domingo, 10 de agosto de 2025

Lunes de la Décimo Novena Semana del Tiempo Ordinario

Dt 10, 12-22

El Libro del Deuteronomio contiene una revisión de la Entrega-Recepción del Decálogo y un verdadero Llamado al cumplimiento de la Ley. La escena se sitúa en la Estepa de Moab, que muchas veces nombramos como desierto, pero, ha de tenerse en cuenta que hay cierta vegetación rala, caracterizada por matorrales, plantas con profundísimas raíces para llegar hasta una hondura donde haya algún rastro de agua, y poblado por animales -no estables- sino migratorios, que aprovechan los pastales. Prácticamente, con cero árboles. Allí se alternan temporadas de extremado calor y otras de fríos intensos.

 

Ya hemos dicho que este Libro puede descomponerse en una estructura tripartita. Aquí trataremos de bocetar de dónde a dónde va cada parte:

1)    Capítulos 1-11: Moisés se dirige a la Nueva Generación y los exhorta a ser fieles a la Ley.

2)    Capítulos 12-26: Se presente la Legislación tradicional y se insertan muevas leyes, algunas casuísticas y otras reglamentarias.

3)    Capítulos 27-34: Los capítulos 27-28 se ocupan de las bendiciones y maldiciones. Y, luego viene la despedida, el discurso final de Moisés, y su muerte. Queda formulada la sucesión que recae en Josué (Dt 34, 9).

 

En la perícopa que leemos hoy se plantea qué es lo que Dios espera de su Pueblo, se da -en consecuencia- el espíritu de la Ley: temerle al Señor, pero ¿qué significa temerle a Dios? ¿Vivir asustado? ¿meterse debajo de la cama a temblar? ¿Vivir llorando y gritando ¡mamá!? o ¿no significa nada, y es sólo una manera de hablar que no implica nada para nosotros?

 

Nos basta leer, con el oído alerta. Porque hay una coma, y después de ella la respuesta a este asunto: i) seguir todos sus caminos, ii) que amemos al Señor, y iii) que le sirvamos. No es cualquier servicio, no es decir una oración, ni rezar una novena, ni cargar al cuello una cadenita con un dije religioso, se dice con toda la claridad del mundo, cómo será ese amor a Dios: 1) con todo el corazón, 2) con toda el alma 3) observando los preceptos del Señor. Notemos que dio la vuelta entera: Empezó con seguir todos sus caminos y, regreso, a lo mismo, pero esta vez diciéndolo de otra manera: “observando todos los preceptos del Señor y los mandatos que les mando hoy”. Y, anexa un punto esencial: ¡para tu bien! Dios no pone mandaos porque a Él le obsesiona generar leyes, no las pone porque está obsesionado con “mandar”, porque tiene un cariño especial a poner “leyes” y a intentar resolverlo todo con “preceptos”. ¡No hay nada de eso!

 

¡Las leyes que pone Dios, las pone por nuestro bien!

 

Repasemos:

a)    Atenerse a sus dictámenes. Amarlo y servirle. Toda esta normatividad es para nuestro bien.

b)    Aun cuando toda criatura es de Dios; de nadie más que del ser humano se enamoró y nos dio su Amor. (Lo que de ninguna manera se puede entender como pretexto para depredar a ninguna criatura).

c)    Así que hagamos “permeables” nuestros corazones y nuestra vida, toda bajo su Guía.

d)    Dios hace Justicia poniendo especial Ternura para con el huérfano, la viuda y el migrante.

e)    El migrante es portador de especial protección, porque el pueblo Elegido fue migrante en Egipto; allí llegó en el reducido número de 70, y creció hasta llegar a ser, tantos, como el número de las estrellas.

f)     A Él temerás, por Su Santo Nombre jurarás y jamás olvidaras los portentos que dispensó en favor del pueblo de Israel.

 

Hacemos girar el reflector para iluminar otro “aspecto” que muchas veces se pasa desapercibido: “Él no se parcializa”, no tuerce “el fiel de la balanza” a favor de alguna prebenda, no acepta mordidas, no acepta dineros por debajo de la mesa, no favorece al pariente de su amigo.


¡El pueblo de Israel era el bosquejo del pueblo puesto bajo el Resplandor de Su Amor; y hoy somos nosotros! No fue בָּחַר [bachar] “escogido”, “elegido”, “seleccionado” para que se diera aires de café con leche; su elección, no era para que ejerciera despóticamente su condición de hijos; tampoco -aun cuando hayamos sucumbido con ese espejismo- para que lo impusiéramos como Dios y nosotros nos impusiéramos un trono para acomodarnos en él y ejerciéramos desde allí la dictadura en su Santísimo Nombre.

 

Hemos sido elegidos para ser sus testigos, óigase bien, testigos de sus prodigios y los proclamáramos hasta los confines del orbe.

 

Sal 147(146-147), 12-13. 14-15. 19-20

Los tres último Salmos coinciden en su numeración y -en los tres últimos salmos- ya no hay disparidad entre la numeración masoreta y la litúrgica. En este salmo (el 147 de los masoretas) se unifican los salmos 146 y el 147 de la numeración litúrgica. Se trata de un Himno. Un himno es una loa, se sentido es dar loor, encomiar, cantar las grandezas. El enfoque -muy particular del pensamiento hebreo, consiste en formular un himno, no por un atributo abstracto, sino por un hecho histórico, algo registrado en la historia que demuestra esa Magnificencia que se está ensalzando. Como son himnos litúrgicos, se incita a la Comunidad a loar, a glorificar.

