martes, 5 de agosto de 2025

LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

 


Uno se pregunta cómo articular las Lecturas, tomemos el caso de hoy, ¿cómo empalman? y muchas veces “tiramos la toalla” y dejamos así. Hoy -proponemos como vertebración el eje de la “escucha”- que se refiere al Hijo del Hombre/Hijo de Dios, el Elegido: «Muchos de nosotros hemos crecido bajo el peso del terror, acostumbrados a callar por miedo, a no decir nada para no meternos en problemas. Nuestros sistemas políticos y militares arrasaban cualquier intento de expresar la verdad. No hay duda que uno de los grandes pecados de nuestro tiempo es callar, el ser indiferentes ante el sufrimiento y dolor ajeno. Más aun hemos llegado a un nivel de indiferencia ante la violencia que nos estamos acostumbrando a verla como algo normal. Vemos y somos testigos de tanta injusticia y preferimos callar o hacernos los sordos y los mudos ante esas situaciones. El relato muestra la capacidad de escuchar. Daniel escucho a Susana, a los ancianos, al pueblo. La escucha nos lleva al discernimiento y luego a la acción». (Milton Jordán Chigua)

 

Dn 7, 9-10. 13-14

Siempre insistimos que este Libro está escrito en tres lenguas: hebreo, arameo y griego. Los capítulos 2, luego, los que van del 4 al 7 y el 28, están en arameo, por lo que diremos que esta perícopa estaba originalmente escrita en arameo.  Se juzga que fue escrito entre el 167 y el 164 a.C.

 

La perícopa, además, es una inserción en el contexto de un sueño de Daniel, dónde él puede distinguir cuatro bestias, se trata de unas bestias monstruosas, que personifican la sucesión de los imperios que tiranizaban la tierra: haciendo gala de su terror y brutalidad, de su violencia y crimen, todo emparentado y coligado con su idolatría politeísta. Los cuernos vienen a representar su poderío y el armamentismo y espíritu bélico con el que edifican y sustentan su dominación. Es probable que el cuarto cuerno represente a Antíoco Epífanes IV, que protagonizó y lideró la persecución a los judíos en la época de la tiranía griega.

 

Bueno, por qué -se preguntan muchos- estas cosas están contadas de una manera tan complicada, y con monstruos y cachos que les salían, y por qué no sencillamente se dijeron las cosas tal cual eran. Muchas dificultades se habrían ahorrado, especialmente para facilitarnos la comprensión a nosotros.

 

Basta decir que ellos, los que escribieron este retazo de la historia del pueblo de Dios, vivían en un agudo estado de persecución y amenaza a sus vidas, entonces tenían que decir las cosas de manera “indirecta”, pero que, para todos ellos, los que había sufrido la opresión inmediata y directa, era bien conocido y completamente claro. Por eso surgió este género que denominamos apocalíptica. Este Libro pertenece a este género.

 

El anciano es la figura del Eterno Padre y derrama su Justica contra la serie de “potencias geopolíticas” que los habían exprimido consecutivamente y sin tregua.  Así nació la apocalíptica, en su contexto de “persecución”, con su lenguaje y sus recursos, denunciando la dura condición que se vivía y no, anunciando como muchos han dictaminado erróneamente, el “fin del mundo”. Ellos, los vampiros, insisten en que se trata de una realidad lejana en el tiempo, ¡infinitamente distante! Algo así como la historia de otro planeta.

 

La página que nos ha correspondido hoy, por medio de la fe, actúa consoladoramente, anima, levanta la moral, y nos proporciona la convicción firme de Dios que se pone de la parte de los que buscan la liberación. Fueron los Macabeos los que la historia recuerda como los rebeldes luchadores.

 

Aparece claramente en esta perícopa la figura del “hijo del Hombre”, que después, en el Evangelio Mateano, Jesús asumirá como su identidad y declarará que su sitial está a la Derecha del Padre Todopoderoso y vendrá con sus Justicia cabalgando en las Nubes Celestiales (Cfr. Mt 26, 64).


 

Inician aquí, en el Libro de Daniel, una serie de “visiones” que conforman la segunda parte de la obra de este “profeta apocalíptico”.

