sábado, 2 de agosto de 2025

PARA LLEGAR A SER “HOMBRES NUEVOS”

 

Ecl 1,2;2,21-23; Sal 90(89), 3-6. 12-14. 17; Col 3,1-5.9-11; Lc 12,13-21

 

Ayúdame, Señor, a volverme

siempre más rico de tu pobreza;

rico de una bondad sin límites

y de una ternura que enamora;

rico de una misericordia desmesurada

y de una sabiduría que capta lo esencial;

… hasta llegar a ser en Ti, luz de tu Gloria.

Amén

Averardo Dini

 

Si haces depender tu vida de lo que tienes, destruyes lo que eres. Lo que creías que era seguridad de vida, disemina por doquiera huevos de muerte.

Silvano Fausti

 

La gente se maquilla por vanidad, se viste por vanidad, usan prendas que dejan amplias zonas de piel al descubierto por vanidad, compran cierto carro por vanidad, llevan a cabo algún procedimiento quirúrgico-estético, por vanidad, en fin, después de estos ejemplos, llegamos a la conclusión que vanidad es, -hoy en día- sinónimo de engreimiento, fanfarronería y presunción. En ningún caso queremos ocultar que esta palabra ha llegado a significar eso, pero lo que se quiere mostrar es que, en aquel entonces, cuando se escribió el Qohélet, su significado era diverso y se quiso decir otra cosa.


La palabra hebrea הֲבֵ֤ל [habel] es la que se ha traducido por “vanidad”. Pero הֲבֵ֤ל significa “vacío”, “vano”. Demos un ejemplo de lo que significa [habel]: uno coge una vaina de arveja, la abre, y encuentra que dentro no hay ni una sola “pepita”, está “vana”: ese es el significado de esta palabra. Por ejemplo, uno más, uno coge una paja, y por dentro, el palito, es como un tubo, está vacío, eso es [habel]. Aún añadiremos otro dato curioso: en Gn 4, 2 nos enteramos que Adán y Eva tuvieron un segundo hijo, quien precisamente se llama הָ֫בֶל [Habel] "Abel”, tal vez su nombre auguraba que su muerte prematura no le daría tiempo a tener descendencia y quedó “vano”.

 

La expresión הֲבֵ֤ל הֲבָלִים֙ [habel habalin], 38 veces repetida en este Libro Bíblico -con la que inicia la perícopa de la Primera Lectura de hoy, tomada del Eclesiastés- es la que se ha traducido por “Vanidad de vanidades”; pero es sencillamente un superlativo que se podría entenderse como “totalmente vacío”, “más vacío que un hueco”, “lleno de humo”, (la vida humana tiene una fugacidad que la reduce a humo). En un sentido moral, esta oquedad se puede entender como “algo que no tiene razón ni fundamento”, algo que “no tiene sentido”, que es “absolutamente absurdo”, se trata de la contradicción inherente entre la búsqueda humana de significado y el universo inherentemente sin sentido, es el tipo de הֲבֵ֤ל הֲבָלִים֙ al que remitían Sartre y Camus. El paradigma de esta oquedad sería el mítico Sísifo, rey de Éfira, condenado por los dioses a empujar una gran roca montaña arriba. Una vez alcanzaba la cima, la piedra rodaba cuesta abajo, repitiéndose eternamente la secuencia. Con esta lógica se llegó a desprender la conclusión que el debate filosófico gira alrededor de una única pregunta: si uno debe o no suicidarse, idea con la que inicia Camus su obra “El mito de Sísifo”: porque como dice en el Qohélet (palabra que significa “el que convoca y preside una asamblea” y que San Jerónimo tradujo por “Eclesiastés”), “de día su tarea es sufrir y penar; y de noche no descansa su mente”. Qohélet quiere comprender el sentido de la vida, da vueltas en torno a ella –como el viento de Ec 1,6: “Sopla el viento hacia el sur, y gira luego hacia el norte. ¡Gira y gira el viento! ¡Gira y vuelve a girar!”– y se estrella siempre contra el muro de la muerte, que le lleva a acuñar la frase que le ha hecho inmortal, y con la que comienza sus reflexiones: “Pura ilusión, pura ilusión, todo es ilusión”, lo que sería otra manera de traducir el famosísimo [habel habalin].


