Jc 9, 6-15
Cuando
uno dice realista, lo primero que se viene a la mente es la lógica que acompaña
a una persona que se atiene a la realidad, considerando la realidad tal como
es, sin idealizaciones ni exageraciones. Se enfoca en los hechos concretos y
las circunstancias objetivas, adaptándose a ellas y tomando decisiones basadas
en la evidencia disponible.
Pero
hubo una época, en que al decir realismo se refería a los que apoyaban al rey y
querían como soberano un monarca y que en general el estilo de gobierno fuera
el de un rey o reina: “el que defiende los derechos del Rei, sigue sus partes,
ó milita debajo de su bandera", era la definición que se encontraba
asociada, u esta otra "el que defiende las regalías, derechos y
prerrogativas [sic] de los soberanos" (Potestatis regiae
defensor).
A
medida que las naciones fueron haciéndose democracias y este tipo de gobierno
pasó a considerarse el más indicado; los movimientos realistas fueron
declinando y el monarquismo fue perdiendo preponderancia y la palabra realismo
pasó a significar a los filósofos realistas los que sostienen que el mundo
existe independientemente de la percepción o el pensamiento humano. En otras
palabras, las cosas existen tal como son, independientemente de que alguien las
observe o piense en ellas. Entre ellos están el realismo aristotélico, el
realismo tomista llamado moderado; John Locke, George Berkeley, David Hume, el realismo científico, el
conceptualismo y el nominalismo, el realismo fenomenológico, donde hay que
mencionar a Husserl, entre otros. Pero esto, pequeño Adam, es otra historia.
En
cierta época, Israel era fuertemente anti-realista (hablando en términos de
política), el único Rey era el del Cielo, el propio Dios. Hoy nos encontramos
con el hijo de Gedeón, llamado Abimelec que se dirige a Siquem y procura
convencer a los siquemitas de impulsar la implantación de un reinado entre
ellos. Los historiadores más serios e investigadores más concienzudos, opinan
que aquí, al hablar de la gente de Siquém, se está refiriendo a los
terratenientes con preponderancia económica que se coaligaron pensando que un
rey les vendría muy bien y se encargaría de enfrentar las amenazas que veían
surgir en torno a ellos. Eran los oportunistas del realismo de aquel entonces.
La
parábola que nos trae la perícopa, es abiertamente anti-realista. Afirma que
para cada problema concreto surgirá un líder, y que ese abanderado, ese paladín
tendría el carisma idóneo para la necesidad que atravesaran: así, de llegar a
necesitar aceite, el olivo aportaría su idoneidad, si alguien requería la
dulzura de los higos, la higuera sin desmedros, se ofrecería; y si en cambio lo
que el tiempo les traía era la necesidad de tener vino, sería la vid la que
correría a brindarse.
Todos
querían ser serviciales y ofrecían prestarse y entregarse totalmente a la causa
que se ofreciera, todos estaban dispuestos a dar su carisma y su vida integra,
cada uno según sus propios dones; pero ser rey no era necesario. Los seres
humanos, a veces, pecamos de contumaces, así que corrieron a proponerle la
corona a un “espino”, que se brindó siempre y cuando las gentes se pusieran al
alcance y se dejaran herir y perturbar continuamente, dejándose rasguñar por
él. Que tan pronto quisieran abandonar sus molestas laceraciones los
perjudicarían haciéndose pirómano de los cedros libaneses, perdiendo así las
ventajas de su recia madera. Sin
embargo, los árboles que querían estar a la moda de los otros pueblos, se
negaban a dar a torcer el brazo y renegar de su anhelo de tener un rey. Muchas
veces, lo que nos impulsa no es una real conveniencia, sino el afán de copiar
los usos y costumbres de los que nos rodean. Esta parábola de los árboles a
quienes les sugirieron asumir la realeza, denuncia que quien se hace al poder,
desemboca en el desarrollo de molestias a sus súbditos, como las que una zarza
puede producir en todos los que se le acercan.
Recordamos
que Gedeón tuvo 70 hijos, pues Abimélec fue a Ofra, a la casa de su padre, y
mató al mismo tiempo a todos sus hermanos, los 68 hijos del así apodado
Yerubaal (ver Jc 9, 1-25. Solamente Jotam, el hijo menor, pudo esconderse y
salvarse. Aquí en la parábola de los árboles candidatos a rey, era Jotam, quien
les hacía caer en la cuenta del equivocado plan que tenían. (Valga recordar
aquí que Jotam fue el undécimo rey de Judá y que reinó entre el 750 al 735 a.C.)
Abimelec
logró imponer su gobierno en Siquem, se hizo soberano de Gerar, pero la memoria
que se guarda de su gestión, fue la de un sonado fracaso. Abimelec cayó en el
asalto a la ciudad de Tebes (ver Jc 9,50-54) donde él encontró un ignominioso
fin, con una piedra de molino que le arrojó una mujer desde la torre donde
habían buscado refugio todos los habitantes de aquella ciudad, (para que no se
dijera que una mujer lo había matado, su última voluntad -expresada a su
escudero- fue que lo atravesara con su espada). Todos los habitantes de Siquem
fueron castigados, por haber apalancado a Abimelec, al trono. Esta fue la
respuesta a la maldición de Jotam
Entonces,
¿el realismo está enterrado? No, cada
tanto los arboles reúnen sus huestes en algún claro del bosque y la propuesta
se repone, a ver cuál de los incautos árboles se siente cómodo con una corona
nimbándole las sienes (el ramaje) … A sabiendas que no faltará un espino
pirómano que les queme las maderas más útiles y más ornamentales, Los troncos
de sus propias casas y sus propias vidas, porque una vez acomodados en su
trono, atentaran contra todos los que se les atraviesen, empezando por sus
promotores y mecenas, sus soportes financieros, y los de su propia cochambre.
