miércoles, 13 de agosto de 2025

Jueves de la Décimo Novena Semana del Tiempo Ordinario

 

Jos 3, 7-10a. 11. 13-17.

Este es un nuevo peldaño en la historia del Pueblo Elegido. El libro -que forma parte de la historia Deuteronomista, -que por ejemplo Gerhard von Rad, e inclusive Ewald Frank proponen considerar como el sexto del que ellos ven como un Hexateuco- consta de tres etapas:

i)       Se inicia con la conquista de la tierra prometida, que se extiende hasta el capítulo 12.

ii)      Del capítulo 13 al 21, se refiera a la distribución del territorio entre las 12 tribus.

iii)     Los capítulos 22-24 se ocupan del final de la historia de Josué y su discurso de despedida.

Hay una continuidad planteada en este relato de Josué. Liderados por este sucesor mosaico, entraran en la tierra prometida. Sin embargo, no parece que sea Josué el líder porque va por delante, separados por una distancia aproximada de mil metros; y esta directriz no es presentada directamente por Josué, sino por los escribas que recorrían el campamento haciendo la advertencia. ¿Por qué debían guardar tal distancia? Porque ahora iban a avanzar por un territorio “desconocido”, iban a empezar a avanzar por donde antes no habían puesto pie.

 

El relato se cuida de dejar ver algún vacío de autoridad, y se previene contra la idea de una Comunidad que habría quedado acéfala. Dios lo expresa, en el preámbulo de nuestra perícopa, le da respaldo y le da apoyo al nuevo líder para que sientan con evidencia el traspaso directo del mando, de manos del recién fallecido Moisés.

 

Este respaldo total implica un episodio que resulta como una re-edición del paso de la liberación del Mar Rojo (Mar de las Cañas), que cumplió Moisés en Ex 14.  Ahora, Josué, cruzará el Jordán, que se abrirá para darles paso, cuando los portadores del Arca mojaron apenas sus pies. Esta era pues, la demostración de que YHWH, dueño de toda la tierra, estaba en medio de ellos.



Podemos segmentar el suceso para compenetrarnos de su dinámica:

­       Moisés, recién acaba de morir. Josué, había recibido el testigo para continuar la guía del pueblo llevándolo a la tierra que había sido prometida, ya a Abraham.

­       El río Jordán, en ese momento, estaba crecido por las lluvias de primavera, lo que dificultaba su cruce.

­       Este cruce requería un acto de fe que expresaba el acatamiento de la Voluntad Divina.

­       Josué instruye al pueblo y a los sacerdotes sobre el plan de Dios, les da a saber el mensaje, según la instrucción previa del Señor.

­       Los sacerdotes, llevando el Arca del Pacto, entran en el Jordán.

­       Las aguas del río se detienen, formando una especie de muro, y el pueblo cruza a pie enjuto.

­       Una vez que todos han cruzado y los sacerdotes salen del Jordán, las aguas vuelven a su curso.

 

Este fenómeno de embalsamiento del raudal de una corriente en crecida, nos da a saber que no se trataba de algún riachuelo, sino de una corriente impetuosa que cesó su carrera para dejarlos cruzar. Y el agua no siguió corriendo, hasta tanto no hubo cruzado el último de los Israelitas que marchaban liderados por el Arca. Arca que era portada a hombros de los sacerdotes.

 

Entonces, su protección, así hay que entenderlo, dimanaba del Arca, y ¿qué había dentro de ella? Las Tablas de la Ley; o sea que, la protección venía de la Torah, y guardarla significaba la fidelidad a la Alianza pactada. Dios estableció para ellos una mediación humana -la de Josué, como antes había sido la de Moisés, pero la Presencia líder era la conformidad con una Ley que, al iluminar sus corazones sustentaba sus vidas y los conducía triunfantes. La Ley personificaba la Presencia de Dios en medio de su pueblo.

 

El líder no es la garantía, la garantía radica en dejarse llevar de la mano, atendiendo la Voluntad de Dios, expresada en su Ley: la Torah. Dios no es una entidad mágica para nombrarla y obtener su favor en nuestras emergencias; es, por el contrario, una Presencia Amistosa que, marcha con nosotros como Amigo-Fiel.

 

Sal 114(113A), 1-2. 3-4. 5-6

Salmo de la Alianza. Parece que el ser humano -como uno de sus rasgos- tiene el olvido, esa es una característica que nos define, somos seres olvidadizos.  En este caso, el olvido del compromiso legal de guardar los preceptos de un “Convenio” casado con Dios, porque, alguna parte del corazón, donde se anida el eco del silbido de la serpiente, le sugiere que ignorar el precepto quedará impune: la mentira que inculca el malo es que, acatar la Divina Voluntad o no acatarla, da lo mismo. Ante ese olvido contumaz Dios nos ha obsequiado con la terapia de la “Renovación”. Estas situaciones de repetición de los rituales de la Alianza, esa actividad “memorial”, tiene como finalidad la de ser ejercicios de anamnesis, es una terapia de recordación. Son parte esencial de la Pedagogía Divina que clama ¡Escuchen! ¡Acuérdense! Ustedes y Yo, estamos unidos por un Pacto Soberano, “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” (Cfr. Ex 6, 7-9).

