lunes, 26 de febrero de 2024

Lunes de la Segunda Semana de Cuaresma

 


Dan 9, 4b-10

Esta obra está ubicada dentro del profetismo, pero su lenguaje y sus recursos son los de la apocalíptica, rica en imágenes, en figuras, en visiones, en simbolismos. La apocalíptica floreció entre el siglo II a.C. y se desarrolló, hasta el siglo II d.C.

 

Es muy importante y definitivo entender que, se escribió la obra entre el167 y el 164 a.C. -lo que corresponde a la época de los Macabeos; pero el relato está ambientado en la época de la conquista de Israel por Nabucodonosor, o sea que, los sucesos relatados habrían ocurrido, aproximadamente, cuatro siglos antes.

 

Este Libro está escrito en tres idiomas distintos:

1)    en hebreo, el capítulo 1 y los capítulos 8-12, esto quiere decir que la perícopa de hoy correspondería al texto en hebreo.

2)    En arameo, por otra parte, están escritos los capítulos 2, del 4-7 y el capítulo 28.

3)    Y, en griego, la parte deuterocanónica, la perícopa 3, 24-90 y los capítulos 13-14.

 

Para facilitar la comprensión, el Libro se puede escindir en dos partes:

·         Los capítulos 1-6, contiene los relatos “históricos” que ambientan la pieza en la época entes dicha.

·         Los capítulos 7-12 nos relatan las visiones.

 

¿Cuál sería el mensaje esencial? Que la fidelidad al judaísmo se puede mantener a pesar de vivir inmersos en culturas paganas e idolatras.  Pero, que hay que saber resistir y mantener la fe en un campo viciado y minado. Por fuera de las fronteras patrias: eso nos dicen los 6 versos y medio que forman la cita:

 

¡Dios sostiene la palabra dada en la Alianza, siempre y cuándo, ésta sea sobre guardada! Pero ¿qué fue lo que hizo este pueblo? Fracasó, no supo sostener la Alianza, han pecado y se apartaron de la senda que Dios les había demarcado con tanta claridad.

 

Dios envió a los profetas como portadores de la palabra. Les dio también a los reyes que pidieron y quisieron. Pero ¡más cuidado pone una piedra! La actitud de indiferencia ante el llamado de Dios, fue -para Dios- una verdadera decepción. Con su actitud se acarrearon la dispersión.

 

Sin embargo, el hagiógrafo es consciente que Dios no se cansa de velar por nosotros. Sabe que Dios no es voluble, por el contrario, es Dios-Justo-y-Fiel. La fidelidad Divina es súper excedente, porque Dios es compasivo y perdona. Esta perícopa concede mucho sentido a llamar a Dios e invocarle por Su Grandeza. ¿En qué consiste Su Grandeza? En Su Perfección, contrapuesta a nuestra fragilidad de seres deleznables.

 

La linfa que corre por las venas de esta oración es la del dolor y el arrepentimiento, es la linfa de la “Contrición”.  Dado que en ella se conjugan la humildad con la adoración, la confesión y la petición. Las palabras de Daniel, aquí son reconocimiento de nuestra falibilidad y falta de lealtad: La nuestra es una rebelión porque desvergonzadamente nos hemos alejado de sus mandamientos y de la rectitud de sus preceptos, desoyendo el Mensaje entregado por sus profetas.

 

¿Qué es lo usual? ¿Solemos entregarnos al arrepentimiento y buscar la confesión de nuestras faltas? ¿O, quizás la costumbre consiste en buscar algún “chivo expiatorio” que cargue con el pecado y la pena que se infringe?

 

No se vaya a pensar que es una invitación a vivir con “escrúpulo”, pero si se trata de una sincera y urgente preocupación por reconocernos personalmente en el origen de tanto mal que ronda y se extiende. Por ejemplo, sin ir más lejos -repetimos, sólo a título de ejemplo- solemos denunciar todo el mal que se causa a la “casa común”, pero descuidamos vernos en cada pequeño descuido y en los malos hábitos que nos llevan a ser de los engordadores de la “huella de carbono” diciendo que somos causantes mínimos y que el nuestro es solo un ridículo aporte al daño global. ¡Así, de gota en gota, rebozamos la copa!