 

Nos concita bajo el nombre de Jerusalén, reconociendo que la inexpugnabilidad de Sion la ha provisto Dios que la ha rodeado de accidentes geográficos que bien pueden interpretarse como un “candado” que refuerza sus puertas. Y, para los que habitan dentro de sus murallas, Él ha dispensado su bendición.


Dentro de sus límites, hay Paz -recordemos, no cualquier paz, sino la Paz que Él proporciona, que es beatitud, serenidad, bienaventuranza. Que es el Alimento Exquisito de su Enseñanza, esta va rauda, como llevada en alas de Querubines.

 

Por eso, la Misión es proclamar y ensalzar su Mensaje, llevarlo a todas las naciones, alcanzar hasta el rincón más insospechado con su Anuncio. Si desconocen Su Ley, no podrán ser reos de juicio, porque estarán encadenados por la ignorancia invencible. Distinto será si la conocemos, porque entonces su incumplimiento nos llevará de las orejas al Tribunal, porque oímos y nos negamos a Escuchar.

 

Que generosidad tan especial ha tenido para con nuestro pueblo, el elegirnos para ser Su Pueblo. Nos ha dado a conocer los senderos que romperán toda cadena. Glorificamos la Libertad que nos dan sus Preceptos, y por ellos entonamos himnos y canticos de alabanza; porque su Misericordia es Eterna.

 

Mt 17, 22-27

Viene aquí, el segundo anuncio de su Pasión: será entregado en manos de los sacrificadores de corderos, y llevado al Altar sacrificial; pero su Padre le hará Justicia al Tercer Día, expresión que significa “el Día de la Salvación”. Toman una parte del Anuncio, pero se hacen sordos al Anuncio Sustantivo y Final y se entristecen. ¡Siempre oímos, casi nunca escuchamos! ¿Por qué ignoramos lo referente a la Resurrección? Por qué no le preguntamos ¿cómo habría de llegar a suceder aquel prodigio? De haberlo hecho, habríamos hallado motivo denso para alegrarnos en vez de deprimirnos.


Luego, vienen a Pedro, para cobrarle impuesto por él mismo y por Su Maestro. Pedro dice que “si” lo pagan. Con frecuencia nos referimos al abajamiento de Jesús, que se solidariza con los seres humanos y asume su fragilidad y su limitación. Aquí en el gesto de pagar impuesto, el Señor asume su humanidad, pone aparte su Divinidad, si se reclamara Hijo de Dios, no pagaría impuesto, porque es absurdo que el Rey le cobre impuestos a su propio Hijo, lo lógico sería que Él quedara excepto de ese pago; pero para que veamos que Él nos asume por entero, entra en el juego de ser “como” humano y paga. Llega Pedro a casa, y Jesús de inmediato aborda la cuestión -porque esto no se podía dilatar ni un instante: Hay mucho de absurdo en cobrarle impuestos a Quien es el Dueño de todo, a Su Muy Real Majestad. Como dice Jesús, se le cobran impuesto a los extraños, pero, al Propio Hijo, ¡no hay por qué! ¿Por qué tendría que pagar redención aquel que a todos nos redimirá?

 

Y pese a todo, Jesús le da un óbolo para que los pague. Lo da -de una manera prodigiosa- para recordarle a Pedro que no tendría que. Pero, aquí Jesús va a prestar atención a los que -en medio de su dureza de entendimiento o de su escaza provisión de fe, no lograrían entender (decimos lograría, porque aquí se incluyen los que, en todo tiempo, inclusive hoy, no lo reconocen Divino). Por aquellos que se podrían escandalizar, por los que no saben o no entienden que Él es Dios, el Mismísimo-Hijo-de-Dios, que Él actuará en rescate de todos; Jesús le da una moneda de plata, se piensa que era un estáter o tetradracma, exactamente las dos dracmas de Pedro y las dos del impuesto de Jesús.

 

Así, Él se sujeta a la Ley, se abaja, es la praxis de lo que hemos llamado kénosis, apoya que los suyos la cumplan, porque Él no vino a derogar la Ley, sino a plenificarla. No iba a ser Él, la piedra de tropiezo para dar argumento con el que después se pudiera tejer confusión y caer en ideas lejanas a su intensión, como desacatar la contribución que se pagaba al Templo. No pretende obligarnos a verlo como Dios ni como rey, se abaja, se reduce, se despoja de su Manto Real y se reviste de nuestra humanidad para alcanzar la cima de ser “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Hasta ser levantado ebn su Trono Real, la cruz.


Plenificar la ley no significa dejarla tal cual, sino que, muchas veces, para llegar el verdadero fondo del propósito legislativo, hubo de sustituirla. Sustituir no es derogar, es aclararla, explicarla, hacerla de mayor comprensión, llegar a su meollo, cual es, ser expresión de la Voluntad Divina.

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