Se cree que el libro de Qohélet fue escrito alrededor del siglo III a.C., posiblemente en Jerusalén. Los eruditos consideran que está intensamente influido por las nuevas corrientes filosóficas del helenismo -es decir, por la expansión conexa con las conquistas de Alejandro Magno- en el cercano oriente que tuvieron repercusión sobre las tradiciones del pensamiento Israelita.

 

Miremos la Segunda Lectura: “se han revestido del hombre nuevo, que sigue renovándose continuamente por el conocimiento, a imagen de su Creador” (Col 3, 10). Esto se les dice a los cristianos, son ellos los que han resucitado con Cristo. Eso quiere decir que hay un cambio profundo al hacerse cristiano; uno que ya no es el que era, el que era ha muerto, el que ahora empieza a ser es un νέον τὸν [neon ton] “hombre nuevo” (Nuevo-él). Pero, notemos que se nos dice algo más en esta frase de la Carta a los Colosenses: El “Hombre Nuevo” no es una condición estática que se alcanza de una vez por todas y de una vez para siempre. El “Hombre Nuevo” se va perfeccionando, se va puliendo en precisión por medio de su experiencia en Jesucristo, de esta manera dice que “se va renovando continuamente por el conocimiento”, vive un proceso de cristificación. Nosotros entendemos este conocimiento como un conocer personalizado, que se alcanza con el trato asiduo, no se está hablando de un conocimiento doctrinal o teorético, no se refiere a un conocimiento discursivo sino a una progresión espiritual que se logra por medio de la incesante búsqueda de los bienes trascendentes, los “saberes” de la dimensión en la que vive Cristo, que es la esfera del Trono de Dios Padre, τὰ ἄνω [ta ano] “cosas de arriba”, dado que la dimensión Divina la parangonamos con lo “Alto”, con lo que está Arriba, con lo que es Superior. A renglón seguido, nos invita a “tener la mente puesta en “los bienes del cielo”. Esta es la trasformación tan intensa del creyente cristiano: Ya no tiene la mente fija en los bienes materiales, ni en las realidades terrenales, sino que su ser integro está “consagrado” a pensar en Dios para alcanzar, paso a paso, en procura de alcanzar el pleno revestimiento de “Hombre Nuevo” (hablamos de un esfuerzo continuado, de la sostenibilidad de este proceso).

 


¡No se conforma con eso la Epístola! Nos señala la específica tarea para trabajar esta “búsqueda”. Nos señala la necesidad de dar muerte a los vicios terrenos, de la inmoralidad sexual, la impureza, los malos deseos y -hay algo especial contra lo que se debe luchar- la ambición. Además, se nos dice en la Carta a los de Colosas que “no nos mintamos unos a otros”.

 

¿Por qué Jesús no se implica en la repartición de una herencia? Porque el sentido del seguimiento discipular no guarda ninguna relación con la ambición de poseer. El sentido de la vida no está en la abundancia de bienes materiales y posesiones. ¿Por qué es tan mala la ambición? Pues porque es una forma de εἰδωλολατρία [eidololatría] idolatría. Esto es, algo que nos separa de Dios y nos conduce hacía falsos dioses. (Cfr. Col 3,5). Claro, la ambición nos lleva a la idolatría del dinero. Y nos hace perder de vista a nuestro prójimo. En vez de tener nuestra atención puesta en las personas, la enfocamos en las cosas. El punto para Jesús es re-ligar, su área de competencia es lo que realmente nos recompone con Dios y nos reconcilia en Amistad con Él. Para Él la cuestión es la cuestión religiosa.

 

«Hubo una vez un limosnero que estaba tendido al borde del camino cuando vio a lo lejos venir al rey con su corona, su capa y sus seguidores. Pensó: "Le voy a pedir y seguramente me dará bastante. Y cuando el rey pasó cerca, le dijo: "Su majestad, ¿me podría por favor regalar una moneda?" Aunque en su interior pensaba que el rey le iba a dar mucho más. El rey le miró y le dijo: "¿Por qué no me das algo tú? ¿Acaso no soy yo tu rey?"

 

El mendigo no sabía que responder a la pregunta y dijo: "Pero su majestad, ¡yo no tengo nada! El rey respondió: "Algo debes de tener. ¡Busca!". Entre su asombro y enojo, el mendigo buscó entre sus cosas y supo que tenía una naranja, un bollo de pan y unos granos de arroz. Pensó que el pan y la naranja eran mucho para darle, así que en medio de su enojo tomó 5 granos de arroz se los dio. Complacido al rey, dijo: "¡Ves como sí tenías!" Y le dio 5 monedas de oro, una por cada grano de arroz.

