2Cor 10, 17-11,2
Es muy evidente que el agente de pastoral necesita ir
evaluando su marcha, su proceder, las etapas de su proceso evangelizador, pero
eso no lo puede condenar a su propia vanidad. Evaluar si, “aprobar” no, la
aprobación viene de Dios, lo cual es una gigantesca bendición porque sólo Dios
puede captar el sin número de factores que la misión conlleva y la coherencia
con todos los detalles que deben adornar a “una cónyuge purísima”.
Esto implica, además, no “pisarse las mangueras”, uno no
puede ni debe intentar recoger la cosecha del sembradío de otro u otros, si
bien es cierto que nadie es dueño de la mies y esta solo le pertenece a Dios,
también es cierto que en cierta zona donde hay un trabajo en progreso, es muy
sano y conveniente respetar los procesos ya iniciados y las metodologías
idiosincráticas de cada evangelizador.
¿Cuál es el marco co-textual de esta perícopa? San Pablo
está en el terreno de defenderse de los ataques y acusaciones, en particular de
i)
La acusación de doblez
ii)
Y una acusación reiterada de ser
orgulloso
Acusaciones que tiene por objeto quitarle autoridad a
Pablo.
La perícopa de hoy apunta sobre todo a la acusación de
arrogancia que se la ha hecho.
Cuando se lee la carta entera, se da uno cuenta que Pablo
ya había intentado defenderse de todos los ataques y acusaciones en 2Co 2,
14-7,4. Ese conflicto -que dio pábulo a tantas y tantas acusaciones-, tuvo su
origen en la segunda estancia de Pablo en Corintio, donde llega a un acre
conflicto con alguno de allí. Pablo prefirió no echar sal en la herida y
empeorar las cosas, y se marchó, comprometiéndose a regresar, regreso que no le
fue posible hasta el año 56 cuando tuvo lugar la tercera visita de Pablo a
Corintio.
Así que esta perícopa proviene del bloque integrado por los
capítulos 10 al 13 de esta carta. Esta defensa de ahora está planteada, en
otros términos, más firmes, más decididos, más inflexibles, incluso diremos,
más polémicos. La perícopa de hoy parte de la consigna: “El hombre digno de aprobación
no es el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien el Señor alaba (2Cor 10,
18).
En los versos 16 al 33 del capítulo 11, señalará que tiene
sobrados motivos para gloriarse y que -como él lo expresa, no lo hace sino para
contrarrestar el cargamento de propaganda auto-promulgada por los fabricantes
del desprestigio paulino. Como ya sabemos, el agente de evangelización siempre
es blanco del ataque despiadado de los que quieren adueñarse del rebaño y
conducirlos hacia donde apuntan sus ambiciones e intereses.
Queremos insistir en la necesidad de evaluar, pero
reconociendo la entera validez del argumento paulino: No es el ser humano el
que aprueba, es Dios quien da el visto bueno tanto a la persona como a la obra
realizada.
En la segunda parte de la perícopa, formada por los dos primeros
versos del capítulo 11, se retoman las imágenes conyugales del profeta Oseas
(Os 2, 19-20(21-22)) que relaciona a Dios con su pueblo, unidos por un vínculo
análogo a la Alianza Matrimonial y dice que está alerta y pendiente a que
seamos castos y puros para ser “dignas esposas”
del Señor, siempre que pasamos por esta idea nos sentimos obligados a
recordar que el concepto “pueblo”, en lengua hebrea es femenino: “Puebla”; como
puebla somos “consortes del Señor”, pero San Pablo dice que nos cela, es decir,
nos cuida como una madre vela por la honestidad de su hija. Cuando él nos presente
a Dios, el Novio, nos encontrará dignos y puros como una virgen.
