1Tes
4, 9-11
Pasamos
a otra parte de la Carta, terminó la revisión de lo que Pablo hizo en lo
tocante a la constitución de aquella Comunidad y cómo quedó establecida,
refiriéndose a la misión de Timoteo quien le llevó noticias consoladoras
manifestándole que lo recordaban con sincero aprecio y que se mantenían fieles
y firmes. Entonces, concluye esa parte con una plegaria en la que los
encomienda a Dios, para que los dote de la perseverancia fiel de sus corazones.
Y se adentra ahora, en el terreno exhortativo (4,1 – 5,24) para que profundicen
en comportarse convenientemente para agradar a Dios, como lo vienen haciendo.
Paro
lo cual resulta necesario dar un marco referencial exponiendo el tipo
particular de φιλαδελφίας [filadelfias] “amor fraternal” que debe
unirlos. El amor que orientará la sinodalidad de la comunidad. Αδελφός [adelfos]
es la palabra precisamente para “hermano”, y φιλός [filos]
es “amor”, “afecto”. Ya lo viene practicando, pero ahora, lo deben intensificar.
Hoy,
San Pablo hace pie en el llamado para poner el pavimento de este camino hacia
la santidad: el Amor. ¡Si, así es, lo que compacta el suelo bajo nuestras
pisadas, es el Amor que prospera entre nosotros! Sin el amor, la escucha y la sinodalidad están
vacíos. Uno mira al otro, lo observa detalladamente, cómo va articulando las
palabras y los gestos que hace al pronunciar, pero, al corazón no le llega
nada, todo se queda en una gesticulación que no ancla en nosotros, en otras
palabras, no hay una verdadera comunicación. Y -San Pablo añade una pauta
esencial- nos da una clave de revelación: el Amor ha sido depositado por el
Mismísimo Dios en nosotros. Pero el problema está en pensar que, si Dios lo
dio, se va a activar automáticamente y por sí sólo; muchos creen que como Dios
ya lo dio, no hay nada más que hacer. ¡Dejarlo que él mismo se mueva!
No
basta poner cara absorta, hay que hacer un intenso esfuerzo y hacer todo lo
humanamente posible para captar que es lo que el otro nos “propone”, y qué
grado de razón le asiste. Hay muchos que ponen cara de atención extrema, pero
por dentro están pensando “me importa menos que un rábano, al fin de cuentas yo
ya se lo que hay que hacer y eso hago”.
Vamos
a decirlo -que pena- de una manera muy prosaica: Dios nos ha regalado una
herramienta maravillosa, pero hay que destapar el regalo, leer el Manual de
Instrucciones, ponerlo a cargar -conectándolo a la fuente correcta-, atención
al voltaje y, si no se tiene una clara idea de su manejo, convendría tomar un
curso para aprender cómo aprovecharlo.
Esto
lo dice San Pablo con ternura: “los exhortamos hermanos a seguir progresando: φιλοτιμέομαι [filotimeomai]
“primero amar y después si buscar la honra que de ese amor depende”, “esfuércense
amorosamente, para que sea una cuestión de honor”:
a) ἡσυχάζω [esuchazo] Vivir con tranquilidad, con
modestia, sin ostentación ni escándalo.
b) πράσσειν τὰ ἴδια
[prassein ta idia] “Ocuparse cada uno de sí, haciéndolo siempre así, cogiendo
esa costumbre”
c) ἐργάζεσθαι ταῖς χερσὶν
[ergazestai tais chersin]Trabajando con las propias manos, no ganándose su
lucro con el sudor de las espaldas ajenas.
De
conformidad con las instrucciones que él nos dio desde el principio. Por
ejemplo, cuando nos dijo que no debíamos resultarle cargosos a nadie. Sólo así
nos ganaremos el respeto de “los de afuera”. El testimonio que se da con esta
práctica de la fraternidad lleva a ganar la aceptación para nuestra propuesta
de fe.
Sal
98(97), 1bcde. 7-8. 9
Salmo
del Reino. Dios edifica el Reino, es Él quien nos da la Victoria. Pero siempre
nos está convocando para que vayamos con Él, para que avancemos con Él.
Su
manera de construir el Reino, su paciente espera para nuestra Salvación, su
paciente manera para con nosotros, nos conduce a la gratitud y queremos trovar
para Él estrenando siempre contos nuevos, pero no sólo la humanidad, sino la
Creación toda, todo cuanto existe está lleno de gratitud, los ríos los montes y
todo cuanto los llena.
