Dt 10, 12-22
El
Libro del Deuteronomio contiene una revisión de la Entrega-Recepción del
Decálogo y un verdadero Llamado al cumplimiento de la Ley. La escena se sitúa
en la Estepa de Moab, que muchas veces nombramos como desierto, pero, ha de
tenerse en cuenta que hay cierta vegetación rala, caracterizada por matorrales,
plantas con profundísimas raíces para llegar hasta una hondura donde haya algún
rastro de agua, y poblado por animales -no estables- sino migratorios, que
aprovechan los pastales. Prácticamente, con cero árboles. Allí se alternan
temporadas de extremado calor y otras de fríos intensos.
Ya
hemos dicho que este Libro puede descomponerse en una estructura tripartita.
Aquí trataremos de bocetar de dónde a dónde va cada parte:
1) Capítulos 1-11:
Moisés se dirige a la Nueva Generación y los exhorta a ser fieles a la Ley.
2) Capítulos 12-26: Se
presente la Legislación tradicional y se insertan muevas leyes, algunas
casuísticas y otras reglamentarias.
3) Capítulos 27-34:
Los capítulos 27-28 se ocupan de las bendiciones y maldiciones. Y, luego viene
la despedida, el discurso final de Moisés, y su muerte. Queda formulada la
sucesión que recae en Josué (Dt 34, 9).
En
la perícopa que leemos hoy se plantea qué es lo que Dios espera de su Pueblo,
se da -en consecuencia- el espíritu de la Ley: temerle al Señor, pero ¿qué
significa temerle a Dios? ¿Vivir asustado? ¿meterse debajo de la cama a
temblar? ¿Vivir llorando y gritando ¡mamá!? o ¿no significa nada, y es sólo una
manera de hablar que no implica nada para nosotros?
Nos
basta leer, con el oído alerta. Porque hay una coma, y después de ella la
respuesta a este asunto: i) seguir todos sus caminos, ii) que amemos al Señor,
y iii) que le sirvamos. No es cualquier servicio, no es decir una oración, ni
rezar una novena, ni cargar al cuello una cadenita con un dije religioso, se
dice con toda la claridad del mundo, cómo será ese amor a Dios: 1) con todo el
corazón, 2) con toda el alma 3) observando los preceptos del Señor. Notemos que
dio la vuelta entera: Empezó con seguir todos sus caminos y, regreso, a lo
mismo, pero esta vez diciéndolo de otra manera: “observando todos los preceptos
del Señor y los mandatos que les mando hoy”. Y, anexa un punto esencial: ¡para
tu bien! Dios no pone mandaos porque a Él le obsesiona generar leyes, no las
pone porque está obsesionado con “mandar”, porque tiene un cariño especial a
poner “leyes” y a intentar resolverlo todo con “preceptos”. ¡No hay nada de
eso!
¡Las
leyes que pone Dios, las pone por nuestro bien!
Repasemos:
a) Atenerse a sus
dictámenes. Amarlo y servirle. Toda esta normatividad es para nuestro bien.
b) Aun cuando toda
criatura es de Dios; de nadie más que del ser humano se enamoró y nos dio su
Amor. (Lo que de ninguna manera se puede entender como pretexto para depredar a
ninguna criatura).
c) Así que hagamos
“permeables” nuestros corazones y nuestra vida, toda bajo su Guía.
d) Dios hace Justicia
poniendo especial Ternura para con el huérfano, la viuda y el migrante.
e) El migrante es
portador de especial protección, porque el pueblo Elegido fue migrante en
Egipto; allí llegó en el reducido número de 70, y creció hasta llegar a ser,
tantos, como el número de las estrellas.
f) A Él temerás, por Su
Santo Nombre jurarás y jamás olvidaras los portentos que dispensó en favor del
pueblo de Israel.
Hacemos
girar el reflector para iluminar otro “aspecto” que muchas veces se pasa
desapercibido: “Él no se parcializa”, no tuerce “el fiel de la balanza” a favor
de alguna prebenda, no acepta mordidas, no acepta dineros por debajo de la
mesa, no favorece al pariente de su amigo.
¡El pueblo de Israel era el bosquejo del pueblo puesto bajo el Resplandor de Su Amor; y hoy somos nosotros! No fue בָּחַר [bachar] “escogido”, “elegido”, “seleccionado” para que se diera aires de café con leche; su elección, no era para que ejerciera despóticamente su condición de hijos; tampoco -aun cuando hayamos sucumbido con ese espejismo- para que lo impusiéramos como Dios y nosotros nos impusiéramos un trono para acomodarnos en él y ejerciéramos desde allí la dictadura en su Santísimo Nombre.
Hemos
sido elegidos para ser sus testigos, óigase bien, testigos de sus prodigios y
los proclamáramos hasta los confines del orbe.
Sal
147(146-147), 12-13. 14-15. 19-20
Los
tres último Salmos coinciden en su numeración y -en los tres últimos salmos- ya
no hay disparidad entre la numeración masoreta y la litúrgica. En este salmo
(el 147 de los masoretas) se unifican los salmos 146 y el 147 de la numeración litúrgica.