 

El pecador se entrena aplicadamente para ignorar el reclamo de su conciencia; mientras el “justo” se entrena para reconocerse pecador, precisamente porque -permaneciendo próximo al Señor, se deja orientar por Él- Dios le enseña las vergüenzas de su consciencia desnuda, mientras el pecador “conchudo” no quiere ver como mete toxinas en la convivencia social y se hace impuro generando daño, dolor, sufrimiento y desafuero a los dictados de Dios. Cada vez que se nos muestra la maldad del pecado, volteamos la mirada para no ponerlo a la luz y llevarlo al confesionario con el vivo propósito de cambiar.

 

Debemos -antes que nada- esforzarnos por formar e ilustrar nuestra conciencia para saber con nitidez qué ofende a Dios y cómo nuestras acciones dañan al prójimo y -evidentemente- también a nosotros mismos. Esta es una de las riquezas del tiempo Cuaresmal, cuando se reviste de su carácter penitencial, ya que penitencia no es sólo oración, ni sólo abundante y generosa limosna, sino principalmente y antes que todo lo demás- afán para no ser de los que con nuestras excusas y pretextos volvemos a crucificar al Señor, crucificando a nuestros hermanos cotidianamente.

 

Esta perícopa del Libro de Daniel lleva más de 1000 años iluminando nuestra conciencia en tiempo cuaresmal, ayudándonos a saber y a despertar nuestra responsabilidad de pecadores: es una perícopa que ha actuado como Natán lo hizo, poniendo la luminosidad de la lámpara para alumbrar la consciencia de David.

 

Sal 79(78), 8. 9. 11. 13

Hablamos de un pensamiento secular, que consiste en ignorar el pecado, consiste en proclamar la “libertad a ultranza”, so pretexto de “libertad” procurar cavarle una fosa a Dios en nuestra mente y en nuestro corazón. Y luego, sacar mucho el pecho y autodenominarnos “avanzados”, “progresistas”, “libertarios”, “librepensadores”, rompedores de cadenas” y de “prejuicios pendejos”. Antes, estas ideas se detenían a las puertas de los colegios, de las casas de formación, de los hogares, y de los tribunales, donde vivamente latía el corazón de la fe y la obediencia a la “Voluntad de Dios”.

 

Hoy por hoy, y cada vez de una manera más avasalladoramente atrevida, la inconsciencia campea a sus anchas y parece que llega hasta el mismo corazón de los progenitores y cabezas de familia, que -por física pereza y craza apatía- renuncian a la defensa de los valores y dejan caer los brazos desmayados bajo el eslogan “qué le vamos a hacer”: “¡Dios mío, los gentiles han entrado en tu heredad!”

 

Con esta frase inicia este salmo. Dice, a renglón seguido: “han profanado tu Santo Templo; han dejado a Jerusalén en ruinas”.

 

Este Salmo de súplica, tiene 13 versos, en el salmo responsorial de hoy tomamos 4 de sus renglones y se nos invita a reflexionar. ¿Qué hay que reflexionar?

 

Si la consciencia es el Sagrario del hombre, si la dignidad del hombre se devalúa para desacralizar de raíz nuestro pensamiento, ¿qué quedará en pie de la honra de Dios? El salmista clama a Dios por su defensa, porque nosotros nos hemos hecho reos de la inconsciencia social que -empezando por los padres de familia- hemos dejado entrar en nuestro ser y e nuestra casa la ignorancia de Dios y el olvido de sus preceptos.

 

Le rogamos a Dios que perdone ese gran pecado que es el descuido de darle la espalda a la Ley que Él nos enseña.

 

Somos cautivos del pecado por minimizarlo, por verlo como cosa vana, diminuta, inofensiva, imperceptible, insignificante, como simples nimiedades, uno oye a los que debieran ser guía y ejemplo vivo para sus hijos que “esas son chocheras de esos atrasados que todavía viven en la edad media”.

 

Nosotros, procuraremos guardar la Alianza y continuar propalando que de espaldas a Dios sólo recogeremos perdición, guerra, inmoralidad, violencia extrema y destrucción de la casa común. ¡No, no somos mojigatos lloriqueando por el pasado y anhelando resucitarlo! Lo que queremos es recuperar la dignidad del hombre que ha sido amado hasta el extremo de ser rescatados al precio de la Sangre Divina.