Sal
21(20), 2-3. 4-5. 6-7.
Como
estamos en la temática del rey, pues se opta por un salmo real. El rey, tiene
conciencia de su papel vicarial y pontifical. No gobierna por su propio ímpetu,
sino que su gobierno se deja encaminar por lo que el Espíritu del Señor le
ilumina.
Dios
acompañaba el ejercicio de la autoridad de aquellos que se mostraron dóciles a
su Voluntad. Y, se felicitaba de haber
encontrado resonancia en la acogida disciplinada que algunos reyes le dieron.
Los
disciplinados recibían la bendición y el beneplácito del Señor que se enorgullecía
de encontrar canales para llevar su Misericordia y entregarla directamente por
medio de sus representantes.
Estos reyes excepcionales eran bañados de gozo por el Señor que los rodeaba de bendiciones sin interrupción.
La
enseñanza del Salmo resplandece y está vigente para los que hacen la Voluntad
del Padre Celestial. Y, refrendemos, cada uno es -desde el bautismo- sacerdote,
profeta y rey.
Mt
20, 1-16
Es
muy importante mirar la situación de las comunidades donde llegaban también no-judíos
y se vinculan, entrando a formar parte de las comunidades del cristianismo
naciente, mientras los primeros integrados originalmente eran judíos, como
Jesús mismo lo era. Los que llegaron temprano a las comunidades eran judíos, y
los que llegaron tarde, ya a la última hora, cercana la caída de la tarde y ya
a la hora en que empezaba la puesta del sol, cuando la jornada se daba por
terminada. Y, estos recién llegados, eran tratados con todas las prerrogativas
que tenían los que habían “madrugado” a llegar y habían soportado el calor del
día. A los madrugadores, esto les parecía injusto. Por ser los más antiguos ellos
se consideraban los dueños naturales del mando y el gobierno y con la autoridad
para decidir en nombre del Señor qué y cómo hacer al seno de la comunidad.
Jesús
no quería que se empezara a dar una discriminación al interior de las
comunidades de sus seguidores y nos lega esta parábola que suena casi disparatada. ¿Cómo podían ganar lo mismo quienes habían
estado sólo un rato? Era muy lógico que ellos, mejor conocedores de la Torah y
desde siempre vinculados al culto judío, les dijeran qué hacer, y en qué creer.
La
parábola no se puede tomar en el vacío a-histórico, es preciso
contextualizarla, se tiene que poner como una plantilla sobre la realidad del
cristianismo naciente, el que lideraban los discípulos que mañanearon a ir tras
el Maestro. Esta plantilla ayuda a entender la dificultad de los cristianos
provenientes del judaísmo y los cristianos que originariamente llamaron
griegos, porque su lengua vehicular era el griego y no el hebreo.
Si
se malinterpreta la parábola termina por desautorizar a los propios apóstoles.
Todas estas dificultades y contradicciones son muy patentes al leer los Hechos
de los Apóstoles y las Cartas de Pablo y de los otros discípulos que nos han
legado epístolas.
Lo
que enseña la parábola fue definitivo para poner en pie de igualdad a los que
provenían del judaísmo con los que provenían de la gentilidad, conscientes de
que estas comunidades nacientes conllevaban esa mixtura. Pero, se comprende y así se actuó, que los
que eran cristianos de la primera generación y habían tenido contacto personal
con Jesús, podían guiarlos y presidir las comunidades porque habían conocido de
primera mano las enseñanzas de Jesús, y podían relatar con toda la fuerza de su
testimonio, la experiencia cristiana y la médula de su doctrina.
La
iglesia siempre ha reconocido la enorme valía de todo lo que proviene de
quienes conocieron personalmente a Jesús. Igualmente se ha dado particular
valía a los documentos legados por quienes conocieron a los Apóstoles y fueron
instruidos en la fe por ellos.
¿Cuál
es la paga en cuestión? ¡El amor de Dios! Siempre será valioso para entender la
dimensión religiosa, que la Alianza con Dios, no es un asunto de horas de
trabajo-vs-monto de dinero. Las relaciones de amorosas no se pueden plantear en
términos pecuniarios. El amor no puede convertirse en cuestión de toma y daca,
no es un intercambio de servicio ni de valores, aun cuando si podemos
describirlo como una transacción de bienes espirituales, y por tanto no
monetaria.
¿Cuánto
pagará Dios? No podemos acudir a la secretaría del trabajo para demandarlo,
como tampoco con la novia o esposa se puede recurrir a cierta oficina para
solicitar una “mayor cantidad de amor” de su parte. Cómo podríamos tratar de
constreñir a Dios para fijarle pautas a la cantidad de amor, proporcionales a,
tomemos por caso, las horas pasadas rezando.
Inclusive, podríamos decir que depende totalmente de su arbitrio darnos el Amor que Él quiera, eso sí con la plena certeza que será Justo y Generoso, de tal manera que su respuesta amorosa se conformará a cabalidad con su Misericordia que es Infinita y a su Generosidad que es Ilimitada.
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