 

El mendigo dijo entonces: "Su majestad, creo que acá tengo otras cosas", pero el rey le dijo: “Solamente de lo que me has dado de corazón, te puedo yo dar".

 

Es fácil en esta historia reconocer como el rey representa a Dios, y el mendigo somos nosotros. Notemos que este aun en su pobreza es egoísta. Ocasionalmente, Dios nos pide que le demos algo para así demostrarle cariñosamente que somos sus hijos y Él es el más importante. Unas veces nos pide ser humildes, otras ser sinceros o no ser mentirosos. Nos negamos a darle a Dios lo que nos pide, pues creemos que no recibiremos nada a cambio, sin pensar en que Dios devuelve el ciento por uno.

 

No sé qué te pida Dios en este momento… ¿Confianza? ¿Sencillez? ¿Humildad? ¿Abandono en su voluntad? No lo sé. Solamente sé, que por lo que le des, te devolverá mucho más, y recuerda no darle solamente unos pocos granos, dale todo lo que tengas, pues sinceramente, VALE LA PENA.»[1]


Según el cuento-parábola no sabemos que nos pide Dios en este momento, pero según Colosenses ¡sí! Repasemos: dar muerte a los vicios terrenos, de la inmoralidad sexual, la impureza, los malos deseos y -ese algo especial que se debe descartar- esa es la ambición. Pues bien, La Segunda Lectura se saca del capítulo 3, los versos 1-5 y luego, 9-11. O sea que prescindimos de los versos 6-8. Pero en particular, en el verso 8 nos señala otras cosas que debemos rechazar, (que no las leemos porque hoy el foco de las Lecturas está en el tema de la ambición y estas “desviaciones”, estas “vanidades” no pertenecen a este “foco”); pero –bien vale la pena nombrarlas-: enojos, malas intenciones, ofensas y que no salgan groserías de nuestra boca. También se nos pide, en la Carta a los de Colosas, que “no nos mintamos unos a otros”.

 

Pues bien, tenemos todo un programa de trabajo para revestirnos de la calidad de Hombres Nuevos. ¡Sabemos lo que Dios nos pide porque la epístola nos lo indica explícitamente!

 

Así, desembocamos justo en el Evangelio. Allí se nos propone la pregunta clave: «¿De qué nos salva el Cristo? ¿Qué es la Redención, la Salvación, la Liberación? La cuestión es vital, pues se podría formular también con el interrogante: “¿En qué consiste el ser cristiano? Cristo nos salva de esta soledad, de este encierro, del congelamiento de nuestro yo, dándonos la capacidad de descubrir y de comunicarnos con el Otro.»[2] O sea que aquí se nos propone un nuevo enfoque convergente con el de la Carta a los Colosenses, para alcanzar la meta de ser “Un Nuevo él”.

 


Podríamos quizá explicar el asunto de la conversión en “Hombre Nuevo” explicándolo como un proceso de humanización. Una vez alcanzada la hominización, se debe vivir el proceso de humanización. Pero para podernos humanizar tenemos que plantearnos la pregunta teleológica. ¿Cómo es el “Hombre Nuevo”? ¿Cuáles son sus características definitorias? El gran interrogante de la humanización radica en saber ¿qué es el verdadero hombre? ¿Será -por ventura- dedicarse a vacuidades? ¿Concentrarse en lo “habel”? Una respuesta transitoria es la de afirmar que el Hombre verdadero es el que corresponde a la fiel imagen de la “imagen y semejanza” a la que fuimos creados. Pero enseguida notamos que es una respuesta truqueada que no contesta nada. La luna es la luna y el hombre es el hombre. Y, no fácilmente se puede escapar de este círculo vicioso. Pero podemos por lo menos ampliar el radio, de tal manera que no volvamos al mismo punto, sino a uno que esté más lejano al centro interrogativo, y más cerca del “conocimiento” (otra vez estamos en el conocimiento experiencial del que habla Colosenses), moviéndonos sobre la espiral. Remontándonos más alto para re-ligar. Para re-conectar con Dios.

