jueves, 29 de febrero de 2024

Jueves de la Segunda semana de Cuaresma

 


Jer 17, 5-10

Prácticamente todo lo que se dijo ayer como contextuación de la perícopa de la Primera Lectura, es válido, porque hoy se lee del capítulo inmediatamente anterior.

 

Hay personas -que se llaman a sí mismas devotas y fieles que usan la siguiente estrategia para el estudio y difusión de la Palabra: primero buscan una maceta adecuada para aplastarle a alguien los dedos, luego la esconden detrás de la espalada, y -acto seguido- vienen muy modosos y cariñosos, pidiéndote que pongas la mano sobre la mesa, tan solo un instante.

 

¿Cómo eligen la maceta?  No por el mensaje que trasmite, porque la “cita” se escoge como para la elaboración de una propaganda, lo importante es que suene bonito y que machuque duro: veamos un ejemplo de una de esas macetas normales, de las que frecuentemente ve uno en acción por ahí reventando dedos: "Maldito aquel que aparta de mí su corazón, que pone su confianza en los hombres y en ellos busca apoyo”

 

Para que aplaste dedos adecuadamente debe cumplir los siguientes requisitos:

a)    Debe ser suficientemente breve.

b)    Su sonoridad debe hacerla suave a la memoria, para que sea fácilmente recordable.

c)    Debe ser multiusos, de tal manera que pueda destrozar igual un meñique que un pulgar o un índice.

d)    Y que nadie pueda decir que fue injusto suprimirle ese dedo (o esos dedos), al “prójimo” que haya sido escogido para el “experimento”.

 

A veces se ha utilizado -este que hemos tomado como ejemplo- para sembrar desconfianzas al seno de una comunidad y que unos a otros se dirijan miradas de desconfianza, que se le pueda amarrar en el muñón del dedo un rotulo de “demencia”, o de “toxicidad”, o de “arrogancia”, bueno, hay tantos, no recordamos -en este momento-cuales más…

 

A veces se ha usado para desviar lealtades y entonces el rotulo dice “Maldito el que confía en un hombre, por confiar en otros y no en mí”. Pero el que pronuncia este “mí”, no es más que otro hombre, taladrado por la rivalidad, por una sorda competitividad. 

 

Pero, el uso más frecuente que ha tenido es para argumentar que ¡uno no tiene por qué confesar sus pecados con un hombre -dicen ellos- 'más pecador que uno mismo'. Y, evidentemente, estos “tales”, desconocen el Evangelio de San Juan, donde dice “a quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos" (Jn 20, 21-23).

 

¿Quiere eso decir que la Palabra está mal? No, lo que quiere decir es que no podemos recortar la Biblia en tiritas para hacer “galletitas chinas”; quiere decir que la Sagrada Escritura no es una colección de “frases célebres” adecuadas a cualquier situación. También quiere decir que, en Ella, Dios nos habla, pero que está construida con “palabras humanas” -para que las pudiéramos entender. Pero al ser “humanas” cabe insertar en ellas el error las tergiversan): por eso hay que leerlas con espiritualidad, devoción, estudiosa y aplicadamente, esforzándonos por oír la Voz de Dios que Él-Mismo ha puesto allí por la acción de su Santo Espíritu.

 

Muy particularmente significa:

a)    Cabalgar siempre con una espiritualidad de honesta y humilde búsqueda.

b)  Unirnos a otros para buscar juntos: no somos individuos sueltos, desperdigados, somos un pueblo que va en Éxodo, que procura confiar en Moisés -aun cuando es un simple hombre, un pobre tartamudo, pero Dios lo ha puesto a encabezar esa marcha. Dios bendice -lo creemos muy sinceramente- al pueblo que avanza sinodalmente buscando con ferviente amor el Amor que anida en su Palabra.

 

Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6



El mal no es lo contrario del bien; el mal es una ranura de angustia -sólo una ranura; el bien es gigantesco, es enorme, lo abarca todo, es el Universal-Divino; en cambio, el Mal es más angosto y deleznable que una línea (que, geométricamente hablando, no tiene ancho). Algunos ingenuos piensan que es la otra mitad ¡Nada más lejos de la verdad!

 

El que “confía en el Señor, y pone en Él su confianza será un árbol plantado junto al agua, que alarga hacia la corriente sus raíces, no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde, en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto” (Cfr. Jer 17, 7-8). Esta cita del profeta Jeremías es una glosa de la segunda estrofa de nuestro salmo de hoy, formada por el verso 3 del Salmo 1.

 

Cuando dice que “da fruto”, lo dice -evidentemente- con sentido metafórico, se trata del crecimiento espiritual, se trata de estar enrumbado hacia Dios, caminando por sus sendas, y no divagando en terrenos desérticos y áridos donde la esterilidad se adueña del ser.