 

Tuvo en medio de su Pueblo un Santuario en el Desierto, era la אוהל מועד [Ojel mo´ed] “Tienda del Encuentro”. Luego, cuando nos condujo a la Tierra de Promisión, instauró su Santuario en Judá. Y, desde allí quiso reinar sobre Israel.

 

Las aguas quedaron estáticas, con admiración al ver a un Dios tan Amoroso que ellas no habían imaginado, detuvieron su marcha, fue así como este pueblo pudo atravesar los ríos que la separaban de su destino, sin mojarse los pies, porque Dios había establecido con ellos una Alianza y las Alianzas selladas por Dios son eternas. Las mismas aguas rinden tributo de adoración a Dios deteniendo su curso, allí donde la dureza del corazón del hombre no tiene la capacidad de conmoverse ante tan Magnifica Misericordia.

 

Si las aguas mostraban su admiración quedando petrificadas en un sitio, los montes y las colinas hacían fiesta y batían tambores, danzaban con algazara, parecían cervatillos inquietos porque Dios se había dignado apiadarse de los caídos. Si nuestro corazón gozara de la ternura de la gratitud, viviría en un verdadero y constante festival, para celebrar que ¡tenemos semejante Amigazo!

 

Cuando, por fin, parecía que estábamos listos para entender y dejarnos calar por el Amor de Dios, nos envió a su Hijo, para tener un Templo Vivo que reconstruiría -sin tardanza- en Tres Días, para renovar, sellar y autenticar, con nosotros, un Nuevo Pacto, una Alianza de Amor. Aleluya.

 

Mt 18,21 – 19,1

¿Realmente creo en el inmenso perdón que Dios me ofrece? ¿Soy consciente de que Dios está siempre dispuesto a perdonarme, incluso cuando yo mismo no puedo perdonarme? ¿Sé perdonar a quienes me han hecho daño?

Papa Francisco

Llegamos al final del Discurso Eclesial, es el cuarto discurso, que se concentra en la vida comunitaria de los seguidores de Jesús y en las relaciones dentro de la comunidad cristiana naciente; -este discurso va después del Discurso en Parábolas y antes del Discurso Escatológico-. El discurso eclesial cierra con Jesús dejando Galilea y regresando a Judea, atravesando el Jordán (Curioso y alusivo movimiento relacionado con el cruce del pueblo elegido, liderado por Josué).


El amor es un poliedro, en Dios es un poliedro de Infinitas caras. La cara más hermosa, la más dulce y tierna, es la de su Corazón Perdonador. Entre los silbidos de serpiente que el Malo sembró en nuestro pecho están la sospecha y el rencor: la sospecha de que el otro nos volverá a herir, y el rencor de llevar registros y grabaciones para refrendar, repasar y revalidar las magulladuras que el tiempo ya había restañado hasta la saciedad. El viejo truco de echarle limón a la herida y rascar la costra hasta arrancarla.

 

Por esto, al lado del Mandamiento del Amor, nos entrega Jesús el Mandamiento del Perdón. Nadie ama si no es capaz de entregar el magno-don, don-de-todos-los-dones, el de resucitar el amor, de sanar el corazón, de obrar el milagro de la cicatrización perfecta: ¡el mayor don que existe es el per-don!

 

Nuestras limitaciones tan humanas, quieren limitar el perdón para prestarle el corazón a los dioses idolátricos. Por eso, tantos de esos dioses paganos proponen la consigna, perdonar, a lo suma una vez. San Pedro -él siempre tan disponible, tan presto a responder, tan ansioso de destacarse frente al Señor- le ofrece un dechado de abundancia: siete veces.

 

Siete, seguramente, para el corazón humano es excesivo. Tal vez, San Pedro al decirlo, le debió sonar -en sus propios oídos- como una oferta colosal. Pero, ¿qué sabemos nosotros del tamaño del Amor Divino? Hoy día podemos barruntar una idea aproximada, porque testificamos el Amor del Padre que entregó a su Hijo Santísimo para nuestra salvación; pero, en aquel entonces, podía sonar bastante copiosa la oferta de las siete veces.

 

Alguien, en la parábola que leemos hoy, adeudaba 10.000 talentos, recordemos que cada talento equivalía a 6000 dracmas, o sea 21600 gramos de plata, multipliquemos, eso da: 216 millones de gramos de plata.

 

A este tremendo deudor, un compañero le debía 100 denarios: al lado de aquella deuda, era como una chocita pajiza al lado de un rascacielos. La comparación es hiperbólica, pero logra poner lado a lado el perdón Divino junto al perdón humano. Ahí tenemos un punto de comparación. Se puede conjeturar hasta qué punto tendríamos que llegar en el perdón que nosotros damos frente a lo mucho que continuamente nos está perdonando el Señor, por muy virtuosos que intentemos ser. porque una y mil veces Él nos perdona, una y mil veces tendríamos que acoger al prójimo con la mayor riqueza de corazón y buena voluntad.

 

Esta es la Alianza: ¡Él nos perdona porque nosotros -aunque no nos lo pidan- perdonamos!


Papa Francisco señalaba la relación de este evangelio con «… la importancia de la reconciliación entre cristianos como requisito para una misión creíble de la Iglesia lo que expresa la interrelación entre ecumenismo y misión».

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