jueves, 14 de agosto de 2025

ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

 


María no se atribuye más que el "título" de sierva: es "la esclava del Señor" (Lc 1,38). No dice nada más de sí misma, no busca nada más para sí misma.

Papa Francisco

Queremos tomar, hoy, como punto de partida una excursión etimológica a la palabra asunción: que proviene del latín assumptio, que significa "acción y efecto de asumir". Deriva del verbo assumere, que significa "tomar para sí", "aceptar" o "adoptar". Su Hijo, la tomó para Sí, no podía dejar a la intemperie a Su Beatísima Madre. La llevó a morar en su Palacio, como גְּבִירָה [Gebirah] “Reina Madre” que Ella es. Se le daba este título a la Madre del Rey en el reinado de David, título real y un oficio que le fue otorgado y reconocido a las madres de los reyes de Israel. La Reina Madre en el Reino de Judá, era la mujer más importante y la más influyente de la corte real instituida como consejera principal del rey. La Sagrada Escritura indica que la Gebirah asumió su trono junto a su hijo (1 R 2,19), Gebirah se sentaba a la derecha, y desde allí cumplía su rol de consejera (2 Cr 22, 3) con facultades intercesoras ente al rey (1R 2, 13-21). Su corona de doce estrellas alude a las Doce Tribus, y así nos la presenta el Apocalipsis (Ap 12, 1).


En 1946, el Papa consultó a los obispos de todo el mundo sobre la posibilidad de definir el dogma, obteniendo una respuesta casi unánime de apoyo. El Papa Pío XII llevó a cabo un estudio teológico de cuatro años antes de declarar el dogma; el 1 de noviembre de 1950, el Papa Pío XII proclamó este dogma: El dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María, que celebramos hoy, fue solemnemente definido por el Papa Pío XII en 1950 a través de la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus, (La Generosidad Esplendorosa de Dios, dicho en lenguaje popular, Dios no nos ha dado regalitos de medio pelo, lo que Dios nos ha regalado son Dones Esplendidos). Este dogma establece que María, después de su vida terrenal, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial.

 

Ap 11, 19a; 12, 1-6a. 10ab

Se abrió el Cielo ¿Está, acaso, cerrado el Cielo? ¡Apareció el Arca de la Alianza! Una figura portentosa apareció en el Cielo: Una mujer.


Ahora, viene otra σημεῖον [semeion] “señal”, esta vez una de carácter negativo: Un enorme dragón rojo. Allí se plantea una oposición, un enfrentamiento con el dragón. «El mito es solamente otra manera de pensar en la conciencia los procesos históricos… El mito organiza la consciencia colectiva del pueblo… expresa una práctica social, una esperanza, una utopía. Los mitos, y las visiones que aparecen en los mitos, no son únicamente para contemplar, sino sobre todo para actuar (X. Pikaza)[1] Tenemos en este capítulo dos mitos fundamentales y antagónicos: una mujer y un monstruo... una mujer hermosa: aparece vestida de sol, con la luna bajo sus pies y con doce estrellas sobre su cabeza. La otra señal es un monstruo horrible: grande, rojo, con siete cabezas y 10 cuernos. La mujer parece como señal de vida: está en cinta y a punto de dar a luz; luego da a luz un hijo varón. El monstruo es señal de muerte: está ahí para matar al hijo de la mujer… el sentido fundamental de estos dos mitos es el enfrentamiento entre la vida y la muerte. La vida aparece hermosa, pero débil y frágil; la muerte aparece como una fuerza horrorosa y poderosa». (Pablo Richard)

 

El dragón se encuentra acechando a la mujer que va a dar a luz. Su propósito es devorar al niño, tan pronto nazca. Nació el varón, pero sus guardianes no estaban dormidos, lo rescataron y lo llevaron junto al Trono de Dios.  La mujer huyó al desierto, allí Dios le tiene un “lugar” dispuesto para albergarla todo lo que durará la acechanza, hasta la derrota final del dragón. ¿Por qué la huida es al desierto? ¿Por qué no se oculta en otro lugar? El desierto -si evocamos el Éxodo- sabemos que fue un prolongado taller, una escuela donde tomar un curso de 40 años, un verdadero laboratorio de depuración donde deshacerse de las cadenas a las que estábamos tan habituados.

 

Se hace oír la voz del Señor, potente que anuncia la llegada definitiva del Reinado del Ungido.


Son verdaderamente toda una sería de “signos” que nos proponen una lucha, no concluida, pero también nos vaticinan el desenlace y la Victoria de Jesucristo que reducirá todas las fuerzas malignas que complotan contra el pueblo Elegido.

