1Tes 1.1-5. 8b-10
Desde
hoy, y hasta el 2 de septiembre, exceptuando este viernes, Martirio de Juan el
Bautista y el Domingo 31; -7 días en total- nos consagraremos al estudio de la
Primera Carta a los Tesalonicenses.
El
más temprano de todos los escritos del Nuevo Testamento: Esta es la Primera
Carta que escribió San Pablo, o, por lo menos, la primera que se ha conservado:
Dos acotaciones hay que hacer. La Primera, lo que hace de ella el documento
Bíblico del Nuevo Testamento más antiguo, estamos hablando del año 50 ó 51 de
nuestra era, a tan solo dos décadas cortas después de la Crucifixión de Nuestro
Señor. Especial atención de que sus destinatarios son una comunidad
predominantemente greco-cristiana, no judeo-cristiana -donde podemos afirmar
que la comunidad era mayormente proveniente de la gentilidad; y, en segundo
lugar, que hay una especie de autoría conjunta, podemos decir de alguna manera
que son co-autores Silvano y Timoteo. Inclusive, algunos investigadores opinan
que también Lucas se les habría juntado. Cuando San Pablo pasó por aquella
región -la primera vez, en el año 49- estuvo un breve tiempo, dejando configurada
una comunidad creyente -en un promedio de tres meses- sin embargo, se vieron
acosados puesto que la predicación hablaba de un Señor -distinto del emperador
romano- se desató la persecución y se vieron obligados a partir, dado que las
autoridades comenzaban a alarmarse con esta prédica que anunciaba un Mesías, un
Rey alternativo.
Tesalónica
era una ciudad importante, se calcula que su población, para aquel entonces,
era de 200.000 habitantes. Era la capital de Macedonia, un importante puerto en
su tiempo. Situada en la ruta Egnatia,
en griego antiguo: Ἐγνατία
Ὁδός; en macedonio: Виа
Игнација; fue una vía
construida por los romanos entre el 146 y el 120 a. C., ruta comercial, que unía
las diferentes colonias romanas desde el mar Adriático, cruzando el Monte
Pindo, y bordeando la costa norte del mar Egeo, hasta Bizancio, y que se
extendía por las provincias romanas de antigua Iliria, Macedonia y Tracia,
llevando al Danubio. Fundada en 316/315 a. C. por el rey Cassandro que unificó
y sustituyó los asentamientos erigidos en la ciudad, y le puso el nombre de
Tesalónica por su esposa Thessaonikê, quien fue hermanastra de Alejandro Magno.
Allí, no solo se intercambiaban productos, sino también se confrontaban ideas
que tomaban auge y difusión, San Pablo intuyó su vitalidad religiosa y de Filipos
pasó para allá, con su equipo evangelizador.
Ambas,
Primera y Segunda a los Tesalónicos tienen el mismo aroma escatológico. Para
rastrear los antecedentes de la Iglesia Tesalonicense es bueno apoyarnos en Hch
17, 1-9. Sabemos que en Tesalónica había una comunidad judía, a la llegada de Pablo,
y también sabemos que, al llegar a un lugar, lo primero que hacía era buscar el
núcleo judío y empezar por ahí, llegándose a la sinagoga. Razonablemente
deducimos que habría por lo menos algunos judíos en la Iglesia que allí se
fundó; pero por los datos que nos llegan en los Hechos, sabemos que era
mayoritariamente griega, con la participación de muchos que no hablaban el
griego y donde convergían muchos dialectos
Podemos
visualizar la carta con sus cinco capítulos como una obra musical con dos
grandes movimientos, entre los cuales hay unas plegarias que los abisagran. Hoy
vamos a analizar la Oración introductoria que contiene un saludo y una acción
de gracias. Curiosamente, en el vocativo no se nombran las Tres Personas
Trinitarias, sólo el Padre y el Hijo. Pero el Espíritu Santo no está ausente,
San Pablo lo menciona para señalar que la obra preferencial que se ha realizado
con ellos – el Anuncio de “nuestro Evangelio”- no se dio como un prodigio de
los oradores hábiles que lo llevaron a cabo, sino que estuvo impulsada por la
fuerza del Espíritu Santo (1Tes 1, 5cd).,
Cosas
muy lógicas debieron suceder: a) San Pablo, como estuvo apenas tan poco allí, que
dejó a los Tesalonicenses con solo los rudimentos catequéticos, no alcanzó a
explicarles mejor; b) seguramente que Pablo, pasaría noches en vela meditando
sobre el destino de esta comunidad y desvelado por no haberlos dotado de bases
más profundas, ya que eran como sus primeros “hijitos” en la fe. Es posible que
en Asia también fundara comunidades a su paso, de lo cual no nos ha llegado ninguna
memoria.
Cuando
Silas y Timoteo, alcanzaron a Pablo, en Corintio, le contaron seguramente lo
que estaba pasando con los tesalonicenses, así que Pablo tomo su pluma (o
dictó) el contenido de esta epístola.