 

Lc 6, 36-38



¿Qué le dijo el Malo a Eva para inducirla a su territorio y secuestrarla bajo su control?

«¿Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del jardín?

Y la mujer le contestó:

“Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Más del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte.”

Replicó la serpiente a la mujer: “De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.» (Gn 3, 1-5)

 

Pues bien, he aquí el núcleo de la tentación: Hacerse como Dioses. ¿Y el pecado? Aceptar esa idea de Dios, creer que Él los manipulaba por envidia, porque Él no quería compartir su poder de discernimiento. Aceptar la falsa imagen que da el que Divide.

 

¿Por qué nos fuimos hasta por allá para examinar esta perícopa de hoy? Porque es esencial que entendamos que el pecado consiste en aceptar que Dios es egoísta, ambicioso y envidioso.

 

Hoy Jesús nos da la Vacuna-Redentora: La exacta idea de cómo es Dios.

 

¡Perdonen el recurso tan ingenuo para resaltar la importancia de esta idea! Vamos a subrayarla: El Padre Celestial es οἰκτίρμονες [oiktirmones] “Compasivo”, “misericordioso”, se pone en los zapatos del otro con un sentimiento que le brota de las entrañas, es algo que lo mueve desde adentro, que echa mano a la sensibilidad divina que como Hijo de Dios tiene. Es traducción del concepto hebreo רַחֲמִים [rajamín] es como un “cariño ilimitado” salido de lo más hondo del ser.

 

En la perícopa hay una descomposición de la palabra en cuatro elementos:

      i.        Abstenerse de juzgar. Algo que obra el corazón.

     ii.        Evitar condenar: La sentencia que externaliza el juzgamiento

    iii.        Perdonar: Condonación

   iv.        Dar. Oblación. Entregar compartiendo lo que Dios nos ha dado. Abstenernos nosotros mismos, en favor del otro.

 

Esos son los rasgos que hacen hermenéutica de este concepto. Cuando decimos “cariño ilimitado” tendemos a deshacernos en gestos melindrosos, empalagosos, blandengues. ¡Por ahí no es! Pero. Logramos aproximarnos cuando lo ponemos en términos de “amor maternal”, que es tierno y consentidor, pero no se queda en los “arrurúes” ni en “afectaciones”. ¡Va mucho más allá!

 

Creemos que para enraizar en lo que Dios quiere, hay que aferrarse a los cuatro elementos que Jesús da como descriptores.

 

Cuando Dios manda por Boca de Su Hijo que seamos perfectos, no podemos quedarnos en una abstracción que dice tanto que no dice nada, que no nos comprometa en nada y que en 10 minutos habremos olvidado. La genialidad de la propuesta en el Evangelio está en descomponer la abstracción en ejercicios concretos y concretables.

 

No juzgar no consiste en dejar de “ver”, en voltear la cara para no darnos por enterados, o en suspender la inteligencia que nos ilumina el mal que se hace y que se debe evitar; más bien, es evitar que esa comprensión desencadene en nosotros lo más negativo, la repulsa, el rencor, las bajas pasiones, el pretexto para ser violento, los más insanos deseos de responder con “muerte”.

 

Consiste en refrenar lo respuesta criminal y criminalizante y tomar en cuenta que:

a)    No conocemos el fondo del corazón de quien se está equivocando

b)     No somos “verdugos” ni podemos revestirnos de tan asesina autoridad.

 

Sentimos que San Francisco hizo una actualización practica de esta perícopa cuando dijo:

Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz.
Donde hay odio, que lleve yo el Amor.
Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón.
Donde haya discordia, que lleve yo la Unión.
Donde haya duda, que lleve yo la Fe.
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.

Oh, Maestro, haced que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar;
ser comprendido, sino comprender;
ser amado, como amar.

Porque, Dando es como se recibe;
Perdonando, como se es perdonado;
y muriendo en ti, que se resucita a la Vida Eterna.

La Perfección Misericordiosa de Dios nos encamina a ser constructores de Paz.

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