 

Estos signos no son arbitrarios, no se han sacado de la fantasía de algún “inventor de códigos secretos”, no se trata -de ninguna manera- de señales espectaculares y fantasiosas para dar colorido al relato; estos signos tienen una profunda raigambre bíblica, y, nos hablan, se articulan a través de un gran “signo” central: Una Mujer. En la historia de la humanidad, hemos encontrado a la mujer como la representante de las grandes batallas, parecería que el hombre tiene una especial fortaleza para los enfrentamientos puntuales, de corta duración, así sean muy fuertes.  Sin embargo, la mujer, parece la representante de esas luchas de larga duración que parecen durar siglos, ella tiene ese aguante que le da la resistencia de “largo aliento”. Quizás su capacitación para la espera -propia del embarazo- la hace más apta para resistir el sitio de asalto a la fortaleza. Honramos en la Mujer esa característica, por ejemplo, para hacer llegar alimentos a los que están en el frente, para animarlos, para elevarles la moral, para llamar a los hijos a permanecer fieles a los valores y principios.

 

El signo del Arca de la Alianza, que en el Antiguo Testamento conservaba las Tablas de la Ley, atesora -en el Nuevo Testamento- la Tabla Viviente de la Nueva Ley: la Ley del Amor. María, que aceptó ser Portadora de esa Nueva Alianza, es el Arca que había permanecido oculta. Ella está revestida con un traje Sideral, de sol, luna y estrellas, Su Claridad capta-y-recoge del cosmos- todas las fuentes de Luz.


Volvamos a la pregunta: ¿está cerrado el Cielo? ¡Si! Sabemos que nuestra ruptura de la Alianza nos bloqueó el acceso a la Patria Celestial. Pero Jesús ha traído la Llave que nos abre de nuevo las Puertas. ¡Oh Sorpresa, esa llave tiene forma de Cruz!

 

Sal 45(44), 10bc. 11-12ab. 16

Este es un Salmo Real. Pero ningún Rey es dios, el Legitimo Rey, el Ungido, recibe el respaldo de Dios, pero para ejercer con fidelidad y honestidad el pastoreo al que está llamado, desde el cargo que Dios le ha establecido. Otros pueblos pensaban que aquel que llegaba a rey era porque tenía sangre divina y de inmediato lo reconocían como de la familia de ese dios, y le daban el trato de hijo “de ese dios”. Este fenómeno siempre se acompaña de un lenguaje y un protocolo que da a saber que tal dios habría puesto en el trono a “su hijo”.

 

Aquí, para el pueblo judío, estos salmos tienen sólo el valor de demarcar en qué momento de la entronización estaban. El rey era “coronado” y esa fase se cumplía en el Templo, en el segundo momento se le hacía entrega de su manual de funciones, escrito en un “rollo”.


En este salmo, en particular, nos encontramos en presencia de dos partes: la primera dedicada el Rey, la segunda a su Consorte, o, en este caso, a la Madre del Rey. En este salmo, esta parte de la “Reina Madre” inicia en el verso 10 y se prolonga hasta el verso 17, que es el último del Salmo.

 

Recordemos que Salomón recibía un tributo trienal, llegado de Ofir (supuestamente en el Yemen actual, al suroeste de arabia), de oro -muy precioso-, sándalos y perfumes. Sin embargo, este tesoro paso a significar, con el tiempo, la espiritualidad intensiva de una persona. La Reina-Madre está revestida de la innumerable espiritualidad intensiva, y no a cualquier lado ni en cualquier parte, sino a la derecha del Rey, revestida de dignidad y las más ricas “joyas místicas”.

 

Todo su pasado y su parentela ha de pasar al olvido, ahora lo que cuenta es el profuso Amor que le concede el Príncipe Real. Él está enamoradísimo de Ella, la ama con Tierno amor de Hijo.

 

Los corazones se alegran y tintinean, parece que en su pecho hay festejo y campaneos y trinos, y gorjeos, así hacen su ingreso al Palacio Real. ¡Qué algarabía! ¡Qué Fiesta!

 

1Cor 15, 20-27a.

Declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste.

Pio XII

Tenemos dos hitos históricos: Adán y -el Segundo Adán- Jesús. El primero fue como un ensayo fallido, el Segundo fue el Logro. Adán nos acarreó la muerte, Jesús nos ha traído la Resurrección.


Pero, para quienes no pueden soportar la idea de la Resurrección, prefieren afirmar que la muerte de Jesús refleja el fracaso del Plan de Dios. En verdad lo que hacen es procurar ratificar la muerte de Jesús, para no tener que reconocer su propia derrota. Lo que ellos querrían sería dejar a Jesús bajo lápida, para garantizar que su violencia y su capitalización de la muerte es victoria.

 

Si la muerte ha sido vencida, quiere decir que su injusticia no se mantendrá, que nada la sostiene y que su derrota es segura y está en firme.  Quiere decir que tarde o temprano su ruido será silenciado por la Verdad. Entonces se les acaba el ruido de su motor y su máscara se derrite, porque su supuesta victoria, no es más que eso, una máscara plástica y cuando pasa un momento se derrite y se escurre, y entonces, ¿qué es lo que queda? ¡Nada, ni siquiera una chorreadura de plástico desleído!