 

Comunicarnos con el Otro, pasa por un entrenamiento en la comunicación –primero que todo- con el otro. Ya sabemos que el Otro es especialista en disfraces y usa la careta de algún otro –que ni nos imaginamos- para salirnos al encuentro y venirnos a buscar. Al otro nos acercamos con el verdadero amor de amistad, «… el amor de amistad consiste en agradar en todo al Amigo, en devolverle amor por amor, en no negarle nada de aquello que nos pida. Aquello que nos pide es sencillamente que hagamos su voluntad en todo, en lo importante y en lo ordinario, poniendo en ello toda la fe y la caridad de que somos capaces.»[3]

 


¡Esta es la paradoja de la riqueza! La riqueza nos distancia de los otros. La ambición promueve la riqueza y, nos distancia de lo humano. Ni nos acercamos a los otros, ni nos aproximamos al Otro. Nos trae a la mente aquel breve relato en el cual el marido le decía a su esposa: “Querida voy a trabajar muy duro para que algún día seamos ricos. A lo que su esposa le contestó: Ya somos ricos, querido. Nos tenemos el uno al otro. Tal vez algún día también tengamos dinero”.

 

¿Qué es lo que se propone el rico del Evangelio? En vez de poder fraguar un proyecto de solidaridad, de fraternidad, lo que cocina su pobre “yo” es un proyecto destructivo: “…demoler los graneros y hacer otros más grandes”.

 

«La justicia del reino consiste en reproducir en la tierra la imagen de Dios, que es la persona que anhela en todos sus actos y en todas sus relaciones un vínculo de amor; es el hombre que descubre que su realización puede cumplirse sólo en el amor. Cosa imposible si no se es pobre. Es decir, si no se libera en su devenir de todos los deseos que lo hacen centrarse en sí mismo e impiden la entrega al otro.»[4]


Para poder decodificar el ensamble de estas Lecturas de hoy, tomaremos como recurso el numeral 203 de la Laudato si’:

 

«Dado que el mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los gastos innecesarios. El consumismo obsesivo es el reflejo subjetivo del paradigma tecno económico. Ocurre lo que ya señalaba Romano Guardini: el ser humano «acepta los objetos y las formas de vida, tal como le son impuestos por la planificación y por los productos fabricados en serie y, después de todo, actúa así con el sentimiento de que eso es lo racional y lo acertado»[5]. Tal paradigma hace creer a todos que son libres mientras tengan una supuesta libertad para consumir, cuando quienes en realidad poseen la libertad son los que integran la minoría que detenta el poder económico y financiero»[6]

Así, las codicias, la ambición, son la jaula que nos distancia y nos aliena. La libertad nos espera con los brazos abiertos para que podamos ejercitarnos en la desalienación de todas las idolatrías que coartan al Hombre Nuevo. La verdadera fraternidad hace innecesario el arbitramento del juez que zanja las disputas sobre herencias. Jesús no vino a ser juez o arbitro de repartos familiares sino a construir el Reino, es decir, a hacernos capaces de reconocernos hermanos, como verdaderamente lo somos, ontológicamente hablando; para que compartamos.

 

En mayo del 68, un muro de la Sorbona decía: “Una sociedad nueva debe estar formada sobre la ausencia de todo egoísmo y de toda egolatría. Nuestro camino será una larga marcha de fraternidad”. Adueñamos de esas palabras, porque esa nueva sociedad es el Reino y sus ciudadanos, los “Hombres Nuevos” y los hombres nuevos comprenden desde el centro de su corazón que todos somos hermanos: ¡Para que reine la fraternidad!


«Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva. Como dijeron los Obispos de Sudáfrica, «se necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la creación de Dios»[7]

 

Soluciones nuevas y solidaridad nueva para que las implementen “hombres nuevos”.



[1] Agudelo, Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU 2. Ed. Paulinas. Bogotá – Colombia. pp. 42-43

[2] Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLÍTICA DE SAN LUCAS.  Siglo XXI Editores. Bs.As. –Argentina 1972  p. 51

[3] Galilea. Segundo. LA LUZ DEL CORAZÓN. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá D.C. – Colombia 1995. p.126

[4] Paoli, Arturo.  DIALOGO DE LA LIBERACIÓN. Ed. Carlos Lohlé  Bs. As. –Argentina 1970 p. 150

[5] Guardini, Romano. EL OCASO DE LA EDAD MODERNA. Madrid 1958, 87

[6] S.S. Francisco. LAUDATO SI’ #203 Ed. Paulinas. 2015 Bogotá, D.C. -Colombia p. 170-171

[7] Conferencia de los Obispos Católicos del Sur de África, Pastoral Statement on the Environmental Crisis (5 septiembre 1999). Citado ´por Papa Francisco Ibid #14 p. 16

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