Hay
acción de Gracias porque no ha sido por accidente o por casualidad que ha
llegado la proclamación del evangelio hasta ellos, sino que la llegada de la
palabra y la acogida recibida, son precisamente signos de la ἐκλογὴν
[eklogen] “elección” de Dios que los tomo como dignos destinatarios del
anuncio.
El
instrumento primordial de este Anuncio fue la honestidad, la rectitud del
comportamiento de los evangelizadores; Pablo señala tres rasgos fundamentales
de la acogida del Anuncio y a cada uno lo matiza adjetivándolo:
a) ἔργου τῆς πίστεως [ergon
tes pisteos] “el trabajo de vuestra fe” o sea “Fe activa”.
b) κόπου τῆς ἀγάπης [kapou tes agapes], “Amor esforzado”; “el puñetazo noqueador de su amor”, no
que fuera violento, sino que era contundente, no era amor de tibieza, no era
una fe “por no dejar”;
c) τῆς ὑπομονῆς τῆς ἐλπίδος [tes ypomones tes elpidos] “La firmeza
de la esperanza”, “Perseverancia en la esperanza”.
¿Qué
ha salido de ello? Dos cosas, la primera que abandonaron la idolatría; y, la
segunda que se han consagrado a servir al “Señor”, mientras se mantienen fieles
esperando el Día de su retorno” Ya aquí se anuncia lo que será medular en esta
carta, que la constituye en una epístola escatológica: ¡la convicción de que el
Hijo de Dios, Jesús volverá (en la que llamamos Su “Segunda Venida”)!
En
1Tes 1, 5 aparece la palabra “Evangelio”, para aquel momento ninguno de los
Evangelios había sido escrito -faltarían como otras dos décadas para que se
diera inicio al registro de estos documentos testimoniales básicos del
cristianismo- por lo tanto, debe entenderse estrictamente como “Buena Noticia”,
la que San Pablo les anunció a los de Tesalónica: El mensaje de fe del que fue
portador. La palabra que aparece allí es ἐγενήθη [egenete], indicativo
aoristo del pasivo del verbo γίνομαι [ginomai], “sucedió”, “aconteció”, “acaeció”,
“se dio”, “llegó” pero no el propio Evangelio, sino el “portador” San Pablo,
que lo iba trasportando en su corazón y diseminándolo.
En los versículos 8b-10, tenemos una primera forma del
kerigma, donde el “Dios viviente” es Presentado en su Hijo, Jesucristo, de
quien
i) Aguardamos
su “segunda venida”
ii) Resucitó
de entre los muertos, y
iii) Nos libra del
castigo futuro
En
este primer documento del Nuevo Testamento, nos sorprende la enorme madurez que
el Mensaje cristiano ya ha alcanzado. Aquella comunidad se sostiene en un trípode:
fe, esperanza y amor. La esperanza de la que se revisten los cristianos no es
sencillamente una carga de buenos deseos, sino arraigo en las promesas del Señor
sobre la vida perdurable. Lo que encuentra un revestimiento simbólico en el
lenguaje paulino que los considera verdaderos hermanos y hermanas muy amados en
Cristo Jesús, nuestro Señor. Lo anterior se puede pronunciar olímpicamente, sin
dejar que vibre en el corazón, pero en este caso, resonaba desde la fe, la
esperanza y la caridad de Pablo, Silvano y Timoteo que se tradujo en el
inmediato y absoluto abandono de la idolatría.
El punto no era recaudar atención para sí mismos, sino hacerlos volver la vista hacia Jesucristo.
Sal
149, 1bc-2. 3-4. 5-6a y 9b.
Un
himno, es una alabanza. Este salmo hímnico nos entrega seis verbos que integran
la constelación hímnica, y así, se nos clarifica mejor qué es un himno: Cantar,
alabar, celebrar (es decir reunirse a loar), alegrarse, danzar y tocar los
instrumentos típicos del jolgorio. Aquí, se está cantando -detrás de un
elemento metafórico, un carnaval de victoria- el regreso de los guerreros que
vuelven vencedores, que traen sometidos y encadenados con grilletes a los
pueblos rivales.
Para
entender el Salmo, conviene tener en mente que es el penúltimo del salterio.
Dios va llamando a sus “fieles” y les entrega sus condecoraciones, su fidelidad
es premiada, y se experimenta el gozo escatológico: es la Victoria Final, ya no
habrá más luchas, todos los enemigos fueron sometidos, Dios se hizo cargo, pero
el distribuye a todos el “botín conquistado”, no quiere nada para Sí, todo es
para su Amado Pueblo, muy particularmente para los que tanto tiempo sufrieron
los rigores de la pobreza. Los pobres reciben la presea de la victoria,
reservada a los “humildes”.
La perícopa se organiza en tres estrofas:
1) A propósito de esta
Victoria Final, se requiere la composición de un “Cantico Nuevo”; esta
situación de Victoria definitiva requiere que se escriba un Salmo Diferente: Un
salmo que haga que todos tomen consciencia de haber llegado a la Cúspide
Histórica. La Justicia.
2) Alabanza para Dios
nuestro Señor, Él ha honrado su Santo Nombre entregando la Victoria a los
sometidos de siempre. Ha invertido la situación. Los últimos han sido
constituidos “Primeros”.