 

El Salmo muestra qué destino se depara para el “justo” y qué puede esperar cosechar el "impío".  Nos hace patente que nuestra vida está marcada por la opción radical y que en la encrucijada tenemos que saber elegir el sendero que lleva a la vida, sino queremos desbarrancarnos por las escarpadas laderas del sacrilegio.

 

Con crudeza, pero con sincera honestidad el salmo nos muestra lo que puede esperar el impío:

a)    Será paja que se lleva el viento

b)    Acabará mal.

 

Sumando estas dos Lecturas: la Primera y el Salmo, ahora sabemos quién es el “hombre maldito”. Y no sólo “el maldito” sino, también, quien es אַ֥שְֽׁרֵי־ "el Dichoso”, “el Bienaventurado”:

 

El bienaventurado:

1)    No sigue el consejo de los impíos,

2)    Ni entra por la senda de los pecadores,

3)    Ni se sienta en la reunión de los cínicos

4)    Su gozo es la תּוֹרָה ley del Señor

5)    Medita su תּוֹרָה ley día y noche

 

Y el impío, el malaventurado, pues, todo lo contrario. No descarga su entera confianza en el Señor, entra en pacto con los que tienen ejércitos poderosos y no tienen ninguna ética en el respeto al prójimo.

 

En cambio, el “justo” se deja guiar por la תּוֹרָה [Torah] “Ley de Dios”.

 

La Ley de Dios es el camino de la felicidad, el pecado es el sendero que lleva a la desdicha. No alcanza la categoría de camino, ¡es puro extravío! El extravío conduce a la nada.

 

Lc 16, 19-31



Si el extravío conduce a la nada, la nada no puede saciarnos. Jesús en cambio, se compadece, porque estamos como ovejas sin pastor, y multiplica los panes:

a)    El que quita el hambre material

b)    El Pan de su Palabra

c)    El Pan Eucarístico.

 

Nació en Belén, “Casa de pan”.

 

El Evangelio lucano, nos trae esta parábola que ilustra la disyuntiva que ha sido el tema  de hoy:

1)    El camino de los Justos que es protegido por el Señor

2)    El camino de los impíos que acaba mal

 

En la parábola el impío ni siquiera tiene nombre.

El justo se llama אֶלְעָזָר Lázaro, “ayudado por Dios”, “Dios es mi ayuda”.

 

Lo primero que hace la parábola es descubrirnos el terrible error en el que siempre caemos, porque pensamos que el que banquetea hasta la hartura, y se viste con las más finas prendas de los altos modistos, ese debe ser el “privilegiado” a los ojos de Dios. Y vemos en el pobre, eso, “un pobre diablo”, y cambiamos de anden aun cuando el rodeo nos alargue el camino.

 

Lázaro, para extremar el contraste, tiene llagas, y -si esto fuera poco- los perros le lamían las llagas. Viene ahora lo más desconcertante, al morir, Lázaro es llevado directamente el Cielo (Seno de Abraham) en brazos de ángeles.

 

El rico, por contraste, va a parar al infierno. Acostumbrado a que los pobres les hagan los mandados, el “sin-nombre” interpela a Abraham pidiéndole que mande a Lázaro a refrescarlo empapándole la lengua, así sea sólo con alguna gota que se pegue a su dedo, si Lázaro lo humedece. Pero, que el “sin-nombre” lo alcance a ver no significa que estén cerca, al contrario, la distancia que los separa es χάσμα μέγα [chasma mega] “abismo inmenso”. No se trata de una “pequeña distancia” sino de una diferencia descomunal.

 

Cuando el “sin nombre” cae en la cuenta y comprende su situación, al menos tiene una gota de “projimidad” y se interesa por sus cinco hermanos que viven en las mismas, y que están cocinando un destino similar y comprando boletas directos y sin escala para venir a compartir con el “sin-nombre”, (lo repetimos con insistencia porque significa que su indolencia, su falta de solidaridad, su egoísmo recalcitrante, lo ha llevado a perder hasta su nombre, ahora carece de identidad, es verdaderamente un “don-nadie”).

 

Abrahán profetiza, si viniera el mismísimo Jesucristo-Resucitado, le pasaría lo que le pasó a Moisés, tampoco se convencerían. El que ha endurecido su corazón amando la “materialidad” que hace indiferente al hombre respecto de sus semejantes y de Dios, no tiene oídos para oír ni ojos para ver. Es imposible injertarle la fe, y sólo la fe es Salvadora-y-Redentora.

 

El “justo” es el que ha puesto su confianza en el Señor. Demuestra su confianza acogiendo lo que Él manda.

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