El
salmo es -además- portador de una profecía: nos dice, desde ya, cómo será el
gobierno Divino: con Justicia y con Rectitud.
¿Qué
más podríamos aguardar? ¿Qué otra cosa
anhelaría nuestro corazón que vivir en un Reino que dura por siempre, cimentado
en la Justicia Perfecta y en el que su Gobernante se atiene a una Rectitud intachable?
Mt
25, 14-30
Con
esta perícopa de hoy, damos por terminado nuestro estudio del Evangelio Según
San Mateo. El lunes empezaremos a dirigir nuestra atención al Evangelio Lucano.
Nos permitimos subrayar que estamos viendo el discurso escatológico. Y Jesús en esta enseñanza va a recurrir a una parábola, la que hemos denominado “de los talentos”. Empecemos recordando de donde salió esta palabra y como ha sido su evolución. Al comienzo de su aparición era τάλαντον [talantón], el nombre del “plato de la balanza”, habida cuenta de su propio peso. Cuando pasó al latín, como “talentum”, ya era una unidad monetaria, equivalente a cerca de 34 kg de plata (en el A.T.) y a 6000 dracmas (en el N. T).
Con
el correr del tiempo, y sobre todo por referencia a la parábola que nos ocupa,
vino a significar inteligencia, capacidad artística, o a la aptitud de una
persona para ejercer un oficio. Leídos como dones que Dios entregaba.
En
la parábola, evidentemente se trata de un dineral entregado para invertirlo en
transacciones que probaran el buen tino del comisionado-inversionista. Un
aspecto que no puede pasar desapercibido, es que Aquel Hombre que entrego esos
“capitales” no los repartió a la topa-tolondra; no, los dio dependiendo de sus
respectivas capacidades. Allí se dice con toda claridad que se esperaba que
ellos negociaran con los dineros confiados.
Así
como en la parábola anterior uno se sorprendía ante la necedad de aquellas
jovencitas invitadas al Banquete de Bodas que no llevaron aceite para sus
lámparas; aquí también, uno se desconcierta ante aquel que cogió el talento y
“lo sepultó”.
Vamos
de inmediato sobre un aspecto de la parábola que resulta clave: ¿Qué estaba
midiendo aquel Hombre que “dejó a cargo sus bienes”? Y, se nos dice (v. Mt 25,
21) que lo que estaba comprobando era su πιστός [pistos] que hemos traducido “fiel”, y, bueno, si, está
bien; nos gustaría traducir “creyente” porque en realidad eso era lo que se
estaba verificando; sólo quien Cree se compromete hasta el fondo; la persona
que cree, se da inmediata cuenta que Dios da la vida entera para aprovecharla
de la mejor manera, y que nos pone en las manos y en la inteligencia diversidad
de Dones, para que nosotros los usemos bien y no los sepultemos. El que no
cree, puede malversar todos sus talentos, y su vida entera, porque no ve el
milagro y la abundancia de regalos recibidos, y la enorme confianza que Dios
nos ha tenido al dejar sus riquezas en nuestras manos.
La confianza que Dios tiene al hacernos donación de bienes,
muestra que -además de esperar nuestra actitud positiva- somos capaces de
reconocer que hemos fallado muchas veces, pero Él ha pasado -haciendo ojos
ciegos- por encima de nuestro pecado y nos ha perdonado. Esta confianza de Dios
para con nosotros es consecuencia de la Misericordia perdonadora de Dios que nos
regala nuevas oportunidades. Para que enderecemos, para que corrijamos el
rumbo.
La más grave falta del “enterrador de tesoros”, es definir
tan equivocadamente a Dios, verlo como una Persona cicatera, dura, que no ha
sembrado nada y en cambio, sí espera recoger. Sus torpes ojos no caen en la
cuenta que, haberle entregado el “talento”, ya era una siembra y que el llamado
a frutecer, era para él. Ahí radica su maldad. El pecado mancha nuestra visión
y no nos permite ver cosa distinta a nuestra propia miseria. Sólo la mirada
clara del que es puro, descubrirá la Misericordia, allí donde todo lo demás es
nuestra propia indigencia.
¡Señor, déjanos descubrir en el seno de nuestra pobreza y limitación, la munificencia de Tu Misericordia! ¡Haznos diligentes con los Bienes que nos confías!
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