miércoles, 2 de julio de 2025

El Apóstol Santo Tomás

 


Ef 2, 19-22

Tenemos hoy, una alegoría arquitectónica. Se nos refiere la estructura de la Iglesia asimilándola a la de una edificación.

 

Para estudiar mejor este “sermón” a los Efesios podríamos repartirlo en dos partes: La primera parte iría hasta 3, 21 (suprimiendo 1, 1-2, que, según los más entendidos, se trata de una adición posterior); y la segunda, de 4, 1 hasta 6,24.

 

Después de afirmar que Cristo es el Centro de la totalidad (1, 20-23); inicia señalando como Jesús entra a recogerlo y compendiarlo todo (2,1-18) configurando un solo cuerpo. La perícopa de hoy, recopila todo esto a manera de conclusión, como se ha dicho, en una alegoría mampostera. Lo primero que concluye es que los paganos han sido integrados con plenitud de derechos, de manera que ya no pueden ser vistos como extraños, ni como foráneos, sino como conciudadanos, todos parientes de la familia de Dios. Vistos desde la óptica del albañil, son piezas y materiales legítimamente constitutivos de la construcción.

 


No están en el aire, ni puestos ahí, al lado, sin integrarse; sino que ellos también, constituyen y se entraban con la ἀκρογωνιαίου [acrogoniaiou] “Piedra Angular”, Piedra que articula y encaja las demás, de allí su importancia fundante. Ninguna parte de una edificación está simplemente allí, sino que todas se funden gracias a su Unidad Funcional, que a veces pueden parecer -sencillamente ornamentales- pero no por eso, menos vital al todo de la composición, que en su interdependencia genera el concepto de Unidad Estructural.


 

¿Qué clase de edificio se forma? ¡Un Templo! Ese Templo, del que nos hacemos parte, está “reservado” a Dios, no puede ser, en otro horario, restaurante, y más tarde sala de cine o galería. Y, se pone -como desenlace- una idea de gradualidad: no nos convertimos en parte integral del Templo, de una vez, sino que nos “vamos integrando” paulatinamente, hasta que nos hacemos “residencia” idónea de Dios, su verdadera Morada.

 

Sal 117(116), 1. 2

La fidelidad, la perseverancia, son cualidades divinas

Vemos dos palabras puestas “en paralelo” amor y fidelidad… estas palabras, que aparecen juntas miles de veces, designan siempre el tema de la Alianza.

Noël Quesson

Si todos los que estábamos marginalizados por la exclusividad del pueblo elegido, ahora estamos “estructurados” junto con ellos, ¿qué más podemos hacer que rebozar de jolgorio y ensalzarlo.

 

Y esta “incorporación” no es provisional, no se trata de ser formaletas mientras se seca la argamasa; ¡no!, somos verdaderos “consanguíneos”, y esta es una Alianza imperecedera.

 


De estos dos puntos se desprende nuestro compromiso evangelizador: Se trata de una ontofusión: Que Jesús definió llamándonos a “ser Uno, como mi Padre y Yo somos Uno” (Cfr. Jn 17, 21-23). «El Evangelio es simplemente la extensión a todas las naciones, a todos los hombres, de la Alianza reservada en otro tiempo al “pueblo escogido”». (Noël Quesson)

 

Su fidelidad es eterna. ¡Ser fiel! ¡Nosotros no lo somos! Somos volubles, inconstantes, nos fatigamos al poco tiempo… Y luego, nuestro amor se hace desabrido, se relaja. ¡ay! Los más bellos sentimientos pierden su sabor, los más ellos sacrificios pierden su generosidad… ¡con el tiempo!

 

Es que nosotros, los seres humanos, ¿somos así? No somos así, pero ¡nosotros creemos que nos movemos en el aire, y no es así! ¡Nosotros nos movemos en una gelatina gruesa y pegajosa a la que llamamos cultura! Y, por su consistencia espesa y pegante se nos adhiere, dese el primer momento de nuestra inserción en la sociedad humana. Ahí se nos deforma la fidelidad y se nos convierte en transitoriedad, esa sed insaciable de abandonar, de empezar otra vez, de seguir la corriente.

 

¿Significa que no podemos o que no deberíamos cambiar? Vamos a llegar a una conclusión que no es nuestra, es lo que nos enseña el salmo: Hay que cambiar, pero permanecer fieles, así como el Padre Celestial que es siempre Fiel, a Sí mismo y a los otros.

 

Dios puede serle Fiel a todos, nosotros sólo tenemos que ser fieles a nosotros mismos y a los que les hayamos prometido fidelidad, así como -primero que todo- fieles al Cielo.

 

Lo único que hay que hacer es proponérselo: ¡Ser fieles como el Padre es Fiel! ¡Fieles al Evangelio!

 

Jn 20, 24-29

Entonces Tomás le dijo: “Señor, nosotros no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?” Jesús contestó: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”.