Se trata de un Himno. Un himno es una loa, se sentido es dar loor, encomiar,
cantar las grandezas. El enfoque -muy particular del pensamiento hebreo, consiste
en formular un himno, no por un atributo abstracto, sino por un hecho
histórico, algo registrado en la historia que demuestra esa Magnificencia que
se está ensalzando. Como son himnos litúrgicos, se incita a la Comunidad a
loar, a glorificar.
Nos
concita bajo el nombre de Jerusalén, reconociendo que la inexpugnabilidad de
Sion la ha provisto Dios que la ha rodeado de accidentes geográficos que bien
pueden interpretarse como un “candado” que refuerza sus puertas. Y, para los
que habitan dentro de sus murallas, Él ha dispensado su bendición.
Dentro de sus límites, hay Paz -recordemos, no cualquier paz, sino la Paz que Él proporciona, que es beatitud, serenidad, bienaventuranza. Que es el Alimento Exquisito de su Enseñanza, esta va rauda, como llevada en alas de Querubines.
Por
eso, la Misión es proclamar y ensalzar su Mensaje, llevarlo a todas las
naciones, alcanzar hasta el rincón más insospechado con su Anuncio. Si
desconocen Su Ley, no podrán ser reos de juicio, porque estarán encadenados por
la ignorancia invencible. Distinto será si la conocemos, porque entonces su
incumplimiento nos llevará de las orejas al Tribunal, porque oímos y nos negamos
a Escuchar.
Que
generosidad tan especial ha tenido para con nuestro pueblo, el elegirnos para
ser Su Pueblo. Nos ha dado a conocer los senderos que romperán toda cadena.
Glorificamos la Libertad que nos dan sus Preceptos, y por ellos entonamos
himnos y canticos de alabanza; porque su Misericordia es Eterna.
Mt
17, 22-27
Viene
aquí, el segundo anuncio de su Pasión: será entregado en manos de los
sacrificadores de corderos, y llevado al Altar sacrificial; pero su Padre le
hará Justicia al Tercer Día, expresión que significa “el Día de la Salvación”.
Toman una parte del Anuncio, pero se hacen sordos al Anuncio Sustantivo y Final
y se entristecen. ¡Siempre oímos, casi nunca escuchamos! ¿Por qué ignoramos lo
referente a la Resurrección? Por qué no le preguntamos ¿cómo habría de llegar a
suceder aquel prodigio? De haberlo hecho, habríamos hallado motivo denso para
alegrarnos en vez de deprimirnos.
Luego, vienen a Pedro, para cobrarle impuesto por él mismo y por Su Maestro. Pedro dice que “si” lo pagan. Con frecuencia nos referimos al abajamiento de Jesús, que se solidariza con los seres humanos y asume su fragilidad y su limitación. Aquí en el gesto de pagar impuesto, el Señor asume su humanidad, pone aparte su Divinidad, si se reclamara Hijo de Dios, no pagaría impuesto, porque es absurdo que el Rey le cobre impuestos a su propio Hijo, lo lógico sería que Él quedara excepto de ese pago; pero para que veamos que Él nos asume por entero, entra en el juego de ser “como” humano y paga. Llega Pedro a casa, y Jesús de inmediato aborda la cuestión -porque esto no se podía dilatar ni un instante: Hay mucho de absurdo en cobrarle impuestos a Quien es el Dueño de todo, a Su Muy Real Majestad. Como dice Jesús, se le cobran impuesto a los extraños, pero, al Propio Hijo, ¡no hay por qué! ¿Por qué tendría que pagar redención aquel que a todos nos redimirá?
Y
pese a todo, Jesús le da un óbolo para que los pague. Lo da -de una manera
prodigiosa- para recordarle a Pedro que no tendría que. Pero, aquí Jesús va a
prestar atención a los que -en medio de su dureza de entendimiento o de su
escaza provisión de fe, no lograrían entender (decimos lograría, porque aquí se
incluyen los que, en todo tiempo, inclusive hoy, no lo reconocen Divino). Por
aquellos que se podrían escandalizar, por los que no saben o no entienden que
Él es Dios, el Mismísimo-Hijo-de-Dios, que Él actuará en rescate de todos;
Jesús le da una moneda de plata, se piensa que era un estáter o
tetradracma, exactamente las dos dracmas de Pedro y las dos del impuesto de
Jesús.
Así,
Él se sujeta a la Ley, se abaja, es la praxis de lo que hemos llamado kénosis, apoya
que los suyos la cumplan, porque Él no vino a derogar la Ley, sino a
plenificarla. No iba a ser Él, la piedra de tropiezo para dar argumento con el
que después se pudiera tejer confusión y caer en ideas lejanas a su intensión,
como desacatar la contribución que se pagaba al Templo. No pretende obligarnos
a verlo como Dios ni como rey, se abaja, se reduce, se despoja de su Manto Real
y se reviste de nuestra humanidad para alcanzar la cima de ser “Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo”. Hasta ser levantado ebn su Trono Real, la cruz.
Plenificar la ley no significa dejarla tal cual, sino que, muchas veces, para llegar el verdadero fondo del propósito legislativo, hubo de sustituirla. Sustituir no es derogar, es aclararla, explicarla, hacerla de mayor comprensión, llegar a su meollo, cual es, ser expresión de la Voluntad Divina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario