
Evangelio, que –para nosotros en Latinoamérica y el Caribe- entronca
directamente con Aparecida, nos señala que «El gran reto de la Iglesia hoy… es…
el de la “Nueva Evangelización”… Una evangelización de corazones evangelizados
antes por el Evangelio orado; una evangelización que chorree verdad,
trasparencia y vida; que sea un chorro de alegría, entusiasmo y gozo; una
evangelización que toque los corazones, que deslumbre las mentes, que dé vigor
a las voluntades arrugadas. Una nueva evangelización donde ser mero
“informador” ya no “vale”, sino ser “testificador”.»[4] Así están las cosas para
nuestro compromiso misionero. ¿Estamos listos a asumirlo?
“De
todos modos, sepan que el Reino de Dios ha llegado” (Lc 10, 11d). ¡Es
inminente!
[1] DA. ##144-146.
[2] Vallés,
Carlos G. sj. CALEIDOSCOPIO. AUTOBIOGRAFÍA DE UN JESUITA. Editorial Sal Terrae
Santander-España. 1985 p. 121-122
[3] Vallés,
Carlos G. sj TESTIGOS DE CRISTO EN UN MUNDO NUEVO. Ed. San Pablo Santafé de
Bogotá- Colombia 1998. P. 54
[4] Mazariegos,
Emilio L. EMAÚS: EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN. Ed. San Pablo Bogotá – Colombia
2003 p. 152
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