sábado, 3 de febrero de 2024

Sábado de la Cuarta Semana del Tiempo Ordinario


 

1R 3, 4-13

Allí mismo, en el lugar en el que Dios con potente brazo asistió a Josué y detuvo el sol y la luna, sus rivales militares se disfrazaron de “mendigos muy pobres” para lograr un pacto que Josué acepto refrendar con juramento. Más tarde, ya bajo el gobierno de David, en aquel mismo lugar, este les sirvió en bandeja de plata a los siete hermanos de Saúl, supuestamente así les cobró la triquiñuela, pero de paso, se sacudió la existencia de cualquier legitimo pariente de Saúl que pudiera reivindicar para sí la legitimidad de la sucesión (2S 21, 1-9); estamos hablando de Gabaón, al noroeste de Jerusalén, en la zona de los benjaminitas; fue allá dónde Dios concedió Sabiduría a Salomón.

 

Habíase llegado Salomón a ese lugar para ofrecer sacrificios abundantes en el Tabernáculo regiamente adornado y cuyo mobiliario, más adelante veremos, llevó Salomón a Jerusalén para decorar el Templo, en particular el hermoso Altar sacrificial de bronce. Este tipo de múltiples sacrificios era colateral a la unción real, era una de las etapas del ritual de entronización, era un sacrificio de agradecimiento por haber heredado el “poder”.

 


Salomón advierte que en continuidad con el reinado de su padre David, él ha heredado el Trono, pero que él no tiene los recursos y las habilidades que tenía su padre para llevar el gobierno, debido a su juventud, él mismo se designa como “un muchacho joven que no sabe por dónde empezar y por dónde terminar”.

 

Dios le concede una onírica entrevista a Salomón (antes de la fase profética, uno de los conductos preferenciales de Dios para comunicarse con el ser humano era el de los sueños, recordemos en particular el de la “escala de Jacob”, o los que tuvo José en Egipto; claro que hay otros sueños de profetas y también los de San José, o el de San Pedro para saldar el asunto de la dieta Kosher, en el Nuevo Testamento), y allí Dios le ofrece concederle sus deseos. El Señor le da “un corazón atento para לִשְׁפֹּ֣ט [lispot], que viene de שָׁפַט [shafat] “juzgar”, “gobernar” a su pueblo y בִּין [bin] “discernir” (separar en la mente), entre el bien y el mal.

 

A Dios le pareció muy acorde lo que había pedido y le “agradó”, porque no pidió lo egoísta, lo inmediato, lo que cualquier mozuelo pediría a esa edad: vida prolongada, o riqueza, o que sus enemigos cayeran muertos. Cualquier joven caprichoso, eso habría pedido. Más lo que pidió Salomón fue שָׁמַע [shama] “inteligencia”, “escucha inteligente”, “oír y entender”. Así que Dios le otorgó lo que pidió; y con la generosidad y la prodigalidad que Dios tiene por antonomasia, le concedió también lo que no había pedido, a saber, riquezas y glorias incomparables.

 

Si continuáramos leyendo nos encontraríamos con una flagrante demostración de tan tamaña sabiduría, con aquellas dos mujeres que reclamaban el mismo hijo y Salomón muy ecuánime- propuso repartirlo por mitades, para dirimir el asunto. La verdadera madre prefirió conservarle la vida, aun cuando no se pudiera quedar con él niño. Este relato sienta las bases de la proverbial “sabiduría salomónica”.

 

Para completar nuestra exploración hermenéutica de la perícopa, convendría que hiciéramos el ejercicio de -muy honestamente- ponernos en situación y mirar qué pediríamos nosotros si estuviéramos en ese caso, lo cual no es tan difícil ni tan lejano, basta con mirar qué solemos pedirle al Señor en nuestras oraciones y luego veremos de qué lado está nuestro propio corazón, si pedimos como si nosotros fuéramos el eje del universo o si pedimos preocupados por lo que afana y duele a nuestro “prójimo”. Si pedimos poniendo la ley de embudo en acción, o sí priorizamos la fraternidad y la sinodalidad.

 

Sal 119(118), 9. 10. 11. 12. 13. 14.

Hay un versículo del salmo que tiende un puente entre este y la Primera Lectura: “¿Cómo podrá un joven andar honestamente?” y, allí mismo le responde: “Cumpliendo tus palabras.”. Con este versículo 9 damos inicio hoy a nuestra perícopa del Salmo responsorial.

 

Es un salmo de súplica. De sus 176 versículos tomamos seis para plantear la perícopa que se proclama como salmo responsorial.

 

El salmo relaciona directamente la rectitud יְזַכֶּה־ [yezakke] “puro”, “inocente”, “transparente”; es decir la pureza, la inocencia, la trasparencia que alguien, en particular el joven Salomón, puede mantener, al precio de ser un fiel seguidor y cumplidor de la Palabra. En nuestras versiones hablamos de “honestidad”.