 

Sal 97(96), 1-2. 5-6. 9

Este es un salmo del Reino. Nos habla no de un reinado regional, sino de Uno Universal. Se convoca a la “tierra entera” a asistir a la Entronización, que no es más que el reconocimiento y la aceptación de su Reinado.

 

La condición de muerte y momificación que tienen los ídolos, se contagia a todos sus seguidores. La perícopa está organizada a partir de 5 de los versículos del salmo: con ellas se han estructurado tres estrofas.


El verso responsorial afirma que Dios es Rey, por encima de todo reinado y toda autoridad porque su Trono está en lo más alto de la tierra.  Nos referimos a Su Soberanía.

 

En la primera estrofa se identifica un estado de gozo generalizado al darse cuenta que el Rey no es cualquier rey, y saben que es Dios porque está rodeado de los síntomas típicos de una teofanía: Tiniebla y Nube lo circundan, su Trono está sostenido por dos piedras-valores divinamente esenciales: La Justicia y el Derecho.

 

En la Segunda estrofa, Como si los montes estuvieran hechos de cera, ante la Presencia de Dios se derriten; todos los habitantes de la tierra se entregan a su Misión de Heraldos (Keryx) para dar la Buena-Noticia: Dios es un Rey Infinitamente Justo y forrado de Gloria, que todos miran absortos.

 

No hay ningún dios que pueda ponerse a la Altura de YHWH, Él está por encima de todo poder, como Único-Poder-Verdadero.

 

Lc 9, 28b-36

El que monta el caballo blanco tiene tres nombres: en el v.11 se le llama Fiel y Veraz [pistos kai alethinos]; en el v.13 su Nombre es la Palabra de Dios; y en el v.16: Rey de Reyes y Señor de Señores.

Pablo Richard

Como llave de ingreso queremos iniciar con una brevísima cita del Apocalipsis, 19, 11ss. «Vi el cielo abierto y apareció un caballo blanco. El que lo monta se llama 'Fiel' y 'Veraz'. Es el que juzga y lucha con justicia. Sus ojos son llamas de fuego, tiene en la cabeza muchas coronas y lleva escrito un nombre que sólo Él entiende. Viste un manto empapado de sangre y su nombre es: La Palabra de Dios». Allí donde dice La Palabra de Dios, leemos Ὁ Λόγος τοῦ Θεοῦ. [o Logos tou Theou]. Es el mismo Logos con el que San Juan da inicio a su Evangelio cuando nos dice que en ἀρχή [arché] “el puro principio”, en “el origen”, “antes que todo”, ya estaba Él.

 


«El que monta el caballo blanco juzga y combate con justicia. Esta imagen de Jesús como guerrero es insólita. En Sb 8, 15 tenemos un antecedente: “tu Palabra omnipotente cual implacable guerrero…” La imagen guerrera de Jesús en cierto sentido es negada al presentarlo desarmado: Jesús combate únicamente con su Palabra. (Pablo Richard)

 

Aquí el punto incandescente es que El Hijo de Dios está identificado con la Palabra, (en muchas partes hemos insistido que esta palabra griega se puede traducir también como “principio”, “razón”, “discurso”, “proporcionalidad”, definición”, “explicación”, “tratado”, “conversación”, “relato”). Lo que queremos resaltar es que con la Palabra Divina nuestro Padre Creador, dio origen al Todo. Pero esa Palabra Creadora, ya estaba en el Corazón-Mente del Creador. Dios, con su Infinito Amor Paternal, pronunció el Nombre de su Hijo y en Él se contenían todas las criaturas -en modo potencial- todos los seres que existirían para alabarlo, glorificarlo, adorarlo. También en el Corazón del Hijo -antes que Él se Encarnara- asumió todas las criaturas, para reconducirlas en Adoración al Padre.

 

Notamos también que -en la Transfiguración- está manifestada su Divina Esencia con signos teofánicos inconfundibles: “Sus ojos brillaban como llamas de fuego, tiene en la cabeza muchas coronas”; esto conduce a que esté envuelto en un Inefable Resplandor. También aquí en el Evangelio Lucano, “el aspecto de su Rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor”. Identificamos este “Brillo” con el que guiaba al pueblo en el desierto, como “Columna de Fuego” que venció siempre las tinieblas de la noche en el Desierto de Parán (donde ocurrieron gran parte de las andanzas de Israel durante los treinta y ocho años antes de entrar en la Tierra Prometida).