 

Levantemos todo este tinglado de falsedad, dejemos que resplandezca la Verdad. Ellos seguirán haciendo preguntas y pidiendo demostraciones, porque no pueden reconocer su derrota y mirarla a los ojos.

 

¿Quién es el Primero en volver? El Ungido, Su-Real-Majestad. Todas las potencias y jerarquías del Malo, estarán atafagadas celebrando sus propias exequias. Quedaran allí regados, como tapetes a la entrada para que otros pasen y se limpien los pies. Al final ¿qué habrá? la muerte aniquilada, -nos lo dice la perícopa de la Primera a los Corintios-  y la Vida será la Triunfadora.


A Jesucristo, todo le ha sido sometido. Gloria al Señor, que nos entregó esta Revelación en esta Carta, en Jesucristo, ¡El Ungido!

 

Lc 1, 39-56

Presteza, uno de los maravillosos atributos de María. María, nuestra Señora, la “Llena de Gracia” tiene entre todas esas Gracias, la Celeridad, la Prontitud, la Diligencia. Nos encanta cuando ante nuestra necesidad recibimos pronta respuesta, nos fascina el slogan de María, así como se lo dijo a Juan Dieguito, ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? Madre Santísima que con igual rapidez vas el Tepeyac, antes a Caesaraugusta, y primero que todo, a Ein Karen, “Fuente del Viñedo”.

 


Allá, en casa de זְכַרְיָה [Zacarías] “de quien YHWH se acordó”, llegó la Santísima Virgen y saludo a אלישבע [Elisheva] “YHWH le hizo una Promesa”, y יְהוֹחָנָן [Yehojanan] Juan, “YHWH es Misericordioso”, fue él, el primero en reaccionar y saltó en el vientre de su mamá.

 

Dijo -en aquel trance- la madre del bautista, reconociendo en María a “la Madre de su Señor”. Expresando el sentimiento de indignidad que la embargaba. εὐλογημένος καρπὸς τῆς κοιλίας σου. ¡Bendito el fruto de tu vientre!

 

Fijémonos que אלישבע tiene una videncia que le permite saber que el Señor le había hablado a María, le había Anunciado la Encarnación, y que todo cuanto YHWH le había dicho, habría de cumplirse.


Pronuncia, entonces, María Santísima este himno, el Magnificat, tan diciente, tan expresivo, que articula férreamente al nuevo Testamento con el Antiguo: si no hubiera hundido tan estrechamente su raíz con el Primer Testamento, no tendríamos la identidad de Jesús; es María, en este cántico, la que nos indica donde podemos y debemos buscar para entender que Él es el Hijo del Altísimo, que obra con Poder, que se fija en los pequeños, en los sencillos.

 

¿Quién es el Padre? El tres veces Santo, El que se tendrá que mencionar, recordar y proclamar, de padres a hijos por generaciones para que todos, unos tras otros, vayamos teniendo noticia de Él.

 

No se quedó reprimiendo la fuerza de su Brazo. Que bien podría haber escogido ese derrotero y guardar un silencio eterno -desesperante para nosotros- y haberse auto-escamoteado, hasta el Final de los Tiempos. Pero, para que no viviéramos en la desesperanza, en el total vació-de-Promesas, tuvo a bien anticiparnos y dejarnos vislumbrar sus Planes e Intenciones. Y, nos ha convocado y hecho coparticipes de su Economía-de-Salvación, para que pudiéramos colaborar en la edificación de su Reino.


Esto no lo entregó a los que lo pudieran acaparar, lo dio para Todo Su Pueblo, a todo el que quisiera hacerse de los de Israel, a todos los que fueran capaces de vivir toda la noche, todo el tiempo de oscuridad, luchando aun sin ver el Rostro ni saber el Nombre de su rival. En cambio, nosotros, por medio de la Asunta, hemos sabido que se llama Jesús, el Emmanuel. “La figura de María asunta al cielo es un ejemplo de fe, esperanza y amor para todos los cristianos”. (San Juan Pablo II).

 

Están los que vemos a Dios desde nuestra limitación, lo vemos alcanzar restringidamente hasta donde alcanzan nuestros pobres alcances -y es que nuestro discernimiento no llega muy lejos-, María sólo nos descubre que, donde quiera que se mire, Él siempre es más Vasto que la Infinita Vastedad, por eso lo Engrandece, en vez de circunscribirlo.

 


¡Madre Nuestra, que aprendamos a reconocer y no a “embotellar”! ¡Que sepamos ensanchar, y no “encuadrar”! ¡Madre Santa, que sepamos echar a volar y no “enjaular”! Porque Él se llama Misericordia. Porque la ampliación creciente, se abre en un Circulo Concéntrico -su centro en cada corazón que irradie Amor- y su Radio, Infinito, en favor de Abrahán y su descendencia.

 

¡Por siempre!



[1] El mito unifica lo divino con lo humano en un tipo de simbiosis supra histórica, al proyectar hacia lo eterno (lo divino) los elementos fundamentales de la vida histórica: el nacer y el morir, lo masculino y femenino, la guerra y la concordia etc.

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