Al llegar a este punto, quisiéramos yuxtaponer la imagen de Santa Rosa de Lima -sintetizada en una sola parrafada- acercándola a la propuesta Paulina como modelo del agente de pastoral: «Santa Rosa conoció la pobreza cuando su padre fracasó en sus negocios. Trabajó duramente como empleada, en el huerto y como bordadora, hasta bien entrada la noche, llevando a las casas de los compradores la Palabra de Cristo y su anhelo de bien y justicia, en la sociedad peruana de entonces, aplastada por la colonización española. En casa de sus padres creó como un albergue para los necesitados, donde asistía a niños y ancianos abandonados, sobre todo a los indios y mestizos. Ya desde pequeña anhelaba consagrarse a Dios en la vida de clausura, pero permaneció “virgen en el mundo” y como terciaria dominica se encerró a vivir en una celda o ermita de pocos metros cuadrados, en el jardín de su hogar paterno, de la que salía sólo para las celebraciones religiosas, y en la que transcurría gran parte de sus días rezando en estrecha unión con el Señor». (https://www.vaticannews.va/es/santos/08/23/s--rosa-da-lima--virgen--terciaria-dominica.html)
Sal 148, 1bc-2. 11-13ª. 13c-14
¡Dios
es Rey! Pero un rey que pone todo su poder al servicio de su amor y derrama sus
bendiciones sobre la humanidad.
Noël
Quesson
"Aleluya" proviene de la expresión hebrea
hallĕlū-Yăh, que significa "alaben a Yah". ¿Qué es la alabanza? La
nuestra es una invitación a reflexionar sobre el significado de esta palabra.
Lo primero que se suele decir es “poner en los labios”. Y eso es claro. La alabanza es poner en los
labios y articular palabras de loa, de encomio, de ponderación.
En segundo lugar, tiene que ver con “bendecir”. Es decir,
pronunciar elogios, usar palabras bonitas y galantes para aquilatar su valía.
Es "elogiar" o "celebrar con palabras".
Conviene dar una mirada a la palabra desde el punto de
vista etimológico: "alabar" proviene del latín tardío
"alapāri", que inicialmente significaba "jactarse" o
"vanagloriarse". Si bien es cierto el significado es transitivo, es
hablar bien de alguien o de algo; también es cierto que la alabanza anida un
gesto reflexivo, se dirige a uno mismo, ´porque se alababa o se bendice algo
que de alguna manera nos pertenece y la alabanza nace de decir, “lo mío es lo
mejor”, “el mío es el más poderoso”.
Alabamos porque es el Dios Verdadero, el nuestro, en el que
nosotros queremos.
Nótese que en la primera estrofa se dice que la alabanza es
del mismo Cielo, que allí todos los “habitantes” se afanan “jactándose” de
Dios. Me glorifico y me enorgullezco porque ningún dios es como Dios. Así que
todos los ángeles y todos los ejércitos celestiales están llamados a pronunciar
alabanzas a Dios.
La palabra alabar tiene que ver con la palabra “brillar”.
Se alaba para recubrir con una cama radiante de Luz, de la más pura y excelsa
Luz. Como quien expone al resplandor del más poderoso reflector. Alabar es
hacer brillar, hacer resplandecer. Darle el colorido más atractivo y el que más
cautiva la mirada.
Uno muchas veces piensa que alabar es un asunto
profesional. Que existen los profesionales de la alabanza, los sacerdotes, los
consagrados, el Papa, los Obispos. Y no es así, todos los vivientes e inclusive
los inanimados tendrían que cantar alabanzas. Veamos si el salmo deja alguien
por fuera:
a) Todos
los reyes del orbe
b) Todos
los pueblos
c) Los
príncipes
d) Los
jueces del mundo
e) Los
jóvenes
f) Las
doncellas,
g) Los
ancianos,
h) Los
niños
Todos ellos están
convocados para la alabanza.
La tercera estrofa lo que hace es destacar la especial
responsabilidad que le asiste a ciertas personas para ejercer la alabanza: Son
todos los fieles del pueblo escogido. Ninguno de ellos se puede exceptuar y
decir que la alabanza no es su competencia.
Mt 13, 44-46
La
alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de aquellos que se
encuentran con Jesús. Aquellos que se dejan salvar por Él son liberados del
pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo
siempre nace y renace la alegría
cf.
Exort. ap. Evangelii gaudium, 1.
«Hoy somos exhortados a contemplar la alegría del campesino
y del mercader de las parábolas. Es la alegría de cada uno de nosotros cuando
descubrimos la cercanía y la presencia consoladora de Jesús en nuestra vida.