3) Los que no conocían,
ni por asomo, la sonrisa de la Victoria, aquellos que siempre habían tenido el
cuello sujeto por las cadenas, Dios los ha coronado, ha puesto en sus cabezas
la Corona de laurel.
Cada
estrofa, nos asombra, quedamos “de una pieza”, era lo profetizado, pero no lo podíamos
imaginar de esta manera tan rotunda. Tal es el Amor de Dios por su pueblo.
¡Leámoslo con cuidado! ¡Sí, es exacto lo que se dice aquí!
Mt
23, 13-22
Qué
pasa cuando leemos en esta perícopa “¡Ay de vosotros, maestros de la ley y
fariseos!”, pensamos que pueden pasar varias cosas, quizás uno reflexione, no
soy maestro de la ley ni fariseo, seguramente esos eran los “malvados” de la
época, con razón Jesús les arrostra tan severo reproche, y -de alguna manera-
nos consolamos pensando que no es con nosotros, y que ¡qué gente aquella! Cuanto dolor causaban al Señor. A veces,
hasta prolongamos la búsqueda de “culpables” y -para actualizar el mensaje
decimos, los habrá por ahí, la ralea de los que hacen fracasar este bonito
proceso hacia la edificación del Reino. En el esfuerzo de ahondar en la
comprensión, casi siempre llegamos a la frontera donde uno termina diciendo -a
la manera de Judas- ¿seré yo Maestro? (Cfr. Mt 26, 25)
Veamos,
¿quiénes eran los fariseos y los maestros de la ley? Los que más frecuentaban
el Templo, los que hacían el esfuerzo más notable por acercarse a Dios y
cumplir “todas sus leyes” … Mmm, ¿Qué tal? Puede que esto si esté enteramente
dirigido a nosotros. Lo que fallaba no era la buena fe, ¡fallaba el enfoque!
Vamos a conjeturar que lo que Jesús se propone no es condenarnos, ni
maldecirnos, ni descartarnos. Nos llama a reflexionar.
En
Mt 5, 3–12 -prácticamente desde el principio del Evangelio- ya Jesús había
entregado el buen enfoque. Nos había iluminado por dónde ir hacia el Reino. Lo
curioso es que tengamos tan rotundamente impermeabilizados los sentidos que
habiendo recibido “las llaves”, seguimos dando palos de ciegos. Lo que se
propone es repasarnos la lección, desde otra postulación, desde otra manera de
enunciarlo, cuando algo no se entiende, hay que repetirlo, pero de otra manera.
Ya lo había entregado como bienaventuranzas, ahora nos lo va a refrendar como
malaventuranzas:
Podríamos
sacar ahora el elenco de lo que no es conducente, porque quizá lo que Jesús
quiso señalar era, poner en evidencia los puntos de “desenfoque”, entonces
enumerémoslos:
i.
Cerramos el Reino de los Cielos a los hombres. Parece que
nos paramos en la puerta -a estorbar- y ni entramos ni dejamos entrar.
ii.
Nos hacemos reclutadores y ponemos nuestro esmero en estar
en el “equipo” de los “anunciadores”, de los “proclamadores”.…
iii.
Afirmamos que “jurar por el Santuario, o por el Altar es
fútil.
iv.
Que el asunto está cumplido con abonar el diezmo
v.
Nos quedamos en la limpieza externa de “la copa”.
vi.
En la parte interna, si uno va a revisarse, encontramos
iniquidad e hipocresía (o sea que la copa no es tal, somos nosotros mismos, los
portadores, los continentes del Mensaje, sus portadores).
vii.
Hacemos monumentos para los Santos y los Mártires, y
aseguramos -con pies y manos- que, si hoy en día apareciera alguno, seriamos
los primeros en unírnosle y defender su causa, que es la de Jesucristo.
Queremos
insistir que el problema no está en no tener la “Luz”, sino en mejorar la
manera de dirigir el “Reflector”. Pensamos que, ahora, lista en mano y con toda
honestidad, tenemos que confrontarnos con el listado y ver cómo nos ayuda a
detectar el desenfoque.
Nótese
que es algo llevado hasta el absurdo: Lo que dicen los desenfocados es que
a) Jurar por el Templo
no obliga, es un juramento “vano”.
b) Jurar por el oro
del Templo si ¡Son puros subterfugios!
c) Jurar por el Altar
no obliga
d) Pero jurar por la
ofrenda sí.
Es
como si uno dijera “jurar con el labio superior no tiene nada de malo, lo malo
es jurar con el labio inferior”. Son
sutiles diferencia que no diferencian nada. ¡Cómo podríamos jurar con un solo labio?
Son sólo pretextos para implementar aquello de “si hay una ley, podemos buscar
en la letra pequeña, donde hay una fisura”, y meternos por ahí, y disculpar
nuestras fechorías para disfrazarlas de “Justicia”. Son los leguleyos cuyo
slogan reza: “hecha la ley, hecha la trampa”. Los que hacen decir a la Ley lo
que la Ley no dice, y que se hacen llamar “maestros de la ley”, “muy piadosos
devotos”.
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