sábado, 10 de febrero de 2024

Sábado de la Quinta Semana del Tiempo Ordinario

 


1R 12, 26-32; 13, 33-34

Terminamos hoy nuestro breve curso sobre el Primer Libro de los Reyes. En el capítulo 11, vv. 41-43, con dos pinceladas, se nos anuncia la muerte de Salomón (año 931 a.C.) y su entierro en Jerusalén. ¿Quién se sentó al Trono? Pues, su hijo Roboam.

 

Antes de la muerte de Salomón empezó la rebelión de las tribus contra Salomón, y el liderazgo corría a cargo de Jeroboam. Como la rebelión no prosperó, Jeroboam huyó a Egipto y allí encontró “asilo político” bajo la tutela de faraón Sheshonq I (que la Biblia menciona como rey, bajo el nombre de Sisac o Sesac) (1R 11, 40). Al morir Salomón, Jeroboam regresó, y -según una venerable tradición, reunió a los representantes de las tribus y convocaron a Roboam para que hiciera acto de presencia en esta Asamblea y sería ungido rey. Le expresaron sus reclamos y le dijeron: “Tu padre nos ha impuesto un yugo pesado; alivia tú los duros trabajos que nos exigió, y el yugo pesado que nos impuso y te serviremos. Sería, entonces una unción condicionada. Roboam reunió a los ancianos (que, ¿recuerdan ustedes? Salomón había desplazado para reemplazarlos por sus “gobernadores”) y les consultó, ellos le recomendaron “Effetá”, no, sólo ponemos aquí la expresión para señalar como Salomón había instituido un gobierno explotador que no “escuchaba” que en vez de oídos tenía un “corazón de piedra”. No, lo que le respondieron fue: “Si hoy te pones al servicio de este pueblo y les respondes con buenas palabras, ellos te servirán para siempre”. Es que -ya se ha dicho muy reiteradamente, la función del gobernante es escuchar a su pueblo.

 

Entonces ¿qué hizo Roboam? No les prestó escucha a los ancianos, llamó a su gallada juvenil, a los muchachos que andaban con él (los que iban con él de parranda, de juergas, de copas y cocktails), y les preguntó a ellos, su muy “prudente consejo”. ¡Miren esta clase de sabiduría y prudencia de su “gallada”!: «A esta gente que te ha pedido que aligeres el yugo que tu padre les impuso, debes responderle lo siguiente: ‘Si mi padre fue duro, yo lo soy mucho más; si él les impuso un yugo pesado, yo lo haré más pesado todavía, y si él los azotaba con correas, yo los azotaré con látigos de puntas de hierro’ (1R 12, 10)»

 

Roboam volvió a Jerusalén, y como la burocracia había logrado instaurar la continuidad e intensificar sus prebendas, respaldaron a Roboam.

 

Los investigadores tienden a ver en los becerros de Jeroboam, (también en los de Aarón, David y Salomón “cabalgaduras para YHWH”, retrotrayéndose a la tradición del Dios itinerante). Para evitar el excesivo centralismo teocrático de Jerusalén, Jeroboam les dio dos santuarios: uno en Dan y otro en Betel. Además, hombres del pueblo podían ejercer el sacerdocio, medida que siempre le ha sido muy criticada a Jeroboam.

 

Antes el rey -sin su camarilla burocrática- era sólo un líder militar. Jeroboam no era partidario de la trasmisión dinástica del poder. El pueblo podía quitar un rey y poner a otro, y eso miraba contra la perpetuación en el poder. Pero al estar contra la monarquía hereditaria, eso dio pie a los golpes “de estado” militares.

 

Aparecen los profetas como un organismo de “control al rey”, retomando lo que hemos visto de la Voz que delimita y corrige el rumbo del gobernante.

 

El texto entero, está escrito como una versión con mirada Jerusalén-centrista.  Hasta aquí llegamos con este Libro, que todavía nos contará la historia de los reinos divididos hasta los tiempos del Profeta Elías en los tiempos del rey Ajab, (Acab, o Ahab) séptimo rey de Israel (caps. 13-22).

 

La semana entrante iniciaremos un cursillo de siete sesiones sobre la Carta de Santiago, tendremos, (en los dos días de la sexta semana del tiempo Ordinario), las dos primeras lecciones, y lo retomaremos el martes de 21 de mayo, cuando -pasada la Cuaresma, El Triduo Pascual y el Tiempo Pascual- entraremos en la segunda parte del tiempo Ordinario. El 20 de mayo sería el lunes de la Séptima semana del Tiempo Ordinario, pero en esa fecha celebraremos a la Bienaventurada Virgen María en su calidad de Madre de la Iglesia). Entonces, (en esa que sería la séptima semana del tiempo Ordinario) tendremos las cinco clases restantes sobre la Carta de Santiago.   

 

Sal 106(105), 6-7ab. 19-20. 21-22

Volvemos sobre este salmo que es un Salmo de la Alianza. (El jueves hemos proclamado otros versos de este mismo salmo). El título del salmo es “La constante rebeldía de Israel). Este salmo es una acusación contra nuestra muy pobre memoria histórica. La Escritura nos muestra que la nuestra es una religión con carácter histórico. Muchas páginas de la Sagrada escritura están destinadas a esta temática. ¿Por qué se habría esmerado tanto Dios en conservarnos el recuerdo de esos pasajes “históricos” si no tuvieran un profundo interés y un gran valor para darle cumplimiento a Su Plan para nuestra Salvación?