Jn 14, 5s

El nombre Tomás viene de la palabra aramea תום [tom] que significa “gemelo”; en griego Δίδυμος [dídimos]. Gemelo de todos nosotros, que llevamos nuestra vida en la incapacidad de depositar la fe y superar esa actitud de increencia general con la que nos embadurna el mundo. Andar por allá desarticulado, marginado, desgarrado de la comunidad. Una de las maneras típicas de mostrar nuestra deserción: quedarse separado, no volverse a reunir con “esos”. En el lenguaje proxémico significa: “no pertenezco”, “me declaro desvinculado”, “ya no me meto más con ellos”.


 

Cuántas veces blandimos con arrogancia el argumento de la sensorialidad confiándonos tozudamente en la garantía de nuestros cinco sentidos como si ellos fueran realmente infalibles y como si con ellos pudiéramos abarcar realmente todo el universo. Siempre vamos por ahí a los muy “científicos” exigiendo la comprobación experimental, por vías de “repetición” -bajo las mismas condiciones- de aquello que estamos empecinados en rechazar. Vamos al laboratorio con gafas y bata blanca y decimos “permiso, que vengo a meter el dedo en el costado”.

 

Santo Tomás es precisamente nuestro gemelo: Es curioso, y eso nos hace reflexionar, ya que ante las dudas de este “gemelo” el Señor podría haber acudido en cualquier momento; nos preguntamos ¿por qué tuvo que esperar “ocho días”?

 

La vez anterior, cuando se presentó en medio de ellos, era el atardecer del “Primer Día” de la semana. Es decir, de alguna manera podemos argumentar que estaban reunidos y se instituye con esta visita del Resucitado, la celebración en Día Domingo, de la Cena del Señor. Todos estaban reunidos -excepto el que andaba en el laboratorio metiendo el dedo. Y, con todo esto se nos está indicando, la importancia de reunirrnos en Comunidad para revitalizar la fe: Así podemos acceder a lo que no pueden los sentidos, pero que la presencia de los hermanos creyentes, permite “intuir”. Recordemos que la palabra intuición nos habla de una capacidad de “visión interior”, aparentemente emparentada con la “introspección”, que es totalmente diferente, porque en ese caso la palabra alude a la capacidad de revisarse uno mismo y valorar las propias acciones o los pensamientos de uno mismo. En cambio, “ver adentro”, es darse cuenta de lo que no se puede ver en el exterior, pero se puede saber “indubitablemente”, porque se proyecta en la pantalla epistémica de nuestro Yo-trascendente.

 

Claro que quien rehúsa creer, se revuelca con la misma desesperación que el condenado a muerte defendiendo su vida. Aquí, en todo caso, el desesperado, lo que defiende es su cerrazón, su tozudez.

 

Mientras uno persista en el aislamiento, mientras uno encienda velas idólatras a la soledad y se crea que separado y recluso en su intimismo podrá atraerse la Misericordia; el Señor, por su parte mantendrá su mutismo, pero no dejará de contemplarnos compadecido, ansioso y nostálgico de tenernos cerca de sus mimos y ternuras. Recordemos que Él no quiere que se pierda, ni uno sólo de los que el Padre le entregó (cfr. Jn 6, 39), sino reconducirnos a todos a sus Verdes Prados Celestiales.

 

Nótese el parentesco tan cercano que hay entre fe y fidelidad: La palabra "fe" proviene del latín "fides", que significa lealtad, fidelidad o confianza; fidelidad -por el otro lado- proviene del latín "fidelitas", que a su vez deriva de "fidelis", que significa "fiel" o "leal". Lo uno y lo otro se trabaja en comunidad, es -prácticamente imposible alcanzarlo en soledad- «… a nosotros hoy se nos hace un llamado a tener esta experiencia de la fe cristiana, en comunidad y no de manera individual. La frase final del Evangelio confirma esto, pues Jesús dice: “Dichosos los que creen sin haber visto”, porque ahora el otro, el hermano es el rostro visible de Dios vivo, pero al hermano lo reconozco en la comunidad de creyentes, compartiendo una fe común y sintiéndonos dichosos por creer». (Papa Francisco)

 

Jesús esperó a la “Siguiente celebración Eucarística Dominical, para garantizar que sus compañeros discípulos lo fueran a llamar y lo atrajeran a vivir esta experiencia, (adviértase aquí el papel de los otros “discípulos”, irlo a “remolcar”, justamente como aquellos que llevaron al inválido en su camilla, y al no encontrar otra vía, levantaron el tejado y lo descolgaron justo frente a Jesús). Jesús no lo descartó, espero los ocho días con su amistosa actitud de espera.

 


¿Por qué conservó Jesús sus llagas, si podría haber resucitado indemne? Exactamente por estos Tomases que no pueden superar su incredulidad y que sólo pueden sanar su increencia tocando la herida o anidando en ella. Para Tomas, la experiencia de acercar su mano a la herida del costado obró el Prodigio de darle lo que él no había logrado conseguir: la Fe. Lo que hasta ese momento había sido una barrera, a partir de aquel instante, como un relámpago de la más pura y santa convicción, abrió sus sentidos a la evidencia.

 

Tomas, tú que pasaste por esa dura experiencia de increencia, ayúdanos con tu intercesión a que tengamos en nosotros, vida abundante por la fe en Jesucristo.

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