 

Dios pone los rieles que son los מִצְוָה [mitzvah] “preceptos”, “mandatos”, mandamientos, “buenas obras”, “lo que agrada a Dios”; el ser humano debe poner de su parte “la búsqueda” de todo corazón. Es decir, el empeño tesonero de cumplirlos con todas sus fuerzas.

 

El corazón tiene que apuntalarse con esos preceptos, con esas consignas, como quien le pone a un edificio las columnas con sólidos cimientos, así el corazón tiene que estar reforzado, asegurado, fortalecido con los mitzvah “contraseñas”.

 

Ya sabemos que lo que humanamente aprendemos tiene raíces muy superficiales; sólo lo que Dios nos enseña, tiene raigambre y no se puede remover. ¡Oh Dios, enséñanos tus decretos! Así que hoy vamos a repetir siete veces: Enséñame Señor tus חֻקֶּֽיךָ [juqueca] “decretos”. Esta palabra חֹק [choq] significa “estatutos”, “ordenanzas”.

 

Un ejercicio muy recomendable es desgranarlos lentamente en nuestros labios, ir recitándolos como si de una letanía se tratara, para que ellos adquieren anclas en nuestro pensamiento y de allí vayan afincándose en nuestra vida.

 

Dejemos de vivir afanados por amontonar riquezas, ese es un tipo de idolatría que nos enceguece; por el contrario, edifiquemos nuestra dicha sobre la Voluntad Divina, la única que puede producir la dicha verdadera.

 

Mc 6, 30-34.



Esta Lectura tomada del Evangelio marqueano, nos habla muy directamente del atafago, del activismo por la idolatría del activismo, de la actividad febril, del “trabajo-adicción”; a veces nos parece que cuanto mayor sea el ajetreo, más agradable será nuestro actuar a los ojos del Señor. Hay que distinguir entre la diligencia y el desmedido afán de “hacer por hacer”. Hay un trastorno vital cuyo slogan es: “hice mucho, luego hice el bien”.

 

“La hiperactividad, la tensión espasmódica que la mantengan el asceta estoico, el revolucionario súper-comprometido, incapaz de una sonrisa, o el directivo que continuamente hace proyectos, día y noche; pero que no pretendan que se imponga como regla de comportamiento o código con el cual hay que confrontarse”1[1].

 

Cuando los discípulos regresan de su práctica-envío, no caben en su propia ropa, están llenos de jolgorio, de orgullo, de jactancia, están -así se sienten ellos- a la par del Maestro, o, quizás por encima… Qué les propone Jesús: ¡Hacer un alto!

 

Y les propone un taller que contiene tres ejercicios

      i.        Irse a solas

     ii.        A un lugar desértico

    iii.        Descansar

Esta tradición que nos enseñó el Señor es esencial, “irse a ejercicios espirituales”. Muchas veces decimos, irnos de “desierto””, porque la primera regla dice “a solas”, y la segunda “A un lugar desértico”. No se trata de irse a nadar un poco, o de jugar balón-playa, o de beber algunas cervezas. Se trata de encontrarse con Jesús, y con uno mismo, y muy espiritualmente, preguntarnos sobre el verdadero valor de lo que estamos haciendo, y desenmascarar la parte de vanidad que hay en ese accionar, y mirar hasta qué punto se está en real sintonía con la Divina Voluntad.

 

¡Y no es fácil! Hemos visto que especialmente la “conversación” mina el valioso carácter de estos ejercicios. Con frecuencia fortalecemos los lazos con nuestros compañeros, y eso es muy bueno, pero, ¿el Vínculo con el Compañero? La capacidad de re-direccionar y optimizar nuestra Amistad con el Señor, infortunadamente se desperdicia.

 


Según leímos en alguna parte, hay un tipo de espiritualidad que consiste en mirarse el propio ombligo, por un largo rato (onfalompsíquicos), hasta caer en trance. De eso no se trata, no es ese tipo de descanso el que propone Jesús; esta clase de cosas, muy agradables y atractivas para los amantes del esoterismo no tiene relación con el “alto” que nos propone Jesús. Observemos que, en vez de seguir ahí “galileos, mirando hacia lo alto”, Jesús progresa hacia otro ejercicio, y los lleva a ponerse en situación, rodeados de un tipo de “periferia-existencial”: gente muriendo de hambre y sed, y no solo material, quizás -antes que nada- espiritual. Porque ellos no venían a buscarlo con hambre estomacal, sino con hambre del corazón: Lo que les mostró y les enseñó, fue la condición y la situación de la multitud de “ovejas” que no tiene pastor. Y, frente a ellas, ¿cuál era el rol de los apóstoles?

 

Y ¿de qué se trataba esta nueva lección? ¡De compadecerse! Su primera práctica estaba desnuda de este ingrediente esencial: ἐσπλαγχνίσθη [splanchnisthe] “la compasión”. Les enseñó a sentir el dolor del prójimo como un dolor que se siente en las entrañas propias. A ponerse -definitivamente- en el pellejo del otro”. ¡Las entrañas son la glándula de la projimidad!

 

 



1 Beck, Benedetti, Brambillesca et al. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo 1a reimpresión, Bogotá-Colombia 2009. p. 216

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