 

La nuestra no es una religión de ritos, es una religión dónde se valorizan los hechos a través del tiempo.

 

Lo primero que nos dice hoy es que algo pecaminoso sucedió en Egipto, y estamos repitiéndolo. Igual que en las generaciones antiguas, no “comprendemos” las maravillas que Dios obra.

 

Luego recuerda que Aarón también hizo עֵ֫גֶל [egel] “becerro”, “novillo” de oro, y mientras Moisés estaba en el Horeb, recibiendo los Mandamientos, su hermano, el fundador de la casta sacerdotal, estaba desempeñando sus funciones sacerdotales ocupado en la “adoración” de un becerro (Ex 32, 4).

 

Y, en la tercera estrofa, vuelve a insistir: “Se olvidaron de su Dios y de todos los portentos que hizo en tierra de Cam, junto al mar rojo.

 

¿Qué pedimos en el verso responsorial que sea el pago y premio a nuestra desmemoria? Le pedimos que Él tenga la memoria que nosotros no, y se acuerde “de mí”. Quienes son puestos en prenda y como garantía para que la plegaria a “mí” favor, sea escuchada. Precisamente “tu pueblo”.

 

En realidad, todo el salmo se aprovecha de la fidelidad de Dios en favor propio. Es un salmo que gira en torno a la memoria, a recordar, a זָכַר [zakar] “recordar” es el tema predominante, es el corazón de nuestro clamor.

 

Recordar implica hacer un esfuerzo tesonero para descifrar el hilo de la historia y luchar por mantenernos coherentes en él.

 

Mc 8, 1-10

“Señor, enséñame a ser generoso;

enséñame a servirte como te mereces;

dar y no contar el costo;

para luchar y no atender las heridas;

trabajar y no buscar descanso;

trabajar y no pedir recompensa.

excepto para saber que estoy haciendo tu voluntad”

Atribuida a San Ignacio de Loyola

 



La segunda multiplicación de los Panes. La primera había sido para favorecer a un auditorio de origen judío, en cambio, la de hoy, está destinada a los “paganos”. Tal vez si fuera una sola multiplicación de panes la gente podría decir que sólo en aquella oportunidad se había conmovido, pero que eso no era lo corriente. Tal vez, si tuviéramos una sola multiplicación, alguien diría, sólo se multiplicaba el pan para los judíos, para los paganos, no. A pesar de haber obrado el prodigio para la Siro-Fenicia.  Nuevamente el Señor dice: Σπλαγχνίζομαι, [Splanchnizomai] que se refiere a las entrañas, donde encontramos la sede de los sentimientos. Nosotros también, muchas veces lo destacamos así, por ejemplo, en el caso cuando se dice “hijo de mis entrañas”, aun cuando en nuestra cultura la sede de los sentimientos es el corazón. Esta expresión se traduce como “Siento compasión”. Es la misma “caritas” que se usa en latín. Es la ternura, es la identificación ante los males que alguien sufre, es ponerse en la carne del “prójimo” y apropiarse de sus penalidades en primera persona. Este sentimiento está absolutamente próximo al Amor que Jesús nos ha enseñado, es más, puede identificarse con la projimidad de su mandamiento de Amor.

 

Pero al partir y repartir los panes, este gesto nos pone directamente en el contexto Eucarístico. Y así se dice en la perícopa, cuando en el verso (Mc 8, 6) dice la palabra εὐχαριστήσας [eucharistesas], donde, antes de partir el pan pronuncia el “agradecimiento” a Dios, realiza su “acción de gracias”.

 

De paso notemos que Jesús no les pide ponerse de rodillas para recibir o para comer el pan eucaristizado, en cambio, les pide ¡sentarse! (el verbo ἀναπίπτω [anapipto] se puede traducir también como “recostarse”, porque estaban a campo traviesa, y tiene lógica pensar en recostarse.

 


Jesús no da el pan de sus manos, pone como intermediarios a los que decimos seguirlo. Así que, en la partición, se los iba entregando a los discípulos para que fueran ellos los que lo “sirvieran” a la gente. El verbo que se usa es παρατίθημι [paratithemi] “se los pusieran delante”, “se los alcanzaron”, tiene un significado muy personal, una relación de persona a persona. No es autoservicio, no es un plato que ya está puesto o servido allí, para el que llegue. Se parece más bien a la cariñosa atención que se brinda a un pariente que nos visita: a un hermano.

 

« … seguimos celebrando la eucaristía; y bendecimos a Dios, en la gozosa certeza de que la liberación que Cristo ha traído, a pesar de todo, en lugar de haberse extinguido, se abre camino y se enciende como un fuego que devora, que al final quemará todo el viejo mundo: entonces habrá un mundo lleno de justicia, de paz y de amor. Entonces aquello, de lo cual nuestra fracción del pan es un signo tímido, será la grande realidad que abarcará toda la tierra»*.

 

 

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* Beck, Benedetti, Brambillesca etal. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MARCOS Ed. San Pablo. Bogotá -Colombia p. 257

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