Una presencia que transforma el corazón y nos abre a la necesidad y a la
acogida de los hermanos, especialmente de aquellos más débiles». (Papa
Francisco)
Estamos deslizándonos en el territorio de la epistemología de corte semita. Dijimos que el pensamiento hebreo no se estructura a través de definiciones ni del conceptualismo rígido que quiere atrapar el “ser” en la aridez de un aserto. Se acerca -por el contrario- con cautela y respeto, comparando. consciente de no poder atrapar la “idea”, sino, apenas barruntarla, como por aproximaciones sucesivas. Es un acercamiento por sucesivas suposiciones que se entrelazan para proyectar hacia la “sustancia” de la representación. Pensemos en algo tan rico, pero tan inefable como es el Reino. Mateo se va acercando y -así como Moisés se acercó cauteloso y reverente a la Zarza Ardiente- nos presenta un encadenamiento de imágenes sucesivas que van intensificando la comprensión:
1) La
del sembrador
2) La
del trigo y la cizaña
3) La
del grano de mostaza
4) La
de la levadura
5) La
del tesoro
6) La
de la perla
7) La
de la red
Así, en el capítulo 13 de este evangelio se va organizando
la “enciclopedia” del Reino.
Aquí, en los evangelios, lo que tenemos no es una
“explicación”, sino una aproximación, hoy, el evangelio según San Mateo, por
medio de dos “como”: “El reino de los Cielos se parece a…”
i)
Un tesoro escondido en el campo
ii)
Una perla fina
En ambos casos, se detecta que no se adueña porque sí, sino
que se dan unos pasos para legalizar la posesión. Ni el tesoro ni la perla son nuestros
de una sola vez porque yo quiero declararme titular de su posesión. En ambos
casos, el afortunado que la encuentra, hace todo lo necesario para llegar a
poseer con título de propiedad debidamente notariado.
Se podría decir que uno no se puede robarse el reino, sino
que hay que hacer un trabajo para llegarlo a declarar de uno.
En el primer caso, el afortunado que lo encuentra, lo
vuelve a enterrar para ir y comprarlo a su legítimo dueño, y ahí sí, poder
declarar el tesoro como suyo. En el segundo caso, “vende todo lo que tiene”
porque entrar en el Reino implica dar todo lo que se tiene en la vida, por
aquello que es el real y verdadero valor de la existencia.
No se trata de mandar a imprimir una serie de rótulos con
nuestro propio nombre para pasar por ahí, pegando rótulos a diestra y
siniestra.
No se trata de entrar en una subasta, llevando las
moneditas de menor nomenclatura, para ver si alguna mercancía se puede adquirir
con un centavo.
Entonces, ¿de qué se trata? De entender que el Reino es lo
más valioso y que vale la pena consagrarle la vida integra.
Nuevamente podemos poner a Santa Rosa de Lima, como
paradigma de esta actitud, ella entendió que Jesús era el “tesoro de su vida” y
se lo apostó todo a Él: “Con el nombre de Rosa recibió la confirmación y a los
veinte años vistió el hábito de la Tercera Orden de Santo Domingo, como Santa
Catalina de Siena, su modelo de vida. Solía repetir: “Mi Dios, puedes aumentar
mis sufrimientos, con tal de que aumentes mi amor a ti”. Es el significado
redentor de la Pasión de Cristo, que percibió claramente: el dolor vivido con
fe redime, salva. Y el dolor del hombre puede asociarse al dolor salvífico de
Cristo. Es un cambio interior que coincidió con la lectura de Santa Catalina,
de la que aprendió el amor a la sangre de Cristo y el amor a la Iglesia… Cuando
murió, debido a su fama de santidad, una gran multitud de personas acudió a su
funeral, Rosa ya era santa. Murió sólo después de haber renovado sus votos
religiosos, repitiendo varias veces: “¡Jesús, que estés siempre conmigo!”. Era
la noche del 23 de agosto de 1617. Después de su muerte, cuando su cuerpo fue
trasladado a la Capilla del Rosario, la Virgen de la estatua ante la cual la
Santa había rezado tantas veces, le sonrió por última vez».
Así que el Reino no es cuestión de “arrepentimiento” sino de valorar, de justipreciar, de reconocer cuál es el verdadero valor, qué es lo que, de verdad, verdad es valioso, cuál es el valor absoluto y ponerse a trabajar por Él, dedicándole alma vida y sombrero: Consagrarse a Él porque es lo que le da real sentido a la existencia.
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