 

Nosotros quedamos sorprendidos con la presencia de Moisés y Elías que lo acompañan, y decimos, ¡ah pues claro, el colmo de la Ley y la cima del profetismo!  Se puede y se debe, dar un paso más y co-textuando, entender que “Jesús subió a un cerro a orar…” (Lc 9, 28b); lo que se nos está tratando de decir es que la oración es entrar en el clima Escriturístico, e ir directo a lo que está allí, plasmado en la Sagrada Escritura, para que podamos ver la Claridad Intensísima de Dios que resplandece. Resumiendo, podemos ingresar, también nosotros al interior de la Trasfiguración, si nos remitimos a la Sagrada Escritura: orar será, pues, empalmar la meditación de fe, lo que Dios nos dice en la Escritura y el intercambio devoto con Dios, dinamizando ese dialogo con la Divinidad. Aun diremos más, no podremos allegarnos al Salvador mirándolo a Él solo, empacado al vacío. Hay que contextualizarlo porque Él está Revelado con la misma clase de Revelación que Dios ha usado en toda la historia. Estudiar la Palabra de Dios nos va preparando y habilitando para poder entender todo lo que nos enseña Jesús que está colocado en el ápice de la Economía Salvífica.

 

Si se nos permite la analogía, podríamos decir que aprender a derivar supone aprender a contar, a sumar, restar y multiplicar porque toda la máquina Escrituristica funciona con el mismo tipo de engranajes como las operaciones más complejas de las matemáticas tienen su base y fundamento en los rudimentos de la aritmética.

 

¿Cómo podemos acceder a la Palabra? La pregunta parece muy ingenua y la respuesta nos puede sonar pueril, lindante con el máximo de la obviedad, ¡pues escuchando! Pero no es tan obvia porque ya sabemos que muchas veces, tal vez, la mayor parte de ellas, oímos sin escuchar.

 

Iba con sus alumnos avanzados: Pedro, Juan y Santiago. Y, el tema de la “clase” era “el Éxodo que Él iba a consumar en Jerusalén. Siempre pasa que aún los alumnos más avezados, cuando se llega al culmen de la clase, son víctimas del sopor, la somnolencia, o, cuando menos, la distracción.

 

Por eso “la cosa quedó incomprendida”, se diluyó en el asunto de acomodarse en tres tiendas, que les dieran privacidad a Moisés, Elías y Jesús; los estudiantes no dieron la talla, el asunto se les escapó de su agudeza: ¡Las entendederas no les dieron para tanto! Y no lo decimos con desprecio, que el tema tratado era arduo. La Bondad Divina quiso amortiguar la oscuridad de la Nube y se los dijo con todas las palabras, diferenciando en la pronunciación cada una de las letras, para que fuera más nítido el mensaje: “Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo”.

 

Esta es la epifanía más contundente, pese a lo cual, nos quedamos en el destello de los reflectores y no procedemos a mirar la esencia del “espectáculo”. Al protagonista del “concierto” y el significado de su “canción”. ¡Él canta un himno soteriológico!

 


«La palabra definitiva que hay que escuchar es este Jesús sólo que va a ser crucificado. ¡El que se trasfigura en el monte es el desfigurado del calvario!» (Silvano Fausti).  Esa unidad no se puede fraccionar y quedarnos con un Jesucristo Superstar de Rostro Luminoso, que no sube al Gólgota; como tampoco se puede escindir el Señor que baja al Sepulcro, del que se Levanta Victorioso sobre el Mal y la Muerte.

 

Es muy curioso, la Mamá nos enseñó lo mismo: “Hagan lo que Él les diga”; ahora viene el Padre y nos lo repite, con otras Palabras.

 

«La consigna para los discípulos y para nosotros es esta: “Escúchenlo” Escuchen a Jesús. Es el Salvador, síganlo. Escuchar a Cristo, de hecho, comporta asumir la lógica de su ministerio pascual, ponerse en camino con Él» (Papa Francisco)

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